Portada
© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 10

I Nos escudamos, disparando al tiempo nuestras flechas sin ver al enemigo, y se perdían éstas por el aire. «De esta manera estamos bien perdidos», dije, y miré hacia <Todonada>, mas no lo encontré, de nuevo habíase ido. Quedé desconsolado, cuando al pronto advertí por el cielo un raro ruido: Un pajarraco enorme que volaba con vuelo majestuoso y muy preciso, comenzó a emitir un rayo azul, que uno tras otro a todos los chabridos en estatuas de piedra los tornó. De estatura quedaron reducidos éstos, como muñecos de juguete. Con alegría dio Adur un gran grito y todos se pusieron muy contentos. Estaba claro habíase vencido difinitivamente al rey tirano al estar derrotados los chabridos. II «Habrá que asegurarse de que todos muertos están o ha escapado alguno, el general dijo, no dando crédito a lo que sucedía. Nos propuso: Investiguemos lo que aquí ha pasado, pues que lo admita la razón es duro, y de si estoy despierto o bien soñando, es la verdad que ahora ya lo dudo». «No se puede dudar de <Todonada>», dijo el rey Adur con gesto un poco brusco y un tanto de desprecio en la mirada. «De cierto nos libró de un gran apuro, dije, pero busquemos por si acaso alguien entre las rocas quedó oculto. Todo el terreno inspeccionamos mas, por mucho que buscamos a ninguno de ellos con vida allí, encontrar pudimos. Al que debemos de buscar seguro es al más peligroso de ellos todos, el rey Esiri, que bien huir éste pudo».






III «¡<Todonada>, llamé, vuelve aquí presto! Y sentí que la rabia en mí subía. Si de nuevo la fuga logró Esiri, después de tanta lucha, espera y días, me ha desilusionado tu poder». Apenas fueron mi palabras dichas, un hombre apareció robusto y fuerte que una estatua en sus brazos mantenía. En pie la puso y vimos que era Esiri, pues su misma estatura y faz tenía. «De ti había dudado, disculpame, le dije, y en verdad que lo sentía, pues con su ayuda siempre contar pude. ¡Rápido, hagamos una fosa, aprisa, y enterremos en ella a los chabridos! Como testigo de esta maravilla la estatua del tirano rey pongamos sobre ésta, como muestra de desdichas». Así lo hicimos y después partimos, en el rostro de Adur una sonrisa. IV ¡Tamare! De repente pensé en él. ¿Dónde estaba? ¿Sería muerto o preso? A <Todonada> pregunté y me dijo: «Si tú lo ignoras, ¿quién podrá saberlo?». «Pienso que tú podrás averiguarlo». «Si es ese tu deseo, pues de acuerdo». Pensativo quedé al oírlo así hablar. «¡Márchate a indagar y vuelve presto!», le grité, y advertí al pronto mi enojo. Algo extraño pasaba en todos ellos. Pensaba: ¿Qué tendrían en mi contra? Creí notar un tono de desprecio en las palabras del rey Adur, que dijo: «No comprendo que tengas el deseo de saber el destino de Tamare, darlo sencillamente ya por muerto, que fue después de todo tu enemigo». «Mas, por el rey ha luchado todo el tiempo y respeto merece su lealtad. Digno hay que ser con él, honesto y serio».






V Después de un rato se acercó Deferle y con confidencial acento dijo: «Perdona, pero, ¿no te olvidas de algo?». Lo miré y vi que estaba muy intranquilo. Con alguna extrañeza pregunté: «Dime a qué te refieres, buen amigo». «¡Hombre! Te has olvidado pues de Orada, ya que de <Todonada> has desistido por mandar a buscar a ese Tamare. Su presencia es factor muy decisivo para cumplir con éxito la empresa de Orada rescatar de esos malditos magos que la raptaron. ¿Lo olvidaste?». «Tienes razón, se encuentra ella en peligro y debemos correr para librarla, evitando que tenga un mal destino». «El destino tendrá que tú le des», me contestó irritado, un poco altivo Deferle. No entendía por qué causa tomar quería por ella partido. VI Tras penosas jornadas arribamos a Karama. Ciudad que estaba triste, quebrantada, enlutada por sus muertos. Me acerqué hasta el rey Adur para decirle: «Tenemos que buscar al rey Elidor». «¿Por qué te empeñas Sauri, por qué insistes? Elidor creo que se ha vuelto loco. Eso es lo que por todas partes dicen». «No podemos estar de eso seguro. Está por otro lado su hijo el príncipe que un día reinará sobre Eruland». «Te oigo, pero paréceme imposible que creas, voy a ceder en mis derechos». «¿Qué derechos? No sé, mas increíble es te atrevas hablar de tal manera, que de no ser serio, debía reirme. No has perdido el reinado de tu pueblo, y gracias debes darme por que vives, que si por mí no hubiera sido, muerto serías o bien preso, ¡y eres libre!».






VII «Lo más seguro es que hayan muertos todos: El rey Elidor, el príncipe y Tamare», dijo Adur, y añadió con timidez: ¿Por qué he luchado? ¿Cual es pues mi parte en el botín de la victoria nuestra?». «Tu pánico al rey Esiri era muy grande. Deseas su poder, lo crees muerto, mas no mató tu espada al miserable, no debes de estar cierto de su muerte. El mal no muere, se alza a cada instante». «No insinuarás que aún esté con vida». «Dime: ¿Has visto tú acaso su cadáver?». «No, convertido se quedó en estatua». «Quizá fuera ilusión o malas artes de algún espíritu maligno o dios». «Obra de <Todonada> fue, constante su poder y su magia segura es, pues también tú, mejor que yo lo sabes». «Cierto, pero tampoco él vence al Mal. Ante un poder, hay siempre otro más grande». VIII Esperando llevaba algunos días volviera con noticias <Todonada>. Al fin apareció trayendo al príncipe, pues nadie más con vida en la montaña quedaba, todos eran hombres muertos. «En una cueva oculto se encontraba, desde que los soldados del rey Esiri los derrotara tras corta batalla, nos dijo <Todonada> breve y serio. Ha sido protegido por un hada». Flaco, con los vestidos destrozados, el miedo reflejado en la mirada, se hallaba el pobre ante nosotros solo, con una desconfianza pura, innata, rumiando sabe Dios qué pensamientos. «¿Quienes sois?», preguntó con voz cansada. «Te encuentras entre amigos, nada temas. ¡Esiri está vencido! Esta es tu casa. Gobernarás al pueblo como rey. Recupera tus fuerzas. ¡Ten confianza!».






IX Me dirigí al rey Adur para decirle: «Aquí estarás el tiempo necesario, en tanto Kadibar se recupera y coger pueda de su pueblo el mando. Pasó la pesadilla de la guerra. Con Kadibar el príncipe harás pacto de no agresión, y viviréis en paz. Después de que éste sea coronado presto a Sicón de nuevo marcharás, para regir feliz en tu palacio. Libre será el comercio entre vosotros y los otros países más lejanos. He de partir para librar a Orada del maldito poder de los tres magos». Salí de madrugada, solo y triste, sin compañía más que mi caballo. La congoja mi espíritu invadía. ¿Adónde ir, dónde dirigir mis pasos? ¿Cual sería el poder de las manzanas tan deseadas por la bruja y magos? X Ardua tarea era poder robarlas. Si acaso me ayudara Cori el genio a llegar al jardín de las Hespérides, sería así más fácil el intento, pero no podía otra vez llamarlo, lo había prometido hacía tiempo. <Todonada> se había vuelto a ir y me encontraba ahora indefenso, como nunca jamás lo fui en mi vida. Todo era muy confuso, el pensamiento se esforzaba en poner clara la idea. Tenía a veces un presentimiento extraño, y parecía era irreal lo que pasaba en torno a mí, incierto, como si le pasara a otro ser, ser ficticio surgido de algún sueño. A descansar paré. Estaba el sol alto. El paisaje era montañoso y bello. ¿Cómo poder averiguar el sitio donde estaban los tres magos aquellos?






XI Del genio del espejo me acordé al contemplar los imponentes montes, y sentí mucha pena y también rabia. Ayuda no tenía ni soporte donde encontrar pudiera algún consuelo. Nadie tenía a mi favor, dios ni hombre que me mostrara el buen camino justo. Casi sin advertirlo, se hizo noche. La luna era de plata y las estrellas tenían un fulgor raro de cobre. Me propuse dormir, pero no pude, pues empecé a oír extrañas voces, como si alguien quisiera decirme algo. Al pronto oí con claridad mi nombre, en los espíritus pensé con miedo. De repente se oyó sonar tambores, la música era bella y la canción fascinaba, figuras de colores me rodeaban, de formas cambiantes. Preso estaba de intensas emociones. XII De la canción palabra no entendía, pero era seductora a mis oídos. Una inquietante sensación noté súbitamente, un algo que impreciso, indefinible, me embargaba el ánimo. Creía que mi sino era maldito. Se apoderaba lenta en mí la idea: ¿Qué quería en el mundo de los vivos? «¡Ven!, descansa, abandona; entra en mi reino». ¿Quién me hablaba?, quizá era algún espíritu de los que alrededor de mí danzaban. Me alcé, tenía un pensamiento fijo: Fin pondría a mi vida en este instante, no tenía mi vida así sentido; andando por el mundo agitado, persiguiendo ilusiones, combatido por los reveses del destino siempre. Me acerqué poco a poco al precipicio... cuando en el último momento fue alguien a interponerse al pronto en mi camino.






XIII «¡Detente, Sauri, dijo, que perder la vida no resuelve los problemas!». Llevé un gran sobresalto, pero dije: «¿Quién eres tú, que aconsejarme llegas? ¿Qué importa, si morir después o ahora?». «¿No me conoces? ¡Mírame, estoy cerca!». Escudriñé muy atento la distancia, mas nada distinguía en las tinieblas. Una despreciativa risa sólo se oía, y una voz dijo: «¡Qué esperas! ¡Vamos, salta al encuentro de la muerte!». La misma voz que a retenerme fue, era la que quería ahora me matara. Se despertó la duda en mi conciencia, di no obstante otro paso hacia el abismo. Pensaba: la otra vida, ¿es o no eterna? ¿Morirá acaso con el cuerpo el alma? Junto a mí advertí al pronto una silueta. Me retuvo una mano y la voz dijo: «No te abrirá la muerte aún su puerta». XIV «Deja al hombre, que está desesperado y no encuentra placer en esta vida», se oyó de nuevo hablar la voz aquella, y contestó la misma voz: «¡Me irritas! ¡No ves qué no llegó de morir su hora!». «¡Que prosiga su vida pues maldita, buscando una ilusión llamada Orada, que su felicidad está perdida!». Me vino a la memoria Vera y Mara, las dos la misma faz y voz tenían, y se hallaba entre ellas la duda eterna, por lo que así, de siempre discutían. Existe pues el Bien y el Mal, pensé, en los espíritus. «Ningún enigma se abre antes de su tiempo», habló una de ellas. Lo que pensaba, siempre lo sabían. Mi alma estaba desnuda ante el saber que tener demostraban. Por desdicha para mí, no podía liberarme de su constante estar dentro mi vida.






XV Entre las dos me alzaron al espacio. Se esfumaron después en un instante, y me sentí en la inmensidad flotar. Estaba suspendido en el aire, incapaz de poder hacer alguna cosa. ¡Una situación desesperante! No me caía, no avanzaba, sólo estaba allí, con miedo espeluznante; como un grotesco objeto me mecía dando vaivenes de una a otra parte. Era una oscuridad total, completa y absoluta, el silencio era agobiante. Me parecía ahora ser llevado a una velocidad impresionante, a un lugar más lejano que la muerte. No conseguía recordar la imagen de ningún ser querido; mi memoria no ahondaba el recuerdo, impenetrable, vacío estaba el pensamiento, en blanco la mente, mas mi esfuerzo era constante. XVI De algún lugar debía proceder. Discernía y me daba cuenta plena de mi existencia, mas, ¿hacia dónde iba, qué razón, preguntaba la conciencia, existe para andar por este mundo, y qué suerte me aguarda o qué sorpresa? Sentí una extraña sensación de vértigo, igual que si cayera a una inmensa profundidad, a un infinito nada. Me vi después hundido bajo tierra, pudriéndome en el tiempo lentamente. El sol iluminó y su luz primera hirió mi rostro soñoliento al pronto. Impresionado estaba por aquella pesadilla terrible y raro sueño. Llena estaba de ideas mi cabeza. Empecé a caminar sin rumbo cierto, cuando vi aparecer sobre una peña a un gnomo, era muy feo, pues tenía gran nariz y abundante pelambrera.






XVII Sus ojos negros me miraban fijos. Una mueca, quizá era una sonrisa, se dibujaba en su ancho y verde rostro. Una serpiente horrible y amarilla se encontraba tranquila al lado suyo. «No tengas miedo, dijo, que es mi amiga; además veo que le agradas tú. Me parece observar que desconfías aún de nuestras buenas intenciones. Comer y descansar lo necesitas, así que puedes sin temor seguirnos». «¿Quién eres tú?, pues que a comer me invitas», le pregunté con una cierta duda. «Sólo existo en aquel que me imagina». «¿Cómo te puedo ver entonces yo?». «Porque tu mente me creó hace días». Asombrado quedé en verdad y mudo, sin saber qué decir a lo que oía. «Si es así, pues me debes obediencia». «Dispuesto estoy a hacer lo que me digas». XVIII «Haz que a la senda vuelva del pasado». «¿Acaso desconoces tú el camino?». «No pediría ayuda de saberlo». «Mas, yo creí que todo estaba escrito». No me cabía ya ninguna duda, sí, se burlaba de mí aquel cretino de gnomo, por desdicha de mi suerte nada podía hacer, era el destino. Todo se me ponía muy difícil. Debía procurar estar tranquilo. «¿Dónde está la comida prometida?», pregunté, y procuré que en el sonido de mi voz, no advirtiera algún enojo. «Eso enseguida está al llegar, cumplido contestó, y señaló: Aquella es mi casa». Casa no vi ni nada parecido, cuando miré hacia donde él me indicaba. Tras sus pasos me fui, un tanto indeciso. En una cueva entró él y la serpiente. Me tuve que arrastrar para seguirlos.






XIX Era una entrada demasiado baja. Un laberinto parecía aquello. Revueltas y revueltas tantas dimos, que ya perdí de mi paciencia el resto y grité: «¡Párate maldito! ¿Adónde te propones llevarme? ¡Habla al momento!». «¡Ya estamos!», dijo, y entreabrió sus brazos. Miré a un lado y otro, y era cierto. Nos encontrábamos en una estancia. Sobre la mesa humeaba un puchero, el cual apetitosamente olía. «Sírvete», me invitó con cortés gesto. «¿Qué es esto?, pregunté, que tan bien sabe». «Comida del sabor de tu deseo», me contestó sonriéndose aquel gnomo. Me retuve en el último momento, pues sentí rabia y quise zarandearlo. «¡Qué divertido eres! Estás contento. Explícame el motivo o la razón de tu jovialidad, quiero saberlo». XX «¿No es alegría estar con su maestro y creador? Me satisface verte, mas, conveniente no es que estés aquí». No sabía de cierto a qué atenerme, qué postura tomar con aquel gnomo. Seguro el pobre diablo era demente. Quizá fuera mejor que no se enfade, pensé, le seguiré pues la corriente. «¿Por qué, dime, no debo estar aquí?». «Porque no es tu lugar, sencillamente». «¿Y dónde consideras que es mi sitio?». «En el mundo tangible, en el consciente, fuera de tu fantástica creación. ¡Retorna, si no estamos para siempre perdidos en la eterna oscuridad! Se estremeció intranquila la serpiente. La miró el gnomo y dijo: tiene miedo ella y yo, y todos los ficticios seres que tu mente ha creado. Pues ni sabes, por qué te has puesto hacer, lo que no entiendes».

Subir
Elegir otro canto



Portada

© Rodrigo G. Racero