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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EN BUSCA DE LA META Dormía el hombre a piernas sueltas. La noche se curvaba en la hondura del desierto. Era la soledad la dueña de la noche. Desnudo caminaba el hombre sin saber a dónde. No sabía si estaba dormido o despierto. Perseguía algo, sin saber qué era. Sólo sabía que debía llegar a la meta, y que ésta era difícil de alcanzar. Era igual que un juego de azar, en donde siempre salen imprevistos. El peligro era siempre latente; podía hallarse escondido en cualquier esquina. De continuo tenía vendida la vida; y no sabía cuándo aparecería la muerte. La muerte era irremediable, libre de toda duda. El juego era alargar la vida lo más posible; aunque fuera en detrimento de otras vidas. ¿Quién inventó éste juego y por qué? El hombre busca y desea saber. Todo estaba rodeado de un gran misterio. La misión que tenía el hombre era llegar a descorrer el velo, para intentar leer el secreto de la existencia. Desconocía el fin, e ignoraba cómo poder llegar a la meta, que por fuerza debía de existir. Constantemente el hombre buscaba por todos los caminos pistas, huellas, indicios... pero nada que fuera determinante hallaba, nada concreto que explicara la verdad. ¿Llegaría alguna vez a encontrarla? La duda es la pregunta que embarga toda esencial verdad. "La vida, ¿qué sentido tendrá?", se preguntaba, y no sabía contestar. No quería aceptar que el sentido de la vida, fuera tan sólo el de vivir, algo debía de existir, algo más debía ser, que no se acertaba a comprender. Ahondó en la tierra el hombre, miró a las estrellas y en el profundo mar. Y descubrió, y comprendió muchas cosas, algunas maravillosas de verdadero interés. La verdad se hallaría tras la muerte, cuando se deje este mundo, pensaban algunos que eran religiosos y creían en Dios. Pero eso no quería admitirlo su razón. Había muchas dudas, mucha incógnita en la existencia de Dios, y también en la meta que había que alcanzar. No se hallaba el sentido de la vida, ni tampoco el porqué tenía que ser así. Quizá hubiera que recluirse en uno mismo, en un hondo, profundo meditar. Había que buscar siempre la felicidad con suma comprensión, por encima de toda adversidad aceptando las cosas como son; pero siempre intentándolas cambiar. Mas el hombre no puede evitar preguntar; aunque no encuentre respuesta; y se imagina una verdad, y termina creyendo el mismo en ella, intentando imponer su dios a los demás. Se despertó el hombre del profundo sueño y creyó haber hallado la verdad. No lo quiso decir a nadie, pues que miedo tenía, no lo fueran a matar.

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