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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


SEGUNDA PARTE

CANTO 1

I Despacio, con cautela andaba, atento mirando a una y otra parte siempre. Cambiar podía el pensamiento al pronto y en un momento de peligro verme. Fugazmente saltaban las ideas, iban por la amplia senda de mi mente; sorprenderme podría en un instante mi fantasía e invocar la muerte. Era el paisaje alrededor hermoso, con abundantes flores, montes verdes de la ocurrencia súbita, creativa, sin más razón de ser que lo que siente. Tenía que buscar algo concreto, algo en donde apoyarme, a que atenerme. Nadie veía por mi sueño, solo estaba, cuando vino de repente una resplandeciente luz intensa a tomar forma; y fue algo sorprendente lo que mis ojos vieron: ¡Una almeja enorme, de color bello, celeste! II Maravillado estaba allí mirándola. Flotaba a poca altura sobre tierra, rodeada de un halo de luz blanca. No sabía por qué estaba a la espera, pensaba ocurriría cualquier cosa. Pasaba el tiempo sin que nada viera que me hiciera tener miedo de aquello. Fui adquiriendo confianza, y aunque alerta siempre, empecé acercarme paso a paso. Se abrió al pronto la concha de la almeja y aparecieron cinco extraños seres. «Somos los magos que el valor comprueba, dijo el que parecía ser el jefe. Si vencer logras todas nuestras pruebas, serás capaz después de los obstáculos vencer, que en tu camino bien te acechan». «¿Es qué tenéis algún poder o magia?», les demandé, esperando una respuesta afirmativa, y ellos respondieron: «Con más valor saldrás, y con más fuerza».







III «¿Cuales son esas pruebas de que me hablas?». «Cada uno de nosotros te pondrá una, que deberás cumplir siguiendo el orden en el que se te digan, con premura». «De cierto que no haré tal cosa en tanto no vea con mis ojos, que es segura para mí, y que no corro algún peligro». «Por supuesto, asintió aquella figura. Pasa, que te queremos mostrar algo». Receloso miré hacia la abertura por la que me invitaba a penetrar. Miedo sentí de pronto, era una angustia que me oprimía el alma como un lienzo. «Puedes entrar sin desconfianza alguna», insistió el mago aquel con suave voz persuasiva, al notar en mí la duda y el temor reflejado en mis pupilas. «Libre eres de elegir tu aventura», comentó uno de aquellos magos, serio. Y otro añadió: «Decides, paz o lucha». IV «Antes deseo hacer una pregunta», dije mirando a todos los presentes. «Habla, me animó el jefe de los magos, mas después callar debes para siempre». «De parte de quién vais debéis decirme. La intención en verdad no me convence, de que sólo valor deseáis darme». «Meter te debes en tu obstusa mente, que todo así sucede por tu bien». «Amigos sois del gnomo y la serpiente. Contra mi voluntad todos estáis, pero yo destruiré al que detenerme intente», dije en tono amenazante, mas de mí se burlaron. De repente me sujetaron y arrastraron dentro de aquella extraña nave. Defenderme no pude, aunque empleé todas mis fuerzas al tratar de librarme de la gente aquella, tan malvada y misteriosa, que andaban procurándome la muerte.






V Me pusieron delante de un espejo mágico y me obligaron a mirar. Me contemplé a mí mismo caminando desnudo, en una inmensa soledad. Peligros me acechaban por doquier. Todo lo que tenía que observar lo presentía tan sólo mi instinto. Ante mí vi un bosque y penetrar en él sin más remedio tuve. El miedo paralizó mis piernas y temblar me hizo por todo el cuerpo. Allí quedé clavado en el terreno duro, mas con súbita presteza me volví cuando una fiera ya, me iba atacar. Al verme cara a cara quedó quieta, con pasos indecisos se echó atrás y de mi vista al punto se esfumó. El miedo procuré vencer, y andar de nuevo comencé mirando alerta por todas partes, lleno de ansiedad. VI Me paré de repente, pues se había abierto ante mis pies un enorme hoyo, muy profundo y oscuro, que me vino a llenar de pavor. Miré el contorno de donde me encontraba y vi la tierra requebrajarse, abrirse... Era horroroso ver formarse el vacío alrededor de mí, observar cómo se hundía todo: Arboles, animales y montañas... Conciencia tuve de que estaba solo. Salir debía de esta situación. Pensaba intensamente, cuando al pronto brilló en mi mente un punto de esperanza al ver que sobre mí volaba un rocho. «¡<Todonada>!», llamé con alegría. No creí nunca en mi entusiasmo loco, que nadie diferente a él, ser fuera. Aquella ave de vuelo majestuoso me tomó con sus garras y alzó al cielo. Gracias que has vuelto al pensamiento pronto.






VII Le dije: «Llévame ahora hasta Orada». Nada me habló, mas continuó su vuelo. Tras dejar una zona en harto oscura, el sol iluminó un hermoso cielo. Siguió volando aquella ave imponente. Abajo era el paisaje siempre nuevo: Mares, campiñas, ríos y montañas, grandioso geiser vomitando fuego. El ave se acercó hasta el gran volcán y abrió sus garras. Con horror tremendo, sin más remedio allí me vi caer. Desesperado, ayuda al pensamiento demandé, pero nadie acudió a mí. Creí se había detenido el tiempo. Parecía el descenso interminable hacia la puerta o boca del infierno, en donde me veía zambullir. Hice un titánico, ya, enorme esfuerzo para evitar la incandescente lava, y me hallé sorprendido en un desierto. VIII Mi pensamiento habíase librado y sin control ni voluntad vagaba independiente, obrando por sí mismo, a capricho saltaba o bien volaba de un lado para el otro dislocado. El miedo me invadía toda el alma, pues el peligro estaba en todas partes, en cada sitio, valle o montaña, y siempre sorprenderme en un instante podía, era una constante amenaza. Caminé por aquel raro desierto. No encontré ni advertí a nadie ni nada que en tal lugar pudiera quizá guiarme. Al pronto oí una voz que me llamaba. Rápido me volví y no hallé a ninguno. Se repitió de nuevo la llamada: «¡Vuelve en ti Sauri, vuelve en ti por Dios!». Me parecía era la voz de Orada, pero no la veía en parte alguna, por más que en mi contorno ya escrutaba.






IX Continué andando sin saber adónde. La vista se perdía por la arena. Estaba derrengado y sed tenía. Bajo el ardiente sol perdí mis fuerzas. Tambaleándome iba caminando, que apenas sosteníanme mis piernas. Empecé a oír gritos de socorro. Como pude corrí; se oían cerca, mas a nadie encontraba y ya giraba de un lado para el otro la cabeza, cuando de nuevo y más desesperados oyéronse los gritos, daba pena, miedo y horror sentirlos dentro el alma. En un hoyo formado por la arena, hecho como un embudo y bien profundo, descubrí al fin a Orada, como muerta yacía, o sin sentido quizá estaba. Lleno de angustia la llamé con fuerza. Su nombre repetí una y otra vez, pero no respondió, seguía yerta. X A bajar empecé despacio hacia ella, pero vine a caer y rodé al fondo, donde quedé maltrecho y dolorido. Como pude me alcé, miré su rostro y vi que aún estaba en él la vida. La acaricié y besé sus labios rojos, y le hablé quedamente con cariño. Al fin abrió sus bellos, negros ojos. «¿Cómo llegastes a parar aquí?», pregunté, nada dijo, miró sólo con la vista perdida por el cielo. Hice un esfuerzo, la cargué en mi hombro e inicié con cuidado el arduo ascenso. Despacio, muy despacio; poco a poco iba subiendo la empinada cuesta. Hundíame en la arena de tal modo que apenas avanzar podía un paso. A perder fui el equilibrio, al pronto me sentí que caía en un oscuro, profundo, interminable algo sin fondo.






XI Tras un tiempo fugaz, en harto corto, me hallé en medio del mar, sobre una tabla. Miré a mi alrededor maravillado. La mano incrédulo metí en el agua, y era cierto que allí estaba en verdad. No se encontraba ya a mi vera Orada. Sin dejar rastro habíase esfumado. Por arte de los magos, por su magia era que sucedían estas cosas. Tal vez pudiera aconsejarme un hada. Tenía que pensar profundamente el modo de poder verla o llamarla. Ahondaba en mi mente para dar forma a la idea salvadora, que anda oculta en el rincón de lo fantástico; mas a manifestarse no llegaba y parecía era mi esfuerzo en vano. Sentí una voz salir del fondo mi alma y tomó cuerpo el hada de improviso. Nació en mi corazón la esperanza. XII «¿Qué deseas de mí? ¿Por qué me llamas?». «De esta situación tienes que sacarme, le imploré, estoy bajo el poder maldito de unos magos malvados y cobardes. Sospecho que robarme desean mi alma». «No alcanza mi saber para ayudarte, que ya está tu destino decidido por el que más poder tiene y más arte». «Te ruego me delates de él el nombre, que quiero ante él llegar y presentarle sin ningún miedo, mis más serias quejas». «En tu interior has de buscar la clave de cómo dirigirte a él, o bien mi sino has de cambiar en este instante, para que quizá así, auxiliarte pueda». «¿No creerás que tengo yo la llave que la puerta abre o cierra del destino? Si así fuera, estuviese de mis males libre y no buscaría en tí socorro. ¡Perder puedo la vida en un instante!».






XIII «No hay dios alguno que ayudarte pueda, por la razón que dios ninguno existe». «De no existir Dios nada existiría. Sin principio ni fin tan sólo Él vive y es, en la eternidad del tiempo siempre». «Si tanto en tu creencia estás e insistes, llama a tu dios y olvídate de mí». «Me deja tu respuesta en verdad triste. Dios está fuera de mi alcance,influir en Él no puedo, pero es increíble que tú te niegues a auxiliarme ahora». «Te lamentas de mí y te contradices, tú, de la fantasía gran maestro. Cómo te he de servir has de decirme, no me puedo negar a obedecerte, pues una parte soy que en ti convive». Quería contestarle cuando al pronto surgió del agua un monstruo indescriptible. Una voz retumbó por el espacio: Me instó a subir sobre él, sin miedo y libre. XIV Intenté aparentar tranquilidad, pero ante aquella bestia de los mares no podía evitar un temor cierto. Lograba a duras penas dominarme, y a él subí sin comentario alguno. No deseaba parecer cobarde, y en mi mente rumiaban las ideas. Adquirí al fin valor a preguntarle: «¿Adónde te diriges o me llevas?». «No me has de preguntar, que tú lo sabes». «Te aseguro que ignoro dónde vamos». «Vueltas daremos hasta que la parte o sitio te decidas a elegir, por fortuna lo pienses, o bien lo halles». «Si cumplir quieres mi deseo, llévame pues al lugar en donde está mi amante». «Si el rumbo me señalas voy al momento». «¡Necio eres!, dije al oír tal disparate. ¿Cómo puedo saberlo? Para en la isla primera que divises. ¡En cuánto antes!».






XV Apenas pronuncié aquellas palabras, una hermosa isla apareció de pronto ante mi vista. «¡Allí está, dije, rápido vayamos!» No salía de mi asombro, alguna extraña magia la formó. Creo la explicación era tan sólo, que ayudarme se había puesto el hada. A gran velocidad íbamos. Poco faltaba para a ella llegar cuando, sin saber la razón, el por qué o cómo, siempre a igual distancia continuábamos. «¡Vamos, vamos avanza!», como loco le gritaba a aquel extraño ser. Era en verdad que se esforzaba el monstruo, y se veía como se cortaba el agua al avanzar. Así y con todo me parecía ver la isla más lejos, sí, cada vez más lejos, de tal modo, que ya ahora empezaba a ser un punto perdido en la distancia del mar sólo. XVI Me preguntaba: ¿Cómo era posible que sucediera semejante cosa? Sólo producto de una febril mente o delirante fantasía loca, poder creía en esa sinrazón. Igual que una confusa, extraña sombra se presentó de nuevo el hada a mí: «¿Podrías darle alguna clara forma a mi ser, para así identificarme?». «La figura de un hada es siempre hermosa, dije, tú lo serás también, seguro; pero en realidad nada me importa tu belleza, tan sólo tu saber me interesa, que de esta embarazosa situación me libere en un instante». «Haz un esfuerzo y hurga en tu memoria, sabrás que nada sé que tú no sepas». «Desesperado estoy, y razón me sobra, que mientras más avanzo, más lejana se halla la meta que mi alma añora».






XVII «Quizá pueda tan sólo el pensamiento buscar la solución a ese dilema». «¿Así pues no me sabes ayudar?». «Seguro que sí, todo cuanto quieras, tan sólo he de saber la forma y modo». Pensé que era en verdad aquello pena. Ni hada, mago ni bruja o algún gnomo había que ayudarme aquí pudiera. En calma estaba el mar, y sobre el monstruo aquel perdido me encontraba. Idea no tenía en verdad de lo qué haría. Mi pensamiento en blanco y a la espera se hallaba, de que alguna cosa pronto mi destino cambiara. Ardua la empresa de cierto era, poder dar con Orada. Lamentaba con quejas mi existencia, cuando vine a caer en un sopor o sueño que nublome la conciencia. De un modo repentino volví en mí. En una playa me vi echado en tierra. XVIII Con trabajo me alcé, todo giraba igual que un carrusel extraño y loco en mi cabeza. Monstruos y otros seres horribles se avenían poco a poco con gestos de amenaza. Iban cercándome... En huir pensé, escaparme del acoso. El miedo comenzaba a invadirme. Estrechaban su cerco los demonios, cuando reaccioné y vencí a mi miedo. Me enfrenté cara a cara a ellos todos. La desesperación valor me daba. Un palo me encontré redondo y gordo. Lo cogí y con gran furia lo accioné. De ira debían de brillar mis ojos. Dispuesto a arreciar con el primero de aquellos seres de terribles rostros, en cuanto un paso más hacia mí dieran. Grité envalentonado, cuando al pronto todos ante mi vista se esfumaron, se fueron de improviso y quedé solo.






XIX Maravillado estaba, y ya miraba por una y otra parte y nadie había. Empecé a caminar sin rumbo cierto. Sonó una voz hacia el centro de la isla: Bella era y melodiosa, fascinaba el tono acariciante que tenía. La seguí seducido. Oí una música que acompañaba a la canción divina, que entonaba la voz aquella ahora. Comprender las palabras no podía de aquella extraña y dulce, bella lengua; pero extasiada mi alma se sentía, la asimilaba hasta lo más profundo. Me sentía bañado por la brisa y relajado me tendí en la yerba. Pasado que fué un rato, oí una risa que todo lo inundaba y sentí frío. Una risa burlona en sí y maligna. Ya la risa cesó y una voz dijo: «En mi poder estás, mía es tu vida». XX A resguardarme fui tras unas rocas, todo mi instinto se encontraba alerta. Nada volví a oír durante un tiempo. En mi mente bullían las ideas. Mi pensamiento se esforzaba, nada encontraba que aquella voz pudiera explicarme. ¿Quién era y qué quería de mi persona? Aquel arduo problema... ¿Qué solución podría haber a tal? Los gruñidos oí de algunas fieras que rondaban de mí no muy lejanas. Con sigilo observaba y con cautela. De animal ningún rastro se advertía. Miedo sentía mi alma, más que inquieta. De nuevo retumbó la voz terrible: «Ves, leones hambrientos te rodean». Temblando me subí sobre la roca más alta. Nada vi que miedo diera, pero de ellos oía los rugidos temibles, cada vez más fuertes, cerca...

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