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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXVII


Los días pasaban. El día de la boda se acercaba. Todo estaba preparado para la celebración de la misma, una lista reducida hasta lo posible de invitados, el restaurante elegido; así como el traje de él y el vestido de la novia.
  A Ricardo le preocupaba que aún no había tenido contestación de Samara, sobre el asunto que le había planteado para solucionar el problema que ellos tenían con Juan. Él sabía que estas cosas necesitan de mucho tiempo de preparación, mucha diplomacia; no había que olvidar que era intentar llegar a un convenio con los adictos al mal, y que la iniciativa provenía de la parte que defendía la justicia, la paz y el bien en el mundo. Lo más peliagudo del caso era que la organización hiciera caso a la propuesta de la congregación, para investigar la supuesta traición de uno de sus miembros, es decir, la ayuda exterior para solucionar un problema interno que les concernía a ellos en exclusiva tener que aclarar, y lo podían considerar como una intromisión en sus propios e íntimos asuntos, que afectaría a su orgullo como organización que se consideraba soberana en sus decisiones y no quería intromisiones ajenas a ellos.
  Él, Ricardo, se había resistido todo el tiempo a la tentativa de llamar para informarse de sí algo se había movido al respecto, pero de no producirse pronto, tendría que decidirse a preguntar a Samara o a Eusebio, si podían o no hacer algo en ese sentido por ellos, y en caso negativo, tratar de tomar la iniciativa por cuenta propia, aunque esto era en grado sumo arriesgado para él.
  Faltaban tan sólo dos semanas para la celebración de la boda. Ricardo se hallaba en la librería. Acababa de rellenar un cheque por una cantidad algo considerable de dinero a nombre de la congregación.
  No podía dejar pasar más tiempo, iría a ver a Eusebio, le entregaría el cheque y le demandaría le diera una firme respuesta, ya fuera esta positiva o negativa para sus intereses.
  Se levantaba del asiento cuando entró en su despacho Ignacio para anunciarle que una señorita demandaba hablar con él.
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  Se preguntó quién sería, no podía ser Malva ya que Ignacio conocía a su novia. Preguntó:
  -¿Te ha dicho qué desea?
  -No, tan sólo ha expresado su deseo de hablar con usted.
  Ricardo dudó un momento; quería marcharse, por otro lado estaba intrigado. Se decidió.
  -Hazla pasar -dijo.
  -Quedó gratamente sorprendido al ver que la mujer que entraba era Samara.
  -¿Tú? Para nada te esperaba -dijo Ricardo sin ocultar no obstante su alegría por verla. La abrazó efusivamente.
  Ella respondió también con cierto calor al abrazo de él.
  -¿Cómo estás? -preguntó ella.
  -Bien. Precisamente iba a salir para tratar de verte, bien a ti o a Eusebio. Pero dime, ¿tú cómo te encuentras?
  -Sí, puedo decir que bien, de verdad.
  -¿Vienes a decirme algo en particular?
  -Sí, de ese asunto que me propusiste, y que yo lo puse a la consideración de la congregación. No ha sido cosa fácil, pero se ha llegado a un principio de acuerdo. Quieren ver las pruebas de que dispones, para sopesar su forma de actuar.
  -Las tengo donde quizá nadie pueda creer que las tenga -dijo Ricardo sonriendo-. Las llevo siempre conmigo. No sabía dónde esconderlas, y decidí guardarlas en el interior del forro de mi chaqueta. Ricardo metió la mano en el bolsillo de dentro de la misma-. El bolsillo está roto -explicó-. Veamos si puedo dar con ellas. -Terminó quitándose la chaqueta, y empezó a tantear por esta. Al fin, de cualquier manera consiguió sacar la pequeña cinta, y un papel blanco algo arrugado.
  -Aquí están -dijo triunfante, y se las alargó a Samara, que las cogió con un gesto de curiosidad. Le echó una ojeada superficial y se las guardó en el bolso.
  -Bien -dijo-, ahora me debo de ir. Me están esperando. Ya me pondré en contacto contigo, y te informaré de lo que se consiga.
  -Espera un momento. Tenía curiosidad por saber cómo se produjo el incendio del "Cisne Negro". ¿Sabes tú algo de eso?
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  -Los fuegos tienen por ahora una pausa -dijo Samara algo seria-. Al acordar eso con la organización, hemos aprovechado para hablar de este asunto que tú nos has pedido.
  -Toma -dijo Ricardo tendiéndole el cheque que había rellenado instantes antes.
  -¿Qué es esto?
  -¿No lo ves? Es un poco de dinero para la congregación.
  -Tú no te tienes que sentir obligado...
  -Para nada. Ya hace tiempo que quería haberlo hecho. Sé que dependéis en gran medida de donativos como este. Y yo por ahora me lo puedo permitir. Saluda a Eusebio de mi parte.
  Ella  se  acercó  a  él,  y  dándole  un  fugaz  beso,  se fue diciendo: -Gracias por el cheque. Ya te llamaré con lo que sea.
  Tras la visita de Samara, Ricardo se sentía más animado, algo más optimista; jugaba con el pensamiento en la ilusión de que quizá al final todo se inclinara un tanto a su favor, que las cosas tomaran un nuevo cariz y pudiera después de la boda, pasar un tiempo de relativa calma y felicidad.
  Malva y Beatriz también se contagiaron de su alegría, cuando él les comunicó que el asunto que les preocupaba, parecía ir por buen camino. Igualmente se mostró satisfecho Rafael al enterarse de lo que Ricardo le manifestaba, naturalmente con la debida reserva de que todo no pasaba de ser un presentimiento, aunque con una base relativamente sólida. Ricardo le aconsejó que tuviera al respecto un mutismo absoluto, de forma que nadie, fuera de ellos, nada supiera.
  Tres días después de la visita que le hizo Samara, Eusebio le llamó, y tras darle las gracias por el magnánimo donativo, le dijo que los dirigentes de la organización exigían tener un encuentro para hablar con la persona que había aportado las pruebas.
  -Tendrás que aceptar -le decía Eusebio- si es que quieres llevar a las últimas consecuencias lo que has iniciado. Ellos querrán hacerte algunas preguntas.
  -Francamente no contaba con esto, aunque pensándolo ahora detenidamente, tenía que haberme supuesto que pasara.
  -Sí, creo que tiene su lógica el que deseen informarse, y saber cómo suceden estas cosas dentro de la organización.
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  -¿Cuándo debo acudir a esa entrevista?
  -Me pasaré por la librería a recogerte, pasado mañana a las nueve.
  -De acuerdo; aquí te estaré esperando.
  Ricardo llamó a Malva y le puso en conocimiento de lo que ahora acontecía. Ella se sintió preocupada, y no presagiaba nada bueno de ese encuentro con los dirigentes de la organización.
  -Intentarán por todos los medios a su alcance, averiguar la fuente de donde provienen las pruebas que les has entregado, y quizá te veas obligado a delatar a Rafael; y si Juan tiene amigos entre los que mandan, tal vez salga ileso, y sea al fin Rafael el verdadero perjudicado, y probablemente también nosotros, si todo lo ven como un complot en contra de Juan.
  -No debemos ver las cosas tan negras. No creo que toda la cúpula de la organización esté por ayudar a Juan, querrán saber la verdad, y ésta es que Juan les engaña. Será mejor que no le digas nada de esto a Rafael, tan sólo se preocuparía. Ya te contaré como se haya desarrollado el encuentro.
  -Creo que será lo más adecuado que Beatriz sepa lo que pasa, porque, ¿de dónde piensas tú decir a esa gente, que has conseguido las pruebas?
  Debes de venir y hablar antes con Beatriz, para poneros de acuerdo de cómo ha llegado a tus manos lo que tienes, para que puedan condenar a Juan. Porque no cabe la menor duda que te lo preguntarán.
  -Es verdad, creo que tienes razón. Parto de inmediato para allá.
  Ricardo se puso en camino al tiempo que pensaba que quizá había pecado de optimista, al pensar que prácticamente todo se iba a solucionar por la vía rápida. Malva le había devuelto a la realidad.
  Se reunieron en casa de Malva a la hora del almuerzo.
  -Ya me extrañaba a mí, de que con la gente de la organización fueran a salir las cosas bien -comentó Beatriz, y se la veía desilusionada.
  -Bueno, todavía no podemos perder las esperanzas. Nos tenemos que poner de acuerdo, para que lo que yo diga sea, en caso necesario corroborado por vosotras.
  -¿Y qué es lo que tú piensas decirle? -preguntó Malva.
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  -No lo sé bien. Lo tenemos que pensar detenidamente.
  -Yo soy la viuda.  Lo más  normal es  que yo tuviera  esas  pruebas -dijo Beatriz.
  -Ella nada sabía -dijo Malva refiriéndose a Beatriz-, pero después las ha encontrado, y te las ha entregado a ti.
  -Sí, pero dónde las ha descubierto. Recuerda que ellos registraron ya su piso y nada encontraron.
  -Recuerda que ellos buscaban principalmente dinero, o papeles que les revelaran en qué banco Rogelio lo tuviera ingresado.
  -Bien, pero Beatriz tendrá que explicar cómo encontró esas pruebas, dónde estaban escondidas -objetó Ricardo.
  -En su casa, naturalmente -dijo Malva- ¿Dónde sí no?
  -Sí, claro, en su casa; pero en qué parte, en qué lugar...
  Hubo un momento de silencio. Todos parecían pensar febrilmente el modo más plausible de encontrar aquellas dichosas pruebas.
  -¿Por   qué   no   poder   decir  la   verdad?   ¿Qué  hay  en  contra? -argumentó Malva.
  -Rafael prefiere que nada se sepa de él. Podían pensar que se trata de un asunto de venganza, por lo que le pasó a su hijo, y que él considera que fue por culpa de Juan -aclaró Ricardo.
  -Tengo una idea -dijo Beatriz- no sé si valdrá.
  -Habla -la animó Ricardo-, de qué se trata. -Malva la miraba expectante, esperando sus palabras.
  -Puedo decir que las he encontrado  en  casa,  y  te las he dado a ti -manifestó señalando a Ricardo.
  Ricardo pareció desanimarse al oírla, y lo expresó con un gesto de desolación.
  -Eso ya lo has dicho. ¿Pero dónde? Tienes que elegir un lugar extraño, que convenza a los demás de que era prácticamente imposible, o por lo menos muy difícil de dar con él; y explicar al mismo tiempo, cómo has venido tú a encontrarlo, si desconocías el sitio donde estaba. ¿Comprendes? -le dijo Malva.
  -Sí, lo entiendo. Creo que lo puedo emplazar en un punto, donde a nadie le extrañe el que no dieran con él los que registraron.
  -Explícate -le pidió Ricardo.
  -Un día en el que me puse a hacer en la casa una limpieza a fondo; __________

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retiré la cómoda. Y fregando, advertí que una losa se movía un tanto. Me agaché y la toqué con la mano. Me di cuenta entonces que estaba bastante suelta, al empujarla se salió de su sitio, terminé de retirarla y descubrí la cinta y la carta bajo ella. Así fue, puedo jurarlo. Me imaginé que pudiera ser algo importante, y por eso Rogelio lo escondió. Al fin tomé la decisión de entregártelo a ti. Eso es todo.
  -No está mal -dijo Ricardo-, no está mal. Si no encontramos nada mejor, habrá que dar esa versión.
  -Es buena, pienso yo -dijo Malva-. Fue una casualidad que la chica que va a limpiar se puso enferma, y estuvo una semana sin acudir al trabajo. Y que Beatriz, en parte para combatir la depresión por la muerte de su marido, se puso ella a hacer la limpieza. La sirvienta nunca hubiese hecho caso de que se movía una losa, y quizá nunca hubiese retirado para limpiar la cómoda.
  -¿Es por lo menos cierto que la joven estuvo mala? -quiso saber Ricardo.
  -Es verdad, es casualidad pero así pasó. También es verdad que yo limpié. Pero las losas no están flojas. Quizá hubiese que despegar una, por si las moscas -razonó Beatriz.
  -Sería conveniente llevarlo a cabo -apoyó Malva.
  -Eso hay que saber hacerlo. Se tendría que tener una de repuesto por si se rompe al intentar quitarla -opinó Ricardo.
  -No habrá más remedio que decirle a Rafael lo que pasa. Él entiende de esas cosas, y nadie mejor indicado para arreglar el suelo -dijo Beatriz-. Así todo queda dentro de nosotros.
  -De acuerdo -dijo Ricardo-, si vosotras lo veis bien, expondré que fue así como sucedieron las cosas.

  Eusebio apareció como habían quedado, justo a las nueve de la mañana en la librería, donde Ricardo ya le esperaba.
  -Buenos días. ¿Estamos preparados? -preguntó con una más bien alegre sonrisa Eusebio.
  -Por supuesto -respondió Ricardo, queriendo dar un tono jovial a sus palabras-. ¡Vamos!
  -Esperemos que todo salga a pedir de boca -comentó el jefe de la __________

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congregación, ya de camino a la acordada reunión.
  -¿Dónde es el encuentro? -quiso informarse Ricardo.
  -Como comprenderás, tenía que ser en un sitio neutral. Nos han reservado un pequeño salón, en un casino existente en las afueras de la ciudad. No sé si lo conocerás, se llama "La Sonrisa de la Fortuna".
  -Creo haber oído ese nombre, pero jamás he estado allí. Mi cosa no es el juego de azar. ¿Quiénes estarán presentes? -preguntó Ricardo tras una breve pausa.
  -Según tengo entendido, por su parte únicamente el jefe de la región con su hombre de confianza; y por la nuestra nosotros dos. Pienso que no quieren armar un gran revuelo con este asunto. E intentan ser lo más discreto posible.
  Permanecieron en silencio durante un buen rato. Ricardo dudaba en preguntarle por Samara. Sabía que Eusebio la tenía en gran aprecio; pero no sabía si sus sentimientos hacia ella iban más allá de una gran amistad, o si escondía en su alma algo más profundo.
  -Mi boda está a la vuelta de la esquina -dijo Ricardo más que nada por romper el silencio entre ellos.
  -Sí, lo sé. Os deseo que seáis muy felices.
  -Malva y yo habíamos pensado en invitaros, quiero decir a Samara y a ti. Pero vendrá gente de la organización, y eso quizá...
  -No te preocupes, es obvio que no podemos compartir fiesta alguna con esa gente.
  -Perdona si soy indiscreto, ¿estás casado?
  -Hace mucho tiempo que dejé de estarlo -dijo Eusebio, sin aclarar si estaba viudo o divorciado-.  Bueno,  ahora  se  puede  decir  que  estoy casado con la congregación -añadió con una leve sonrisa.
  Doblaron por una carretera, por la que Ricardo nunca había ido.
  El tráfico se fue haciendo cada vez menos intenso. Unos minutos más tarde Eusebio aparcó el coche ante un moderno y hasta cierto punto elegante edificio. Luces de colores adornaban la fachada, donde se podía leer el gran letrero luminoso de "La Sonrisa de la Fortuna".
  -Yo creo que a quien le sonreirá la fortuna, será al dueño del establecimiento -comentó Ricardo al tiempo de apearse.
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  -Eso es por descontado -dijo Eusebio-. Pero el juego, como todos los demás vicios es irracional.

  Ricardo y Eusebio penetraron en el amplio vestíbulo. Grandes cuadros con motivos variados, pero que en su mayoría eran desnudos, adornaban las paredes, junto a amplios ventanales con pesadas cortinas de color verdoso. Las luces de grandes candelabros de color dorado, lucían situados entre los espacios de las ventanas. Sillones y sofás de cuero estaban repartidos con gusto aquí y allí. El suelo estaba cubierto por tupidas alfombras de extrañas filigranas.
  Un empleado de la casa en uniforme de color verde oscuro se acercó, solícito a ellos:
  -Los señores deseaban...
  -Tenemos una cita con el señor Santo -dijo Eusebio.
  -Sí. Pasen por aquí -invitó el hombre-. Él aún no ha llegado -dijo-, pero tardará poco en hacerlo, suponemos.
  Entraron en un saloncito que era como una réplica en pequeño del espacioso salón del vestíbulo.
  -¿Desean los señores tomar algo?
  -No -respondió lacónicamente Ricardo.
  Gracias. Nada a esta hora de la mañana -dijo Eusebio.
  -Resulta paradójico que se llame santo el individuo al que vamos a ver -comentó Ricardo.
  -Sí, la verdad es que no podía tener un nombre más contradictorio.
  -Dijiste que el encuentro se efectuaba en un lugar neutral; pero tengo la sospecha de que este negocio bien pudiera ser de la organización.
  -Eso es más que probable -admitió Eusebio-, pero yo no puedo hacer nada. Al decir campo neutral, me refería más bien a que no era en un centro de la organización ni de la congregación. Los negocios siempre les pueden pertenecer, o estar bajo su control.
  Diez minutos pasaban de las nueve, cuando apareció aquel señor llamado Santo, alto y delgado, de faz pálida y como enfermizo, y su acompañante, por el contrario bajo y gordo, de mentón cuadrado y una abundante barba negra; al que presentó como su secretario, __________

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de nombre Carmelo.
Ricardo pensó que tampoco a éste le pasaba el nombre.
  Tras saludar se disculpó por el retraso, achacándolo al mucho tráfico en la carretera.
  -No tiene importancia -dijo Eusebio, que presentó a Ricardo como el hombre que había aportado las pruebas que él había presentado.
  -¿Han desayunado ya los señores? -preguntó Santo.
  -Nosotros sí -respondió Eusebio sin saber si efectivamente Ricardo lo había hecho.
  -Nosotros desayunaremos -dijo Santo-. Ustedes tomarán por lo menos una cerveza. No me gusta que la gente esté a mi lado mirando sin tomar nada, en tanto yo desayuno -dijo en un tono que no admitía réplica, como de aquel que está acostumbrado a mandar, y que sus decisiones sean cumplidas.
  Ricardo inició un gesto de rebeldía, pero se contuvo. Miró de reojo a Eusebio y advirtió en éste una apenas perceptible inclinación de cabeza; quería dar a entender que aceptaran diplomáticamente la invitación; sería mejor para la marcha de lo que se iba a tratar.
  -Sí -opinó Eusebio-, a esta hora ya se puede uno tomar bien una cerveza fresca.
  -Vale -aceptó Ricardo, sin poder evitar un algo de sequedad en el tono de su voz.
  El camarero, todo el tiempo muy atento, sirvió con prontitud los desayunos y las cervezas.
  -Usted es un hombre de nuestra secta -dijo Santo mirando fijamente a Ricardo-. Si lo prefiere de nuestra organización. ¿Cómo recurre para un caso interno, de nuestra única incumbencia, a quien por la misma naturaleza de los fines que persigue, se puede considerar nuestro enemigo?
  Ricardo se sintió sorprendido; no esperaba tal pregunta. Pensó que todas las preguntas serían en torno a cómo había conseguido aquellas pruebas, y si estás eran fiables. Dudó un tanto. No sabía en realidad qué podía responder al argumento de que él pertenecía, como cualquier objeto, a una secta religiosa, o a una organización criminal. Dio rienda suelta a sus sentimientos y dijo:
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  -Quizá usted no lo sepa, pero yo nunca pedí voluntariamente pertenecer a la organización. Estoy en ella en contra de mi voluntad.
  -No quiero ahora entrar a discutir de qué forma o modo entró a formar parte nuestra. La cuestión es, que es un hecho innegable el que pertenece a la misma. No se olvide de que hizo un curso y juró fidelidad a nuestra causa. Eso le compromete de por vida. El precio de querer abandonar la organización lo sabe, y yo no tengo que repetírselo ahora aquí.
  Eusebio levantó la mano, en un gesto de querer tomar la palabra. Acto seguido dijo:
  -Aquí hay un conflicto que si le parece, podemos intentar aclarar, llegando a un mutuo acuerdo. Ricardo se vio obligado a aceptar la pertenencia a la organización, por el simple hecho de que estaba en peligro su vida: O se hacía miembro de ella, o era eliminado, es decir, le amenazaban de muerte; ante esa disyuntiva, ¿quién es capaz de oponerse? Pero lo para nosotros más grave, y que no podemos pasar por alto así por las buenas, es el hecho innegable de que él pertenece y pertenecía a nuestra congregación, en el momento que fue por vosotros amenazado. Y ese es el punto en el que hay que esforzarse, para intentar llegar a un convenio.
  -¿Qué quiere dar a entender, con eso de que no pueden pasar por alto? ¿Debo tomarlo como una amenaza? -dijo Santo algo furioso.
  -Nosotros preferimos llegar a un acuerdo; pero si lo que prefiere es guerra, debo decirle que nosotros jamás nos dejamos avasallar. Quiero por otra parte recordarle, que hace tan sólo un par de días en el que convenimos hacer un alto el fuego, ¿quiere acaso de nuevo reanudarlo? Además, creo que nos apartamos del motivo principal por el que hemos venido a encontrarnos aquí.
  -Este es un caso muy grave, que nunca hemos tenido, y que no sé cómo vamos a arreglar -dijo aquel jefe de la organización algo más aplacado.
  -Apartemos ese asunto de momento a un lado -opinó Eusebio-, y hablemos del hecho por el cual nos hemos reunidos aquí. Si le parece bien.
  -Hemos analizado esas pruebas, y no nos cabe duda de su __________

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autenticidad. En la cinta se oye conversar a Juan con Rogelio sobre la venta y los beneficios obtenido de la venta de la droga sustraída. También se habla de que Rogelio no quiere implicar a su mujer. El autor de la carta, en la que se pide nuevos envíos al precio acordado, es igualmente un conocido nuestro en el extranjero. Pero deseamos saber, ¿cómo han llegado esas pruebas a sus manos, cómo las han conseguido?
  -Me las entregó Beatriz que las encontró en su casa. Suponía que quizá fueran importantes, pues estaban escondidas bajo una losa, de las que estaban debajo de la cómoda de su dormitorio.
  Días antes, Juan y unos compañeros de su confianza, habían registrado el Piso de Rogelio; decían que buscaban dinero, o cualquier documento que les delatara el banco donde lo tuviese depositado, pues según ellos, Rogelio era junto con nosotros, los que sustraíamos la droga y la vendíamos quedándonos con los beneficios; pero eso nunca ha sido cierto. La verdad es, como se demuestra en la cinta, que era él mismo junto con Rogelio y algunos otros, los que tenían tal negocio.
  La muerte de Rogelio, mejor dicho, el asesinato, ha puesto en movimiento todo este asunto. Hasta la fecha, nadie sabe quién fue el autor de su muerte, ni el porqué.
  -Nosotros tenemos nuestras sospechas; no tenemos la absoluta convicción, pero parece ser que él violó a una chica vuestra, quiero decir de la congregación, que estuvo haciendo de espía en el "Cisne Negro", y ésta por lo visto se vengó; lo que no dice mucho a favor de los llamados "Soldados de Dios". También sabemos que ella se llama Samara, y que ha sido durante un tiempo su amante -dijo refiriéndose a Ricardo.
  -Creo que eso es un asunto privado, que no tenía que interesarle a nadie -opinó Ricardo con toda seriedad.
  -Hay muy pocas cosas de las que se llaman privadas, que sean de verdad tales. Todo lo que la gente hace, le interesa siempre a alguien -dijo el hombre de nombre Carmelo, que había hasta ese instante permanecido callado.
  Ricardo y Eusebio le miraron un tanto sorprendidos. No sabían bien qué es lo que éste quería dar a entender.
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  -Es esta una circunstancia anómala -dijo Santo-.  No  puede  ser  que  este  hombre -señaló a Ricardo- pertenezca a las dos partes, o no sirve bien a ninguna, o bien traiciona a una.
  -Eso se solucionaría si ambas partes accedemos a dejarle libre -dijo Eusebio-, aunque cierto es que nosotros nunca le hemos obligado, su compromiso es y ha sido siempre voluntario.
  -Por nuestras exclusivas reglas, éste hombre no puede seguir viviendo, tenía que estar ya muerto, y sigue vivo -parecía preguntarse, y se extrañaba de su propia lógica.
  -Parece olvidarse -dijo Ricardo- que la organización me quiere vivo y casado con Malva, mi novia, pero también la dueña de la fábrica de muebles, donde se manipula la droga. Y yo creo que les servimos estupendamente de tapadera.
  -Una cosa es el negocio como tal, y otra seguir el espíritu de la letra de nuestros estatutos. Este es un problema que tengo que llevar al supremo. Allí habrá que decidir la forma o manera, de cómo llegar a poder resolver este inconveniente.
  -Ya es hora -dijo Eusebio echando una ojeada a su reloj de pulsera- de que lleguemos a algo concreto. El asunto de la pertenencia de Ricardo a un lado u otro, es cosa que podemos de momento dejarla aparte. Pero, ¿qué pasa con lo otro? Ricardo sólo quería demostrar su inocencia en esa trama. Él no sabía qué pasos andar y me pidió ayuda, pues yo ya me he entrevistado varias veces con alguno de vosotros, para llegar a diferentes acuerdos.
  -Por mi parte no hay ninguna objeción, creo que el caso está claro, Juan es culpable, y habrá que pedirle responsabilidades.
  -Ese es asunto vuestro -comentó Eusebio-. ¿Podemos dar por terminado el encuentro?
  -Démoslo por terminado. Ya os haremos saber cual es nuestra postura respecto de la pertenencia a uno u otro lado de Ricardo.
  Los cuatro hombres se despidieron con sendos apretones de manos, y marcharon por diferentes caminos.
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