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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO V


Se acercaba el día en que tenía que acudir a ver a Sebastián. Estaba inclinado a entrar a formar parte, como se le exigía, de aquella extraña secta u organización, que en realidad no sabía qué era; si se trataba de algo político o de carácter religioso. Quizá no fuese tan malo, se decía para conformarse, pero en su fuero interno comprendía que nada bueno podía ser, no sólo por lo que ya sabía por Samara, sino por el gran empeño que habían puesto en conseguir que él formara parte de ellos, al parecer, para efectuar una misión o trabajo que, por lo que fuera, convenía a la organización que fuera él el que lo efectuara.
  Era viernes, pensó que podría consultarlo con Samara, posiblemente ella hubiese oído, o sabido de cualquier forma, qué es lo que tramaban con él, qué pretendían que hiciera; sería bueno ir lo mejor informado que pudiera, antes de entrar en la boca del lobo.
A las nueve de la tarde cerró la librería.
  No quería ir al "Cisne Negro". Esperaría a Samara como la otra vez, en la puerta de su casa. Tuvo suerte, y pudo aparcar el coche en la cercanía de donde ella vivía. Estuvo paseando por la ciudad y sobre las diez y media de la noche, entró en el mismo restaurante en el que ya estuvo la última vez cenando. Tomó asiento a una mesa cercana a la entrada, y esperaba la llegada del camarero, cuando no pudo salir de su asombro al ver aparecer por la puerta, la figura del fornido viejo Sebastián acompañado por Cristian, el padre de Malva, el que en breve sería su suegro. Agachó la cabeza, sacó un pañuelo del bolsillo e hizo como si se estuviese limpiando la nariz. No quería de ninguna de las maneras que le vieran. Ya no podía quedarse allí.
  Se levantó precipitadamente, y observando que ellos se hallaban en ese momento de espaldas a él, salió con toda rapidez del local, y un instante después se encontraba en la calle.
  Deambuló sin rumbo por las calles, sin saber qué hacer ni a dónde dirigirse. Era para él tan incomprensible que Cristian y Sebastián se conocieran, ya incluso que fueran amigos, que no lo acababa de asimilar. ¿Qué podía significar aquello? ¿Estaría su futuro suegro __________

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en complot con aquella mala gente? ¿Pertenecería Cristian también a aquella organización? ¿Se habrían aliados, confabulados todos en contra de él, o era quizá igualmente el padre de Malva, una víctima como él mismo de aquellos delincuentes? ¿Cómo poder averiguarlo? Ciertamente le costaba trabajo creer que Cristian fuera compinche del viejo Sebastián; quizá se conocían por algún negocio, y su suegro ignoraba la verdadera identidad del individuo. Eso debía ser, se dijo, y quiso conformarse, tranquilizarse con esa posible idea, y de que no fuera ninguna cosa peor.
  Ya algo más sereno y dueño de sí, buscó un lugar apartado del centro de la ciudad para cenar, aunque la verdad era que no tenía ahora mucho apetito. Después de haber comido en un restaurante de poca monta, estuvo deambulando un gran rato por calles por las que hacía mucho tiempo que no había vuelto a pasar. Al fin terminó en un bar de copas, en donde alguna que otra mujer de la vida se le insinuó, e intentó un avance, que él rechazó contundente aunque con una amable sonrisa.
  Se hallaba nuevamente esperando en la cercanía de la casa de Samara, a avanzadas horas de la madrugada, la llegada de ésta. Pensaba que no podía coger por costumbre ese modo de vida. Él tenía que dedicarse a su negocio, y no podía pasarse las noches en vela por estar un rato con Samara. Bien es que el desear verla ahora, era por las circunstancias que rodeaban su vida, y por la necesidad que tenía de hablar con alguien, de desahogarse, en un anhelo en realidad baldío, de buscar consejo o solución a lo que le acontecía, y, ¿quién mejor que Samara, que conocía el tema de lo que le pasaba y a las personas responsables de su situación? Ella era su confidente, la única persona cercana en la que poder confiar, y de la que, muy a su pesar, reconocía que empezaba a amar.
  Estaba tan abstraído en sus cavilaciones, que no advirtió la presencia de Samara, hasta que ésta le tocó brevemente en el hombro al tiempo que le decía:
  -Supongo que me esperas; y creo que estás preocupado.
  -Hola, al fin has llegado. Sí, te esperaba, ¿qué iba hacer aquí sino? Y es cierto que estoy preocupado, de verdad bastante preocupado.
  -¿Qué ha pasado? -preguntó ella-. Pero subamos antes -dijo-, y me __________

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lo cuentas mientras tomamos una taza de café.
  Una vez acomodados en el pequeño salón del piso de ella, y en tanto bebían con agrado el caliente café que ella preparó, y que era ya como un ritual en sus encuentros, apremió Samara con su acariciante voz, le explicara lo que le ocurría.
  -Vamos, háblame. ¿Qué hay de nuevo?
  -He ido a ver a tu jefe, ese repugnante barbudo. No he tenido más remedio que ceder y prometerle entrar en su organización. Bueno, aún no es definitivo, pero él sabe que no tengo otra alternativa. Le he pedido un par de días para darle la respuesta, pero la cosa está ya más que decidida.
  -¿Pero por qué lo haces? ¿Qué medio de presión emplean para obligarte?
  -Me amenazan con matarme; no creo que sea poca cosa. Así, sencillamente, o obedeces, o te quitamos de en medio. ¿Qué te parece?
  -Increíble, nunca pensé que pudieran llegar a tal extremo. Pero lo que de verdad no entiendo es, ¿qué interés tienen en ello, por qué desean que formes parte de su banda? Tiene por fuerza que existir un motivo -decía pensativa Samara-. ¿No te puedes tú imaginar lo qué pueda ser?
  -También yo lo he pensado. Incluso le he demandado al viejo que me aclare, que me diga qué tengo yo de especial, para querer verme dentro de su maldita secta, o lo que sea. Además he querido indagar qué es lo que hacen, a qué se dedican en esa organización; pero la respuesta ha sido, que una vez dentro lo sabré.
  -¡Vaya, eso tiene gracia! -dijo ella asombrada-. No cabe la menor duda que son unos criminales, que están dispuesto a todo para conseguir sus propósitos.
  -Aún hay algo más que me tiene confuso -dijo Ricardo,  y su inquietud era palpable-. He visto al que en breve debe ser mi suegro, junto con Sebastián, en un restaurante; y me dio la impresión de que son amigos, lo cual me ha llenado de verdadero asombro. Yo he tenido siempre al padre de Malva, como una persona honesta, recta en sus principios y más que honrada; se me hace muy cuesta arriba __________

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pensado que quizá también él, esté coaccionado por esos bandidos.
  pensar que tenga trato con esa gentuza. He -Malva es de seguro tu novia -dijo Samara-. A lo más tardar, cuando entres a formar parte de la organización esa, sabrás si tu suegro está o no dentro de la misma.
  -Lo que más temo -habló Ricardo- es la misión o trabajo que me quieren encomendar. No puedo, por más que me esfuerzo en pensar, dar con lo que ellos pretenden que yo haga. Sólo el instinto me dice que debe de ser algo de verdadero peligro para mí.
  -Es cierto lo que dices. Ahora no me cabe ya la menor duda, que te asiste toda la razón para pensar así.
  -Es muy posible que Cristian, quiero decir mi suegro, haya ido alguna vez por el "Cisne Negro", en ese caso quizá tú lo conozcas, como parte integrante de ese clan de malvados.
  -Yo no conozco ni con mucho, a todos los que conforman la organización, o lo que eso quiera significar; seguramente son cientos, ¿quién lo sabe? Pero sí te puedo asegurar, que a mí difícilmente se me olvida una cara. Si alguna vez lo he visto, lo reconoceré sin ninguna duda.
  -Cristian es un señor alto, más bien grueso, se puede decir fuerte; tiene el pelo castaño claro, casi rubio, ondulado, siempre bien peinado hacia atrás, grandes entradas, cejas poco pobladas y ojos azules, su rostro tiene un aspecto rígido, más bien duro, pero cuando habla, tiene por contradicción una voz dulce y unos gestos amables, que pueden llegar a cautivar. ¿Te recuerdas de haber visto a un tipo así?
  -No estoy muy segura; sólo si lo viera en persona podría reconocerlo, saber si ya lo había visto con anterioridad. Tu descripción de él es buena, pero aunque hago esfuerzos, no logro verlo con la imaginación.
  -Ya, te comprendo -dijo cabizbajo y pensativo Ricardo-. ¿Qué puedo hacer, cual debe ser mi conducta, mi posición? -se preguntaba, y parecía desesperado.
  -Aunque quisiera, me veo incapaz de aconsejarte nada, es una decisión muy arriesgada, que tú solo tienes que afrontar.
  -Lo sé, lo sé. Dime, no has oído por casualidad algo de lo que pretenden hacer conmigo.
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  -No, nada, ningún comentario respecto de tu persona. Aunque, espera, no sé si se refería precisamente a ti, pero oí como un individuo al que nunca antes había visto por allí, le entregaba una pistola a Sebastián al tiempo que le decía, que si no quería pagar el libro, se tenía que encargar de hacer el trabajo.
  -Seguro que hablaban de mí, no creo que anden vendiendo libros a toda la gente. Ellos pretenden de mí que ejecute un determinado trabajo, y al parecer es necesario para ello llevar una pistola.
  -No lo pienses más, el tiempo irá desenvolviendo las cosas, ya actuarás según sea necesario, cuando el caso se presente.
  -Tienes razón -dijo Ricardo, y se miró en los profundos ojos de ella y comentó-: Pero a pesar de todo comprendo que no tengo ningún escape, me veo abocado a claudicar, y entrar a formar parte de ellos, no hay otra solución.
  -Vamos, no te tortures más. Tienes que descansar; acuéstate y procura dormir unas horas. Yo iré algo más tarde.
  -Dudo que sea capaz de dormirme -dijo él, pero hizo caso y se metió en la cama. A pesar de todas sus preocupaciones, unos instantes después dormía profundamente, aunque tenía un sueño muy desinquieto, revolviéndose en la cama.
  Se despertó Ricardo cerca ya de las doce del día y se vio solo en la cama. Había dormido más de lo que esperaba; bien era que llevaba muchas noches sin apenas pegar ojo, y su organismo reclamaba necesariamente aquel imprescindible descanso. Oyó abrir la puerta del piso y se levantó precipitadamente. Entró Samara en el dormitorio diciendo:
  -¡Vaya, te has despertado! Has dormido un buen rato y me alegro. ¿Te encuentras mejor?
  -Sí, bastante mejor. Cuando se duerme bien, se ven las cosas menos negras. Quiero ser optimista. Salgamos fuera a desayunar. Hoy no pienso abrir la librería.
  -Quizá sea peligroso para ti, si algún conocido tuyo nos viera juntos; podría enterarse tu novia, y no quisiera que por mí... He salido a comprar algo, podemos desayunar aquí.
  -No me importa en absoluto que todo el mundo me vea contigo, si a ti tampoco te importa.
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  -¿A mí? ¡Por Dios, para nada! Instantes más tarde desayunaban en una cafetería del centro, sentados a una mesa al aire libre, pues hacía un día de sol estupendo, sin mucho calor.
  Como Samara había predicho, se halló de repente ante ellos un hombre joven que saludaba a Ricardo, con la confianza de ser un amigo íntimo.
  -Hola, Ricardo. Parece que no se tiene muchas ganas de trabajar en un día como hoy. ¿No es así?
  -¡Hombre, dichosos los ojos! ¿Qué tal Rogelio? Aunque no te lo parezca estoy trabajando. Tengo un asunto entre manos y espero a un cliente.
  -Vaya, pues me alegro -dijo el tal Rogelio mirando abiertamente a Samara-. Bueno pareja, os dejo. Saluda a Malva de mi parte cuando la veas- añadió al tiempo de irse.
  -Ya te lo advertí -dijo Samara cuando se fue el amigo de Ricardo-. A pasado como me temía. Además, a ese hombre lo conozco, suele frecuentar el "Cisne Negro", y creo que es amigo de Sebastián.
  -No me digas que él, también pertenece a esa banda de embaucadores.
  -Eso no lo sé, pero que va mucho por allí es seguro.
  -Bueno, allí puede ir todo el mundo; eso no significa en realidad nada. Es después de todo un lugar público.
  -Sí, naturalmente, pero a mí me da como se dice, mala espina.
  -¿Por qué?
  -No sé bien porqué, pero tengo la extraña impresión, de que no es trigo limpio. Dime de qué lo conoces.
  -Es el encargado en la fábrica de muebles de Cristian. Nos conocemos y hemos salido más de una vez juntos, él con su mujer, que también trabaja en el negocio de mi suegro, pero de secretaria, y Malva y yo; pero en realidad no somos íntimos amigos. La amistad la tiene más bien mi novia con su mujer.
  -¿No temes que a través de él, se entere tu novia que estabas conmigo?
  -Para nada, yo me reúno con la gente más variada. Todo el mundo puede tener en su casa algún libro viejo e interesante que vender. __________

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Yo compro y vendo libros; de eso se han valido para hacer perfecto su engaño conmigo, esa cuadrilla de ladrones. La verdad es que me tienen cogido. Tendré que claudicar, el lunes iré al "Cisne Negro" para arreglar las cosas con Sebastián.
  -No te puedo aconsejar más, que tengas mucho cuidado -dijo ella mirándole con gesto de preocupación.
  -Que sea lo que Dios quiera. Ya veremos cómo resulta todo este lío -se expresó él, y tenía la resignación pintada en el rostro.
  -No te comprometas a efectuar ningún acto delictivo; ve antes a la policía si es necesario, aunque no tengas prueba de nada, siempre sería mejor que ahondarse en ese mundo criminal.
  -No sé, las consecuencias de no obedecer son graves; me pueden llevar a la cárcel, y eso sería lo de menos, pues según sus claras amenazas me juego la vida en ello, y ya sería lo último. Te digo que lo tienen todo bien atado.
  -Dime  por favor que vas a ser prudente en la medida de lo posible -dijo Samara, y se la veía de verdad preocupada por él.
  -Haré lo que pueda; actuaré según se vayan desarrollando los acontecimientos.
  Se levantaron y pasearon un rato por la ciudad mirando escaparates, y entraron en algunas tiendas donde Samara hizo varias compras para su atuendo personal.
  Pasaron el día junto. Comieron y cenaron en apartados restaurantes, donde Ricardo creía estar seguro de no encontrar a ningún conocido. Cerca de las once de la noche, marchó Samara al "Cisne Negro" donde debía de actuar. Él se quedó en el piso de ella, esperando su vuelta.
  Dormía Ricardo profundamente. Soñaba que iba solo por un largo camino que no tenía fin, era un camino que atravesaba un bosque. Era de noche, la luna llena brillaba amarilla en el cielo. Surgieron repentinamente de entre los árboles una amenazante jauría, que ladraba rabiosamente y le perseguía y acometía, ya estaban cerca, en su acoso, casi sentía las dentelladas de ellos en sus piernas. El miedo le aterrorizaba y se convertía en pavor, gritó su pánico y se despertó bruscamente, tembloroso, bañado en un sudor frío, y se vio solo en __________

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el amplio lecho. No sabía de momento dónde se hallaba. Se abrió de golpe la puerta del dormitorio, y apareció Samara preguntando alertada:
  -¿Qué te ocurre?
  -Ah, eres tú, perdona, he tenido por lo visto una pesadilla. Creí que te habías marchado al "Cisne Negro" ¿Es que no tienes que actuar esta noche?
  Ella se acercó a él y le abrazó cariñosa diciendo:
  -Pero si ya estoy de vuelta, cariño. ¿Qué hora crees que es?
  -No puede ser, acabo de dormirme, y he tenido ese insólito sueño.
  -¿Qué clase de sueño, de qué se trata?
  -Caminaba por un lugar extraño, una senda por entre el bosque, era noche y la luna llena lucía en el cielo. Al pronto aparecieron unos perros que me atacaban e intimidaban con sus horribles fauces, y ya casi me daban alcance, cuando me he despertado.
  -Todo eso refleja, supongo, los tensos momentos por lo que atraviesas; todo lo que te ocurre, y que estás últimamente viviendo. Todos sabemos lo absurdo que son los sueños. Cálmate, ahora ya todo pasó. ¿Tomas un café conmigo?
  -¡Ah, claro el café! Cómo no. Me parece que ya no puedes vivir sin tu café. ¿No es cierto?
  -Pues, ¿qué quieres que te diga? Tienes razón; por lo menos el de esta hora me es casi imprescindible para poder relajarme y dormir.
  -Creo que yo también me estoy acostumbrando a él -dijo Ricardo acariciando levemente la mejilla de ella. No se le había pasado por alto, el que Samara le había dicho cariño, cuando entró en el dormitorio y se abrazó a él; era la primera vez que empleaba ese apelativo, lo que demostraba que la intimidad entre ambos se iba consolidando, y no sabía qué hacer. Él se debía a Malva, tenía un compromiso de matrimonio con ella que no debía de romper. ¿Qué pasaría si ella se enterara de que le era infiel? Seguramente rompería con él. Comprendía que debía de poner orden en sus sentimientos, y tomar una postura honesta para con las dos; pero ante todo tenía que solucionar el problema pendiente con el viejo Sebastián y su organización.
  -Te veo muy pensativo -dijo Samara cuando ya sentados a la mesa tomaban su café-, estás pensando en tu novia, ¿no es cierto?
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  -¿Qué te hace sospechar tal cosa? -preguntó él.
  -Pues, no sé, quizá intuición femenina. ¿Tienes una foto de ella? Me gustaría conocerla.
  Ricardo sacó de su cartera una foto de Malva y se la dio a Samara. Ésta la observó detenidamente durante unos instantes, y la devolvió diciendo:
  -Es una mujer muy bella.
  -Sí, la verdad es que lo es. Todos los domingos suelo ir a verla. A veces es ella la que viene a verme, en éste último caso, me llama avisándome y no lo ha hecho. Tendré que ir a visitarla, es muy celosa y no quiero que desconfíe, ni sepa nada de lo que me ocurre, ni tampoco de lo nuestro, ¿lo entiendes?
  -Por supuesto, tú no tienes conmigo ningún compromiso.
  -En cierta medida sí creo que lo tengo; aunque ignoro cómo irá a terminar todo lo que me pasa, ni hasta dónde llegará nuestra intimidad, nuestro... no sé si será amor, pero algo más de lo puramente sexual siento que me une a ti.
  -Yo también siento algo especial hacia ti, pero nada te exijo, ni nada te reprocharé, cuando sientas que lo tienes que dejar, me dices adiós y nada más.
  -Eres una mujer muy peculiar; nunca he conocido a nadie como tú -dijo él, y acariciándole la mejilla, la besó suavemente en los labios.
  -Bueno, no nos pongamos sentimentales -dijo ella-. Tienes que marcharte, así pues empieza a arreglarte, dúchate y compón un poco tu aspecto; que tu novia se alegre al verte.

  Una hora más tarde, corría Ricardo con su coche por la autopista dirección al pueblo donde vivía Malva. Temía las preguntas que ella de seguro le haría, pues no la había llamado ni tan siquiera una vez, desde la última vez que se vieron en casa de ella; y si ella le había llamado no había podido dar con él, ni a su casa ni a su móvil; él no había nunca contestado, y el móvil lo había mantenido siempre cerrado, es más, lo tenía en casa, hacía días que no lo llevaba consigo, quizá por temor de que le llamara el viejo Sebastián, o el __________

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inquietante Mauricio, para preguntarle por la cuestión del manuscrito, a pesar de que él no les había dado su número, sospechaba que de cualquier forma lo supieran.
  Calculaba que llegaría sobre las diez. A las inevitables preguntas de ella, diría que había estado muy atareado con la posibilidad de cerrar un trato, que habría sido económicamente bueno para él, pero que la cosa estaba ahora en un compás de espera, y no sabía cómo terminaría.
  Eran las diez pasada cuando llegó. Aparcó el coche delante de la casa, a un lado de la entrada. Se extrañó de que hubiera allí otro coche aparcado, era un Mercedes de lujo, de alta gama. La casa era más bien una opulenta villa con un gran jardín y una amplia piscina. Llamó y nadie contestaba, esperó unos instantes y volvió a llamar insistentemente. Todo era silencio, ningún movimiento se advertía en el interior. Le parecía raro, un domingo a las diez de la mañana y nadie en casa. Él sabía que Malva dormía largo los fines de semana, ¿Estaría durmiendo todavía? Pudiera ser que Cristian hubiera salido por cualquier causa; pero, ¿y la chica del servicio, cómo era que tampoco estaba? Tendría el día libre, se dijo. Le parecía muchas coincidencias. Volvió a llamar una vez más, y ya se marchaba cuando oyó la voz de Cristian por el portero a tomático preguntando quién era.
  -¡Vaya, hay alguien vivo! -dijo Ricardo queriendo bromear-. Ya me iba. ¿Dónde está Malva?
  -Ah, eres tú, Ricardo. Pasa hombre -dijo el que era casi su suegro al tiempo que la pesada puerta o cancela de hierro se abría.
  Recorrió el corto trayecto por entre el jardín, y ya llegaba al portal de entrada a la casa, cuando se abrió la puerta y en el vado apareció Cristian acompañado de Sebastián.
  La sorpresa para Ricardo fue tan brutal, que se quedó parado sin saber qué decir ni hacer.
  -Bueno, entonces -decía en ese instante el anciano- quedamos en vernos el miércoles para concretar el negocio.
  -De acuerdo, el miércoles pues- contestó con una amable sonrisa Cristian al tiempo que se estrechaban la mano.
  Con una leve inclinación de cabeza, y un enigmático gesto en su rostro, pareció saludar sin decir palabra alguna, Sebastián, al pasar __________

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por el lado de Ricardo en dirección a la salida.
  -Bastantes días hace que nada sabemos de ti -decía Cristian en ese momento-. Malva comenta que no la llamas por teléfono. ¿Te ha ocurrido algo? Ella tampoco ha podido contactar contigo.
  Él había seguido con la mirada la marcha de Sebastián, sin querer aún creerse que fuera verdad, que su suegro tuviera, o hiciera negocios con tal personaje.
  -Ah, sí, he estado muy atareado. El móvil lo he extraviado, no sé dónde lo habré puesto, quizá lo haya perdido. ¿Y Malva?
  -Pasa, ha ido a casa de una amiga, es aquí cerca. La llamaré por teléfono para decirle que estás aquí.
  -Dime -preguntó Ricardo ya dentro de la casa y acomodado en un sillón-, ese hombre que se acaba de marchar, ¿ha estado ya con anterioridad aquí? Creo que ya le he visto alguna vez.
  -Es la primera vez que me ha visitado en casa. Ha estado un par de veces en la fábrica. No hace mucho tiempo que le conozco; pero mantengo con él unos negocios, que hasta el presente van estupendamente bien. Sí, puedo decir que estoy contento. Ahora voy a llamar a Malva, disculpa un momento.
  -Ya mismo viene -dijo Cristian después de que hubiese hablado brevemente por teléfono con Malva-. Te advierto que está muy enfadada; pero creo que con razón.
  -Ya se le pasará, supongo -comentó Ricardo-. Pero volviendo a ese hombre, ¿dónde lo he podido ver? Estoy seguro que no es la primera vez que lo veo; y no sé por qué, pero no me causa buena impresión.
  Ricardo intentaba mantener viva la conversación respecto al viejo, con la solapada intención de poder averiguar algo más, conforme a qué clase de negocios eran, los que relacionaban a su suegro con Sebastián.
  -Sé que se puede decir de él, que tiene un aspecto raro, serio quizá, pero tratándole, se ve que es una buena persona, y buen negociante que es lo que importa.
  -¿No me dirás que ese hombre negocia con la compra y venta de muebles? No tiene en absoluto traza de eso.
  -Ignoro por qué te ha caído tan antipático, si ni tan siquiera has __________

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hablado con él. Seguramente te recuerda a alguien con quien no has tenido buena experiencia; porque la verdad, no creo que le conozcas de nada; él se mueve en un mundo muy diferente al tuyo.
  Estaba claro que Cristian, no estaba dispuesto a dar ninguna pista sobre la identidad del hombre, y menos sobre los negocios que se pudieran traer entre manos.
  -Bueno, hablo sólo de la impresión que me ha causado. Puedo por supuesto estar equivocado. En realidad no me incumbe lo más mínimo, perdona.
  -¡No, hombre! Nada que perdonar...
  -Hola, al fin has aparecido -dijo Malva entrando en ese mismo instante-. No sé si abrazarte, o estar un mes sin hablarte.
  -No condenes ni te enojes, antes de oír razones -dijo Ricardo.
  -Tienen que ser unas razones muy convincentes -dijo ella, y sonreía.
  Al fin se unieron en un estrecho abrazo.
  -Bueno -hablo Cristian-. Os dejo, tortolitos. Tengo que hacer aún algo importante. Ya nos veremos Ricardo. Que os llevéis bien. Adiós -dijo, y salió algo precipitadamente.
  A Ricardo le pareció que Cristian quería tan sólo quitarse de en medio; no únicamente por dejar a la pareja a solas, sino porque no se hablara más del viejo Sebastián.
  Pasaron el día junto en el pueblo. Acompañado de amigos se bañaron en la piscina. Fueron a comer en un restaurante del pueblo, y tras un par de horas de siesta, vieron la televisión y por la noche salieron a cenar a un local de moda en un pueblo cercano. El día fue completo y Malva era feliz. Ricardo estaba contento de que ella no hubiera insistido en su indagación de querer saber el motivo que había propiciado, el que él estuviera unos días sin comunicarse con ella. Dio por buena la explicación de él y todo quedó zanjado.
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