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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO VII


Llegó el momento decisivo de verse con Sebastián, para ser presentado en aquella más que enigmática organización.
  Como habían acordado, Ricardo se hallaba a las diez de la noche en el "Cisne Negro". Samara no actuaba hasta las once, es decir, aún faltaba una hora para que empezara su actuación. No la había vuelto a ver, desde el día en que estuvieron juntos en aquella cafetería. Sebastián todavía no había llegado. Se sentó a una mesa y pidió algo de cenar. El tiempo pasaba lento para Ricardo, que temía y deseaba terminar aquella situación, y ver qué le deparaba su nuevo estado dentro de aquella organización. Eran las once menos cuarto. Ricardo saboreaba un coñac después de la cena, cuando de improviso apareció el viejo ante él.
  -Buenas noches Ricardo -saludó el anciano sonriente; como si existiera una confianza de años entre ambos-. Supongo que ya estarás más animado.
  A Ricardo no se le pasó por alto el tuteo que el viejo había empleado, pero él no quiso corresponder y dijo:
  -Si he de serle sincero, no las tengo todas conmigo. Comprenda, es para mí una situación inédita.
  -No tienes por que tener miedo, nada malo te ocurrirá, siempre que te atengas a las reglas de la organización, todo marchará sobre ruedas; incluso saldrás ganando. Créeme.
  -¿Por qué queréis tenerme con vosotros, si sabéis que es en contra de mi voluntad, y me obligáis a ello? Francamente no llego a lograr entenderlo -dijo Ricardo, esperando que quizá el provecto ente se atreviera a delatarle algo del plan que tenían con respecto de su casamiento con Malva.
  -A su debido tiempo lo entenderás. Posiblemente tengas escrúpulos y no te guste, pero al final no tendrás más remedio que aceptar y adaptarte; la verdad es que uno se acostumbra a todo. Alguien dijo que el hombre es un animal de costumbres. Creo que fue Ortega y Gasset.
  -Yo creo que para todo, uno tiene que valer; y hay personas que inequívocamente no sirven para ciertas cosas -dijo Ricardo.
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  -Yo pienso  que todo  hombre es adaptable,  si  se le sabe motivar  adecuadamente -opinó Sebastián.
  -No cabe la menor duda que en algunas circunstancias, el hombre se pueda ver abocado a actuar de forma contraria a sus deseos o convicción, pero la aptitud o predisposición de unos es superior a las de otros. Me imagino que todo individuo tiene un límite que no puede sobrepasar -razonó Ricardo.
  -El ser humano no tiene pleno conocimiento de lo que él mismo es capaz de llegar a hacer, hasta que no se le presenta el verdadero momento; aunque muchas veces sea sólo por el puro sentido de conservación -manifestó el viejo, y mirando su reloj añadió-: Ahora nos debemos de marchar, es tiempo.
  -¿Adónde vamos? -preguntó Ricardo.
  -No me agrada oír preguntas de necio. Procura tenerlo siempre presente, si debemos de llevarnos bien -dijo el viejo agriamente.
  Estaba visto que intentaba amilanarlo, queriéndole demostrar que estaba por encima, o que tenía autoridad sobre él. Quiso contestar, pero consideró que era mejor pasarlo por alto, y no respondió.
  Eran las once pasada de la noche, pero aún no había Samara comenzado su actuación. No hizo ningún comentario al respecto; no quería nombrar a Samara para nada. La verdad es que el salón donde se actuaba, no estaba muy concurrido.
  Salieron a la calle y montaron en el coche de Sebastián. Ricardo advirtió que en el asiento trasero del coche, había una persona que de momento no reconoció.
  -Buenas noches -dijo el hombre, y en ese instante se dio cuenta de que se trataba de Mauricio, el que le hubo ofrecido la venta del manuscrito, y al que maldijo interiormente con su pensamiento.
  -Buenas noches -respondió no obstante lo más amable que le fue posible-. No sabía que también usted nos acompañaría.
  -Nosotros no tenemos por costumbre viajar solo con nadie, que aún no sea de nuestra plena confianza -aclaró el tal Mauricio.
  -No me digan que desconfían de mí. Si acaso sea yo el que tenga más motivo de desconfianza -apuntó Ricardo.
  -Precisamente por eso. El que nos teme, puede atreverse a hacer alguna valentonada, y procuramos evitarlo en lo posible -dijo con __________

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toda seriedad Mauricio.
  Ricardo se sorprendió al oír aquello. Ellos pensaban que él pudiera hacer cualquier acto desesperado, para librarse del sometimiento que ejercían sobre su persona. La verdad era que no les faltaba razón, pues en algún punto de su rabia, en días pasados, lo hubo pensado, pero lo cierto era también, que fue de inmediato rechazado por su indecisión, por su querer esperar a ver qué pasaba. El hombre siempre confía, o tiene la esperanza, de que pase algún milagro y lo salve.
  -Espero no tener motivos que me induzcan a hacer cualquier locura. De todas maneras no es ese mi carácter.  Suelo pensar  lo  que  hago,  y  suelo  ser  razonable -explicó Ricardo con ánimo de desechar de ellos cualquier causa de recelo que hacia él tuvieran.
  -Mejor que mejor -aprobó Mauricio, hombre del que había desaparecido todos los buenos modales, amabilidad y exquisitez que tenía el día que apareció en su librería.
  El coche seguía rodando a una velocidad moderada, por una carretera que él no acertaba a reconocer en la oscuridad de la noche.
  Ricardo miró con cierto disimulo su reloj, y observó que eran ya cerca de las once y media; habían salido las once dadas, llevaban pues un buen rato de camino, estuvo a punto de preguntar si aún quedaba lejos el lugar al que iban, pero se contuvo en última instancia, pues pensó que quizá los otros creyeran, que él se fijaba en el tiempo por sabe Dios qué razón o causa. Quiso no obstante romper el pesado silencio que se había producido y dijo algo intranscendental:
  -Hace una noche bella y tranquila, el cielo está libre de nubes y brillan las estrellas.
  -Sí -contestó Sebastián-, podría decirse que es una noche romántica; y hablando de romanticismo, creo tener entendido que te casas en breve. ¿No es cierto?
  -Todavía no lo tengo decidido. Ignoraba que supierais que tengo novia, y menos aún que me fuera a casar. Que yo sepa, nunca he hecho referencia de ello ante ustedes.
  -Nosotros lo sabemos todo de ti. Incluso conocemos al que pronto __________

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será tu suegro  -dijo Mauricio- y por supuesto también a tu novia, es una chica muy guapa y no la debes de traicionar, no se lo merece.
  -En realidad ya nada me extraña. Sé que tenéis negocios con Cristian, pero ¿qué os importa a ustedes mi casamiento?  Si me caso o no me caso es asunto mío,  supongo -casi gritó Ricardo.
  -De aquí en adelante, tu vida entera nos concierne; tú estás sólo para obedecer mis órdenes, igual que un soldado, piénsalo despacio, vete haciendo a la idea y asimílalo, es lo mejor que puedes hacer -le recomendó Sebastián con toda la seriedad del mundo. Ricardo observó que brillaba en los ojos del viejo, una extraña luz. Se asustó, aquello no era normal. Tal vez fuera el reflejo de los faros del exterior, se dijo, pero lo cierto era que quedó impresionado por lo anómalo del caso. Le recordó los ojos de un gato al relucir en la oscuridad. Fue capaz de sobreponerse, no quiso demostrar flaqueza y dijo:
  -Hasta un soldado tiene la libre capacidad de casarse, o querer seguir siendo soltero.
  -Nadie te quiere obligar a casarte. Eres tú mismo el que voluntariamente te obligas, pues debes cumplir tu promesa, y ser hombre de honor -contestó el anciano sin mirarle.
  -Supongo que eso debe de ser un chiste, el que ustedes me hablen de honor -gritó Ricardo en verdad malhumorado.
  -Procura serenarte -le advirtió Sebastián-. La rabia no es buena consejera, sólo te puede acarrear disgustos.
  -¡Cállese la boca de una vez! -le chilló Mauricio desde atrás-. Ya tendrá la oportunidad de demostrar su valentía con hechos.
  -¡Oiga! Es usted un maleducado. Intentan acobardarme; pero se equivocan si piensan que lo consiguen -dijo Ricardo sin poder contener la ira que le embargaba.
  -Tranquilo, tranquilo -habló Sebastián con un tono suave y apaciguador-. Mauricio, déjalo estar. Todo vendrá a su tiempo. No hay por que precipitarse. Ya estamos llegando -añadió, y terminó diciendo-: ¡Qué no se hable más!
  Efectivamente, el coche aminoró la marcha y dobló por un estrecho carril a la derecha, y tras breves minutos paró.
  Ricardo miró en su alrededor. La silueta de una gran casa, más __________

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bien una lujosa villa por sus dimensiones, tenían ante ellos.
  Sebastián bajó del coche y se acercó hasta una gran verja de hierro, que daba entrada al jardín, que amplio, se expandía delante del enorme edificio.
  Ricardo se iba ya tras los pasos de Sebastián, pero Mauricio le retuvo por el brazo diciendo:
  -Espere un momento aquí. Él nos dirá cuando debemos acercarnos.
  Ricardo se zafó bruscamente de la presión, que la mano de Mauricio ejercía en su brazo a la vez que decía:
  -Basta con decirlo. Tengo buenos oídos.
  -Le interesa más llevarse a las buenas conmigo -anunció Mauricio mirándole fijamente.
  -Supongo que dependerá de los dos. La verdad es que yo a usted nada malo le he hecho. Y sin embargo ustedes me han embaucado, para hacerme entrar en vuestra organización, que ignoro lo que trama, o el fin que persigue.
  -No me diga. Usted ha pretendido quedarse con el manuscrito gratis, diciendo que alguien se lo ha robado.
  -Y esa es la verdad, y usted bien lo sabe.
  Sebastián volvió. Al parecer había hablado por el portero automático, y aquella gran verja comenzó a abrirse lentamente.
  -Vamos -dijo-. Ahora basta ya de discutir.
  El viejo puso el coche nuevamente en marcha, y éste comenzó a rodar lentamente hacia el interior. Paró ante una ovalada escalinata que ascendía hasta la puerta de entrada. Ricardo advirtió que había por todo el entorno coches aparcados. Un gran faro en la parte alta del portal, iluminaba todo el umbral. Se apreciaba en las hojas de maciza madera de la puerta, que estaban talladas con unas extrañas figuras infernales en toda su extensión.
  La puerta se abrió cuando ellos subían las escaleras. Un hombre de aspecto corpulento apareció ante los recién llegados diciendo:
  -¡Rápido, se os está esperando!
  Todos apresuraron el paso y penetraron en aquella mansión.
  Ricardo se quedó pasmado, al observar tanto lujo en el salón al que penetraron: Enormes cuadros colgaban de las paredes, que __________

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representaban unos paisajes de países desconocidos, enigmáticos, como de lejanos y fantásticos mundos. Se apreciaba exquisitez en la exposición y colocación de los muebles; vitrinas que encerraban misteriosas figuras. Había cuatro columnas que se ramificaban cual árboles por el techo formando abigarrados dibujos, entre los cuales se abrían cristaleras de diferentes colores, que proyectaban una luz tenue, irreal, de insólitas tonalidades. Sofás, sillones y pequeñas mesas redondas y cuadradas, distribuidas por todo el espacio, haciendo juego con exóticas plantas, y blancas luces provenientes de lámparas de pie, estratégicamente colocadas. A ambos lados del amplísimo salón, se hallaban dos escalinatas que llevaban a las estancias superiores, a través de un pasillo circular. Ricardo advirtió también tres grandes puertas, a uno y otro lado, así como al fondo, que daría a otras dependencias.
  El hombre que los hubo recibido, los llevó hasta el mismo centro de aquel más que singular salón. Repentinamente el suelo se abrió ante ellos, y apareció una escalera que se perdía en el fondo. Ricardo se asombró, pues nada parecido esperaba; mas fue capaz de contenerse y nada dijo.
  Bajaron precedido por el hombre que los recibió. Ricardo iba tras Sebastián, y Mauricio cerraba fila. Él pensaba que ellos intentaban tenerlo siempre controlado, como si temieran que en un instante de descuido, pudiera emprender la huida.
  La escalera acababa ante una puerta, que apenas se la distinguía en la oscura pared. El hombre de la casa pulsó unos números que había en un recuadro metálico incrustado en el muro. Con asombrosa rapidez aquella puerta se abrió. Una luz amarillenta y opaca, alumbraba escasamente un pasillo ante ellos. Recorrieron el mismo y pararon tras breve instante delante de otra puerta, que automáticamente se abrió ante ellos.
  Un enorme salón, más grande si cabe que el que habían dejado arriba, se ofreció a la vista del sorprendido Ricardo.
  El gran salón estaba repleto de personas que mantenían en sus manos, largos cirios encendidos. Serios y bien formados estaban aquellos individuos a una y otra parte, dejando un pasillo abierto, a cuyo fondo se alzaba una especie de altar. Allí sentado en un __________

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dorado sillón se hallaba un personaje enmascarado, vestido de negro, cubierto con un manto rojo. Parecía un rey sentado en su trono ante sus súbditos, pues ostentaba sobre su cabeza una extraña corona o casco, terminado en punta de lanza. En la pared tras el altar, a la derecha de aquel extraño trono se veía pintado en gran tamaño un árbol, en cuyas ramas se enroscaba una serpiente. Encima de éste dibujo estaba escrito la palabra BA. A la izquierda de dicho trono había otra pintura que representaba la espiral del ADN, y sobre ésta se podía leer la palabra KA.
  Ricardo conocía el significado de BA y KA, pero no encontraba la relación que pudiera tener con la representación de lo allí pintado.
  Dos altos y corpulentos individuos, que se encontraban a la derecha e izquierda de lo que podría considerarse el altar del disfrazado, se acercaron hasta Ricardo, que ya había llegado, más bien le habían hecho avanzar hasta delante de dicho altar. Estos dos sujetos, sin que mediaran palabra alguna le despojaron de su chaqueta. Alguien por detrás de él, puso sobre sus hombros una amplia capa, negra era su mitad derecha, roja su otra mitad izquierda.
  El enmascarado personaje se alzó de su asiento, o trono, si es que los allí presentes lo consideraban rey de algo que él ignoraba.
  El silencio pesaba en el ánimo de Ricardo como una losa. Tenía la boca seca, y un nudo le atenazaba la garganta. Allí estaba solo ante aquella, al parecer mandataria criatura del Mal, pensaba, pues nada bueno podía esperarse de quien ocultaba su rostro; ni de toda aquella banda de seguro criminales, que mantenían aquel extraño rito o ceremonia, que él se preguntaba en qué terminaría.
  Hubo un momento de expectación. El aire estaba enrarecido por el humo de los cirios, a pesar de los aspiradores que se apreciaban en la pared, a la altura del techo, las luces de éstos proyectaban extravagantes sombras sobre el suelo. Ricardo esperaba como una sentencia las palabras de aquel singular jefe o dirigente.
  Eran siete los peldaños que separaban del suelo, aquel más que particular altar. Aquella singular persona enmascarada bajó hasta donde él, rígido, permanecía de pie; se paró a poca distancia suya, y después de observar detenidamente a Ricardo de arriba abajo, __________

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hizo una seña a los dos fornidos hombres, que le hicieron bruscamente postrarse de hinojos ante el misterioso enmascarado, y doblar la cerviz.
  -No cabe la menor duda que se te ha de inculcar tener respeto y obediencia, para con todo aquel que esté por encima de ti. La ciega disciplina es la base de nuestro éxito, ésta tiene que ser llevada a cabo incluso ante el peligro de muerte -arengó el enigmático ente a Ricardo, que no se atrevió a mover una pestaña, y menos aún a pronunciar palabra alguna.
  Tornó a su asiento en aquel altar, el que era a todas luces jefe de los allí presentes.
  -Recitemos nuestros mandamientos -dijo una vez acomodado en su sillón-, para que el nuevo miembro de nuestra organización los aprenda, y sepa atenerse a ellos y acatarlos.
  Señaló, tras decir esto, con la mano a uno de los dos individuos, que ya habían vuelto a sus puestos al lado del trono, y éste recitó con voz alta y recia:
      1° Mandamiento: Nosotros creemos en Dios.
Todos los allí reunidos repitieron al unísono aquel primer mandamiento, y de esta guisa continuaron los siguientes.
      2° Nuestra iglesia es la pureza de la raza humana.
      3° Nuestra comunidad es ser el pueblo elegido.
      4° Nuestra Biblia es el alma e historia de nuestro pueblo.
      5° Nuestro sacerdocio es conseguir la conciencia de ser puro.
      6° Nuestros valores son: Trabajo, lucha y amor.
      7° Nuestra confesión y credo son: Sangre, tierra y libertad.
      8° Nuestro símbolo es el fuego.
      9° Nuestro futuro es el dominio total del mundo.
    10° Nuestra fuerza es el poder de Lucifer, nuestro único y
           verdadero Dios.
  Ricardo apenas había podido balbucear correctamente, aquellos por ellos nombrados mandamientos, ya que era la primera vez que los oía; y manifiestamente le chocó el último de los recitados.
  -Está aceptada tu unión previa a la organización, pues nos fiamos de los que te avalan -dijo el adalid y continuó-. Eres aspirante, y como tal tendrás que hacer un curso de no menos de seis semanas. __________

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Cuando estés en situación óptima para poder ingresar, jurarás nuestra doctrina, que habrás de aprenderte de memoria, y que nunca jamás revelarás, ni pondrás precio alguno a ella, ni tan siquiera a cambio de tu vida. Aún no eres miembro de pleno derecho; pero incluso sólo en tu condición de aspirante, te debes plenamente a nosotros, y tu obediencia a de ser ciega.
  Ahora podéis tener un rato de expansión y ocio -terminó diciendo antes de bajar de su trono y desaparecer por una puerta lateral.
  La presentación del aspirante a ser nuevo miembro, había por lo visto acabado.
  Sebastián se acercó a él y le despojó de aquella capa, entregándole su chaqueta. Le miró fijamente y le dijo:
  -Todo va bien, no te preocupes.
  Apenas hubo desaparecido el jefe o superior, el que sin duda tenía el mando de aquella cuadrilla de malignas personas, se encendieron luces eléctricas y se apagaron los cirios. Un murmullo de voces comenzó a oírse, parecía que ahora todos tuvieran necesidad de hablar, o comentar cosas. Todos pasaron a otro también amplio salón, donde había mesas preparadas con ricos manjares y toda clase de bebidas alcohólicas.
  Aún no se había ocupado los asientos, cuando de repente se abrió una puerta al fondo del salón, y entraron una gran cantidad de mujeres jóvenes y bellas, bien ligeras de ropa, que se echaron en los brazos de todos los presentes. Ricardo notó que por atrás, alguien también se colgaba de su cuello. Intentó zafarse por todos los medios de aquellos brazos que le atenazaban, sin poder plenamente conseguirlo. Cedió la presión de la que resultó ser una joven y atractiva mujer, que ahora le miraba sonriente.
  -No me digas que no te agrado -dijo ella, seguramente al ver la cara seria de él.
  -No se trata de eso -contestó Ricardo, sino del modo como toma usted contacto conmigo.
  -Le pido mis más sinceras disculpas. He sido ciertamente mal informada. Se suponía que la cosa os agradaba un tanto salvaje.
  -Francamente no entiendo bien; aunque creo suponerme a que se refiere -dijo él mirando a su alrededor, y observando el libertinaje y __________

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promiscuidad entre las mujeres recién llegadas y todos los hombres de aquella organización o secta. Aquello era una orgía en toda regla. Las jóvenes eran con toda probabilidad rameras, compradas y dadas a todos aquellos energúmenos como premio a algo, junto con aquella abundante comida y bebida, preparada para la gran fiesta o bacanal.
  -No quiero que se sienta ofendida -dijo Ricardo-; pero le agradecería que se buscara otro compañero a quien divertir.
  -Ya he notado que no le gusto, y lo siento de veras. Le ruego que no hable mal de mí a su jefe, ni tampoco a ninguno de sus compañeros; podría acarrearme cualquier disgusto, por favor se lo pido. Usted no me parece mala persona.
  La joven aquella parecía ahora de verdad preocupada. Un cierto temor se advertía en su moreno y bello rostro.
  -No tenga miedo, ni se preocupe. Puede hacerme compañía si quiere, hasta que podamos salir de aquí.
  -Gracias -dijo ella, y añadió-. Perdone, pero tenemos que hacer como si quisiéramos -y abrazándose a él, le estampó un profundo y largo beso en la boca.
  Ricardo se libró lo más suave que pudo de los calurosos brazos de aquella chica y, cogiendo su mano, la llevó al lugar más apartado y menos concurrido que encontró. Llenó dos copas de vino, de una botella que encontró sobre una mesa.
  -Siéntate -le dijo-. ¿Cómo te llamas?
  -Isabel -contestó, a la vez que bebía un sorbo de aquel vino tinto-. Me parece que deberíamos comer algo -dijo señalando toda la variada comida que se esparcía por la mesa.
  -Come lo que quieras. Yo no tengo apetito -dijo él en tanto miraba en todo su alrededor, intentando descubrir a Sebastián; era la única persona con la que podía hablar para tratar de abandonar aquel lugar, pues suponía que su presencia allí no era ya para nada necesaria.
  -Tengo hambre de veras. Hace horas que no he comido nada -dijo la chica cogiendo un muslo de pollo y patatas fritas con las manos.
  Al fin descubrió Ricardo al viejo barbudo de Sebastián, parecía discutir con otro individuo, en tanto bebían vino a una mesa algo __________

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alejada, al otro extremo del salón.
  -Espera un momento -le dijo a aquella mujer joven-, vuelvo de inmediato -añadió, y se dirigió a la mesa donde se hallaba el viejo con la otra persona. Llegó justo en el momento que el acompañante de Sebastián decía:
  -Hay que limpiar el mundo de pobres miserables y enfermos; de toda esa gente inculta y despreciable; de todos los débiles de cuerpo y espíritu. Hay que evitar por todos los medios que se puedan seguir procreando... -se interrumpió al ver a Ricardo que había aparecido ante ellos-. Tú eres el nuevo -dijo el que había estado  hablando-. Esperemos que seas un fiel adicto a nuestra doctrina; y merecedor de pertenecer a la misma.
  -¿Qué deseas? -preguntó Sebastián extrañado.
  -Quería saber si mi presencia aquí es indispensable, o podría optar por marcharme. Desearía irme con aquella chica, ya sabéis...
  -Puedes divertirte aquí con ella, hombre -dijo el que Ricardo no conocía-. No me digas que te da vergüenza delante de los demás -y al hablar, soltó una sonora carcajada.
  -Debes de esperar aún un rato. ¿Entiendes? No estaría bien visto que te despidieras ahora -le aconsejó Sebastián-. Por otra parte tú solo no encontrarías la salida, alguien tiene que acompañarte. Piensa que no has venido con tu coche, y esto está bastante retirado de la ciudad. Cuando sea el momento adecuado para largarse, ya te avisaré, no te preocupes. Trata de pasártelo bien y no seas tonto.
  -De acuerdo -contestó Ricardo prudentemente, pues no quería tampoco dar la sensación, de que no estaba a gusto en tal lugar.
  Las palabras del sujeto aquel que estaba con Sebastián, le parecieron de una descomunal perversidad. Si eso formaba parte de las reglas o doctrina de aquella organización o secta, que él todavía no se aclaraba qué es lo que era, pensaba; se había metido en un verdadero atolladero, del cual no podía ni imaginar cómo poder salir, ni cual sería su conducta a seguir, ni lo que de él exigirían.
  Al llegar a la mesa donde estaba la muchacha, vio que otro hombre había ocupado su puesto junto a ella. Prefirió no decir nada, y se marchó a otra mesa a la que se sentó solo. Se hizo de una botella de __________

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coñac y se sirvió una copa, que comenzó a beber despacio, esperando el instante en que dijeran que podía salir de aquel extraño y enigmático recinto.
  Se le vino a la memoria esa especie de ciencia llamada Eugenesia, que se ocupa del mantenimiento y el desarrollo favorable de los caracteres sanos del hombre: pureza de una raza fuerte y bella, y el exterminio de los seres inferiores.
  Aquella gente era sin la menor duda, un hatajo de individuos dementes y alto peligrosos; manipulados por alguien maligno y astuto que sacaba algún provecho económico de esa situación. Pensaba Ricardo que Cristian estaba metido en aquella trama, y que su fábrica de muebles tendría algo que la relacionara con todo aquel asunto, aunque no sabía de qué forma o manera.
  Hundido en sus negros pensamientos, nada advertía de lo que pasaba a su alrededor. Alzó después de un rato la vista, y vio que la mayoría de la gente estaba borracha, y sin pudor alguno fornicaban por doquier sobre las mesas. Platos de comidas y botellas de toda índole yacían esparcidos por el suelo. Gritos y canciones se oían de aquellos, que más que personas parecían animales en su comportamiento. Había también él consumido cualquier copa de más de aquel coñac, y se dijo que debería de parar y no beber ya ni el más mínimo trago, pues quería estar lo más sereno y consciente a la hora de salir de allí, y registrar en su memoria lo más posible de aquel misterioso lugar.
  Volvió la cara cuando alguien le tocó en el hombro. Era el barbudo Sebastián que también parecía un tanto embriagado.
  -Vamos, es hora de largarnos -dijo lacónicamente.
  -Creo que me hallo un tanto ebrio -comentó Ricardo al tiempo de levantarse, sujetándose en la mesa.
  -¿Y quién no? -Manifestó el viejo dándose la vuelta, y comenzando a andar lentamente hacia una puerta, en el extremo opuesto al que habían entrado.
  Ricardo observó que ya había menos gente, aunque aún se veían cuerpos de mujeres desnudas sobre mesas y sofás, y hombres dormitando la borrachera. Había que tener cuidado al andar, pues el suelo estaba resbaladizo por los restos de comida y bebidas derramadas.
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  Llegaron hasta la puerta, que se abrió cuando Sebastián puso la mano sobre una especie de placa brillante y blanca, que parecía de metal, pero que también podría ser de plástico. Anduvieron un corto pasillo y subieron por unas escaleras, por las que salieron al pabellón del jardín, después de que se abriera una trampilla automática.
  Se acercaron al coche de Sebastián, aparcado al pie de la escalinata.
  -¿Dónde está Mauricio? -preguntó Ricardo.
  -No te preocupes por él. De seguro se ha marchado con otros compañeros.
  -Me puedes explicar eso de tener que hacer un curso. Yo tengo un negocio, como bien sabes, y no puedo dejarlo abandonado.
  -Veré si puedo reducirlo en algunos días, pero hacerlo has de hacerlo, es una obligación. Creo que tienes un chico empleado. Supongo que es de confianza y podrá encargarse de la librería en tanto estás fuera.
  -¿Fuera? ¿Es que tengo que salir de la ciudad?
  -No sólo de la ciudad, has de ir al extranjero.
  -¿Al extranjero? ¿Pero por qué? No lo entiendo.
  -Es más seguro para poder desarrollar la actividad que necesita tu aprendizaje -dijo el viejo con toda la convicción del mundo.
  -¿Por qué tengo que aprender algo? ¿Qué cosa es?
  -No te hagas el tonto. Ya oíste al representante del supremo. Todos hemos pasado por ello, y tú no serás una excepción. En una semana tienes que estar dispuesto para emprender el viaje. Así que apresúrate para arreglar tus cosas y dejarlo todo preparado.
  -Esto por lo visto es una cosa secreta. ¿Cómo haré para justificar mi ausencia ante mi novia y su familia y mis conocidos? ¿Qué excusa les daré? No es normal que me marche solo, nunca lo he hecho, y menos en esta época del año.
  -Habla con Cristian, quizá él pueda ayudarte -le aconsejó Sebastián con una leve sonrisa en su barbudo rostro.
  -Ya suponía que también él estaba metido en esto.
  -Sí, lo está; pero sólo como cuestión de negocio, no de un modo ideológico, que es lo que nosotros perseguimos.
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    -¿Por qué me tenéis a mí entonces? Yo estoy aquí obligado.
  -Comprendo que no es voluntaria tu adhesión, pero tú nos interesas por un asunto determinado, y a veces hay que hacer excepciones.
  -¿De qué se trata? ¿Qué asunto es ese?
  -Ya lo sabrás a su tiempo.
  Ricardo quiso referirse al festín que acababa de producirse en el lugar del que venían, y de que éste estaba, o era contrario a lo que las reglas de honestidad de cualquier organización que no fuera criminal, o tal vez nueva religión pudiera enseñar, y así se lo hizo saber a Sebastián.
  -No se trata -dijo el viejo- de prohibir tal o cual cosa. Uno puede hacer aquello que desee: Drogarse, fornicar, robar, emborracharse, incluso torturar o matar a alguien por los motivos que sean, entregarse momentáneamente a cualquier desenfreno o placer. Todo eso es humano. En definitiva no es cuestión de no pecar, sino de dominar al pecado, ser el dueño de uno mismo, tener la fuerte voluntad de poder dejarlo y no volver a hacerlo, o bien hacerlo pasado un año, por ejemplo, pero sin ser esclavo de ningún vicio. Hay que ser dominador, nunca víctima.
  -La inmensa mayoría de la gente que caen en las redes del vicio de las drogas, sea cual sea esta, no es capaz de salir de ella así como así -dijo Ricardo-. Yo pienso que la organización los tiene de ese modo más controlados; para que sean más obedientes, y ejecuten aquello que se les ordene.
  -Tú te crees muy listo -comentó el barbudo viejo-; pero aún no has entendido bien nuestra filosofía.
  Ricardo no quiso contestar. No tenía ganas de enfrascarse en una controversia de lo acertado de una idea, más o menos filosófica.
  Permanecieron en silencio hasta que Sebastián le dejó en la puerta de su casa diciéndole, que en una semana fuera a verle al "Cisne Negro".
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