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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 12

I Habló aquel que mandaba en los corsarios: «Nosotros conocemos este sitio. En el cercano monte hay una cueva que hemos usado a veces de cobijo». «¿Queda aún lejos la segunda Hesperia?». «Arribado has al fin de tu camino, me contestó el pirata, estás en ella». «Todavía no he llegado a mi destino. ¿Dónde está el jardín de las Hespérides?». «No creo que exista, pienso que es un mito». «No lo es, que en él estuve hace tiempo». «¿Por qué entonces preguntas? ¿Has perdido acaso la memoria? Hay un dragón que se llama Ladón, según me han dicho. ¿Cómo es que tú pudistes allí entrar?». «Fue por alguna rara arte o capricho de un genio misterioso. Transportome en un extraño sueño introducido, y de manera similar salí cuando en el bosque me quedé dormido». II «Ayudarte de nuevo tendrá el genio, que en el presente, entrar es imposible, si lo que del dragón se dice es cierto». Algún modo debía haber factible, pensaba intensamente. No podía ahora fracasar, sería triste. «¿Cómo es ese Ladón?», le preguntó al pirata, Deferle. «Es horrible. Cuentan que tiene más de cien cabezas». Todos nos asombramos. «¡Increíble!». Exclamaron algunos de los hombres. «Si es capaz <Todonada>, que lo imite», dijo Deferle, y me miró expectante. De <Todonada> cual será su límite, pensé. Había un peligro verdadero. Que se hiciera dragón era posible, pero morir podría en la lucha, que no podía ser siempre infalible. En otra solución pensar debía, que salir nos hiciera ilesos y libres.






III Una resolución tomar debía. Correr quise el albur de la aventura. En el barco quedó Iceo con dos hombres. Con los demás me fui presto a la lucha. Durante un largo tiempo caminamos. «¿Sabes si vamos por la buena ruta?, me preguntó el pirata, estaba serio. Andamos por la tierra del mundo última y no sabemos dónde está el jardín. Y que manzanas de oro existan, dudas más que importantes tengo, mas si fuera ello verdad, habrá que ir con astucia para al dragón burlar que lo custodia». «Sí, pues que esa será tarea mucha, <Todonada> me dijo pensativo. Sé que soy ahora tu única ayuda. He observado que el sable no funciona». ¿Con qué clase de truco o con qué argucia las manzanas robar podría?, eludiendo de Ladón el peligro de su furia. IV Llegamos a un poblado bien extraño. Sus habitantes eran de piel verde. Vivían en cabañas muy pequeñas y salieron, al vernos, como arietes a defenderse contra el invasor. «Paz, dije, hablar queremos con el jefe». A punta de sus lanzas nos llevaron. Mirábamos aquellos raros seres sin pelos, una concha en la cabeza tenían, natural en esa especie era, como un escudo protector. Apareció el jerarca de repente y ordenó nos ataran a unos postes. Se cruzó <Todonada> por mi mente, y se tornó al instante en un leopardo. Asombrada quedó toda la gente. El que mandaba les gritó: «¡Matadlo!». Pasó el felino a ser una serpiente, y de inmediato fue una ágil ardilla dando saltos por entre los presentes.






V Maravillados, se postraron todos de hinojos sobre el suelo y exclamaron: «¡El dios de los espíritus a vuelto!». Surgió un viejo de barba y pelo blanco, con iracunda y fuerte voz diciendo: «Obedecer mis órdenes al acto debéis, o el peso de mi rabia sobre vosotros caerá, y aniquilados sin más contemplación todos seréis». «Tan sólo tú eres nuestro dios y amparo, dijeron, e inclinaron la cabeza. Sumisión te debemos y así acato». «Llevad hasta el jardín de las hespérides a estos hombres, al pronto y más que rápido. Allí después, dejadlos ya ser libres». Desapareció el viejo aquel extraño y transformose en una mariposa. Dos de los seres verdes nos llevaron hasta el pie de un cercano y alto monte. Se marcharon después alzando el brazo. VI De pronto apareció una bella joven: «El deber de advertiros del gran riesgo tengo. Perder aquí podéis la vida. Volved por vuestra senda, aún es tiempo», nos dijo, grave y seria era su voz. Ya se marchaba, la paré. «Un momento, dije, de qué peligro nos adviertes». «Del monstruo en el monte del infierno». «¿Dónde se halla ese monte y ese monstruo?». «Pisándolo están vuestros pies de cierto». «¿Aquí? No veo en absoluto nada», de extrañeza evitar no pude un gesto. «Monte y monstruo son una misma cosa». «Lo que quieres decirme no lo entiendo». «Mira y veras en torno muchas bocas». «De grutas y cavernas está lleno el monte. ¿Son acaso esas sus bocas?». «Sí, que está su interior por completo hueco, digamos que es por dentro todo estomágo, y hace que se hunda a veces el terreno».






VII «Creí que Ladón era de otra forma. Ni veo que esto, jardín alguno sea». «Ladón es el dragón, que el jardín guarda. Otra cosa es el monstruo, si despierta, se traga a todo ser viviente que haya sobre el monte. Tendremos que irnos fuera, que aquí corremos gran peligro todos». «Entonces el jardín, ¿dónde se encuentra?». «En la otra parte está del mismo monte». «¿Cómo llegar poder hasta sus puertas?». «Hay otro camino que el dragón vigila, pero ninguna opción es, creo, buena». ¿Cómo hallar una solución? Pensaba... Una salida de cualquier manera tenía que encontrar, para allí entrar. La joven nos llevó a su casa, cerca estaba, descansamos y comimos. Agradable era reponer las fuerzas. Una anciana mujer había en la casa, que en dar buenos consejos era maestra. VIII Nos mostró aquella vieja, en una estancia, unas antiguas armaduras de hierro. Con cómplice mirada señaló éstas: «Puede que sirvan para tu proyecto», dijo, con risa en su arrugado rostro. «Quizá valga la pena el intento, le contesté, pongamos mano a la obra». «Una prueba es que implica mucho riesgo», dijo la abuela, ahora en verdad seria. «Tienes razón, es un peligro cierto. Hay que cerrar los orificios todos. Y para respirar llevar completo el aire necesario en las espaldas, para ver, un cristal fuerte y grueso». «Un herrero conozco, es buen amigo». «Marchémonos hablar con él pues, presto». Nos preparó el herrero de tal forma las armaduras, que era un ingenio: Herméticas quedáronse cerradas, que pasar no podía nada dentro.






IX «Tan sólo dos la suerte tentaremos. <Todonada> será quien me acompañe. Actuemos rápidos, sin más demora». La joven trajo un carro en un instante, tirado por un bello potro blanco. Las armaduras y las cajas de aire pusimos en el carro y nos marchamos con el alma quizá algo vacilante. Con prontitud llegamos hasta el monte. Aquello aceptaré que me depare el destino. El momento era amargo. «Decisión de verdad arto importante para tu cuento», dijo <Todonada>. «Sí, que la sangre por las venas me arde». Nos vestimos aquellos artefactos y en la infernal tierra, en aquel instante entramos. Expectantes caminábamos. Éramos dos figuras fantasmales en el atardecer, por aquel monte, en el que no quería ser cobarde. X Con atención mirábamos. El miedo era punzadas de dolor al alma. El tiempo iba pasando lentamente. Algo debía de ocurrir, mas nada sucedía que fuera peligroso. Con señas le indiqué a <Todonada> me siguiera, y entramos en la gruta más próxima, era igual que una garganta en la forma, y al pronto, aspirados fuimos por una fuerza grande y mágica, que nos llevaba a lo profundo oscuro, de aquel monstruoso monte en sus entrañas. Por rugosas paredes resbalábamos. Nos hundimos al fin en unas aguas pegajosas y férvidas, espesas... Aquel líquido extraño se activaba en unos turbulentos remolinos. Tremendas vueltas dábamos; bajaban nuestros cuerpos al fondo y subían, sin nuestras armaduras ser dañadas.






XI Indescriptible situación dantesca: Flotaban diferentes animales en torno nuestro, entre las ondas agrias, nauseabundas; jugos repugnantes de aquel singular monstruo, que era el monte. El tiempo parecía interminable. Aún más hondo fuimos absorbidos. Imágenes terribles, infernales, ante los ojos nuestros se ofrecían. Veía el pensamiento indeseable: Trozos de pieles y huesos descarnados, cuernos y cráneos de todas clases, despacio en rededor siempre moverse, y caer por un algo interminable. De un modo abrupto fuimos detenidos y en una inmensa bolsa, como aparte, con otros esqueletos nos hallamos, y fuimos escupidos al instante fuera de aquel enorme monstruo-monte, quedamos abatidos y exangües. XII Yacíamos tendidos sobre tierra. Con gran dificultad nos levantamos, nos despojamos con un gran esfuerzo de aquellas armaduras que portábamos, y con afán buscamos el lugar donde hallar el jardín de los manzanos. De allí no lejos se veía un bosque. Con mucha precaución y bien despacio en aquella arboleda tan tupida, con sigilo y atentos penetramos. Nos vimos tras un tiempo en un calvero, ante el excepcional, bello palacio de hermosas torres rojas y arabescos. La fuente de colores como antaño, con fantásticos chorros relucía. Avanzamos mirando con cuidado sumo todo el contorno, y nada vimos que implicara amenaza o fuera extraño. Colgaba de los árboles la fruta dorada, y yo extendí hacia ella mi mano.






XIII El fruto ya cogía tan deseado, cuando una voz me sorprendió diciendo: «Ya sabía yo que eras un ladrón». Quedé petrificado en un momento. «¡Déjalo que su trama desarrolle!», imperativa dijo al pensamiento la conocida voz de Vera y Mara. «Nunca podrás salir, hombre eres muerto», mordaz dijo la duda a la mente. Supuse que algo habría de ello cierto, la retirada no tenía ideada, en riesgo estaba el continuar el cuento. Pude arrancar no obstante la manzana, y también la segunda cogí presto. Apresurado las metí en mi bolso, apartarnos de allí fuimos ligeros. Huimos hasta ocultarnos en el bosque. Tenía que pensar el modo bueno, una forma admisible de escapar, que salir nos hiciera de allí ilesos. XIV ¿En qué lugar se hallaba el dragón? ¿Era la misma entrada la salida? Ladón, ¿por dónde estaba vigilando? ¿Por qué sector ahora se movía? Quizá pudiera controlarlo todo, pues que éste, cien cabezas poseía. Pensado había en escapar volando; entrar no quise así, ya que sabía nos podía alcanzar su horrible fuego. «Te debes convertir en una ardilla, a <Todonada> dije. Ve e indagas, que posible es, exista una salida que tal vez no la tenga vigilada. Se marchó. A poco todo se complica. Solo me hallaba ahora y cavilaba: Una situación mala por desdicha para mí, allí encerrado en el jardín. Debía de invocar la fantasía, me viniera a sacar de este conflicto. En juego estaban todas nuestras vidas.






XV <Todonada> volvió tras largo rato. «Imposible salir sin que nos vea. Ladón todo lo tiene controlado. Los ojos miran de sus cien cabezas, y no le pasa nada inadvertido». «Recordar me parece había una verja, y al seguirla encontreme la salida que al bosque me llevó, y luego a la vieja bruja, con arte alguna o quizá maña de ésta, para obligarme obedecerla». «El bosque alrededor, es del jardín. Nos podría sacar de igual manera Sagara con su magia, de éste sitio». «¡Cierto! En contacto me pondré con ella, dije, y busqué en mi bolso aquella caja. Llamé y llamé sin obstener respuesta. ¿Podría yo también ser quizá ardilla, le pregunté, u otro animal cualquiera?». «Poder tan sólo dentro la ficción tengo, tú, hecho estás de otra materia». XVI <Todonada> me dijo: «Tú el señor eres de todos los ficticios seres, que se encuentran en éste absurdo cuento. No sé si cuerdo estás o eres demente. Sólo tú a mi poder le pones límite, tú los hilos de nuestros sinos mueves, y eres de nuestra historia el responsable. Debes al continuar ser bien consciente de todo lo que piensas o maquinas, que el Mal que nos acecha es latente, e ingenio necesitas, fantasía para el peligro eludir de muerte». «Preciso de ti acción y no sermón. Busquemos, que quizá tengamos suerte». Entramos en aquel palacio extraño. Andábamos con paso atento y leve, tan sólo habitaciones desprovistas de toda vida, sin ningunos muebles, desnudas por completo y tan vacías y blancas, que horror daban sus paredes.






XVII Era algo incomprensible, sin razón de ser, que a comprender no alcanzaba. «Pienso que nunca ha sido esto habitado, creo que aquí ni siquiera viven ratas», le dije a <Todonada> pesaroso. «¡Claro!, no está en la realidad humana, en tu imaginación tan sólo existe, tu fantasía con su fuerza y magia puede hacer que esto sea diferente, mas, lo importante es continuar la trama para llegar salir de aquí ilesos». Donde hubo ninfas debe de haber agua, aunque también andaban por los bosques, pensé. Río o bien un lago tal vez haya por estos sitios en alguna parte. Al sótano bajamos de la extraña gran casa, o bien palacio de las ninfas. Un ruido oímos, cual batir de latas. Doblamos un pasillo y con asombro hallamos un canal de turbias aguas. XVIII Una pequeña barca golpeaba contra el muro, amarrada a una argolla. Rara era, de un color gris y metálica. «Que extraño, dijo <Todonada>. ¿Y ahora?». «Embarquemos, veremos dónde vamos». Remos no hallamos para hacer la boga. «¿Cómo avanzar poder», me preguntó <Todonada>. Pulsé en una redonda palanca o barra, y se movió la barca, deslizándose hacia una negra boca. Era un oscuro túnel, mas, ¿adónde nos llevaría, a qué lugar, qué locas facetas o peligros nos asecha? «¿En qué parte estas aguas desembocan?», me vino a preguntar mi fiel amigo. «Yo desconozco de verdad qué cosa nos aguarda al final de este trayecto. Confío acuda al pensamiento sola la idea necesaria y justa, llena de la esperanza de seguir la historia».






XIX No se veía nada, todo negro. Con una rapidez grande ahora íbamos, sabe Dios hacia dónde y hasta cuando. De un modo sorprendente la luz se hizo, en los muros lucía, opaca y débil. Moví aquella palanca por instinto, y aquel extraño bote se paró. El canal se partía en tres caminos. ¿Qué hacer, por cual debía decidirme? ¿Cual nos conduciría al mejor sitio? La voz de <Todonada> me apremió: «No lo dudes, enfréntate al peligro». «Pero si yerro en mi elección, ¿qué pasa?». «La vida es un continuo desafío. No podemos estar aquí más tiempo». Que sea lo que quiera el destino, me dije, y apreté aquella palanca. El bote aquel, de un modo inaudito, escalofriante, rápido partió guiado por algo mágico o divino. XX Por el canal del centro continuó raudo. Apreciamos claridad al fondo. Parecía que fuera luz del día. «Con ésta rapidez llegamos pronto», me dijo <Todonada> expectante. En efecto, era la salida, y a poco volamos de improviso por el cielo, desde el monte con ímpetu furioso. Súbito el pensamiento imaginó que fuera <Todonada> un gran rocho. Con sus enormes garras me cogió. Tiempo era, pues caíamos al ponto, de éste en lo más profundo se hundió el bote. «También de ésta salimos victoriosos, le dije a <Todonada> y añadí: Nos merecemos algo de reposo. Vuela hasta la cercana playa y para». Se convirtió al llegar mi amigo en mozo. «Hay que avisar a nuestros compañeros, que tengo las manzanas en mi bolso».

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