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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO X


Al fin se encontró en la intimidad de su casa.
  Le habían dado un par de días de descanso para que se recuperara del esfuerzo que había sido para él, aquellos ejercicios de entrenamientos que había sufrido, antes de personarse en el "Cisne Negro", donde recibiría ordenes sobre un trabajo que debía de ejecutar, del que debían de hablar para ponerse de acuerdo, y planearlo concienzudamente. Un mal presentimiento le torturaba la mente, y no le dejaba estar tranquilo. Tenía necesidad de hablar con alguna persona que fuera de su plena confianza, descargar en una sincera conversación, el peso que le oprimía el alma, y para ello nadie mejor que Samara. Pensó en ella con nostalgia; también se acordó de Malva, pero se tuvo que confesar que no tenía ningunos deseos de ver a su novia.
  Debía de andar con toda la precaución del mundo, tenía que evitar por todos los medios el que la organización descubriera que él tenía relaciones con Samara, pues sería un peligro para ambos.
  Se levantó temprano, se había acostumbrado a hacerlo durante todo el tiempo que estuvo en aquella especie de campamento. Se aseó despacio, como recreándose lentamente en lo que hacía, era como un instintivo querer desquitarse de todo el apresuramiento, el todo correr siempre para estar a punto en el lugar ordenado, obedeciendo las órdenes de aquel antipático instructor. Levantarse, comer, fumar, dormir siempre a la misma hora justa, hacer determinadas cosas en determinados momentos: aprender aquella absurda filosofía, hacer ejercicios, recitar en voz alta de continuo aquellos mandamientos, saber cómo emplear las armas de todo calibre y disparar acertadamente con impecable puntería...
  -Hacía tiempo que no aparecías por aquí -le dijo el dueño de la cafetería donde acostumbraba a desayunar.
  -Sí, he estado fuera por cuestión de negocios; la cosa se ha prolongado más de lo esperado.
  -Es verdad, casi siempre sucede así. Después que hubo tranquilamente desayunado, salió, y ya en la calle, pues no quería __________

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que nadie oyera su conversación, intentó ponerse en contacto con Samara. Dudaba entre llamarla a su móvil o bien intentarlo a través del número secreto que le había dado. Miro su reloj de pulsera, eran las diez y cinco. Buena hora, pensó, justo el tiempo que habían acordado para llamarla. Esperaba que ella se acordara, de que él había ya tornado de hacer el curso con la organización. Marcó en su móvil el número que se sabía de memoria. Una voz que a Ricardo se le antojó era la misma de la otra vez, le preguntó qué deseaba.
  -Tengo que hablar para un asunto de suma importancia, con la persona que responde a M.E.5. Haga el favor de ponerme con ella.
  -Dicha persona no se encuentra en este momento aquí. Llame si lo desea dentro de un rato.
  Un gesto de contrariedad se dibujó en el rostro de Ricardo. Intentaré localizarla por su móvil se dijo mentalmente, y pulsó el número, tras dudar en una cifra un leve instante, pues no lo tenía programado.
  La voz conocida de Samara se dejó oír al otro lado. Preguntó no obstante Ricardo como para cerciorarse:
  -¿Eres tú, Samara?
  -¡Ricardo! Precisamente pensaba en ti, que ya debías de estar de vuelta. ¿Dónde estás ahora?
  -Cerca de la cafetería donde acostumbro a desayunar. ¿Podemos vernos?
  -Por supuesto. Yo me voy en este momento a la congregación, ya sabes, la dirección que te dije, donde nos debíamos de encontrar.
  -Sí, allí te he llamado, pero me han dicho que no estabas.
  -Entonces nos veremos en esa dirección, te espero, digamos en veinte minutos.
  -Alarguémoslo hasta como mínimo la media hora, tengo que pasarme por la librería; no puedo tampoco descuidar mis negocios.
  -De acuerdo, hasta pronto pues. Un fuerte beso para ti.
  -También de mi parte un fuerte abrazo y el más apasionado de los besos. Hasta ahora -dijo Ricardo, y de mejor humor se dirigió hacia su establecimiento, esperando que todo marchara bien.
    Ignacio atendía a un cliente cuando Ricardo entro en la librería.
  Esperó unos minutos que se les hacían larguísimos a que su __________

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empleado terminara. Al fin se marchó el cliente tras haber encontrado lo que buscaba.
  -Señor está usted ya de vuelta -dijo Ignacio, se veía que estaba algo sorprendido por la súbita presencia de Ricardo.
  -Sí, pero me he de marchar de seguida. Venía tan sólo a preguntarte si todo está en orden; ya hablaremos más despacio mañana, o quizá pasado mañana.
  -Sí, todo va bien, lo tengo todo anotado. La venta no ha sido mala. Tenía que hablar con usted sobre hacer nuevos pedidos de algunos libros que se han agotado, o de los que quedan pocos ejemplares. También han venido algunos señores que deseaban hablar con usted. Tengo apuntado los nombres y yo...
  -Lo siento, ahora no puedo, ya hablaremos, ya hablaremos de todo. De momento tan sólo  deseaba saber si todo  seguía su curso normal -dijo Ricardo-. Ya haremos cuentas y repasaremos lo que haya pendiente,  y  lo  que  se  tenga  que  hacer,   no  tengo  más  tiempo -añadió, y salió precipitadamente de la tienda.

  Ricardo encontró, tras dar un par de vueltas con el coche y preguntar, la dirección que buscaba. Era un lugar bastante retirado del centro, por lo que no tuvo gran inconveniente en encontrar un aparcamiento, ya que el tráfico allí no era muy intenso, ni había mucho movimiento. Era un edificio de antigua construcción, una especie de palacete con un gran portalón, del que colgaban dos enormes aldabones de hierro imitando la cabeza de un león con su característica melena.
  Al acercarse, advirtió en el quicio de la puerta el pulsador de lo que le pareció un timbre eléctrico; apretó éste y esperó, un instante después se abrió una de las hojas de aquella pesada puerta automáticamente.
  Pasó al interior. Una amplia escalinata de blancos escalones de mármol había ante él. La luz allí era escasa, una tenue penumbra como de misterio envolvía el ambiente. Nadie apareció. Se decidió, tras mirar a una y otra parte a subir las anchas escaleras. Apenas había iniciado el ascenso, cuando estaba en los primeros peldaños, oyó que desde lo alto pronunciaban su nombre, era Samara que __________

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bajaba rápida a su encuentro. Se fundieron en un íntimo y caluroso abraso, y terminaron besándose con toda la pasión que habían guardado en el tiempo.
  -Subamos -dijo Samara después que dejaron de abrazarse-, tengo cosas que contarte.
  -También yo deseo decirte algo que verdaderamente me preocupa.
  Entraron en una amplia habitación. Parecía la oficina de cualquier negocio, en donde hombres y mujeres se afanaban en su trabajo en mesas de escritorios, ante los monitores de sus ordenadores. Había un par de estanterías repletas de papeles, libros y carpetas de todos los colores. Nadie, aparentemente se extrañó de su presencia, ni despertó curiosidad alguna a los allí presentes.
  -Ven -dijo Samara-, te presentaré a nuestro jefe.
  Pasaron a un pequeño despacho. Tras una gran mesa de escritorio, sobre la que también se hallaba un ordenador, estaba sentado un hombre de mediana edad, moreno, de duras facciones y pelo negro.
  -Ricardo -dijo Samara-, te presento a Eusebio, él es el que dirige nuestra congregación.  Mi amigo Ricardo,  del que ya te he hablado -dijo Samara dirigiéndose a Eusebio.
  -Encantado -dijo Ricardo tendiendo su mano que Eusebio estrechó al tiempo de decir:
  -Me alegra conocerte, siéntate por favor. ¿Qué podemos hacer por ti, tienes alguna idea de cómo pudiéramos ayudarte?
  -No, la verdad es que no se me ocurre de qué forma o manera alguien tuviera la capacidad, de poder protegerme contra esa criminal organización. Creo que nada se puede hacer, aparte de que el que lo intente, ponga en riesgo también su vida, cosa que no puedo consentir.
  -La vida está en constante peligro de perderse, defender la propia y la del prójimo, implica sacrificio y lucha por el bien del hermano que está, o se encuentra en una situación difícil, y hay que contribuir para que pueda salir de ella, a ser posible ileso.
  -Es loable y muy de agradecer lo que dice, además de gratificante levanta el ánimo, y debo decir que bien lo necesitaba, pero tengo mis dudas de que sea posible el que pueda zafarme de ellos; ni tan siquiera con vuestra ayuda, aunque no sé bien en qué pueda ésta __________

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consistir, o manifestarse.
  -Creo, por Samara, estar al tanto de todos tus problemas. Déjalo de nuestra cuenta, y nunca pierdas la esperanza.
  -¿Qué es lo que me tenías que comunicar? -preguntó Ricardo a Samara de verdad interesado.
  -Hemos descubierto que tus sospechas, de que tu futuro suegro quizá perteneciera a esa organización, son ciertas; es posible de que su integración no sea tal vez plena dentro de la misma, pero tiene un total conocimiento de ella, y sus negocios son ilícitos; estamos seguros de que se trata de un asunto de drogas.
  -¿De verdad es cierto eso?
  -Dalo por descontado, nuestra información es fidedigna.
  -¡Dios mío! ¿Cómo es posible? Probablemente le han obligado, como a mí, a entrar en el juego de su criminalidad -se pronunció Ricardo, que a pesar de su recelo le costaba trabajo admitir la realidad de que aquello fuera cierto-. No puedo creer otra cosa; siempre han sido una familia honesta -se maravillaba e interrogaba, y se veía que verdaderamente lo lamentaba.
  -Bueno -dijo Samara-, ¿no nos vas a narrar lo que te ha acontecido en el tiempo que has estado fuera haciendo ese curso?
  -Éramos una veintena de los llamados aspirantes a entrar en la organización, como si ello fuera una opción voluntaria, y por lo menos en mi caso no es así, y no pienso que fuera yo el único en esa situación, aunque sí me creo que la mayoría de ellos fueran en verdad unos jóvenes voluntarios, por necesidad económica, pues pagan un sueldo y hasta se tiene derecho a asistencia médica, incluso dan vacaciones. Nos han hecho firmar un contrato que nos une para siempre a la organización, el intento de abandonar la misma se pagará con la vida... -Ricardo relató en grandes rasgos todo lo que le había acaecido, y terminó diciendo-: Lo que más me preocupa es el trabajo del que dicen me he de encargar en breve. No sé de qué se trata, pero tengo el presentimiento de que será un asunto de graves consecuencias para mí.
  -¿No tienes ni la menor idea de qué cuestión pueda ser? -demandó Samara.
  -De lo único que creo estar seguro, es de que será de un tema que __________

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esté fuera de la ley -respondió Ricardo pensativo.
  -Cuando te lo comuniquen, ponte en contacto con nosotros, quizá pudiéramos ofrecerte alguna solución -dijo Eusebio, y explicó:
  -He oído hablar de esa organización llamada "El Anillo Rojo". Es el resurgir de una eugenesia arrolladora, que aspira a la perfección del ser humano como tal, no las diferentes razas, sino la hermosura y grandeza de su diversidad; para ello hay que exterminar a los seres inferiores. El hombre ha de ser bello, fuerte e inteligente, astuto y perseverante, para identificarse como parte de su dios Lucifer, que todo lo puede y consigue.
  -Sí, esa creo que es su terrible ideología.
  Siguieron durante un buen rato deliberando sobre el Mal que invade el mundo, cada vez más refinado en su perversión. La adquisición de dinero por los medios que fuera, parecía ser el objetivo de la inmensa mayoría de los hombres; la corrupción de gran parte de la sociedad era manifiesta: Políticos, jueces, señores en altas posiciones, eran tentados y caían en la ambición de procurar alzarse con el poder y la fortuna, a costa de llevar a la ruina a gente ignorante e inocente; algunos no tenían reparo incluso de mancharse las manos de sangre. Los hombres se matan en definitiva por infinidad de causas, las más ostensibles son por ideales políticos o fanatismo religioso, por bajos instintos de odio, envidia, honor mal entendido y guerras llevadas a cabo por intereses económicos...
  Samara le ofreció quedarse aquella noche allí, y descansar junto a ella, hasta que llegara la hora de marcharse al "Cisne Negro".
  Tenían siempre un par de habitaciones dispuestas para acoger a cualquier visitante que lo necesitara.
  Le enseñaron la casa, y se enteró por Eusebio de que aquella congregación estaba al servicio del Bien, ayudaba sin interés de ninguna clase, a toda persona que lo necesitara dentro de sus posibilidades, en la búsqueda de un trabajo, o aconsejando el mejor modo de actuar en determinados momentos difíciles de la vida; a emigrantes, encauzándole en la ardua tarea de encontrar acoplo en la nueva vida, en la búsqueda de vivienda, solucionándoles la consecución de algunos documentos o escribiendo solicitudes, -en __________

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fin, -terminó Eusebio-, no nos podemos quejar de falta de quehaceres.
  -Perdón -dijo Ricardo- pero, ¿cómo hacéis para poder financiar todo esto que tenéis, y los que aquí trabajáis, quién os apoya económicamente?
  -Existe mucha gente anónima que nos favorecen con sus donativos, y otros muchos que trabajan voluntaria y desinteresadamente por nuestra causa, de servir al prójimo y por un mundo mejor; la lucha contra el Mal es eterna, y hay que afrontarla sin desmayo.
  -Prepararé algo de comer para los tres -dijo Samara.
  -¡Cómo! ¿Tenéis también cocina aquí? -se maravilló Ricardo.
  -Por supuesto, y avíos para cocinar nunca faltan -contestó sonriente Samara.
  Ricardo pasó el día entero dentro de la congregación, al lado de Samara, hasta que ésta se tuvo que ir para su trabajo de animadora en el "Cisne Negro".
  Se levantó temprano por la mañana. Cogió su coche y fue a desayunar en el bar de costumbre.
  Pensó que debía llamar a Malva, dudaba entre callar o ser sincero con ella, contarle la verdad de su infidelidad, y también las sospechas, más bien ya certezas de que su padre estaba metido en un criminal y sucio negocio de drogas.
  Debía andar con mucha precaución, tal vez aún no fuera prudente confesar nada; la verdad era que él estaba igualmente dentro de aquella organización criminal, y seguramente apunto de verse obligado a cometer cualquier delito.
  Decidió llamarla para decirle que había vuelto de su viaje de negocios, pero que seguía sin tener tiempo de ir a verla. Le propondría que viniera ella el Domingo para hablar con tranquilidad, los dos solos, fuera del ambiente familiar de su casa.
  Así lo hizo, y quedaron en que él iría a la estación a recogerla, pues tenía el coche en el taller, para prepararlo a pasar la revisión.
  Se pasó el resto del día en la librería, haciendo cuentas con Ignacio, arreglando asuntos que se habían quedado atrasados por su ausencia; haciendo pedidos y contestando a cartas, así como recibir __________

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a un par de visitas de representantes de editoriales.
  Después de cenar en un restaurante, al que acudía con frecuencia, decidió marcharse temprano a casa, se encontraba algo fatigado, por el esfuerzo mental que tuvo que hacer para enfrentarse a las tareas del negocio, a pesar del cúmulo de preocupaciones que se albergaba en su cabeza, por el inminente trabajo que debía efectuar para aquella maldita organización; no se le apartaba del pensamiento el preguntarse, ¿qué es lo que él tendría que hacer? Por más vueltas que le daba no hallaba una explicación coherente, no daba con el hilo del que al tirar, llegara a ver y comprender el porqué era él para aquella gente importante, incluso su casamiento lo habían mencionado como una cosa que les atañera directamente.
  No quería seguir torturándose el cerebro. Encendió la tele para distraerse viendo cualquier película. Pocos minutos después, cuando ya casi había conseguido adentrarse en la trama del film, sonó el timbre de la puerta.
  Miró extrañado el reloj de pared que señalaba las once y cuarenta minutos de la noche. Se levantó y descolgó el portero automático.
  Al preguntar quién era, no salió de su asombro al oír que se trataba de Sebastián, que tenía que hablar de inmediato con él.
  -¿Es la cosa tan urgente que no puede esperar hasta maña? -dijo irritado Ricardo.
  -Sí, lo es. Abre por favor la puerta -habló en tono autoritario el viejo. Debía estar con él otra persona, pues Ricardo oyó como alguien hacía algún comentario que no entendió, pero pensó que quizá fuera el inseparable Mauricio.
  Resignado comprendió que debía obedecer y hacerles pasar, ya que en verdad no tenía ningún sentido negarse.
  Efectivamente, era Mauricio el que como de costumbre, acompañaba al viejo Sebastián.
  -¿A qué tengo el honor de tan agradable visita, a esta hora de la noche? -preguntó irónicamente Ricardo.
  -Déjate de idioteces -dijo el barbudo anciano-, la cosa es seria. Hay que hacer un trabajo rápido y limpiamente, sin dejar la más mínima huella. ¿Entiendes?
  -¿Un trabajo? No entiendo de qué trabajo me habla.
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  -Conforme que aún ignoras de qué, pero sí sabes que tienes que hacer un trabajo, hace tiempo que lo sabes, así que no te hagas el tonto.
  -Bien, pues decidme lo que me tengáis que decir. Supongo que lo que tenga que hacer, lo haré ya mañana. ¿Sabéis? Estoy muy cansado. Me iba a la cama cuando habéis llamado.
  -Pues tendrás que irte a dormir más tarde; lo que tenemos que planear no tiene espera.
  Ricardo tenía curiosidad y a la vez miedo de enterarse, qué clase de asunto era el que él tenía que llevar a cabo.
  Mauricio, que no había abierto la boca en todo el tiempo, lo que no era habitual en él, dijo con tono amenazante:
  -Cierra el pico, siéntate y oye atento lo que se te tiene que decir.
  -Cállate -le dijo Sebastián a Mauricio-. Vamos, sentémonos todos. Tráete algo de beber -dijo dirigiéndose a Ricardo.
  -¿Qué prefieren los señores: Champaña, coñac, vino, cerveza...
  -El champaña lo dejaremos para celebrar tu trabajo, si lo haces bien -comentó Sebastián-. Ahora, y por lo menos para mí, prefiero coñac.
  -Yo también -anunció Mauricio.
  -De acuerdo, coñac para todo el mundo -dijo Ricardo y se dirigió al mueble-bar. Puso después la botella y las copas sobre la mesa y se sentó en el sofá junto a Sebastián-. Que cada uno se sirva lo que guste -dijo con un gesto de la mano.
  -Vaya anfitrión -comentó el viejo en tanto destapaba la botella y se servía una copa bastante llena.
  Mauricio hizo otro tanto, y Ricardo apenas llenó el culo de su copa.
  -Parece que no te quieres emborrachar -comentó Mauricio con una sarcástica sonrisa.
  -Déjalo, mejor así, pues tiene que estar bien atento y no perder detalle, de lo que le vamos a decir que ha de hacer.
  Ricardo esperaba expectante las palabras de Sebastián. Éste le hizo una seña a Mauricio, el cual sacó del bolsillo interior de su chaqueta una pistola que puso sobre la mesa.
  A Ricardo le dio el corazón un vuelco, pero todavía no se atrevió __________

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a preguntar nada, seguía esperando.
  El viejo Sebastián comenzó a hablar despacio y recalcando intencionadamente las palabras:
  -Esa pistola -dijo indicándola con el dedo-, es tuya, tú ya has disparado con ella en los ejercicios de prácticas. ¿No la reconoces?
  -No -contestó Ricardo-, para mí son todas iguales. No la quiero, yo no necesito ninguna pistola.
  -Te equivocas, la necesitas y tendrás que usarla mañana.
  -¡Yo!  -se  asombró-.  ¿Qué  queréis  que  haga yo con una pistola? -demandó Ricardo visiblemente indignado.
  -Calma, no te sulfures que no te conduce a nada. Lo que tienes que hacer lo has de hacer sin más remedio.
  -Sí -remachó Mauricio-, será mejor que no opongas resistencia, pues las consecuencias serían dolorosas para ti -dijo éste en abierta amenaza, a la que Ricardo no respondió con palabras, pero sí con una mirada llena de profundo odio.
  -Pon atención a lo que te digo -volvió a hablar Sebastián-: Mañana sobre las diez de la noche te presentas en el restaurante "El rey de copa", en la alameda principal. Supongo que lo conoces. Yo me hallaré acompañado de otra persona, sentado a una mesa cerca de la entrada, es una mesa sólo para dos, yo procuraré que mi acompañante esté de espaldas a la entrada, de modo que no te vea llegar. Tú entras, sacas la pistola, le das un tiro en la nuca y te marchas con rapidez, pero no precipitado, que te puedas caer, y le dé a alguien por reaccionar haciéndose el héroe, e intentar detenerte. Fuera te espera un coche con el motor en marcha, subes a él, y lo demás es de nuestra cuenta, el hacer que desaparezcas del lugar del crimen, y tengas una coartada, en caso de que por cualquier circunstancia te hiciera falta.
  Ricardo estaba anonadado. Oía aquello y no se lo quería creer. ¿Estaba soñando o le ordenaban que matara en verdad a un ser humano? Aquellos individuos estaban ciertamente locos de remate. Él era incapaz de hacerle daño a nadie, ni tan siquiera al más despreciable de los animales. ¿Cómo iba a poder llegar a ejecutar tal misión? Comprendía que ellos estaban dispuestos a todo con tal de que él cumpliera lo que le habían asignado, pero él les tenía que __________

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hacer comprender que se habían equivocado, que él no era de ninguna de las maneras el hombre indicado para llevar a fin tal acción. Sencillamente él no tenía madera de asesino.
  Así, pues se lo hizo saber, explicando lo más tranquilo que pudo, que su negativa era irrevocable, aunque tuviera que pagar con la vida su desobediencia.
  -Tú no sabes lo que te dices, piénsatelo despacio, te conviene ejecutar la orden, es más sencillo de lo que a primera vista parece. Créeme que te entiendo, sé lo que pasa por tu adentro; comprendo que ahora se te haga un mundo y sientas escrúpulos, pero el tiempo terminará borrándolo, o si quieres olvidándolo todo. Después te casas con tu bella novia Malva, y podéis ser tan felices -le sermoneó con voz acariciadora el viejo Sebastián.
  -Sí, claro, y como en el cuento comeréis perdices -dijo Mauricio al tiempo que se reía estrepitosamente.
  -Lo que no llego a entender es por qué tengo que ser precisamente yo; ese trabajo lo podía hacer estupendamente Mauricio. Es más, creo que esa clase de ocupación le va como anillo al dedo a su modo de ser.
  -Sí, seguro -dijo Sebastián-, pero tú tienes que empezar a efectuar algo grande para la organización. A demás se ha decidido por el supremo, que seas tú el que te encargues de ello. Ya sabes lo que te espera si desobedeces. Te he llegado a tomar simpatía, y créeme que no me gustaría tener que llegar al último extremo de...
  Ricardo pensaba precipitadamente, se veía como fiera acorralada, tenía que ganar tiempo, y por eso no quería dejar de hablar y argumentar sobre que él no era la persona más indicada para realizar tal cometido, si aparentaba que aunque fuera a regañadientes aceptaba hacer el tal encargo, cuando ellos se fueran, intentaría ponerse en contacto con Samara, a ver qué le aconsejaban, que comportamiento adoptar, o qué ayuda ellos, los de aquella congregación, le pudieran dar, por eso demandó:
  -Podría saber quién es, de qué persona se trata y por qué se la tiene que eliminar.
  -No, eso es asunto de la organización como tal, los motivos que deciden una determinada acción, radica en el poder del supremo. __________

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Nosotros tan sólo obedecemos ejecutando las órdenes recibidas.
  -Está bien, está bien, lo intentaré; pero no os puedo afirmar el que llegue a ser capaz de hacerlo, de verdad que no sé si lo conseguiré. Quizá fracase en el último instante.
  -Lo conseguirás. Piensa siempre que es como una especie de legítima defensa, el otro o tú, digamos que estás protegiendo tu propia vida -dijo Sebastián.
  -Te ganarás mi admiración si lo consigues, en caso negativo tendrás mi más absoluto desprecio -afirmó Mauricio-, y te advierto que no te sentará nada bien, yo diría que fatal -terminó amenazando.
  Ricardo pensaba en la absurda maldad de aquella gente, que glorificaban el crimen y le daban un mérito excepcional, como si fuera un acto heroico, una proeza.
  -Bien, ya he dicho que lo intentaré. Ahora desearía descansar un poco, por favor.
  -Vale, te dejamos, pero te advierto que no intentes engañarnos con ninguna clase de truco, pues te aseguro que no tendrás hueco en la tierra donde te puedas esconder, que nosotros no te podamos encontrar -sentenció el viejo.
  Con esa terrible amenaza, que cayó como una pesada losa sobre el ánimo de Ricardo, se despidieron aquella pareja de malvados y desalmados bellacos.
  Sentado en el sofá, con el rostro hundido en las palmas de sus manos; lágrimas de ira e impotencia querían brotar de sus ojos. Sobre la mesa estaba aquella pistola silenciosa, esperando que él la hiciera hablar con un sonido de muerte para un desconocido, sin que él supiera la razón o el motivo.
  Hacía tremendos esfuerzos para sobreponerse a la realidad que le afligía, no podía caer en un desánimo y profundo desconsuelo, pues sería tanto como entregarse en manos de aquellos criminales que sin el más mínimo titubeo lo matarían. Intentó serenarse, pensar fríamente lo que debía de hacer. Dejaría pasar el tiempo para asegurarse que el terreno estaba libre, pues pudiera ser que aún estuvieran espiándole.
  No tenía coche, ya que éste se hallaba en el taller para que le __________

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pasaran la revisión técnica. Recordaba que todavía se encontraba en su poder una llave del piso de Samara; iría andando aunque estaba lejos, y se escondería en su casa hasta que ésta llegara de su actuación en el "Cisne Negro". Sabía, era consciente de que comprometía a Samara, que la exponía a un verdadero peligro, pero no veía otra alternativa por la que pudiera optar, a pesar de que se rompía la cabeza buscándola.
  Aunque no quería beber mucho, no fue capaz de contenerse y libó unas cuantas copas y consumió casi el paquete de cigarrillos.
  Observó que eran ya cerca de las tres y media de la madrugada, y decidió ponerse en camino hacia la casa de Samara.
  Cogió un pequeño bolso de viaje y metió en él ropa interior, así como lo necesario para su aseo personal diario. Recorrió con la mirada todo el salón, como queriendo encontrar algo que tuviera que ordenar, tal vez retirar, o hacer desaparecer. ¿Qué hacer con la pistola? La cogió, y la escondió en el ropero entre unos jerséis.
  Cerró la puerta con llave al salir de la casa. Comenzó a andar cautelosamente mirando a su alrededor, no se veía a nadie. El silencio más absoluto reinaba a esa hora de la madrugada, en las afueras de la ciudad donde vivía. La mortecina luz de las farolas no dejaba tener una buena visibilidad. Apretó el paso, la casa de Samara estaba lejos, en el centro de la ciudad, y quería llegar antes que ella, pues, pensaba, si ella estaba bajo vigilancia, y él llegaba más tarde, pudiera ser que advirtieran su llegada al apartamento, y eso quería evitarlo, pues no cabía la menor duda, que pondría en peligro la integridad física de su amante.
  Iba abstraído, pensando febrilmente en su crítica situación y cómo poder salir de ella, cuando, repentinamente, le pareció oír pasos detrás de él; no quiso volver la cabeza, y aligeró más si cabe su propio andar, pero los pasos a sus espaldas estaban cada vez más cerca, tan cerca, que estaban ya a su altura, y alguien puso una mano sobre su hombro, al tiempo que preguntaba:
  -¿Adónde vamos a estas horas?
  Un escalofrío recorrió el cuerpo de Ricardo al reconocer la fría voz de Sebastián. Una risa forzada le delató que también Mauricio estaba allí, y decía:
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  -Éste se cree que somos tontos, y no sabe que el tonto es él, el pobre diablo.
  -¡Vamos, responde! ¿Adónde te diriges? -insistió el viejo.
  -Pues -Ricardo no sabía qué contestar, comprendía que no tenía ningún sentido tratar de buscar una excusa, una falsa evasiva-, la verdad es que ni yo mismo lo sé. He comprendido que no voy a ser capaz de efectuar ese encargo que me habéis asignado, y sinceramente pensaba quitarme de en medio, desaparecer, marcharme a otra ciudad, quizá al extranjero, en fin, lo siento de veras, yo...
  -Ya  te  advertí que te  iba a  costar caro si  intentabas  engañarnos -dijo Mauricio al tiempo que cogiéndole de la camisa por el pecho, le zarandeó violentamente. Ricardo intentó librarse de las garras del violento individuo; pero éste le dio un fuerte empellón que hizo que Ricardo se tambaleara, y trompicándose yendo de espaldas, terminara cayendo al suelo dándose un tremendo golpe en la cabeza que le hizo perder el conocimiento.
  -¡Qué has hecho imbécil! -gritó enojado Sebastián al tiempo que agachándose, miraba preocupado a Ricardo que permanecía yacente, sin dar señales alguna de vida.
  -¡Venga hombre, se está haciendo el inconsciente! ¿No te das cuenta que es teatro? -dijo Mauricio, pero no las tenía todas consigo.
  -De teatro nada. Te lo has cargado amigo. Esto echa por tierra todos los planes que la dirección había concebido; ahora deberás atenerte a las consecuencias que de tu acción sobrevengan.
  En el rostro del iracundo Mauricio se reflejaba ahora una honda preocupación, más bien se diría verdadero miedo.
  -Podemos  decir  que  se   ha   caído  cuando  intentaba   escaparse -propuso Mauricio-. En realidad ha sido un accidente; yo no quería de ninguna manera llegar tan lejos.
  -Demasiado bien sabes que eso no puede ser, de todas formas las consecuencias serán las mismas, sólo que para mí serán aún peor de lo que ya las son -dijo un Sebastián meditativo, que intentaba tomar el pulso de Ricardo-. Creo que todavía está con vida, quizá recupere el conocimiento en un rato. Ayúdame, llevémosle hasta su __________

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casa. No lo podemos dejar aquí.
  Una vez dentro de la casa, desnudaron a Ricardo y lo metieron en la cama. Sorprendentemente no presentaba ninguna herida.
  -¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó Mauricio que todavía permanecía inquieto.
  -Esperaremos un rato por si acaso volviera en sí, en caso contrario nos marcharemos, y permaneceremos al acecho a ver que ocurre.
  Retrasaremos dar parte a la dirección un par de días, pero si la cosa no se arregla, no habrá más remedio, a nuestro pesar, que contar la verdad de lo sucedido -se lamentó Sebastián.
  Se sentaron, y así estuvieron en silencio un buen rato, mirando a Ricardo que permanecía inmóvil en el lecho, sin dar señales algunas de recuperar el conocimiento.
  Se alzó Sebastián de su asiento y yendo hacia la cama, dio unos suaves golpes en el rostro de Ricardo, como en un último intento de que éste despertara de su inconsciencia, con nulo resultado.
  -No hay nada que hacer. Vámonos -dijo dirigiéndose hacia la salida-. ¡Un momento! -Se volvió y echó una ojeada por toda la vivienda, quería ver si había algo que delatara su presencia allí-. Recoge y limpia las copas, y ponlo todo en perfecto orden -le mandó con voz seca a Mauricio-. Ah, busca la pistola, no la podemos dejar aquí.
  Mauricio rebuscó por los bolsillos del traje de Ricardo sin encontrarla, y dijo:
  -Parece ser que no la llevaba consigo.
  -¡Pues tendrás que buscarla! -dijo todavía enojado Sebastián.
  Ambos se dedicaron durante algún tiempo a buscar la pistola, hasta que finalmente dieron con ella.
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