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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 7

I «¿Por qué no estaba el portalón cerrado?, se preguntaba Orada pensativa. Le han puesto así muy fácil la entrada. Pienso que algún traidor habrá en la fila de esos rapados, feos sacerdotes». «Si, creo que la virgen es la víctima sin duda, del complot de algunos monjes, pero ahora volemos ya deprisa hacia la cita en la montaña roja». «Me parece que todo se complica, Sauri, nos ronda siempre el peligro». «No temas, que también de esta con vida saldremos. <Todonada> nos ayuda», dije, para dejarla así tranquila. «Si, pero no será su ayuda eterna, se marchará seguro algún día». «Veremos lo que pasa en el futuro. En la altura es fantástica la vista que pueden nuestros ojos contemplar. Nunca creí ver los montes desde arriba». II Hablaba para distraer a Orada de sus funestos pensamientos negros. «¡Allí, mira, va Adur con sus soldados!». «Bajemos, Sauri, para unirnos a ellos, que cerca están de la montaña roja». Le notaba en la voz tenía miedo. Acaricié al Pegaso y dije: «Baja». La cabeza movió, inició al momento el descenso con gran velocidad. Nos azotaba el rostro el fuerte viento. La muchedumbre abajo saludaba; saltos daban, los brazos ya moviendo, parecían contentos y gritaban. Orada suspiró cuando en el suelo al fin, pudo poner los pies tranquila. Hacia nosotros vino Adur corriendo a preguntarnos qué es lo que pasaba. «Han invadido la ciudad y el templo, y ya sabrán que tengo el sable mágico. ¡Sigamos, no podemos perder tiempo!».






III A la montaña roja al fin llegamos. Acampamos aquel día y la noche también, para esperar allí a Tamare que ya llegar debía con sus hombres. Por la mañana vino un centinela para decir, que desde lo alto el monte se veía avanzar unos jinetes. Corrimos entre vítores, clamores de toda aquella gente entusiasmada, de tener a su lado aquel gran hombre. Admiración tenían hacia el héroe. Una leyenda era tan sólo el nombre de Tamare, en la lucha contra Esiri. En la tienda explicar pude entonces lo que había pasado con el sable. «Adur, Tamare, estar debéis conforme en que los otros crean que éste es mágico, y así la guerra con valor aborden. Deben obedecer, acatar prestos sin nada que objetar, mis instrucciones». IV «¿Qué poder es el tuyo que mandar pretendes sobre el rey y los generales?», dijo Tamare alzándose de pronto. «Poder no tengo, sea chico o grande sobre ejército, pueblo o rebeldes; pero si la victoria es importante para vosotros, me debéis seguir». Me oyeron al entrar los generales en la tienda del rey Adur al pronto. «Dinos cómo vencer a esos infames y estaremos dispuestos a seguirte, y ser hasta la muerte tus leales», dijo con decisión un general de Adur, que había visto los alardes hechos por <Todonada> en el palacio. Entraron en aquel preciso instante dos esclavas sirviendo unas bebidas. Vi que en su parecer eran iguales, reconocí en ellas a Vera y Mara siguiéndome en la vida a todas partes.






V «Sobre vosotros caerán mil males», dijo una. «La victoria será vuestra, la otra dijo, si junto a Sauri vais». Y antes que reaccionar nadie pudiera, se fueron las dos jóvenes hermosas. «¿Esto qué significa? ¿Quienes eran?, preguntaba el rey Adur algo extrañado. ¡Buscadlas! ¡Que de inmediato aquí vuelvan!. Pero por parte alguna la encontraron, de la faz se esfumaron de la tierra. ¿Las conocíais alguno de vosotros?». «Junto a Tamare estaban en su tienda, dije, cuando azotaron mis espaldas». «¿Qué insinúas? ¡Nunca vi en mi vida a esas!», con gran enojo contestó Tamare. «Creo que estamos todavía en guerra, razonó el general de Adur al pronto, y debemos pensar en cosas serias. Quiero decir, cómo vencer a Esiri». «Yo os diré de qué forma, o de qué manera». VI «Atentos te escuchamos, habla pues», moviendo la cabeza me dijeron. «En mi poder se encuentra el sable mágico. Creed en la victoria y venceremos», les dije al tiempo que les mostré el sable. «Haznos ver su poder y te creeremos». «Lo importante es tener fe en la victoria y entrarle al enemigo sin más miedo», les dije desoyendo la pregunta. «No queremos oír, sino ver hechos. Con las palabras no se ganan guerras, ni se vence de Esiri su ejército». No sabía qué hacer, cogido estaba si no les demostraba allí al momento, el gran poder que aquel sable tenía. Llevado de improviso por el viento voló arrancado el sable de mis manos, y apuntar vino del que hablaba el pecho. Con gran asombro todos se quedaron mirándose unos a otros boquiabiertos.






VII Aprovechando el estupor de ellos, les incité: «¡Ataquemos a Karama ahora, que no está bien defendida, y cuando Esiri vuelva está ocupada la ciudad por nosotros, y su pueblo que odia al tirano, nos ayuda y se alza!». «No bastará para vencer a Esiri, que tiene gran ejército, igual que armas mejores que las nuestras, y más diestros en la lucha sus hombres son», hablaba así Tamare, el ánimo quitando a todos los que allí juntos estaban. El sable rajó el pecho de Tamare. No era honda la herida, mas sangraba en abundancia y todos se asustaron. «Ofendéis el espíritu o el alma del sable, como no atendáis mis órdenes», les dije. Adur se levantó con calma: «Pongamos en silencio oído al plan de Sauri hasta el fin, antes de hacer nada». VIII «Vuelvo a deciros que ataquemos pronto. Debemos de cogerlos por sorpresa. Entrar en la ciudad para vencerlos, de seguro será fácil empresa, que con el sable mágico abriré al instante, de par en par las puertas. Tamare se mantiene agazapado. Cuando vea que Esiri ya se acerca, le ataca con sus hombres por detrás, que con valor, es la victoria nuestra». Fue aprobada mi táctica por todos, sin dar de júbilo ninguna muestra. Tamare se acercó. Vendado el pecho tenía, dijo: «Creo en la nobleza de tus actos, perdóname los celos». «¿Y mi familia?, nuestro pacto reza que había de entregarte el sable mágico, le dije, o les cortabas las cabezas». «Nunca jamás pensé en hacer tal cosa. Ponerte quise de la parte nuestra».






IX Puestos todos de acuerdo, se formaron tres grandes grupos: uno con Tamare, que partió a resguardarse en el cercano monte, que dominaba bien el valle donde enclavada estaba la ciudad. Otro compuesto por los militares que a caballo iban, y mejor armado estaban, con ballesta, escudo y sable. El tercero formado por el pueblo, llevaban armas de diversas clases: Hondas, cuchillos, palos y martillos. Marchaban los caballos por delante. Ligera caminaba a pie la plebe. Se encontraba Karama aún distante y mandé se forzara más el paso. Fuerte lo mantuvimos y constante. Vimos al fin de la ciudad los muros y unos pocos soldados vigilantes. Se agitaron al vernos avanzar. Levanté el brazo y dije: «¡Al ataque!». X Tiraron desde el muro algunas flechas, no hallaron en nosotros su objetivo. «<Todonada>, grité, ¿dónde te encuentras? ¡Has de ayudarme contra el enemigo!». Se tornó mi caballo blanco en negro y supe que iba a lomos de mi amigo. «Las puertas hay que abrir de alguna forma». «Confiar en tu poder es tu destino», me dijo con sorpresa <Todonada>. «Nada sé hacer sin tu poder divino», dije, y la puerta indiqué con el sable. Partió del sable un rayo que deshizo al pronto en mil pedazos el portón, y parte de las piedras de granito. Quedé sobresaltado en gran manera, no obstante estar por mí aquello previsto. Gritos de triunfo oí a mi alrededor y arremeter con furia al enemigo. En la victoria ahora ya confiaban todos, y el rey también en su destino.






XI Orada cabalgaba junto a mí. «Destruye el muro entero», dijo airada. «Sí, contesté envalentonado, ahora». Señalé con el sable la muralla y salió un rayo haciéndola estallar. Avanzaban en tromba y gritaban su odio, matando a todo el que veían. La gente se ocultaron en sus casas. Los soldados valientes se batían aunque estaba perdida la batalla. «<Todonada>, llamé, ¿cómo es posible que se encuentre en el sable tan gran magia, no siendo el verdadero? ¿Tú lo sabes?». «Sólo sé que tú mismo eres la causa de todas estas cosas que suceden». «A comprender no acierto tus palabras. ¿Soy acaso el responsable de esta guerra?». «Así es, y debes pronto terminarla». «Debes de estar de cierto más que loco si la culpa en mí vienes a buscarla». XII «La locura es normal en los humanos». «Poder no tengo de ninguna forma». «Es dueño del poder aquel que sabe o conoce el poder que hay en las cosas, y tú lo tienes, aunque no lo creas». «No sé cómo tomarte, en serio o broma, una flecha perdida me rozó. Dejemos éste asunto por ahora, dije, que no es lugar de discutir». Donde del sable señalaba la hoja, rayo salía provocando fuego. Se peleaba con bravura loca. Los soldados de Esiri sobre todo, aunque allí había de su gente poca, y en retirada ya, iban batiéndose. Eran las calles, por la sangre, roja. Muertos y heridos por doquier yacían. ¡Ante mi vista escenas horrorosas! Me sobrepuse y les grité: «¡Al palacio! ¡Vamos, pronto, abrid todas las mazmorras!».






XIII Defendía el palacio bien la guardia, con gran valor, y al fin quedó vencida por la furia y el número mayor de los hombres de Adur que me seguían, conquistando el palacio del rey Esiri. A la atalaya envié algunos vigías, estuvieran atentos a las tropas enemigas que pronto ya vendrían. En libertad se puso a los presos. Mandé después a todos que con prisa, estratégicos sitios ocuparan. Dar no quería crédito a mi vista, que encontré en una sala a Vera y Mara: La una lloraba, la otra se reía. «¿Qué sucede? ¿Por qué me seguid siempre?». «Debes de salir de la ilusión maldita», me dijo con tristeza entre sus lágrimas la una, de la otra provocando risa. «Tú podrás ser el rey si así lo quieres y riquezas tener toda la vida». XIV Así habló la que tanto se reía. «Rey no pretendo ser, y no comprendo qué os importa a vosotras mi persona». «Ayudarte tan sólo es lo que quiero, que te encuentres a tí mismo en la vida». «No hagas caso, el poder te dará cientos y cientos de deseos bien cumplidos». Un soldado llegó en aquel momento: «Sauri, dijo, el ejército de Esiri veloz se ve venir, igual que el viento». «¡Rápido, contesté, hay qué defenderse!». Con premura salí. Vino a mi encuentro Orada, a advertirme de lo mismo. Galopaba por calles, entre muertos. Orada y el soldado me seguían. Por todas partes se veía fuego. Toda la gran llanura ante nosotros la ocupaba de Esiri enorme ejército. Con miedo todos ante sí miraban. De la alegría se pasó al lamento.






XV «Sauri, estamos perdidos, dijo Adur. No podemos vencer contra ellos nunca». «¡Venceremos! Armad a la población y a los presos. La lucha será dura, tenemos que confiar en la victoria y entrarles con valor y mucha furia». A un general mandé hacer lo ordenado. Me sentí al pronto presa de la duda. ¿Y si ahora perdiera la batalla? Era pensarlo cosa de locura. Ánimos quise darme y grité a todos tuvieran decisión y gran bravura, pero a mí el miedo me ahogaba el alma, mi voluntad haciendo fuera nula. Orden di de que nadie disparara hasta que desde nuestra tal altura se pudiera alcanzar al enemigo. Pedir quería a <Todonada> ayuda, pues no salía rayo de mi sable, mas no encontré de él huella en parte alguna. XVI No veía la forma de salir de aquel tremendo atolladero solo. Delante la muralla estaba Esiri, y ya atacar debía más que pronto. Barricada mandé que allí se alzara donde puerta y muro estaban roto, mas dudaba parar al enemigo. El tiempo se pasaba ante mi asombro sin que atacar llegara el gran Esiri. No se atrevían ellos pues tampoco tomar la iniciativa de la lucha. Por esto se me alzó el ánimo un poco y fue naciendo en mí ya la confianza. Para deliberar nos fuimos todos al palacio de Esiri aquella tarde. «Si no venzo aquí, pierdo de allí el trono», dijo el rey Adur con clara pesadumbre. «Debemos de esperar un día sólo para ver si deciden atacarnos, y en consecuencia actuar así nosotros».






XVII Volvieron todos hacia mí sus ojos. el general Yasur dijo: «Seguro que de esta situación nos saca Sauri con su mágico sable, igual que un brujo». Provocó aquello en los presentes risas. Adur mandó callar, un tanto brusco les hizo ver que era la cosa grave. «Sauri, dinos si tienes plan alguno, pues tú nos prometiste la victoria». «Todo a su tiempo, en su momento justo, sin perder la confianza venceremos. Esiri es sin lugar a duda astuto. Nos ha sitiado sin querer luchar. El momento ideal busca oportuno que perdamos los nervios en discordias». Llevaba tiempo que pensaba incluso habría algún traidor entre nosotros. Aunque pudiera parecer absurdo, del general Yasur ya sospechaba, mas no quise decírselo a ninguno. XVIII «Razón puede que tengas mas, ¿qué hacer?», preguntaba el rey Adur desesperado. «Un mensaje mandar para Tamare: Mañana esté a las doce preparado para atacar al mismo tiempo a Esiri. Creo será Deferle hombre indicado para llevar a cabo ésta misión». «¿Pretendes presentar guerra en el llano? Pienso que ésto sería una locura». «Peor sería estar aquí cercados. Los muertos se corrompen en las calles. Del fuego ha sido casi todo pasto». «Habría que enterrar todos los muertos», uno dijo que aún no había hablado. «No nos podemos a ello dedicar si somos desde fuera amenazados». «Sauri tiene razón, dijo Yasur, y estamos de alimentos bien escasos». «Haz que Deferle se presente, pronto, pues tiene que partir ya, de inmediato».






XIX Después le dije a solas a Deferle: «Coge el atuendo de uno de los muertos de los soldados enemigos. Rápido ponte en camino para llegar presto al sitio donde aguardan los rebeldes. Le dices a Tamare, atacaremos por sorpresa antes de salir el sol». Con Adur hablé aparte en un momento en que Yasur se había retirado, y le informé del cambio hecho en el tiempo para iniciar la lucha contra Esiri. «Supongo te será difícil creerlo, pero tu general es un traidor». Se extrañó mucho, sin querer dar crédito a lo que le decía, mas calló y se obligó aceptar mi plan por bueno. Salimos fuera. El sol ya se ponía, las sombras se extendían y alzó el viento. Vimos que una figura se alejaba por la llanura, en un fugaz momento. XX Desde arriba advertimos a Yasur que entraba presuroso en el palacio. «Has visto, de seguro que un correo ha mandado a Esiri, y avisarlo quiere de que le vamos a atacar. Tiempo ya hará que nos ha delatado». «Si cierto es todo cuanto tú sospechas, habrá sido Tamare eliminado, dijo Adur, pues que él, el lugar conoce donde estaba a la espera éste apostado». «También yo así lo pienso. Ya sabremos... Deferle nos dirá cuando vuelva algo». «Se puede suponer lo habrán cogido». «Con la ropa de un muerto disfrazado va para pasar entre el enemigo». «Veo que ahora está el motivo claro de por qué no se atreven a atacar: Saben el gran poder del sable mágico». «¿Por qué engañarse? El sable no funciona, y ya Yasur lo habrá comunicado».

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