I
Se entregaron vencidos los soldados.
Tenían la batalla ya perdida.
Era al fin la victoria por completo
nuestra, y tranquilo el pueblo viviría
en paz, mas una sombra nos quedaba
en el fondo del alma: Si la dicha
alcanzada pudiera ser estable,
pues que nunca confiarse se podría,
que alguna vez el Mal, tornar no fuera.
Marcharme ahora rápido debía
para pagar mi deuda con Sagara,
y las manzanas darle conseguidas
del árbol del jardín de las Hespérides.
En Malefo pensé, ¿dónde estaría?
Mandé que lo buscaran y trajeran
sin dilación haber, delante mía.
Ya no estaba en la cárcel, hombre libre
era él en la ciudad, y bien vivía.
Apresado y traído fue al palacio
donde llegó a oír mi rabia e ira.
II
«Dime dónde está Orada secuestrada.
Pagarás con tu vida si te niegas,
e insistes obstinado en no decirlo».
«Esa bruja maldita será dueña
del mundo en un fantástico futuro,
y no quiero aceptar las consecuencias
nefastas del poder de su dominio.
Del autor es la culpa y su leyenda,
pues que entregarle quiere las manzanas.
Todo a su alcance está de esa manera,
para dar rienda suelta a sus designios.
Si una oportunidad a mí me dieras,
podría revelarte donde Orada
se halla, y como poder llegar hasta ella».
«He de pensar esa objeción despacio.
Buscaba el pensamiento una idea
que despejara aquella situación.
Tu amistad era con Esiri cierta,
le dije, no me puedo fiar de ti,
pues que también es tu actuación malévola».
III
«Poner quise a Esiri de mi parte,
pero el rey no creía peligrosa
a la bruja Sagara, su obsesión
única era lograr ver tu derrota».
«Sí, y raptar decidiste a Orada.
Fraguaste esa infame, cruel maniobra.
Recuperar pensaste las manzanas
obligándome entrar en la discordia».
«No me quedaba ya otra alternativa.
No debía el poder ser de ella sola.
Garantizada está la paz, las fuerzas
equilibradas siempre, igual que ahora,
si quedan repartidas las manzanas».
Cierta razón, pensé, en su machacona
obstinación había. ¿Cómo actuar?
Tenía que buscar la justa forma,
conformarlos de algún modo a los dos.
Era en verdad la bruja más que odiosa,
el mago igual, también un ser abyecto.
Ni estar podía a su favor, ni en contra.
IV
Ellos, pensé, dilucidar debían
el dominio tener de las manzanas.
Imaginé ponerlos frente a frente,
que con su mágico poder lucharan
hasta ser uno de los dos vencido.
¿Qué treta imaginar, o qué añagaza
concebir, para que ambos dejen libre
a mis queridos seres? Pues Sagara
es astuta y Malefo habilidoso
también, para llegar al fin de su ansia.
En contacto me puse con la bruja,
para ello utilicé su caja mágica.
«Las manzanas están en mi poder,
le dije, mas me encuentro en una extraña
situación, pues Malefo se halla aquí.
Que a él le pertenecen, me declara,
y robadas le fueron hace tiempo
a su sobrina, mi querida Orada».
«Pero tú las has traído del jardín.
Miente el hombre de forma descarada».
V
«Es cierto, del jardín de las Hespérides
las he sustraído, pero son las otras
dos, las que estaban en poder de Orada.
¿Eres tú de ese robo la autora?».
«Mis manos nunca nada han robado.
Es sólo de Malefo una maniobra,
que intenta, que te pongas de su parte».
«Ven, y aclaremos de una vez la cosa,
pues él tiene raptada a mi amada,
para librarla exige esas joyas:
Las dos manzanas de oro; bien las suyas,
o en su defecto, las que tengo ahora».
«¡Nunca oses entregárselas, jamás!
Te advierto, si tu madre algo te importa... ».
«Lo siento, mas también está en peligro
Orada. ¿Cómo salvo una y no la otra?
Si es grande tu poder, mídete a él
sin que nadie te ayude. Vendrás sola».
«Si tu deseo es ese, iré, estoy pronto
ahí, con rapidez y sin demora».
VI
Pasado un tiempo apareció la bruja.
Se advertía en su rostro enorme rabia.
«Me parece que un trato hecho teníamos.
Te ayudé siempre, pero mal me pagas».
«Sí, y a mi madre tú, matar querías,
constante por tu parte la amenaza.
Luchar tendrás ahora contra el mago.
Él, mantiene a mi amada capturada.
Sólo si ambos dejáis a las dos libres,
yo prometo al que venza las manzanas».
«Está tu madre exenta de peligro»,
seria y solemne aseveró Sagara.
«El camino a la torre de marfil,
por la derecha te lleva a Orada,
con gesto grave confirmó Malefo,
en aquella montaña imaginada».
El mago y la bruja se miraron
fijamente uno a otro, cara a cara.
Sagara se esfumó de forma súbita,
sorprendido Malefo, quedó en guardia.
VII
Se hizo un silencio intenso, acre, pesado.
Miraba atento el mago por doquier,
escudriñaba todos los rincones.
Lento andaba, intentaba hallar o ver
a la bruja, que estaba al acecho
esperando la forma de poder,
atacarle a traición para matarlo.
Algo inaudito vimos todos, pues
sus ojos se salieron de las órbitas
y solos empezaron a correr;
las columnas y muebles de la estancia
observando, el espacio todo aquel
inspeccionando sin cesar, rastreando...
Una sombra imprevista surgió ante él,
y como un negro manto lo envolvió.
Tras breve lucha fueron a caer
y abrazados rodaron por el suelo.
Librarse pudo el mago y puso en pie.
A sus cuencas los ojos retornaron.
Con odio se miraron otra vez.
VIII
Los pelos de Sagara se erizaron
llegando a convertirse en serpientes.
Cercaron a Malefo en un instante.
Se retiró, extendió las manos éste,
y saltaron sus uñas cual puñales
lanzados por sus dedos, dieron muerte
con prontitud a todos los ofidios.
Ahora, llamas fueron de repente
sus cabellos, tirados por la bruja.
Su aliento el mago, en niebla lo convierte
y apaga así, con su humedad el fuego.
La vieja el manto negro agita, mueve,
y al momento se torna en negro cuervo
que al mago ataca, y en su rostro hiere.
Malefo ensangrentado huye y se esconde.
Sagara lo persigue, insiste siempre,
y alarga su dedo índice cual látigo.
Un lobo ante ella súbito aparece;
las fauces tiene ensangrentada y aúlla,
gruñe luego mostrándole los dientes.
IX
Con furia emplea la fea bruja el látigo.
El lobo se abalanza y la derriba,
muerde rabioso y zarandea el manto,
que suelto, por el suelo se veía.
Sagara surge por detrás la bestia,
la apuñala y acaba con su vida.
Yace muerto Malefo, allí tendido.
Alza los brazos, su victoria grita
la bruja, y las manzanas de mí exige.
Debía la promesa ser cumplida,
y las frutas le entrego de oro puro.
Se las embolsa ella con loca risa.
Se acerca a la ventana su figura,
y vuela por la noche oscura y fría.
Pensé: ¿Qué tramará Sagara ahora?
Deseaba saber lo que haría.
Ordené que viniera <Todonada>.
«Corramos, dije, tras la bruja a prisa.
Tengo que ver qué fragua, o qué intenta.
Cuidado que no advierta, es perseguida».
X
Se transformó mi amigo en un gran rocho.
Volaba sobre él, en la noche negra.
Victoriosa la bruja se marchaba.
Un orden único imponer por fuerza
a los seres humanos pretendía.
Peligrosa manía por cierto ésta
de querer arreglar el mundo siempre,
forzando a los demás unas ideas
que expresan nuestra propia concepción,
de como comportarse en esta tierra
para el premio ganar en otra vida.
Amanecía, el bosque estaba cerca.
Era aquel el lugar donde vivía
la vieja bruja, una barraca, que era
igual por dentro que un palacio bello.
Raudo el cuervo bajó como una flecha.
El rocho lo advirtió y esperó un poco.
Voló bajo también y fue tras ella.
El cuervo se tornó bruja en el suelo
y el rocho se hizo un joven en la tierra.
XI
Nos acercamos sigilosos hasta
llegar a la decrépita casucha.
Observamos el modo de poder
entrar allí, en la casa de la bruja.
Estaba todo hermético cerrado.
Ante la puerta me encontré la duda:
¿Podré solucionar éste enigma?
No podía entender qué cosa abstrusa
significar podían las manzanas.
«Eso no tiene explicación ninguna»,
me dijo en el cerebro la voz esa
que me acompaña y siendo dos, es una.
«Todo tiene un sentido en la vida»,
vino a decir después la que iba junta
y eran las mismas siempre: Vera y Mara.
Curiosidad es sólo, y me procura
gran inquietud, y averiguar me induce
hasta dónde llegar podía su lucha,
si su intención de dominar el mundo
buena pudiera ser, o quizá injusta.
XII
Se convirtió en un topo <Todonada>.
Un túnel excavó y entró en la casa
y pudo desde dentro abrir la puerta.
Me recordé de aquella hermosa estancia
y me asombró, como la vez primera.
Riqueza y maravilla había tanta
que digna de un palacio del rey era.
No encontramos a nadie, ni un alma
había allí, ni de la vieja rastro.
Estaría quizá en la parte baja,
donde fue a demostrarme su poder.
Habitación aquella tan extraña
y misteriosa, que quedé hechizado,
y aún en mi recuerdo actual estaba.
Bajamos escaleras y pasillos
algunos recorrimos. Una sala
amplia nos encontramos de improviso,
y la bruja se hallaba allí, de espaldas.
Se veía un altar raro, enigmático,
sobre el que estaban puestas las manzanas.
XIII
Pudimos ocultarnos tras un mueble,
un estante con libros viejos era.
Se esfumó <Todonada> y quedé solo.
Acercarse vi al pronto a la vieja,
hacia la estantería ella venía.
El miedo me invadió, quizá me viera.
Un ruido de repente se oyó atrás.
La bruja se volvió alarmada, alerta.
Rodar vio una manzana por el suelo.
Maldijo, y presurosa a recogerla
fue; tornó, y del estante cogió un libro.
Al altar regresó, abrió el tomo presta,
a ojear comenzó lenta las páginas.
Quedaron las manzanas en cruz puestas
y en el centro el volumen quedó abierto.
Las manzanas abrió, que estaban huecas.
Leyó en Enquiridión extraña fórmula.
Alzó los brazos y gritó con fuerza
algo que no llegué a comprender.
Fuera se oyó tronar, había tormenta.
XIV
Un botón apretó la vieja bruja.
Algún hechizo o magia preparaba.
La bóveda del techo se abrió al pronto
y se vio el cielo, y como diluviaba.
Negras nubes, relámpagos y truenos,
en el cristal granizos golpeaban.
De un verde líquido llenó una copa;
despacio la bebió, con mucha calma.
Puso en una manzana algo de tierra,
fuego en otra, en la siguiente agua,
la última sólo aire contenía.
Del libro Enquiridión pasó unas páginas.
Leyó con alta voz algunos versos
en una incomprensible, lengua rara.
Los cuatro puntos cardinales eran
que los cuatro elementos conjuraban.
Unir quería el poder del mundo
y ella la dueña ser que los mandara.
¿Cómo podía acontecer tal cosa,
al mundo doblegar la mente humana?
XV
Para los seres del planeta Tierra,
sería la absoluta diosa madre.
Todos verían su poder inmenso,
no podría dudar de ella nadie.
En mi mente leí su pensamiento:
«Venerada sería en todas partes».
Cierta era y evidente su locura,
increíble su obsesión inperturbable
de querer dominar los elementos
todos: El fuego y tierra, el agua y aire.
Nombró a la tierra y conjuró a ésta
se moviera, se alzara al instante.
Y creció, y siguió creciendo tanto,
que se tornaba en algo amenazante
que casi la enterraba y se moría.
En su ayuda llamó al viento, anhelante...
al fin se alzó éste y sopló con fuerza,
logrando de la muerte así librarse,
pero la levantó alto el vendaval,
fuera ya, por encima de los árboles.
XVI
Era como una pluma en la borrasca.
Un rayo prendió fuego en la maleza;
con rapidez se propagó al contorno,
formándose al pronto una gran hoguera
que peligrar hacia al profuso bosque.
Las ráfagas del viento con la vieja
jugaban, bien subiéndola o bajándola,
la empujó ahora con enorme fuerza,
fue arrojada después sobre las llamas.
Se quemaba la bruja y chilló llena
de horror llamando al agua a su favor.
La lluvia arreció fuerte y tan intensa
y abundante, que al fin apagó el fuego.
El río se desbordó, inundó la tierra,
la casa se anegó y no cesaba
de diluviar, y todo al momento era
como un furioso mar, que arrasaba
aquello que a su paso se opusiera.
Se ahogaba la bruja y gritos daba,
manoteaba y se hundió. ¿Estaría muerta?
XVII
Me hallaba en el tejado la barraca,
por el agua cercado, estaba solo.
Buscaba a <Todonada> el pensamiento.
Lo encontré al fin y vino hasta mí el rocho.
A la ciudad volamos de regreso.
Debía ver a mis amigos todos.
La bruja quizá muerta, el rey vencido.
Tenía que encontrar ahora pronto,
sin dilación ninguna más, a Orada.
La ciudad sumergida estaba, el lodo
por doquier todo lo cubría; casas
destruidas, desoladas de tal modo
que los pobres perdieron sus haberes,
y la muerte sembró por el contorno
montones de cadáveres, y grande
era el dolor, el miedo y el asombro.
Ante aquella tragedia se ayudaban
mutuamente los unos a los otros.
Solidario es el ser humano siempre,
cuando vence el amor, y olvida el odio.
XVIII
Demoré mi partida aún un tiempo
para ayudar aquella pobre gente.
La desgracia se había ensañado
como suele pasar, entre los débiles.
Les había sido todo arrebatado.
La miseria esperaba con la muerte.
Tan sólo les quedaba hambre y frío.
Cosecha y el ganado para siempre
perdidos. Ni siquiera tenían casa
donde poder vivir o guarecerse
los pobres, en verdad empobrecidos.
Mejoró poco a poco ya la suerte,
pues gente de Eruland habían venido,
alimentos trayendo y enseres
que ayudar levantaran la ciudad.
Se construyeron casas, así puentes...
mas lo importante era que había paz.
Algasir era ahora el hombre fuerte
en el país de Amitasar, en tanto
se encontrara de Adur un descendiente.
XIX
Una sobrina del rey Adur había
que pudiera tener derecho al trono.
Adur no fue casado ni tuvo hijos.
Muerto también su hermano, estaba sólo
la princesa como única aspirante.
Jamás una mujer subir al trono
podía, si no estaba desposada.
Había que buscarle pues esposo.
Éste debiera ser un rey o bien príncipe.
Se pregonó a los cuatro vientos. Pronto
vendrían pretendientes a Sicón,
de todos los países más remotos.
Pensé que fuera Kadibar el rey
de Amitasar, sería un fin hermoso,
si llegaran a unirse las coronas
de ambos pueblos; también sería un logro,
para obtener la paz definitiva.
Era una buena idea, un buen propósito,
pero estaba obligado a atender
los posibles derechos de los otros.
XX
Un acto de valor hacer debían,
una heroicidad o una hazaña,
aquellos que a la mano optar quisieran
de la bella princesa Melasada.
El anillo tenían que buscar
que no sabía nadie dónde estaba.
En el fondo del mar quizá estuviera
o se hallaba tal vez en la montaña.
Veinte reyes y príncipes vinieron
a Sicón desde tierras muy lejanas.
Kadibar de Eruland también llegó
para el amor ganar de Melasada.
Debía de ayudar seguro a éste,
a encontrar el anillo de esmeralda.
Sería lo mejor para la historia
y un buen comienzo para el mañana.
Daba el anillo eterna juventud
a aquella, que en el dedo lo portara.
¿Mas cómo se podría dar con él?
Quizá saberlo pueda <Todonada>.
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