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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO III


Al otro día se levantó, sin saber bien por qué, de muy mal humor. Quizá fuera por no haber podido terminar el trato, o porque no daban señales de vida aquellos señores que le habían propuesto la venta del manuscrito atribuido a Aleister Crowley.
  De repente decidió cerrar la librería e ir a visitar a Malva. Podrían pasar unos días juntos y olvidarse un poco de los negocios.
  Se sorprendieron de su inesperada visita al verlo llegar, pero al mismo tiempo se alegraron de verle. Malva se tomó el día libre, y junto con él dieron un paseo por el pueblo y compraron algunas cosas. Ella demostraba su alegría al estar junto a Ricardo, y él se esforzaba, pero no fue capaz de contagiarse de su buen humor y alegre risa. Hacía muy buen tiempo y se sentaron a tomar algo fresco en una de las mesas que todos los bares ponen en la acera cuando el tiempo es caluroso. Se estaba bien al amparo de la sombrilla bebiendo una espumante y fresca cerveza. Malva le preguntó por el motivo de su seriedad. Le dijo que estaba algo disgustado porque un cierto negocio no marchaba lo bien que debía ir; pero que ya se le pasaría. Miraba distraídamente el lento pasar de los coches por la cercanía de un semáforo, al ponerse en rojo éste, quedaron los autos parados, y desde la limousine que quedó frente a la mesa que ocupaban, le pareció observar que un hombre le miraba con insistencia, es más, creyó reconocer al individuo aquel llamado Mauricio. Rodaron de nuevo los automóviles y desapareció aquella imagen, ahora dudaba que hubiese sido verdaderamente el hombre del manuscrito, aquel al que había visto en el coche.
  Cristian, su futuro suegro, se había empeñado en que se quedara a cenar, era una buena ocasión para estar aquella noche todos juntos en familia; como tenían por costumbre, siempre que algún miembro de la familia, amigo o persona allegada venía de fuera. Como era de esperar y ya él sospechaba, salió a relucir entre bromas, ponerle fecha fija al día de la boda. él no se quiso comprometer, tan sólo aseguro que sería dentro del presente año. Malva cambió la conversación diciendo que todos le desearan suerte, pues hacía su __________

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examen práctico de conducir, en dos días, y esperaba conseguir el carné sin tener que repetir.
  Quiso volver a casa, no deseaba dejar demasiado tiempo cerrada la librería. Ignacio, el joven que para él trabajaba en el negocio, estaba de vacaciones, por lo que disponía de menos tiempo para sus cosas privadas. Pensó que quizá pudiera presentarse durante su ausencia, aquel extraño individuo llamado Mauricio, aunque le habían dicho que fuera él, el que se pusiera en contacto con ellos, si decidía adquirir el manuscrito. Como quiera que ya había pasado un tiempo, y a pesar de que intentó verlos y no pudo llegar a contactar con ninguno de ellos, sería posible tomaran la iniciativa por su parte y trataran de verle, o bien aquella chica, la cantante; ¿cuál fue el nombre que le dijo? ¡Ah ya!, Samara creía que era su nombre, les hubiese anunciado que estuvo allí intentando comunicarse con ellos, y entonces hubieran decidido acudir a su encuentro.
  Todos estos pensamientos cruzaban su cerebro, en tanto conducía su coche por la autopista en dirección a su casa. Tuvo necesidad de poner gasolina. Paró en la próxima estación. Dejó después aparcado el coche y entró en el restaurante a tomar un café. Se sentó a una mesa y se deleitaba bebiendo con placer su taza de café, y fumando un cigarrillo. Al pronto, advirtió que Mauricio se encontraba sentado unas cuantas mesas retirado de donde él se hallaba. Estaba convencido de que era él. Miraba insistentemente en su dirección, buscaba sus ojos esperando que hiciera un gesto hacia él, un saludo quizá, que confirmara su creencia de estar en lo cierto, sólo en un instante le pareció que la mirada del otro se cruzaba con la suya, pero nada pasó. Pensó en levantarse y dirigirse hacia a él para hablarle. Dudó un momento. Ahora estaba ya seguro de que el hombre que había visto en el coche, cuando tomaba la cerveza, era el mismo. ¿Tendría que pensar que le estaba siguiendo? Se decidió a dirigirse a él y aclarar el asunto. Se levantó, pero al mismo tiempo también se alzó el otro de su asiento y desapareció por la puerta, que se hallaba cerca de donde el tal individuo se encontraba. Apresuró su paso, mas cuando salió al exterior no logró verlo por __________

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parte alguna, a pesar de que recorrió mirando inquisitoriamente por toda la explanada llena de coches aparcados.
  Continuó su viaje sin poder apartar del pensamiento lo acontecido. ¿Sería posible que él estuviese equivocado y aquel hombre no fuese Mauricio? ¿Qué sentido tenía, si lo era, que no se hubiese dado a conocer? Y si le estaba espiando, ¿qué motivo podía tener para hacerlo? Todo era muy raro. él creía estar convencido de no errar en su apreciación de haberlo reconocido; pero una cierta, última duda quedaba en lo más hondo de él.
  Fue directamente a la librería, abrió, y después de estar un par de horas esperando, por si aparecía el personaje del manuscrito, cerró, al no tener tampoco gran clientela; y se marchó a casa. Tras dejar el coche en el garaje se duchó y se tumbó cómodamente en el sofá, con un buen vaso de whisky con hielo. Vio un poco la televisión y más tarde se preparó una frugal cena, retirándose a dormir temprano. No pudo conciliar el sueño. Cansado de dar vueltas en la cama, terminó levantándose y estuvo leyendo el resto de la noche algunos pasajes de la "Divina Comedia". Cantiga primera, El infierno, Canto VI estrofa seis:

"Roja es su vista, inmundo pelo riza,
ancho vientre, uñosas son sus manos:
las almas troncha, pela y descuartiza."

  Tras tomar un par de tazas de café, sobre las ocho de la mañana, se marchó a la librería. Aún era pronto para abrir al público. Se quedó dentro y quiso echarle una ojeada al manuscrito. Abrió el cajón de su mesa de escritorio, donde lo guardaba, y grande fue su sorpresa al ver que éste estaba vacío; el libro había desaparecido. ¿Cómo podía haber sucedido tal cosa? La cerradura no estaba forzada. él estaba completamente seguro de haberlo puesto allí. Miró y revisó no obstante por todas partes sin poder dar con él. No podía pensar otra cosa más que se lo habían robado. Probablemente habían sido los mismos que se lo habían querido vender. Ahora le exigirían el pago de éste. ¡Sabe Dios qué cantidad de dinero le querrían cobrar por ese escrito, que incluso pudiera ser falso! Tenía la sospecha de __________

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haber caído en manos de unos embaucadores. Se reprochaba su estupidez; el modo cómo se había dejado engañar, caer en el timo tendido por aquellos tramposos. Aunque pensándolo bien, ellos tampoco podían demostrar que le habían hecho entrega del manuscrito; él no había firmado ningún papel, no existía ninguna prueba de que éste hubiese en algún momento estado en su poder; pero también pudiera ser cierto que ellos no fueran los autores del robo, sino personas ajenas a ellos, que de cualquier forma o modo hubiesen sabido que él tenía el libro guardado para su posible compra; ¿pero quién?... Si esto era así, no cabe la menor duda que le tocaba a él recompensar de su pérdida al dueño o dueños, que en realidad no sabía si era sólo de Mauricio, o también pertenecía a Sebastián. No sabía ahora qué hacer: ¿debería intentar verlos para comunicarles el robo, o bien esperar a que ellos se pusieran en contacto con él para decirles lo que había pasado? Tras sopesar detenidamente ambas posibilidades, pensó que lo más honesto por su parte era ir a su encuentro, tratar por todos los medios de verlos y decirles la verdad; y por supuesto quedar dispuesto a abonar el valor que el dichoso manuscrito tuviera, aunque pensaba que esto le iba a salir bastante caro.
  Estuvo todo el santo día cavilando, reflexionando sobre su embarazosa situación. Mientras más lo pensaba, más se inclinaba a creer que era víctima de un engaño.
  Sobre las diez de la noche se presentó en el "Cisne negro". Aún no estaba muy concurrido. Eligió una mesa retirada del escenario, donde más tarde la música y las canciones empezarían a animar al baile a las parejas.
  Pidió algo de cenar y una botella de un buen rioja. Tenía la intención de permanecer allí durante bastante rato. Estaba dispuesto a no irse sin haber visto antes a alguno de los dos que le ofrecieron la venta del manuscrito. Si no aparecía ninguno, hablaría con la cantante aquella llamada Samara, haría que ésta le dijera a su jefe que necesitaba sin más remedio hablar con él, respecto del negocio que él ya sabía.
  El tiempo pasaba... Miraba atentamente a todas las personas que entraban, pero ninguno de los dos enigmáticos personajes llegaba. __________

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Comenzó a sonar la música. Samara cantaba en aquel pequeño escenario, y sus lúbricos movimientos, su voz y su mirada, causaban un extraño embrujo en su ánimo. La botella de rioja estaba casi acabada. Intentaba llamar la atención de Samara, pero ella parecía no haberse percatado de su presencia, a pesar de llevar allí cerca de dos horas. Su capacidad de resistencia se iba poco a poco mermando y ya pensaba abandonar por esa noche, cuando advirtió que ella se le acercaba con una sonrisa en su bello rostro.
  -Dichosos  los  ojos  -dijo  a modo  de saludó-.  ¿Puedo  sentarme? -preguntó en tanto lo hacía.
  -Claro -dijo-. Estaba deseando hablar contigo. ¿Quieres tomar algo?
  -Naturalmente, beber es parte de mi trabajo aquí.
  No hubo falta de llamar al camarero, éste se presentó de inmediato.
  -Champaña -dijo Samara sin dejar de sonreír en ningún momento.
  -Tengo sin más remedio que ver a ese viejo, Sebastián, que dices que es tu jefe. Tengo que comunicarle algo muy importante. ¿Podrías decirle que venga a mi librería, o que me diga o haga saber, cuándo o dónde podría ir yo a hablar con él?
  -Lo siento, pero en este momento no se encuentra aquí; aparte de los lunes que viene para hacer las cuentas, aparece muy poco por el establecimiento.
  -Bien, pues avísale cuando lo veas el lunes. Dile que tengo la imperiosa necesidad de notificarle algo de grave alcance respecto del manuscrito. Él sabe ya de qué se trata.
  -De acuerdo, pero, ¿por qué tanta seriedad? Olvídate un poco de tus negocios y piensa un tanto más en divertirte -dijo ella acariciándole la mano, y con un gesto de complot en la profunda mirada de sus verdes ojos.
  Le rogó que la esperara. Ya no le quedaba mucho para terminar su actuación. Quería hablar con él, pero a solas; fuera del lugar de su trabajo, un poco más en la intimidad.
  Consintió Ricardo en ello, creía que tal vez le pudiera aclarar algo respecto de aquellos dos extraños individuos: Sebastián y Mauricio.
  Pesados pasaban los minutos, no se encontraba para nada a gusto __________

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en aquel lugar, deseaba marcharse de allí cuanto antes mejor. Aguantó no obstante, y ya pasada las cuatro de la madrugada, vino Samara a decirle que la esperara en la puerta, que ella saldría de inmediato.
  Se levantó y salió. Pasado unos instantes apareció ella. Siguió él con su coche tras el coche de Samara, que se dirigía hacia el centro de la ciudad. Se metieron por un estrecho callejón, y ella le indicó un sitio libre donde él pudo aparcar. Tomó después asiento en el coche de ella, y tras pasar por una cercana calle, entró en un garaje subterráneo. Pocos momentos más tarde, se hallaban en el apartamento que ella tenía, según dijo, junta con otra compañera de trabajo, pero que ésta había abandonado, y ahora vivía sola.
  -¿Deseas tomar un café? -preguntó ella, y sin esperar contestación, se fue a prepararlo a la cocina.
  -Sí, gracias. Creo será lo mejor, después de todo el alcohol que he bebido.
  Pocos instantes más tarde apareció con dos tazas que puso sobre la mesa, y se sentó en el sofá junto a él.
  Tomaron en silencio, a pequeños sorbos, el caliente café de sabor agradable.
  -¿No estás cansada? -le preguntó Ricardo al creer advertir un gesto de abatimiento en su cara.
  -Mentiría si dijera lo contrario, pero a todo se acostumbra una. Estar cansada no es precisamente lo peor, hay cosas mucho más graves.
  -¿A qué te refieres?
  -Debes de interrumpir cualquier negocio que tengas con Sebastián, o con alguna de su gente -dijo ella-. Créeme que no te interesa en absoluto su compañía. ¡Aléjate cuanto antes y olvídate de ellos!
  -No puedo, hay una cosa que tengo por fuerza que solucionar, o quizá aclarar; pero, ¿por qué lo dices? ¿Estoy en lo cierto si pienso que no son gente honesta? ¿Es eso lo que me quieres dar a entender? ¿Tratas de ponerme en guardia de algo? Y sobre todo: ¿Por qué lo haces? Tú no me conoces de nada.
  -No lo sé, verdaderamente ignoro por qué quiero ponerte sobre __________

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aviso. Tal vez sea porque te veo una persona honrada, y me das lástima. Perdona, quería decir que no deseo que te ocurra ningún mal. No vayas más por el local, olvídate de todo.
  -Explícame qué pasa, ¿a qué se dedica esa gente? ¿Qué sabes tú de ellos?
  -La verdad es que no sé nada en concreto, no tengo pruebas de nada, probablemente sean suposiciones mías.
  -No creo que me hallas hecho venir aquí, para hablarme de simples suposiciones.
  -Pero es así sin embargo, nada podría demostrar en un momento determinado. Naturalmente que he observado cosas..., y he oído también conversaciones. Confórmate con saber que no son gente de fiar. No me obligues a contar nada.
  -Respeto por supuesto tu decisión, aunque no lo entiendo bien. Me quieres prevenir de algo, mas no me dices de qué. En fin, dejémoslo -dijo Ricardo con aparente enfado.
  -Está bien -contestó, predisponiéndose a hablar-: Verás, me ha extrañado mucho ver aparecer por el local, de vez en cuando, chicas jóvenes y guapas para trabajar, que a los pocos días fueron desapareciendo sin dejar el más mínimo rastro. Una vez vino una mujer a preguntar por una de ellas, lo sé porque traía una foto en la que reconocí a una joven, casi una niña, con la que había tenido una conversación. Estaba muy ilusionada, porque creía empezar allí una carrera como cantante; esperaba ir dándose a conocer. También he advertido venta de drogas, y conversaciones que me han hecho sospechar que allí se trafica con estas substancias a gran escala. Sebastián, mi jefe, tiene a veces reuniones allí con individuos que, aunque quieren aparentar ser hombres de negocios decentes, me he percatado por palabras sueltas y atando cabos, de que están metidos en sucios asuntos de bastante envergadura. Eso es todo- dijo ella bajando la mirada-. Quizá exagere en mi apreciación de las cosas; pero te quiero decir que es un riesgo para mí hablar de este tema.
  Quedó Ricardo pensativo durante un buen rato. No sabía qué responder, qué postura adoptar ante lo que ella le contaba. Sin llegar a tanto, él ya se imaginaba que eran gente con las que no __________

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interesaba en absoluto tener trato alguno.
  -¿Por qué no te marchas y dejas ese trabajo? Búscate otro lugar donde actuar -dijo él,  pero  ella no contestó  a su propuesta-.  Sí,  comprendo que  es  muy  fácil hablar -comentó él ante el obstinado silencio de ella.
  Samara seguía sentada en el sofá: la cabeza inclinada, fija ahora la mirada en el suelo. Aún llevaba el traje de actuar en la sala de fiesta, sus hombros desnudos y su cuello invitaban a la caricia. Una mezcla de voluptuosidad y compasión emanaba de su figura. Casi instintivamente Ricardo se inclinó hacia ella y acarició su pelo; la rodeó con sus brazos; sintió al pronto un impulsivo deseo que le embargó el alma, tenía el anhelo de protegerla de no sabía bien qué peligro imaginado. Ella clavó su profunda mirada en él; su boca de carnosos labios se entreabría, y ya no pudo Ricardo evitar, dejar de perderse en ellos...
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