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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 7

I «Pongamos pues tu plan, sin más, en práctica», decidido aprobó Algasir el riesgo. «Bien, correremos el albur», Deferle dijo. Estuvieron todos de acuerdo al fin. «Debemos avisar a Talmo en el pueblo, le dije, esté dispuesto para atacar con todo ímpetu y fuerza, en cuanto vea en el palacio fuego. De otra parte, Algasir con sus adictos avanza; en un constante cambiar puesto con Talmo, de llegar y replegarse. Rodeando el castillo estaremos con los demás nosotros y Eldaré, <Todonada> también vendrá. Primero entrará él, y podrá así advertirnos del posible peligro que haya dentro. La negrura esperemos de la noche». «Emprendió ya el camino el mensajero, Algasir dijo, para hablar con Talmo. Creo que, para actuar estamos prestos». II Dos hombres de confianza de Algasir entraron en palacio con las placas. Uno al ala derecha, otro a la izquierda. Con las antorchas de la planta baja, donde las dependencias de lacayos y toda servidumbre se encontraba. A muebles de madera y vestidos prendieron fuego, así también a camas y paja en los establos de animales. Tras poco, se extendieron grandes llamas. La gente despavorida afuera huyeron, y fueron por los hombres atacada que con Talmo esperaban en las sombras. Los soldados gritaron dando alarma, y algunos roboamos acudieron rayos soltando de sus testas raras. Muertos quedaron muchos de los nuestros en tierra dura de la noche helada, pero también soldados sucumbieron en número abundante en la batalla.






III El resplandor del fuego se advertía desde los altos montes a lo lejos. También desde la torre del castillo aquellos roboamos lo advirtieron. Voces y bulla en su interior se oían, y tras haber pasado un breve tiempo roboamos y soldados a caballos, a toda prisa juntos emprendieron el difícil camino hacia el palacio. <Todonada> un ratón se hizo, y dentro pasó de aquella extraña fortaleza. El largo rato parecía eterno, que todos impacientes esperábamos. <Todonada> por fin volvió diciendo: «Han quedado tan sólo tres guardianes que custodiando están los prisioneros». «¿Puedes tú hacerte un roboamo?», dije. «Ya lo intenté hace bastante tiempo, mas, me es desconocida su materia, es de un mundo enigmático y complejo». IV «Tal vez sea posible liberarlos sin que los centinelas se den cuenta. Sé de un túnel secreto muy antiguo. Quizá los roboamos no lo sepan, lo hizo el barón, que fue el anterior dueño». Por la falda del monte, en la maleza ocultándonos íbamos despacio. Por último llegamos a una cueva, tuvimos que inclinarnos para entrar, era larga, profunda y muy estrecha. Teníamos que ir uno detrás de otro. Al fin nos encontramos una puerta. Todos a una empujamos y cedió, pues carcomida estaba su madera. Una oscuridad plena allí reinaba. Tanteando subimos la escalera de caracol que nos llevaba al sótano del castillo. Alumbraban unas teas, recorrimos con ellas un pasillo, hasta ver en el muro una cadena.






V De ella nos decidimos a tirar. Se hizo en el muro una amplia abertura, entramos, y después de un par de metros el paso se cortaba. Lisa y dura como madera, había una pared; con fuerza presioné y por ventura se abrió, girando fácil y en redondo. Nos encontramos al instante en una sala llena de extraños aparatos. Mirábamos atentos por si alguna persona o roboamo se encontraba allí dentro. De pronto una figura apareció en el vano de la puerta de la contigua habitación; robusta y grande parecía. Nos echamos todos sobre ella, en una corta lucha logramos reducir a la persona aquella, era de mala catadura. Le preguntamos por los prisioneros, mas responder no quiso a la pregunta. VI Pasamos al salón que había anexo. Ante nuestra sorpresa allí se hallaban todos los detenidos y Tamare entre ellos, amarrados a unas camas. En los desnudos cuerpos, unos hilos de colores sus carnes penetraban. Sus cabezas cubrían unos cascos de un brillante metal, igual a plata. Parecían estar todos dormidos. A Tamare llamé y no despertaba, ni los otros tampoco reaccionaron. Al individuo aquel de faz extraña, le amenazamos con la misma muerte, como a los prisioneros no sacara del misterioso estado soñoliento en que se hallaban. Lo aprobó con rabia y fue hacia uno de aquellos aparatos: Manejó unos botones y palancas. Salieron los cautivos del letargo y la alegría sonrió en nuestras caras.






VII «Los otros vigilantes ¿dónde están?», Deferle preguntó preocupado. «A este sujeto no lo había visto, ignoraba existiera tal bellaco, contestó <Todonada> disculpándose. Por fuera deambulan tres roboamos». «Tenemos que irnos cuanto antes mejor, dijo Eldaré cogiéndole las manos a Tamare y tratando de ayudarle a incorporarse. Se halla mal mi hermano, igual que los demás pobres rehenes». «Sí, debemos de andar en verdad rápidos, dije, que aparecer pueden los otros y arduo sería entonces escaparnos». «Con este singular ente ¿qué hacer?». «Creo, amarrarlo bien y amordazarlo, que no pueda la voz de alarma dar». Hábil y presto puso acto al trabajo, quien formulado había la pregunta. «¡Vamos! Los presos se han ya recobrados». VIII Tamare no salía de su asombro al verse libre, y nos dio las gracias. Se le veía estaba emocionado. «Habéis conseguido una gran hazaña», dijo, mas tengo que encontrar mi ropa. Su desnudez seguro se tapaba con las manos, igual que los demás. La hallaron al final con sus espadas dentro de un viejo armario en el salón. «Poneros pronto, rápido las calzas, les apremió Deferle impaciente. Si queremos tener en la escapada éxito, nos debemos marchar ahora». «Sí, nuestro tiempo aquí mucho se alarga», corroboró Eldaré el temor de todos. Al punto nos pusimos ya en marcha. «Esperemos que el túnel no descubran», nos dijo seriamente <Todonada>. Íbamos por aquella oscuridad sólo habitada por hambrientas ratas.






IX Profundo respiramos al salir de aquel largo agujero bajo el monte. Debíamos andar con precaución. «Lo mejor esperar será la noche ocultos en algún lugar del valle». «Quizá tengas razón, estoy conforme», dijo Deferle y Eldaré asintió. Preguntó <Todonada> por los hombres que se habían quedado combatiendo: «Ni valiente ni amigo el que se esconde es», sentenció, y todos quedamos serios. «Razón ninguna tiene tu reproche, dije malhumorado, somos pocos y endebles. Ellos todos bien conocen la situación y saben cuando deben retirarse. Ese era el plan del golpe que sin excepción, todos aceptamos. El que te preocupes, gesto noble por tu parte es, quizá sea mejor vayas a ver qué pasa y nos informes». X El manto negro de la noche, suave se extendió por el mundo de los sueños. Se marchó <Todonada> hacia el bosque. Tan sólo un roboamo salió a nuestro encuentro, sin llegar a descubrirnos. Dormimos intranquilos al sereno. La mañana era fresca y soleada, y el camino seguimos hacia el pueblo. En una parte oculta por el valle, en un sitio del campo encubierto por árboles, hallamos los rebaños de ovejas y de vacas. El terreno apto era para estar bien escondidos. Ganado había de otros muy diversos animales en número alto grande. «Esto el robo es, sin más, de los cuatreros. Lejos una cabaña se advertía. «Tal vez gente se encuentre allí dentro, opiné, mas ninguno dijo nada. Con prudencia y cuidado acerquémonos».






XI Me fui despacio hacia adelante solo. Tras breve pausa me siguieron a una, pero no parecían convencidos de ello, mis compañeros de aventura. Nos hallábamos cerca y de repente aparecieron unas diez figuras, que frente nos hicieron sin temor. Cierta era, inevitable ya la lucha. Con valentía entramos al ataque. También se defendían con bravura los ladrones aquellos de ganado. Con palos, con espadas, era dura la pelea, y heridos ya algunos estábamos; mas nuestro ímpetu y furia era quizá mayor, que al fin vencimos. «Se quedará Deferle, con la ayuda de algunos, dije, llevará los hatos a una parte lejana y más segura, para que no los puedan encontrar bandidos ni cuatreros, jamás nunca». XII Por último llegamos agobiados al pueblo, y asombrados de ira y rabia quedamos, que ante nuestra vista había un terrible espectáculo, pues casas destruidas y los muertos esparcidos yacían por las calles. Ya volaban por los cielos los negros buitres, prestos a devorar las víctimas se hallaban. «Buena carnicería ha hecho Esiri». «Sí, dijo Eldaré, cruel fué su venganza. Su palacio quedó medio arrasado por el enorme fuego, en grandes llamas». «Rápido vámonos al bosque negro, averiguar debemos lo que pasa». Tamare nos condujo por secreta senda hacia donde la guarida estaba. Encontramos en ella a Algasir, también a Talmo y otra gente tanta, que huyeron de la furia del rey Esiri, cuando en el pueblo hicieron la matanza.






XIII Algasir abrazó alegre a su hermano Tamare, muy contento al verlo libre. «No me puedo explicar que tanta gente llegara en el pueblo a morir, dije. ¿Cómo es qué no les dió a escapar tiempo?». «A los ancianos no nos fué posible convencerles que irse era lo mejor». «Sí, ni a los niños, ¡pobres infelices!, perdonaron la vida los roboamos, dijo uno de la banda y añadió: Horrible». «En pie de armas el reino se ponía, pero ha desistido ante el invencible poder que tienen esos peregrinos seres, de algún lugar raro y terrible provienen, y al rey Esiri obedecen», Algasir explicó. «Lo que nos dices, comenté, no es ninguna cosa nueva, pero alguna manera habrá, imposible que no se encuentre forma de vencerlos». «Esperemos que a ello tú te obliges». XIV De pronto apareció allí <Todonada>. Se presentó con forma de pantera. «¿Dónde has estado?, demandé furioso. Me he quedado esperando a que volvieras y me dijeras lo que aquí ocurría. Deja de aparecer como una fiera, sé, un ser humano y habla pronto, explícame». «Vi que de cualquier modo o tal manera, escaparon al fuego los roboamos. Me hice un soldado, estuve a la espera. Deseaba saber lo que tramaban. Ofrecer quieren una recompensa al que os denuncie o dar pueda una pista». «¿Quieres decir que están nuestras cabezas puestas a precio?». «Así es exactamente». «Habrá que andar atentos y muy alerta, si alguien nos ve seguro nos delata». «No siempre estar podemos en la cueva, dijo Eldaré, debemos combatir, aunque un arma nos falta que sea buena».






XV «¿Te recuerdas tú, cuando aniquilaste con aquel artefacto misterioso a todos los chabridos de la tierra? Pues un objeto así de poderoso construir debe tu ciencia nuevamente, a <Todonada> dije, y de ese modo eliminar a todos los roboamos». Un pajarraco, grande era y monstruoso, «pero eres tú el que tienes que inventar, tu decisión al fin es, sin más, sólo optar por repetir lo que hiciste. Aunque pienso que es poco ingenioso». «No te falta razón. ¿Qué hacer entonces?». «Tuyo es el deber, busca en lo más hondo del pensamiento, araña, hurga e indaga hasta dar con la idea o con el cómo solucionar éste problema, raudo, sin más dilatación ni espera, pronto». «¡Las torres de Sagara!, pensé en ello, los mecanismos esos tan incógnitos». XVI «En Karama se deben de encontrar, pero, ¿habrá alguien que sepa manejarlos?». «Les enseñó Sagara. Te recuerdas? De nuevo hay que volver, poder usarlos. Una oportunidad es contra Esiri». «Creo tienes razón. Los aparatos lo único tal vez sea, que nos sirva para hacerle frente al rey tirano. Aunque ello implique repetir lo mismo». «Tenemos que actuar preciso y rápido», empezó a animarme <Todonada>. «Bien, un proyecto hagamos que sea exacto: Partir debemos de inmediato, ahora, sin que nos vean hemos de escaparnos, marcharnos a Eruland al caer la noche. Aquí se quedará a esperar, Talmo, a que llegue Deferle con los otros. Seguro Kadibar está confiado y hay que ponerle alerta del peligro, de un ataque de Esiri y los roboamos».






XVII Tamare ya se había repuesto algo de su debilidad. Pensé que él fuera el que nos condujera hacia Karama. Conocía mejor que otro la senda. Ocultos en las sombras de la noche íbamos por aquella selva negra, caminando hasta ver nacer la luz. Hicimos una pausa en la arboleda, descansamos en tanto era de día, con precaución y siempre estando alerta continuamos con fuerza y voluntad, pues deseábamos entrar en tierras de Eruland, para hallarnos más seguros. Dentro la oscuridad de las tinieblas padecíamos frío, hambre y sueño. Conseguimos llegar a la frontera y la humedad dejar del bosque inmenso. Ya no estaba lejana nuestra meta, nos quedaba tan sólo una jornada, por los montes, Karama era más cerca. XVIII La activa vigilancia en la frontera, pensar nos hizo que algo sospechaba Kadibar; no se fiaba de su tío Esiri, y preparado, alerta estaba. De repente nos vimos rodeados de soldados en medio la cañada. «Paz, debemos hablar con vuestro rey», les dije, y desconfiados nos miraban. «Yo soy Tamare. ¿Conocéis mi nombre?», dijo éste. «Eres leyenda, quizá farsa», el que los comandaba contestó. Otro añadió: «¡Idioteces y patrañas! ¡Cortémosles a todos las cabezas!, diciéndolo sacó su cimitarra, pues gente son del rey tirano, Esiri». «Antes debéis llevarnos al monarca, insistí, pues traemos importantes nuevas. Y os recomiendo no hagáis falta, que pagaréis quizá con vuestras vidas». Rompió a reir y gritó: «¡Vamos, en marcha!».






XIX A la ciudad llegamos derrengados tras larga caminata, y prisioneros quedamos arrestados en la cárcel. Reprocharon mi falta y poco ingenio todos mis compañeros, por la forma increíble de como nos cogieron, sin tan siquiera habernos defendido. «Aún no hemos perdido por completo, con nosotros se encuentra <Todonada>. Se hace una rata, escapa en un momento y a Kadibar le cuenta lo que ocurre». Intentó protestar, no le dió tiempo, que ya era el roedor que se escapaba. Advertí que era yo, mi pensamiento, más que su voluntad, quien decidía lo que había que hacer. Queda resuelto nuestro problema así, pensé aliviado. «No es como para estar muy satisfecho, dijo Algasir, caer en una trampa. ¿Para eso hemos venido?». E hizo mal gesto. XX Vinieron a buscarnos tras un tiempo y nos sacaron en la fría noche. Por el silencio de los campos íbamos ignorando el por qué ni hacia dónde. Empecé a sospechar lo que tramaban, no dudaba ya, al ver cerca los montes. A Amitasar seguro nos llevaban. Eran ellos de cierto, hombres traidores. Pretendían cobrar por nuestras vidas. Del enemigo estaban cumpliendo orden. Se cernía el peligro sobre el pueblo. Con Algasir me hallaba muy conforme en que algo teníamos que hacer. Oía de Eldaré amargo reproche: Yo de lo sucedido era el culpable. Mi intención siempre ha sido honesta y noble, pensaba, mas las cosas se me tuercen, no podía avanzar, mi idea se esconde, no veía la luz que me inspirara; de la duda sentía tristes voces.

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