I
«Pongamos pues tu plan, sin más, en práctica»,
decidido aprobó Algasir el riesgo.
«Bien, correremos el albur», Deferle
dijo. Estuvieron todos de acuerdo
al fin. «Debemos avisar a Talmo
en el pueblo, le dije, esté dispuesto
para atacar con todo ímpetu y fuerza,
en cuanto vea en el palacio fuego.
De otra parte, Algasir con sus adictos
avanza; en un constante cambiar puesto
con Talmo, de llegar y replegarse.
Rodeando el castillo estaremos
con los demás nosotros y Eldaré,
<Todonada> también vendrá. Primero
entrará él, y podrá así advertirnos
del posible peligro que haya dentro.
La negrura esperemos de la noche».
«Emprendió ya el camino el mensajero,
Algasir dijo, para hablar con Talmo.
Creo que, para actuar estamos prestos».
II
Dos hombres de confianza de Algasir
entraron en palacio con las placas.
Uno al ala derecha, otro a la izquierda.
Con las antorchas de la planta baja,
donde las dependencias de lacayos
y toda servidumbre se encontraba.
A muebles de madera y vestidos
prendieron fuego, así también a camas
y paja en los establos de animales.
Tras poco, se extendieron grandes llamas.
La gente despavorida afuera huyeron,
y fueron por los hombres atacada
que con Talmo esperaban en las sombras.
Los soldados gritaron dando alarma,
y algunos roboamos acudieron
rayos soltando de sus testas raras.
Muertos quedaron muchos de los nuestros
en tierra dura de la noche helada,
pero también soldados sucumbieron
en número abundante en la batalla.
III
El resplandor del fuego se advertía
desde los altos montes a lo lejos.
También desde la torre del castillo
aquellos roboamos lo advirtieron.
Voces y bulla en su interior se oían,
y tras haber pasado un breve tiempo
roboamos y soldados a caballos,
a toda prisa juntos emprendieron
el difícil camino hacia el palacio.
<Todonada> un ratón se hizo, y dentro
pasó de aquella extraña fortaleza.
El largo rato parecía eterno,
que todos impacientes esperábamos.
<Todonada> por fin volvió diciendo:
«Han quedado tan sólo tres guardianes
que custodiando están los prisioneros».
«¿Puedes tú hacerte un roboamo?», dije.
«Ya lo intenté hace bastante tiempo,
mas, me es desconocida su materia,
es de un mundo enigmático y complejo».
IV
«Tal vez sea posible liberarlos
sin que los centinelas se den cuenta.
Sé de un túnel secreto muy antiguo.
Quizá los roboamos no lo sepan,
lo hizo el barón, que fue el anterior dueño».
Por la falda del monte, en la maleza
ocultándonos íbamos despacio.
Por último llegamos a una cueva,
tuvimos que inclinarnos para entrar,
era larga, profunda y muy estrecha.
Teníamos que ir uno detrás de otro.
Al fin nos encontramos una puerta.
Todos a una empujamos y cedió,
pues carcomida estaba su madera.
Una oscuridad plena allí reinaba.
Tanteando subimos la escalera
de caracol que nos llevaba al sótano
del castillo. Alumbraban unas teas,
recorrimos con ellas un pasillo,
hasta ver en el muro una cadena.
V
De ella nos decidimos a tirar.
Se hizo en el muro una amplia abertura,
entramos, y después de un par de metros
el paso se cortaba. Lisa y dura
como madera, había una pared;
con fuerza presioné y por ventura
se abrió, girando fácil y en redondo.
Nos encontramos al instante en una
sala llena de extraños aparatos.
Mirábamos atentos por si alguna
persona o roboamo se encontraba
allí dentro. De pronto una figura
apareció en el vano de la puerta
de la contigua habitación; robusta
y grande parecía. Nos echamos
todos sobre ella, en una corta lucha
logramos reducir a la persona
aquella, era de mala catadura.
Le preguntamos por los prisioneros,
mas responder no quiso a la pregunta.
VI
Pasamos al salón que había anexo.
Ante nuestra sorpresa allí se hallaban
todos los detenidos y Tamare
entre ellos, amarrados a unas camas.
En los desnudos cuerpos, unos hilos
de colores sus carnes penetraban.
Sus cabezas cubrían unos cascos
de un brillante metal, igual a plata.
Parecían estar todos dormidos.
A Tamare llamé y no despertaba,
ni los otros tampoco reaccionaron.
Al individuo aquel de faz extraña,
le amenazamos con la misma muerte,
como a los prisioneros no sacara
del misterioso estado soñoliento
en que se hallaban. Lo aprobó con rabia
y fue hacia uno de aquellos aparatos:
Manejó unos botones y palancas.
Salieron los cautivos del letargo
y la alegría sonrió en nuestras caras.
VII
«Los otros vigilantes ¿dónde están?»,
Deferle preguntó preocupado.
«A este sujeto no lo había visto,
ignoraba existiera tal bellaco,
contestó <Todonada> disculpándose.
Por fuera deambulan tres roboamos».
«Tenemos que irnos cuanto antes mejor,
dijo Eldaré cogiéndole las manos
a Tamare y tratando de ayudarle
a incorporarse. Se halla mal mi hermano,
igual que los demás pobres rehenes».
«Sí, debemos de andar en verdad rápidos,
dije, que aparecer pueden los otros
y arduo sería entonces escaparnos».
«Con este singular ente ¿qué hacer?».
«Creo, amarrarlo bien y amordazarlo,
que no pueda la voz de alarma dar».
Hábil y presto puso acto al trabajo,
quien formulado había la pregunta.
«¡Vamos! Los presos se han ya recobrados».
VIII
Tamare no salía de su asombro
al verse libre, y nos dio las gracias.
Se le veía estaba emocionado.
«Habéis conseguido una gran hazaña»,
dijo, mas tengo que encontrar mi ropa.
Su desnudez seguro se tapaba
con las manos, igual que los demás.
La hallaron al final con sus espadas
dentro de un viejo armario en el salón.
«Poneros pronto, rápido las calzas,
les apremió Deferle impaciente.
Si queremos tener en la escapada
éxito, nos debemos marchar ahora».
«Sí, nuestro tiempo aquí mucho se alarga»,
corroboró Eldaré el temor de todos.
Al punto nos pusimos ya en marcha.
«Esperemos que el túnel no descubran»,
nos dijo seriamente <Todonada>.
Íbamos por aquella oscuridad
sólo habitada por hambrientas ratas.
IX
Profundo respiramos al salir
de aquel largo agujero bajo el monte.
Debíamos andar con precaución.
«Lo mejor esperar será la noche
ocultos en algún lugar del valle».
«Quizá tengas razón, estoy conforme»,
dijo Deferle y Eldaré asintió.
Preguntó <Todonada> por los hombres
que se habían quedado combatiendo:
«Ni valiente ni amigo el que se esconde
es», sentenció, y todos quedamos serios.
«Razón ninguna tiene tu reproche,
dije malhumorado, somos pocos
y endebles. Ellos todos bien conocen
la situación y saben cuando deben
retirarse. Ese era el plan del golpe
que sin excepción, todos aceptamos.
El que te preocupes, gesto noble
por tu parte es, quizá sea mejor
vayas a ver qué pasa y nos informes».
X
El manto negro de la noche, suave
se extendió por el mundo de los sueños.
Se marchó <Todonada> hacia el bosque.
Tan sólo un roboamo salió a nuestro
encuentro, sin llegar a descubrirnos.
Dormimos intranquilos al sereno.
La mañana era fresca y soleada,
y el camino seguimos hacia el pueblo.
En una parte oculta por el valle,
en un sitio del campo encubierto
por árboles, hallamos los rebaños
de ovejas y de vacas. El terreno
apto era para estar bien escondidos.
Ganado había de otros muy diversos
animales en número alto grande.
«Esto el robo es, sin más, de los cuatreros.
Lejos una cabaña se advertía.
«Tal vez gente se encuentre allí dentro,
opiné, mas ninguno dijo nada.
Con prudencia y cuidado acerquémonos».
XI
Me fui despacio hacia adelante solo.
Tras breve pausa me siguieron a una,
pero no parecían convencidos
de ello, mis compañeros de aventura.
Nos hallábamos cerca y de repente
aparecieron unas diez figuras,
que frente nos hicieron sin temor.
Cierta era, inevitable ya la lucha.
Con valentía entramos al ataque.
También se defendían con bravura
los ladrones aquellos de ganado.
Con palos, con espadas, era dura
la pelea, y heridos ya algunos
estábamos; mas nuestro ímpetu y furia
era quizá mayor, que al fin vencimos.
«Se quedará Deferle, con la ayuda
de algunos, dije, llevará los hatos
a una parte lejana y más segura,
para que no los puedan encontrar
bandidos ni cuatreros, jamás nunca».
XII
Por último llegamos agobiados
al pueblo, y asombrados de ira y rabia
quedamos, que ante nuestra vista había
un terrible espectáculo, pues casas
destruidas y los muertos esparcidos
yacían por las calles. Ya volaban
por los cielos los negros buitres, prestos
a devorar las víctimas se hallaban.
«Buena carnicería ha hecho Esiri».
«Sí, dijo Eldaré, cruel fué su venganza.
Su palacio quedó medio arrasado
por el enorme fuego, en grandes llamas».
«Rápido vámonos al bosque negro,
averiguar debemos lo que pasa».
Tamare nos condujo por secreta
senda hacia donde la guarida estaba.
Encontramos en ella a Algasir,
también a Talmo y otra gente tanta,
que huyeron de la furia del rey Esiri,
cuando en el pueblo hicieron la matanza.
XIII
Algasir abrazó alegre a su hermano
Tamare, muy contento al verlo libre.
«No me puedo explicar que tanta gente
llegara en el pueblo a morir, dije.
¿Cómo es qué no les dió a escapar tiempo?».
«A los ancianos no nos fué posible
convencerles que irse era lo mejor».
«Sí, ni a los niños, ¡pobres infelices!,
perdonaron la vida los roboamos,
dijo uno de la banda y añadió: Horrible».
«En pie de armas el reino se ponía,
pero ha desistido ante el invencible
poder que tienen esos peregrinos
seres, de algún lugar raro y terrible
provienen, y al rey Esiri obedecen»,
Algasir explicó. «Lo que nos dices,
comenté, no es ninguna cosa nueva,
pero alguna manera habrá, imposible
que no se encuentre forma de vencerlos».
«Esperemos que a ello tú te obliges».
XIV
De pronto apareció allí <Todonada>.
Se presentó con forma de pantera.
«¿Dónde has estado?, demandé furioso.
Me he quedado esperando a que volvieras
y me dijeras lo que aquí ocurría.
Deja de aparecer como una fiera,
sé, un ser humano y habla pronto, explícame».
«Vi que de cualquier modo o tal manera,
escaparon al fuego los roboamos.
Me hice un soldado, estuve a la espera.
Deseaba saber lo que tramaban.
Ofrecer quieren una recompensa
al que os denuncie o dar pueda una pista».
«¿Quieres decir que están nuestras cabezas
puestas a precio?». «Así es exactamente».
«Habrá que andar atentos y muy alerta,
si alguien nos ve seguro nos delata».
«No siempre estar podemos en la cueva,
dijo Eldaré, debemos combatir,
aunque un arma nos falta que sea buena».
XV
«¿Te recuerdas tú, cuando aniquilaste
con aquel artefacto misterioso
a todos los chabridos de la tierra?
Pues un objeto así de poderoso
construir debe tu ciencia nuevamente,
a <Todonada> dije, y de ese modo
eliminar a todos los roboamos».
Un pajarraco, grande era y monstruoso,
«pero eres tú el que tienes que inventar,
tu decisión al fin es, sin más, sólo
optar por repetir lo que hiciste.
Aunque pienso que es poco ingenioso».
«No te falta razón. ¿Qué hacer entonces?».
«Tuyo es el deber, busca en lo más hondo
del pensamiento, araña, hurga e indaga
hasta dar con la idea o con el cómo
solucionar éste problema, raudo,
sin más dilatación ni espera, pronto».
«¡Las torres de Sagara!, pensé en ello,
los mecanismos esos tan incógnitos».
XVI
«En Karama se deben de encontrar,
pero, ¿habrá alguien que sepa manejarlos?».
«Les enseñó Sagara. Te recuerdas?
De nuevo hay que volver, poder usarlos.
Una oportunidad es contra Esiri».
«Creo tienes razón. Los aparatos
lo único tal vez sea, que nos sirva
para hacerle frente al rey tirano.
Aunque ello implique repetir lo mismo».
«Tenemos que actuar preciso y rápido»,
empezó a animarme <Todonada>.
«Bien, un proyecto hagamos que sea exacto:
Partir debemos de inmediato, ahora,
sin que nos vean hemos de escaparnos,
marcharnos a Eruland al caer la noche.
Aquí se quedará a esperar, Talmo,
a que llegue Deferle con los otros.
Seguro Kadibar está confiado
y hay que ponerle alerta del peligro,
de un ataque de Esiri y los roboamos».
XVII
Tamare ya se había repuesto algo
de su debilidad. Pensé que él fuera
el que nos condujera hacia Karama.
Conocía mejor que otro la senda.
Ocultos en las sombras de la noche
íbamos por aquella selva negra,
caminando hasta ver nacer la luz.
Hicimos una pausa en la arboleda,
descansamos en tanto era de día,
con precaución y siempre estando alerta
continuamos con fuerza y voluntad,
pues deseábamos entrar en tierras
de Eruland, para hallarnos más seguros.
Dentro la oscuridad de las tinieblas
padecíamos frío, hambre y sueño.
Conseguimos llegar a la frontera
y la humedad dejar del bosque inmenso.
Ya no estaba lejana nuestra meta,
nos quedaba tan sólo una jornada,
por los montes, Karama era más cerca.
XVIII
La activa vigilancia en la frontera,
pensar nos hizo que algo sospechaba
Kadibar; no se fiaba de su tío
Esiri, y preparado, alerta estaba.
De repente nos vimos rodeados
de soldados en medio la cañada.
«Paz, debemos hablar con vuestro rey»,
les dije, y desconfiados nos miraban.
«Yo soy Tamare. ¿Conocéis mi nombre?»,
dijo éste. «Eres leyenda, quizá farsa»,
el que los comandaba contestó.
Otro añadió: «¡Idioteces y patrañas!
¡Cortémosles a todos las cabezas!,
diciéndolo sacó su cimitarra,
pues gente son del rey tirano, Esiri».
«Antes debéis llevarnos al monarca,
insistí, pues traemos importantes
nuevas. Y os recomiendo no hagáis falta,
que pagaréis quizá con vuestras vidas».
Rompió a reir y gritó: «¡Vamos, en marcha!».
XIX
A la ciudad llegamos derrengados
tras larga caminata, y prisioneros
quedamos arrestados en la cárcel.
Reprocharon mi falta y poco ingenio
todos mis compañeros, por la forma
increíble de como nos cogieron,
sin tan siquiera habernos defendido.
«Aún no hemos perdido por completo,
con nosotros se encuentra <Todonada>.
Se hace una rata, escapa en un momento
y a Kadibar le cuenta lo que ocurre».
Intentó protestar, no le dió tiempo,
que ya era el roedor que se escapaba.
Advertí que era yo, mi pensamiento,
más que su voluntad, quien decidía
lo que había que hacer. Queda resuelto
nuestro problema así, pensé aliviado.
«No es como para estar muy satisfecho,
dijo Algasir, caer en una trampa.
¿Para eso hemos venido?». E hizo mal gesto.
XX
Vinieron a buscarnos tras un tiempo
y nos sacaron en la fría noche.
Por el silencio de los campos íbamos
ignorando el por qué ni hacia dónde.
Empecé a sospechar lo que tramaban,
no dudaba ya, al ver cerca los montes.
A Amitasar seguro nos llevaban.
Eran ellos de cierto, hombres traidores.
Pretendían cobrar por nuestras vidas.
Del enemigo estaban cumpliendo orden.
Se cernía el peligro sobre el pueblo.
Con Algasir me hallaba muy conforme
en que algo teníamos que hacer.
Oía de Eldaré amargo reproche:
Yo de lo sucedido era el culpable.
Mi intención siempre ha sido honesta y noble,
pensaba, mas las cosas se me tuercen,
no podía avanzar, mi idea se esconde,
no veía la luz que me inspirara;
de la duda sentía tristes voces.
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