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© Rodrigo G. Racero




EL CUENTO SOÑADO


CANTO 11

I Sucedió que por arte del poder de la imaginación, un gran ejército de entes hechos de agua ahora tenía. Una guerra iniciar podía de nuevo contra los invencibles roboamos. Esta vez vino Esiri a nuestro encuentro, por completo quería derrotarnos, y rápido avanzaban como el viento los extraños cornudos por el llano. Yo junto avancé con mis guerreros, y tuvo allí lugar la singular batalla: Un delirante, espectro sueño parecía la lucha con los rayos, que los roboamos expedían fieros. Chorros se hicieron mis líquidos seres, y entraban por los ojos en los cuerpos del enemigo con enorme fuerza. Chispas saltaron, de ellos salió fuego; explotaban al fin en mil pedazos, y morían los entes de acero. II También cayeron de los nuestros muchos, pues el calor tremendo de los rayos, evaporarse hizo sus cuerpos de agua. Terminamos venciendo al adversario, que interminables eran mis guerreros. Buscamos sin hallar al soberano. De nuevo había Esiri logrado huir. Siempre deja el Mal al Bien burlado. Quien de verdad estaba muy contento era el rey Kadibar. Recuperado había nuevamente la corona. «Sin sangre derramar hemos triunfado, así has cumplido tu promesa, dijo Deferle, tras un largo, arduo calvario». «Tendremos que marchar a Sicón pronto, que Esiri allí, quizá se ha amparado», preocupado comentó Tamare. «Sí, además hay también otros roboamos, Algasir asintió, e injustos presos». Eldaré coincidió con sus hermanos.






III Decidimos partir para Sicón. Se quedó en su palacio Kadibar. Los seres de agua al agua se volvieron, quisieron ser arroyo, y a él tornar. Se despidió la virgen, se fue al templo. «¿Cómo se habrá escapado ese truhán?, me preguntó Deferle, no lo entiendo». «No se puede amarrar, libre anda el Mal por este mundo, parte es de la vida, sólo cabe luchar, no hay final en los tiempos, es una pelea eterna». «¿Quieres decir que Esiri siempre huirá y que nunca podremos apresarlo?». «A él tal vez sí, a la Maldad jamás». «Debemos en Sicón seguir con éxito lo que hemos iniciado, y acabar definitivamente con los seres malditos, al servicio de Satán. Todo el pueblo estará de nuestra parte, dijo Deferle, y al fin ya descansar». IV «Pienso que tiempo es de buscar a Orada. Tenemos que acabar con esta guerra». «En tanto un roboamo exista, paz no habrá sobre la faz de esta tierra. Considera que pueden procrearse y empezará de nuevo la contienda, Algasir opinó, hay que estar seguro de que muertos están y nadie queda». Palacios y castillos de Sicón recorrimos y nada hallamos, ni huellas de roboamos ni del rey Esiri. Era una radical y rara ausencia de todos los soldados, abandono por completo, total de su existencia. ¿Dónde habrían podido escapar todos? ¿Cómo eclipsarse pueden por las buenas? «Lo idéntico pasó con los chabridos, dijo Deferle, exacto igual problema. ¿Es que no sabes pensar algo nuevo?». «Huyen al ver perdida la pelea».






V No tenía sentido ir detrás de ellos, menos sin saber dónde están ocultos. Presto debía de salvar a Orada, presa era del enigma y sueño turbio, que de marfil la torre enturbiaba. Cogida por los magos que en el mundo de mi fábula extraña la raptaron, y el camino borraron con embrujos. No era capaz de hallar la buena senda. Secreto, misterioso y tan oscuro estaba el pensamiento y la idea, que por lo irracional y por lo absurdo iba perdido dentro mi cerebro. «De mi aptitud para encontrarla dudo», le confesé a Deferle, triste estaba. «Para con ella dar tú eres el único, pues la creó tu propia fantasía». «Todo a mi alrededor es igual que humo, o niebla que me nubla los sentidos. No recuerdo la entrada a ese mundo». VI Talmo ayuda me había prometido. Pregunté: «¿Dónde está ese pastor?». Salió Eldaré a buscarlo, y con él vino. «¿Cómo volverá a mí la inspiración? De ti quiero tener una respuesta». «Tomando de mis hierbas la cocción. ¿Te has olvidado? Tú lo sabes bien». «Manos a la obra, ponte ya en acción». «Nada te puedo hacer, me falta todo, más que nada las hierbas y alcohol». «¿Es que aquí no lo puedes conseguir?». «Un tiempo han de tener, preparación que sólo yo conozco, muchos días para su punto necesarios son. En mi cabaña todo está dispuesto». Eldaré presuroso se acercó y me dijo: «Hemos dado con Malefo». «¡Traedlo sin retardo o dilación!». Ante mí lo portaron a empellones, pues era un ser malvado y un traidor.






VII «¿Eres tú quien mandó raptar a Orada? Debes hablar o perderás la vida», le amenacé, pues se quedó callado. Me miró y en sus ojos brilló la ira. «Debo evitar que salga victoriosa esa astuta, diabólica y maldita bruja, que se adueñó de mis manzanas. Eliminarla debo algún día». «¿Quieres decir, la bruja hizo el robo?». «De ti las otras conseguir podría, dominaría de esa forma el mundo». «Creo que lo que dices son mentiras, sólo intentas salvar así el pellejo, pues no me puedo fiar de tu perfidia, que has traicionado al rey y a tu patria». «Las manzanas tan sólo quiero, mía son, justo es que desee recobrarlas». «Pero nunca raptando a tu sobrina, y amenazando incluso con matarla. Dime dónde la tienes escondida». VIII «En tanto las manzanas no devuelvas, no lagrará tu mente liberarla, ni acariciar jamás su bello cuerpo». «¿Para qué necesitas las manzanas? Yo no las tengo, nunca las he visto». «Quitárselas podría a Sagara». «Robarlas del jardín de las Hespérides debo, para a la bruja entregárselas. Me obliga, tiene en su poder mi madre». «Has de elegir entre tu madre y Orada. Nunca podrás salvarlas a las dos, o bien tendrías que cambiar la trama». «En la mazmorra más honda encerradlo, dije enrabiado, pues no tengo nada que cambiar. Tú, seguro morirás». Por fuerza obedecer debía a Sagara. Tenía que valerme de mi ingenio para poder coger esas manzanas. Tendría que ponerme en camino, llevando dentro mi alma la esperanza.






IX «<Todonada> vendrá, también Deferle, en esta empresa ayuda necesito. Cuando vuelva, veré a talmo en su casa. Muy peligroso y arduo es el camino», desconocía dónde se encontraba. «¿Cómo llegar podremos a ese sitio?», me preguntó Deferle algo curioso. «Ignoro cuál es el lugar preciso. Creo que está allá, en la segunda Hesperia». «Decir he oído, que eso es muy lejísimo». «Armarnos de valor y de paciencia tendremos, mas llegar nuestro destino y fin es, sin poderlo eludir nunca». Triste, de los demás nos despedimos, y hacia el mar galopamos por la tierra, dirección a un país desconocido. Se ocultó el sol, de negro vistió el cielo. Un lugar retirado y escondido buscamos. Descansar necesitábamos, pues que aún era largo el camino. X Un bello día amaneció, azul claro, despejado de nubes, brisa suave. Una infusión tomamos y un bocado, y rápido partimos al instante. Sin parar cabalgamos horas y horas y llegamos al mar al caer la tarde. Fondeado en la rada había un barco. No se veía alrededor a nadie. La playa parecía estar desierta. Llegar debíamos a aquella nave. Varada vi una barca en la arena. Se formó <Todonada> en un gigante, y con facilidad alzó la barca que al agua transportó. «¡Bravo, adelante!», dije, y subimos pronto al bote todos. <Todonada> tomó la forma de antes. Presurosos bogamos hacia el barco. «¿Qué pasará si a bordo se encuentra alguien, Deferle preguntó, y se nos opone?». «Diremos, que vital es nuestro viaje».






XI Estuvimos remando con gran fuerza. Tras pasar un buen rato arribamos. Nada se oía, todo silencioso. Quizá estuviera el barco abandonado. Una escala de gato allí colgaba. A subir comenzamos con cuidado, despacio, pues el riesgo de caer era grande al moverse contra el casco. No se veía a nadie en la cubierta. Aquello no dejaba de ser raro. Bajamos al sollado. Un hombre vimos, dormía a piernas sueltas allí echado. Nos acercamos, lo movimos, pero éste sin despertar, seguía roncando. Un agrio, penetrante olor a vino exhalaba el marino aquel, borracho sin duda alguna estaba y dormía la mona. Ningún otro había en el barco. «¡Levemos ancla, ruta a occidente! Partir debemos rápido, al acto». XII «Sin permiso del dueño sería falso. Debemos despertar a ese marino, dijo Deferle, él nos dirá qué pasa». «Veo que eres un hombre honrado y digno, le dije: Bien, hablar con él podemos, pero si se opusiera a mi destino, le obligaría pronto por la fuerza». Justo al momento <Todonada> vino, en la mano portando un cubo de agua que derramó en la cara del marino. Se despertó con un repullo el hombre, y nos miró asombrado como un niño. «¿Cómo te llamas?», le espeté al instante. Pareció no entender. Miró sombrío hacia nosotros, luego a un lado y otro, y cogió la botella aún con vino. Ya a beber se disponía un trago. Se lo impedí, y dándole un grito le pregunté de nuevo por su nombre, y por qué estaba allí echado y bebido.






XIII Vio el hombre nuestros gestos de amenaza. «¿Qué queréis? ¿Quienes sois? Me llamo Iceo. Soy capitán del barco éste. ¡Que es mío!». «Tenemos que emprender un viaje, Ifeo, dijo apacible <Todonada>, y tú nos podrías llevar. Nos suponemos». «Ifeo no se llama, Iceo el nombre es, que Sauri le ha puesto. Oído creo», Deferle corrigió, grave, a su amigo. «¡Ah!, como no es muy guapo, pensé... bueno, no importa, que se llame como quiera». «¿De qué viaje me habláis? Zarpar no puedo. Sin dotación hacia ninguna parte podría navegar. Además, cierto es que se deberían reparar algunas cosas, y no tengo medios». Nos contó que se había arruinado. El barco nos vendía a un buen precio. «Tú eres el capitán y has de venir, que conoces la rosa de los vientos». XIV «Te recompensaremos al final, pero ahora pongamos mano a la obra, dije. ¿Qué es lo que debe repararse?». «Las velas, y así el casco por la proa, y la verga de gavia en el mayor». Tras varios días viose la mejora: Pintado, limpio y reparado al fin se quedó el barco, desde proa a popa. «Pronto, zarpemos rumbo a occidente. Levemos ancla. Buena brisa sopla», dije. Todos estábamos contentos. Llana la mar estaba, no había olas. «Tras la segunda Hesperia el fin del mundo se halla, si no me falla la memoria», nos dijo el capitán Iceo, serio. «Eso es sin fundamento vieja historia, le dije. ¿Tienes miedo a la aventura?». «No, mas sí a los piratas que te abordan, pues que el barco o quizá la vida pierdes, como esclavo te venden, que es peor cosa».






XV «Quien atacarnos venga, está perdido, que de Sauri es poder y fuerza grande», Deferle dijo al capitán, calmándolo. Dos días navegando y nada grave sucedió, que narrarse aquí se deba. Desde la cofa divisó una nave <Todonada>: «Dos cuartas a estribor, gritó, se avista un barco en este instante». El tiempo fue pasando y al fin vimos ondear del pirata el estandarte. «Sin tardar mucho a nuestra altura están. Creo que intentarán el abordaje. Listos andar debemos, dijo Iceo, que el mismo Dios del cielo nos ampare». Se bajó <Todonada> por la jarcia. Yo tranquilo esperé, y saqué mi sable. Estaban ya dispuestos al asalto. «Marcharos al infierno indeseables», dije, al tiempo salió del sable un rayo, súbito invadió el fuego su nave. XVI Saltar pudieron unos cuantos de ellos, y en la cubierta nuestra se quedaron. El miedo puso pálido sus rostros, y horrorizados todos se mostraron al ver su nave consumirla el fuego. Cierto era fascinante el espectáculo: El barco ardiendo y hombres en el agua que pedían socorro. «Echad un cabo, dije, y que bien se salve aquel que pueda». «Sería lo mejor, creo, matarlos a todos, dijo Iceo, es lo que ellos harían con nosotros sin pensarlo». «Nunca fuimos vencidos de tal forma, habló el pirata con un tono amargo. Ni siquiera entrado hemos en la lucha. Es tu poder divino, extraordinario. Perdona nuestras vidas, y leales te prometemos ser bajo tu mando». Se hundió el barco al final, y los piratas, unos se ahogaron, otros se salvaron.






XVII En contra el parecer del capitán, por piedad quise perdonar sus vidas. «Nos acompañaréis en nuestro viaje hasta que acabe la aventura mía». Seguimos nuestro rumbo hacia Hesperia. De repente se puso oscuro el día. El cielo se cubrió de nubes negras. Con gran fuerza sopló Eolo, y con ira. «¡Rápido, hay que apagar las velas! ¡Pronto!», gritó Iceo. Por la jarcia a toda prisa subieron todos como gatos, ágiles y prestos, hábiles, pues bien sabían lo peligroso que era un huracán, que de su ligereza y su pericia dependía quizá, salir ilesos de la furiosa tempestad maldita. Con truenos y las olas encrespadas, riesgo de zozobrar la nave había. Relámpagos brillaban por las nubes y torrencial la lluvia nos caía. XVIII Entre cuatro la caña sosteníamos, mantener procurábamos la proa al mar, se alzaba el barco, y la quilla al aire se veía entre las olas. La rueda del timón ya no aguantábamos. Se levantó el barco de la popa, se inclinó a estribor con gran peligro, lamió la embravecida mar la borda, a enderezarse se volvió, y hendió el líquido hacia el fondo con la roda. Hundir nos vimos sin tener remedio. Nos levantó de nuevo una inmensa ola. Unos bandazos espantosos daba la nave, y por cualquier extraña forma, las espumosas aguas la envolvió, y dentro nos quedamos de una pompa. Una burbuja gigantesca, blanca, era aquella en la mente donde mora. Iba en la fantasía, a la deriva por el mundo del poema en sus estrofas.






XIX Ignoro cuanto tiempo pasó. El sol lucía. En calma estaba el mar y dentro de la enorme burbuja continuábamos. Azul y claro se veía el cielo. Miedo todos teníamos allí recluidos, sin poder de verdad creelo. Con el sable intenté explotar la pompa. El rayo que salió no surtió efecto, pues poca fuerza pareció tener. Sentí desilusión al ver aquello. De nuevo fracasaba el sable mágico. A llenarme empezó la rabia el pecho. ¿Cómo podríamos salir de ésta? ¿Cómo influenciar poder en éste hecho? La solución buscaba apresurado. Dábamos tumbos por un rumbo incierto. «Cómo hallar la derrota buena y justa?», me preguntó preocupado Iceo. Nada quise decir de lo del sable, ni contestar podía de momento. XX Dislocada la rosa de los vientos, a cada instante nueva ruta daba. A merced de la brisa y de las ondas íbamos por la inmensa mar extraña. Desde lo alto la cofa alguien gritó: «¡Tierra a la vista, a estribor tres cuartas!». Todos miramos, vimos agrandarse poco a poco la costa, peñas altas, acantiladas eran, peligrosas, y la mar hacia allí nos acercaba. Capacidad ninguna de maniobra teníamos, ni evitar podía nada de lo que suceder fuera, esperábamos... En suspenso teníamos el alma. Rozó la pompa una afilada peña y de golpe explotó; cosa fue rara, pues que nos alejó de aquel peligro, y encallado quedamos en la rada. Bajar nos decidimos a indagar el lugar, por aquella oculta cala.

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