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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 2

I Desconcertado estaba, no entendía la razón de tal cosa, ni el motivo. Verlos creía aparecer de pronto. Estaba tembloroso e indeciso. Como plomo cayó un silencio pleno, mudo el contorno amenazando. Instinto que quiere rebelarse contra el miedo. De repente empezó a oírse gritos de pánico y dolor que me calaba las entrañas y daba escalofríos. Llantos, voces pidiéndome socorro con desesperación. Dudaba el juicio, se rebelaba la razón incrédula. Solo estaba y veíame perdido. Tal vez era aquella una isla encantada, pensaba, y aunque estaba muy aturdido, me esforzaba en poner clara mi idea sobre lo concerniente a lo ficticio. ¿Cómo diferenciar bien lo real de lo soñado? Ese era mi conflicto. II Me decidí a salir corriendo al fin, procurando poner tierra por medio. Poco a poco empezaba a darme cuenta que vivía en un mundo de ensueños. Tenía que intentar pues despertarme para tornar al mundo real y cierto. Mas, ¿por dónde encontrar la oculta puerta? Me paré tras pasar un largo tiempo. Parecía tranquilo aquel lugar. Intentaba ahondar en el recuerdo de mi pasada vida, sin lograrlo ni tan siquiera algún leve momento. Noté allí un raro olor, como a quemado. Miré y vi en la maleza alzarse el fuego. Presto de aquel lugar quise ausentarme. Me cercaron, movidas por el viento las gigantescas llamas al instante. El horror me invadía todo el cuerpo; con pánico miraba en torno a mí. ¿Cómo poder llegar a estar despierto?






III Me veía morir carbonizado. Sin poder evitarlo allí estaba. El terror inundaba mi cerebro: Esa forma de muerte era bien mala. ¿Qué hacer? ¿Cómo poder intentar la huída? Acosada y febril mi alma buscaba un modo de evadirme, una salida. Las colosales llamas avanzaban con inaudita rapidez, cercándome... Prácticamente olía ya a quemada mi carne. Un grito de dolor inmenso di, y de repente me encontré aquella hada. El fuego en mi contorno no existía, ni nada había que éste delatara. Tan sólo aquel olor nauseabundo a chamuscada carne, aún quedaba. «¡Al fin te has atrevido a presentarte!», dije con tono de reproche al hada. «En cuanto me ordenastes que viniera vine», contestó en alto bien airada. IV «En peligro me hallaba ciertamente. ¿Cómo poder librarme de éste sueño?». «El sueño con el sueño se derrota», me dijo ella a través del pensamiento. «Mas, ¿cómo hacer? ¿Quién el secreto puede revelarme? ¡La idea en un momento acuda salvadora hasta mi mente y me ilumine, y salga de esta ileso!». «Todo está en ti, en ti está la clave. ¡Créeme!», decía machacándome el cerebro una vez y otra aquella hada celeste. Pensaba que la vida era un infierno y la muerte una obsesionante incógnita que me iba corroyendo con el tiempo. La duda me invadía toda el alma: ¿Era todo de cierto sólo un sueño, una extraña y horrible pesadilla, o quizá estaba loco y bien despierto? ¿Cómo poder averiguarlo? ¿Cómo ahondar el misterio de los cielos?






V Una mano tocó despacio mi hombro. Me pareció tornar de un raro mundo en el que hubiera estado largo tiempo. Algo en mí me decía que era absurdo, que no era cierto aquello que pasaba. Me encontraba en verdad más que confuso. Los cinco magos me miraron riendo. Fueron sus risas para mí un insulto, pero me supe contener la rabia. «¿Podría entre vosotros decirme uno qué es lo que, aquí ha acontecido? ¡Vamos!, les apremié, explicar lo que sea alguno de vosotros, poner las cosas claras». El jefe habló con su mirar profundo: «Hemos tan sólo tu valor probado en el mágico espejo. Te aseguro que has dado un excelente resultado». «¿Y para qué ha servido todo el truco?». «Nos lo ha mandado hacer nuestra señora, la que dominará el mundo futuro». VI Por la bruja Sagara, maquinada había sido la ficción aquella. No me dejaba, siempre tras de mí andaba demostrándome su fuerza. Debía imaginar un contrincante que en grado sumo poderoso fuera. No como el hada de antes, indecisa, polémica, dudosa y sin idea, sin saber ayudar de plena forma. Mía era la culpa de cualquier manera. Una oportunidad podía darle de nuevo, a ver si resultaba buena. Darle forma intentó mi pensamiento, pero no lo logré, y no apareció ella. Debía estar quizá más que ofendida. «Libre eres de marcharte cuando quieras, me dijo el jefe de los cinco magos, pero no olvides nunca tu promesa». Con cautela salí de aquel lugar. «Ten cuidado, dijo otro, y anda alerta».






VII Pensativo empecé a andar despacio. ¿Adónde voy por este laberinto? ¿Cómo encontrar el orden en el caos? ¿Cómo saber el fin de mi destino? ¿Llegaré a ver alguna vez a Orada? ¿Cómo poder hallar el buen camino? ¿Qué me sucederá en esta violenta, extraña tierra donde ando perdido? Cansado me sentía en grado sumo, y para descansar buscaba un sitio. Un anciano de barbas blaca vi aparecer al pronto y me dijo: «Si reposar deseas, acompáñame». «¿Eres acaso mago o adivino?, le pregunté, añadí: ¿Dónde está el hada?». «Un pastor soy, de mi rebaño cuido. No conozco, ni he visto ninguna hada». «De verdad te diré que estoy rendido y tu hospitalidad bien te agradezco». «Pongámonos así pues en camino». VIII No lejos de allí estaba la cabaña del pastor. El lugar era agradable y bello. Un arroyuelo discurría saltarín por las peñas, en constante juego y canción eterna con el viento. Nos comimos un buen guiso de carne. Me preguntó de qué región venía. «Del sueño de la vida... de otra parte... no me supe explicar, y al fin le dije: De Eruland vengo, y a buscar mi amante voy por el mundo de los magos viejos». «Tienes que procurar tranquilizarte. Si lo deseas, cuéntame tu historia». «No sé... ¿Cómo podría aclararte las cosas tan extrañas que suceden? Creo en verdad que lo único importante es saber dónde se halla mi amada». «Quizá tenga la forma de ayudarte». «¿Sí?», dije esperanzado y gozoso, alegre de poder contar con alguien.






IX Un ser que se pusiera de mi parte es lo que deseaba hacía tiempo. Le pregunté: «¿Cómo será tu ayuda?». «Lo verás, dijo, dentro de un momento». Había hablado en tono misterioso, y se alzó sin decir más, de su asiento. Del suelo abrió una trampa y bajó rápido. Tras un instante apareció de nuevo trayendo una pequeña bolsa blanca. Hasta mí se acercó y dijo sonriendo: «Voy hacer una cocción con estás yerbas. Un sabor agridulce tiene y bueno. Seguro que estarás mejor después». «Bien, mas yo lo único en verdad que quiero (explicarle intenté otra vez mi pena) es rescatar a Orada lo más presto». Mas pareció no hacerme caso alguno. Su quehacer siguió y puso agua al fuego... Me presentó una taza de un brebaje oscuro y me miró de un modo intenso. X Bebí muy lento un trago bien pequeño. Empecé a desconfiar ahora un tanto de aquel peculiar viejo. Pregunté de nuevo por su ayuda, dije: «¿Cúando, cómo podrás hacer algo por mí?». «¿Te gusta?», preguntó a su vez despacio, como si se tratara de un secreto que hubiera que ocultar. Veía raro su tal forma de actuar. «¿Qué es?», demandé. «Té, mezclado con una <hierba del diablo>, dijo, mas bebe, bebe», me animó. Le oía ahora como muy lejano. Los ojos comenzaron a pesarme y aunque luché, al final se me cerraron. Una confusión negra me aturdía; vagar me parecía en el espacio, me inundaba una extraña sensación. Una amalgama de colores claros llenaba ahora todo mi contorno, me hallaba en una intensa luz bañado.






XI De no dormir tenía la certeza, pero tampoco estaba bien despierto, pues la realidad se me escapaba. Estaba entre feliz y como inquieto. Se me presentó al pronto Orada y dijo: «¿Dónde has estado todo el largo tiempo, que no me has ayudado contra el brujo que bajo su poder me tiene? Presto esperaba vinieras auxiliarme, mas quizá no es tu amor por mí sincero». «No he dejado un momento de buscarte, tú eres el fin de todos mis anhelos. Me acerqué a ella e intenté abrazarla, pero no conseguí tocar su cuerpo. Me extendió ella sus brazos, suplicante, y la pena observé en sus ojos negros. Explícame el camino que a ti llega, para ir a rescatarte en el momento». «Ahondar tienes en lo más profundo del oscuro rincón del pensamiento». XII «Cautiva estoy en la torre de marfil, se llega por la vía solitaria, secreta, del deseo de los sueños». Dijo así y se esfumó sin más Orada. Me sentía ligero y poderoso: Hallaría el camino donde estaba aquella torre de marfil maldita. Por la memoria rebusqué, colmada de recuerdos. No hallé pista, ninguna senda que hasta ese sitio me llevara. Fui movido por una fuerza enorme, como una ola violenta que me alzara. Miedo sentí al pronto y me vi perdido, caer al infinito de la nada. Llamé a mi voluntad y quedé inmovil, procurando no dar ninguna entrada al pensamiento que la duda crea. Ante mí apareció una gran montaña. Dos caminos llevaban a la cima. La torre estaba allí, de marfil, blanca...






XIII De la realidad salí del sueño, y me encontré sin darme plena cuenta de nuevo junto aquel viejo pastor. Sonriente preguntó: «¿Cómo te encuentras?». «Bien», dije, y el cerebro me bullía buscando y ordenando las ideas. «¿Te ha delatado el sueño dónde has de ir?». «Sí, hacia una torre oculta en las tinieblas de los deseos íntimos del alma». «¿Cómo se va?, ¿Por qué camino o senda?». «Por la montaña se abren dos caminos que son la duda si el subir se intenta. Arriba está la torre de marfil». «Quieres decir qué sólo uno allí llega». «Sí, y el otro se pierde en la nada». «¿Y cvmo sabes si al tomarlo yerras, y no vas a parar al infinito?». «Ignoro de verdad la buena senda. Y bien sé que la duda es mi enemiga. De ti esperaba que ayudarme fueras». XIV «Más tarde te daré otra taza de hierbas. Quizá te dé la solución el sueño». «¿Tú crees qué es de fiar lo que se sueña?». «¡Claro! El sueño desvela los misterios. Hay que saber tan sólo provocarlo, despacio, con cuidado mucho y celo se ha de tener a punto todo bien dispuesto, con paciencia y buen esmero hay que proporcionar la mezcla justa, las diferentes hierbas a su tiempo». «¿Cómo te has iniciado en esta ciencia?». «Experiencia es, ningún extraño invento. Un saber adquirido en muchos años. Es peligroso sin tener un pleno dominio de la fórmula a emplear, pero descuida, que tendremos éxito y podrás ver de nuevo a tu Orada». «Bueno, en ti me confío, a ti me entrego». «Bien, descansa, procura no pensar en absoluto, mata al pensamiento».






XV ¿Cómo escapar poder, y anularse hasta llegar a un absoluto extremo, donde no te llamara la conciencia ni sintieras gritar al sentimiento? No podía dejar..., era imposible desechar de la mente al pensamiento. No sé qué rato estuve allí tumbado. No tenía noción real del tiempo. El pastor se acercó hasta mí y me dió de aquel té que provoca los ensueños, hecho con yerbas llamadas del diablo. Me recosté de nuevo en aquel viejo camastro e intenté ponerme cómodo. Poco a poco empezó a venirme el sueño. Al pronto oí la voz de Orada, clara y nítida decir: «Del sitio horrendo donde tu idea me ha metido sácame, por favor. Triste estoy y parece eterno este constante estar aquí olvidada, sola, inactiva, fuera de tu cuento». XVI ¿Por qué me hacía tal reproche? ¿Acaso era yo de su mal el responsable? Raptada había sido por los magos. Mi preocupación era constante, que vivía tan sólo por salvarla. ¿Cómo poder llegar a la otra parte donde ella se encontraba? Cavilaba... Debía de cualquier forma ayudarle. Me veía a mí mismo caminando con un cierto temor de llegar tarde, no sabía por qué, dónde ni cómo. Desesperaba, sin tener la clave no era posible continuar la historia. La oía y no lograba ver su imagen. La inquietud me invadía toda el alma. Tendría que ir atrás, ver el instante justo y preciso en que raptada fue por los magos aquellos infernales. Tenía que llamar a la memoria, mas, ¿cómo hacerlo, de qué modo o arte?






XVII Tras un momento de un mental vacío me repuse y cobré el valor de nuevo. Ante todo debía poner orden en mi desconcertado pensamiento. Vi al pronto aparecer una figura extraña, envuelta en un manto negro. «¿Quién eres tú?», le pregunté, y dijo: «La memoria que acude a tu recuerdo». «¡Al fin llegaste! ¿Dime qué ha pasado?». «A lo que te refieres dime presto, que desaparecer puedo al instante». «Así pues no conoces mi deseo de que quiero salvar pronto a Orada». «Sé que ese es el mayor de tus anhelos, pero ¿qué puedo hacer para ayudarte?». «¿Cual fue el motivo que impulsó a aquellos magos para raptar a mi querida Orada? ¿Qué pretenden? Yo te ruego que en mi conocimiento ponerlo hagas, para lograr al fin su salvamento». XVIII «Si el saberlo te vale, no es misterio: Intentan conseguir las dos manzanas de oro, has de devolverlas a su dueño. Matarán, si no cumples, a tu amada». «No puedo devolver lo que no tengo. La idea no me llega, ni me alcanza el saber, ni tampoco entendimiento». «La solución es que te ayude el hada». «Siempre el mismo recurso, no lo entiendo. ¿He de dejar la historia inacabada? No encuentro apoyo por ninguna parte». «Nadie te obliga, ni te exige o manda que has de hacer o escribir alguna historia». «Fue casi sin saber cómo, empezada hace tiempo. Y los niños todavía están atentos, esperando a cada instante me despierte de éste sueño, y el cuento continúe de Sauri y Orada». «Haz un esfuerzo y sigue tu camino, sin hacer caso de nadie ni nada».






XIX «¿Dónde están? ¿Quién posee las manzanas?». «Recapacita, vuelve atrás y piensa lo que formó tu propia fantasía». Me desperté de pronto, la cabeza me dolía y en torno me giraba. Aturdido me hallaba, pero alerta estaba y también algo temeroso, como si algún peligro andara cerca. Idea no tenía de aquel sitio. Poco a poco empecé a cobrar conciencia del lugar, y de aquel pastor extraño que parecía dominar la ciencia de la mezcla cabal, precisa y justa de muchas diferentes, raras hierbas. La culpa era de aquel brebaje amargo que me diera el pastor y yo bebiera confiado, esperando que su efecto me fuera hacer ayuda,ligereza por mi parte. Por cierto, ¿dónde estaba? Tal vez el personaje no existiera. XX Después de haber pasado un rato grande, apareció el pastor murmurando algo. Se apreciaba la rabia en sus modales. Cualquier cosa era causa de su enfado. Intensamente y fijo lo miraba, mas él no parecía hacerme caso. Al fin no pude contenerme y dije: «Buen hombre, ¿por qué estás malhumorado?». Pareció darse cuenta en ese instante de mi presencia, me miró extrañado. Por fin reaccionó y vino a contarme: Habíanle gran parte del rebaño robado, era una banda de ladrones, merodeaban desde hacía un año por los alrededores de aquel pueblo. «¿Qué hacer para poder eliminarlos? Si en contra los ladrones me ayudaras, aclaro tu problema de inmediato», dijo el pastor, y parecía serio. «Hagamos pues entonces ese trato».

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