Portada
© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 3

I «¿Qué piensas hacer contra los ladrones?», me preguntó tocándose la barba. «Vayamos a su encuentro y ya veremos. La idea me dirá qué clase de arma he de emplear para poder vencerlos». «En verdad que se nubla mi esperanza si dispuesto no tienes ningún plan», contestó con su faz triste, apenada. «No tengas miedo, ya saldremos de esta». En la guerra pensé, y en la batalla aquella, en la que tuve aquel buen sable que era estupendo y tanto me ayudara. Al pronto apareció, estaba en mi mano. «No querrás contra esa temible banda pelear con tal cosa, será inútil, con visible desprecio y mala cara, con gran desilusión me dijo el viejo. Crea una poderosa, efectiva arma, que sea tan tremenda y contundente, que nadie pueda hacer contra ella nada». II Íbamos caminando rato hacía. El pastor se detuvo fatigado. Era un día de grato sol brillante. El cielo azul de nubes despejado estaba, a descansar nos detuvimos. Allí, sobre una roca ya sentados volvió el hombre a mirarme fijamente. «De mi asombro no salgo, ni está claro para mí cómo vamos a vencer. Vamos solos, sin armas, sin caballos. Dos hombres con un sable ya mohoso. Además que, mal vamos equipados como para estar fuera tanto tiempo». «Comprendo bien tu miedo, estás cansado y eres viejo, el contrario peligroso», con ánimo le dije de irritarlo. Fue así, que respondió de mal talante: «Te aseguro que estás muy equivocado, no soy ningún cobarde, ni soy tonto, que me deje matar por los malvados».






III «Ya se oculta el sol, pronto será noche, dije, ya hemos andado mucho tiempo. Mi compañero nada comentó. Estaba pensativo y serio el gesto. Tu preocupación puedes confiarme, quizá pueda ayudarte mi consejo». «Se encuentra allí el rebaño descuidado. Pierdo ese y el robado recupero, nada consigo, pues perdiendo sigo. Si fracasa la empresa nada tengo». «A los bandidos pienso eliminar, que cosas más difíciles ya he hecho». «Digna proesa fuera esa de un héroe, mas si puedes hacerlo solo, pienso, por qué he de acompañarte, si no sirvo». «Mía es la parte grande del esfuerzo, me ayudarás si fuera imprescindible. Además, no conozco este terreno, y me tienes que guiar para encontrar y dar castigo a los bandidos esos». IV «Es cierto que conozco este lugar. En dónde los ladrones se guarecen, eso ignoro, quizá en el bosque negro». «Condúceme hasta allí, mas sé prudente en elegir la senda, que no adviertan nuestra presencia esa malvada gente». Se oscurecía el cielo, poco a poco las sombras comenzaron a extenderse. La noche todo lo invadió y borró la luz, y el miedo se creció en la mente. Voces oía, ¿o era sólo el viento? Se movían los árboles cual seres fantasmales venidos de otro mundo. La fronda murmuraba, e inconsciente se llenó el pensamiento de la duda. Mi voluntad luchaba, que valiente oponíame a dar paso al recuerdo. No cedía éste, estaba allí presente, inamovible, incontrolable, duro; angustia provocándome de muerte.






V ¿Estaba condenado a dudar siempre? «Ese será en tu vida tu destino», vino una voz oculta a responder y repitió una y otra vez lo dicho. Esa voz, esa voz la conocía. Me perseguía siempre, era un castigo. Era la misma voz de Vera y Mara: «No puedes evitar el que contigo, continuamente estemos las dos juntas, pero si tú ya no quisieras oírnos, sólo tu voluntad puede acallarnos, aunque de cierto que eres indeciso y el miedo te corroe, y no te atreves hacer lo que hacer tienes, y perdido caminas embargado por la duda». «Cierto es que por vosotras soy invadido, mas por eso no creo ser culpable, porque así soy, y al mundo así he venido». «Si te esfuerzas, cambiar tu sino puedes, y sin osado ser, ser atrevido». VI No tengo más remedio que atreverme y saberme imponer sobre la duda. A mí mismo valor me he de jurar, pues que entrar habré pronto en esa lucha para recuperar lo que han robado. Pero en verdad que pienso; sin ayuda nada podré hacer contra los cuatreros. Tendré que imaginar un hado o bruja que ponga su arte o magia de mi parte. «Mejor será dejar esta llanura y buscar un refugio entre los árboles», dijo el viejo con timbre de premura en la voz, delatando una impaciencia nerviosa ante la noche honda y oscura. «Uno vigila en tanto el otro duerme», dije, sin delatar de mí la angustia. El viejo aquel dormía a piernas sueltas. A mí me parecía ver figuras extrañas que despacio nos cercaban, mas no intentaba de avanzar ninguna.






VII La mañana era fresca, y sin haber en absoluto el sueño conciliado me alcé, los huesos todos doloridos. No obstante decidido y animado estaba a enfrentarme a los bandidos. Tenía que ir allí mentalizado. Un buen truco crear para vencerlos. Llamar a <Todonada> innecesario era, pues de seguro no vendría. He de pensar un ser de horror y espanto que ahuyente a los ladrones sólo al verlo. Si pudiera otra vez tener contacto con aquel genio feo del espejo... Me parece de nuevo estar dudando de mi capacidad de imaginar el que yo solo pueda derrotarlos. El viejo había ya encendido fuego. El desayuno estaba preparado. Comimos frugalmente y nos pusimos en camino hacia el bosque, aún lontano. VIII Al fin, tras un muy largo recorrido vimos desde la altura el negro bosque. «Allí se deben de ocultar», me dijo el pastor indicando desde el monte aquella verde inmensidad al fondo. Asombrado quedé, pues era enorme. Le pregunté: «¿Por qué lo llaman negro?». «No sé bien el por qué le dan el nombre, quizá porque es muy denso y está oscuro, y con facilidad se pierde el hombre que confiado se atreve a penetrar». «¿Y crees tú qué ahí dentro se esconden?». «Eso se rumorea en todo el pueblo». «Mas, cómo es que consienten que les roben, debían de oponerse y enfrentarse con decisión en contra esos ladrones». «¿Pero cómo se puede defender esa honesta y sencilla gente pobre?». «Con valor, sin dejar amilanarse, combatir e imponer de nuevo el orden».






IX «Fácil cosa es decirlo,mas no hacerlo. Tienen un gran poder esos bandidos y nunca se les puede eliminar». «Seguro es un cobarde el que eso ha dicho, y es el miedo que le hace hablar así». «Han siempre los ladrones existido, con ellos acabar es imposible». «Quizá, por eso es que hay que combatirlos, pues defenderse ha de ellos los honestos. Debe el Bien del Mal ser protegido». «¿A quién le corresponde hacer justicia?». «De cierto eso le atañe al pueblo mismo». «Creí, tú eras el héroe del cuento que venía a luchar contra bandidos». «Hace tiempo que busco a ese héroe, pero en mi pensamiento anda perdido sin la imaginación poder formarlo». «Sin oponerte acepta tu destino, que eres tú sólo el salvador del pueblo, y escríbelo, si aún no lo has escrito». X «¿Cómo se puede ser protagonista y autor al mismo tiempo, de la historia?». «Cada uno de su historia es el autor». «En la ficción escrita, creadora, ser los dos a la vez, es imposible». «¿Es acaso el pensar una otra cosa aparte o diferente a lo real?». «No, mas el fruto del pensar es sombra que en la vida tangible nunca existe». «¿Cómo puedes decirme tales cosas? El pensamiento se hace real en todo lo que el hombre se inventa y le da forma». «Cierto, pero crear nunca podrá éste, un animado ser o una persona». «Otra vida hay aparte de la orgánica». «¿Por qué quieres ser vivo a toda costa?». «Soy dentro de ti, estoy ahí, en tu cerebro, y ayudarte además debo en tu historia». «Nadie puede asistirme, si yo ignoro el modo de encauzar mis ideas locas.






XI «¿Cómo buscar la solución entonces?». «No sé cómo podré hacer para hallarla». «Tienes poder para vencer. ¡Atrévete! Yo te acompaño en esa gran batalla». «Tendré sin más remedio que pensar la forma y modo, pero ha de ser clara la idea, mas me falta en verdad tiempo... Lo cierto es que ando hastiado y ya sin ganas estoy de proseguir este camino». «Creo tienes la mente atormentada por la duda. ¡Rebélate y continua! ¡No dejes la historia inacabada, pues sería la muerte de nosotros!». «Me retiene una fuerza o bien me agarra, me borra el pensamiento y nada sé de lo que debo hacer, ni lo que pasa en mí, ni tan siquiera adónde voy». «El deber tienes de librar a Orada, y sólo yo te puedo ayudar a ello». «Sí, es verdad, todavía está raptada». XII En un profundo meditar me hundí. La idea me rondaba en el cerebro, danzaba sin poder encadenarla. Me encontraba en un gran atolladero del que ignoraba cómo iba a salir. Nada se me ocurría, estaba muerto. Mucho esperaba aquel hombre de mí. Seguía cavilando; (un intento en verdad último, probar debiera), dijo como un reproche el pensamiento con las palabras tristes del dolor. Me parecía haber perdido el sueño por la oscura inconsciencia de mi ser, junto con mi esperanza y mi deseo. Sabía que tenía que imponerme y ganar la batalla en este cuento. Decidí no buscar ayuda alguna, no inventar hada o brujo que al momento viniera a socorrerme en el peligro. ¡Tenía que saber salir ileso!






XIII Bien, dije, seguiré adelante solo. «Pero conmigo tienes hecho un pacto». «Te tendré que aceptar por el momento». Soltó una risa el viejo pastor bravo y dijo: «¿De verdad que podrás solo?». Su descarada risa me hizo daño. «¿Dudas tal vez de mi poder para ello?». «No sé bien qué decirte, mas es raro, será aburrido y poco interesante». «Sólo soy el responsable de mis actos». «Siempre antes requerías el favor de algún extraño ser imaginado». «Debo intentar por una vez vencer, tú mismo me lo has dicho no hace tanto». «No debes de dejar de hacer el cuento, pero tampoco andar en solitario por él, como una triste y lamentable figura, que se pierde por el caos de las contradicciones y falso orden». «Sé que lo que hago es, sin sentido y vano. XIV Quiero no obstante continuar, llegar al fin último de ésta historia mía». «Sea hecha pues así tu voluntad». Habíamos andado todo el día y descansar quisimos en el pueblo. Avanzaba la noche cruda y fría. Anhelaba comer bien y una cama. Llegamos al hogar de una familia amiga del pastor. Cuando nos vieron, demostraron sentir gran alegría. Él me fue a presentar como el autor, y dijo vencería a la maldita y peligrosa banda de cuatreros. Quedé un tanto molesto, me sentía soliviantado, extraño en aquel sitio. Tras una muy abundante cena rica, deliberamos cómo eliminar a los bandidos sin perder la vida. Su ayuda me ofrecieron en la empresa, y de un arma me hablaron escondida.






XV Me quedé interesado por aquello: «¿En dónde se encontraba la tal arma? ¿A quién pertenecía? ¿De qué forma era y qué hacía, y cómo se empleaba?». Me pareció que estaban sorprendidos. No entendían por qué les preguntaba, creían que debía de saberlo. Me dijeron: «Es una vara mágica, tiene la forma igual que la de un sable, y emite un rayo que la muerte causa». Gran desilusión tuve al oir eso. No me era aquella idea en verdad grata, no podía de nuevo repetir poniendo el sable como vara mágica. No, no, no me gustaba y no lo haría. Vieron el descontento por mi cara. Expectante quedaron y en silencio, sus ojos fijos en mi mente estaban observando de cierto al pensamiento, que con afán la solución buscaba. XVI Decidí ir solo contra los bandidos, y se lo hice saber a todos ellos. Irrevocable ahora el propósito tenía de vencer, creando el sueño con la justa, precisa fantasía. Sí, yo sería el héroe del cuento, ningún príncipe o rey, ni <Todonada>, ni siquiera hada o bruja, ni maestro. No suplicaré a nadie en absoluto, me dije con firmeza, bien dispuesto a seguir adelante en ésta lucha. «Uno te debe acompañar», dijeron. «De ninguna manera cederé». «Sabes que no conoces el terreno». «Sabré sin más salir solo del paso». «Te perderás por el bosque hondo y negro». «No insistáis, pues que nada lograréis». Se miraron y nada respondieron. Un caballo tomé de bella estampa y partí, envuelto en profundo silencio.






XVII Cabalgué mucho tiempo hasta llegar al monte. Desde allí, en todo lo alto, se divisaba el bosque inmenso, negro. Pensé: ¿Cómo poder tener contacto con aquellos bandidos y vencerlos? Mi pensamiento se encontraba en blanco, huero, vacío, sin ninguna idea. No quise amilanarme y seguí al paso de mi caballo por aquel paisaje de agreste yerba, abrupto y escarpado. Podría imaginarme alguna treta. Me decidí a bajar al descampado, rondar por el cercano bosque y ver si mi presencia era advertida en tanto merodeaba por aquel paraje. No tuve que esperar ningún gran rato. Los bandidos surgieron de improviso, con gestos de amenazas me cercaron. Luego me condujeron dentro el bosque y allí, al tronco de un árbol me amarraron. XVIII Pedí hablar con el jefe de la banda. No hicieron de mi ruego caso alguno. Por el espeso bosque se marcharon. Sólo de vigilante se quedó uno. El tiempo parecía interminable. Intenté conversar con el barbudo bandido aquel, pero no quiso oírme. Insistí, y comprobé que éste era mudo. No veía la forma de escapar. Ya me desesperaba en grado sumo, cuando advertí volvían los jinetes. Se me acercó uno con modales rudos y me espetó: «¿Qué hacías por aquí?». Pensé: Aquel era el jefe de seguro puesto que los demás lo habían traído. «Ayuda necesito, ayuda busco, le contesté poniendo de afligido cara y casi llorando, de éste apuro te suplico me saques. Te hare rico a ti, como también a todos los tuyos.






XIX A carcajadas vino a reírse el hombre. «¿Acaso eres persona de fortuna?". «Seguro, y si me llevas sano y salvo, sin dilación en el camino alguna al palacio, será mi recompensa grande, tendrás honor y fiesta mucha». «¿Quién eres? ¿Hacia dónde vas o vienes? ¿Eres príncipe o rey, o de mí te burlas?». «Soy señor de Karama, en Eruland. Bandidos me raptaron con argucia, diciendo que mi amante me llamaba». «Una historia de amor. ¡Oh, qué ternura!», dijo rompiendo a reír otro de aquellos truhanes de fea y negra dentadura. «Será mejor comunicarlo al jefe, que él diga, o el consejo mayor reúna». «Es lo más cierto», vino a decir otro. «Vámonos pues, andemos con premura, que ya la noche se echa encima pronto. Venda sus ojos, que no vea la ruta». XX No era aquel por lo visto el que mandaba. Un rango allí existía y un consejo, que era el que decidía lo qué hacer. Había conseguido de momento tener con los bandidos ya contacto, aunque éste fuera como prisionero. Lo arduo era ahora imaginar la forma justa, para poder al fin vencerlos. Tenía que cogerlos por sorpresa. ¿Pero qué truco imaginar perfecto que diera un excelente resultado? En verdad que tenía algo de miedo, de no encontrar la buena solución. Lo mejor esperar será primero hasta ver dónde tienen la guarida aquellos malhechores y cuatreros. Con los ojos vendados y amarrado a mi cabalgadura, ni un intento hacer podía para de ellos huir. Al menos estaba hasta ahora ileso.

Subir
Elegir otro canto



Portada

© Rodrigo G. Racero