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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EL INCAUTO ENAMORADO Paseaba el joven aquel siempre por el mismo camino. Y solía pararse delante de aquella casa, quizá con la esperanza de volver a ver a aquella mujer bella que vio en cierta ocasión. Nunca se le apartaba de la cabeza. Era una mujer fascinante, morena, de unos profundos ojos negros y una mirada intensa de fuego. Aquella casa en la calle estrecha, de aquel barrio del casco viejo. Ahora no sabía si fue verdad o ilusión aquella aparición. Pero él insistía, parecía que fuera un deber prescrito; andando siempre hacia el mismo destino y llegar a sufrir la misma desilusión, al no verla de nuevo en la puerta de aquella casa vieja. Un día de repente vino la sorpresa, y la vio allí, hablando con otra mujer. ¡Era tan bella! Se quedó parado mirándola obsesionado, boquiabierto y en silencio. Ella miró, maravillosa y sonriente, hacia donde él estaba. Creyó que era a él a quien miraba; más que creerlo estaba seguro de que ella también por él se interesaba. Se marchó la mujer con la que hablaba y ella se quedó allí, en la acera, sola. Parecía esperar algo, como si aguardara a que él se decidiera y se acercara. A él le pareció que ella le guiñó un ojo. ¿Sería sólo cosa de su imaginación? Lo cierto fue que ella insistió y además del guiño también le sonrió de un modo sugerente. No podía creerlo, no quería darle crédito a aquello que pasaba. ¿Estaría soñando? No, era cierto, era verdad, era la realidad pura, la felicidad. No quiso más ponerlo en duda y se acercó a ella decidido. Le diría que estaba, desde hacía tiempo, loco por su amor, por su belleza perdido. -Ven, que te haré feliz por poco dinero- dijo ella. -¿Dinero?- repitió él. -Sí, tan sólo cincuenta euros. Un jarro de agua fría le cayó del cielo. No supo qué decir, ni qué hablar. Se dio media vuelta y comenzó a andar despacio y triste, dirección a su casa. -¿Qué pasa?- preguntó ella- pero no obtuvo de él respuesta alguna.

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