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© Rodrigo G. Racero



EL CUENTO SOÑADO


EPÍLOGO

I Pasaron unos días desde aquel más que confuso, misterioso sueño túrbido. No sabía cómo actuar. Seguía Orada dentro el pensamiento. Quería recordar su bella imagen. Me embargaba un extraño sentimiento, cual si fuese culpable de algo raro, vago, impreciso, quizá dejamiento o negligencia oculta por mi parte. Tal vez fuera el amor, que en el sueño nunca llegó a poder manifestarse pleno, era un ideal más que inconcreto, así su rostro todos y ninguno en cada instante era, en el mismo tiempo. ¡Amor jamás hallado en la vida! La belleza la forma el pensamiento, que crea y se recrea imaginando, y queda siempre insatisfecho anhelo. Quise dormir, estaba muy cansado. Quizá pudiera verla por el sueño.







II Desperté sin saber qué había soñado. En mi alma se albergaba la tristeza. Por la ciudad deambulé sin rumbo. A la estación llegué, de gente llena. Trenes vi que llegaban y salían. ¡Estaba de repente ante mí, era ella! No quería creerlo y tuve miedo. Era increíblemente real y bella. Llamarla quise, mas callé al momento. Esa elegante joven tan moderna, pensé, era sin ninguna duda Orada. Me debía arrimar de tal manera que me advirtiera, y ver qué sucedía. De frente me acerqué, despacio a ella, y en sus profundos ojos me ahondé. Me miró sorprendida y satisfecha. ¿Era también la vida quizá un sueño? Guiados por una irresistible fuerza nos abrazamos, reímos y lloramos. Y la felicidad al fin, fue nuestra.
FIN




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