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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EL SUICIDIO Aquel hombre mayor estaba enfermo. Era su enfermedad la soledad, cosa bastante mala de curar. Era una congoja y un vacío que le entristecía toda el alma. ¿Qué hacía en este mundo? ¿Qué esperaba? Dentro de un par de años estaría muerto. La edad no perdonaba. El deterioro era palpable en la carne, así como también en el andar, más torpe y lento. Era ya un hombre viejo. Una idea rondaba su cabeza hacía tiempo, se hacía cada vez más obsesiva. Lo cierto es que pensaba en quitarse la vida. Sentía una enorme curiosidad: ¿Qué habría detrás? ¿Qué le esperaría a uno tras la muerte? ¿Existiría el infierno y la gloria? ¿Sería lo que fuera para todos igual, o cabría quizás diferente suerte? Eran estas preguntas para el vivo, ya que el muerto nunca las podría contestar. No sabía qué pensar de una posible vida en el más allá. Pudiera ser mejor, si la hubiera, pero también pudiera ser peor. Le embargaba una honda preocupación. Tenía miedo a ser senil, a no saber quien era quien. Sería más horrible que un dolor. Le parecía que sería algo extraño, tanto como perder el alma, como caer en la nada. ¿Por qué era todo como era? Pero seguro que se haría la misma pregunta si de otra manera fuera. ¡Qué poco se sabía sabiéndose tanto! Los hombres eran diablos y eran santos. Nada profundo se sabía, tan sólo se sospechaba que pudiera ser de una forma o de otra, había muchas conjeturas y verdades pocas. De cualquier forma él quería ser consciente cuando se presentara su muerte. la quería ver venir, a pesar de sentir un gran horror ante lo insondable y desconocido y verse irremisiblemente perdido. Lo malo de la muerte es, que es definitiva, nunca, jamás de ella se retorna, y si acaso así fuera, no se tiene de ello, conciencia plena. Más que la muerte en sí, es la muerte de cada uno de nosotros, la que de verdad existe, pues que cada uno tiene, su particular muerte. ¿Debía él de esperar paciente a la suya, aunque estaba en su mano el poder de llamarla, para el castigo acabar de vivir la vida y poder terminarla? Trataba la razón de arbitrar el sentimiento de su yo. ¿Cuál sería al final la mejor opción? se preguntaba, y ni se daba, ni encontraba respuesta preferente. La duda lo torturaba. Y así se pasaba los días de su triste vida. Quería decidirse, quería echarle valor, había que tener alma y más corazón para decirle a la vida por siempre adiós. Pero era irremisible, era inevitable, inexorable era la muerte para todo lo que en el universo existía. Así pues qué mal daba, uno que otro día. Por otro lado era cierto que la vida, el derecho tenía siempre de ser vivida. Tenía una edad avanzada y había vivido, había amado y soñado; era ahora el turno de la muerte. Era mejor morir con plenas facultades mentales, se decía, dejar de luchar, abandonar el combate, descansar para siempre. Tenía que tomar al fin una decisión, no cabía más espera. Llevaba muchos meses dándole vueltas a aquélla obsesionante idea. Tenía que ahogar el miedo y tener grande el corazón, y firme el propósito hasta la ejecución del hecho deseado, sin más dilación. Subió hasta el onceavo piso. Era su casa. Abrió la puerta y entró. Se asomo decidido al balcón. Abajo se movían personas, andaban de una a otra parte; coches circulaban rápidos. Pensó un momento si aquello fuera transgredir la ley de Dios. Aspiró hondo, contuvo la respiración y se dejó caer al vacío. Al instante sintió un gran horror. La muerte se acercaba inexorable, rauda... En tanto caía, le pasó por la mente su familia, cuando vivía con sus padres, cuando era niño y jugaba con sus amigos. Su cabeza impactó contra el asfalto. La calle se llenó de sangre y de masa encefálica. De inmediato entró en una luz fulgurante, brillante y segadora. Se encontraba asustado, sin saber lo que pasaba. Fue un momento fugaz. Después se hundió en una profunda oscuridad y perdió la conciencia de ser. No sabía quien era. Le pareció que entró en otra extraña vida. Su espíritu buscaba en otra dimensión, de un modo inconsciente, una nueva realidad. Y se fundió sin saberlo, en el inmenso universo de la energía de Dios.

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