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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

LA PREGUNTA ESENCIAL Se halló aquel hombre dentro de aquella ciudad. Ignoraba de dónde provenía. Sentado estaba en un banco y nada sabía de cómo había llegado hasta allí. ¿Quién era él? ¿De dónde procedía? ¿Dónde había estado antes? A nada de esto contestar podía. Sólo sabía que estaba vivo, pues respiraba. Miró a su alrededor y advirtió que se encontraba en un parque. Gente deambulaba de una a otra parte ante su interrogante mirada. ¿Qué tenía que hacer allí? ¿Cómo debía comportarse? Veía que era un ser igual a los demás. Su pensamiento se esforzaba en encontrarse. Buscaba en lo más hondo de su alma, pero el tiempo pasado era un libro en blanco. ¡Nada sabía de él! Como si hubiera despertado de un sueño largo, o de un profundo letargo. ¿Dónde debía de acudir? ¿A quién debía preguntar? ¿Cuál era su misión en este mundo? ¿Cual debería ser su cometido? ¿Quién mandaba? ¿A quién debía obedecer? Meditaba, y llegó a la conclusión de que su estancia allí tenía una razón de ser. Debía de cumplir seguro algo esencial dentro de ese conjunto que abarca el todo. ¿Pero el qué? ¿Cómo lo podía llegar a saber? Comprendió que a nadie le podía preguntar, pues todos estarían en su misma situación. Nadie sabría la verdad de Dios; ni nunca nadie nada le podría explicar. Pensaba no obstante que debía de existir un camino recto a seguir. Una senda tenía que haber, tal vez secreta, que alumbrara el pensamiento y comprendiera el fin supremo. Debía preguntarle a los otros seres; a aquellos que no eran humanos. Si dialogar pudiera con los elementos, tal vez éstos pudieran darle alguna respuesta sobre la verdad. ¿Cómo hallar la clave para hablar con el mar y con el viento? ¿Cómo entender poder el lenguaje de los árboles? ¿Comprenderían la verdad los animales? Ardua tarea era la que tenía el ser humano por delante. Quizá la respuesta al todo estuviera en las estrellas. No podía seguir ese camino un hombre solo, era cuestión de la humanidad. Esa tal vez pudiera ser la anhelada verdad. Era el mundo entero el que buscar debía al supremo. Pero el día aún estaba lejos, en que eso lo pudieran comprender todos los hombres. Tan sólo había unos pocos tachados de locos, los que así pensaban. Había muchas religiones con muchos dioses en las creencias de los hombres. Era la humanidad entera responsable de hallar el camino de su propio destino. En tanto él seguía sin saber quién era, ni de dónde venía, ni hacia dónde iba. Deambuló sin rumbo fijo, con tristeza, pues que a nadie conocía, ni sabía dónde ir.

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