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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO VI


Era lunes, el día que él se había fijado para hablar con Sebastián y concretar su pertenencia a la organización, y lo concerniente al pago del manuscrito.
  Ignacio, el joven que trabajaba para él en la librería, había vuelto de sus vacaciones; por lo que ahora tenía más libertad de movimiento. Sobre las once de la mañana le dijo a su empleado:
  -Ignacio; me debo de ir ahora, tengo un asunto que arreglar. Encárguese de cerrar. Y si no volviera, abra como de costumbre por la tarde. Es probable que no aparezca en todo el día, en ese caso, tendrá que abrir también por la mañana. ¿De acuerdo?
  -Por supuesto señor, puede usted marcharse tranquilo. Yo me encargo de todo. No se preocupe.
  Cogió su coche y se dirigió al "Cisne Negro" Sabía que Sebastián estaba allí seguro todos los lunes, para hacer las cuentas de la recaudación de la semana, y ya se quedaba a almorzar.
  Un ambivalente sentimiento le invadía el ánimo. Sentía por un lado un cierto alivio al pensar que cediendo a las pretensiones de ellos, estaría libre de la presión que éstos ejercían sobre su persona; por otro lado le embargaba un temor que le inquietaba por la ignorancia que tenía, al no saber lo que intentaban conseguir de él.
  Procuraba darse ánimo, tener valor y atrevimiento para afrontar lo que se le presentara. En última instancia sólo podía perder la vida, pensó, y ésta la tenemos perdida en el momento de nacer. Claro que todos deseamos vivir lo más posible; pero no debía permitirse ser cobarde. Al fin sería lo que Dios quisiera. Una recóndita curiosidad se albergaba en su intimidad, por ver qué clase de secta u organización era esa de la que él iba a ser miembro, y qué fines perseguía, aunque se temía que no sería nada bueno, nada por supuesto altruista, ya que por lo visto, se mantenía al margen de la ley; y trataría con ilícitos negocios. ¿Qué clase de comercio se traería Cristian con semejante gente? Reconocía que no tenía la más mínima idea de lo que pudiera ser. Su suegro tenía una fábrica de muebles. ¿Qué interés podía tener para esos individuos, una empresa, cuya materia prima era la madera?
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  ¿Qué papel jugaría el padre de Malva dentro de aquella banda de delincuentes? Porque ya no le cabía ninguna duda, de que Cristian pertenecía a ellos, sería un miembro más de la organización. Su novia trabajaba en la oficina del negocio de su progenitor. ¿Sabría ella algo del asunto? ¿Conocería al viejo Sebastián? Eran muchas preguntas que quizá se le despejaran, cuando también él formara parte activa de la organización.
  Eran cerca de las doce del mediodía cuando penetró en el "Cisne negro". Se sentó a una mesa y pidió una cerveza.
  -Sabe usted si vendrá hoy el señor Sebastián -preguntó al camarero que le sirvió la cerveza.
  -Creo que sí. Siempre viene los lunes. Supongo que no tardará en llegar. ¿Le debo avisar cuando llegue que está usted aquí?
  -Sí, hágalo por favor. El camarero asintió, con una leve inclinación de cabeza y se marchó.
  Aún no había terminado de beberse la cerveza, cuando vio a Sebastián acercarse a su mesa, con una amplia sonrisa en su acartonado rostro.
  -¡A, señor Ricardo, cuánto me alegro de verle!
  -¿Qué tal? -contestó éste lacónicamente.
  -Supongo  que  habrá  tomado   una   determinación,   respecto  de  nuestro   asunto -comentó en tanto se sentaba a la mesa junto a Ricardo. Hizo una señal con la mano, y súbito un camarero le sirvió una espumante cerveza.
  -Sí, a eso vengo, a comunicarle que estoy dispuesto a formar parte de su organización; y a saber qué pasa con el manuscrito.
  -Olvídese del manuscrito; eso ahora es lo menos importante. Tiene usted unos días para relajarse del estrés que seguro ha sufrido en los últimos días. Acuda el viernes a las diez de la noche aquí, yo personalmente le recogeré y le llevaré para ser presentado al círculo de nuestra jerarquía. Allí ante ellos, será donde jure su adhesión incondicional a permanecer fiel a nuestro credo y doctrina, en tanto permanezca con vida en este mundo.
  -No son precisamente unos métodos muy ortodoxos para ganarse a la gente -dijo Ricardo en un último esfuerzo de rebeldía-, ni __________

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jamás me pensé que la cosa fuera tan seria y ceremonial como me explica -añadió un tanto inquieto, al oír las palabras de Sebastián.
  -No tenga ningún recelo, todo saldrá bien. Con nosotros se tornará en un hombre más fuerte y seguro de sí mismo. Ocupará en este mundo el sitio que le corresponden, a los elegidos por el supremo.
  -No sé -decía Ricardo en ese instante dubitativo.
  -¡Vamos hombre! No se amilane. Aprobará, estoy seguro. -A una leve seña del viejo se acercó un camarero-. Tráete una buena botella de vino tinto de Rioja -le dijo, y dirigiéndose a Ricardo expresó su deseo, que más bien parecía una orden, de que comieran juntos.
  -Dígame, ¿hay dentro de la organización algún personaje que yo conozca? -quiso indagar Ricardo, y pensaba en Cristian al preguntarlo. Creyó que, como ya prácticamente estaba dentro de la estructura que conformaban aquellos individuos, no tendría el viejo barbudo ningún reparo en delatarle, que su futuro suegro también pertenecía a ellos. El anciano le miró inquisitoriamente, se sonrió algo socarronamente y contestó:
  -¿Cómo lo puedo saber? Hay mucha gente, y yo no los conozco a todos. Ni tampoco conozco quienes son las amistades suyas; pero sería posible que entre tantos individuos, hubiera alguna persona cercana a usted. Eso puede siempre ser posible. ¿Lo pregunta por alguna causa especial?
  -No, no. Simplemente se me ha ocurrido. Pensaba que quizá alguien que me conoce, y que ya estuviera dentro de la organización, le hubieran informado sobre mí, y por ello vinieron a verme con el cuento del manuscrito. Porque, dígame la verdad, el libro se encuentra en vuestro poder. ¿No es cierto?
  -Todo se aclarará, y todo lo sabrá usted a su debido tiempo. Ahora vamos a comer, que es la cosa más importante de la vida.
  Ricardo  no quiso conformarse,  e  insistiendo sobre el asunto dijo: -¿Soy muy indiscreto, si le pregunto por la visita que hizo a mi futuro suegro?
  -Lo es usted. Ya le he dicho que sabrá, lo que le sea permitido saber -le espetó, y parecía enojado de veras-. Y ahora comamos de una vez. Lea su carta y elija -dijo el anciano señalando la carta del __________

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menú que estaba sobre la mesa.
  Ricardo comprendió que no debía insistir. El viejo parecía que era fácilmente irritable; pasaba con cierta brusquedad de la amabilidad y, por lo menos aparentemente, el buen humor, a una severa seriedad.

  Ricardo se marchó solo del "Cisne Negro", después de comer en compañía de Sebastián. Repentinamente, pensó, el manuscrito ya no era más importante; lo cual demostraba que todo lo acontecido había sido una pura falsa. Le habían tendido una trampa, y él no había tenido más remedio que caer en ella. ¿Pero por qué precisamente a él? ¿Qué tenía su persona de especial? No le cabía la menor duda que no había sido una elección al azar, sino que habían ido directamente a por él. ¿Sería Cristian el que le había recomendado, por así decir, a aquella gente? No parecía probable, pues no veía el motivo de su ocultamiento, si después de todo deberían verse dentro de aquella enigmática organización. Depende, se dijo, de lo que pretendan conseguir que él haga. Todo indicaba que sería una acción delictiva, pero estaba por ver hasta qué punto ese hecho estaría fuera de la ley, qué grado de importancia o gravedad conllevaría el acto en sí mismo. Súbitamente un escalofrío le recorrió el cuerpo, y una honda preocupación, no exenta de miedo, se apoderó de él al recordar lo que Samara le había dicho: "Un hombre desconocido para ella, le entregó una pistola a Sebastián, al tiempo que le decía que el que no quería pagar el libro, tenía que solucionar un tal asunto, al no querer hacer frente al pago"; seguramente se refería al precio que le habían puesto al manuscrito.
  Encargarse de arreglar un asunto con una pistola, era para él una cosa verdaderamente preocupante. ¿Debería de amenazar, o incluso matar a alguna persona? Se lo preguntó así mismo una y otra vez, y no se veía capaz de llevar a cabo un asesinato, por muy justificado que éste pudiera estar, si es que en algún momento un asesinato se pudiera justificar. Estaba metido en un callejón sin salida. Poco arreglo tenía ahora el asunto; quizá se había ido de ligero aceptando entrar a formar parte de ellos, tal vez hubiera sido mejor __________

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denunciarlo a la policía. Aunque le hubieran acusado de robo, la cosa no habría llegado a ser tan grave o trascendental, él se habría defendido, como era en realidad, diciendo que se lo habían robado; pero claro, quiso justificarse, es que también le habían amenazado, llana, clara y contundentemente, que podía perder la vida si se negaba. Así las cosas, no sabría decir si había hecho bien o mal, tomando la postura que había tomado.
  Eran ya cerca de las cuatro y media de la tarde. No tenía en verdad humor ninguno de ir a la tienda. Tenía necesidad de estar con alguien. Solo, se sentía perdido. Notaba el imperioso, el acuciante deseo de hablar, de tener a una persona de confianza en la que volcarse, con la que comentar o deliberar el tema de todo aquello que le acontecía. Obviamente, aquella persona no podía ser otra que Samara. A cualquiera le pudiera parecer más lógico que acudiera a refugiarse en los brazos de su novia; pero instintivamente sentía que no podía tomar como confidente a Malva, máxime cuando probablemente su padre pudiera estar implicado en el asunto. Por otro lado quería evitar, que ella nada supiera de la existencia de otra mujer en su vida, y si le revelaba todo lo que le sucedía, sería casi inevitable impedir el que supiera, que había cierta amistad entre él y Samara; por cierto, se preguntaba si ésta estaría en su casa a esa hora del día.
  Buscó aparcamiento por las cercanías de donde vivía Samara, y tras dar varias vueltas, la suerte le acompañó y halló un sitio libre.
  Caminó lentamente, ensimismado en profundos pensamientos que le auguraban un futuro incierto y lleno de peligro. Abstraído como iba no advirtió la presencia ante él de Rogelio, el hombre que trabajaba de encargado en la fábrica de Cristian.
  -¡Hombre Ricardo! Me extraña verte por aquí.
  -Ah, hola Rogelio. ¿Por qué?
  -No sé, te hacía en la librería. Pero no te preocupes, que yo soy una tumba. Te lo prometo.
  -¿Qué quieres decir? No te entiendo.
  -No tienes por que disimular conmigo. Créeme que te comprendo perfectamente. Samara es una mujer muy atractiva, está estupenda.
  -Te equivocas si piensas que tengo algo con ella; pero dime, ¿qué __________

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te hace pensar tal cosa?
  -Porque la conozco del mismo sitio que tú la conoces; del "Cisne Negro". Además ya te he visto con ella, y también sé que vive cerca de aquí; pero como ya te he dicho, puedes confiar en mí. Es normal entre hombres. Tú también me guardarías el secreto en caso contrario. ¿No es cierto?
  -Sí, lógicamente; pero de verdad que no hay nada entre nosotros. Ella conoce a un individuo que se interesa por un libro antiguo, y me preguntó si se lo podría proporcionar. El día que tú nos vistes, estábamos citado con él para hablar del asunto. Ahora dime cómo es que no estás en la empresa.
  -Te puedo decir como tú me dijiste: Aunque no te lo creas, estoy trabajando. Tengo un encargo que hacer de parte de Cristian, y tú seguramente también tienes algo importante que hacer -dijo guiñando un ojo Rogelio, y se notaba ostensiblemente una doble intención en sus palabras.
  -Sí, sí -dijo Ricardo mirando su reloj de pulsera, sin querer advertir el tono que empleó al hablar su amigo.
  -Bueno, pues no te entretengo más. Ya nos veremos. Adiós.
  -Adiós Rogelio. Sí, ya nos veremos.
  La casa donde vivía Samara no estaba, como había dicho Rogelio, lejos de allí. Le parecía muy raro la presencia de éste en tal lugar. Por supuesto que no se había creído para nada, lo de que iba por mandato de Cristian a efectuar alguna operación de trabajo; no era ese su cometido en la empresa, aunque nunca se puede saber. Pudiera ser incluso que Rogelio estuviera igualmente en la organización junto con su suegro. Por un instante se le cruzó por la mente la idea, de que quizá también Samara formara parte de todos ellos, y él fuera el único ignorante, con el que tramaban sabe Dios qué cosa. Pensaba profunda y detenidamente en esa posibilidad, y llegó a la conclusión que no debía de ser, no se lo podía imaginar. Samara a pesar de su trabajo en el "Cisne Negro" como animadora y cantante sin más éxito; no podía achacarle por eso su clase de vida, el que fuera una mala mujer. ¿Habría tenido ella alguna intimidad con Rogelio? No sabía bien porqué, pero ese pensamiento le dolía.
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  Puede que se lo pregunte, se dijo así mismo, pues quería salir de dudas. Naturalmente que ella siempre podría mentirle, pero él estaría atento a su reacción, por si algo descubría en ella que le hiciera dudar.
  La casualidad quiso que Samara saliera de su casa, justo en el momento, en el que Ricardo llegaba.
  -Hola -la saludó Ricardo-. Me alegro de verte -e inmediatamente le dijo-: Deseaba encontrarte para hablar contigo. ¿Vas a algún lugar determinado?
  -No, simplemente salía para distraerme un rato y tomar café. Puedes acompañarme si quieres; yo también tengo algo que contarte, que quizá pueda interesarte.
  -¿De qué se trata? -preguntó él intrigado.
  -Entremos primero en una cafetería, y allí hablaremos -propuso ella queriendo esbozar una sonrisa.
  -De acuerdo -dijo Ricardo-. Creo que hay una por aquí cerca.
  -Yo suelo ir a otra; está algo más lejos, pero así paseo un rato y me da el aire.
  -Como desees. ¿Eres clienta de ese sitio?
  -Pues la verdad es que sí; la visito desde hace meses. La gente me conoce, y es agradable sentir que te atienden con amabilidad y cierta confianza.
  Tras caminar unos diez minutos, entraron en una elegante cafetería y también salón de té.
  -No conocía este lugar -dijo Ricardo.
  -Te creo -comentó ella-; si hubieras venido por aquí, seguro que nos hubiéramos conocido con anterioridad.
  -Buenas tardes -dijo el camarero una vez que ellos se hubieron sentado-. ¿Qué toma el señor? ¿Para usted como siempre? -preguntó dirigiéndose a Samara.
  -Sí, como siempre.
  -Café con leche -pidió Ricardo- y un coñac.
  -Y bien,  ¿qué es lo que me tienes que de decir,  que piensas que sea de mi interés? -le interrogó él con vivo deseo de querer saber, cuando el camarero se hubo alejado.
  -Te recuerdo que has sido tú, quien me ha venido a ver, porque __________

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querías hablar conmigo. Así pues explícate tú primero.
  -Lo mío no es nada importante. Simplemente no quería estar solo. Añoraba tu presencia, anhelaba en este momento que he dado un paso de cualquier forma trascendental, refugiarme en alguien, en una persona íntima, y esa persona eres tú.
  -Te refieres a que ya eres miembro de esa extraña organización, ¿no es verdad?
  -Sí, he tenido que aceptar, pero con la oculta intención de escapar en el primer momento que pueda.
  -Me  parece  que  una  vez  dentro,   no   hay   escapatoria   posible -comentó ella-. No te dejarán marchar -insistió pensativa.
  -Viniendo hacia tu casa, me he encontrado con Rogelio, el que trabaja para mi suegro, y que nos saludó el otro día. ¿Sabes quién te digo?
  -Sí, sé quién es, me parece un hombre repugnante.
  -Me dio a comprender que sabe lo nuestro. Se ha comprometido a no decir nada. También me dijo que sabe donde tú vives, y que te conoce como yo, del "Cisne Negro". No sé si hubo por su parte una velada intención, de darme a entender que él haya tenido algo íntimo contigo, o al menos eso me ha parecido que quería insinuar.
  -Eso es lo que él quisiera. Lo ha intentado en un par de ocasiones, pero te puedo asegurar que jamás lo conseguirá, prefiero verme antes muerta -dijo Samara, y parecía sincera en sus palabras, y su animadversión hacia Rogelio parecía espontánea y patente.
  -Parece casi como si le odiaras. ¿Tienes algún motivo especial para ello? -demandó Ricardo.
  -Sólo su acoso, sus miradas y arrogancia. Me es altamente antipático; se cree que sea superior, y me ve como lo que no soy. Me parece que piensa, que yo soy una cualquiera que esté al alcance de todos, pero se equivoca de medio a medio.
  -¿No será resentimiento por tu parte? Dicen que el amor está cerca del odio. Dime que tu trabajo en el "Cisne Negro", no va más allá de cantar y dejarte invitar a una copa.
  -Ni tan siquiera me dejo invitar por todo aquel que desea beber conmigo. ¿Supones que, porque te pedí aquella vez que me invitaras, lo hago con frecuencia y con todo cliente? Tú también __________

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estás equivocado conmigo. Todos erráis al juzgarme, y todos pensáis mal. Característico del macho -dijo ella, y parecía altamente enfadada.
  -No te enojes conmigo, y perdona mi poco tacto. Quizá estaba algo celoso de ese imbécil -intentó justificar él sus palabras, al tiempo que acariciaba el pelo de ella.
  -Me duele sobremanera que tú pienses mal de mí.
  -Te pido perdón, créeme que lo siento -habló Ricardo mirándola intensamente a los ojos, y esbozando una como amarga sonrisa.
  -Está bien, dejémoslo -dijo ella también sonriéndole.
  -¿Qué es lo que me tienes que comunicar? -preguntó él.
  -Sebastián está al corriente de lo nuestro. Me ha advertido que me acarrearía malas consecuencias, si tu proyectada boda con Malva, no llegara a realizarse por mi culpa. Me aconseja que lo mejor que hago, por el bien de los dos, es que corte todo contacto íntimo contigo. No sé bien porqué, pero me parece que ha sido ese amigo tuyo, ese tal Rogelio, el que se ha ido de la lengua.
  -Hijo de...
  -Ya te advertí del peligro que implicaba el salir juntos.
  -Ha sido en verdad muy sospechoso, el que también hoy me lo haya topado por los alrededores de tu casa. Parece como si se dedicara a espiarnos; mas si es así, debe de haber un motivo para ello; pero ignoro en absoluto cual pueda ser.
  -Tengo la impresión de que, sea por el motivo que sea, interesa a Sebastián, que es tanto como decir a la organización, el que te cases lo antes posible con tu novia; es lo que he venido a deducir -explicó Samara.
  -Seguro que debe de haber algo que desconozco. Por casualidad vi hace un par de días, a Cristian acompañado de Sebastián entrar en un restaurante, creo que ya te lo conté; y cuando fui a ver a Malva, salía de la casa de quien será mi suegro, como si fuera un íntimo de la familia; lo raro es que yo nunca antes lo había visto por allí. Le pregunté a Cristian y me dijo que hacía muy buenos negocios con él. Y que era una persona muy amable.
  -De cualquier manera debe de haber una relación, entre tu casamiento, y esos negocios de los que habla tu suegro.
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  -La verdad es que creo que sí. Últimamente me apremiaban un tanto en broma, un tanto en serio, a que me casara. No sé bien porqué, pero no me acabo de decidir. Tal vez miedo a perder mi total independencia.
  -Sí, les pasa a la mayoría de los hombres -dijo Samara-; sobre todo a los que no están perdidamente enamorados.
  -Yo quiero a Malva, llevamos mucho tiempo de novios, pero he de reconocer que la pasión que sentía hacia ella, se ha tornado ahora, sobre todo desde que te conozco, en más bien un cariño tranquilo, sosegado; donde la amistad juega un gran papel. Es aficionada a los libros, y yo soy librero.
  Lo que no puedo llegar a entender es, qué nexo exista entre mi casamiento y los negocios de esa banda de delincuentes.
  -Pregúntale a tu novia -dijo Samara-, quizá sepa ella algo del asunto, y todo venga a relacionarse, o entre a formar parte de algún negocio sucio, donde lo que cuente sea en primer lugar, la consecución de lograr sacar dinero, por algún medio que ignoramos. De esa gente no se puede esperar otra cosa.
  -No me lo puedo creer. Malva podrá ser lo que sea, pero ella jamás se avendría a una boda por intereses. Pienso sinceramente que Malva me quiere, incluso es celosa. Además, yo no poseo ninguna gran fortuna. Su familia es bastante rica; posee una fábrica de muebles, terrenos y casas, supongo que una gran cantidad de dinero en metálico, y sabe Dios cuantos bienes más. Seguro que no es una cuestión económica de lo que se trata.
  -No me refiero a que se hayan fijado en el capital que tú puedas tener; si no que, a través de esa boda, de la manera que sea quieren sacar  provecho.   No  se  me  ocurre   que   pueda   ser  otro  asunto -concluyó Samara.
  -Sí, ¿pero qué beneficio puede aportar mi casamiento a Sebastián, o a la organización? -se preguntaba incrédulo Ricardo.
  -Eso es lo que debemos tratar de averiguar -dijo ella, y agregó-; pero será muy peligroso, si algo llegaran a advertir, lo pasaríamos mal, no tengo la menor duda.
  -Quizá pueda indagar la razón que provoca, que mi matrimonio implique un beneficio para ellos, una vez esté dentro de la __________

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organización; es más, es probable incluso que me digan abiertamente lo que de mí pretenden, y me obliguen a ello. No creo que ya nada les importe -dijo él, expresando sus cavilaciones.
  -Huir, pienso que eso es lo único que nos queda como alternativa de salir ilesos, abandonarlo todo y empezar de nuevo en cualquier otro lugar del mundo -manifestó Samara.
  -El brazo del crimen es largo. Darían con nosotros y nos matarían. Tú no corres ningún peligro. Será mejor que nos separemos. Yo sólo te puedo acarrear disgustos, por no decir verdadero peligro. Estarás en constante riesgo de que te suceda algo imprevisible, si permaneces a mi lado. En el momento en que ellos decidan que nuestra amistad no les conviene, por el motivo que sea, nos obligaran a separarnos, bien por las buenas, o de un modo más drástico. Yo no sabría perdonarme, si algo malo te ocurriera por mi culpa -razonó Ricardo.
  -Seguiré aún actuando en el "Cisne Negro". Tendré ojos y oídos bien abiertos, por si viera u oyera algo que pudiera tener algún interés para ti. Según se vayan desarrollando los acontecimientos así haré, quizá termine marchándome del local, y busque otro trabajo. ¿Qué te parece?
  -En principio bien; pero si sospechan que los espías, te puede traer malas consecuencias.
  -Yo sabré actuar con precaución, y en el momento adecuado reaccionar con prontitud para quitarme de en medio, si eso fuera necesario. Tengo amigos que me pueden ayudar. Debemos acordar un lugar, donde de vez en cuando nos podamos ver. Aparentemente para ellos, debemos dejar de relacionarnos -dijo Samara, y sacando de su bolso una tarjeta de visita, se la entregó a Ricardo diciendo-: Ven a verme a esa dirección dentro de dos semanas, sobre las diez de la mañana.
  -¿Quién es esta persona?- preguntó él, y leyó: Eusebio Monterrey. Y debajo, junto a un extraño anagrama rezaba: Soldado de Dios. Había igualmente una dirección y un número de teléfono.
  -Ya le conocerás; no te preocupes. Ten cuidado de no perder esa tarjeta, ni que caiga en manos de alguien que te sea desconocido, o que no sea de tu plena confianza. Lo mejor es que la rompas, __________

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después de aprenderte de memoria la dirección y el nombre- dijo ella, y repentinamente tiró del brazo de Ricardo al tiempo que señalaba con la cabeza en una dirección. Él miró y vio a Rogelio salir en ese instante del establecimiento, con cierto apresuramiento.
  -Nos habrá estado espiando- dijo Ricardo e hizo intento de salir tras su amigo, pero Samara le retuvo diciendo:
  -Déjalo, no vale la pena. Es mejor así.
  -No ha podido estar tan cerca de nosotros, como para haber oído nada de lo que hemos hablado. Supongo- dijo él.
  -No, para nada. Creo que sólo ha entrado para cerciorarse de que estamos aquí. Debe de tener orden de seguir nuestros movimientos. Creo que sabe que yo suelo venir a este local; aunque nunca antes le había visto en este sitio- aseguró ella.
  -Todo esto que me acontece, parece que sea irreal. A veces pienso que despertaré en cualquier momento, y veré que todo ha sido un mal sueño o pesadilla.
  -Dime que por lo menos yo, soy la parte más agradable de ese mal sueño- dijo Samara mirándole profundamente a los ojos.
  -Eso es verdad, y no lo puedo negar. Si no fuera por ti, hubiera sido un infierno poder seguir adelante, en esta embrollada historia. Tú has sido el remanso de paz que ha encontrado mi alma, donde recuperar fuerzas y descansar.
  -Mi amor por ti es grande, y nunca podrá ser destruido por nada- le confesó Samara sin embarazo alguno, y furtivamente le besó la boca-. Ahora debemos separarnos. Recuerda, en dos semanas sobre las diez de la mañana, en esa dirección. Ten mucho cuidado- le besó nuevamente, y alzándose de su asiento, se separó con ligereza de él, que la vio desaparecer por la puerta. Ricardo se vio tan repentinamente solo, que no se lo quería creer.
  Pagó la consumición y salió como aturdido de aquella cafetería, hundido en profundos pensamientos que nada bueno le auguraban.
  Su pensamiento profundizaba en el hecho real, en el cambio brusco y radical que se había efectuado en su vida, hasta ese momento tranquila y placentera, en cierto modo feliz, donde todo __________

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estaba previsto, todo llevaba su curso normal en la sucesión de los días, sin ningún extraño sobresalto que le hubiera causado temor, o miedo alguno en su futuro.
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