I
Tras descansar un tanto caminamos
por la playa de arena incandescente.
«¿Te recuerdas en dónde quedó el barco?»,
a preguntarme vino de repente
<Todonada>. «Sí, creo que estará cerca,
pero debemos de ir a por Deferle,
no podemos dejarlo allí olvidado.
Tenemos que comer para estar fuerte,
y beber, pues que estoy de sed ya muerto».
Inexorable el sol caía ardiente.
Vimos no lejos, un castillo al pronto.
«Algo quizá habrá, a lo que hincarle el diente».
Era aquel un castillo singular,
de extraña construcción. No había gente
alrededor, ni nadie nos detuvo
cuando en él penetramos. «No se entiende
el que deshabitado esté, mi amigo
<Todonada> me dijo. Ocurre siempre
que en un lugar entramos. ¿Por qué?, dime».
«Quizá el vacío refleja de mi mente».
II
Dudaba cómo continuar el cuento.
Por entre el pensamiento divagaban
las ideas obstusas, incoherentes...
Me inundaba el hastío toda el alma,
la desidia anulábame la mente,
se disolvía la ilusión, las ganas
del esfuerzo y trabajo innecesario.
El monstruo que he formado, ahora me espanta
y acobarda, al sentir risas y burlas,
como el desprecio oír en las palabras
de los que desconocen mis anhelos.
No es nada más que un juego que me encanta.
El descontento, a veces también la ira,
a desear me induce que las llamas
del fuego del dolor, mis versos queme,
nada al recuerdo quede de la magia,
de lo que voy soñando por mi vida.
Señaló <Todonada> una ventana,
y yo salí de mi abstracción al pronto,
al ver los ojos de una enorme cara.
III
Corrimos escaleras para arriba.
Desde lo alto la torre observamos
un gigantesco ser sobre la arena
tumbado, que miraba interesado
el castillo, y seguro así a nosotros.
Sostenía un palillo en su mano,
allí hurgaba, y pincharnos intentaba
con aquel más que grande, enorme palo
para nosotros. «Es un niño, dije,
tan normal como todo ser humano».
«Pero, ¿cómo es posible?, preguntó
<Todonada>. ¿Qué pasa? ¿Qué tamaño
nos has dado? ¿Por qué somos tan ínfimos?».
«No sé, la fantasía nos ha creado,
y darnos ha querido ésta medida».
«Igual que las hormigas, así estamos
reducidos». «Debemos de actuar pronto,
dije a mi amigo, súbito ya, ¡rápido!».
Un castillo de arena, pensé, es esto,
por la marea al subir será inundado.
IV
Las olas eran cada vez más altas.
Era una situación de gran peligro.
Pronto se llegará a la pleamar.
¡Tenemos que escapar ahora mismo!
Se volvió <Todonada> enorme avispa,
y así volamos fuera del castillo.
Tiempo era, una furiosa ola arrasó
aquella obra construida por el niño,
sin que nada quedara de ella al poco.
«En el último instante hemos salido,
le dije a <Todonada> muy contento,
el pellejo salvar hemos podido».
Volamos nadie sabe cuanto tiempo.
Pensaba: ¿Cual será al fin mi destino?
Paró el vuelo, del mar bastante lejos
y se transformó en hombre ya mi amigo.
«Tenemos que ir en busca de Deferle,
después tornar, pues tengo al fin cumplido
mi trabajo, el pacto hecho con Sagara
se acaba y seguir debo mi camino».
V
Anduvimos durante un buen rato.
Larga era la distancia a recorrer.
Se convirtió en caballo <Todonada>.
«Buena idea», le dije. En él monté
y a galope tendido continuamos.
Prisa tenía, ansiaba ya volver.
Llegamos sin tener más incidentes.
Gritó Deferle de alegría al ver
que estábamos los dos, sanos y salvos.
Comimos y apagamos nuestra sed,
en tanto que explicamos lo ocurrido.
Atentos nos oyeron, y después
comentaron lo increíble de la historia.
De marchar llegó la hora, y la mujer
joven y hermosa, vino con su abuela,
a desearnos suerte y todo el bien
tener, en el regreso a nuestras casas.
Ciertamente contentos esta vez
íbamos todos, hasta los piratas,
pues les dije que libres podían ser.
VI
Dimos al fin tras largo caminar
con la ensenada donde quedó el barco.
Lo vimos desde el monte, allí estaba
en medio de la rada fondeado.
Nos vio desde cubierta el viejo Iceo
y en señal de saludo movió el brazo.
Vino a la playa con el bote un hombre
a recogernos, y después zarpamos.
Promesa los piratas de honradez
dieron, y con Iceo bien al tráfico
de mercancías dedicarse todos
querían, y olvidarse del pasado.
Transcurrido que fueron unos días,
a la ciudad del capitán llegamos.
De oro una bolsa dio Deferle a Iceo.
Quedó así sus servicios ya pagados
y conmigo también su antigua deuda.
Con palabras de afecto y con abrazos
nos despedimos y partimos presto
para Sicón, quería llegar rápido.
VII
Después de un presuroso recorrer,
casi sin descansar en el camino,
llegamos a las puertas de Sicón.
Quedé, al ver a Tamare, sorprendido.
Su gesto preocupado me extrañó.
Nos hizo seña, al pronto le seguimos
hasta llegar a un sitio retirado.
Nos dijo que corríamos peligro,
y nos llevó por una senda extraña
para entrar al secreto escondrijo,
en el recóndito, profuso bosque.
«Es ahora más grande el despotismo,
nos explicó, de Esiri y sus soldados,
pues fuerte es como nunca el maldito».
«¿Cómo es posible, si vencido estaba?».
«Aliado de un poder grande, divino
o sobrenatural, extraordinario
es, verdaderamente inaudito».
Entró en aquel momento Algasir,
junto con él también otros amigos.
VIII
Con efusión nos saludaron todos
al vernos regresar de la aventura,
y que llevada pudo ser a cabo,
saliendo de ella libres por ventura.
«¿Sabes del poderío del rey Esiri?,
me preguntó Eldaré. Esteril la lucha
contra él es», añadió desconsolado.
«Ahora de verdad tenemos duda
que forma alguna exista de vencer,
comentó Talmo. El Mal siempre perdura».
«¿Cómo es ese poder?». Les pregunté.
«Un halo protector es que lo escuda
y lo hace invulnerable a toda arma,
Tamare me aclaró. Es una locura,
de creer ciertamente imposible».
«No podremos vencerle jamás, nunca,
dijo Algasir con gesto consternado.
Una fuerza invencible, oscura, oculta,
que al mismo Esiri en mil y mil duplica
y todos son de idéntica figura».
IX
«No llego a entender lo que me dices,
ni sé tampoco qué pensar de esto».
«Quizá vencer pueda tu sable mágico»,
dijo uno, y otro dijo: «Acepta el reto».
«Sí, sí», gritaron, aprobando a una
todos, aquella apuesta en el momento.
«Una visita hacer debo a la virgen,
a mi vuelta después ya hablaremos.
Vendrá conmigo sólo <Todonada>».
Miré a éste, encontré que estaba serio.
Con sigilo de aquel lugar salimos
y dirección marchamos hacia el templo.
«En situación precaria estás, me dijo
<Todonada> rompiendo el silencio.
A tus deseos no responde el sable,
ni la fuerza podrá del pensamiento
lo preciso alcanzar para obligarle».
«Debo vencer para seguir el cuento,
y al fin poder hallar a Orada pronto,
pues que ayudarme Talmo está dispuesto».
X
Dimos un gran rodeo por el pueblo,
pues lleno de soldados estaba éste.
Arropados con unos viejos mantos
nos unimos con otros feligreses,
y así entrar pudimos en el templo.
Abarrotado estaba. «Tanta gente
jamás vi en su interior», dije algo quedo.
Hay que pensar, que cosa fue de suerte,
el que viera a un monje conocido.
Lo llamé, y pronto vino, diligente
se acercó hasta nosotros con sumiso
gesto. Advertí su alegría al verme.
«Llévanos ante tu señora, rápido».
Asintió el sife, inclinando leve
su cabeza, y detrás de él nos fuimos.
Tras breve tiempo estuvo ella presente
ante nosotros, pareció esperarme:
«Al fin pueden mis ojos lograr verte,
dijo, con gran anhelo te esperaba.
Me quiero defender de los infieles».
XI
Tenía cicatrices en el rostro,
pero aún era aquella mujer bella.
Quizá fuera el motivo ese de su odio,
pues nunca la oí hablar de tal manera.
«¿Por qué no los destruiste con el sable
mágico?», preguntó con voz severa.
«Los roboamos fueron suprimidos,
y me marché creyendo la paz vuelta.
Pero ahora el sable no funciona».
Hizo un gesto de asombro y extrañeza
la virgen: «¿Dónde está el sable? Saber
quiso. Yo lo saqué de entre mis prendas,
y lo deposité en sus extendidas
manos. Tenemos que ir a la secreta
gruta al instante», dijo resoluta.
«¿Quieres decir, volver a aquella cueva... ?
¿Por qué?», le pregunté algo sorprendido.
«El Mal vencer debemos, que aquí impera».
«Nunca pensé de ti esa decisión,
será una encarnizada y ardua guerra».
XII
«Mejor será aguardar que se haga noche,
pero, ¿qué esperas encontrar allí?».
«El poder activar del sable pronto,
y sumisa, consejo al dios pedir».
Me parecía lógica la idea.
«¿Cómo es qué Esiri no va contra ti?
Llegó hasta torturarte por el sable
y te consiente ahora aquí vivir».
«Se ha corrido la voz que soy invencible,
y el pueblo siente devoción por mí.
Nunca antes vino tanta gente al templo.
Es un deber librar a mi país
ante la tiranía del rey Esiri».
«Tendremos que pensar algún ardid
si queremos vencerle. Fácil no es».
En marcha nos pusimos pues al fin,
cuando cayó la noche con sus sombras.
Cabalgando llegamos al confín,
en donde se encontraba aquella oculta
caverna, que en mi mente concebí.
XIII
El sol nacía cuando a la montaña
llegamos, al lugar de la caverna.
La roca abrió la virgen con su llave
y penetramos juntos en la negra
profundidad de aquella extraña gruta.
Con los sentidos vivos iba alerta.
El sitio iluminado hallamos pronto;
nos dirigimos a él con gran presteza.
La virgen se postró ante el dios, de hinojos.
La urna allí estaba, en el altar de piedra.
Sumisa oró un tiempo más que breve.
Se acercó a la urna, el sable puso en ella
y al instante brilló con fulgor éste.
«Hasta mañana haremos aquí vela,
de nuevo tal poder tendrá el sable
que nunca nadie más escapar pueda»,
la mujer pura, decidida dijo.
Meditando quedamos en la cueva.
Fuera se había quedado <Todonada>.
Las horas dentro se pasaban lentas.
XIV
Eterna parecíame la espera.
No tenía noción clara del tiempo.
La virgen se encontraba allí sumida
en un profundo e insondable sueño.
Miré la estatua aquella y pensaba:
¿Por qué razón es dios, también guerrero?
Empezaba a sentirme intranquilo,
vueltas daba la idea en mi cerebro.
La duda iba avanzando poco a poco,
con Vera y Mara dentro del recuerdo.
Desalojarlas intentó mi mente,
mas dibujarlas quiso el pensamiento,
y así la fantasía fue formándolas
delante de mis ojos al momento.
Oyeron mis oídos sus palabras:
Una, ánimo me daba, y desaliento
igual que siempre, la otra. ¡Era un suplicio!
Despertó del letargo justo a tiempo
la virgen, y se fue la duda al poco.
Brillaba en la urna el sable, ya dispuesto.
XV
«Ha llegado el momento, dijo ella,
con rapidez debemos irnos ahora.
Con decisión cogió el sable de la urna
y vino a dármelo sin más demora.
He de explicarte el modo como usarlo,
para que eficaz sea y victoriosa,
concluyente la lucha contra el Mal».
«Tu firmeza de cierto me impresiona,
le dije de verdad maravillado,
que antes hubiese sido seguro otra
su actitud, pero me alegraba de ello.
Revélame al instante modo y forma
eficaz de emplear el sable mágico».
«Eso en realidad es fácil cosa.
El secreto se encuentra en el puño,
ahí regulas su fuerza destructora
haciéndolo girar a la derecha:
La primera vuelta hiere a las personas,
mata a todo ser vivo en la segunda,
y esfuma la tercera, vida toda».
XVI
Tres potencias de fuerza tiene el rayo,
a través de la virgen pensé aquello.
Idee así vencer al cruel Esiri,
y con firmeza quise creer en ello.
Nos marchamos. Al templo fue la virgen,
hacia el bosque nosotros bien ligeros.
En el refugio juntos nos reunimos
todos, para acordar en qué momento
iniciaríamos un nuevo ataque.
«¡Quién ver pudiera al rey Esiri muerto!»,
dijo el viejo Deferle lleno de ira.
«Sí, y acabar por fin el loco cuento»,
añadió <Todonada> algo sonriente.
«Todo es posible dentro de los sueños,
Tamare comentó. Vencer debemos».
«Tenemos que intentar que se alce el pueblo»,
vino Algasir patético a decir.
«Seguro con el sable venceremos,
afirmó Talmo pleno de confianza,
pues Sauri a de seguir otro sendero».
XVII
«¿Qué quieres insinuar?», preguntó alguno.
«Se tiene que salvar aún a Orada.
No puede ser la historia interminable,
y arto arduo será hallar la morada
donde la esconden los malvados magos».
«Cierto, apoyó Eldaré, allí está olvidada».
«Nunca me olvido de ella, es esta guerra
que jamás logro dar por terminada».
«Las guerras son eternas en los hombres,
hay por haber, algunas guerras santas»,
con ironía <Todonada> dijo.
«La verdad es, que a veces necesaria
resulta para repeler el Mal,
así que, no es ninguna cosa extraña,
pues que de siempre existe un agresor».
«Debe ser ésta la última batalla,
recomendó Deferle convencido,
que gran poder del sable ahora emana
para lograr segura la victoria
decisiva, y buscar después a Orada».
XVIII
Preparar acordamos con cautela
todo lo necesario en esta lucha.
«También el pueblo debería alzarse.
Puede ser la sorpresa una rotunda
basa para nosotros contra el rey,
Algasir machacó insistente. Dura
guerra será la que la tropa oponga.
Vencer al soberano, esa es la duda,
por eso la sorpresa es necesaria,
que Esiri se repite y perdura
si destruir no se logra al verdadero.
Además, lo rodea un halo y escuda.
Antes que se desdoble hay que matarlo,
o no podrás batirlo jamás, ¡nunca!».
«No dejes traspasar la incertidumbre
tu angustiado cerebro, pues locura
sería, Sauri, sigue adelante
que es sin más, siempre la victoria tuya»,
dijo Deferle dándome ánimos.
Sí, debía emprender esa aventura.
XIX
Transcurridos que fueron unos días,
para atacar dispuestos estuvimos.
A nuestro lado junto se alzó el pueblo
y hacia el palacio fuimos decididos.
Esta vez no podía fracasar
el poder derrotar al rey inicuo.
Como un reguero se corrió la voz.
Al encuentro vinieron los malditos,
más que odiados soldados de Esiri.
Cuerpo a cuerpo, pelea atroz, a gritos,
rabia, odio, sangre por doquier y muerte
el contorno sembraba y los caminos.
El monarca sonriente contemplaba,
que era de sus guerreros el dominio.
Saqué mi sable y relumbró brillante,
cayó bajo su rayo el enemigo
y la victoria comenzó hacer nuestra.
Se le tornó el semblante al rey sombrío.
Hacia él dirigí el rayo de la muerte,
pero lo protegió un halo divino.
XX
A la tercera fuerza giré el sable
y sobre él disparé rápido el rayo.
Se esfumó la figura que alcancé,
pero se había repetido en tanto
una, dos, tres, cien veces fulgurantes
como una exhalación dentro de un halo.
Por la llanura se extendió fugaz
y hubo al momento mil y mil extraños
Esiris ocupando el lugar, vivos.
El insistente rayo de mi mágico
sable, eclipsarse hacía a cien de una vez.
En su reproducción hubo un desmayo,
pues una cierta reducción noté
en la expanción latente de malvados.
Poco a poco iban siendo menos de ellos.
Al fin quedaron sólo unos cuantos,
los alcanzó mi rayo, mas seguro
no estaba, si alguno huyó hacia el campo.
La duda como siempre me quedaba,
si es qué Esiri murió, o quedó a salvo.
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