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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO IV


Cuando Ricardo se despertó a la mañana siguiente, se quedó al pronto un tanto sorprendido al no reconocer, ni recordar el lugar dónde se hallaba; pero fue tan sólo un breve instante, de inmediato recordó y supo que era el piso de Samara, ésta dormía plácidamente junto a él en la cama.
  Se levantó con sumo cuidado de no despertarla. Se vistió con la mayor rapidez posible, y tras asearse un poco, ya se marchaba, cuando pensó que debería dejarle por lo menos una nota. Escribió dándole las gracias por todo, y que la noche con ella había sido maravillosa. Que ya se pasaría por el "Cisne Negro" para verla. Le recomendaba que fuese precavida con la gente que trataba; y que no dejara de avisarle si las circunstancias así lo requiriera. Se despidió con un caluroso beso hasta pronto, y puso su número de teléfono al final.
  Ya en la calle, dirigiéndose a la búsqueda de su coche, se le vino al pensamiento su prometida "Malva quizá no me lo perdone" pensó, y sintió un algo de remordimiento. Probablemente ella no se merecía esa traición de su parte, pero la carne es débil, y la verdad es que no pudo, o quizá no quiso evitarlo. ¿Podría ser posible amar a dos mujeres a la vez?, se preguntó. Procuraría que sus relaciones con Samara no avanzaran más, ni llegaran a tomar un cariz más profundo.

  Habían pasado dos semanas desde que estuviera con Samara. Durante ese tiempo no había dejado de pensar en todo lo absurdo que parecía ser lo que le estaba ocurriendo. No tenía motivos para dudar de las palabras de la mujer, que ya empezaba a ser algo más que una simple conocida. Es ciertamente una belleza, se dijo, y una excitación recorrió su cuerpo al recordar vivamente la noche pasada con ella. Pero qué tenían que ver los negocios sucios de aquella gente con él, ni qué le importaba. Él sólo había intentado comprar un manuscrito, que por cierto luego le habían robado. Probablemente ellos lo hayan sustraído a cualquier persona, o lo hayan robado de un lugar determinado, quizá de cualquier __________

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biblioteca privada, y por esa causa sí pudiera estar comprometido, si es que había una denuncia de la desaparición de éste, y la policía lo buscaba. Fuese lo que sea, la cuestión era que de verdad estaba metido en un lío, pues tenía que comunicarle a aquellos individuos la desaparición del dichoso libro. Así pues se veía obligado a ir nuevamente al "Cisne Negro". No tenía más remedio. Dejó aún pasar un par de días antes de decidirse a aparecer por allí.
  Llegó en las primeras horas de la noche. Esta vez no tuvo nada que esperar, muy al contrario, parecía que estaban aguardando su llegada. Le saludaron desde una mesa al fondo, alzando los brazos y llamándole por su nombre:
  -¡Eh, señor Ricardo, aquí! Él se acercó despacio y serio hacia ellos. No sabía por qué, pero tenía un poco de recelo; más bien se diría un algo de temor.
  -Buenas noches -saludó al llegar junto a su mesa.
  -Siéntese -dijo el barbudo Sebastián indicándole una silla-. ¿Desea beber algo?
  -Gracias, de momento no -contestó Ricardo sin querer dejar de perder su sobriedad.
  -¿Qué tal? -dijo a manera de saludo Mauricio, y acto seguido preguntó-: ¿Tomó usted ya una decisión? ¿Se ha convencido del verdadero valor del manuscrito?
  -He estado intentando, hace ya algún tiempo, ponerme en contacto con alguno de ustedes; pero no me ha sido posible. Les tengo que decir que por desgracia el libro ha desaparecido, mejor dicho, me lo han robado; y no puedo comprender quién, aparte de ustedes, nadie tenía conocimiento de que éste se encontraba en mi poder; de seguro que han ido única y exclusivamente a por él, pues de mi negocio nada echo en falta, tan sólo es el manuscrito lo que se han llevado. Tengo que decir que esto es bastante sospechoso -comentó, en tanto les miraba tratando de inquirir en sus rostros algún gesto que confirmara, o apoyara su desconfianza de que ellos estuviesen quizá metidos en el asunto.
  Ellos no advirtieron, o no quisieron darse por enterados del tono de sus palabras, que implicaban una velada acusación.
  -Mala cosa es esa -opinó con toda la frialdad del mundo Mauricio.
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  -Sí -aseveró Sebastián-, es verdaderamente una muy mala noticia.
  -El libro -prosiguió Mauricio- pertenece a una persona que me lo había confiado para su posible venta. Mi situación es ahora bastante desagradable. Créame de verdad si le digo que lo lamento de veras por usted, Señor Ricardo, pero el manuscrito tiene un valor no inferior a los cincuenta mil oros.
  -¡Qué! ¿Cincuenta mil oros? ¡Está usted loco, eso es una verdadera barbaridad! ¡Jamás podría costar tanto! Ni siquiera era seguro que fuera auténtico. Tampoco es ese un autor tan interesante, ni de tan gran valía.  Semejante cantidad  es imposible  que yo la pueda pagar -dijo, casi gritó Ricardo, sin poder contener su rabia y mal humor.
  -No se ponga usted tan furioso hombre -habló el viejo Sebastián-, ya se encontrará una solución. De lo que no cabe duda, es de que es usted el responsable de su pérdida. No ha tenido ningún cuidado. Tome una copa y tranquilícese; podemos a pesar de todo lo que sucede, ser amigos. Bajo el signo de la amistad todo se soluciona mejor.
  -No trato ni quiero eludir mi responsabilidad, sé que he sido un incauto, he caído como un ratón en la trampa, por desgracia para mí. Pagaré, pero siempre que el precio sea razonable.
  Continuaron haciendo caso omiso a sus palabras, en las que dejaba entrevés una clara alusión, a la inculpación de ellos en el caso del robo. Sebastián dijo, como queriendo dar a entender que no les guiaba ningún afán de lucro en la venta del manuscrito, que podrían acordar una suma sensata que ambas partes aceptasen, y que él incluso podría pagarla en pequeños plazos, según sus posibilidades. Naturalmente, para llegar a esto quería poner, más bien exigía una condición: Entrar a formar parte de su organización o secta. Si consentía en ello, sería todo mucho más fácil para él.
  -¿Organización? ¿Qué organización? No tengo tiempo para entrar a formar parte de nada, ni nunca me ha gustado pertenecer a ningún club o cosa por el estilo; me basta y sobra con mi trabajo, que es al mismo tiempo mi afición. Por otra parte, no deseo en absoluto cambiar mi forma de vida, estoy contento tal como soy. Todo esto me resulta altamente extraño -terminó diciendo Ricardo.
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  -Uno tiene que alinearse en uno u otro bando; no se puede permanecer en una zona gris, en terreno de nadie, entre dos aguas, hay que tomar partido por el bien mismo de la evolución -dijo sermoneándole aquel viejo.
  -Oiga -le contestó-, díganme lo que les debo, un precio razonable quiero decir, y déjenme en paz por favor.
  -Lo sentimos de veras, pero créame que no le queda más alternativa -insistió machaconamente Sebastián, mientras Mauricio le miraba fijo y serio, con cara de pocos amigos.
  -¿Tratan ustedes de obligarme hacer lo que no deseo? ¿Qué piensan hacer si me niego?
  -Sólo le diré que le pesará, y se arrepentirá, si toma una postura de enfrentamiento con nosotros -le aseguró Mauricio.
  -Cincuenta mil oros, eso es una cantidad desmesurable, es un verdadero abuso. De todas formas déjenme unos días para pensarlo, para poder hacer mis cuentas y ver hasta dónde puedo llegar -dijo en tanto pensaba precipitadamente, la forma más idónea de salir de aquel atolladero. Debería pedir ayuda a alguien, pensaba en las personas que conocía, y no encontraba a nadie. Quizá pudiera ir a la policía y denunciar el caso, pero temía las consecuencias de sus amenazas.
  Se levantó, y sin más comentario abandonó el lugar aquel, con una más que mal disimulada ira. Notaba sus miradas clavadas en sus espaldas, y se imaginaba unas risas burlonas dibujadas en sus odiados rostros. Una sensación de impotencia tal le embargaba, que debía hacer enormes esfuerzos por contenerse y no gritar, y arrojar fuera de sí, toda mesa y silla que se hallaba a su paso.

  Llevaba varias noches sin apenas poder conciliar el sueño. Estaba intensamente cavilando, buscando una solución que no terminaba de encontrar. En su desesperación pensó Ricardo en ir a ver a Samara. Era consciente de que ella no podría ayudarle, pero no sabiendo qué hacer, ni a quién dirigirse, optó por comunicarse con ella. ¿Quién sabe? Quizá pudiera aconsejarle, o tuviese idea de cómo debiera ser su comportamiento ante aquella gente, en semejante situación.
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  Sabía la hora en que ella terminaba su actuación en el local, y cuando estaría en su apartamento.
  Después de cerrar la librería, se dirigió hacia la calle donde ella vivía. Tardó un buen rato en encontrar un sitio donde poder aparcar el coche. Dio un largo paseo y entró después en el cine. Apenas puso atención a la película, y cuando salió, si alguien le hubiese preguntado, no habría sabido decir de qué trataba ésta. Su pensamiento siempre rondaba el mismo tema: la situación en que se hallaba. Se metió a cenar en un restaurante, en el que nunca antes había estado; no quería encontrarse con ningún conocido. Aún era pronto para ir a esperar a Samara. Estuvo en varios bares tomando copas, y cerca de las cuatro de la madrugada, se dirigió hacia la calle donde ella vivía. Esperó dando vueltas arriba y abajo de la acera, cerca de la puerta de su casa. Al fin apareció. Apreció en su rostro una agradable sonrisa, que le hizo pensar que se alegraba de verle. Su cara se tornó más seria al preguntarle:
  -¿Pasa algo? ¿Me esperabas? ¿Tienes que comunicarme cualquier cosa? Espero que no sea nada malo -había cierto anhelo en su voz quebrada.
  -Sí, te esperaba, pero no es por nada. No sabía qué hacer y... simplemente no quería estar solo.
  -Sube   -dijo  ella   con   una   nueva  sonrisa-.   ¿Quieres  un  café? -preguntó, dentro ya de su apartamento.
  -¿Lo tomas tu también? -Por supuesto, siempre bebo un café antes de irme a la cama. Tú ya lo debes de saber.
  -¿Y puedes no obstante conciliar el sueño?
  -Nunca me ha afectado; creo que es sólo cuestión de acostumbrarse.
  -Yo pienso que nunca podría acostumbrarme. Últimamente duermo poco, cualquier cosa me quita el sueño. He tardado un buen rato hasta encontrar un sitio donde aparcar el coche -dijo él, más que nada por no estar callado.
  -Sí, en esta zona es siempre muy difícil encontrar un sitio donde dejar el coche. Gracias a Dios yo tengo el aparcamiento subterráneo.
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  Los minutos pasaban. La situación parecía un tanto embarazosa. Se miraban en silencio. Estaban sentados a la pequeña mesa de la cocina y bebían su café a pequeños sorbos. La amistad de ellos, o su relación era reciente; quizá por eso existía aún esa especie de necesidad de tener que hablar; el silencio, de un modo inconsciente, parecía no ser aceptado de forma natural entre ambos. Faltaba aún esa confianza de los viejos amigos, que son capaces de permanecer horas juntos, sin tener por que dirigirse la palabra o hacer comentarios algunos sobre cosas intrascendentes.
  Al fin, Ricardo rompió el silencio diciendo:
  -Tengo un gran problema, Samara, esa es la verdad. Y lo peor es que no sé cómo salir de esta situación. Me encuentro metido en un gran atolladero.
  -¿Te refieres a tus relaciones o negocios con Sebastián? Ya te advertí que lo mejor que hacías era apartarte de él. En realidad, de todos ellos, pues sólo te pueden acarrear disgustos, créeme.
  -Sí, lo sé; pero me tienen cogido y nada puedo hacer para zafarme.
  -Tenías que haber sabido salirte a tiempo -opinó ella.
  -Creo que han ido directamente a por mí -explicó Ricardo-. No se puede entender de otra manera -y le contó con todo lujo de detalles lo concerniente al manuscrito, y la desorbitada cantidad que pretendían por él.
  -Me inclino a pensar que sean ellos los autores del robo -dijo Samara pensativa-. Dices que te parece que Mauricio te seguía; es muy probable que quisieran asegurarse, de que te encontrabas lejos de la librería, y le comunicara al que te robaba, que podía actuar tranquilamente, sin miedo de ser por ti sorprendido.
  -¡Es verdad! No se me había ocurrido. Probablemente estés en lo cierto, y ese fuera el motivo por el que me espiaba.
  -Si te fuera posible pagar para quedar libre de ellos, yo que tú, lo haría sin dudarlo un momento.
  -Eso desde luego sería lo mejor; pero no estoy seguro de que incluso así me dejaran en paz. Pienso que algo determinado quieren de mí, y no cejarán en su empeño hasta conseguirlo.
  -¿Qué te hace pensar, que ellos pretendan algo más que dinero de ti? -preguntó ella con un cierto tono de curiosidad en sus palabras.
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  -No estoy muy seguro, pero me proponen rebajarme la pretendida deuda, si entro a formar parte de una especie de secta u organización, a la que ellos pertenecen, y de la que no creo que persigan nada bueno. Intentan a través del chantaje, que sea uno más de ellos, para que engorde sus filas de adictos.
  -Muchas veces me pregunto, y también me maravillo de que conmigo nada hayan intentado, en ningún aspecto; y según tengo la impresión, tampoco con ninguno del personal que trabaja en el local, como son los camareros y todos los demás que actúan tocando el piano, la guitarra o cantando, y otra mucha gente que está allí empleada. Quizá porque somos personas de pocos recursos económicos, vengo a suponer.
  -Es posible -razonó Ricardo- que lo hagan para en caso de tener algún problema con la justicia, nadie de vosotros pueda nunca delatar nada, porque nadie nada sabe en concreto, de lo que ellos se traigan entre manos.
  -Probablemente tengas razón -dijo Samara-. Con respecto a tu caso, podrías desaparecer; marcharte a otra ciudad, o tal vez al extranjero, sin decirle nada a nadie. Tal vez no den contigo, y puedas vivir en paz. Porque es posible como tú dices, que algo malo desean conseguir de ti, y nada me extrañaría, pues son gente malvada, que nada ni nadie los detiene hasta conseguir sus propósitos, y no me cabe ya ninguna duda que de ti algo quieren, aunque de momento ignoras qué pueda ser.
  -Pero yo no puedo hacer eso. Tengo aquí toda mi vida, mi trabajo, mis negocios, mis amigos... y también, debo de decirlo, mi prometida con la que pensaba casarme en breve.
  -Sí, comprendo que sería muy duro abandonarlo todo, y quizá al fin y al cabo, la cosa no sea tan grave, y puedas salir en cierto modo ileso de este conflicto. Seguro que me he excedido, exagerando el peligro que te amenace o puedas correr -dijo ella queriendo ser ahora tranquilizadora en su modo de expresarse.
  -No, sé que tienes razón en cuanto a considerar que mi situación no es nada halagüeña, yo diría que bastante peligrosa. La verdad es que se me hace muy cuesta arriba huir como un cobarde. No hago más que pensar si debo acudir o no a la policía; si lo hago tal vez se __________

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torne mi situación aún más grave, sin llegar a conseguir nada práctico con la denuncia, pues en el fondo nada puedo demostrar de todo lo que me pasa, y ellos estarán todavía más en mi contra.
  -Lo cierto es que es un dilema -dijo ella-, y yo no sé qué pueda aconsejarte.
  -En realidad debo pedirte perdón por mezclarte en mis asuntos, hacerte partícipe de mis problemas. Tú debes tener bastante con los tuyos propios; y puede ser que entrañe para ti un riesgo tener conocimiento de lo que te he confesado.
  -No lo creo. Además, nadie sabe nada de que tengamos una más estrecha amistad. Mi trato contigo en el local, es igual que con el de cualquier otro cliente- aclaró ella.
  -De todas formas, siempre puede ser peligroso para ti- insistió él.
  -Me has dicho que pensabas casarte pronto. Yo no quiero ser un obstáculo en tu vida. Lo nuestro acaba de empezar, y puedes dejarlo siempre que quieras; nada te iba a reprochar.
  -Créeme que soy sincero, cuando expreso mi temor de que algo te pueda pasar por mi culpa -dijo él mirándola profundamente a los ojos y acariciándole el negro pelo.
  -No te preocupes  por mí,  ya me encargo yo de que nadie sepa nada  de lo nuestro  -le tranquilizó ella al tiempo que rodeaba con sus brazos el cuello de Ricardo, y acercaba sus labios temblorosos a la boca de él.
  Ricardo se hundió en la pasión que ella despertaba en él, y terminó olvidándose por unos momentos de todos sus problemas, al entregarse plenamente en el calor del amor, que ella parecía profesarle.
  Ricardo se despertó, como tenía por costumbre, a las siete de la mañana. Puso extremado cuidado al levantarse de no despertar a Samara, pero ella al parecer estaba también despierta y dijo:
  -Esta vez, el beso de despedida me lo puedes dar, en vez de dejarlo escrito en un papel.
  -¿Te he despertado, o ya lo estabas?
  -Hace rato que estoy despierta, y no es normal en mí; suelo dormir de un tirón hasta las doce o la una. Tú tampoco has dormido bastante.
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  -Nunca he dormido mucho; pero últimamente apenas consigo dormir más allá de un par de horas. Lo cierto es que todo este lío que estoy viviendo, me roba el sueño.
  Ricardo se fue a despedir de Samara como ella quiso, con un beso, pero que después, sin más remedio vino eso...
  Ella insistió en que desayunaran juntos, en la intimidad de su casa y así lo hicieron. Al fin él se despidió prometiéndole verla en el "Cisne Negro".

  Pasaron algunos días antes de que Ricardo se atreviera aparecer por el local, que ahora sabía que su dueño o encargado era Sebastián. Había tomado la determinación de pagar lo que se le exigía, es decir, aquella abusiva cantidad de dinero, con tal de que le dejaran vivir en paz; esa era desde luego la condición mínima que les exigiría, para comprometerse a efectuar el pago, y lo haría, como Sebastián había dicho, en varios plazos. Se presentó poco después de medio día, a las dos y cuarto, una buena hora para comer, pensó. Recordaba que Samara le había dicho, que el tal Sebastián solía almorzar allí sobre ese tiempo más o menos.
  Dio una ojeada al entrar, y observó que entre las pocas personas que en ese momento ocupaban las mesas, de lo que ahora era un restaurante normal, no se hallaba el maldito viejo. Tomó asiento no obstante, dispuesto estaba a esperar hasta que lo viera.
  Naturalmente Samara no se encontraba allí de día, su actuación empezaba a partir de las once de la noche, y se prolongaba hasta la madrugada.
  -¿Qué desea beber el señor? -le preguntó el camarero al tiempo que le daba la carta del menú.
  -Una copa de vino tinto, rioja quizá, pero que sea bueno.
  -Por supuesto, señor, nuestros vinos son todos buenos. Acababa Ricardo de comer su fritada de pescado variado, cuando vio aparecer al esperado Sebastián. Le hizo seña con la mano, pero éste ya se había percatado de su presencia y venía derecho hacia él.
  -¡Vaya, se ha decidido a venir! ¿Ha tomado ya una decisión respecto del manuscrito? ¿Ha logrado quizá recuperarlo?
  -Nada de eso, los ladrones no suelen devolver lo que roban -dijo __________

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Ricardo queriendo dar a sus palabras una intención recriminatoria.
  -Es posible que no se lo hayan robado, sino que lo tenga extraviado; tal vez no se recuerda dónde lo puso.
  -¿Cree qué no lo he buscado y rebuscado por todas partes? Dejémoslo. He venido para que podamos llegar a un acuerdo. He pensado que les pagaré la suma exigida por ustedes, en cuatro plazos, durante un año, cada tres meses un pago, pero quedo exento de cualquier otro compromiso que me ate a nada de lo que ustedes representan. No quiero entrar a formar parte de ninguna clase de organización, secta, religión o lo que sea. Díganme si están de acuerdo en esto, y concretamos la forma de hacer efectivo los pagos.
  -Es usted verdaderamente obstinado. Créame que le interesa por todos los conceptos unirse a nosotros; no tiene por otra parte, otra alternativa, es más, lo de que pague o no el manuscrito, es en realidad una cosa secundaria, se trata de que ha sido elegido para desempeñar una misión, un trabajo, podría decirse, y no hay a esto ninguna escapatoria, tan sólo la muerte le libraría de tener que hacerlo, y créame, eso podría sucederle.
  -¿Pero por qué? ¿Por qué he de ser yo? ¿Qué tengo de especial para haber sido elegido? -preguntó Ricardo todo confuso.
  -Todo eso lo sabrá cuando haya aceptado de buen grado su destino. Es mejor no luchar contra corriente; hay que ser flexible, saber amoldarse a las circunstancias, y sacar de ello el mejor provecho posible, esa debe de ser su actitud.
  -Pero a nadie se le debe exigir hacer lo que no desea, se debe respetar el libre albedrío de toda persona.
  -Eso choca de frente con la dura realidad; el respeto que cada uno reclama para sí, depende de que los demás se lo quieran otorgar. La sociedad se puede comprometer o no, hacer de eso una ley, y hacerla acatar por todos. Ciertamente todas las sociedades de los pueblos más avanzados, defienden, por lo menos aparentemente, los derechos individuales de los ciudadanos; pero toda ley existente adolece de efectividad, que perjudican a unos, y benefician a otros. ¡Cuántas veces en nombre del pueblo se perjudica al pueblo, sobre todo a los más humildes, a aquellos que no saben, que ignoran __________

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cómo se tienen que defender de una ley que les perjudica!
  La pura realidad es, que el que es más fuerte vence siempre, sea a través de la palabra o de las armas.
  -Todo lo que me expone me parece que se aleja de la realidad, es radical y lo veo fuera de contexto. En definitiva, no tiene usted razón en lo que dice.
  Aquel más que vetusto individuo llamado Sebastián, soltó una sonora carcajada.
  -Es usted señor mío, un iluso. La prueba de que lo que le digo es así, la tiene en usted mismo, tiene que obedecerme contra su voluntad, sino sólo le espera la muerte, que por ella sí somos todos vencidos.
  -No he querido hacerlo, porque no quería más complicaciones, pero podía acudir a la policía, y denunciarle en el juzgado de guardia.
  El viejo volvió con su hiriente carcajeo.
  -Hágalo si piensa que conseguirá algo positivo. Lo único que logrará, se lo aseguro, es que además de pagar el valor del manuscrito, pueda terminar en la cárcel por robo.
  -Usted tampoco puede demostrar que me lo ha dado. Lo negaré todo -dijo rabioso Ricardo.
  -Nadie tiene usted que apoye su versión; en tanto yo no sólo tengo varios testigos, sino incluso una película del momento en que le hicimos entrega del libro.
  -¿Una película? No comprendo lo que quiera insinuar -contestó Ricardo en el fondo de su ser, preocupado y temeroso.
  -Pues así es; alguien nos estuvo filmando, el día en que nos reunimos y le hicimos entrega del manuscrito, recomendándole tuviera cuidado con él -dijo Sebastián con tono de regocijo en sus palabras.
  -No lo creo -casi gritó Ricardo-. Enséñeme esa cinta.
  -Le aseguro que llegará a manos de la policía, sí se atreve a denunciarnos -dijo el viejo, esta vez duro el gesto y seria y aguda la mirada-. Sea astuto y únase al enemigo si no puede vencerle, máxime cuando éste le tiende la mano. Créame, es lo mejor que puede hacer.
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  -Pienso que me deberían explicar lo que hacen, quiero decir, de qué se trata en esa organización, a qué se dedican, cuales son sus normas y qué deberes hay que cumplir dentro de ella.
  -Nada le podemos hablar de ésta, si no pertenece a la misma.
  -Pero eso es jugar sucio. ¿Cómo puedo entrar a formar parte de una cosa, de la que desconozco su contenido? Si la condición para saber algo de ella es comprometerse a ser miembro de la misma, tendría que dárseme la oportunidad, en ese caso, de poder salir de ella caso de no estar conforme con sus principios.
  -Lo siento,  pero  una vez dentro  nunca jamás podrá salir de ella;  así son las reglas -dijo Sebastián imperturbable-. Lo toma o lo deja; ya sabe que las consecuencias de no consentir son graves.
  -Déjeme unos días para pensarlo detenidamente. El próximo lunes vendré para comunicarle definitivamente mi decisión -pidió, quizá más bien rogó Ricardo.
  -Esta es la última vez que se le otorga un plazo. Si no aparece en la fecha por usted mismo dada, actuaremos de inmediato en su contra.
  -Bien -contestó Ricardo, y sin añadir ninguna palabra más, se levantó de su asiento y se fue despacio hacia la salida.
  Iba aturdido, las preguntas se atropellaban en su cerebro, le parecía que soñaba, no quería creerse lo que le pasaba; lo que acababa de exponerle ese provecto individuo era tan irreal, tan extraño y a la vez abusivo, que algo en él se rebelaba; pero que a la vez la razón del temor, le aconsejaba ser prudente, y andar con cautela.
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