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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 14

I Se entregaron vencidos los soldados. Tenían la batalla ya perdida. Era al fin la victoria por completo nuestra, y tranquilo el pueblo viviría en paz, mas una sombra nos quedaba en el fondo del alma: Si la dicha alcanzada pudiera ser estable, pues que nunca confiarse se podría, que alguna vez el Mal, tornar no fuera. Marcharme ahora rápido debía para pagar mi deuda con Sagara, y las manzanas darle conseguidas del árbol del jardín de las Hespérides. En Malefo pensé, ¿dónde estaría? Mandé que lo buscaran y trajeran sin dilación haber, delante mía. Ya no estaba en la cárcel, hombre libre era él en la ciudad, y bien vivía. Apresado y traído fue al palacio donde llegó a oír mi rabia e ira. II «Dime dónde está Orada secuestrada. Pagarás con tu vida si te niegas, e insistes obstinado en no decirlo». «Esa bruja maldita será dueña del mundo en un fantástico futuro, y no quiero aceptar las consecuencias nefastas del poder de su dominio. Del autor es la culpa y su leyenda, pues que entregarle quiere las manzanas. Todo a su alcance está de esa manera, para dar rienda suelta a sus designios. Si una oportunidad a mí me dieras, podría revelarte donde Orada se halla, y como poder llegar hasta ella». «He de pensar esa objeción despacio. Buscaba el pensamiento una idea que despejara aquella situación. Tu amistad era con Esiri cierta, le dije, no me puedo fiar de ti, pues que también es tu actuación malévola».






III «Poner quise a Esiri de mi parte, pero el rey no creía peligrosa a la bruja Sagara, su obsesión única era lograr ver tu derrota». «Sí, y raptar decidiste a Orada. Fraguaste esa infame, cruel maniobra. Recuperar pensaste las manzanas obligándome entrar en la discordia». «No me quedaba ya otra alternativa. No debía el poder ser de ella sola. Garantizada está la paz, las fuerzas equilibradas siempre, igual que ahora, si quedan repartidas las manzanas». Cierta razón, pensé, en su machacona obstinación había. ¿Cómo actuar? Tenía que buscar la justa forma, conformarlos de algún modo a los dos. Era en verdad la bruja más que odiosa, el mago igual, también un ser abyecto. Ni estar podía a su favor, ni en contra. IV Ellos, pensé, dilucidar debían el dominio tener de las manzanas. Imaginé ponerlos frente a frente, que con su mágico poder lucharan hasta ser uno de los dos vencido. ¿Qué treta imaginar, o qué añagaza concebir, para que ambos dejen libre a mis queridos seres? Pues Sagara es astuta y Malefo habilidoso también, para llegar al fin de su ansia. En contacto me puse con la bruja, para ello utilicé su caja mágica. «Las manzanas están en mi poder, le dije, mas me encuentro en una extraña situación, pues Malefo se halla aquí. Que a él le pertenecen, me declara, y robadas le fueron hace tiempo a su sobrina, mi querida Orada». «Pero tú las has traído del jardín. Miente el hombre de forma descarada».






V «Es cierto, del jardín de las Hespérides las he sustraído, pero son las otras dos, las que estaban en poder de Orada. ¿Eres tú de ese robo la autora?». «Mis manos nunca nada han robado. Es sólo de Malefo una maniobra, que intenta, que te pongas de su parte». «Ven, y aclaremos de una vez la cosa, pues él tiene raptada a mi amada, para librarla exige esas joyas: Las dos manzanas de oro; bien las suyas, o en su defecto, las que tengo ahora». «¡Nunca oses entregárselas, jamás! Te advierto, si tu madre algo te importa... ». «Lo siento, mas también está en peligro Orada. ¿Cómo salvo una y no la otra? Si es grande tu poder, mídete a él sin que nadie te ayude. Vendrás sola». «Si tu deseo es ese, iré, estoy pronto ahí, con rapidez y sin demora». VI Pasado un tiempo apareció la bruja. Se advertía en su rostro enorme rabia. «Me parece que un trato hecho teníamos. Te ayudé siempre, pero mal me pagas». «Sí, y a mi madre tú, matar querías, constante por tu parte la amenaza. Luchar tendrás ahora contra el mago. Él, mantiene a mi amada capturada. Sólo si ambos dejáis a las dos libres, yo prometo al que venza las manzanas». «Está tu madre exenta de peligro», seria y solemne aseveró Sagara. «El camino a la torre de marfil, por la derecha te lleva a Orada, con gesto grave confirmó Malefo, en aquella montaña imaginada». El mago y la bruja se miraron fijamente uno a otro, cara a cara. Sagara se esfumó de forma súbita, sorprendido Malefo, quedó en guardia.






VII Se hizo un silencio intenso, acre, pesado. Miraba atento el mago por doquier, escudriñaba todos los rincones. Lento andaba, intentaba hallar o ver a la bruja, que estaba al acecho esperando la forma de poder, atacarle a traición para matarlo. Algo inaudito vimos todos, pues sus ojos se salieron de las órbitas y solos empezaron a correr; las columnas y muebles de la estancia observando, el espacio todo aquel inspeccionando sin cesar, rastreando... Una sombra imprevista surgió ante él, y como un negro manto lo envolvió. Tras breve lucha fueron a caer y abrazados rodaron por el suelo. Librarse pudo el mago y puso en pie. A sus cuencas los ojos retornaron. Con odio se miraron otra vez. VIII Los pelos de Sagara se erizaron llegando a convertirse en serpientes. Cercaron a Malefo en un instante. Se retiró, extendió las manos éste, y saltaron sus uñas cual puñales lanzados por sus dedos, dieron muerte con prontitud a todos los ofidios. Ahora, llamas fueron de repente sus cabellos, tirados por la bruja. Su aliento el mago, en niebla lo convierte y apaga así, con su humedad el fuego. La vieja el manto negro agita, mueve, y al momento se torna en negro cuervo que al mago ataca, y en su rostro hiere. Malefo ensangrentado huye y se esconde. Sagara lo persigue, insiste siempre, y alarga su dedo índice cual látigo. Un lobo ante ella súbito aparece; las fauces tiene ensangrentada y aúlla, gruñe luego mostrándole los dientes.






IX Con furia emplea la fea bruja el látigo. El lobo se abalanza y la derriba, muerde rabioso y zarandea el manto, que suelto, por el suelo se veía. Sagara surge por detrás la bestia, la apuñala y acaba con su vida. Yace muerto Malefo, allí tendido. Alza los brazos, su victoria grita la bruja, y las manzanas de mí exige. Debía la promesa ser cumplida, y las frutas le entrego de oro puro. Se las embolsa ella con loca risa. Se acerca a la ventana su figura, y vuela por la noche oscura y fría. Pensé: ¿Qué tramará Sagara ahora? Deseaba saber lo que haría. Ordené que viniera <Todonada>. «Corramos, dije, tras la bruja a prisa. Tengo que ver qué fragua, o qué intenta. Cuidado que no advierta, es perseguida». X Se transformó mi amigo en un gran rocho. Volaba sobre él, en la noche negra. Victoriosa la bruja se marchaba. Un orden único imponer por fuerza a los seres humanos pretendía. Peligrosa manía por cierto ésta de querer arreglar el mundo siempre, forzando a los demás unas ideas que expresan nuestra propia concepción, de como comportarse en esta tierra para el premio ganar en otra vida. Amanecía, el bosque estaba cerca. Era aquel el lugar donde vivía la vieja bruja, una barraca, que era igual por dentro que un palacio bello. Raudo el cuervo bajó como una flecha. El rocho lo advirtió y esperó un poco. Voló bajo también y fue tras ella. El cuervo se tornó bruja en el suelo y el rocho se hizo un joven en la tierra.






XI Nos acercamos sigilosos hasta llegar a la decrépita casucha. Observamos el modo de poder entrar allí, en la casa de la bruja. Estaba todo hermético cerrado. Ante la puerta me encontré la duda: ¿Podré solucionar éste enigma? No podía entender qué cosa abstrusa significar podían las manzanas. «Eso no tiene explicación ninguna», me dijo en el cerebro la voz esa que me acompaña y siendo dos, es una. «Todo tiene un sentido en la vida», vino a decir después la que iba junta y eran las mismas siempre: Vera y Mara. Curiosidad es sólo, y me procura gran inquietud, y averiguar me induce hasta dónde llegar podía su lucha, si su intención de dominar el mundo buena pudiera ser, o quizá injusta. XII Se convirtió en un topo <Todonada>. Un túnel excavó y entró en la casa y pudo desde dentro abrir la puerta. Me recordé de aquella hermosa estancia y me asombró, como la vez primera. Riqueza y maravilla había tanta que digna de un palacio del rey era. No encontramos a nadie, ni un alma había allí, ni de la vieja rastro. Estaría quizá en la parte baja, donde fue a demostrarme su poder. Habitación aquella tan extraña y misteriosa, que quedé hechizado, y aún en mi recuerdo actual estaba. Bajamos escaleras y pasillos algunos recorrimos. Una sala amplia nos encontramos de improviso, y la bruja se hallaba allí, de espaldas. Se veía un altar raro, enigmático, sobre el que estaban puestas las manzanas.






XIII Pudimos ocultarnos tras un mueble, un estante con libros viejos era. Se esfumó <Todonada> y quedé solo. Acercarse vi al pronto a la vieja, hacia la estantería ella venía. El miedo me invadió, quizá me viera. Un ruido de repente se oyó atrás. La bruja se volvió alarmada, alerta. Rodar vio una manzana por el suelo. Maldijo, y presurosa a recogerla fue; tornó, y del estante cogió un libro. Al altar regresó, abrió el tomo presta, a ojear comenzó lenta las páginas. Quedaron las manzanas en cruz puestas y en el centro el volumen quedó abierto. Las manzanas abrió, que estaban huecas. Leyó en Enquiridión extraña fórmula. Alzó los brazos y gritó con fuerza algo que no llegué a comprender. Fuera se oyó tronar, había tormenta. XIV Un botón apretó la vieja bruja. Algún hechizo o magia preparaba. La bóveda del techo se abrió al pronto y se vio el cielo, y como diluviaba. Negras nubes, relámpagos y truenos, en el cristal granizos golpeaban. De un verde líquido llenó una copa; despacio la bebió, con mucha calma. Puso en una manzana algo de tierra, fuego en otra, en la siguiente agua, la última sólo aire contenía. Del libro Enquiridión pasó unas páginas. Leyó con alta voz algunos versos en una incomprensible, lengua rara. Los cuatro puntos cardinales eran que los cuatro elementos conjuraban. Unir quería el poder del mundo y ella la dueña ser que los mandara. ¿Cómo podía acontecer tal cosa, al mundo doblegar la mente humana?






XV Para los seres del planeta Tierra, sería la absoluta diosa madre. Todos verían su poder inmenso, no podría dudar de ella nadie. En mi mente leí su pensamiento: «Venerada sería en todas partes». Cierta era y evidente su locura, increíble su obsesión inperturbable de querer dominar los elementos todos: El fuego y tierra, el agua y aire. Nombró a la tierra y conjuró a ésta se moviera, se alzara al instante. Y creció, y siguió creciendo tanto, que se tornaba en algo amenazante que casi la enterraba y se moría. En su ayuda llamó al viento, anhelante... al fin se alzó éste y sopló con fuerza, logrando de la muerte así librarse, pero la levantó alto el vendaval, fuera ya, por encima de los árboles. XVI Era como una pluma en la borrasca. Un rayo prendió fuego en la maleza; con rapidez se propagó al contorno, formándose al pronto una gran hoguera que peligrar hacia al profuso bosque. Las ráfagas del viento con la vieja jugaban, bien subiéndola o bajándola, la empujó ahora con enorme fuerza, fue arrojada después sobre las llamas. Se quemaba la bruja y chilló llena de horror llamando al agua a su favor. La lluvia arreció fuerte y tan intensa y abundante, que al fin apagó el fuego. El río se desbordó, inundó la tierra, la casa se anegó y no cesaba de diluviar, y todo al momento era como un furioso mar, que arrasaba aquello que a su paso se opusiera. Se ahogaba la bruja y gritos daba, manoteaba y se hundió. ¿Estaría muerta?






XVII Me hallaba en el tejado la barraca, por el agua cercado, estaba solo. Buscaba a <Todonada> el pensamiento. Lo encontré al fin y vino hasta mí el rocho. A la ciudad volamos de regreso. Debía ver a mis amigos todos. La bruja quizá muerta, el rey vencido. Tenía que encontrar ahora pronto, sin dilación ninguna más, a Orada. La ciudad sumergida estaba, el lodo por doquier todo lo cubría; casas destruidas, desoladas de tal modo que los pobres perdieron sus haberes, y la muerte sembró por el contorno montones de cadáveres, y grande era el dolor, el miedo y el asombro. Ante aquella tragedia se ayudaban mutuamente los unos a los otros. Solidario es el ser humano siempre, cuando vence el amor, y olvida el odio. XVIII Demoré mi partida aún un tiempo para ayudar aquella pobre gente. La desgracia se había ensañado como suele pasar, entre los débiles. Les había sido todo arrebatado. La miseria esperaba con la muerte. Tan sólo les quedaba hambre y frío. Cosecha y el ganado para siempre perdidos. Ni siquiera tenían casa donde poder vivir o guarecerse los pobres, en verdad empobrecidos. Mejoró poco a poco ya la suerte, pues gente de Eruland habían venido, alimentos trayendo y enseres que ayudar levantaran la ciudad. Se construyeron casas, así puentes... mas lo importante era que había paz. Algasir era ahora el hombre fuerte en el país de Amitasar, en tanto se encontrara de Adur un descendiente.






XIX Una sobrina del rey Adur había que pudiera tener derecho al trono. Adur no fue casado ni tuvo hijos. Muerto también su hermano, estaba sólo la princesa como única aspirante. Jamás una mujer subir al trono podía, si no estaba desposada. Había que buscarle pues esposo. Éste debiera ser un rey o bien príncipe. Se pregonó a los cuatro vientos. Pronto vendrían pretendientes a Sicón, de todos los países más remotos. Pensé que fuera Kadibar el rey de Amitasar, sería un fin hermoso, si llegaran a unirse las coronas de ambos pueblos; también sería un logro, para obtener la paz definitiva. Era una buena idea, un buen propósito, pero estaba obligado a atender los posibles derechos de los otros. XX Un acto de valor hacer debían, una heroicidad o una hazaña, aquellos que a la mano optar quisieran de la bella princesa Melasada. El anillo tenían que buscar que no sabía nadie dónde estaba. En el fondo del mar quizá estuviera o se hallaba tal vez en la montaña. Veinte reyes y príncipes vinieron a Sicón desde tierras muy lejanas. Kadibar de Eruland también llegó para el amor ganar de Melasada. Debía de ayudar seguro a éste, a encontrar el anillo de esmeralda. Sería lo mejor para la historia y un buen comienzo para el mañana. Daba el anillo eterna juventud a aquella, que en el dedo lo portara. ¿Mas cómo se podría dar con él? Quizá saberlo pueda <Todonada>.

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