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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 6

I Andando por las calles con Orada nos cercaron al pronto unos soldados. Dijo el que parecía mandar de ellos: «De deteneros orden se me ha dado. No me opongáis pues a esto resistencia o sufriréis de mi violencia el daño». «¿Puedo saber por qué se me detiene? ¿Qué falta he cometido o mal pecado, para que como a un ladrón me cojan?». «No me importa, ni quiero averiguarlo, dijo aquel, y apremió: ¡Vamos, andad! No tengo más deber que el de arrestaros». Parte de la ciudad ya recorríamos, cuando al bello palacio azul llegamos, que era la residencia del monarca. Nos tuvieron allí horas encerrados. Al fin nos condujeron ante Adur, que en el trono del rey estaba sentado. Vino a mostrarme el sable que en el templo, por mi consejo habíase grabado. II «Reconoces el sable. ¿No es verdad?, dijo sonriendo Adur malignamente. Pensaste que era fácil engañarme, mas de mi mano te vendrá la muerte, si no me traes pronto el sable mágico». «¿Quién te ha dicho o, por qué no te lo crees que sea éste de cierto el verdadero?». «¡Yo!», dijo tras de mí el viejo Deferle. «¡Ya sabía yo que eras un traidor!», le contesté volviendo de repente a él la mirada, con despecho y rabia. «Es igual lo que digas de mí o pienses, si el interés defiendo de mi patria». «¡Vamos, di dónde está, o bien quién lo tiene», dijo el recién nombrado ya, rey Adur. Se veía que estaba muy impaciente. Yasur, su general, vino y le dijo: «Grave es la situación, más que urgente, que el enemigo nuestra tierra invade, y nadie resistencia ofrecer puede».






III «¡Rápido, preparad ya la defensa!, dijo el rey Adur, ahora resoluto, dando ordenes y haciendo grandes gestos. ¡Armaos y ocupad todos los muros! ¡Atentos cuando el enemigo ataque!, triste añadió: El asedio será duro». «¿Qué decides hacer con estos dos?», de los reunidos preguntó allí uno que parecía ser un general. «¡Colgarlos de lo más alto del muro. Que de inmediato Esiri vea sus cuerpos y advierta mi gran odio hacia los suyos!». «No soy adicto al tirano rey Esiri, dije, su acérrimo enemigo incluso soy, que me tuvo prisionero años, sin haber cometido daño alguno. Atiende mi consejo y vencerás, como en el sable escrito está, sin truco». «¿Cómo puedo creer en un espía, del más grande tirano de este mundo?». IV Con fuerza nos cogieron los soldados y arrastra nos llevaban a ahorcarnos. Gritaba Orada y yo me resistía queriendo deshacerme de sus brazos. Apareció un fiero león al pronto, se arrojó rugiendo de un gran salto encima del rey Adur, y lo echó al suelo. Con prestesa la guardia vino al acto. Flechas a disparar no se atrevieron, pues podrían matar a su rey y amo. «¡<Todonada>!, grité muy convencido. Eres tú y nos pondrás de nuevo a salvo». Se convirtió el león en un dragón, y se quedaron todos asustados, que fuego echaba por la boca enorme. «A nuestro soberano se ha tragado», dijeron llenos de terror algunos, y salieron corriendo y nos soltaron. Adur no se veía en parte alguna. Deferle se quedó petrificado.






V Se volvió <Todonada> de nuevo hombre. «¿El rey Adur, pregunté, dónde se encuentra?». Abrió su mano <Todonada> y vimos mezcla de mucho horror y gran sorpresa: a un rey Adur diminuto en alto grado. Tan pequeño era, que nos daba pena, como una hormiga andando por la mano. «Tengamos conpasión pues con su alteza, dije, y hagámosle tener su forma para poder hablarle con franqueza». Se hizo normal el rey, en solo un instante. «Alguien me ha dado un golpe en la cabeza, afirmó, y he tenido la ilusión de haber estado de cualquier manera, en un extraño mundo de gigantes». «Rey Adur, de oírme ten la gentileza, que no soy tu enemigo y voy ayudarte, pues lo que te propongo te interesa». «¿Mi guardia dónde está? ¿Qué a ocurrido? ¿Hemos perdido acaso ya la guerra?». VI «Aún no, más seréis vencidos pronto si no pones tú, oído a mis consejos», le contesté en tono algo amenazante. «Habla, quizás podamos ir de acuerdo. ¡Espera! ¿Qué le pasa al buen Deferle?», me preguntó, y se fue hacia él derecho. No quería creer lo que veía: Inmóvil, rígido tenía el cuerpo. Lo tocó, y preguntó qué le pasaba. Era como una estatua el pobre viejo. «Creo lo ha castigado <Todonada>, pues te diré que él era amigo nuestro. Sin razones saber nos delató, y me llevaron detenido al templo donde tenían ya raptada a Orada. Podríamos de veras estar muertos de no habernos librado <Todonada>. Que así se quede el hombre de momento. Pon atención, Adur, a lo que digo, si es que salvarte quieres tú y tu pueblo».






VII Queriendo penetrar en el misterio, el rey miraba fijo a <Todonada>. Su vista volvió a mí como dudando de todo cuanto ahora allí pasaba. «No sé quién es, ni como aquí ha llegado este, al que el nombre das de <Todonada>, dijo, mas sea no obstante bienvenido (aunque el momento es malo) a mi casa. ¿Me ayudaréis de cierto contra Esiri?, nos preguntó con algo de esperanza, pues veo que tenéis poder de dioses». «Reúne a tu pueblo, dije, en la gran plaza. Le dices que hay que abandonar el país. Que ya el ejército de Esiri ataca y no tenéis soldados suficientes, ni para combatir bastantes armas. Al norte te diriges con tus hombres, y en la montaña roja, allí me aguardas. Haz que Deferle vuelva a su ser ahora», le pedí por favor a <Todonada>. VIII Como de un sueño muy profundo el viejo se despertó diciendo: «¿Qué ha pasado?». «¡Vamos, que has de cumplir una misión! Te tienes que poner pronto en contacto, le dije, con Tamare de Eruland. Le dices que el rey Adur le está esperando en la montaña roja con su ejército. Tendrá que unirse a él para el asalto por sorpresa a Karama y conquistarla». Con asombro en el rostro dibujado, nos miraba Deferle a uno y otro. «¡Haz lo que se te ordena! ¡Pronto, rápido!, con furia y rabia le ordenó el rey Adur. Elige el más veloz de los caballos. ¡No te dejes coger del enemigo!». «Como ordene mi rey. Enseguida parto», dijo Deferle haciendo reverencias, y salió como alma que lleva el diablo. «Pon con presteza tú, mano ya a la obra, rey Adur, para hacer bien lo acordado».






IX Orada, <Todonada> y yo nos fuimos con muy ligeros pasos hacia el templo. Del falso sable me hube adueñado. Se advertía en la gente un movimiento febril, corriendo de uno a otro lado sus bienes transportando en carros viejos. «¿Por qué te has traido el sable?», dijo Orada. «Nos hará falta en su adecuado tiempo». Unos soldados iban pregonando, que acudiera a reunirse todo el pueblo en la plaza mayor, ante el palacio. Se veían personas discutiendo con ardor y formando después grupos. Nos detuvo un soldado advirtiendo: «A la plaza mayor hay que acudir. ¡Lo ordena el soberano! ¡Al momento!». E intentaba empujarnos hacia atrás. «Su majestad el rey nos manda al templo, le dije, para una misión cumplir: ¡Ganar o no la guerra está en juego!». X El soldado aceptó mi explicación, y se marchó gritando a otra gente. Poco después entramos en el templo. Un sacerdote vino diligente hasta nosotros, pues nos conoció. «Debo hablar con la virgen. ¡Es urgente!». Inclinó la cabeza y nos llevó a través de salones imponentes, a la presencia de la hermosa virgen. «Bien, Sauri, dime qué es lo que sucede». «Hay entre tus hombres un traidor, seguro, que ya el rey Adur sabía por Deferle, que el sable que le distes no era el mágico». Pálida me espetó: «¡Cómo te atreves!». «Cierto es, y pretendían ahorcarnos». La mano alzó ella, y uno allí presente se acercó con presteza y sumiso. Los dos hablaron algo quedamente. Hizo una reverencia el sacerdote y salió luego con premura éste.






XI De vuelta entró con otro sacerdote que al suelo se arrojó ante la virgen. «Dime: ¿Eres tú el traidor?», le preguntó ella. «Por amor de mi patria fué que lo hice». «No tiene patria un sife. Que al bien sólo se deben sus esfuerzos más posibles. La humanidad es como tal, sagrada. Has desobedecido, mi orden no oíste. Sufre las consecuencias de tu culpa, pues lo que has de hacer ya lo aprendiste. Alzó la virgen otra vez la mano, y se acercó de nuevo el mismo sife para darle un puñal al acusado. Entonces sucedió lo más increíble: Se despojó el culpado de la túnica y se quedó ante la severa virgen desnudo por completo, inmóvil, rígido. No eres digno del hábito que vistes. Que redima la muerte tu pecado es para mí, muy lamentable y triste». XII El condenado sife dio un gran grito. De un tirón se arrancó la insignia de oro que del cuello colgaba en todo sife, y la dejó caer sin un sollozo. De hinojos se postró y alzó los brazos rogando a Dios perdón o bien socorro, y con la mano que el puñal blandía, sin más, se abrió de un golpe el vientre todo. Su musculoso cuerpo se dobló y se extendió en el suelo poco a poco. Se levantó la virgen y me dijo: «Solucionado está, si era eso sólo lo que tu queja había motivado». «No quería su muerte en ningún modo, que mi único deseo era advertirte y decirte también que falta poco para que Esiri tome la ciudad. Vendrá al templo seguro lo más pronto que pueda a buscar el sable mágico. Acusarme debéis del robo, todos».






XIII «¿Cómo es qué tal cosa deseas, Sauri?». «De un plan determinado forma parte, pues que ayudar queremos a tu pueblo». «Si el templo atacan, volarán las aves y al invasor con saña agredirán». «Pero el número de ellos es tan grande, que serán al final los vencedores. Debéis decir que yo he robado el sable. Que se extienda la voz de boca en boca. El que todos lo crean es la clave». «Se hará así pues, si así tú lo deseas. La huida emprende Adur como un cobarde», con gran desprecio nos dijo la virgen. «Sólo por mi consejo es, que así lo hace. Creí que tú ibas contra toda guerra». «Sí, mas cuando ésta sea inevitable... Defenderse es también ley natural. No muere el árbol cuando el viento parte sus ramas, sino cuando se le arranca», dijo la virgen y se fue al instante. XIV ¿Qué ha querido decir?, preguntó Orada. De sus palabras no entendí el sentido». «Por una guerra no se acaba el mundo, que donde está de cierto el peligro es en el mal uso del sable mágico. Supongo que eso dar a entender quiso. ¿O qué opinas tú de ello, <Todonada>?». «Eso lo sabe tan sólo el Divino. Mas los pecados han llevado al hombre a unirse a los espíritus malignos. Puede estar en la misma humanidad su propia destrucción como castigo». «¿Y crees tú qué, así sucederá?». «Ellos tienen la llave del destino para la puerta abrir del Bien o el Mal, y elegir uno de los dos caminos». «¿Qué tenemos que hacer ahora, Sauri?», Orada preguntó cuando salimos. No se veía gente ya en las calles. «Con rapidez ponernos en camino».






XV «Hay que buscar algún modo de viaje para llegar a la montaña roja», dije mirando fijo a <Todonada>. «Si no lo tomas por idea loca puedo volver a convertirme en ave». «Perdonad, mas viajar de esa forma no quisiera otra vez tener que hacerlo», dijo Orada asustada bien de sobra. «¿Qué podemos hacer entonces?», dije. «¿Por qué no en un caballo? ¿Hay algo en contra?», respondió con marcada obstinación. «¡Claro que sí, las enemigas tropas!, contesté, que rodean la ciudad lo más seguro en esta precisa hora, y nos harían presos al instante o bien nos matarían sin demora». Se tornó <Todonada> en un caballo. «¡Vaya! No estoy con mi opinión ya sola», dijo Orada mirando la montura. Después me sonreía algo orgullosa. XVI Montamos y salimos al galope. Al pronto vimos miles de guerreros como una ola avanzar a la ciudad. De ellos se destacó un grupo pequeño que aprisa comenzaron a seguirnos. A pesar de llevar el doble peso era nuestro caballo más veloz. Siguieron otros grupos al primero, que acudieron por partes diferentes y al fin nos rodeaban por entero. Parecía que estábamos perdidos, cuando nuestro caballo se alzó en vuelo y todos los jinetes se asombraron, mas flechas nos tiraban de por cientos. Por suerte no acertaron a herirnos. Íbamos bien seguros por el cielo, pues tenía el caballo grandes alas. Se formó en un Pegaso de momento. «Volemos sobre la ciudad ahora para ver lo que pasa en el templo».






XVII Orada se agarraba a mí con miedo. «Me habéis, dijo, engañado, pues volamos». «Pero que vamos a caballo es cierto. Era de toda forma necesario». «Pánico tengo, pero lo comprendo». La ciudad invadían los soldados. Encontraron desiertas ya las calles. Por las casas entraban bien buscando personas, o quizá algo de valor. «Se extrañan ver Sicón abandonado, comenté, y pronto irán hacia el templo, mas allí pasarán un rato malo». «¿Crees que atacan los cuervos a los hombres?». «Así la virgen lo hubo anunciado. Pienso que no podrán vencer, son muchos los guerreros, los cuervos no son tantos. De cualquier forma invadirán el templo, y sabrán que he robado el sable mágico». «Creo que es peligroso lo que haces, quizá nos acarree algún daño». XVIII El templo iban cercando los soldados. Preparadas las armas, con cautela avanzaban despacio, desconfiando de lo qué en aire o tierra se moviera. De las torres salieron de improviso cientos y cientos de aves, todas negras, en picado dejándose caer sobre la horrorizada soldadesca. Manoteaban para defenderse, pero picoteaban sus cabezas los negros cuervos, con tremenda furia. El terror se adueñó de tal manera de los soldados todos, que huyeron con gritos de dolor que el alma hiela. Por los brazos sangrando y por los rostros, los ojos les colgaban de las cuencas. Docenas de cadáveres quedaron tendidos sobre la rojiza tierra. También algunas aves se veían, habían caído en la contienda muertas.






XIX Para deliberar se retiraron al palacio de Adur los generales. «¿Qué hacer, se preguntaban unos a otros, para vencer a esas sangrientas aves?». «Raro es que todo el pueblo haya escapado», dijo uno, contestó otro: «¡Son cobardes!». «Me parece que tengo una idea buena, para poder con éxito atacarles a esos malditos pajarracos negros, dijo Tagor, y hacerme con el sable». «Habla», le animó Esiri interesado. «Cubrirse es ante todo lo importante. Hagamos una caja de madera para meternos dentro. Que sea grande y tenga ruedas para empujarla y así poder al templo acercarse». «¡Con rapidez pon mano a la obra, pronto!, dijo Esiri con ojos muy brillantes, que llevamos perdido mucho tiempo y hay que acabar con esto en cuanto antes». XX Horas después tenían ya construido un raro carromato bien cerrado por todas partes, menos por el suelo. Desde dentro empujaban los soldados el extraño artefacto con gran fuerza, avanzando hacia el templo muy despacio. Veían a través de unas ranuras el camino y también volar los pájaros. Una puerta tenía por delante hecha, aquel singular y raro carro. La abrieron al llegar ante el portal y entraron en el templo los soldados. Los sacerdotes se enfrentaron a éstos en brava lucha, pero fueron rápidos vencidos por los hombres de Esiri, pues ante todo estaban bien armados y eran bastante superior en número. El carro iba y venía transportando siempre de nuevo más y más guerreros; quedando al fin el templo conquistado.

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