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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

VISIÓN ONÍRICA ¿Era un fantasma, o era un brujo? Era una sombra rápida y fugaz como una exhalación, la que apareció en la noche tenebrosa. Era quizá un temor, como un presentimiento que auguraba un peligro inconcreto, latente en el fondo del alma. Era una impresión de angustia en lo profundo del dolor, en la incógnita del misterio. Acaso me engañaba y todo estaba tranquilo, seguía igual y en paz y nada se movía, nadie lloraba ni había desconsuelo. Era una sospecha, una tenaz congoja que hacía agitar mi corazón; una obstinada sensación de miedo que me embargaba el ánimo y me atenazaba. No alcanzaba a saber lo que pasaba, no llegaba a comprender. Al pronto, repentinamente apareció de nuevo en la pared, en la fachada de la casa, por las calles solitarias y en la silenciosa noche oscura estaba y era presente. No, no me engañaba en mi apreciación; era una anomalía patente, evidente... ante mí se encontraba una figura monstruosa. Pero, ¿quién proyectaba aquella sombra que se veía en el muro? ¿Quién? No podía poner a nadie como testigo. Estaba solo en la noche como lo he estado siempre en el mundo. No tenía a nadie, ningún íntimo confidente en donde apoyar poder mi dolor, un leve instante, un ínfimo momento. Deseaba poner en duda lo que me ocurría. ¡Pero era verdad, era verdad! Tal vez pudiera ser una alucinación y aquello que veía era mentira, no existía para nada, sólo en mi fantasía estaba, en mi imaginación, igual que una visión onírica; como si caminara dentro de un sueño. No podía ser. ¿Acaso me estaría volviendo loco? Me preguntaba: ¿Estaba quizá en otro mundo? Me hallaba confundido, dubitativo... La sombra permanecía amenazante, se movía hacia mí, me perseguía, sí, me perseguía. No quería aceptarlo, aquello no era real, jamás podría serlo. Una voz retumbó en el espacio de la noche. Algo dijo aquélla sombra que no entendía. Me invadía el pánico, poco a poco se adueñaba de mí. La voz se dejó oír nuevamente: "¿Dónde va hijo de Dios?", me pareció sentir que me decía. Quería huir pero, ¿hacia dónde, a qué lugar? Eché a correr desesperadamente. Aquella sombra iba detrás de mí, me perseguía a todas partes, siempre, bajo el claro de luna llena que ahora había. Llegué no obstante, a comprender que no podía estar huyendo de continuo, que tenía que hacerle frente al miedo. Tenía que ser valiente, armarme de valor y mirarlo de cara a cara. Me detuve, miré a una y otra parte y me hallé solo en medio de la noche. ¿Dónde estaba la sombra que me perseguía? No lograba verla. ¿Se había escondido o había desistido de acosarme y se había ido? ¿Sería aquella sombra la representación del miedo? ¿Habría abandonado su persecución al saber mi decisión de querer enfrentarme a ella? Pudiera ser, pudiera ser... Sentí como una especie de alegría y me envalentoné, como queriendo retar al mundo. Mi pánico se había tornado en coraje, en brío y empuje. Ahora caminaba firme, decidido y abierto. Ningún asomo de tristeza ni de temor se escondía en mi ánimo, estaba ufano y pletórico. Se ofrecía la vida ante mí llena de placeres. Había que disfrutarla sin el temor tener de caer en el pecado. Desenfadado, desenvuelto, alegre iba pensando en divertirme siempre, con los mejores vinos y las más bellas mujeres. De inmediato comprendí que no era sólo una cuestión de mi voluntad, al menos no exclusivamente. Debía de contar con algunos otros factores proveniente del exterior. Deja un sabor amargo después la mujer, cuando tan sólo por placer la compras. La borrachera no distingue la calidad del vino, ni la comida buena cuando la vomitas. Siempre el dinero engaña al que lo tiene en demasía, y al que lo busca ansiosamente. Me senté en un banco, quería reflexionar sobre lo que me estaba ocurriendo. ¿Cómo podía ser que estaba allí, dentro de la ciudad extraña y oscura? ¿Quién era el responsable de mis dudas, de mi presencia aquí, y de mi miedo? Siempre existe una causa que produce un hecho. ¿De qué soy yo la consecuencia última? ¿Quién o qué provocó mi existencia? ¿Debía de ignorar la pregunta y aceptar? ¡Sí, sí, tan sólo cuenta ser feliz! Mas, ¿cómo se consigue la felicidad? Depende de los seres íntimos que te rodean, aunque también, en la mayor parte, de ti mismo. ¿Es esta vida con sus guerras y crímenes el infierno? ¿Dónde está la gloria, dónde está el cielo en el que se encuentra el Dios Todopoderoso? ¿Ha hecho Dios al hombre, o ha creado el hombre a Dios? Dios es el asidero que el hombre ha inventado para evitar en lo posible su caída, cuando incierto camina por este mundo malvado. ¿Cometería un sacrilegio pensando así? ¿Sería un hombre pecador, merecedor del infierno? La duda me horrorizaba, torturaba mi cerebro. La sombra aquella apareció de nuevo. ¿Era la sombra del pecado que remordía mi conciencia irresoluta? ¿Era quizá el reproche callado de mi intimidad? ¿Cómo poder creer en Dios, habiendo tanta injusticia? Yo estaba solo en el mundo frente a Dios. Era sólo mi lucha con la sombra, la sombra que constante me persigue, la sombra que no cesa, que no duerme, que se interpone siempre en mi camino; que me quiere hacer culpable de algo que no entiendo, ni comprendo tampoco su sentido. Será así para el resto de los días de mi vida. La sombra siempre estará detrás de mí porque es una parte substancial de mi ser. No es ni Dios ni el diablo, tan sólo es la sombra de mi duda y mi pregunta, que me acompañará siempre hasta el día de mi muerte, al más allá.

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