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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EL HOMBRE Y EL GATO Del bar volvía aquel hombre. Ya era de noche. Había tomado unas copas; pero no estaba embriagado. No tenía ningún amigo, ni lo quería. Los amigos podían ser peligrosos. Había que andar con cuidado por la vida. Pasaban los años y él continuaba estando solo. Se recreaba a veces pensando con ilusión en tener una amante con un sincero amor. Sabía que aquello nunca se haría realidad, pero le agradaba a veces soñar. Llegó hasta la puerta de su casa. Los maullidos oyó de un gato; comenzó a restregarse con su pierna. Lo apartó suavemente, sin hacerle más caso. Lentamente subió la escalera. El gato tras él, y se coló en el piso, cuando abrió la puerta. No se había dado de momento cuenta, hasta que lo vio a su lado, estaba junto a él en el sofá sentado. Se dibujó en su rostro una sonrisa. Lo acarició brevemente. Lo cogió, y siendo prudente, con cuidado y sin prisa lo sacó de la casa. Cuando la puerta abrió al otro día, se encontró al gato acurrucado en la esterilla que había a la entrada. Bajó la escalera corriendo, y tras él se fue el gato presto. Cuando volvió a la noche del trabajo, de nuevo se encontró allí al gato. Al verlo otra vez, se extrañó un tanto. Pensó que sus maullidos eran un saludo. Quizá el animal tenía hambre. Los tiempos eran para todos duro. Su dueño debería haberlo abandonado. El gato, como el día anterior, se fue tras él subiendo la escalera. Abrió el hombre la puerta, y raudo pasó el gato y se tendió en el sofá. -Lo siento de verdad, pero no te puedes quedar- dijo el hombre. Lo más que puedo hacer por ti, es darte de beber. Se levantó el hombre y fue a la cocina. Le puso en un cuenco algo de leche, que al parecer el gato se bebió con gran placer, pues nada se dejó. Maulló el gato cuando terminó. Pareció que le hubiera dado las gracias. El hombre lo cogió, y el gato lo miró con sus grandes ojos verdes. Abrió el hombre la puerta y lo puso en el felpudo de la entrada. Se repitió la escena del día anterior, y le acompañó el gato hasta la calle. El gato allí maulló, como si le hubiese dicho adiós. Continuó aquella extraña relación durante muchos días. Se había el hombre acostumbrado al gato, pues le daba compañía. Más adelante descubrió que el gato, era en realidad una gata. Una gata en verdad preciosa, de una rara raza. Después llegó a saber, que era siamés, de un color un tanto azul. Ya no dormía en el felpudo la gata, pues tenía seguro su lugar en el sofá. Se había el hombre acostumbrado a ella. Le dio el nombre de Sofía, y siempre obedecía cuando la llamaba, y era limpia y aseada. Tan contento estaba el hombre con su gata. Que no quería ahora, perderla por nada. Un buen día notó, cuando volvió del trabajo, que la casa estaba arreglada. Todo puesto en su sitio y los cacharros limpios; y también de los muebles quitado el polvo. Cosa de brujería era o cosa de locos. ¿Cómo era posible? ¿Quién había hecho aquello? Procuró estar tranquilo, pensar sereno. -Sofía, ¿qué me dices tú de esto?- preguntó el hombre a la gata, y ésta maulló. Habrá sido igual que en los cuentos, se dijo, un hada que de mí se apiada. Preguntarle pensó a la vecina; pero lo más seguro es, que no supiera nada. Los días se sucedieron, y el arreglo y limpieza del piso, continuaba siendo un hecho. Se lo había contado a la vecina. Y notó por sus gestos que ésta sospechaba, que él no estaba bien de la cabeza. Era en verdad un delicado tema. Tenía un extraño sentimiento, mezcla de miedo y contento. Se acostumbró a aquella anomalía. Pasó el tiempo y un buen día, conoció a una mujer llamada Sofía. Una bella mujer de ojos verdes. Fue en un restaurante. Hablaron y después, pasearon por el parque. Continuó la amistad con aquella mujer, que se fue haciendo cada vez más íntima. La llevó a su casa y cosa rara, es que no se hallaba allí la gata. la buscó por todas partes sin llegar a encontrarla. ¿Qué habría pasado? ¿Dónde estaría? Era su pena grande y lloraba, al ver que se pasaban los días y no volvía. Como podía la amiga lo consolaba. Y se enteró que se llamaba la gata también Sofía. -¡Qué cosa más extraña! Dijo el hombre. Ha desaparecido justo cuando tú has venido. -¿No estás contento con el cambio?- le preguntó su amiga. -No es eso, yo quisiera teneros a las dos, pero si he de elegir entre vosotras, sin tener la menor duda, prefiero tu amor. Se unieron con un beso y se abrazaron. Lo raro de todo aquello, es que el piso jamás volvió a estar por sí solo limpio. Ahora parecía que todo era normal. Se había casado y pronto sería padre. De las tareas de la casa se encargaba la mujer. Lo de la gata había pasado, igual que un fantástico sueño extraño. Pero lo que era aún más misterioso, es que al quedarse sola la mujer Sofía, en la casa durante el día, maullaba como la gata.

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