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© Rodrigo G. Racero



Poema

Rodrigo G. Racero

EL ACCIDENTE Más que correr el coche volaba y adelantaba a todos por la autopista. Los jóvenes aquellos llevaban prisa por llegar a la fiesta del pueblo. Iban alegres todos y contentos. Recién sacado el carné tenía aquel que el coche conducía. -Correr no deberías como un experto- le dijo su compañero con cierto deje de ironía. -Sí, aún no tiene suficiente práctica- la chica comentó, que detrás estaba. -¿Qué es lo me queréis decir, que no os fiáis de mí?- Comentó el conductor llamado Diego-. Me estáis confesando que tenéis miedo. Tranquilo os podéis quedar, que me siento seguro de lo que hago y digo; pues tengo en mí mismo confianza. -Nadie lo pone en duda, pero siempre es mejor andar con precaución. ¿No te parece?- dijo la chica guapa, desde el asiento de atrás. Era la novia de su amigo, pero él la quería. Los dos la habían pretendido, hacía ya tiempo. Y nunca comprendió porqué prefirió al otro. Uno que nada tenía. -Quizá tenga ardientes deseos por ver a su amiga la bella campesina que le espera. -Es sólo conocida Juan. No te quieras burlar- contestó Diego. -Es verdad que no es guapa, pero tiene dinero- comentó Juan divertido-, y es por lo tanto interesante si tener se la puede como amante o, porqué no, con ella casarse. -Tampoco es la mujer tan fea- la chica opinó, que se llamaba Adela- yo la veo incluso atractiva. -No me digas cariño. Pero bueno, no está mal para Diego- dijo Juan riendo. -¿Piensas que no merezco algo mejor? Tengo dinero y ahora coche. Cualquier chica estaría loca por mi amor, y no irse con quien es pobre. -¿Crees acaso que tan sólo es el dinero, lo que decide el amor de una mujer; que todo es interés y convenio? Eso no tiene nada que ver con amar de verdad- dijo Adela. -Sé que lo de ser pobre lo dices por mí. No tengo coche ni carné de conducir. Pero tampoco sois vosotros millonarios; y aunque te parezca extraño, se decidió Adela por mí. En ese justo instante pasó raudo como una flecha, un coche adelantando a Diego. -Mira como te ha pasado ese cansado pato. -¿Cansado pato dices? ¡Va como un diablo!- dijo Diego algo picado, al tiempo que pisaba a fondo el acelerador. -No seas alocado- dijo Adela temerosa- déjalo ir, tú no puedes con él competir. Pero Diego no hizo ningún caso y dio gas para adelantar, al que le había pasado. Iba el otro demasiado rápido, y a Diego empezó a darle miedo, jamás había ido a tal velocidad. La carretera parecía que se acababa. El otro coche había desaparecido. Venía sin lugar a duda una curva. Pensó, ¿sería más abierta o más cerrada? Miró el cuentakilómetros, ciento setenta veía que la aguja marcaba. Más que miedo sentía Diego pánico, y esto le hizo dar una brusca frenada, que al falso giro del volante, le sacó de la calzada, y vino a estrellarse contra un árbol. Hubo un momento de silencio en el que nadie hablaba. ¿Estaban inconscientes o estaba muertos? Los tres sangraban a pesar de llevar el cinturón puesto. Alguien que vio el accidente llamó a la policía, que vino inmediatamente. También presente la ambulancia estaba. De los tres ocupantes se oyeron los quejidos que a Dios gracias habían sobrevividos. El coche se quedó para el desguase. Y para Diego fue aquello un escarmiento. Adela consideró que su novio y su amigo eran culpables; pues Diego se picó por las palabras de Juan, ya que por ella había cierta rivalidad. Entre ellos perdieron la amistad, y nunca se volvieron a hablar; aunque por suerte se libraron de la muerte, no siempre suele así pasar.

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