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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 3

I Alfombras y cerámicas vendía aquel viejo por toda la comarca, y también cosas varias de metales. Nos refirió el anciano que llevaba muchos años vendiendo por allí, de pueblo en pueblo, y nunca pasó nada, pero los tiempos eran ahora otros y los bandidos por doquier estaban. De Amitasar era el gobierno débil. A correrse la voz ya se empezaba, que un general y el príncipe querían destronar por la fuerza al monarca. Pues era la verdad que se temía, que tropas de Eruland les atacaran. «Pero en ese país luchan rebeldes partidarios del rey que derrocaran», dije de lo que oía sorprendido. «Están vencidos, sólo en las montañas desparramados quedan algún que otro. Eso es lo que se dice en calle y plaza». II «¿Y de Tamare el jefe pues qué se habla?», al viejo pregunté de pelo cano. «Lo mataron algunos años hace. Fueron traidores, en verdad malvados, porque eran hombres de sus mismas filas». «¿Es de cierto que han sido derrotados?». «¿De qué mundo salid que lo ignoráis?». «Pero es posible que haga tantos años», argumenté extrañado contra el viejo. «Si bien hago la cuenta, cuatro exactos», muy seguro el anciano respondió. «Pero los dos países son hermanos». ¿Cómo se pueden declarar en guerra? ¿Por qué motivo poderoso, humano, siendo la lengua y religión la misma? «Deseos de poder del soberano que ve, es Amitasar muy fácil presa», razonó el viejo, y yo iba cavilando, que habíamos nosotros en el sueño del desierto, empleado unos años.






III Mas nada ya debía de asombrarme después de haber pasado tantas cosas. Pero pensé: si muerto está Tamare, libre de la misión tan peligrosa de ir a robar el sable, seguro estoy. Era aquella noticia venturosa. Al pronto me asusté por su amenaza, que mataría a mi familia toda. Lejano de mi casa me encontraba, para poder saber si lo hizo, ahora. «¿En llegar a Sicón cuanto se tarda?», hasta entonces Orada silenciosa, quiso saber, y respondió el anciano: «Cuatro días aún por misteriosa senda que la montaña atraviesa». «¿Es el único paso? ¿No hay más forma?». «Sólo el valle maldito es lo que queda, con bandidos que matan y te roban». Orada me miró, dudosa estaba. Yo pregunté: «¿Qué vía es la más corta?». IV «Por la del valle sólo dos días hay, dijo, al galope y con caballos buenos, éstos lo son, pero tres somos muchos. No muy lejos de aquí existe un pueblo donde venden y compran los caballos. Sólo que, a mí me falta el dinero. Si pudierais un crédito hacerme, cuando a Sicón llegemos, lo devuelvo». «De acuerdo, ahora hagamos una pausa». Después, ya separado de aquel viejo, dije a Orada: «Creo hemos salidos por la falsa derrota del desierto». «Sin duda hemos llegado a otra parte, muy fuera del lugar y nuestro tiempo». Afirmó Orada dándome razón. «Iremos a Sicón y ya veremos». «¿Qué podemos hacer con el hombre este?». «Nos dirá en la ciudad dónde está el templo». «¿Es que el sable aún piensas de robar sabiendo que Tamare ya está muerto?».






V «Dudo el que eso sea en verdad cierto. A Sagara la bruja hay que temerle; quizá con ella pueda hacer contacto, para que de mi madre y mis parientes me informe lo antes que posible sea y así poder saber a qué atenerme». «Debíamos pedir ayuda al genio, él nos podrá decir lo que sucede y tal vez un consejo pueda darnos», opinó Orada. Dije: «Razón tienes, porque nos hace falta dinero, armas, pero el espejo el viejo ver no debe». «Pasemos pues la noche en el pueblo, en tanto que en su estancia el viejo duerme, podemos sin temor llamar al genio». Sentado en una roca y muy paciente nos observaba el hombre bien atento. A él me acerqué con expresión alegre y le pregunté cuál era su nombre. Se disculpó y me dijo: «Soy Deferle». VI «Deferle, respondí, mi nombre es Sauri, y mi mujer que me acompaña, Orada. Comprendo tu postura y sé que es grave. Te ayudaremos hasta ir a tu casa. En la ciudad, después, tú nos guiarás, pues es para nosotros ésta extraña. Tenemos que cumplir una promesa que fue hace tiempo en mi familia dada: A Dios orar en el dorado templo». «¡Qué este mi último viaje era! Pensaba luego con mis ahorros retirarme». Deferle habló, poniendo triste cara. «Partamos antes que la noche llegue, dije, al pueblo buscar buena posada». «Juro devolveré el favor seguro, y las gracias os doy con toda el alma». Pusimos los caballos al galope. Un buen rato llevábamos de marcha. Las casas divisábamos de lejos, pero al llegar, ya noche era cerrada.






VII Más tarde, estando en nuestro cuarto a solas, saqué el espejo y dije: «Has de ayudarme genio. Dinero necesito y armas». «¡Espera, dijo Orada!, quizá su arte podría transportarnos a Sicón, sin tener que ir atravesar el valle». «¿Es tu poder capaz de tal proeza?». «No puedo, la distancia es harto grande». «¿Cómo pudiste los caballos traernos?». «Cerca estaban de aquel lugar aparte». «¿No lo forma tu magia de la nada?». «¿La nada? ¡Todo está en alguna parte!». «¿Podrás hacer que tenga algún dinero?». «De eso hay alrededor más que bastante». «¿Debo entender que alguno se lo robas?». «Lo que traigo en algún sitio estaba antes». «Comprar debemos armas y un caballo. Trae el dinero, pues falta nos hace». Pronunciadas que fueron mis palabras, de oro mi bolso se llenó al instante. VIII «Un servicio has de hacer aún, mi genio, lo pronto que tu magia o saber pueda: Nos dirás cómo están nuestras familias, y qué suerte o desgracia les espera». «Rápido parto a ver pues lo qué ocurre. Súbito tornaré con la respuesta». El genio dijo, y se esfumó al momento. «¿Nos traerá alegría o quizá penas?», dije, en una tensión más que expectante. «Seguro lo sabremos cuando vuelva», Orada comentó acariciándome. Mirando la brillante luna, alerta estábamos los dos bien que impacientes. Tan fugaz como su ida fue su vuelta. Llegó diciendo: «Buscan a Orada por todas partes, la familia entera. O entrega las manzanas de puro oro, o de perder arriesga la cabeza. Bien está toda tu familia, Sauri, ningún peligro corre y salud buena».






IX «¿No han cumplido ninguno la promesa de matar mi familia o mi madre?». «Sabe muy bien Sagara que estás vivo; quien cree que eres muerto es Tamare». «¿Tamare? El sí que está hace tiempo muerto». «No, tan sólo sufrió una herida grave. En el monte se esconde con sus hombres. Una derrota tuvo más que grande, y una ocasión espera más propicia. (Era de Orada triste el semblante y yo la abracé para consolarla) Con el príncipe Adur trata de aliarse», siguió narrando el genio del espejo. «Pero, dije, éste quiere sublevarse contra el rey Onade, aquí en Amitasar». «Sí, junto con él varios generales». «¿Es que nada sospecha el soberano?». «Sí, y nada puede hacer aunque lo sabe. Abdicar el poder en su hijo el príncipe es lo mejor de todo, y retirarse». X «¿Es pues cierto que Esiri de Eruland pretende Amitasar invadir pronto?». «Es en verdad, que ya se está armando». «Del destronado rey se habla muy poco». «Nunca el monarca volverá a regir. Por la montaña va escondido y loco, porque su mismo hermano sublevado ahora está sentado en su trono». «¡Pobre Elidor! ¿Qué edad tiene ya el príncipe?». «Todavía es menor, pero es hermoso y muy fuerte, y ya quiere combatir. Venganza ha prometido, a Dios de hinojo, recuperar de nuevo la corona. Detrás de Tamare anda sin reposo, que quiere ya luchar junto con él». «Una última pregunta, genio, sólo: ¿Debemos elegir el monte o valle?». «Aconsejar no debo, sois vosotros sin más, los que tenéis que decidir. Ambos caminos son muy peligrosos».






XI «El que Tamare crea que estoy muerto no nos sirve a nosotros de gran cosa, Orada. Tus parientes te persiguen, creen que te has quedado con las joyas. Así pues al jardín de las Hespérides debemos ir. La suerte no perdona, y la nuestra hace tiempo que está echada. De otra parte, la bruja vieja y loca contra mí de seguro que algo trama». «Durmamos, dijo Orada, algunas horas, y mañana veremos lo que pasa». El viejo al otro día, hacer la compra nos llevó. Dos espadas y un caballo, víveres y vestidos más de moda adquirimos. Andando por el pueblo advertí que uno, igual que nuestras sombras, nos seguía por todas partes siempre. También notó Deferle la persona y temía que fuera un bandido, que había visto nuestra rica bolsa. XII Coger quisimos al ladrón o espía. Compré tres bolsos de la misma clase, que nos colgamos cada uno del hombro. Marchamos separados por la calle, mas sin perder de vista el uno al otro. Y después de esperar unos instantes, observé que erá a mí a quien perseguía. Rico vestido como hombre importante llevaba. Era de bello parecer. Sentí sus pasos, rápido acercarse él, pasando una calle solitaria. Me paré, y lo oí a él también pararse. Súbito me volví y lo vi de cara. Sacar quise mi espada, mas él antes alzó la mano y dijo: «En paz Sauri». «¡Alto!», dije a Deferle que golpearle por detrás intentaba al mismo tiempo. No se asustó. Tampoco era cobarde el hombre aquel, que continuó diciendo: «En nombre de Sagara vengo hablarte».






XIII «Di pues lo que me tengas que decir». «Tan sólo recordarte la promesa que hace tiempo ya, tienes hecha, Sauri». «No la puedo olvidar aunque lo quiera, que obligado estoy contra mis deseos». «No sé si vas de grado o por la fuerza. Advertirte sin más era mi encargo. Sabes mejor que yo lo que te juegas». Hizo una reverencia y se esfumó en el aire, de tal forma y manera que todos nos quedamos sorprendidos, que semejante cosa verdad fuera. Perplejo sobre todo estaba el viejo que exclamó: «¡Lo ha tragado pues la tierra! ¡Cosa igual nunca he visto en mi vida! ¡Creo que un mago, en vez de un bandido era! No he entendido bien lo que quería, mas sé, que no es asunto de mi cuenta». Tras aquella incidencia continuamos el camino a Sicón, sin más espera. XIV Por el valle maldito ir decidimos. «Mejor luchar es contra algunos hombres, aunque bandidos peligrosos sean, que no con los espíritus del monte, pues sería la muerte o la locura de estar viviendo errante en la noche», con profundo temor y más respeto expuso nuestro amigo sus razones, creyendo de verdad lo que decía. «¿Quienes son los que moran en el monte?», demandé, reviviendo nuestro sueño extraño de terribles impresiones. «Los que están esperando reencarnarse. Te hacen vagar perdido y a la postre, pierdes el juicio oyendo los sonidos de música melódica, que corre como un eco saltando por las rocas. Otras veces quejidos y clamores te estalla la cabeza y los oídos, al sentir carcajadas y altas voces».






XV «Deferle, dije, ¿cómo lo has sabido, que en el monte suceden tales cosas?». «Desde niño he oído decir siempre que demente se vuelven las personas, si les son los espíritus contrarios, allá por la montaña entre las rocas». Ya la vegetación a nuestro paso se iba tornando espesa y misteriosa. Era el camino estrecho y casi obscuro. La noche se acercaba con sus sombras. Nos adentramos en un bosque denso, después de una jornada muy penosa, buscando donde pernoctar tranquilos. Todavía pasaron un par de horas hasta que al fin llegamos a un calvero. Hicimos nuestra tienda, y de las bolsas para comer, sacamos unas viandas. En el cielo las nubes caprichosas a intervalos la luna ocultaban. La noche era tranquila y era hermosa. XVI Tuve yo la primera vigilancia. Y Deferle y Orada ya dormían. Pensando estaba en todo lo ocurrido. Vi que a lo lejos algo se movía, se acercaba una sombra sigilosa. Con mi espada quedé a la expectativa, oculto tras la tienda de campaña. Un hombre de figura alta y masiva a las cabalgaduras se allegaba; las riendas a coger se disponía, cuando con decisión le corté el paso y pregunté a la vez lo qué quería. Él su acero sacó para atacarme, sin querer responder a qué venía. Cruzamos nuestras armas varias veces. Aunque luchaba con furor, mi vida de cierto se encontraba muy en peligro, pues mi adversario gran fuerza tenía y bien que manejaba la espada. Mucho tiempo aguantar ya no podría.






XVII Juraba en alta voz y maldecía queriendo despertar a mis amigos, y también alejar de mi alma el miedo. Poderosa la fuerza del bandido. Yo aún luchaba, pero caí al suelo, me veía del todo ya perdido, que intentaba clavar su espada en mí. Cuando el viejo llegó y le hundió un cuchillo. El gigante sangrando cayó a tierra, de muerte herido, dando un alarido que retumbó en la obscura y fría noche. «Me has salvado la vida buen amigo», dije, teniendo un nudo en la garganta. «¡Por Satanás, que tú harías lo mismo, para salvar la vida de este viejo!». «Por supuesto, Deferle, y bien te digo que no lo dudaría ni un momento». Despertada también Orada al ruido, vino corriendo a refugiarse en mí. Al ver al muerto, dio de horror un grito. XVIII Ocultamos con ramas el cadáver y nos fuimos de allí más que deprisa. Todavía muy larga era la noche. Cansados íbamos y con fatigas, y nos paramos a dormir un poco. Amaneció un esplendoroso día. Tomamos un bocado y nos marchamos. A Orada encontré triste y pensativa. «¿Qué tienes?», pregunté acariciándola. «Nada, en su pensamiento sorprendida me contestó con cierta brusquedad, perdón, dijo después arrepentida, la verdad es que tengo mucho miedo. Soy una mujer y siento como niña, y no me gusta confesarlo. ¿Entiendes?». «Miedo tenemos todos mi querida, sólo que uno procura de esconderlo». Deferle iba delante haciendo guía, y puso su caballo a buen galope, que el camino a Sicón bien conocía.






XIX Después de cabalgar bastante rato por estrechas veredas en el bosque, salimos a una extensa y gran llanura cercada por rocosos y altos montes. El caballo paró el viejo Deferle, tras mirar un momento el horizonte dijo: «Aquí está el peligro de verdad». «Perdona, dije, pero no sé en dónde». «A nadie se ve en parte alguna amigo, dijo Orada, añadió: Quizás se esconden igual que los gusanos, en la tierra». «Mucha más razón tienes que supones; que surgen de improviso los bandidos del suelo vomitados y de golpe». «Andemos con cuidado y observemos toda ranura y todo hueco que un hombre pueda ocultar», dije yo un poco en broma. Con los caballos íbamos al trote mirando alrededor y desconfiando incluso del soplar del aire el roce. XX Pasaba el tiempo y nada se advertía de lo que hubiera que tener sospecha. Cuando al pronto surgieron de repente, como salidos de la misma tierra, una veintena de jinetes fieros. Nos cercaron de forma y tal manera, que jamás escapar fuera posible. Armado con espada, arco y flechas, se acercó hasta nosotros uno de ellos, de negra barba y tez más bien morena: «¿Quienes sois?, preguntó. ¿Hacia dónde vais?». «Al templo de Sicón como promesa», dije yo, adelantándome a mi amigo. «Son de seguro gente con riqueza», habló cualquier otro bandido riendo. «También tendrán la bolsa bien repleta», comentó otro rompiendo en carcajadas. «¡Por Satanás, que más que hermosa es bella!», exclamó uno acercándose a Orada. «¡Silencio!». Gritó el jefe con voz recia.

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