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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 6

I «Nos ha salvado tu valor la vida. Dinos, ¿cómo podemos compensarte?». «No lo he hecho tan sólo por vosotros, es que odio a éstos bárbaros salvajes. Ignoro de qué extraño mundo vienen, pero del nuestro quieren adueñarse. Aunque al mando del rey dicen estar». «¿Cómo lo has puesto fuera de combate?», con gran curiosidad le pregunté. «En un sitio preciso hay que tocarles, justo en un punto del costado izquierdo». «Pero, ¿cómo es qué tú el secreto sabes?». «Así lo ponen cuando hay que operarlos, si es que heridos están o enfermos grave. Lo sé, les he ayudado mucho tiempo». «Son pues entonces ellos vulnerables». «No lo creas, que siempre se reponen, de volver a la vida son capaces. Unos a otros se operan, nunca mueren, ni tienen miedo, ni en sus venas sangre». II «¿Sabes tú dónde ocultan a Tamare?». «He oído muchas veces de él su nombre sin llegar a saber dónde se encuentra. Hay escogidos un número de hombres entre los presos, quieren ensayar con ellos y obtener un poder doble». «No sé lo qué deseas decir ahora». «Personas de carácter son y enorme valor, de voluntad férrea y gran fuerza. Los roboamos, creo, los esconden para poder copiarles luego el alma. Perfectos quieren ser, pero feroces». «Esas personas, di, ¿dónde se encuentran?». «El secreto lugar no se conoce. Sólo los jefes saben el paraje». «Ignoro si conmigo estáis conforme, dijo Deferle, mas aquí hay peligro. Debemos irnos, sólo qué, ¿hacia dónde?». «Seguros estaréis si lleváis placas», con determinación nos dijo el hombre.






III «¿Y cómo las podemos conseguir?», le pregunté, maravillado un tanto. «Conozco el sitio donde están guardadas». «Pero vigilará algún roboamo». «Sé de un pasillo oculto para entrar». «Bien, vámonos de aquí con prisa, ¡rápido!». Nos guió por misteriosos recovecos. Finalmente ante un muro nos paramos. «No sabemos aún cómo te llamas», le preguntó Deferle algo intrigado. «El nombre recibí de <Todonada>». El viejo y yo extrañados nos miramos. «¿Dónde has estado en todo este tiempo?». No supo contestar, quedó callado. «Bueno, dije, ¿y ahora cómo hacemos?». <Todonada> en un punto con la mano presionó de aquel muro y se abrió un hueco. Para poder pasar nos agachamos. Un túnel tenebroso recorrimos, hasta que a un salón desembocamos. IV Medianamente iluminado estaba aquel recinto singular, hermético cerrado, oculto para el pueblo todo. Se hallaban allí extraños instrumentos. <Todonada> fue hacia una estantería. Deferle y yo esperamos siempre atentos. Nuestro amigo volvió, traía las placas que nos dio y nos pusimos en el pecho. El problema era ahora el saber dónde estaba el prisionero. «Vamos presto, salgamos de aquí cuanto antes mejor, dije a mis compañeros. ¿Cómo haremos para salvar con éxito a Tamare?». «Existe o hay un castillo no muy lejos, en un lugar llamado <Diablo Rojo>. Peligroso, escarpado es el terreno, pero supongo están allí encerrados. Yo solo iré a inspeccionar primero, explicó <Todonada> decidido. Cuando llegue el momento actuaremos».






V «Para salir ilesos del palacio hay que cruzar un sitio peligroso, nos dijo <Todonada> pensativo. De eludir esa parte no veo el modo. Los roboamos siempre están de guardia. Duermen a la semana una vez sólo». «Para poder vencerlos ¿qué armas hay?». «No sé, si alguna existe yo lo ignoro. Para nuestra defensa poseemos las chapas, lo único es que yo conozco». «Debemos arriesgarnos a salir, dijo el viejo, mas debes pensar pronto la forma de acabar con éstos seres malditos, o ellos antes con nosotros acabarán, que su poder es grande». «Se volverá pues <Todonada> un topo y podrá así escaparse sin ser visto. Nosotros nos haremos los beodos, de la fiesta extraviados en palacio». «Atrevido es el plan, pero no loco». VI Manos a la obra nos pusimos todos. Se esfumó <Todonada> en un momento. Deferle y yo salimos de aquel sitio. Ya se acabó la fiesta hacía tiempo. Cantando como los borrachos íbamos el viejo y yo, abrazados y con miedo. No se veía por allí ningún roboamo, tan sólo unos domésticos que al vernos, nos echaron a patadas. La noche se cerraba y frío era el viento. «Una suerte increíble hemos tenidos. Será mejor que demos un rodeo antes de entrar en nuestro escondrijo, no sea que nos vea alguien del pueblo», dije a Deferle en tanto caminábamos. «¿Cómo hará <Todonada> para vernos?». «Contacto tomará si es oportuno». Una vez en el bosque oscuro y denso, dimos vueltas y vueltas sin hallar el árbol que al lugar nos daba acceso.






VII Desorientados íbamos perdidos, cansados ya y escasos de esperanza, en el tronco de un árbol derribado nos sentamos. De pronto en la hojarasca oímos pasos y una sombra vimos. Alguien despacio, lento se acercaba. Alerta nos alzamos y escondimos. Una figura negra allí parada quedó, miraba a una y otra parte. Parecía indecisa aquella extraña persona. De repente salí ante ella y Deferle se puso a sus espaldas. Sorprendido quedó, mas se repuso al acto: «¡Te he hallado ya, a Dios gracias!». «¿Quién eres tú? ¿Qué es lo qué quieres? Dime». «¿No me ves? Soy el pastor que te amparara». «¡Ah si! Te reconozco ahora. ¿Qué haces solo en el bosque?». «Tiempo ha que os buscaba. Os he visto en la fiesta del palacio. El seguiros no ha sido gran hazaña». VIII «Talmo, ¿eres tú?», Deferle habló tras él. «Sí, yo soy», respondió el pastor tranquilo. «¿Talmo? ¿Es ese tu nombre?», pregunté. «Sí, contestó, y Deferle es primo mío». «Siempre aparecen cosas que yo ignoro. ¿Qué me quieres decir? ¿A qué has venido?». «El pueblo está dispuesto a defenderse contra el traidor tirano, rey maldito. De traer la noticia tengo encargo». «Debo admitir que solo no consigo nada. En verdad que es justo y necesario seamos todo contra el enemigo». «Será mejor que al pueblo nos vayamos, allí podremos encontrar cobijo», Deferle comentó. Estuve de acuerdo. Ya no era cosa de buscar el sitio de entrada a la guarida de Algasir. Talmo dijo: «En el pueblo tengo amigos que nos acogerán de muy buen grado». «Vamos pues, dije, que hace mucho frío».






IX Conocía el lugar donde arribamos. La casa era la misma donde estuve la vez primera que llegué al pueblo. «Solicito que nadie me perturbe, dije, pues debo descansar por fuerza para pensar luego y hacer resumen, de todo lo hasta ahora sucedido». Ya que reposado unas horas hube, me puse a meditar cómo seguir... Alrededor se hallaban de la lumbre todos, igual que tétricas figuras. ¿Qué hacer con ésta historia? ¿Qué me induce, qué me incita o impulsa a continuar? ¿Qué me reporta? ¿Adónde me conduce? Ningún sentido tiene y es absurda. «Perservera en la historia aunque resulte un mal poema, extravagante y molso», Deferle murmuró con pesadumbre. «Quemar deseo a veces las cuartillas». «¡No lo hagas! Que quizá a alguien le guste». X Quise salir un rato y estar solo. Fresca era la mañana, pero clara y transparente, diáfana y tenue. En medio del camino me encontraba. La duda me invadía como siempre. En mi mente inrrumpieron Vera y Mara. Una voz retumbó en el pensamiento: «Abandona, abandona, que tu fábula nulo valor y mérito ninguno tiene. ¡Inutil esfuerzo para nada!». «Vosotras sois también parte del cuento, apunté algo indeciso, por mí creadas». «Somos muerte y vida, Bien y Mal, y la duda que llevan en el alma los hombres. Fuera estamos de ilusión, nadie negarnos puede, no inventadas ni por nadie ideadas, somos tales, ciertas y reales, eternas y exactas». «Pero por mí os movéis en lo fantástico». «Latentes somos siempre en toda trama».






XI Muerte y vida jamás están en duda, la duda me tortura hasta la muerte. No me dejo vencer, seguiré el cuento, decidí con firmeza y de repente. Que mis versos son buenos es equívoco, también lo es el que sean deficientes, de toda forma, un juego es y no importa. Era el mismo problema, eterno siempre, entre la real vida y la fantástica. Lo auténtico hace falta de la mente para formar después lo fabuloso, lo ilusorio y ficción o lo demente. No existe pues así lo uno sin lo otro. Para avanzar poder he de ser fuerte. Entré en la casa hablar con los demás: «Talmo sólo será en el pueblo el jefe, dije. Deferle se vendrá conmigo. Ten preparada a toda ésta gente, que el día llegará de la batalla más sangrienta que nadie se recuerde». XII Deferle y yo nos fuimos hacia el bosque. Con Algasir debíamos ponernos en contacto, y tratar de elaborar un plan de guerra contra los perversos soldados sanguinarios del rey Esiri. «No te olvides que debe el pensamiento buscar la clave, el modo de luchar contra los roboamos con buen éxito». «Por supuesto es empresa muy difícil. Quizá con éstas placas que tenemos», dije, y me toqué el pecho con la mano. «Servirán sólo para defendernos», Deferle sentenció y quedó absorto. «Sería sin embargo para el pueblo la mejor forma de salvar la vida». «Pero, de tantas placas, ¿cómo hacernos?». «Tal vez fuera posible imitarlas». «Si piensas que es factible, pues perfecto». «Creo custión sería de intentarlo». «Pasar puede en la trama de tu cuento».






XIII Vimos fuera del pueblo a Eldaré. Se acercó presuroso hasta nosotros: «¿Dónde os habéis metido todo el tiempo?». «Vueltas dando en el bosque tenebroso sin poder encontrar el escondrijo. Llévanos hasta allí ahora, pronto, pues debemos reunirnos con premura. Venir debe Algasir. Avisa a todos». Tras pasar un buen rato nos hallamos juntos, deliberando forma y modo: «¿Cómo llegar pudiéramos vencer a esos temibles seres espantosos?», Algasir preguntó. «¿Qué clase de arma se pudiera inventar?», dijo curioso uno de los que había allí reunidos. Nadie respondió. Todos temerosos me miraban, de mí esperaban algo, alguna solución, un poderoso hallazgo o invención, que diera pánico a aquellos roboamos misteriosos. XIV «Debemos aguardar que <Todonada> vuelva de investigar en el castillo». «¿Qué castillo?», Algasir interrogó. «En <Diablo Rojo> se halla escondido, en un terreno muy escabroso y duro, difícil de llegar». «Nunca he oído que exista tal lugar, dijo Algasir, pero, ¿qué pasa con el tal castillo?». «<Todonada> supone que allí tienen algunos prisioneros retenidos, entre los que también está Tamare». «¿Qué hacer? Ahora quiere el pueblo unido, con decisión a muerte combatir», Deferle preguntó y me miró fijo. «Tenemos que hacer placas igual a esta, la saqué, y advertí entonces su brillo. Resguarda de los rayos que expulsan los roboamos». Algasir me dijo: «¿De dónde la tenéis? ¿La habéis robado?». «Del palacio del rey la hemos sustraido».






XV «Debemos consultar a un entendido en metales, Deferle nos propuso, y poder conocer su aleación». «De acuerdo, es lo mejor, lo más seguro. Conozco al fundidor, lo veré pronto, dijo Eldaré. «Esto igual es que un escudo. Bueno sería hacer como éstas muchas. Tiene el color del oro y es muy duro», uno opinó de los allí reunidos. Después que ya algún tiempo pasado hubo, volvió Eldaré diciendo era imposible, pues por más que buscó, encontrar no pudo el fundidor qué clases de metales eran, con los que aquello se compuso. «Talmo espera en el pueblo sublevarse. Debemos avisarle al tiempo justo, en que también nosotros ataquemos», Algasir comentó. «No es oportuno, dije, ni por supuesto ello es prudente, ahora presentar batalla juntos». XVI «<Todonada> estará pronto al llegar. Un plan de ataque haremos cuando venga. Esperemos aún un par de días», les anuncié. En sus rostros la tristeza era palpable, al no encontrar la forma de poder imitar la placa aquella. «No existe ese metal en este mundo», había dicho el hombre con certeza, después de analizar la rara placa. «De la realidad no es de la tierra, Deferle concretó, naturalmente, sino de una fantástica leyenda». «Se tendrá que buscar en lo ideado. Si alguna fórmula hay que sea secreta, seguro lo sabrá el mago del cuento», dijo Eldaré de lógica manera. Intensamente me miraron todos, igual que si estuvieran a la espera de oír la solución de mi palabra, mas yo nada podía hacer, de veras.






XVII <Todonada> volvió de <Diablo Rojo>. Dentro de la guarida de repente se presentó delante de nosotros. Nos quedamos atónitos al verle, pues que un tigre era de una gran fiereza. «¡Disparadle!», Algasir dijo vehemente. Desapareció al pronto ante la vista. Una voz se dejó oír, alta y fuerte: «¡Maldita sea! ¡Sauri! ¿Dónde estás? Si me atacan, me marcho para siempre». «¿Cómo ha llegado?». «¿Dónde está?». «¿Quién era?». Se preguntaban todos los presentes. «Es <Todonada>, dije, de Tamare noticias trae, del castillo vuelve. Retorna por favor en forma humana». «Diles primero a todos los imbéciles que te rodean, dejen sus ballestas quietas, y en grado sumo sean prudentes, o no voy a responder de lo que pase». «Ven, que ninguno hacerte daño quiere». XVIII Desnuda apareció una joven bella. Estupefactos se quedaron todos sin saber que decir, de boca abierta. «¿Eres tú <Todonada>?», embarazoso Eldaré preguntó, la vista baja. «Quizá menor así sea vuestro acoso, o tal vez me equivoco y mayor sea». «Seamos serios, dije con enojo, pues debemos hacer muy importantes cosas. Y tu figura cubre pronto, advertí a <Todonada>, aunque es hermosa». Dicho eso, <Todonada> se hizo un mono y saltos daba de una a otra parte, gesticulaba haciendo un alboroto enorme, provocando carcajadas. Divertido era aquello y jocoso, pero poner debía ya al fin orden. «¡Basta!, airado grité más que furioso, y todos se callaron al momento. Hay que acordar un plan habilidoso».






XIX «Antes de nada dinos: ¿Con Tamare qué pasa, está aún vivo o acabó muerto?», Deferle preguntó expectativo. «Está junto con otros prisioneros. Debilitado un poco se encuentra». ¿«Quieres decir que está tal vez enfermo?», preocupado demandó Algasir «No, pienso manipulan su cerebro o lo estudian de alguna rara forma». «Lo que intentas decir no lo comprendo». «Todos llevan extraños aparatos en la cabeza, insólitos, de acero. Están estrechamente vigilados y difícil será acercarse a ellos». «Tendremos que intentarlo de cualquier modo», dijo Eldaré un tanto terco». «Tratar de distraer a los roboamos, ahí la solución debe estar, creo», les dije, y esperé su aprobación. Me miraron y nada respondieron. XX «Si no os parece buena esa idea, y otra mejor tenéis, manifestarlos». «Dinos con más detalles el proyecto: ¿Cómo poder burlar a los roboamos?». «Expondré mi estrategia, es la siguiente: Debemos de prender fuego en palacio. Dentro la confusión que se produzca podemos atacarles varios bandos». «¿Cómo poder entrar sin que nos vean?». «Haciendonos pasar como unos criados, usaremos para ello esas placas». «Mas, Tamare no se halla en el palacio. ¿Por qué no concentrar en el castillo nuestros esfuerzos, para librar rápido a Tamare?», me dijo Eldaré inquieto. «En <Diablo Rojo> hay muchos roboamos. Al palacio vendrán para ayudar, así nosotros nos aprovechamos para al castillo entrar con posible éxito. Todo saldrá según está ideado».

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