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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 9

I La barrera de fuego los roboamos sin ninguna lesión pasar podían, pero no los soldados ni dragones, que ante el fuego, allí se detenían. No llegaba el poder de los extraños seres, sin más, abrir un paso o vía, que el rayo de sus cuernos la potencia, para romper el muro no tenían; así ganado había pues un tiempo. Con impotencia vimos y con ira, como las torres derribadas eran por el certero rayo y la maestría, de los dragones del tirano rey. ¿Qué hacer? Una batalla ya perdida era aquella, si ayuda no llegaba, que el fuego poco a poco se extinguía, y podrían pasar hasta el muro los monstruos, con su fuerza ofensiva, y destruir la muralla en mil pedazos, para nuestra desgracia y desdicha. II Vimos volar un pajarraco enorme, y pensé que vendría en él la bruja. Una «Luz» de esperanza llenó mi alma. Quizá no venga tarde con su ayuda. Se posó el raro rocho ante el palacio; sobre él se destacaban tres figuras. Bajamos rápido a su encuentro todos. «Siempre te hallas con gente más que estúpida, dijo Sagara. Dos azules hombres la acompañaban. Tus problemas nunca acaban. ¡Vamos, raudo para arriba!». Corrimos nuevamente con premura a la torre más alta del castillo. Una especie de tela tiesa y dura, como de oro, extendieron y colgaron entre almenas, brillando a esa altura bajo la luz del sol. «¿Qué significa?», demandé, mas no tuve a mi pregunta respuesta alguna, que en aquel instante, los monstruos disparaban con gran furia.






III Pasmados nos quedamos sin dar crédito a los ojos, los rayos de los monstruos que iban a la muralla dirigidos, se fueron al tejido aquel, como oro, y perdieron allí efecto y potencia. Igual que si un imán fuera, o un foco de luz que a los insectos atrajera. No eran así sus rayos peligrosos. «Bien lo has pensado, dije, mas, ¿qué arma traes, para poder también nosotros atacarles? Ganar para existir. Nuestras vidas, la muerte es de los otros». «No te puedo ofrecer ninguna otra arma. Las gracias debes dar, de que estáis todos a salvo». «Cierto, cierto, pero nada logramos avanzar; defensa sólo, no es forma de acabar por siempre el Mal». «Tú inventarla tendrás, de cualquier modo, pienso que existe ya desde hace tiempo». «No creo pueda ser, si yo lo ignoro». IV Voló Sagara a casa de regreso. Me arrancó la promesa de llevarle lo más pronto posible las manzanas. No es nuestra situación ahora envidiable, aunque hemos de momento escapados a la muerte, me dije, imperdonable no haber sabido hallar la clave o forma, de vencer los malditos miserables. «Si atravesar pudieran la muralla, perdidos estaríamos, pues grande, fuerte son, para pelear a cuerpo, Deferle dijo, pero no te extrañes que se limiten a ponernos cerco, que aquí podríamos morir de Hambre». «No pienso que paciente se conformen, buscarán de otro modo un desenlace, dijo Algasir. Para luchar dispuesto estar debemos, no hay que ser cobarde». Tamare comentó: «Los roboamos invictos son, ni carne son ni sangre».






V «Moriremos luchando», Eldaré dijo. «Por supuesto, afirmó Kadibar, pero, ¿qué fue lo que la bruja decir quiso, cuando insinuó que un arma desde tiempo existe?». Nadie supo responder. «Seguro no será ningún misterio, habló Tamare. Sauri, sólo él sabe la sucesión continua de los hechos». Hacia mí dirigieron la mirada. «Yo os quiero confirmar que nada es cierto; no soy consciente de tener poder alguno, busco y busco y nada encuentro». «Lo tendrás en algún lugar oculto, tal vez en un rincón del pensamiento, me dijo Talmo. Creo estás distraido, con Orada tan sólo en tu recuerdo». «Es de verdad que muchas veces llama a mi memoria, y su hermosura anhelo. ¡Odio tanta barbarie y tanta guerra! Sus besos y caricias son mis sueños». VI «Te ayudaré cuando ésta guerra acabe, siguió diciendo Talmo, hallar a Orada». En el salón entró un guerrero al pronto gritando, con el miedo en la cara: «Procuran penetrar, suben el muro». «¡Vamos, todos arriba, a la muralla!». En efecto, intentaban el asalto. Para subir usaban las escalas de cuerdas y de palos, y con ganchos. Les arrojamos piedras, hirviendo agua y mucha rabia, y flechas encendidas, las flechas en los cuerpos rebotaban de los roboamos. Rayos de sus cuernos salían y al que daba lo mataba, que la distancia corta era, y el rayo desviar no se podía hacia la placa. «Ahora sí que estamos bien perdidos, no podemos vencer la extraña raza, dijo Deferle. ¿Cómo continuar?». «Nos deberá ayudar pues <Todonada>».






VII <Todonada> era el último recurso. «Sólo él puede ayudarnos a escapar. No nos podemos defender con éxito. Abandonar debemos la ciudad, en la oscuridad de esta misma noche». «¿No parece que sea traicionar un poco al pueblo?», comentó Tamare. «Nada hacemos dejándonos matar, y seguro querrá vengarse Esiri con la fuerza de toda su maldad. En cuanto nos hallamos escapados, podrá rendirse entonces la ciudad. Izará alguno la bandera blanca, y así Esiri triunfante entrará en Karama, después será buscarnos su primera obsesión. No logrará encontrarnos, pues lejos ya estaremos». De noche se extendió la oscuridad, y <Todonada> se hizo un rocho negro que voló por la tierra infernal. VIII Nos sacó el rocho en tres viajes a todos los que temíamos perder la vida. «¿Crees que Esiri mandará matar a la gente llevado por su ira?», me preguntó Algasir preocupado, pues que tenía amigos y familia en Karama. «No pienso que condene al pueblo en general. Su alegría será grande, si rey de Eruland se hace, satisface sus ansias y codicia. Su poder absoluto es ahora inmenso». «Una derrota tan difinitiva, nunca me imaginé fuera a sufrir», Kadibar dijo, y que también sentía haber tenido que huir como un cobarde. «Ha sido lo mejor, pues que perdida estaba la batalla. No es un héroe quien por nada su vida sacrifica». «Tienes razón, vencer no era posible». Tamare me apoyó: «Ya vendrá un día... ».






IX Cerca ya de las puertas de Sicón, en el monte, encontramos una cueva. «Refugiémonos dentro de ella. Aquí, dije, nos quedaremos a la espera. Deferle que conoce la ciudad, irá a investigar si algunas nuevas noticias hay, si se habla de nosotros. Siempre tendrá que haber un centinela para que no nos puedan sorprender, ya que, a precio están nuestras cabezas». «Dinos qué es lo que hacer tienes pensado. No puedes consentir que Esiri venza», dijo Deferle, y todos esperaban que yo les devolviera la creencia, de que posible era vencer al Mal. «No gana el Bien, por ser Bien, una guerra, sino quien en su mano tiene el arma más poderosa, a su favor la fuerza». «Cierto, por eso has de inventar, fraguar en tu mente una fórmula concreta». X Así me habló, animándome, Tamare. «Y enfrentarnos podamos al tirano con probabilidad de tener éxito», dijo Eldaré, y los otros aprobaron. Sagara había dicho que existía un arma desde hacía tiempo, años... Alguien también lo dijo en otro instante, era un amigo del pastor, de Talmo, en aquel pueblo, cerca de Sicón. Creo se refería al sable mágico. No quería pensar que fuera el sable la solución. Debía de ser cauto y detenidamente mirar todo. Se tornó <Todonada> en un caballo y se fue con Deferle a la ciudad. Estábamos hambrientos y cansados. Al fin volvieron, víveres traían y de lo que pasaba nos hablaron: Por desacato al rey, condena a muerte, y más altos impuestos al trabajo.






XI Varios días llevábamos allí y todos me apremiaban, actuar pronto. No había más remedio, decidir tenía, cavilaba como un loco: ¿Qué es lo que hacer debía? ¿De qué forma hallar la solución, o de qué modo? Les dije: «Debo ir nuevamente al templo, aunque el momento sea peligroso. Debo encontrarme con la virgen ahora». «¿Hemos de acompañarte o has de ir solo?», me preguntó solícito Algasir. «Hay que tener cuidado y mucho ojo», dijo Deferle y quiso conducirme. «Sé que tengo que ser muy receloso. Vendrá por eso sólo <Todonada>, es el mejor para ayudar en todos los contratiempos que pasarnos pueda, sin querer ofenderos a vosotros». Esperamos la noche y nos marchamos por los montes aquellos silenciosos. XII Amanecía cuando al fin llegamos. Me recordaba aún de aquellas calles. Directamente fuimos hacia el templo. «Seguro que la virgen el alarde que hiciste de poder lo rememora, y dispuesta estará de nuestra parte». «Su religión es defender la humana raza, y no apoyará guerra o combate, si cree que un peligro es para ésta». Se tornó <Todonada> en un gigante, un ser ridículo era yo a su lado. Defenderme él podría en todo instante, si hubiera que luchar contra los sifes. «Entregarnos la virgen debe el sable, esta vez ha de ser el verdadero, no nos sirve formar extrañas artes». «Creo quedó escondido por el monte, me dijo <Todonada>, bajo llave». Llegamos a la plaza grande, el templo se encontraba en silencio y sin nadie.






XIII «Raro no ver aquí persona alguna, me parece que pasa algo extraño», dije, en tanto pensaba qué sería. «Es probable que sea aún temprano, opinó <Todonada>. Por supuesto es bastante chocante, y pienso que algo debe ocurrir; ni un alma hay en las calles». «Esperemos entonces un buen rato, propuse, y observemos qué sucede». Se palpaba en el aire un presagio, parecía fuera algo acontecer. Medio día y el templo aún cerrado. Entraron en la plaza de improviso unos fieros soldados a caballo. Una veintena de seguro que eran. Entre ellos se encontraban roboamos. Las puertas golpearon, con gran furia, del templo, y al final la derribaron. Con premura logramos escondernos y lo que allí pasaba contemplamos. XIV Pasaron por la fuerza dentro el templo. En su interior seguían, pasó un largo tiempo y salieron con la virgen presa. Arrastras la llevaban, por las manos amarrada, y brutal y a empellones empujada; a caballo la montaron y se fueron de allí con rapidez. Me quedé, al ver tal cosa, muy asombrado, pues no llegué a pensar que sucediera tan de improviso, un hecho así nefasto. No había de verdad previsto aquello. «Entremos en el templo, dije. ¡Vamos! Asintió <Todonada> y tras mí vino. Todo triunfo de Esiri es mi fracaso». Por doquier se veían sifes muertos. «Con valentía, creo, habrán luchado por defender a su señora, pero sus vidas en el choque se han dejado, murmuró <Todonada> y añadió: Dime,¿era eso de cierto necesario?».






XV «Se han defendido ante tan cruel ataque, era ese su sagrado deber, creo». «Dijistes que mejor era rendirse que dejarse matar, es tu consejo». «Cierto, y la prueba de ello aquí la tienes». «Pues entonces, ¿por qué aquí yacen muertos?». «El resultado es, pienso, del destino». «Tú, responsable eres del sino nuestro». «No lo puedo evitar, la muerte forma parte del ciclo de la vida pleno». «¿Moriremos pues todos al final?». «Sí, es solamente una custión de tiempo. A una ley universal sujeto estamos». «De filosofear no es el momento. Habrá que actuar. ¿Qué piensas hacer ahora?». Parecía sentirse unos lamentos. Encontramos en una estancia un sife malherido, en sus ojos había miedo. «Dime: ¿Por qué han raptado a la virgen?». «La quieren torturar a fuego lento». XVI «¿Cómo es que no salieron atacar los cuervos?». «Hace tiempo los mataron, los roboamos fueron, los malditos... ». «¿Por qué hacen esto, qué lo ha motivado?». «Esiri intenta conocer la clave, pues se quiere adueñar del sable mágico». «¿La clave? ¿Qué pretendes insinuar?». El monje herido tuvo un desmayo. Se esforzaba en hablar y se moría. Me resultaba aquello muy enigmático. Se hacía así Esiri odiar del pueblo. A los monjes matar no es necesario, pensé, para intentar saber la clave. El sife se repuso, aún habló algo: «Sólo la virgen sabe el secreto. El verdadero Mal son los roboamos», dijo haciendo un esfuerzo y expiró. «Tal vez la habrán llevado al palacio». «¿Qué podremos hacer ahora, dijo <Todonada>, que todo está enredado?».






XVII Había que tratar de averiguar lo que significaba aquella clave. Tenía por lo tanto que librar a la virgen. ¿De qué forma o con qué arte? Debía de pensar y ser astuto. <Todonada> tenía que ayudarme de nuevo, no veía otra opción. «Encuentro que eres demasiado grande», en un ratón tendrás que convertirte». «Conmigo te diviertes cada instante». «Si te ofendes, lo dejo a tu elección. Puedes ser un león; aconsejable no es, pues te matarán los roboamos». «Decides tú, que tú la fábula haces». «Como tal roedor vas al palacio y buscas dónde esos miserables mantienen a la virgen retenida. Espera, cuando no te vea nadie, a la virgen transformas en ratón, tú en la virgen te tornas al instante». XVIII «La virgen huye y yo me quedo allí haciéndome pasar por ella, ¿es eso?». «Exacto, bien lo has entendido, amigo». «Pero, ¿por qué los dos no huir al momento? A ella la quieren torturar, seré yo en realidad quien sufra, si me quedo». «Te puedes escapar si ves peligro. Entretanto nosotros buscaremos el sable mágico en el monte, pronto». «Ella tiene lo máximo de tiempo dos horas, para ser de nuevo humana». «En la plaza estaré, delante el templo, allí la espero, y hazlo todo bien. ¡Actuemos, vamos, corre como el viento! Y no encuentres un gato en el camino». Se vió cruzar la calle un punto negro, que desapareció hacia el palacio. Vencer a los roboamos era el reto. Todo indicaba fuera el sable el arma para batir a los de extraño cuerpo.






XIX <Todonada> llegó hasta la mazmorra donde etaba la virgen prisionera. Sujeta la tenían con grilletes en los pies y las manos, la cadena la hacía firme al muro. Yacía inerte, sobre el pecho inclinada la cabeza, parecía estuviera desmayada. Dos soldados allí estaban con ella. Un candente hierro hallábase al fuego. Quemaduras en brazos, pecho y piernas tenía. Dudaba: ¿Habría quizá hablado? En vano pues sería de la celda librarla, (o debo por bondad salvarla). La agarró por su negra cabellera un soldado, y miró su cara atento. No se veía vida en su faz bella. Cayó al soltarla su cabeza exangüe. Hablaron entre ellos con risa y flema, al tiempo que de aquel lugar salieron, creyendo estaba ya la virgen muerta. XX Se convirtió el ratón en una hermosa mujer, idéntica a la virgen era. Se acercó <Todonada> a la cautiva. Al verla así, sintió una gran tristeza. La animó con palabras de consuelo. Abrió los ojos, que no estaba muerta. En su rostro, de asombro había un gesto, al verse así misma delante de ella. Explicó <Todonada> lo planeado, y hecha ratón, huyó más que ligera. El roedor atravesó las calles. Llegó al fin a la plaza, y por mi pierna se subió hasta mi hombro, y me dijo algo al oído: «Rápido ir hacia la cueva». Con prontitud me puse en camino. Tiempo aún quedaba hasta que tuviera la virgen otra vez su normal forma. Corrí pues y corrí a campo traviesa, hasta el monte llegué, y descansar tuve. El secreto lugar debía estar cerca.

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