I
En el salón entraron de repente
dos mujeres, bellísimas gemelas.
Dijo una: «¡Deteneos! ¡Qué haya paz!».
Y la otra dijo: «¡A muerte la pelea!».
Apartarme con tiempo justo pude
de la cobarde acción, vil, traicionera,
que indigna era en verdad, de un general.
Al par todos giramos la cabeza
por la entrada de aquellas sorprendidos.
Adur se levantó y dijo: «¡Cojedlas!».
Se quiso aprovechar de mi descuido
de nuevo el general, y por sorpresa
intentó atravesarme con su espada.
Lo evité, pues pendiente, estaba alerta,
y de un tremendo golpe le abrí el vientre.
Todos gritaron, de alegría o pena.
Tras Vera y Mara fueron los soldados.
Sin saber cómo, se esfumaron éstas.
«Siento que con la muerte haya pagado
Kali, su atrevimiento y su ofensa».
II
Les hablé a todos los allí presentes:
«Luchar hasta la muerte prometimos,
palabras dichas por el mismo rey.
¡Qué si el poder que ostenta él, es divino,
dije indicando al soberano, tiene
que cumplir, su deber es y destino!
Por otra parte Esiri tiene miedo,
pues aquí dos derrotas ha sufrido».
«¿Existe forma alguna de vencer?»,
uno me interrogó de los reunidos.
«En verdad que no puedo asegurarlo,
difícil es. No darnos por vencidos,
ahí están todas nuestras esperanzas.
Quizá, aunque no estoy muy convencido,
la bruja aconsejarnos bien pudiera».
«¿Eres acaso de una bruja amigo?»,
me preguntaron todos extrañados.
«No, ella me obligó entrar a su servicio».
Pero si lo pactado cumplir debo,
pensé, he de continuar por fuerza vivo.
III
«Tomar contacto intentaré con ella.
Tal vez nos pueda dar la forma o clave
de cómo hacerle frente al enemigo».
«Si consideras eso interesante...
Pero, ¿por qué no llamas a tu amigo
<Todonada> mejor?, dijo el rey grave.
Le prenderemos fuego a la ciudad,
añadió, antes que caer por el infame
de Esiri derrotados. Vueltas daba
nervioso. ¿Dónde está el mágico sable
que nos daría la victoria?», dijo
con ironía y a la vez mirándome.
«No da mi sable abasto a matar tantos
como crecen, pues, ¿quién imaginarse
podía semejante cosa, dime?
Aparecer podría en un instante
mi amigo <Todonada> y ayudarnos,
pero no está en mi poder ordenarle».
«Llama a la bruja, hay que probarlo todo,
dijo Orada, antes de que sea tarde».
IV
A llamar pues me decidí a Sagara.
La caja abrí delante los presentes.
Maravillados todos se quedaron,
que contemplaron como un ser viviente
había en la pantalla reflejado.
«Está sin estar, pero habla y se mueve»,
dijo uno, y otro dijo: «Este es un mago».
Chilló la bruja y con voz impaciente
preguntó: «¿Has conseguido las manzanas?».
«No, y aquí donde estoy ronda la muerte.
Y lo pactado solamente haré,
si de esta situación sacarnos puedes».
«Tan sólo a ti podré salvarte, Sauri.
¿Por qué te alías con personas débiles?»,
intranquila y molesta contestó.
«A todos nos has de salvar si tienes
poder para ello, pues para mí sólo,
ninguna falta hacía de ponerse
en contacto contigo. ¡Vamos, pronto,
decide de una vez ya para siempre!».
V
Estuvo sin tardar allí presente.
Volando vino en un enorme rocho.
Mandó se construyeran cinco torres.
Unos extraños seres llamó al poco
y dirigieron ellos los trabajos.
Eran de piel azul y eran hermosos,
con los cabellos blancos y ojos negros.
La labor empezamos como locos.
«Tenemos que acabar con rapidez,
que los chabridos se duplican pronto»,
dijo Deferle, pues espiando supo
que en atacar ya, tardarían poco.
No nos quiso decir la vieja bruja,
aunque rogándole estuvimos todos,
cual el objeto era de aquellas torres.
Estaba cavilando más que absorto
en aquellos extraños artefactos:
Eran grandes, por dentro muy espaciosos.
Cuadros de luces, llaves y resortes.
Todo era de un aspecto misterioso.
VI
Cuando al fin terminado quedó todo,
pasaron los azules hombres dentro,
y por último entramos ya nosotros.
Habló Sagara y todos en silencio
escuchamos atentos sus palabras:
«Nos alzaremos por el aire al cielo,
al instante que Esiri atacar venga.
A merced desde arriba los tendremos.
¡Ninguno quedará de ellos con vida!».
El rey Adur dijo: «Comprender no puedo
que vuelen estas torres como pájaros».
Se mostraban allí todos incrédulos.
Uno dijo: «Si alguno logrará huir,
la misma historia aquí, tal vez tendremos».
«Desde el aire podremos perseguirlos
y huyan donde huyan, siempre lo veremos»,
le contestó Sagara algo impaciente.
«De una vez para siempre venceremos,
dije, si es cierto lo que nos explicas,
gracias debemos dar, y estar contentos».
VII
Todo llega, y llegó el día del ataque.
Maravillados todos se quedaron
al ver flotar las torres en el aire.
A prudencial distancia retirado,
delante la ciudad parado estaba
con temor el ejército extrañado.
Esiri desconfiaba y no sabía
si la orden dar del decisivo asalto.
Nosotros esperábamos atentos,
dentro de aquellas torres observando
todos los movimientos enemigos.
Al galope tendido los caballos
pusieron de repente los guerreros;
mas sólo la mitad nos atacaron.
El miedo hizo a Esiri ser prudente.
Las torres se movieron y avanzaron
por el aire al encuentro de la tropa.
Piedras con hondas, flechas desde abajo
inofensivamente nos tiraban,
que hacernos no llegaban ningún daño.
VIII
Los dragones de Esiri vomitaron
con voz de trueno, fuego por sus bocas,
que tampoco lograron alcanzarnos.
Sus figuras terribles, espantosas,
daban terror tan sólo contemplarlas.
El mando de las torres misteriosas,
los seres de color azul llevaban
con precisión y una frialdad pasmosa.
Uno giró una llave y salió fuego
de nuestra torre. Así ocurrió en las otras:
Los infernales rayos acabaron
con la mitad de la enemiga tropa.
En pánico los otros escapaban.
Ninguna salvación había ahora
para aquellos guerreros invencibles.
Por la fuerza del rayo hasta las rocas,
dragones, hombres y caballos fueron
por el aire esparcidos de tal forma,
que muertos ocuparon la llanura,
teñida toda por la sangre roja.
IX
Las torres perseguían a los pocos
que espantados, aún vivos estaban.
Se posaron después sobre la tierra,
y cuando al salir vimos tal matanza,
dijo Adur: «He salvado mi corona,
que nunca más de esta derrota se alzan».
El cadáver mandé buscar de Esiri.
Tres días se empleó en búsqueda vana,
pues no se pudo hallar por parte alguna.
En bandadas los buitres se acercaban
de nuevo, ante un festín tan abundante.
La gente por doquier rumoreaba
que había vuelto Esiri a escapar.
Unos guerreros de la tribu Chabra
se habían quedado escondidos
en un lugar secreto, en la montaña.
Aunque siempre ganábamos la guerra,
segura era la próxima batalla,
y continuar así en la eternidad,
que guerrear es condición humana.
X
«¿Cuándo acabará ésta eterna guerra?»,
preguntó Orada en tono de reproche,
y clavó en mí sus grandes ojos negros.
«Contigo estoy en que acabe muy conforme.
¿Soy acaso de que exista el responsable?».
«Ignoro hasta qué punto desconoces
el poder que tu influencia en verdad tiene,
o quizá cualquier cosa se interpone
y te hace no ser fiel a tu promesa».
«A comprender no llego las razones
que te impulsen hablarme de tal forma.
¿Promesa de qué, cómo, cuándo y dónde?
No sé qué pueda suceder ahora.
Esiri siempre logra huir y se esconde».
«Será mejor tratar pues de buscarlo
aunque haya que escrutar todos los montes,
en vez de continuar aquí inactivos.
Dile a Adur que mande algunos hombres
expertos que investigen el terreno,
hasta por el más hondo de los bosques».
XI
Nos propuso la bruja que dos torres
se alzaran y observaran mejor todo
el terreno, mirando desde lo alto.
¿Dónde se encontraría el misterioso
lugar que al enemigo cobijaba?
Se tenía que actuar, empezar pronto,
para no darles tiempo a procrearse.
Partimos pues volando, allí tan sólo
quedaron, para defender la ciudad,
escogidos soldados valerosos.
Bosques, montes y llanos recorrimos
sin rastro advertir de ellos nuestros ojos.
Tras una búsqueda extenuada, inútil,
tuvimos que tornar rendidos todos
y sin más aceptar nuestro fracaso.
No se quedó Sagara, ni tampoco
se pudieron quedar los raros seres
que crearon aquellos prodigiosos
aparatos, capaces de volar.
Nos encontramos pues de nuevo solos.
XII
No había más remedio que esperar
que volviera atacar el enemigo.
Sería pues la guerra interminable,
como una maldición o bien castigo
a la que nos hubieran condenado
los dioses, por algún desconocido
motivo que escapaba a la razón.
Unos hombres habían aprendido
el manejo de aquellos aparatos,
siempre Esiri sería aquí vencido
si atacaba, mas nunca exterminado,
pues lograban algunos quedar vivos
de sus guerreros, en el monte ocultos.
Se marchó disfrazado de mendigo
Deferle, a intentar algo saber
del paradero donde los chabridos
tenían el lugar para procrearse.
El pueblo entero estaba entristecido
al haber enterrado tantos muertos
de seres allegados y queridos.
XIII
Sagara me advirtió al marchar diciendo:
«Quiero que las manzanas de oro traigas.
Te doy el máximo plazo, todo un año,
si no, cumpliré justa mi amenaza,
si a cumplir no llegaras tu promesa».
Fría de corazón era, inhumana.
No me quería ir sin que hubiese paz
en la ciudad sufrida de Karama.
Pasó dos meses y volvió Deferle.
Había descubierto en la montaña
el secreto lugar de los chabridos.
Se procreaban al beber el agua
de un manantial oculto entre las rocas.
Eran muchos, y pronto ya tramaban
iniciar por sorpresa un nuevo ataque.
Durante todo el tiempo me esforzaba
pensando una posible solución,
mas mi mente vacía nada hallaba.
«Será mejor salir a combatirlos»,
dijo con clara decisión Orada.
XIV
«No lograremos de esa forma nada.
Un modo hay que buscar total, completo,
de matarlos a todos; bien seguro
de que ninguno quede bajo el cielo.
Sólo así se podrá acabar la guerra»,
airado dijo Adur. Se alzó al momento
vueltas dando de un lado para el otro.
«Quizá se pueda echar algún veneno
en el agua que beben y se mueran»,
dijo Orada. «¿Mas quién se atreve hacerlo?,
le preguntó Deferle. Es peligroso
allí acercarse sin ser descubierto;
de no ser visto, gran suerte he tenido».
«¡<Todonada>! Su ayuda echo de menos,
me lamentaba. ¿Qué poder hacer?».
«Hazlo venir, que el poder tienes de ello»,
dijo de un modo misterioso Orada.
«Te equivocas, no tengo poder de eso».
Por algo especial todos me tomaban,
sin saber comprender la causa de ello.
XV
No sabía por qué, pero era claro
que en mí ponían toda la esperanza
de salir victoriosos de la guerra.
Mas, lo que más de todo me extrañaba,
creyeran en verdad podía hacerlo.
Todos, incluso hasta la misma Orada
estaba convencida y bien segura,
que todos mis deseos se lograran
si a concentrarme en ello me ponía;
así vendría al acto <Todonada>
que librarnos podría de la guerra.
Me retiré pues solo a una estancia
para pensar despacio en todo aquello.
Profundamente meditando estaba
cuando al pronto irrumpió allí el rey Adur
gritando: «¡Sauri, raptado han a Orada!
¡Un ave enorme, la ha llevado al cielo!».
Temblorosa la voz y la faz pálida
tenía, se le veía muy asustado,
pues temía partiera por tal causa.
XVI
«¿Pero por quién y cómo fue posible
que ocurriera tal cosa ante vosotros?».
«No se pudo evitar, nos sorprendieron,
llegaron de repente y de tal modo
la arrastró el pajarraco con sus garras,
que cuando acordar fuimos, vimos sólo
como de nuevo ésta ya, el vuelo alzaba
y Orada en pánico pedir socorro.
Tres magos sobre el ave se encontraban
y a reírse empezaron como locos
al tiempo que arrojaron un mensaje».
Me lo entregó, se le veía un poco
turbado y evitó mirarme fijo.
El pergamino abrí y leí con asombro:
«Nunca jamás verás de nuevo a Orada,
si no entregas las dos manzanas de oro».
«¿Qué pasa?». Demandó intranquilo el rey.
«De momento no sé. En verdad que ignoro
quienes son. Nombran aquí sólo el precio
del rescate por ella, y eso es todo».
XVII
«¿Y cual es ese precio?», preguntó
de nuevo Adur, de cierto interesado.
«Exigen dos manzanas, pero de oro.
Probablemente te parezca raro;
son varios los que buscan las manzanas:
Sagara, el tío de Orada y esos magos».
«Pero, ¿qué clase son, di, de manzanas?».
«En verdad que no sé, ni veo claro
el objeto que tenga el poseerlas».
«Es posible que sean algo mágico».
«Ahora me parece recordar
que me vino Sagara a decir algo
sobre la duda que en el mundo existe,
al no saberse bien qué es bueno o malo.
Para ello necesita esas manzanas».
«¿Dónde están,en qué parte o en qué lado?».
«En el jardín están de las Hespérides».
«Peligroso lugar y muy lejano».
«Seguro, más partir debo hacia allí,
prepararé mi marcha más que rápido».
XVIII
«Abandonados pues aquí nos dejas».
«Por vosotros ya nada puedo hacer».
«Atacarán las huestes del rey Esiri».
«¡Pero jamás podrán ellos vencer!».
«¡Ni nosotros tampoco venceremos!
¡Siempre en guerra, sin paz nunca tener!
¿Seguro tomas esa decisión?».
«¿Crees acaso tengo algún poder
especial para que las cosas cambien?».
«Nuestro destino es, si te vas, perder;
que el enemigo es en verdad eterno,
y cerca está y es débil la vejez.
¿Por qué no haces venir a <Todonada>?
Él nos puede ayudar con su saber».
«Ignoro por completo dónde está,
y para algo mandarle no soy quien».
«Tú nos has prometido la victoria».
«También os dije había que creer
en ella, sin la más mínima duda.
Con desconfianza no podréis vencer».
XIX
«Seguiremos así pues peor que antes.
¿Y tu promesa de ayudar al pueblo
contra la tiranía del rey Esiri?».
Algo en mí se movió y el pensamiento
me dijo: «<Todonada> vuelve a ti».
Entonces, en aquel justo momento,
vi una serpiente ante mis pies moverse.
Se levantó ésta desde el mismo suelo,
se convirtió en un hermoso joven.
«Según es tu deseo vengo a tiempo»,
me dijo <Todonada> muy sonriente.
«¡Al fin! Gracias a Dios que ya a mí has vuelto,
pues necesito de inmediato ayuda».
«A tu servicio estoy, si algo hacer puedo».
«Hay que vencer a Esiri para siempre,
y a Orada salvar sin perder tiempo».
«Bien, creo que Deferle sabe el sitio
donde están; pues vayamos a su encuentro
y el lugar rodeemos, que no puedan
en absoluto alguno escapar de ellos».
XX
«¡Vamos pronto, pongámonos en marcha!
Tenemos que cogerlos por sorpresa.
Después iremos a salvar a Orada».
Partimos, la atención en todo alerta.
Íbamos por lugar desconocido
y por Deferle guiado con presteza.
Llegamos tras cruzar bosques y llanos
a la montaña ver rocosa y negra,
en donde los chabridos se ocultaban.
«Advertido ya habrán nuestra presencia»,
dijo Deferle, estaba algo asustado.
«Será una dura, encarnizada guerra»,
comentó un general de Adur, muy serio.
«<Todonada> con éxito la empresa
terminará sin más lugar a duda,
pues en su mano están poder y fuerza
para llevarnos hasta la victoria»,
dijo Adur. Rodeábamos aquella
peligrosa montaña, cuando al pronto
una lluvia arrojáronnos de flechas.
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