I
«¿Qué piensas hacer contra los ladrones?»,
me preguntó tocándose la barba.
«Vayamos a su encuentro y ya veremos.
La idea me dirá qué clase de arma
he de emplear para poder vencerlos».
«En verdad que se nubla mi esperanza
si dispuesto no tienes ningún plan»,
contestó con su faz triste, apenada.
«No tengas miedo, ya saldremos de esta».
En la guerra pensé, y en la batalla
aquella, en la que tuve aquel buen sable
que era estupendo y tanto me ayudara.
Al pronto apareció, estaba en mi mano.
«No querrás contra esa temible banda
pelear con tal cosa, será inútil,
con visible desprecio y mala cara,
con gran desilusión me dijo el viejo.
Crea una poderosa, efectiva arma,
que sea tan tremenda y contundente,
que nadie pueda hacer contra ella nada».
II
Íbamos caminando rato hacía.
El pastor se detuvo fatigado.
Era un día de grato sol brillante.
El cielo azul de nubes despejado
estaba, a descansar nos detuvimos.
Allí, sobre una roca ya sentados
volvió el hombre a mirarme fijamente.
«De mi asombro no salgo, ni está claro
para mí cómo vamos a vencer.
Vamos solos, sin armas, sin caballos.
Dos hombres con un sable ya mohoso.
Además que, mal vamos equipados
como para estar fuera tanto tiempo».
«Comprendo bien tu miedo, estás cansado
y eres viejo, el contrario peligroso»,
con ánimo le dije de irritarlo.
Fue así, que respondió de mal talante:
«Te aseguro que estás muy equivocado,
no soy ningún cobarde, ni soy tonto,
que me deje matar por los malvados».
III
«Ya se oculta el sol, pronto será noche,
dije, ya hemos andado mucho tiempo.
Mi compañero nada comentó.
Estaba pensativo y serio el gesto.
Tu preocupación puedes confiarme,
quizá pueda ayudarte mi consejo».
«Se encuentra allí el rebaño descuidado.
Pierdo ese y el robado recupero,
nada consigo, pues perdiendo sigo.
Si fracasa la empresa nada tengo».
«A los bandidos pienso eliminar,
que cosas más difíciles ya he hecho».
«Digna proesa fuera esa de un héroe,
mas si puedes hacerlo solo, pienso,
por qué he de acompañarte, si no sirvo».
«Mía es la parte grande del esfuerzo,
me ayudarás si fuera imprescindible.
Además, no conozco este terreno,
y me tienes que guiar para encontrar
y dar castigo a los bandidos esos».
IV
«Es cierto que conozco este lugar.
En dónde los ladrones se guarecen,
eso ignoro, quizá en el bosque negro».
«Condúceme hasta allí, mas sé prudente
en elegir la senda, que no adviertan
nuestra presencia esa malvada gente».
Se oscurecía el cielo, poco a poco
las sombras comenzaron a extenderse.
La noche todo lo invadió y borró
la luz, y el miedo se creció en la mente.
Voces oía, ¿o era sólo el viento?
Se movían los árboles cual seres
fantasmales venidos de otro mundo.
La fronda murmuraba, e inconsciente
se llenó el pensamiento de la duda.
Mi voluntad luchaba, que valiente
oponíame a dar paso al recuerdo.
No cedía éste, estaba allí presente,
inamovible, incontrolable, duro;
angustia provocándome de muerte.
V
¿Estaba condenado a dudar siempre?
«Ese será en tu vida tu destino»,
vino una voz oculta a responder
y repitió una y otra vez lo dicho.
Esa voz, esa voz la conocía.
Me perseguía siempre, era un castigo.
Era la misma voz de Vera y Mara:
«No puedes evitar el que contigo,
continuamente estemos las dos juntas,
pero si tú ya no quisieras oírnos,
sólo tu voluntad puede acallarnos,
aunque de cierto que eres indeciso
y el miedo te corroe, y no te atreves
hacer lo que hacer tienes, y perdido
caminas embargado por la duda».
«Cierto es que por vosotras soy invadido,
mas por eso no creo ser culpable,
porque así soy, y al mundo así he venido».
«Si te esfuerzas, cambiar tu sino puedes,
y sin osado ser, ser atrevido».
VI
No tengo más remedio que atreverme
y saberme imponer sobre la duda.
A mí mismo valor me he de jurar,
pues que entrar habré pronto en esa lucha
para recuperar lo que han robado.
Pero en verdad que pienso; sin ayuda
nada podré hacer contra los cuatreros.
Tendré que imaginar un hado o bruja
que ponga su arte o magia de mi parte.
«Mejor será dejar esta llanura
y buscar un refugio entre los árboles»,
dijo el viejo con timbre de premura
en la voz, delatando una impaciencia
nerviosa ante la noche honda y oscura.
«Uno vigila en tanto el otro duerme»,
dije, sin delatar de mí la angustia.
El viejo aquel dormía a piernas sueltas.
A mí me parecía ver figuras
extrañas que despacio nos cercaban,
mas no intentaba de avanzar ninguna.
VII
La mañana era fresca, y sin haber
en absoluto el sueño conciliado
me alcé, los huesos todos doloridos.
No obstante decidido y animado
estaba a enfrentarme a los bandidos.
Tenía que ir allí mentalizado.
Un buen truco crear para vencerlos.
Llamar a <Todonada> innecesario
era, pues de seguro no vendría.
He de pensar un ser de horror y espanto
que ahuyente a los ladrones sólo al verlo.
Si pudiera otra vez tener contacto
con aquel genio feo del espejo...
Me parece de nuevo estar dudando
de mi capacidad de imaginar
el que yo solo pueda derrotarlos.
El viejo había ya encendido fuego.
El desayuno estaba preparado.
Comimos frugalmente y nos pusimos
en camino hacia el bosque, aún lontano.
VIII
Al fin, tras un muy largo recorrido
vimos desde la altura el negro bosque.
«Allí se deben de ocultar», me dijo
el pastor indicando desde el monte
aquella verde inmensidad al fondo.
Asombrado quedé, pues era enorme.
Le pregunté: «¿Por qué lo llaman negro?».
«No sé bien el por qué le dan el nombre,
quizá porque es muy denso y está oscuro,
y con facilidad se pierde el hombre
que confiado se atreve a penetrar».
«¿Y crees tú qué ahí dentro se esconden?».
«Eso se rumorea en todo el pueblo».
«Mas, cómo es que consienten que les roben,
debían de oponerse y enfrentarse
con decisión en contra esos ladrones».
«¿Pero cómo se puede defender
esa honesta y sencilla gente pobre?».
«Con valor, sin dejar amilanarse,
combatir e imponer de nuevo el orden».
IX
«Fácil cosa es decirlo,mas no hacerlo.
Tienen un gran poder esos bandidos
y nunca se les puede eliminar».
«Seguro es un cobarde el que eso ha dicho,
y es el miedo que le hace hablar así».
«Han siempre los ladrones existido,
con ellos acabar es imposible».
«Quizá, por eso es que hay que combatirlos,
pues defenderse ha de ellos los honestos.
Debe el Bien del Mal ser protegido».
«¿A quién le corresponde hacer justicia?».
«De cierto eso le atañe al pueblo mismo».
«Creí, tú eras el héroe del cuento
que venía a luchar contra bandidos».
«Hace tiempo que busco a ese héroe,
pero en mi pensamiento anda perdido
sin la imaginación poder formarlo».
«Sin oponerte acepta tu destino,
que eres tú sólo el salvador del pueblo,
y escríbelo, si aún no lo has escrito».
X
«¿Cómo se puede ser protagonista
y autor al mismo tiempo, de la historia?».
«Cada uno de su historia es el autor».
«En la ficción escrita, creadora,
ser los dos a la vez, es imposible».
«¿Es acaso el pensar una otra cosa
aparte o diferente a lo real?».
«No, mas el fruto del pensar es sombra
que en la vida tangible nunca existe».
«¿Cómo puedes decirme tales cosas?
El pensamiento se hace real en todo
lo que el hombre se inventa y le da forma».
«Cierto, pero crear nunca podrá éste,
un animado ser o una persona».
«Otra vida hay aparte de la orgánica».
«¿Por qué quieres ser vivo a toda costa?».
«Soy dentro de ti, estoy ahí, en tu cerebro,
y ayudarte además debo en tu historia».
«Nadie puede asistirme, si yo ignoro
el modo de encauzar mis ideas locas.
XI
«¿Cómo buscar la solución entonces?».
«No sé cómo podré hacer para hallarla».
«Tienes poder para vencer. ¡Atrévete!
Yo te acompaño en esa gran batalla».
«Tendré sin más remedio que pensar
la forma y modo, pero ha de ser clara
la idea, mas me falta en verdad tiempo...
Lo cierto es que ando hastiado y ya sin ganas
estoy de proseguir este camino».
«Creo tienes la mente atormentada
por la duda. ¡Rebélate y continua!
¡No dejes la historia inacabada,
pues sería la muerte de nosotros!».
«Me retiene una fuerza o bien me agarra,
me borra el pensamiento y nada sé
de lo que debo hacer, ni lo que pasa
en mí, ni tan siquiera adónde voy».
«El deber tienes de librar a Orada,
y sólo yo te puedo ayudar a ello».
«Sí, es verdad, todavía está raptada».
XII
En un profundo meditar me hundí.
La idea me rondaba en el cerebro,
danzaba sin poder encadenarla.
Me encontraba en un gran atolladero
del que ignoraba cómo iba a salir.
Nada se me ocurría, estaba muerto.
Mucho esperaba aquel hombre de mí.
Seguía cavilando; (un intento
en verdad último, probar debiera),
dijo como un reproche el pensamiento
con las palabras tristes del dolor.
Me parecía haber perdido el sueño
por la oscura inconsciencia de mi ser,
junto con mi esperanza y mi deseo.
Sabía que tenía que imponerme
y ganar la batalla en este cuento.
Decidí no buscar ayuda alguna,
no inventar hada o brujo que al momento
viniera a socorrerme en el peligro.
¡Tenía que saber salir ileso!
XIII
Bien, dije, seguiré adelante solo.
«Pero conmigo tienes hecho un pacto».
«Te tendré que aceptar por el momento».
Soltó una risa el viejo pastor bravo
y dijo: «¿De verdad que podrás solo?».
Su descarada risa me hizo daño.
«¿Dudas tal vez de mi poder para ello?».
«No sé bien qué decirte, mas es raro,
será aburrido y poco interesante».
«Sólo soy el responsable de mis actos».
«Siempre antes requerías el favor
de algún extraño ser imaginado».
«Debo intentar por una vez vencer,
tú mismo me lo has dicho no hace tanto».
«No debes de dejar de hacer el cuento,
pero tampoco andar en solitario
por él, como una triste y lamentable
figura, que se pierde por el caos
de las contradicciones y falso orden».
«Sé que lo que hago es, sin sentido y vano.
XIV
Quiero no obstante continuar, llegar
al fin último de ésta historia mía».
«Sea hecha pues así tu voluntad».
Habíamos andado todo el día
y descansar quisimos en el pueblo.
Avanzaba la noche cruda y fría.
Anhelaba comer bien y una cama.
Llegamos al hogar de una familia
amiga del pastor. Cuando nos vieron,
demostraron sentir gran alegría.
Él me fue a presentar como el autor,
y dijo vencería a la maldita
y peligrosa banda de cuatreros.
Quedé un tanto molesto, me sentía
soliviantado, extraño en aquel sitio.
Tras una muy abundante cena rica,
deliberamos cómo eliminar
a los bandidos sin perder la vida.
Su ayuda me ofrecieron en la empresa,
y de un arma me hablaron escondida.
XV
Me quedé interesado por aquello:
«¿En dónde se encontraba la tal arma?
¿A quién pertenecía? ¿De qué forma
era y qué hacía, y cómo se empleaba?».
Me pareció que estaban sorprendidos.
No entendían por qué les preguntaba,
creían que debía de saberlo.
Me dijeron: «Es una vara mágica,
tiene la forma igual que la de un sable,
y emite un rayo que la muerte causa».
Gran desilusión tuve al oir eso.
No me era aquella idea en verdad grata,
no podía de nuevo repetir
poniendo el sable como vara mágica.
No, no, no me gustaba y no lo haría.
Vieron el descontento por mi cara.
Expectante quedaron y en silencio,
sus ojos fijos en mi mente estaban
observando de cierto al pensamiento,
que con afán la solución buscaba.
XVI
Decidí ir solo contra los bandidos,
y se lo hice saber a todos ellos.
Irrevocable ahora el propósito
tenía de vencer, creando el sueño
con la justa, precisa fantasía.
Sí, yo sería el héroe del cuento,
ningún príncipe o rey, ni <Todonada>,
ni siquiera hada o bruja, ni maestro.
No suplicaré a nadie en absoluto,
me dije con firmeza, bien dispuesto
a seguir adelante en ésta lucha.
«Uno te debe acompañar», dijeron.
«De ninguna manera cederé».
«Sabes que no conoces el terreno».
«Sabré sin más salir solo del paso».
«Te perderás por el bosque hondo y negro».
«No insistáis, pues que nada lograréis».
Se miraron y nada respondieron.
Un caballo tomé de bella estampa
y partí, envuelto en profundo silencio.
XVII
Cabalgué mucho tiempo hasta llegar
al monte. Desde allí, en todo lo alto,
se divisaba el bosque inmenso, negro.
Pensé: ¿Cómo poder tener contacto
con aquellos bandidos y vencerlos?
Mi pensamiento se encontraba en blanco,
huero, vacío, sin ninguna idea.
No quise amilanarme y seguí al paso
de mi caballo por aquel paisaje
de agreste yerba, abrupto y escarpado.
Podría imaginarme alguna treta.
Me decidí a bajar al descampado,
rondar por el cercano bosque y ver
si mi presencia era advertida en tanto
merodeaba por aquel paraje.
No tuve que esperar ningún gran rato.
Los bandidos surgieron de improviso,
con gestos de amenazas me cercaron.
Luego me condujeron dentro el bosque
y allí, al tronco de un árbol me amarraron.
XVIII
Pedí hablar con el jefe de la banda.
No hicieron de mi ruego caso alguno.
Por el espeso bosque se marcharon.
Sólo de vigilante se quedó uno.
El tiempo parecía interminable.
Intenté conversar con el barbudo
bandido aquel, pero no quiso oírme.
Insistí, y comprobé que éste era mudo.
No veía la forma de escapar.
Ya me desesperaba en grado sumo,
cuando advertí volvían los jinetes.
Se me acercó uno con modales rudos
y me espetó: «¿Qué hacías por aquí?».
Pensé: Aquel era el jefe de seguro
puesto que los demás lo habían traído.
«Ayuda necesito, ayuda busco,
le contesté poniendo de afligido
cara y casi llorando, de éste apuro
te suplico me saques. Te hare rico
a ti, como también a todos los tuyos.
XIX
A carcajadas vino a reírse el hombre.
«¿Acaso eres persona de fortuna?".
«Seguro, y si me llevas sano y salvo,
sin dilación en el camino alguna
al palacio, será mi recompensa
grande, tendrás honor y fiesta mucha».
«¿Quién eres? ¿Hacia dónde vas o vienes?
¿Eres príncipe o rey, o de mí te burlas?».
«Soy señor de Karama, en Eruland.
Bandidos me raptaron con argucia,
diciendo que mi amante me llamaba».
«Una historia de amor. ¡Oh, qué ternura!»,
dijo rompiendo a reír otro de aquellos
truhanes de fea y negra dentadura.
«Será mejor comunicarlo al jefe,
que él diga, o el consejo mayor reúna».
«Es lo más cierto», vino a decir otro.
«Vámonos pues, andemos con premura,
que ya la noche se echa encima pronto.
Venda sus ojos, que no vea la ruta».
XX
No era aquel por lo visto el que mandaba.
Un rango allí existía y un consejo,
que era el que decidía lo qué hacer.
Había conseguido de momento
tener con los bandidos ya contacto,
aunque éste fuera como prisionero.
Lo arduo era ahora imaginar la forma
justa, para poder al fin vencerlos.
Tenía que cogerlos por sorpresa.
¿Pero qué truco imaginar perfecto
que diera un excelente resultado?
En verdad que tenía algo de miedo,
de no encontrar la buena solución.
Lo mejor esperar será primero
hasta ver dónde tienen la guarida
aquellos malhechores y cuatreros.
Con los ojos vendados y amarrado
a mi cabalgadura, ni un intento
hacer podía para de ellos huir.
Al menos estaba hasta ahora ileso.
|