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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EL SUEÑO Algo me arrancó del sueño repentinamente. Una voz me decía que debía ir al cementerio. Obedecer tenía aquel impulso ciego. Ignoraba porqué, aquel deseo de hacerlo. Era como si fuese mandado por Dios. Desapacible era la noche. Había llovido. Corría ahora un viento huracanado y hacía un gélido frío. El cementerio estaba cerca, podía ir andando, y me puse en camino un tanto alterado. Tenía una extraña sensación y una inquietud, como un miedo que me embargaba el alma y preocupaba. ¿Por qué tenía que ir al cementerio? Lo ignoraba por completo. Aunque sabía donde iba, no reconocía la calle en la que me hallaba. A mí alrededor todo era incoherente, raro. Por una alameda caminaba; pero al pronto me hallé en medio de un llano. Yo seguía impertérrito por mi camino. Sabía que era el campo santo el lugar de mi destino. Todo me parecía que estaba cambiado, que no era la ciudad en donde yo vivía. Oí un rumor, como si fueran caballos al paso. Me volví y vi venir una carroza, tirada iba por siete potros negros. Era sin duda un peculiar entierro. Detrás la comitiva, portaba antorchas encendidas que iluminaban el cielo. Las llamas flameaban con el viento, y lentos caminaban los dolientes vestidos todos de negro. Me sorprendí al ver que todos los asistentes eran personas conocidas, más que eso, familiares eran y amigos, hermanos, tíos y primos. ¿Quién sería el muerto? A nadie recordaba que hubiese fallecido, pero debía ser un allegado, o un amigo íntimo. Nadie me dijo nada, nada me comunicaron. ¿Por qué se guardó en torno a mí silencio? No llegaba a entenderlo. Estábamos de pronto dentro el cementerio. Y vi en la zanja descender el ataúd. Pusieron luego en su lugar una cruz. A ver el nombre me acerqué curioso. Esperaba leer el de algún amigo, mas vi horrorizado que era el mío propio. Me desperté en justo ese momento. Me pareció real, pero había sido sólo un sueño. Sabía que andando el tiempo se haría verdad, lo que había soñado en mi sueño.

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