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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 8

I Una rata cruzaba por las calles. Alarmada la gente la seguía intentando matarla a escobazos; pero la rata ágil se escabullía, logrando al fin pasar dentro el palacio. Procuraba no ser por nadie vista. Se escondió, pues cambiar fue la figura. Una persona de importancia y rica al pronto apareció delante el rey. Se asombró Kadibar de la visita inesperada y demandó: «¿Quién eres?». «Un amigo que viene y te avisa que Tamare se encuentra en tu prisión, porque hay traidores dentro de tus filas». Se puso el soberano con su gente dispuesto a descubrir aquella intriga; que fueron de inmediato a la gayola y supo que de forma repentina, se llevó el capitán los prisioneros. Y tras ellos el rey fue a toda prisa. II Corrían por el llano hacia el monte al galope tendido los caballos. Había que alcanzar a los que huían, casi seguro irían los fugados mucho más lentos, pues que a pie marchaban. Era difícil en la noche el rastro seguir de los traidores, y los hombres se esparcieron haciendo un cerco amplio. Unas sombras al fin, allá a lo lejos se divisaban, y llegaron rápido hasta donde se hallaban, y en refriega fugaz, el rey venció con sus soldados. No era una situación para mí nueva, aunque sí un acto insólito y extraño, el que ficticios seres me libraran, de otros seres también imaginados. No sé cómo ocurrir pudo tal cosa, pensé, y una voz dijo: «A los poetastros sólo les pasa tales sinrazones, por el cuento narrar de un modo falso».






III El capitan habíase escapado. Un espía de Esiri era seguro, y cobrar pretendía el rescate, de acuerdo iba con otro agente junto. Kadibar abrazó a Tamare al verle, dijo: «Jamás pensé que hombres algunos de los míos, pudieran ser traidores». «Probablemente no serán los únicos, le dije, pues que Esiri atacar quiere y le informa algún espía suyo». «Pienso que no te falta la razón, pero en verdad no creo sea ninguno de mis amigos íntimos del reino». «Vamos pronto, debemos hablar mucho», dijo Algasir, y todos asintimos. No debía ocurrir en absoluto el ser por el tirano derrotados, cavilaba, buscando en lo profundo del pensamiento, la precisa idea que nos librara de ese mal injusto. IV Tras una marcha acelerada, entramos en palacio, aliviados de llegar. Un buen rato estuvimos descansando. Después el rey nos invitó a cenar. Dos hermosas mujeres nos servían buenos manjares, vinos a probar. Vera y Mara, creía que ellas eran. Una se me acercó: «Nunca, jamás lograrás de esa forma la victoria. El señor de la guerra vencerá». Se fue, y la otra me dijo: «No estés triste, pues que tuyo será el triunfo al final». A unos y otros miré en torno de mí. ¿Si lo habrán advertido los demás? Nadie se había percatado de ellas, pues bebían y hablaban nada más. ¿Cual de las dos tendrá razón? Pensé: ¿Por qué será que vence siempre el Mal? ¿Cual es la causa última que lleva al hombre a un constante guerrear?






V «¿Dónde se hallan las torres de Sagara?», a Kadibar le pregunté de pronto. «Por mis mejores hombres protegidas están, en un lugar oculto, sólo conocido por gente de confianza». «Son unos aparatos poderosos, pero se tienen que saber llevar». «Guiarlos pueden algunos de nosotros, y para actuar estamos preparados. Sé que Esiri llevado por el odio quiere destruir el pueblo de Eruland, y atacar ya se apresta en plazo corto». «¿Cómo lo sabes, que él quiere invadir tu reino?», pregunté un tanto curioso. «También yo tengo en su país espías, y al corriente sin duda estoy de todo lo que allí ocurre; y los extraños seres que sirven a mi tío, peligrosos son en alta medida, muy potentes. Vencerlos, no será fácil tampoco». VI «Una buena estrategia habrá que hacer, dijo Tamare. Venderemos cara nuestras vidas. Quizá vencer podamos». «Con esas torres la última batalla ganamos, dije, dándoles aliento. Emite un rayo y toda vida mata». «Sí, pero en aquel tiempo los roboamos no existían, o bien no se encontraban al servicio de Esiri», Eldaré dijo. «Más que hombres, esos seres, como máquinas destructivas, invictos son. ¿Qué hacer?». Algasir preguntó, y me miraba. «Creo que los chabridos no eran menos temibles, que también se procreaban de inmediato, de un modo increíble. Hay que coger las torres y cambiarlas de lugar lo más rápido posible, que Esiri sabrá donde emplazadas están, e intentará pues demolerlas. Sus espías tal vez le den entrada.






VII «Sería conveniente el hacerlo, aunque sólo fuera por simple precaución, dijo Tamare. Estaba pensativo. Creo que habrán tramado algún complot y decidido lo tendrán ya todo». «Tus hombres de confianza, ¿quiénes son?», le pregunté curioso a Kadibar. «Mis amigos de siempre, la mayor franqueza tienen por mi parte todos». «Supongo que hay entre ellos un traidor. Averiguar debemos lo que pasa. El tiempo apremia, actuar sin dilación es la oportunidad, quizá sea la única que hay para lograr nuestra salvación». «¿Qué piensas que tenemos que hacer ahora?». «Hazlos venir, di quieres su opinión saber, sobre un asunto alto secreto». «Eso, en la lucha contra el opresor, dijo Eldaré, en misión especial, ir debe uno a la corte de Sicón. VIII «¿Y qué pretendes conseguir con eso?», preguntó Kadibar. Eldaré dijo: «Quizá podamos sonsacar alguna cosa, o bien advertir algún motivo que pudiera tener quien te delata». «Pero si todos son buenos amigos». «La solución yo creo puede estar, en ver lo que el autor tenga ya escrito», Algasir comentó burlonamente. «Afirmo que no existe ningún libro donde leerse pueda nada cierto», les dije en verdad algo confundido. «Bien, se verá lo qué resulta de esto, consintió el rey en hacer justo lo dicho e hizo a sus confidentes llamar pronto. Al poco aparecieron y les dijo Kadibar: «De vosotros tendrá alguno que ir a Sicón. Será su objetivo indagar cuándo y cómo atacar quieren, y si hay con nuestras fuerzas equilibrio».






IX Los cuatro confidentes sorprendidos a todos nos miraban, y mirábanse entre ellos, al fin uno avanzó y habló: «Su majestad perdone que me extrañe de tal proposición, pues que tenéis allí en Amitasar, espías más que hábiles». «¿Pasa algo? ¿Hay novedad?», preguntó otro. Y un otro demandó: «¿Pensáis que ataque próximamente Esiri?». «Posible es, le contestó Tamare, creo se abren los medios que dan paso a una guerra». En silencio seguía el cuarto, aparte, como a la espectativa, oyendo todo. Después habló y dijo: «Si bien os place, yo me puedo encargar de ir a Sicón. Tengo amigos, sé quien puede informarme. Volveré en cuanto sepa algo seguro». «Tienes mi bendición, marcha en cuanto antes, que te acompañe Dios, y mucha suerte». Yo acordé con el rey en vernos más tarde. X Tenía que encontrar a <Todonada>. Donde se hallaba nunca lo sabía, pues vigilar debía aquel amigo que en Sicón acechar bien pretendía, el poder de las fuerzas adversarias. No sé por qué tenía la manía de desaparecer constantemente. Actuar debo ligero, a toda prisa. Pensaba intensamente en él, «retorna», invocando mi mente repetía. Eldaré apareció ante mí, un gato en los brazos portaba, y una sonrisa. Le pregunté: «¿Es el gato <Todonada>?». «Nada especial le encuentro que distinga éste, de otro cualquier gato normal. Pero, yo de un asunto hablar quería contigo. Ese hombre no me da confianza. Lo conozco, tenía una sobrina, que creo, él mismo la mandó matar». «Tampoco fe ninguna a mí me inspira».






XI «Nos referimos, creo yo, al mismo hombre». «Sí, ese que ir a Sicón se ha ofrecido». «¿Qué lo impulsó matar a su sobrina?». «Algo sobre una herencia, no sé... un lío. Unas joyas en forma de manzana, que tienen un poder raro. ¡Ah! un mito. Supongo se trataba de dinero». «Es verdaderamente un acto indigno. El gato se hizo un hombre. ¡<Todonada>! Doy las gracias a Dios de que has venido. Tienes que averiguar lo que hacer quiere un individuo... ». «Todo lo he oído», <Todonada> me dijo adelantádose. «Marcha, sé cauteloso y sé preciso. ¿Cual era el nombre de la chica aquella?», a Eldaré pregunté un tanto intranquilo. «Orada, me parece se llamaba». Quedé, aunque lo esperaba, sorprendido, pero, ¿cómo es posible que esté muerta, si recluida se encuentra en un castillo? XII En Orada pensaba de continuo, pero no conseguía saber dónde se hallaba, no encontraba el buen camino. Sólo sé que en mi mente está o se esconde, mas no podía ahora en su hermosura soñar. La guerra cruda ya se impone con su implacable ley: Dolor y muerte. Debía de exponerle las razones al rey, para sacar de la ciudad las torres de combate, y en los montes ocultarlas, y así quizá coger al enemigo por sorpresa entonces. El rey tornó cuando marchó Malefo. (Del tío de Orada éste era el nombre). Nos pusimos de acuerdo en la maniobra a realizar, y dió presto las órdenes precisas el monarca, y el momento inevitable del terrible choque con las tropas de Esiri y los roboamos aguardamos, y el miedo se esconde.






XIII No sucedía nada que pensar hiciera que la guerra estaba cerca. Hacía un día espléndido de sol para soñar en una vida plena de amor e ilusión junto con Orada. Mas la realidad de otra manera la había decidido Dios. Muy pronto la sangre cubriría la pradera, y el dolor vertería amargo llanto. Inquieto estaba, larga era la espera. Esiri no atacaba, algo tramaba. El pueblo entero se encontraba alerta. Talmo y Deferle ¿Dónde se hallarían? Las horas caen para todos lentas. Tampoco aparecía <Todonada>. ¿Quién será el victorioso en la contienda? No me atrevía hacer ningún pronóstico. No creo que la suerte o valor pueda nada hacer decisivo contra el Mal, único vencedor de toda guerra. XIV Habían apresado en la frontera los soldados del rey a unas personas. Todos pensamos fuera un comando de Esiri que tramaba alguna cosa. Resultó luego ser, Deferle y Talmo junto con los demás. Tras la penosa caminata, quisieron descansar. Hablé más tarde con Deferle a solas. Me dijo que el ganado estaba a salvo, entre los montes, lejos de la choza donde vivía Talmo, y al cuidado de unos pastores, gente buena y honrosa. Se oyó ladrar un perro allí en la estancia, sería <Todonada> que retorna, pensé así, y se formó del perro un hombre. «En Sicón, dijo, están listas las tropas para iniciar en breve la invasión de Eruland, en custión de pocas horas. Malefo es un espía y confidente. Ante tal poder, nuestra fuerza es poca».






XV «Sé que los roboamos poderosos son, mas quizá con nuestras torres, pienso... y desde arriba, desde el aire pues... ». «Será difícil, sólo si algún genio nacido de tu mente te ayuda». Un agudo dolor y desconsuelo sentí dentro del alma. Al pensar en la derrota tuve en verdad miedo. ¿Cómo poder seguir con ésta historia, después de haber andado tanto tiempo? La máquina de guerra destructiva, exterminar podría pues de cierto el país de Eruland, matar el Bien. Todos mis personajes que son buenos, de existir dejarían, y borrarlos por fuerza de seguir dentro del cuento por lógica tendría que hacer. Duda y desconcierto había en todo el reino. Triste se hallaba Kadibar. Pensando yo el modo de salir de éste enredo. XVI «Hay que abrir una zanja alrededor de la ciudad, y toda persona acta trabajar debe en ella. Acabar rápido. Llenar ésta después de paja y ramas secas, para prender fuego y parar un tanto de tal modo su avanzada. Cuando estén detenidos ante el fuego, aparecen las torres y atacan». Presto se puso manos a la obra. «Un enorme trabajo para nada, que al final la victoria es de Esiri», con reproche me dijo <Todonada>. «Sí, no es la solución ideal, pero ganar podemos tiempo con la trampa, mientras pienso una nueva estrategia». «Nunca se han de perder las esperanzas, aunque te recomiendo te des prisa en encontrar la forma, pues se acaba el tiempo, así la historia de tu cuento, sin la idea lograr poner en práctica».






XVII Pensaba sin hallar la solución. ¿Cómo ganar la próxima batalla? Se habían triplicados los roboamos. Me podría ayudar quizá Sagara con los seres magníficos, azules, construir sabrían una nueva arma. Estuve cavilando el pro y el contra. Al fin llamé a la bruja con la mágica cajita que llevaba en mi bolsa. Primero me gritó sus amenazas, que no había cumplido mi promesa de robar del jardín las dos manzanas, después me prometió mandar auxilio. Con Kadibar fui hablar a sus estancias. Un emisario de repente entró, venía jadeante y dio la alarma: El enemigo estaba en la frontera. «Ante la poca resistencia, avanza con rapidez, y pronto ante las puertas de la ciudad está», dijo con rabia. XVIII Las torres escondidas en los montes prestas se hallaban para el combate. Todo el poder del mal se avecinaba. Una legión temible, interminable, de horribles roboamos y soldados de Esiri se extendían por el valle. Espantosos dragones completaban el ejército, puro en su barbarie. Ya estaban de Karama ante las puertas. Miedo el alma sentía hasta en la carne. Se había terminado de cavar la zanja, y material harto inflamable se puso dentro de ella, y aguardamos. Cerca el momento decisivo, instante tenso, en que los arqueros esperaban, flechas en ignición y con coraje. Alzáronse las torres por los cielos. A mi señal, las flechas llameantes prendieron en la zanja y se alzó el fuego. Desde las torres se inició el ataque.






XIX Una lluvia de rayos desde arriba dispararon las torres por sorpresa, y cientos abatidos sobre el suelo quedaron fulminados como piedras. Los dragones de Esiri respondieron, fuego escupiendo de sus bocas negras. Asombrado quedé al ver levantarse los que habían caído en la pelea. ¿Qué explicación tenía todo aquello? No podían vivir si muertos eran. No detenía el fuego a los roboamos. «Increíble, pues pasan, no se queman», dijo Deferle y me miró extrañado. «Si así es, perdida está sin más la guerra», sentenció Kadibar con gran enojo. «¿Cómo puedes actuar de esa manera?», más que admirado preguntó Tamare. «No sé, no encuentro ahora la respuesta». «Tendrás que decidir lo qué hacer pronto, que el enemigo está ante las puertas». XX Recordé horrorizado aquellas placas que hacía a los soldados invencibles; por eso se quedaban sin efecto los rayos de las torres, increíble. Pero lo que aún era peor de todo, no quería aceptar que indestructibles fueran los roboamos, algo hacer debía, que a los otros les indique que mi poder podría derrotarlos. «No puedes consentir que te aniquile Esiri con tu propia fantasía. No puede ser más alto y sublime el Mal que el Bien, o no debiera serlo», me dijo <Todonada>. «Inadmisible, añadió Kadibar, creí vencer, pero el autor no sabe lo qué escribe». Enfadarme no quise por aquello, ni por lo que los otros de mí dicen. En mi ayuda vendría pues Sagara. Veríamos después qué se consigue.

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