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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO IX


Llegó el día en que tuvo que embarcarse. Sebastián y Mauricio le acompañaban en el vuelo que duraba unas cuantas horas.
  -Supongo que habrás dejado todas tus cosas bien arregladas, y que nuestro verdadero destino no lo hayas delatado a nadie -dijo Sebastián dirigiéndose a Ricardo.
  -A Cristian le he dicho, que viajo porque voy tras la pista de un libro manuscrito, para un cliente que está interesado y paga sin regateo, espléndidamente. De Malva, mi novia, me he despedido por teléfono diciéndole lo mismo. Al joven que trabaja para mí en la librería, sabe que me marcho por cuestión de negocios, y que tiene que encargarse de la tienda en tanto estoy ausente. De los pocos amigos que tengo, no tenía necesidad alguna de despedirme de ellos. ¿Contento?
  -Me da igual la clase de excusa que hayas puesto al irte. Lo importante  es  que  nadie sepa  que estás dentro  de la organización -dijo Sebastián-. Dime si no te has olvidado de mencionar a alguien, de quien también te hayas despedido. Piensa, sé sincero y no mientas, pues podría tener malas consecuencias para ti.
  -Ignoro lo que quieres dar a entender. Ni sé a quién te puedas referir -contestó Ricardo con natural frialdad, pues comprendía que no podía titubear en la respuesta, y sabía que lo decía por Samara.
  -Según tengo entendido, tienes unas muy buenas relaciones con la chica que trabaja en nuestro local, el "Cisne Negro"; esa tal Samara, con la que te vas a reunir de vez en cuando, e incluso salid juntos -le relató Sebastián, dándole a entender que lo sabía todo.
  Ricardo comprendió que fue Rogelio el que le puso al corriente, pues era el único que le había visto con ella.
  -Me parece que ha mandado que me espíen, y no sé por qué. Es verdad que he estado con ella un par de veces, pero de ahí a que haya una amistad entre nosotros, es mucho decir. Ella me contó un día que tiene un conocido, el cual posee unos cuantos libros antiguos, y que quizá estuviera dispuesto a vender. Yo pretendía a través de ella, conocer el valor de esos libros por si me pudieran interesar. Eso, creo, no os debe de extrañar, yo negocio con libros.
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  -Dejémoslo, la cosa no tiene mayor trascendencia, si de verdad no has ido más allá de eso -dijo Sebastián, queriendo dar por terminado el asunto.
  -Lo que no me entra en la cabeza es, el interés que para vosotros tenga mis relaciones personales.
  -Recuerda -dijo Mauricio hablando por primera vez- que estás prometido, y que te has de casar en breve.
  -Esa es otra. ¿Qué os importa a vosotros si me caso o me dejo de casar? Creo que eso es un asunto exclusivamente mío.
  -No tanto amigo, no tanto -respondió Mauricio-. Lo que a la organización conviene, está por encima de lo íntimo o personal de cada uno, no lo olvides.
  -¿Quiere eso decir,  que  no existe vida privada  en la organización? -dijo Ricardo asombrado.
  -Naturalmente que sí -aclaró Sebastián-, pero siempre que no choque con lo que a la organización le interesa, o vaya en contra de su espíritu perjudicándola.
  -¿Qué tiene que ver mi boda con todo eso? Me lo debéis de explicar -demandó Ricardo alterado.
  -Bueno, bueno, dejémoslo ahora. Ya llegará el tiempo en que todo tenga su aclaración y razonamiento -dijo el viejo y añadió-: No quiero oír más del tema. ¿De acuerdo?
  Sebastián había hablado casi gritando, y dejaba colgada en el aire una velada amenaza si no se le hacía caso.
  Mauricio calló, y Ricardo optó también por guardar silencio.
  Pensaba con bastante inquietud, qué sería lo que le aguardaba en ese lugar al que iban, y por qué era necesario hacer un curso para pertenecer a la organización. ¿Qué tramaba aquella gente hacer con él?, se preguntaba. Y cavilando llegó a la conclusión, que lo más probable era que intentaran lavarle el cerebro con las ideas de ellos, a base de hacerle aprender las reglas e ideales, más o menos filosóficos en los que se fundaban, y en nombre de los que actuaban.
  Al fin llegaron al que era su destino. El avión aterrizó con puntualidad, y con la misma puntualidad les esperaba un individuo alto, fornido y de brutal aspecto, pero bien trajeado, que les hizo __________

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subir a un coche, el cual partió de inmediato.
  Aquel hombre de mala catadura debía conocer bien al viejo y a Mauricio, pues a pesar de no haber habido cruce de palabras entre ellos, se entendieron con la mirada y simples gestos de cabeza.
  El mutismo permaneció durante todo el largo trayecto de más de una hora.
  Después de salir de la autopista, continuaron por caminos estrechos, mal, o nada asfaltados y llenos de baches y socavones, por los que no se podía rodar sino a una muy baja velocidad.
  Llegaron al fin a una gran explanada, donde se alzaba un enorme caserón blanco, cuyas paredes se veían que estaban algo deterioradas.
  Se apearon en el mismo instante, en el que un hombre en mangas de camisa, y que salía de la casa venía al encuentro de ellos.
  -Hola, me alegro de veros -dijo aquel tipo con una amplia sonrisa en su moreno rostro-. ¿Cómo estáis?
  -Bien -respondió Sebastián, así como Mauricio-. ¿Qué tal por aquí?
  -Todo en orden. El que vosotros traéis es el único que faltaba. Mañana se puede ya empezar con los entrenamientos.
  -Estupendo -dijo Sebastián-. Descansaremos esta noche aquí, mañana debemos regresar en el primer vuelo.
  -De acuerdo, mandaré que preparen una habitación.
  Ahora echemos un trago -dijo el individuo sin dejar de sonreír en todo el tiempo.
  Ricardo fue llevado al interior de aquel caserón. La planta baja era un amplio recinto, donde se hallaban una veintena de camas, al lado de cada una de ellas había una taquilla, esa especie de armario metálico, igual a los que existían en las fábricas para los trabajadores, o en los cuarteles para los soldados.
  Un grupo de jóvenes que formaban un corro, y que hablaban animadamente y reían a carcajadas, callaron súbitamente al oír la voz de atención que dio uno de los allí presente, cuando vio entrar al hombre que les había recibido y a Ricardo.
  -Acaba de llegar el que faltaba -habló en voz alta el que parecía tener allí el mando-. Tenéis el resto del día para haceros conocer __________

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unos a otros; para tomar confianza y camaradería entre vosotros.
  A las ocho será la cena, a las once la hora de ir a dormir. Mañana os espera un día ajetreado y debéis estar descansados, pues os debéis levantar a las siete.
  Dio media vuelta el tal individuo y se marchó.
  Ricardo quedó solo delante de toda aquella gente, todos se veían más jóvenes que él, algunos eran todavía casi niños, seguro que le doblaba la edad a más de uno.
  No sabía qué decir, ni como comportarse, y permanecía allí quieto, indeciso, dubitativo...
  -Vamos, acércate -dijo uno de ellos viniendo hacia él con la mano tendida-. Yo soy Juan, ¿y tú?
  -Ricardo. Veo que todos los que aquí estáis, sois mucho más jóvenes que yo. Me pregunto ¿qué hago yo entre vosotros?
  -Si no lo sabes tú... supongo que te habrán dicho para qué te han traído. Yo y todos los demás, hemos venido para hacer un curso de aprendizaje, para iniciarnos en los valores de la organización.
  -Sí, algo de eso me han dicho a mí también, pero la verdad es que no sé nada en concreto de lo que tenga que aprender.
  -Creo que ninguno de los que estamos aquí sabemos con exactitud lo que debemos hacer, pero es igual, dejémonos sorprender; basta con que sepamos que nuestra misión es tener un lugar destacado en la ejecución de la lucha, que nos lleve a la victoria final.
  Ricardo no sabía qué responder a aquello, ni tan siquiera se atrevía a hacer algún comentario, podría decir sin querer, o sin él proponérselo, algo inconveniente que no estuviera en concordancia con las ideas precisas que se ajustaran a la organización, así pues se limitó a comentar:
  -Sí, creo que tienes toda la razón, lo que tú dices es en verdad lo más importante.
  -¿Qué te parece si damos un paseo por los alrededores?
  -Por mí bien, pero quizá no esté permitido que actuemos por nuestra cuenta; tal vez haya que pedir permiso.
  -¿Para dar un simple paseo?
  -No lo sé, pero me lo puedo imaginar. Tengo entendido que existe una disciplina férrea.
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  -¿Por qué has entrado en la organización? ¿Qué motivos te han impulsado a ello?
  -Salgamos fuera, aunque no nos alejemos mucho -propuso Ricardo, siempre cauto con aquel personaje.
  -De acuerdo -dijo el llamado Juan, y salieron al exterior de la casa, a una gran explanada ante ellos.
  -Si quieres que te diga la verdad -dudó un instante Ricardo antes de continuar; después pensó que no era ningún secreto lo que iba a decir, que no estaba allí por propia voluntad, lo sabía bien Sebastián y Mauricio, pues ellos les habían obligado con malas artes a formar parte de esa extraña organización, no obstante, en el último momento prefirió no confesarle la verdad al recién conocido, debía ser prudente y no fiarse de nadie, así pues contestó- fueron raras circunstancias la que motivaron mi ingreso, bueno, en realidad de momento soy, al igual que tú, tan sólo un aspirante, que tiene que demostrar ser digno de pertenecer a ella.
  -Sí, no cabe la menor duda que hay que evidenciar fortaleza y convencimiento en el camino a recorrer, y estar seguro de uno mismo, sin tener un momento de flaqueza; pero siempre hay una idea, un motivo propulsor que le induce a uno a tomar decisiones en la vida. Comprendo que tú te quieras reservar las razones que te hayan impulsado a entrar aquí, yo si quieres te puedo contar las mías, no tengo ningún inconveniente en que todo el mundo lo sepa.
  -Son causas especiales las que han concurrido, para que mi presencia  aquí  haya sido posible.  Quizá  te  lo explique algún  día -dijo Ricardo, sin querer demostrar interés alguno en conocer el móvil propulsor, que hubiera inducido a aquel joven a entrar en la organización.
  -Yo -comenzó a referir Juan, pese a que Ricardo no le incitó a ello- he sido injustamente tratado en la vida; y siento una gran rabia por el sistema político actual. Te aseguro que en mi pecho tan sólo anida el deseo de venganza, contra todos aquellos que están por encima y se creen que son algo especiales, porque la suerte y la fortuna les ha sonreído en la vida.
  -Sí, es verdad, la vida suele ser muchas veces con uno injusta -dijo __________

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Ricardo prudentemente-. Pienso que deberíamos volver adentro, pues se va acercando la hora de la cena -añadió mirando su reloj.
  Ricardo y su nuevo conocido, el llamado Juan, se sentaron juntos a una larga mesa, donde cabían diez personas. Le sirvieron una frugal cena compuesta por un trozo de pan con un poco de embutido, un huevo duro, una naranja, y de beber una cerveza.
  -¿Qué crees tú que nos harán hacer mañana? -preguntó Ricardo.
  -No lo sé bien, pero creo haber oído que primero habrá teoría, y después practica.
  -¿Práctica de qué? -se extrañó Ricardo.
  -Ejercicios, como correr, saltar, en fin, deporte, hay que mantenerse en buen estado físico. ¿No crees?
  -¡Ah sí, claro! Alma sana en cuerpo sano -opinó Ricardo con un tono algo irónico.
  -¿No te gusta el deporte?
  -Digamos que no es mi afición preferida. Me gustan los libros, y mi profesión es librero. ¿Y tú, a qué te dedicas?
  -Aprendiz de todo y maestro de nada, como se suele decir. Trabajo en lo que sale, lo que pasa es que últimamente no me salía la más maldita cosa. Un conocido me ha recomendado. Creo que al final de este curso, o lo que sea que tengamos que hacer aquí, me proporcionarán un trabajo estable. Tu caso debe ser diferente, pues según dices eres librero, y de seguro que ya tienes una colocación segura y no ganarás mal.
  Ricardo pensaba si no sería el tal Juan, uno mandado, o puesto por la organización, que tratando de congraciarse con él, intentaba saber sus intenciones, sus razonamientos u opiniones sobre todo lo que allí se hacía o se aprendía. Probablemente intentaba ganarse su confianza, para que él se abriera y diera rienda suelta a su desaprobación o crítica; y ellos pudieran estar al corriente de lo que pensaba, para tenerlo siempre controlado. Sebastián y los demás sabían que él estaba allí obligado, así pues no podían esperar que tuviera una posición positiva respecto de la organización, pero sí que desearían saber si él tramaba cualquier acción que pudiera perjudicarles de alguna manera.
  -Todo es relativo -le dijo a Juan-, el dinero es mucho o poco según __________

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en el medio social en el que te muevas.
  -Seguro que es así, pero el hombre sencillo de la calle debe tener, en una sociedad bien organizada, todas sus necesidades cubiertas, y un poco más, para hacer la vida agradable; y esto es bueno incluso para la buena circulación del trabajo y los negocios, en tanto más se compre y se consuma, más se trabaja y se produce.
  -Las cosas no son en la realidad tan simple como uno pueda pensar, hay muchos factores que influyen en la propia dinámica de la economía, que escapa incluso al más avezado en ese tema.
  -Lo que pasa es que los ricos quieren ser siempre más ricos y poderosos. Creo que al fin de cuenta se trata de una lucha de clases, de aquellos que piensan que son superiores, y consideran que tienen que estar muy por encima del pueblo, de la gente vulgar y sencilla, de la plebe obtusa e inculta, en el mejor de los casos medio analfabeta. A la masa se la manipula siempre en beneficio del capital, por lo que éste se agranda constantemente.
  -También sucede que hay grandes empresas que llegan a arruinarse, por lo que no se puede decir que el capital esté a salvo de caer en la desgracia, y en su derrumbe arrastre a cientos o incluso miles de trabajadores -argumentó Ricardo.
  -Eres ingenuo si te crees que las empresas verdaderamente grandes, llegan ciertamente a la bancarrota; tienen prevista todas las situaciones posibles, todas las eventualidades, y actúan en consecuencia: despiden a miles de empleados, se funden con otras, cambian de nombre, se declaran insolventes, pero ya han puesto a buen recaudo el suficiente capital para comenzar de nuevo el asalto al poder de la riqueza, que es la que dicta la política a seguir en cada pueblo, y dirige el destino de la humanidad en este miserable mundo en el que nos hallamos -dijo Juan, y parecía creerse todo cuanto exponía.
  -No sé qué decirte. Pasa de todo en la vida; las cosas no son tan malas como aparentan, aunque de seguro que podían ser mucho mejor de lo que son -dijo Ricardo, que pensó, debía andarse con cuidado al manifestar sus opiniones ante Juan.
  -No te das cuenta de que todo es un complot de los poderosos, para mantener a la masa sujeta, dándole lo estrictamente necesario, __________

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aunque tampoco a todos, aunque sí a la mayoría, por lo menos en los países más desarrollados, para que no se levanten en contra de la clase superior, y tomen venganza y puedan rodar cabezas. Mira lo que sucede en los países más deprimidos, allí la miseria tiene que estar controlada por una fuerza militar dictatorial, que mantenga a raya al pueblo hambriento, que busca su fortuna en la emigración, donde también son explotados y prostituyen a las mujeres que llegan buscando un trabajo honesto. Son gente sin conciencia que pisotean la dignidad humana. Hay que combatirlos con las mismas armas: Quien a hierro mata a hierro muere.
  -No sé, no sé -dijo Ricardo por todo comentario. No quería ensalzarse en una discusión con aquel individuo, pues no lo conocía y debía ser precavido al exponer sus argumentos, máxime sabiendo que aquella organización no era precisamente honrada en los métodos que empleaba, y él era la prueba de ello.
  -No te puedes fiar de nadie, de ningún partido político, todos hacen contubernio con el poder capitalista; ni tan siquiera de la religión te puedes fiar, ese es otro gran poder que intenta siempre adueñarse de las almas de los seres más ignorantes, para poder manipularlos a su antojo e interés. El pobre debe ser creyente y conformista, Dios bendice la pobreza; debes trabajar y estar contento de poder hacerlo, aunque ganes un mísero sueldo, pues sería aún peor estar en el paro.
  Ricardo pensó que a Juan no hacía falta que le lavaran el cerebro, lo tenía ya bien lavadito, si es que no era toda aquella verborrea una táctica para sacarle de su reserva, y que explayara sus íntimas opiniones e ideas sobre la organización. Se veía no obstante en la necesidad de decir algo, no podía quedarse callado.
  -El Mal se extiende por el mundo, tienes razón en que hay mucho egoísmo, gente que nada tiene en contra de pisar cadáveres con tal de buscar su provecho, pero no podemos negar que existen personas abnegadas que lo dan todo por ayudar al prójimo -dijo un tanto apasionado-. Al instante advirtió Ricardo que caía en la trampa si hablaba vehementemente de la bondad que también existía innegablemente en muchos seres. Aquello era una organización o __________

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especie de secta, que todavía no sabía bien cómo catalogarla, que se dedicaba a efectuar acciones criminales, de esto no le cabía la menor duda, y él no podía ensalzar el bien de las personas honradas, como la conducta que había que seguir en la vida-. Quiero decir que de todo hay en la viña del Señor, como se suele decir -concluyó.
  -Tú me quieres convencer de que existen personas buenas; créeme que verdaderamente honestas, lo que se dice honesta hay muy pocas, y esas pocas más que buenas son desequilibradas, pues creen o piensan que con esas acciones ganarán el cielo, pero no existe nada bueno en la vida natural, en la vida salvaje de los seres vivientes todo es una constante lucha por sobrevivir; la naturaleza es cruel y ciega, no tiene sentimientos.
  -Pero los hombres sí -contestó espontáneamente Ricardo, pero al instante se calló, no quería volver a caer en la tentación de defender la parte buena del ser humano, quizá fuera cobarde por su parte, pero tenía que ser prudente, su vida allí estaba en juego, pensaba.
  -Te contaré una anécdota de cuando yo era un adolescente: Había un chico en mi barrio que se dedicaba a robar cuanto pillaba, entraba en las viviendas al menor descuido del dueño y se llevaba todo cuanto de valor hallaba en ella, también robaba en tiendas y mercados, y le sacudía a todo aquel que tratara de llevarle la contraria. Algunos amigos míos se unieron a él, pues siempre tenía dinero y se podía permitir tener cosas, que los demás no nos la podíamos costear. Yo me resistí y no quise pertenecer a ellos. Se formó de esta manera una pequeña banda de ladronzuelos. Un día la policía hizo una redada en el barrio y cogieron a todos los que en ese momento jugábamos en la calle a la pelota, a mí entre ellos. Nos interrogaron a todos y nos amenazaron con pasar años en un correccional, y tener que hacer duros trabajos.
  Yo pensé en aquel entonces que tuve suerte, pues todos fueron sinceros al declarar, lo que era cierto, que yo nada tenía que ver con los robos, ni pertenecía a la banda; me dejaron pues en libertad.
  Pasado que fueron los años, ya de mayor, paseando un día por la ciudad, aburrido de no hacer nada, sin dinero, pues no lograba colocarme, ni en parte alguna encontraba trabajo, ni buscando por mi cuenta, aunque me empeñaba todo lo posible, ni a través del __________

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sindicato la suerte me sonreía, me encontré inesperadamente con aquel chico, el ladrón de aquel entonces. Iba acompañado de una joven muy guapa que me presentó como su novia. Me invitó, y nos sentamos en un bar a tomar una cerveza. Me contó que todo le marchaba estupendamente; desde que la policía lo cogiera aquel día ya lejano, fue el principio de su cambio de mentalidad y de su suerte. Le hicieron aprender un oficio, era carpintero, le buscaron un puesto de trabajo, ganaba un buen sueldo y tenía una novia con la que pensaba casarse más adelante.
  Yo le felicité y me fui triste, muy triste, pues que él había conseguido algo positivo dejando de robar, y yo que siempre fui honesto, que jamás me adueñe de lo ajeno, que no cometí falta; se olvidaron de mí, no tuvieron conmigo la atención de darme un oficio y un trabajo; a mí no había que reconducirme, yo ya era honrado, no me merecía que se fijaran en mí. A él lo premiaron, lo llevaron al buen camino, lo cual es loable, pero ¿por qué olvidarse de aquel que se comporta bien dentro de la sociedad, y no comete ningún pecado? ¿Comprendes ahora por qué no vale la pena, el que uno sea decente?
  -Comprendo tu desilusión. La vida suele ser injusta muchas veces, pero tu amigo no era tampoco responsable directo de tu mala suerte. A él le salieron bien las cosas, se le rodeo favorablemente, en tanto que a ti te fue mal, pero uno no debe de amilanarse por eso, sino que hay que seguir luchando hasta conseguir lograr algo positivo. Nadie suele regalar nada, todo hay que ganárselo a pulso, estudiando, aprendiendo, insistiendo siempre sin desmayar; la vida es una lucha constante.
  -La vida es una mierda. Tienes razón en que es una lucha, y yo estoy dispuesto a luchar para tener aquello que se me ha negado. No es ningún secreto; para alcanzarlo sólo hay que saber ponerse al lado del más fuerte, siempre que éste pague holgadamente.
  -¿Es este el lugar adecuado para tus aspiraciones? -no tuvo por menos que preguntar Ricardo.
  -Rotundamente sí, creo que he dado con el sitio apropiado a mis intereses -contestó Juan, y se le veía plenamente convencido de lo que decía.
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   -Sabrás pues tu cometido dentro de la organización, supongo.
  -No sé más que, que tengo que obedecer y acatar lo que se me ordene sin queja alguna o reparo.
  -Me da la impresión que esos son conceptos militares -dijo Ricardo, y comprendió que la conversación había derivado a la parte que él precisamente había querido eludir.
  -¿No te encuentras a gusto aquí? -preguntó Juan directamente.
  -No se trata de que me halle bien aquí o no -dijo Ricardo tras una breve reflexión-. Yo estoy aquí por unas especiales circunstancias que no puedo en este momento revelarte.
  -¡Ah, estás en misión secreta! -exclamó Juan al tiempo que se sonreía enigmáticamente.
  -Si así fuera nada te hubiera dicho. Es más bien una cuestión personal -quiso aclarar Ricardo.
  -Muy bien.  A pesar  de todo  espero  que  seamos  buenos  amigos -manifestó Juan.
  -Sí hombre, ¿por qué no? Ahora creo que ya va siendo hora de que nos retiremos. Mañana tenemos que madrugar.
  -Sí, mañana hay que madrugar -repitió Juan- y se acostaron en las camas que resultó tener uno junto al otro.
  Tardó Ricardo bastante tiempo en poder llegar a conciliar el sueño. Su cabeza le daba vueltas a todos los acontecimientos sucedidos últimamente en su vida. No hacía mucho tiempo era una persona contenta y feliz; hasta el maldito día en que apareció por su librería Mauricio ofreciéndole aquel libro manuscrito. ¿En qué terminaría todo aquello? ¿Lograría algún día verse libre de aquella gente, de aquella organización? Pensó en Malva, en Cristian, ¿qué tendrían que ver ellos con sus tribulaciones? Su último pensamiento fue para Samara, ¿sería ella su salvación? Al fin le rindió el sueño, y quedó profundamente dormido.
  Como se dijo, los levantaron temprano. Después del matinal aseo los formaron, igual que si de militares se trataran, en la explanada, delante del caserón.
  El hombre que les recibió a su llegada con Sebastián y Mauricio, estaba delante de ellos.
  -Estoy aquí -dijo con alta voz chillona- para instruiros a que seáis __________

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buenos combatientes de la organización a la que pertenecéis. Hay que estar dispuestos y preparados, en buenas condiciones físicas, para afrontar cualquier circunstancia que nos pueda sobrevenir, y saber defendernos con las mayores probabilidades de éxito. En los próximos días haréis ejercicios de preparación física, y estudiaréis a fondo la doctrina y la filosofía de nuestras creencias, que debéis preservar y propugnar hasta la muerte.
  La arenga continuó en tales términos durante un buen rato.
  Al fin comenzaron los ejercicios, a pesar de que aún permanecían en ayuna. Les hicieron correr, saltar, trepar por escalas de madera y también de cuerdas, que estaban asidas a altos postes enclavados en el suelo; tenían que arrastrarse por la tierra y el fango bajo un estrecho entarimado, construido para el caso; debían recorrer, avanzando sólo con las manos, a pulso, un travesaño entre dos postes, colocado a más de tres metros de altura, el que no lo conseguía, porque le faltaban las fuerzas, caía en un enorme charco de sucias aguas, llenas de toda clase de desperdicios e inmundicias. Todo ello iba acompañado de los gritos e insultos del instructor, y de sus sonoras carcajadas, cuando alguno caía en aquel maloliente fangal.
  Terminó aquello después de hora y media de tortura y humillante trato del tal individuo. Tuvieron permiso para ducharse.
  Eran ya cerca de las diez, cuando les sirvieron un frugal desayuno: un pequeño bollo con aceite, acompañado de una taza de café con leche. Hubo un pequeño descanso de diez minutos para fumar un cigarrillo, tras lo cual pasaron a una habitación, donde se hallaban bancos y mesas, igual que en la aula de una escuela, había al fondo una gran pizarra.
  Apareció el mismo personaje que había estado dirigiendo los ejercicios en la explanada, se dirigió hacia una mesa de escritorio que había al fondo, a un lado de donde estaba la gran pizarra, abrió un cajón de dicha mesa y sacó unas carpetas; llamó a uno de los que estaba sentado en primera fila, y le mandó a éste que repartiera dichas carpetas a todos los allí presentes.
  -Ahí dentro -dijo el que a todas luces era el instructor de ellos- encontraréis el contrato que os une a la organización, las __________

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condiciones, deberes nuestros y obligaciones vuestra que han de cumplirse sin discusión ni argumento en contra. Leedlo, firmadlo y devolvedlo. Tenéis veinte minutos para estudiarlo; yo estoy abierto a contestar cualquier pregunta que no entendáis, o que dudéis.
  Ricardo abrió, como todos los otros el cartapacio y leyó lo siguiente:

Contrato entre usted, el abajo firmante, y la organización "El Anillo Rojo". Condiciones que ha de tener y debe cumplir el aspirante: 1° Salud corporal y buenas condiciones físicas. 2° Discreción y obediencia; obligación de aceptar todos los ideales de la organización "El Anillo Rojo". 3° Férrea disciplina en el cumplimiento del deber comprometido. Ciego acatamiento de la orden recibida por su jefe de grupo. 4° No delatar, ni tan siquiera ante la amenaza de muerte, nada que vaya en contra de personas o intereses de la organización "El Anillo Rojo". 5° Es sagrada obligación defender a ultranza, contra todo posible enemigo, a la organización "El Anillo Rojo". 6° La organización "El Anillo Rojo" hace condena de toda discriminación de razas. El hombre es uno en el mundo. Tan sólo su inteligencia y valentía, le avala para andar por la vida. 7° El verdadero Dios es Lucifer, al que hay que adorar. Él nos da la fuerza para avanzar por la senda de la verdad. 8° Tener que aprender de memoria los mandamientos y cumplir con ellos. En todas las reuniones que convoque la organización "El Anillo Rojo", será obligación de todos el recitar los diez mandamientos. 9° Todo miembro de la organización "El Anillo Rojo", a de propagar sus ideales, pero de forma secreta, y encontrar nuevos adictos para ella. 10° El abajo firmante se compromete de por vida a pertenecer a la organización "El Anillo Rojo", y nunca jamás podrá salir de ella, y si lo hiciera, pagaría su decisión con la vida.

  En otra hoja estaban los diez mandamientos, que él ya había oído __________

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recitar en la visita que hizo con Sebastián y Mauricio, en aquella extraña villa, en las afueras de la ciudad. En una tercera hoja se leía las obligaciones de la organización "El Anillo Rojo" para con sus miembros:
  La organización "El Anillo Rojo" se compromete por su parte a pagar un sueldo y primas por trabajo de especial relevancia, realizado a favor y en beneficio de la organización "El Anillo Rojo". Los sueldos y primas estarán de acuerdo con el tiempo de pertenencia en las filas de la organización, y la envergadura del trabajo extra realizado.
  Se dará una paga mensual de quinientos oros, en el primer año, a los solteros, de setecientos a los casados, y cincuenta más por cada hijo menor de edad.
  Será considerada la inflación anual, y se ajustará a ella el sueldo y las primas.
  La asistencia médica correrá a cargo de la organización "El Anillo Rojo". No se permitirá terapia alguna, cuando la enfermedad sea irreversible, y no haya opciones de restablecimiento completo de la salud: Un ser tullido o enfermizo, es denigrante para el enfermo y para la organización. De cualquier modo se vendrá a decidir en asamblea de la directiva, cada caso individual.
  Se seguirá percibiendo el sueldo durante la baja, por incapacidad transitoria de sus obligaciones.
  Se tendrá derecho al disfrute de unas vacaciones pagadas de veinte días laborables; pero siempre hay que estar dispuesto a interrumpirlas para incorporarse al servicio, en caso de que la organización "El Anillo Rojo" así lo considere necesario.
  La organización "El Anillo Rojo" concederá prestamos sin intereses algunos, para la adquisición de inmuebles para alojamiento propio y de la familia, y será extensible a la compra del mobiliario y demás enseres de la casa.
  La organización "El Anillo Rojo" costeará los estudios a jóvenes destacados, inteligentes y estudiosos, en cualquier carrera que hayan libremente elegido, siempre que ésta no esté de cualquier manera en contra de los principios e intereses de la organización "El Anillo Rojo".
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  En caso de fallecimiento de un miembro de la organización "El Anillo Rojo", será su familia más directa: viuda, huérfanos, padres, si es que existía dependencia de sostenimiento por éste, ayudada económicamente durante tiempo indefinido.
  La organización "El Anillo Rojo" se compromete a dar asistencia jurídica, cuando un miembro de ésta la necesite, apelando incluso a las más altas instancias.
  En todos los casos mencionados, o en cualquier otro que imprevisiblemente pueda surgir, la organización "El Anillo Rojo" está dispuesta a ayudar con todo su poder, al miembro afectado.
  El aspirante señor, (seguía un espacio en blanco donde se debía escribir el nombre y apellidos, así como fecha y lugar de nacimiento, solicitando también el número del carné de identidad)
  Declara haber leído y comprendido, y estar conforme con todo lo expuesto en el contrato, que por ello firma en plena capacidad de sus facultades mentales, libremente, por propia voluntad y sin coacción alguna por parte de terceros.

  Ricardo se quedó asombrado y sintió pánico; sabía que ya lo tenían cogido, pero si firmaba aquello, estaba por completo perdido para toda su vida, aquellos individuos no consentirían que nadie abandonara la organización, estaba escrito en el contrato que pagaría con su vida aquel que lo intentara.
  Una amarga sonrisa se dibujó en su agrio rostro al leer que el contrato se firmaba en plena libertad, exento de toda presión y por voluntad propia. ¿Qué pasaría si él se levantara y dijera que no estaba de acuerdo con el contrato que se le ofrecía, y que por lo tanto abandonaba y se marchaba a casa? Ignoraba lo que el fulano aquel le dijera, pero seguro que no le dejarían salir de allí con vida, máxime cuando él había sido ya obligado por la fuerza a entrar en la organización, que ahora se enteraba, se llamaba "El Anillo Rojo". Se vino a preguntar, si habría allí alguno que estuviera en la misma situación que él.
  La recia voz del instructor se dejó oír:
  -Existe una contraseña que tenéis que aprender de memoria, pues no está escrita en ningún documento; os servirá para identificaros __________

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cuando tengáis que viajar, y encontraros en otra ciudad con hermanos en la creencia de la organización. Si alguien se acerca y te dice: "La luz la trajo Lucifer", la respuesta o contraseña reza del siguiente modo: "Nosotros somos hijos de la luz". Debéis tenerlo en la memoria, y no olvidarlo nunca.
  Bien, supongo que habéis tenido ya tiempo suficiente para haber leído el contrato. Que hable aquel que tenga algo que objetar, o crea no haber entendido cualquier cosa.
  Ricardo se asombró, pues en contra de lo que él pensaba, alguien tuvo el valor de levantarse para hablar. Se trataba de Juan, con el que había mantenido aquella conversación, y del que él no se fiaba.
  Todas las miradas se dirigieron a él, esperando con expectación lo que tuviera que decir.
  -El contrato dice que tendremos una paga de quinientos oros en el primer año -dijo con firme voz y sin titubear Juan-. ¿A cuánto ascenderá en el segundo año?
  -En  el  contrato  se  aclara  que   subirá   según  suba  la  inflación -contestó el instructor con una amplia sonrisa en su moreno rostro-; otras subidas que afecten al sueldo y premios, están sólo en la consideración de la directiva de la organización; ella es la que decide cuando, como y cuanto se aumenta el salario particular o general de los miembros de la organización.
  Ricardo pensó, desconfiado como era por naturaleza, que aquello bien pudiera ser una especie de añagaza, para tal vez incitar a otros a que expusieran sus quejas o argumentos en contra del contrato que debían firmar; Juan había iniciado con su pregunta, el que otros se animaran a hablar, y así tener desde el primer momento un conocimiento de aquellos, que en un futuro fueran más propensos a manifestar su disconformidad con la organización.
  -¿Tiene alguien alguna otra pregunta? ¡Vamos, vamos, no tengáis miedo en hablar! Cualquier cosa o palabra que no hayáis entendido, que os procure quizá alguna duda. Para eso estamos aquí, para aclarar todo malentendido.
  Se veía que aquel individuo se esforzaba, animaba una y otra vez a todos a que se alzaran y declararan sus posibles desacuerdos con el contrato, o explicaran, bajo su punto de vista posibles errores; __________

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parecía no obstante que nadie se atrevía a decir nada, ni a favor ni en contra de aquello que debían firmar, cuando lo más normal y razonable, es que alguno de ellos hubiera caído en que no era justo pagar con la vida, el que se atrevieran en el futuro a dejar la organización. Precisamente ese factor, el de amenaza de muerte, era lo que, creía Ricardo, retenía a todos el dar rienda suelta a manifestación alguna de crítica, y preferían callar. Por el aspecto de todos los allí presentes, deducía Ricardo que o mucho se equivocaba, o eran gente de un nivel cultural bastante bajo; seguramente personas en deprimente situación económica, con perentoria necesidad de ganar dinero, y que le importaba bien poco a qué se dedicaba, la poca honestidad, o incluso la criminalidad de la organización.
  -Bien -dijo el instructor, y parecía un tanto desilusionado-, si nadie más quiere abrir la boca, pues estamos todos de acuerdo.
  Según os vaya nombrando, venís y me entregáis el contrato firmado.
  Todos, según fueron llamados, pasaron ante la mesa donde estaba sentado el instructor y dieron su contrato debidamente firmado.

  Lentos pasaban los días para Ricardo. Una preocupación más se añadía a todas sus ya de por sí, no pocas preocupaciones: les estaban enseñando el manejo de las armas de fuego, y saber disparar con precisión y a distancia con el fusil, la metralleta, la pistola; todo eso junto con un duro ejercicio físico de escalar por paredes y montes, correr, arrastrarse por el fango, ocultarse en los matorrales, asaltar casas y pelear cuerpo a cuerpo con los puños, o con arma blanca.
  No quería comentarlo con nadie, pero era evidente que aquel aprendizaje tenía un fin determinado, ponerlo en práctica en algún momento necesario para la organización. ¿Estaba él allí aprendiendo a matar? En las clases teóricas de la filosofía de la organización, se enseñaba que había que estar dispuesto a morir matando por los principios e ideales, que juraban seguir defendiendo, ante y por encima cualquier otra circunstancia.
  Todos los días había que recitar los diez mandamientos de la __________

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organización, que ya todos sabían de memoria.
  La filosofía que predicaban era oscurantista e incoherente. Se hablaba de que el Mal no existía de un modo fehaciente, como tampoco el Bien. Sólo existían dos conceptos encontrados, había hechos y circunstancias a los que el hombre tenía que enfrentarse en este mundo, y tenía que saber hacerlo con valentía y sin temor a la muerte. En el más allá se formaba parte de un espíritu poderoso que tenía como enemigo a otro espíritu. Según el comportamiento en esta vida, se uniría a uno u otro espíritu. La organización predicaba a sus adictos el modo de actuar más convincente para después de la muerte, entrar a aumentar el poder del espíritu de Lucifer, el Dios verdadero. Pero lo que Ricardo nunca llegó a comprender bien, era qué representaba uno y otro espíritu en el más allá. Se evitaba hablar del Bien y el Mal de un modo directo; tan sólo se encontraban dos poderes antagónicos, y nadie podía estar al margen de ellos, había sin más razón que alinearse a una u otra parte. La lucha era eterna en el mundo tangible terrenal, y después de la muerte en el mundo espiritual. El poder estaba, radicaba únicamente en la fuerza que domina y vence, para ello había que ser constante y perseverar, no flaquear ni desfallecer en la lucha ante el enemigo. Ricardo se preguntaba quién era el enemigo que se nombraba, pues no se daba una explicación concreta de él. Naturalmente, se decía, serán todos aquellos que no piensen como ellos piensan.
  Un día antes de que se cumplieran las seis semanas de su estancia en aquel apartado campamento, del que ni tan siquiera sabía a qué ciudad pertenecía, ni a qué distancia se encontraría el próximo pueblo, vino alguien a decirle que se presentara ante el instructor, pues tenía al parecer algo que comunicarle.
  Golpeó con los nudillos la puerta de lo que podía decirse que fuera el despacho de aquel individuo.
  -Adelante -dijo la voz conocida, recia y chillona del grandón individuo que era el llamado instructor.
  Ricardo empujó la puerta y pasó al interior. Su sorpresa fue mayúscula por lo inesperado, al ver allí a Sebastián.
  -Me alegro de verte -dijo éste a modo de saludo.
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  Yo no me alegro en absoluto, pensó Ricardo, pero dijo:
  -No esperaba encontrarle aquí.
  -Vengo a por ti, nos marchamos mañana.
  -He contado los días, sé que hoy debía ser el último.
  -Sólo para ti amigo, sólo para ti. Debes tener buena influencia con los jefes, pues lo normal es que permanecieras aquí hasta tres meses de duro aprendizaje; tú aún estás verde, yo diría que muy verde. Tendrías que trabajar todavía mucho para estar en plena forma -dijo el instructor, que no parecía contento, más bien en desacuerdo con que él se marchara.
  -Bueno está -dijo Sebastián con autoritario tono-, así ha sido decidido. Prepara tú tus cosas -le ordenó a Ricardo-, mañana temprano nos marchamos.
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© Rodrigo G. Racero