Portada
© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


PRIMERA PARTE

CANTO 1

I En la región del mundo más profunda, donde los seres de los cuentos de hadas viven los sueños de los tiempos siempre me quise aventurar, mas tal hazaña ardua de conseguir era a mi idea. Buscaba por doquier la oculta entrada. Andaba por la luz y las tinieblas; por el valle indagué y por la montaña, en la lluvia, en el río, en el arco iris, y siempre era al final, tan sólo mi alma. Prendía la aventura al pensamiento. Mi mente delirante y dislocada de ensueños se llenaba y fantasías. Caminé mucho tiempo y pensaba: ¿Qué es la realidad y qué es la vida? A la sombra de un árbol descansaba sin poder apartar lo que es ficticio, de la verdad del mundo y lo que pasa. Llegó la noche y me quedé dormido. ¿Era real mi vida o la soñaba? II Desperté con el sol y tenía hambre. Me fui buscando por el monte y llano algo para comer y no hallé nada. Llegué al fin a un palacio hermoso y blanco, pero antes de poder tocar la puerta me hicieron prisionero unos soldados. Me traté de explicar, mas no me oyeron. Al rey me condujeron y acusaron de haber sido mandado para espiar en el favor del enemigo odiado. Me declaré inocente de tal culpa. Fui no obstante por ellos condenado y encerráronme en una honda mazmorra. Había un hombre allí de pelo cano: Fue general del anterior monarca al que traidoramente destronaron. Logró éste huir al monte con sus hijos y algunos pocos y valientes criados. Sufría el pueblo por su rey; esperaba que volviera a vencer al cruel tirano.







III Las semanas pasaron y los meses. El general cayó enfermo tan grave que se moría, y me llamó a su lado: Me dijo una palabra, era la clave para llamar al genio de la tierra. Pronunciarla debía por la tarde antes de que la noche se cerrara y a la mañana, cuando el sol renace. Él lo intentó y no tuvo ningún éxito. Para no continuar siempre en la cárcel tenía que seguir llamando al genio, de los gnomos el rey, para salvarme y poder ayudar después al pueblo tiranizado en la miseria y hambre. «Cori» era la palabra bella, mágica. La dije sin creer bien por mi parte que fuera a suceder algún milagro. Nada pasó, mas insistí al instante y nombré aquel espíritu benigno. Dije: «¡Cori, tú puedes ayudarme!». IV De repente una densa niebla azul invadió el calabozo plenamente. Oyóse una voz recia, autoritaria decir: «¿Qué quieres débil ser terrestre?». «Rogarte quiero ¡oh genio poderoso! me ayudes, pues estoy aquí injustamente por el rey usurpador y cruel tirano condenado hasta el día de mi muerte». Al tiempo de expresar mi petición me prometí a mí mismo ser valiente, pero un cierto temor me acompañaba. Miraba por doquier sin poder verle. Sonó su voz diciendo: «Sé pues libre». Todo giraba en mí y quedé inconsciente. Me desperté en un jardín maravilloso, con hermosos manzanos y una fuente de mil caños y cien bellos colores, cambiando el juego en formas diferentes, en tanto que una música sonaba melodiosa en el grato y suave ambiente.






V Feliz y entusiasmado me sentía al verme libre en un lugar ameno. Deseaba comer una manzana. A un árbol me acerqué más que contento y advertí que sus frutos eran de oro. Quedé muy sorprendido, tuve miedo que fueran a tomarme por ladrón. Me aparté con cautela, más que presto, pues me podían estar observando y tenía temor de caer preso. Se veía un palacio tras la fuente de hermosas torres rojas y arabescos. Me pregunté que dónde me hallaría, y si eran bondadosos o adversos los seres de ese sitio misterioso. Andando di con una verja de hierro, siguiéndola encontré al fin la salida. Tras cruzar un terreno al descubierto me adentré por un bosque denso, verde. Cayó la noche y todo en torno negro. VI Cansado me tendí en la húmeda yerba. Tratando estaba de quedar dormido sin poder conseguirlo plenamente. Me torturaba el hambre, hacía frío. Se posó una lechuza sobre mi hombro; comenzó a dar pequeños, raros gritos. ¿Estaría intentando decirme algo? ¿Me esperaría algún nuevo peligro? Sus ojos me miraban fijamente, redondos ojos como el infinito, claros, brillantes en la oscura noche. El ave el vuelo alzó dando graznidos. Se paró a unos diez metros de mí. Pensé: ¿querrá indicarme el buen camino? Me acerqué con bastante precaución y oí que decía: «Ven conmigo». ¿Era aquello verdad o era locura, delirio de mi mente y mis sentidos? Perplejo estaba sin poder creelo, pero repitió el pájaro lo dicho.






VII Iba el ave volando por las ramas, tras ella yo siguiendo por su ruta. Después de andar un buen rato en la noche llegamos a la casa de una bruja, que a la puerta esperaba ya impaciente igual que una siniestra sombra oscura. Soltó una carcajada de repente la vieja al saludar a la lechuza: «¡Bravo, bravo querida, bien lo has hecho!». Vino hasta mí con gestos que me adulan, con sonrisas y amables palabritas: «Tienes hambre verdad. La vida es dura. Pasa, pasa hombre, que estarás cansado; come y duerme en mi casa, que es segura y no existe peligro que te aceche». Desconfiaba de aquella vieja absurda, mas no tenía opción para elegir; me decidí a entrar en su casucha. Mudo de asombro me quedé y pasmado cuando vi en su interior tanta hermosura. VIII Me hallaba en un palacio bello y rico en muebles y tapices decorado. La vieja me condujo a una estancia y juntos a la mesa nos sentamos. Aparecieron dos hermosas jóvenes. Manjares exquisitos me obsequiaron. Con deleite comí plácidamente y después a dormir me acompañaron. Era Sagara el nombre de la bruja. Me lo dijeron cuando despertamos, aquellas bellas jóvenes esclavas, era también aliada fiel del diablo. Pensaba sin poder ver el motivo que pudiera tener en sí callado. ¿Qué es lo que pretendía, qué tramaba? ¿Por qué me había atraído hasta su lado? La bruja no me había dicho nada. Advertí tras la puerta un rumor raro: Las jóvenes esclavas dicutían trayendo el desayuno hasta mi cuarto.






IX En tanto yo comía me observaban las dos bellezas juntas en mi lecho. Noté que me querían decir algo. La una me dijo: «Vete de aquí presto». La otra me aconsejó: «Habla con Sagara». Pensé: ¿Qué es lo mejor o lo más cuerdo? Me vestí sin saber qué es lo que haría. Me incliné por salir de allí huyendo. Pregunté el nombre a las esclavas bellas. «Vera» «Mara», a la vez me respondieron. Esperaba escapar por la ventana. Al igual que leyera el pensamiento me advirtió Mara: «No lo intentes Sauri». «Para escapar yo te diré el secreto», me dijo Vera, y Mara dijo: «¡Calla!». «¿Cómo es que habéis mi nombre descubierto?», les demandé bastante sorprendido. «Te conocemos desde el nacimiento. Somos el Bien y el Mal que hay en el mundo. Podemos ser la gloria o el infierno». X Miraba atentamente de una a otra: ¿Cuál sería la buena y cual la mala? «Las dos podemos ser el Bien o el Mal y volver a cambiar de hoy a mañana, para meter la duda entre los hombres», dijéronme al saber lo que pensaba. Sagara entró en aquel justo momento y mandó que salieran las esclavas. Mirándome ordenó: «Sígueme, ¡pronto! No te vale saltar por la ventana, pues nunca encontrarías la salida». Un sin fin de pasillos y de salas recorrimos, igual que un laberinto; escaleras subían y bajaban. Al fin llegamos a un salón hermoso de marmol y columnas de oro y plata. Me señaló un sillón para sentarme. Quedose ella de pie. Yo cavilaba: ¿Qué podría querer de mi persona mujer tan poderosa y afortunada?






XI «Sauri, dijo, la vida te he salvado. Si no es por mí, en el bosque hubieras muerto. Puedes pagar tu deuda si me ayudas. Supongo que estarás por mí dispuesto a volver al jardín de las hespérides, sin dejarte llevar por ningún miedo al coger dos manzanas de oro puro, que has de traerme aquí lo más ligero que tus ágiles pies y astucia pueda». «Te agradezco infinito lo que has hecho. Sé que mi muerte cosa era segura, Sagara, dije, mas robar no puedo, pues sería ofender al dios del Bien». «No es mal lo que pretendo, sino bueno, que haré quitar la duda entre los hombres y la paz y el amor serán eternos. Para ello necesito esas manzanas, para que nunca exista desacuerdo que fomente la duda en Vera y Mara y regir pueda al mundo con acierto». XII «Mala cosa sería para el hombre si la duda del alma le arrancaras, que todo su saber es la pregunta que va buscando a Dios en sus entrañas». «Quimérica ilusión del ser humano, Sauri. Ya la paciencia se me acaba. Si no quieres hacerlo por las buenas bien te obligaré hacerlo por las malas». En su arrugado y pálido semblante sus ojos negros de ira fulguraban. A un salón me pasó, pequeño y raro: Había en la pared una pantalla, diferentes y extraños aparatos. La vieja unos botones manejaba. Al pronto apareció mi amada madre haciendo en paz las cosas de la casa. «¡Madre!», grité, y no podía ella oírme. Presente era a la vista, mas lejana. «Mejor es que entres a mi servicio pues, poder tengo si quiero de matarla».






XIII Al ver que poseía tan gran magia, pensé que su amenaza cumpliría y dispuesto quedé a obedecerla. «Bien, dijo, largo es el camino en días». «Sí, contesté, y no sé cómo llegar, que tengo la memoria ya perdida». «Toma este mágico zafiro de agua, te indicará la senda justa y fija, hasta en oscura noche sin estrellas. También deseo darte esta cajita para que puedas siempre hablar conmigo, si mi ayuda o consejo necesitas». Me regaló la bruja un buen caballo y me puse en camino a toda prisa. Llevaba mucho tiempo cabalgando por árida región desconocida. Muchas rocas había y poca yerba. El día era calor, la noche fría. Me metí en una cueva a descansar cuando en el horizonte el sol moría. XIV Fui arrancado del sueño de improviso por una luz brillante y segadora. Una voz me ordenó me levantara. «¿Qué quieres, demandé, de mi persona, diablo seas o espíritu del Bien?». «Quitarte la intención que tienes loca de entrar en el jardín de las Hespérides». «Llevo orden de una bruja más que odiosa que tiene en su poder mi amada madre». «Fue tan sólo ilusión engañadora que debía obligarte obedecerla», dijo la voz extraña y misteriosa. «¿Eres tú por ventura el genio Cori que me libró de aquella cruel mazmorra?». No recibí contestación alguna; sólo silencio, obscuridad ahora reinaba al irse la brillante luz. «¿Qué pensar?». Con mi duda estaba a solas. El sueño me rindió y quedé dormido y tuve pesadillas espantosas.






XV Después de varios días de camino me paré a descansar en una aldea, pues fuerzas deseaba reponer. Me declaró al hablar la posadera que se hallaba una banda de rebeldes esparcida por toda la pradera; adictos del monarca derrocado. Robaban y mataban como fieras, sobre todo a los ricos de Karama. Se extrañó de que nada yo supiera. Le dije que venía de lontano, pero que más lejana era mi meta. Me vigilaba de continuo un hombre, era bajo y tenía barba negra. Por la noche en mi estancia abrí la caja pequeña que Sagara a mí me diera, para poder ponerme en contacto y consultar con ella mis sospechas. Vi su imagen y oí su voz decirme me pusiera en camino con cautela. XVI Pagué para partir al otro día y me fui con las sombras de la noche procurando que nadie lo advirtiera. Cabalgando iba hacia el cercano monte donde podría estar más a cubierto de la temida banda de ladrones. El zafiro me guiaba con certeza. Pedía ayuda al genio por su nombre, pero éste no volvía a presentarse. Creí ver las siluetas de unos hombres en las cercanas rocas apostados. Relinchó mi caballo y espantose al ver surgir al pronto las figuras. De cabeza caí y llevé tal golpe que perdí plenamente los sentidos. De muy lejano oí nombrar mi nombre, de la profundidad del negro sueño. Noté que me movían y a la postre cobré el conocimiento por entero y amarrado me vi a un grueso poste.






XVII Preguntó alguien qué cosa me tramaba. Sentía en la cabeza un dolor fuerte. No quise responder a la pregunta. Me creyeron espía nuevamente. Me azotaron con furia las espaldas. Pedían insultándome mi muerte. No comprendía bien lo que querían. Me corría la sangre y quedé inerte. Alumbraba la luna el campamento y yo volvía en mí muy lentamente. Oí que de mí hablaban entre ellos y me hice todavía el inconsciente. Era el dolor terrible, me quejaba: Solo, desamparado como siempre en mi desventurada vida estaba. ¿Quién me ayuda o por mí quién se conmueve? ¡Pobre madre en las manos de Sagara!, pensaba con tristeza, amargamente. Empezaron al pronto a desatarme y llevaron delante de su jefe. XVIII Acudieron dos jóvenes hermosas que el jefe las mandó para curarme. Con un bálsamo untaron mis espaldas, me vendaron después con manos suaves. Al volverme vi que eran Vera y Mara. Notaron la sorpresa en mi semblante. Sonriendo dulcemente me dijeron que su sitio era todos los lugares. Me preguntó el jefe de la banda quién me mandaba espiar por sus parajes. Juré que no era espía, vivamente. Narré que me metieron en la cárcel y encontré un general del primer rey. Que un genio me ayudó y pude escaparme y que iba por encargo de Sagara, la cual tenía en su poder mi madre, a robar dos manzanas de oro puro. El jefe, cuyo nombre era Tamare, me propuso también un tal negocio: Del templo de Sicón robar el sable.






XIX Al oír lo que quería tuve miedo, pues el dorado templo era guardado por cien ojos de cuervos escondidos, que atacaban al ver algún extraño y en el cuerpo clavábanle sus picos. «¡Para vencer al rey cruel y tirano tengo que poseer el sable mágico!, dijo con odio mal disimulado el jefe de la banda de rebeldes. Serás si tienes éxito premiado con riquezas y honores para siempre. Si mi pacto no aceptas, castigado tú y tu familia toda a muerte lenta». «Tal vez quisiera algún bravo vasallo ganarse tanto honor y tanta gloria», dije yo, pero todos se callaron con el temor pintado en sus rostros. Me vi en esta ocasión también forzado a claudicar delante del más fuerte y el camino emprendí con mi caballo. XX Amitasar estaba hacia el oriente, por una ruta dura y peligrosa. Había que cruzar un gran desierto de increíbles visiones espantosas, creadas por los genios de Satán llevaba a la demencia a las personas. Tras muchos días arribé a un pueblo. Aquí debía decidir qué cosa optaba por hacer: Ir por el sable, por la región desértica, arenosa, o partir al jardín por las manzanas en la lejana selva más ignota. Trataba de buscar otra salida. Pensando me encontraba hora tras hora. Razón tendría aquella voz extraña que dijo era ilusión engañadora el poder que la bruja demostraba. Oponerme a Tamare era idea loca, pues éste siempre sí se vengaría sin más piedad de mi familia toda.

Subir
Elegir otro canto



Portada

© Rodrigo G. Racero