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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO VIII


Deseaba ver a Samara antes de efectuar el viaje que se veía forzado a emprender. Aún conservaba la dirección que ella le diera. Recordaba que había prometido romperla. Encendió un cigarrillo. Bebió un trago de la cerveza que tomaba en el restaurante donde se hallaba, y quemó la tarjeta después de haberla leído un par de veces más. La repitió mentalmente para no olvidarla.
  Dudaba entre llamar por teléfono, o simplemente presentarse en aquel lugar diciendo que le enviaba Samara, y preguntar cuando la podría encontrar allí. Habían acordado en verse en unas dos semanas, pero él no quería esperar tanto. Además tenía que viajar al extranjero en una semana y quería consultarlo con ella. ¡Ah, ya! Ahora se recordaba que le había dicho que la buscara sobre las diez de la mañana. Miró su reloj de pulsera. Las diez y media. Se dijo que sería mejor dejarlo para el día siguiente.
  Cayó en la cuenta de que su pensamiento había estado antes en Samara que no en Malva. Era un sentimiento ambivalente el que sentía. Comprendía que tenía un problema en el sentido amoroso o sentimental, y otro mucho mayor con aquella más que perversa organización. Quizá era esto último lo que le unía más a Samara, a buscar su consejo y compañía; pero si quería ser sincero consigo mismo, tenía que confesarse que se sentía más atraído por Samara que no por Malva, esa era la pura verdad.
  Llamó por teléfono a Cristian. Quería verse con él antes de partir. Le hablaría abiertamente de aquella organización, le exigiría que le aclarase qué clases de relaciones le unía con la misma. Sobre todo tendría que ayudarle a encontrar una explicación a su repentina ausencia, por su marcha al extranjero.
  Quedaron en encontrarse a las dos. Comerían juntos en un restaurante del pueblo, donde Cristian vivía y tenía la fábrica de muebles. Más tarde vería a Malva.
  Se pasó por la librería para decirle a Ignacio que tenía que solucionar unos asuntos, y que probablemente ya no le daría tiempo de volver; y que fuera él el que se encargara de abrir por la mañana. Se marchó a su casa con la cabeza llena de contradictorios __________

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pensamientos. Quería poner orden en sus ideas antes de ir a verse con Cristian. ¿Debería de ponerle en conocimiento su pertenencia a la organización, o quizá sería mejor no mencionar todavía este aspecto, y decir que tenía que ausentarse por un tema relacionado con su trabajo, que se hallaba a la caza de un determinado manuscrito para un buen cliente, que estaba dispuesto a pagar un alto precio por el mismo, por lo que el negocio valía la pena?
  Estaba indeciso, dudaba entre hablar claro con Cristian de todo lo que le acontecía, o seguir ocultándolo. La que de seguro se lo tomaría peor sería Malva, con la que últimamente se encontraba algo despegado. De cualquier forma, sí intentaría ahondar en las relaciones que el que podía ser su suegro, tenía con Sebastián; diría que había oído a un amigo que le conocía, decir que no era buena persona el tal Sebastián. Según el derrotero que la conversación tomara, así pues se decidiría a contar o no la verdad de lo que a él le sucedía con aquella maldita organización.
  Empleó aún algún tiempo poniendo en orden unos papeles, y a las doce y media partió para el pueblo a encontrarse con Cristian. Con el coche y a buena velocidad tenía poco más de una hora de camino hasta llegar al restaurante donde se habían citado a las dos.
  Llegó con tiempo sobrado. El tráfico no había sido muy denso.
  Entró en el local y preguntó por su suegro, al ver que éste no se encontraba todavía allí. Le dijeron que aún no había llegado.
  -Tráigame una cerveza -dijo después de haber contestado al saludo del camarero, pues éste conocía bien a la familia, ya que todos acostumbraban de vez en cuando a visitar la casa, y Cristian llevaba con frecuencia a algunos de sus clientes a ella.
  Apenas habían pasado las dos cuando apareció Cristian.
  -Hola -saludo su suegro al llegar-. ¿Qué es eso tan importante que me tienes que comunicar? -demandó al tiempo de sentarse a la mesa. Pidió una cerveza al camarero que se acercó.
  -Me tengo que ausentar unos días. He de salir de viaje. Deseaba hablarte antes de partir de Sebastián. ¿Supongo que sabes a quien me refiero?
  -No conozco más que a un Sebastián. Me imagino que te refieres al hombre mayor que vistes en casa hace unos días.
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  -Sí, el mismo exactamente. Le vi en un bar estando con un amigo, el cual me dijo que ese viejo barbudo es un personaje de cuidado, un delincuente que trafica con drogas, y que no tiene inconveniente en asesinar al que se interponga en su camino.
  -¿Y eso es todo,  lo de vital importancia que me tenías que contar? -dijo Cristian con un tono más bien de enfado.
  -¡Hombre, te parece poco! Puede ser muy perjudicial para ti, tener
  negocios con tal individuo.
  -No te preocupes tú de mis negocios. Yo sé lo que me hago. Eso es seguro habladuría de la gente. En el momento que alguien tiene éxito, se habla mal de él. Todo es producto de la envidia, créeme.
  Ricardo pensaba que su suegro no estaba dispuesto a soltar prenda. ¿O acaso fuera posible que Cristian nada supiera de la organización en la que él, Ricardo, había caído? Quizá sus negocios fueran de verdad honestos y limpios, manteniéndose dentro de la ley, y nada tenían que lo relacionaran con la verdadera ideología de la organización.
  -Dime, si no te importa, ¿qué clases de negocios te unen a ese hombre, qué grandes intereses?
  -No te lo tomes a mal, pero no puedo hablar de ello, por lo menos no en este momento, lo he prometido; y aunque tú seas casi de la familia, no cambia la cosa.
  -De acuerdo, no quiero tampoco obligarte. Mi intención era tan sólo ponerte en guardia, para que evitaras estar mañana en una situación delicada o embarazosa.
  -Traiga una buena botella de vino -dijo Cristian al camarero que se había acercado para saber si habían ya elegido lo que iban a comer.
  Después de que cada uno hizo su pedido, preguntó Cristian, ahora con un tono más alegre:
  -Y bien, cuéntame algo de ese viaje que tienes que hacer.
  -Nada del otro mundo. Persigo la pista de un libro manuscrito para un cliente, que está dispuesto a pagar un buen precio por él. Creo que te sentirías aburrido si te hablo de libros y autores, es un tema que nunca te ha interesado.
  -Sí, tienes razón. Hablando de otra cosa, me parece que Malva __________

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está un tanto enfadada contigo. Últimamente la tienes olvidada, un poco abandonada diría yo, tú apenas apareces por aquí, y tampoco llamas por teléfono. Ella está algo desilusionada. Cuando en realidad teníais que estar preparando la boda, tú reaccionas alejándote y mostrándote de un modo esquivo, que ella no logra entender. ¿Qué os pasa?
  -Nada de particular. Yo estoy bastante enfrascado en diversos asuntos que de momento acaparan todo mi interés, eso es todo. Supongo que ella se halla en la oficina; iré a verla y hablaremos, no te importará que se tome el resto del día libre. ¿Verdad?
  -Para nada, de todas formas ella hace siempre lo que quiere, tú ya la conoces.
  -Se dirigieron a la fábrica después de la comida. Cristian se despidió diciendo que tenía cosas que hacer. Ricardo fue a las oficinas a ver a Malva, pero ésta aún no había vuelto. Le dijo una de las chicas que se había marchado junta con Beatriz.
  Beatriz era la secretaria, la mujer de Rogelio, y éste, pensó Ricardo, sí que estaba metido en toda aquella trama de la organización, y les había estado espiando a él y a Samara, de eso no le cabía la menor duda. La pregunta era si también la secretaria, esposa de Rogelio, estaba en compinche con todos ellos. ¿Sería posible que incluso Malva supiera de los negocios de su padre con Sebastián? Sintió horror al pensar que quizá él fuera la victima de todos ellos; que existiera un complot para llevarle a él a sabe Dios qué circunstancias, que quisieran obligarle a efectuar cualquier acto fuera de la ley, cualquier acción criminal. ¿Estaría Malva enterada de su relación con Samara? Nada le extrañaría que Beatriz tuviera conocimiento de ello por su marido Rogelio, y que ésta se lo hubiera confesado a su novia.
  Ricardo salió de sus negros pensamientos al oír las risas de las dos amigas al entrar en la oficina, y se alzó de su asiento.
  -Malva yo... -empezó diciendo Ricardo.
  -Hola -respondió ella fríamente, y siguió hasta sentarse en su lugar de trabajo.
  -Buenas tardes Ricardo -saludó Beatriz.
  -Buenas tardes -contestó él. Se acercó a Malva preguntando-: __________

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¿Podríamos dar una vuelta? Quisiera hablar contigo.
  -Ahora no puedo ir a ninguna parte, tengo que trabajar; pero habla, te escucharé atentamente.
  -Comprendo que estés enfadada, mas no debes de juzgar antes de saber. Deja que te explique el porqué de mi ausencia de los últimos días. Quizá me puedas entender.
  -No dudo el que hayas estado muy ocupado con tu trabajo, pero al menos una llamada por teléfono de vez en cuando, sí creo que hubiese sido posible.
  -Mala suerte; a coincidido que el móvil estaba descargado, o se me había olvidado, o no tenía cobertura... en fin tampoco es que haga una eternidad que no nos vemos.
  -No tengo la más mínima intención de enfrascarme en una tonta discusión. Te digo que tengo bastantes cosas que hacer aquí. Lo siento, ven si quieres otro día, pero por favor llama antes por teléfono si te parece.
  Ricardo notó que ella no estaba dispuesta a ceder. Normalmente jamás había sido tan dura con él. Pensó que lo mejor sería no insistir, rogar o lamentarse. Así pues dijo:
  -Está bien, como quieras, me marcharé entonces -y uniendo la acción a la palabra, salió de la oficina y se dirigió a su coche.
  En el camino a casa pensaba que nada le había dicho a Malva de su viaje; quizá fuera mejor así, y su aparente enfado por la negativa de ella al no querer salir para hablar con él, justificaría su silencio.
  La llamaría por teléfono y se lo contaría superficialmente, de esa forma evitaba tener que dar detalladas explicaciones.
  Se dirigió derecho a su casa. Estaba bastante deprimido, con una bajísima moral. No quiso ni tan siquiera pasar por la librería.
  Ignacio es un chico competente, se dijo, y se fiaba de él plenamente.
  ¿Qué le depararía el destino al final de todo aquello? Algo como una voz interior le advertía de lo peligroso que podía resultar, seguir adelante con aquella enigmática organización. Sopesaba las posibilidades que tendría en caso de denunciarlo todo a la policía. Lo malo de decidirse por esa opción, era la falta de pruebas que tenía para corroborar sus afirmaciones.
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  Se veía impotente, metido en un callejón sin salida posible. ¿Qué hacer Dios mío? Se preguntaba desesperado. Nadie podría ayudarle en esa su lucha con la adversidad de un modo contundente. Tan sólo Samara era una pequeña "luz", que avivaba una muy débil esperanza en su ahora negra vida. Sin la menor duda pensaba que tenía que existir por fuerza un motivo, que había impulsado a aquella gente a ir precisamente ha embaucarlo a él, no había sido elegido por azar, sino que todo había estado con tiempo anterior ya premeditado. Ahí estaba la incógnita, la solución era saber el porqué fue él el escogido. ¿Lo sabría Cristian? En lo más hondo de él, pensaba que su suegro era la clave, y de cualquier forma el responsable de su desgracia.
  No quería creer que Malva estuviera en el complot, probablemente ella ignorara toda aquella trama. Tan sólo estaba un tanto desilusionada con él, y la verdad es que tenía toda la razón del mundo para estarlo. Pensó en Samara y comprendió que sentía un erotismo pasional por ella, que le obligaba insistentemente a buscarla, a querer estar cerca de ella. La llamaría por la mañana sobre las diez; pues ella solía trabajar en el "Cisne Negro" hasta las tres de la madrugada. Como acordaron, él no había vuelto a visitarla en su casa. Tenía una verdadera curiosidad por conocer al tal Eusebio Monterrey, llamado soldado de Dios.
  Aún no habían transcurrido las dos semanas que acordaron dejar pasar antes de verse, pero las circunstancias eran ahora otras, él ignoraba que lo fueran a enviar al extranjero. ¿En qué consistiría el curso que tenía que hacer? No creía que se tratara tan sólo de aprenderse una doctrina, que si tomaba por ejemplo los mandamientos que había cantado, no podía pertenecer a ella más que personas desequilibradas y dementes. Tenía curiosidad por ver de qué se trataba, qué haría en el extranjero y, ¿por qué debía de ser fuera del país? Pero el miedo de entrar a formar parte de aquella organización era todavía más grande que su inquietud y deseo de saber en qué desembocaría todo aquello.
  En fin, sin la menor duda ya llegaría a saberlo; a lo más tardar cuando estuviera en el lugar al que sin más remedio, lo iban a mandar.
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  Se levantó a las ocho, y aún estaba soñoliento. Había dormido profundamente a pesar de sus preocupaciones, lo cual no era normal que le pasara.
  La ducha lo reanimó, y quiso mirar las cosas bajo un punto de vista más optimista; dejaría que los acontecimientos fueran transcurriendo, y según se desarrollaran, así decidiría qué actitud adoptar.
  Fue a desayunar a la cafetería que tenía por costumbre hacerlo.
  Hizo tiempo leyendo el periódico, y sobre las diez llamó al móvil de Samara con la esperanza de contactar con ella, no lo consiguió, y lo intentó llamando al número que se había aprendido de memoria, y que ella le había dado, de aquel tal Monterrey.
  -Sí, dígame -se oyó decir la ronca voz de un hombre.
  -Desearía hablar con la señorita Samara...
  -Aquí  no vive nadie de ese nombre.  Se  ha equivocado de número -le dijeron, y sintió como le colgaron bruscamente el teléfono.
  ¿Qué podía pensar de aquello? Si ella no era conocida allí, ¿cómo le había dado ese número? ¿Dónde estaría ella en ese momento?
  Por lógica, y dada la hora que era de la mañana, debía de estar en su apartamento, o quizá en la cafetería a la que solía ir, y en la que ya estuvieron juntos.
  Hubiera deseado evitar acudir, como acordaron, por aquellos lugares en los alrededores de su casa, por si acaso todavía Rogelio estuviera al acecho; pero dado lo acontecido, se atrevió a ir, y se puso en camino hacia el local que ella frecuentaba. Allí bien la conocían, y en caso de no hallarla, podía dejar el recado de que él había estado buscándola, y ella pudiera entonces comunicarse con él. Era quizá una posibilidad de poder contactar con ella.
  Entró en el café que ya conocía, y ocupó el mismo sitio en que estuvo sentado con Samara unos días atrás. Ella no se encontraba allí. Miró su reloj, ya eran cerca de las diez y media, aún tenía una leve esperanza de que apareciera.
  -¿Qué toma el señor? -preguntó el camarero en ese momento.
  -Quisiera hacerle una pregunta. ¿Sabe si ha estado aquí ya esta mañana Samara?
  -De verdad que lo siento señor, pero nosotros no acostumbramos a __________

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dar información ninguna de clientes, a personas que no conocemos.
  -Comprendo. Sírvame un café con leche. Esperaré un rato, tal vez todavía aparezca.
  -¿Qué le traigo con el café?
  -Nada, sólo café, por favor.
  Cerca de las once, cuando Ricardo ya se levantaba para marcharse, apareció Samara. El gesto de extrañeza en el rostro de ella, era altamente visible.
  -¿Tú aquí? ¿Pasa algo? -Ahora se advertía preocupación en todo su semblante-. ¡Cuéntame! Me imagino que has venido por algo importante.
  -Me alegro de verte -dijo él-. ¿Cómo estás? Siéntate, ahora te explicaré -hizo señas al camarero que acudió, solícito-. Tráigame un coñac, y lo que la señorita pida.
  -Supongo que lo de siempre -dijo el camarero dirigiéndose a Samara. Ésta asintió con un gesto de cabeza.
  ¿Qué ocurre? -volvió a preguntar Samara visiblemente inquieta.
  -He estado dentro de esa organización; son una banda de locos, y por lo que deduzco, intentan arreglar el mundo glorificando al Mal como la fuerza imprescindible y necesaria, que levante el poder del hombre, que lo haga fuerte, física y espiritualmente, para llevarlo al más alto grado de poder en el mundo, al que están llamado a dominar, naturalmente que no hablan del hombre en general, sino exclusivamente de aquellos que estando sanos y fuertes, se entreguen en cuerpo y alma a la ideología en la que creen y propagan; y en la cual existe una jerarquía y una férrea disciplina. A los débiles y enfermos se les debe eliminar, ya que hay que evitar que se sigan procreando; esto es la selección de la raza, que aunque la misma naturaleza se encarga de hacerlo, se practica el error humano de querer salvar a toda costa, y mantener con vida a seres que son una escoria, que para nada sirven, tan sólo implican gastos en ayudas sociales; dinero que por otra parte, se debería emplear en investigaciones, para el avance en la perfección de la raza, de los verdaderamente fuertes e inteligentes.
  -No me cabe la menor duda, que se deben de encontrar en un estado de demencia colectiva. Seguramente que alguien los __________

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manipula con algún fin determinado -comentó Samara.
  -Lógicamente con un fin determinado -dijo Ricardo-. ¿Qué otro fin puede haber, sino es el de hacer negocios ilícitos y criminales, que les reporte pingüe beneficios?
  -En tanto más tiempo pases junto con esa gente -le advirtió ella-, más difícil te será después librarte de ellos.
  -Lo comprendo y sé que es verdad, pero me veo impotente para zafarme de su poder sobre mí. No sé cómo me las voy a arreglar. Y lo peor es que tengo que ir al extranjero; me mandan para hacer un curso de aprendizaje de los valores de la organización, a la que me debo, y tengo que defender, guardando su secreto incluso a costa de mi vida. He querido verte antes de marcharme. No quería venir por aquí, por si acaso aún rondara Rogelio espiando. He intentado tomar contacto contigo a través del teléfono que había en la tarjeta que me distes, pero me han contestado que ignoran quién sea Samara, y que me he debido de haber equivocado de número.
  -Sí, es normal. Desconfían de todo el mundo. De tu existencia está tan sólo enterado Eusebio, los demás nada saben. Nuestros nombres son suplidos por una, digamos contraseña. Yo soy, te lo voy a confesar, M.E.5. Yo no podía sospechar que fueras a llamar antes de lo acordado, de saberlo hubiera estado allí.
  -Pero, ¿es también lo vuestro una organización? -Preguntó Ricardo un tanto incrédulo.
  -En cierto modo sí, pero nuestros ideales son todo lo contrario de los que persigue esa, en la que tú te hallas metido.
  -¡Dios mío! -exclamó él-. ¿Cómo me vienen a suceder tales cosas?
  -No te preocupes, nosotros no representamos ningún peligro para ti, si acaso todo lo contrario, trataremos de ayudarte para que salgas lo mejor parado, de la situación en la que te encuentras.
  -No sé cómo vais a hacer, me parece imposible.
  -Déjalo de nuestra cuenta. De momento puede incluso convenirnos que estés dentro de ella -dijo Samara pensativa.
  -¿En qué sentido? -preguntó Ricardo interesado.
  -Podrías, llegado el caso, procurarnos alguna información.
  -Ah, pretendéis que haga de espía vuestro. ¿Se debe a eso tu __________

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amistad conmigo? -demandó él, y en su rostro se advertía toda la desilusión del mundo.
  -¿Cómo puedes pensar de mí tal cosa? Dijo ella con notable enfado.
  -No sé, créeme. Estoy tan aturdido que no sé lo que digo, ni sé qué pensar. Lo cierto es que voy de sorpresa en sorpresa. Cuando pienso que Cristian pertenece a esa banda de criminales, dudo ya si no estará también Malva dentro de ella.
  -Si ella de verdad te quiere, debía de haberte puesto sobre aviso. Me inclino a creer, a pesar de que no la conozco, que no está enterada de las cosas de su padre, si es que es cierto que su padre pertenezca a esa organización.
  -Una cosa es segura, Cristian mantiene negocios con Sebastián, eso ni tan siquiera él lo niega. Lo único por saber es, hasta qué punto se halla metido en esa falsa ideología -razonó Ricardo.
  -Si tú nada tienes en contra, yo puedo hacer que se le vigile; probablemente podamos conseguir averiguar la verdad -propuso Samara.
  -¿Te refieres a que gente de vuestra congregación se encargarán de seguirle la pista a mi suegro, de espiarle, tanto a él como a mi novia, y poder llegar a saber la verdad?
  -Sí, lo haremos si tú nada tienes que oponer, si lo aceptas y te parece bien. Creo que es mejor estar seguro, saber el terreno que pisas, para poder reaccionar a tiempo.
  Ricardo comprendía que no le faltaba razón a Samara. Él mismo dudaba de todos ellos, incluso de Malva, no estaría pues mal, saber lo que había de cierto en sus sospechas.
  -De acuerdo -consistió Ricardo-. Cuando vuelva de hacer ese dichoso curso, nos veremos de nuevo para contarnos lo que hayamos conseguido averiguar, en los dos aspectos que nos interesan.
  -Ponte en contacto conmigo cuando regreses, iremos juntos a ver a Eusebio, le conocerás, y podremos hablar de todo lo que te acontece y buscaremos la mejor solución a tu problema. A propósito, ¿cuánto tiempo has de estar fuera?
  -El curso dura seis semanas como mínimo -contestó Ricardo, y __________

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añadió-. No deberíamos estar aquí más tiempo, es posible que Rogelio aún continúe espiándote.
  -No he vuelto a verlo por aquí, pero es claro que pudiera hacerlo en cualquier momento. Ven -dijo ella-, pasemos el resto del día juntos en mi casa, ya que estaremos un largo tiempo sin vernos. Seis semanas es una eternidad para dos seres que se aman.
  Él aceptó de buen grado lo que se le proponía, y como una pareja de enamorados, marcharon unidos al domicilio de Samara.
  Ambos lograron por unas horas, olvidarse de todos los problemas que afectaban de un modo alto peligroso sus vidas, entregándose a una loca pasión, que cada vez aferraba de un modo más profundo sus mutuos sentimientos.
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