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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

FRUSTRACIÓN El hombre aquel estaba sentado en un banco. Todos los días se sentaba allí, en el paseo marítimo. Hundido en su pasada vida y recordando... Miraba el mar y el movimiento de sus eternas ondas. ¡Cuánto tiempo había estado navegando! Había visitados muchísimos países cuando era joven, y la vida era fascinante y loca. Se le había pasado el tiempo sin saber cómo. Mayor ahora, se encontraba solo. Desearía, la verdad es que soñaba con tener una buena mujer a su lado. Poco consuelo era en la vejez vivir tan sólo de recuerdos. Ni siquiera tenía un amigo; tan sólo conocidos que frecuentaban el bar donde a veces iba a tomar una cerveza. -Hola. ¿Que tal? Y de ahí casi nunca se pasaba. Ninguna charla interesante, ninguna idea sobre la ciencia o el arte. Ni de Dios se hablaba ni del diablo. Aunque había momentos en que sí mucho se hablaba de mujeres y fútbol, y algún que otro chismorreo y bulo; y alguno que también decía lo bien que le vendría, si tocarle pudiera la lotería. En el paseo marítimo, desde el banco en donde siempre estaba, venía observando últimamente una mujer sentada cerca de él. Era sin la menor duda bella; de una edad indefinida. ¿Estaría como él, enfrascada en sus recuerdos? ¿Tendría un pasado misterioso, y quizá un futuro más que incierto? él podría ayudarla, pues tenía unos ahorros. La fantasía se expandía por su mente, cosas pensando incongruentes y dislocadas, altamente extrañas. Quería acercarse, dirigirle la palabra; pero no se atrevía. Se decía, quizá otro día. Pasaba el tiempo y él se consumía de deseos de estar junto a ella. Comprando la vio un día en el mercado. Esperaban su turno en el mismo puesto. -Yo la conozco- se atrevió a decirle él. -Del paseo marítimo. ¿No es cierto? Contestó ella sonriente. Compraron. Después él se ofreció a llevarle el cesto. él supo que ella se llamaba Helena, y ella que él era Ernesto. Desde aquel día se sentaron en el mismo banco y largamente charlaron. El hombre se sentía muy feliz y le hizo a ella algunos caros regalos. Tenía él en ella una confianza plena. Y un día incluso a hablar llegaron de contraer matrimonio. Ya se veía él, de aquella mujer siendo esposo, y tenía una inmensa alegría. Pero vino el fatídico y triste día, en que sintió una gran desilusión, pues desapareció Helena de un día a otro, y con ella también todos sus ahorros.

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