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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 5

I En el tronco de un árbol apoyó la palma de su mano un momento. Una puerta se abrió en la base de éste, que era enorme, y entramos todos dentro. Por unas escaleras se llegaba a una cueva. Bajamos con recelo, sin saber qué nos esperaba al fondo. Por la oscuridad íbamos ciegos. Para evitar caernos tanteábamos la pared, con prudente paso lento andábamos atentos y callados. Seguimos aún durante algún tiempo por retorcidos y húmedos pasillos. Divisamos al fin una luz lejos. Aceleramos nuestro caminar deseando llegar cuanto más presto. Ante un amplio recinto nos hallamos. Al centro un hombre alto de pelo negro parecía esperarnos, y sonriente hacia nosotros vino, alegre el gesto. II Abrazó al que había hecho de guía. Después dijo con voz algo más grave: «No temáis, aquí estáis todos a salvo, mas tengo que saber si de mi parte vais, o hay algún espía entre vosotros. No podemos dejar que nos delate cualquier intruso, por el rey mandado. Un paso den aquellos adelante, todos los que no sois de nuestra banda. Que los demás a otra caverna pasen, pero dando antes nuestra contraseña». Quedamos todavía allí bastantes que no pertenecíamos a ellos. Nos interrogó para cerciorarse que en nosotros no había algún soplón. La cabeza movió, y en un instante dos robustos rebeldes me cogieron. Me obligaron, y tuve que inclinarme callendo ante él de hinojo por la fuerza. «Tú has de ser el agente. ¡Miserable!».






III Dijo el que parecía ser el líder, la ira fulgurándole en los ojos. «¡Alto, un momento, vuestro error es grande. No sabéis lo que hacéis,o estáis locos!». «¿Quién es este que habla?»,interrogó uno de aquellos. «Su amigo es», otro afirmó, señalando a Deferle. «Nos han librado de la cárcel, todos debemos de estar agradecidos, y lo tratáis así, de malos modos», uno habló que no era de la banda. «Cierto, cierto», dijeron unos pocos con débil voz y grande timidez. «La verdad es que todos sospechosos me sois, en cuanto de los míos no sois, se expresó el adalid. Hay uno tan sólo entre vosotros que un espía sea, perdidos los demás seguro somos». «Tu precaución comprendo», habló Deferle, levantando la voz y recio el tono. IV «Más no podéis creer que sea Sauri confidente del rey Esiri. ¡Es absurdo acusar al autor, y peligroso!». Me soltaron aquellos fuertes brutos obedeciendo la señal del jefe. Estaba impresionado éste hasta el punto que a Deferle llamó al pronto a su lado. Se alzó, y se alejaron los dos juntos. Hablaban separados de nosotros. Tornó el líder a mí y dijo: «Injusto mi proceder ha sido, y por favor te pido que perdones mis insultos. Puedes actuar como te plazca. Libre eres. De mí haz lo que creas justo». Deferle lo había convencido de que era mi poder grande y mucho, por ello demostrábame respeto. «Bien, Algasir, (este es el nombre tuyo) pues que todos en contra del rey Esiri vamos, la guerra le haremos juntos».






V «¡Viva! Exclamaron todos los reunidos. ¡Abajo con él! ¡Muerte al tirano!», dijeron unos y otros llenos de odio. «¡Venceremos si vas de nuestro lado!», dijo Algasir muy convencido de ello. «Sí, todos nos ponemos en tus manos, el hombre habló que nos condujo allí, presto para luchar bajo tu mando, tus órdenes cumplir hasta la muerte. Libraremos al fin a nuestro hermano». «¿Vuestro hermano?», extrañado pregunté. Se adelantó Deferle dando un paso: «Son ellos dos, hermanos de Tamare, me explicó, tú lo habías olvidado». «Mas <Todonada> dijo que fue muerto». «En un lugar oculto del palacio lo tienen encerrado y lo torturan», me aclaró con los ojos cerca al llanto Eldaré, (era éste el nombre del tercer hermano) Algasir siguió el relato: VI «Tamare ocultó al príncipe en la cueva, ya que éste se encontraba malherido. El mismo herido fue después luchando. Cayeron al fin ante el enemigo superior. La derrota fue completa. Allí murieron todos los amigos, y los valientes hombres de mi hermano. Perdió el conocimiento y tendido entre los muertos se quedó Tamare. En sí volvió más tarde y aturdido buscó sin encontrar el lugar donde a Kadibar había escondido. Se refugió mi hermano en otra cueva. Di con él, de milagro estaba vivo. Pudo sanar con nuestra asistencia y aún luchamos contra el rey maldito. En una escaramuza lo apresaron, y lo torturan, para que el sitio les delate de nuestro escodite. ¡Debemos de librarlo del suplicio!».






VII Estaba francamente sorprendido. ¿Cómo podía yo ignorar tal cosa? ¿Cómo puede Algasir a mí explicarme lo que en mi cuento ocurre? O la memoria una mala pasada a mí me juega, o lo que veo no sucede ahora, bien lo pensé, o lo tengo que pensar. En un momento me dormí en mi historia y todos por su cuenta están actuando, y desconozco lo que han hecho a solas; pero, ¿cómo puede ésto ser posible? Todo en mí se confunde y disloca. Lo mejor será que hable con Deferle, a través de él quizá dé con la forma de lo que halla pasado en mi ausencia, y sepa a qué atenerme o a qué normas. «Tenemos que pensar una estrategia, dije. Consultaré con Deferle ahora un momento, añadí, y apareció éste, mirada de extrañeza y cara torva. VIII Deferle se acercó, el ceño fruncido. «Nada que tú no digas decir puedo, mas sospecho te fue el sueño robado, has de recuperarlo, pero presto, si no estaremos todos inactivos. De escribir te paraste hace tiempo y has perdido el hilo u olvidado todo lo que guardaba el pensamiento». Debía discernir con claridad. Tenía que ir a ver al dios del sueño. En la torre se hallaba blanca y negra. Vago era y estaría ya durmiendo. ¿Cómo encontrar la senda que allí llega? Un difícil camino oscuro, negro, que nunca nadie sabe a ciencia cierta dónde está; por la mente se halla, dentro del alma, allí se oculta enmarañado. Un esfuerzo tendré que hacer tremendo para poder entrar en esa torre, y requerir hablar al dios del sueño.






IX Pasado que hubo, ignoro cuanto tiempo, logré entrar en la torre del letargo. Con la imaginación lo conseguí, llevando la esperanza de la mano. Vi al dios que dormitaba a piernas sueltas, y no sabía cómo despertarlo. En el imperio aquel de soñolencia el sopor todo lo invadía, extraño, absurdo, ilógico, de sombras lleno, de raros seres hechos de espanto y que deambulaban por la noche misteriosa, en lo eterno del espacio. Llamé a voces al dios de barbas largas. Dormía en un recinto anormal, blanco, de unos límites tenues y confusos, de una lechosa niebla rodeado. Repetía mis gritos sin efecto. Sin llegar a cansarme de llamarlo insistía, y al fin ya despertaba con malhumor y rabia bostezando. X Miró desconcertado a todas partes, no conseguía en absoluto verme. «¿Quién hay ahí?», preguntó ahora curioso. «Yo soy, Sauri, le dije nuevamente. Deseo hablar contigo, te lo ruego encarecidamente». «¡Un ser terrestre!, exclamó con asombro, fascinado. Nunca ha venido de la tierra un ente a visitarme, extraño es. ¿Quieres algo?». «Mi sueño has de entregarme, ¿lo entiendes? No sé el por qué me lo has robado, es mío». Me miró el dios de un modo indolente, perezoso, haragán. «Yo nada robo. Fantasía le doy al mortal, no muerte. Quien pierde el sueño acaba con su vida. Constante mantener la ilusión, siempre, es el deber de cada uno, no el mío». «Has escondido el sueño y te diviertes». «Yo soy el sueño y no tengo ningún límite. En el delirio todo es incoherente».






XI «Te suplico me ayudes en mi historia, no puedo continuar así, imposible. Creo que contra mí quieren alzarse todos los personajes de mi increíble cuento, mas desconozco el por qué de esto». «Tal vez estén molestos o bien tristes y no les gusta el modo de escribir que tienes, como lo haces o lo dices, esa absurda ficción que estás creando. Todo humano ser tiene su límite». «¿Qué consejo me das? ¿Qué puedo hacer?». «Supongo que estás dentro de una crisis. Debes perseverar en tu intención, pues terminar la fábula es posible, y al final es igual cómo resulte». «De verdad que es muy raro, inconcebible, que el fruto de mi mente se rebele, cuando dentro de mí están sus raíces». «Ellos forman contigo uno, ligado a un idéntico sino que persiste». XII No debía perderme en confusiones. Tenía que avanzar con mi relato. Pretendía seguir sin duda alguna, hasta al final llegar tan deseado. Con cierta expectación miraban todos, esperando de mí algún mandato que hiciera continuar la narración. «Es nuestra voluntad y esfuerzo intacto, les dije, y lucharemos contra Esiri. Un espía mandar a su palacio debemos, para que éste nos informe de la intención que tenga el soberano». «¿Cómo poder hacer eso posible?, dijo Deferle, allí están los roboamos que identificar pueden cada intruso». «Quizá pueda pasar como un criado, sé que no podrá ser como guerrero». «Los seres esos los descubren rápido, pues todos llevar deben una placa al pecho, que acredita son lacayos».






XIII «Ya se acerca la fiesta del dios Sol. Algunos de nosotros al palacio con los titiriteros ir podemos. Tal vez averigüemos así algo», Algasir nos propuso resoluto. «Tenéis con los del circo buen contacto, dije. Juntos iremos con Deferle. Es lo mejor vayamos disfrazados, por si pudiera alguien reconocernos». «Yo haré que todo esté al punto arreglado, aseguró Algasir con decidido gesto. Ahora me voy, aquí quedaros vosotros, volveré dentro unos días. En mi ausencia, Eldaré tendrá el mando». Después de una semana volvió el jefe diciendo que ya estaba preparado todo, podíamos ir con los acróbatas de un circo a la fiesta del palacio. Con falsas barbas y adecuadas ropas encubiertos, dispuesto ya estábamos. XIV Llegó así pues el día de la fiesta. Con la gente del circo juntos fuimos. En los alrededores del palacio se acumulaba a poco un gran bullicio. Se alzaron tenderetes y casetas. De todo se vendía dando gritos. Sus puertas el palacio abrió al pueblo, pues era tradición, casi un rito, el que al salón del trono, las hermosas bailarinas llevaran dulce el ritmo de la danza; sus cuerpos cimbrearan al compás de la música prendidos. Todo para alegrar al soberano. Saltaban y brincaban los del circo, haciendo toda clase de piruetas. Íbamos entre el público escondidos, Deferle y yo, con toda precaución, que había vigilantes muy activos, a todo lo que allí pasaba atentos. Por nuestro disfraz, íbamos tranquilo.






XV La gente entusiasmada aplaudía. Nos fuimos retirando poco a poco, intentando pasar al interior. «Nos jugamos el todo por el todo», dijo Deferle hablando quedamente. Me tocó después suave con el codo, llamando mi atención, y la cabeza inclinó, señalando con los ojos una escalera a la derecha nuestra, conducir parecía hacia el fondo del palacio, hasta el sótano quizá. «Tenemos que bajar de cualquier modo, si a Tamare queremos encontrar. Debemos de afrontar el riesgo solos». Sin hablar asentí con la cabeza. Desendimos con pasos sigilosos. Bajamos varios tramos de escaleras, llegamos a un pasillo en alto umbroso. A nadie se veía por allí. Otra escalera nos llevó aún más hondo. XVI Apareció un salón iluminado con una extraña luz, clara, irritante. Varias puertas había en derredor. Me parecía aquello impresionante. Nos acercamos a una de las puertas y la empujamos, no cedió ni un ápice apesar de emplear todas las fuerzas. Con las otras lo mismo pasó que antes. No encontramos ninguna otra salida, ni veíamos forma, ni la parte por la que continuar seguir pudiéramos. La cosa era en verdad ahora grave, pues el camino habíamos perdido. Para colmo surgió en aquel instante uno de aquellos seres tan extraños, con su modo de andar algo oscilante. Parados nos quedamos, sorprendidos. Un fiero roboamo amenazante con sus rojizos ojos nos miraba, y aquella rara luz tan fulgurante.






XVII El roboamo aquel tocó en un punto de una de aquellas puertas y se abrió ésta. Nos hizo con un gesto pasar dentro. Su poder conocíamos y fuerza, y decidimos acatar sus órdenes. Veía por primera vez de cerca a ese ser enigmático, insondable, de rostro rígido y gran dureza, gris de color y falto de expresión, no exento de una singular belleza. Su voz sonaba de una forma impropia, extraña retumbaba y como hueca, cuando nos ordenó que nos sentáramos. Miró con recelosa y mohína mueca Deferle, el sitio aquel que nos brindaba: Un sillón de una variedad rara era, que misteriosas luces lo cercaban. Nos sentamos allí pues a la espera. «¿Qué es lo que habéis venido hacer aquí?», su voz nos demandó, impersonal y huera. XVIII «Francamente nos hemos despitados entre toda la gente que aquí había», Deferle contestó con prontitud. «Es poco convicente la mentira que me contáis, nos respondió el tal ser, y pareció en sus ojos brillar la ira. Si no queréis decirme la verdad, aquí seguro perderéis la vida». Una presión notamos en los brazos, ignorando de dónde provenía. Con gesto interrogante nos miramos. Del sillón era, a mí me parecía de cierto, que el sillón era el causante. ¿Cómo salir de aquella nueva cuita? La presión era cada vez más fuerte, que ya por todo el cuerpo la sentía. Angustiado una solución buscaba. Mi mente delirante se perdía por dentro de un oscuro laberinto, y no veía el fin de mi desdicha.






XIX En el pecho un dolor fuerte sentía, me parecía me estrujaba el cuerpo una mano de acero poderosa. Deferle se quejaba, y con un gesto de su mano indicó al extraño ser, que debiera parar aquel tormento. Ciertamente cesó el dolor de pronto. Dentro de su poder éramos presos. Debíamos contestar a sus preguntas o el daño sufriríamos de nuevo. Deferle dijo: «La verdad decir quiero». «Habla, le animó, sin perder tiempo». Parecía impaciente el ente aquel. «Alguien nos ha ofrecido un alto premio por indagar si estaba aquí Tamare». «¿Quién es? Como se llama di al momento». «Lo ignoro, jamás nunca lo había visto con anterioridad, eso es lo cierto». «¿Dónde está?», preguntó con viva rabia. «No lo sé», respondió Deferle presto. XX «Os merecéis pues una muerte rápida», así nos sentenció ese ser monstruoso. Estaba nuestra suerte al parecer echada, mas, se abrió una puerta al fondo en el instante aquel y entró un hombre. Se giró el roboamo con enojo y salió de su cuerno un rayo azul, que dejó al hombre fulminado al pronto. Tendido por los suelos quedó éste, pero se pudo alzar, aún vivo, al poco, ya que una placa protectora al pecho portaba. Ya de pie, nos sonrió a todos. Hasta nosotros se acercó despacio. Justo al sitio llegó, al lado del monstruo, y con un movimiento repentino en un lugar le dio, de forma y modo que quedó el roboamo inerte,rígido. No podía salir de mi asombro. ¿Cómo podía haber conseguido eso? Un brujo lo podría hacer tan sólo.

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