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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXVIII


-Te dejo en la librería si te parece -dijo Eusebio, cuando ya conducía el coche dirección al centro de la ciudad.
  -Sí, por favor -aprobó Ricardo, y quiso saber-. ¿Por qué has dicho que pertenezco a la congregación, antes incluso de tener contacto con la organización?
  -A veces hay que llegar a tener acuerdos con ellos, es inevitable. Diciendo que tú estabas ya con nosotros, cuando te obligaron a formar parte de su organización, es un punto a nuestro favor, para cuando haya que decidir sobre tu futuro.
  -Es delirante. En realidad mi futuro debía ser una cosa, que por lógica tenía que ser una cuestión exclusivamente de mi incumbencia.
  -Los factores exteriores influyen, o son casi siempre de una determinación irrevocable, para todo individuo, en este nuestro mundo en el que vivimos. ¿No crees?
  -Sí, por desgracia, así parece ser.

  Ricardo llamó a Malva y le hizo partícipe de las, por un lado relativas buenas noticias, en el caso del problema con Juan, y de las aún pendientes, en su caso particular, de la pertenencia o no a la organización. Si esto último se resolviera favorablemente, aunque fuera haciendo alguna clase de cesión económica, sería un triunfo inesperado para él, mejor decir para ellos, pues ella estaría ligada a su destino, en el momento en que contrajeran matrimonio.
  Malva se sintió muy contenta de la marcha de los acontecimientos, que apenas podía creer y dijo:
  -¿Por qué no te vienes para acá, y lo celebramos, y le damos la buena noticia a Beatriz?
  -De acuerdo. Llegaré para la hora del almuerzo.

  Se vieron los tres nuevamente en el restaurante. Esta vez el ánimo de todos era de muy buen humor, se diría que casi festivo.
  -Sin ti -dijo Beatriz- lo hubiéramos pasado mal. Juan hubiese terminado demostrando ante sus superiores, que éramos nosotros __________

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los que robábamos, y nos beneficiábamos con la venta de la droga, pese a no encontrar pruebas convincentes que lo aseverará.
  -Yo soy en realidad el que menos mérito tiene en todo ese proceso. Primero ha sido Rafael que nos entregó la cinta. Después Eusebio, que ha sabido tomar contacto con el personaje adecuado, y en última instancia yo, que lo he puesto en movimiento.
  -De cualquier manera hemos de felicitarnos por ello -comentó Malva, y se la veía feliz, como hacía tiempo que no.
  -Supongo que tras esto se acabarán los turnos de noche para nosotros -dijo Beatriz-; ya no tienen ningún sentido.
  -Yo por descontado que no pienso volver a hacerlo -dijo Ricardo.
  -Rafael se pondrá muy contento cuando se lo diga -dijo Beatriz, que también tenía la cara llena de felicidad.
  Comieron y festejaron lo que consideraban como un gran éxito, bebiendo una botella de champaña.

  Faltan tres días para mi boda, pensaba Ricardo cuando se levantó aquel día. Tenía un sentimiento ambivalente. No podía decir que no amara a Malva, siempre la había querido. Pero a su pesar, no había conseguido del todo arrancar de sus entrañas a Samara; no quería que ella fuera una sombra, en la merecida felicidad de Malva, y en la suya propia. Tenía que intentar olvidarla por todos los medios, ¿pero cuales eran esos medios? Aunque él no lo deseara, constantemente venía a su recuerdo los días en el calor de su lecho, despertando con el dulce sabor de sus besos. Ella fue como un remanso de paz en los días negros que pasó, siempre bajo la amenaza de muerte de la organización. No sabía qué hubiese sido de él, si ella no hubiese estado a su lado, siempre presente para ayudarle, y para amarle.
  Sonó el timbre del teléfono. Era Eusebio.
  -Tengo las condiciones que la organización pone para emanciparte, quieren decir para dejarte libre de la pertenencia a ellos.
  -¿Y cuales son esas condiciones?
  -Son unas exigencias muy duras, que no sé si estaréis dispuestos a aceptar plenamente.
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  -Nómbralas y sabré qué contestar.
  -Creo que sería mejor que nos viéramos. Malva, tu novia, también debe de estar, pues su consentimiento es decisivo, si se quiere llegar a un acuerdo.
  -En tres días es la boda y todo es muy apresurado...
  -Lo sé. Precisamente por eso, si consiguierais cerrar el trato, vuestra felicidad sería completa. Estaríais libres, y nunca más sujeto a nadie ni a nada. ¿Qué te parece?
  -De acuerdo, se lo diré a ella. Dónde y cuando nos vemos.
  -Lo mejor será no perder tiempo alguno. Nos podemos ver en el restaurante del pueblo de tu prometida. Partamos los dos para allá, en vez de hacer que ella venga a la ciudad -opinó Eusebio.
  -Está bien -dijo Ricardo-, ahora mismo la llamo y me pondré inmediatamente en camino. Malva se puso muy contenta cuando él le comunicó lo que Eusebio le había dicho. Estaba dispuesta a pagar el precio que fuera, con tal de verse apartada de la pertenencia a esa organización, o secta criminal.
  Todo el trayecto hasta el pueblo, fue Ricardo pensando en qué clase de condiciones querían imponerle para dejarlos en libertad. Eusebio había dicho que las exigencias eran duras, por lo tanto serían difíciles de aceptar. La pregunta era: ¿Hasta qué límite de sacrificio valía la pena de aceptar, para eximirse de la organización, y qué garantía le podía ésta dar para aseverar, que el cumplimiento del acuerdo, si se daba, sería por ellos respetado? Tenía muchas preguntas, y un gran interrogante en el ánimo, que hacía que la duda le embargara y agobiara. Ahora que parecía que existía una posibilidad real, de zafarse de las garras de la organización, tenía miedo, y éste miedo estaba dado por la desconfianza que había aprendido a tener de ellos, durante todo el tiempo que llevaba metido en esa situación.
  Ricardo aparcó su coche delante del restaurante. Malva debía estar ya dentro, pues su coche también se hallaba allí aparcado.
  Entró, y efectivamente su novia se encontraba sentada a una mesa junta con Beatriz. No sabía si la presencia de la secretaria sería un inconveniente, para hablar de un asunto que únicamente les concernía a ellos.
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  -Hola -saludó, y dio un beso a Malva-. También has venido tú -dijo mirando un tanto interrogativamente a Beatriz.
  -Malva me ha dicho que la acompañara; pero si estorbo, o mi presencia es inadecuada...
  -Yo en realidad nada tengo en contra -dijo Ricardo.
  -¿Qué importa? -preguntó Malva-. Ella sabe de qué vamos a tratar. Ya se lo he dicho.
  -Eusebio debe de estar al llegar -dijo Ricardo, queriendo dar por zanjada la cuestión de la presencia allí de Beatriz.
  Unos minutos después de Ricardo, apareció Eusebio en el restaurante. Se quedó parado a la entrada, mirando detenidamente todas las mesas a su alrededor.
  Ricardo lo advirtió y le hizo seña con el brazo alzado.
  -Buenas -dijo Eusebio al llegar junto a ellos, y a modo de saludo-. No ha sido difícil dar con esto.
  Ricardo hizo las presentaciones de Malva y Beatriz a Eusebio, pues éste no las conocía, tan sólo había oído hablar de ellas.
  -Siéntate. Qué vas a tomar -dijo Ricardo.
  -Beberé una cerveza como vosotros.
  Tras un momento de silencio, en el que todos bebieron un trago de sus respectivas bebidas; comenzó Eusebio a hablar lentamente, de un modo tranquilo y pausado, exponiendo las condiciones que la dirección de la organización le había transmitido, y que era inapelable su aceptación, para llegar a conseguir la libertad deseada por ellos.
  -Ellos consideran que no podéis quedar libre de la vinculación con la organización, al mismo tiempo que seguís siendo los dueños de la fábrica, en donde se viene efectuando el negocio de los estupefacientes. Eso, dicen, es una contradicción: ¿Cómo vais a estar por un lado fuera del compromiso del negocio con ellos, y por otro lado ser los propietarios de la empresa en donde se efectúan o se llevan a cabo parte del trabajo de esos negocios? Por eso mismo tu padre -dijo Eusebio mirando a Malva- tuvo que aceptar la colaboración con ellos. Aunque su error, como todos sabemos, estuvo en exigir demasiado en la participación de los beneficios, que al final le costó la vida.
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  -¿Y qué solución proponen? Creo imaginármela -comentó Ricardo.
  -Sí -dijo Eusebio, al tiempo que lo reafirmaba con un gesto de su cabeza-, lo que supones es cierto: Quieren la fábrica.
  -¿Qué? -gritó incrédula Malva.
  -¡Dios mío! -exclamó Beatriz.
  -Malditos hijos de putas -dijo Ricardo sin poder contener la rabia.
  -Ya dije que lo que pedían era mucho; pero bajo su perspectiva, hay que admitir que es lógico. No están dispuestos a dejar un negocio que les reporta pingües beneficios -argumentó Eusebio.
  -Pero nosotros tampoco podemos regalarles la fábrica así como así -casi chillaba Malva, brillándole los ojos de ira.
  -Para que ellos demuestren que la empresa les pertenece, tendrán que presentar unos documentos de propiedad -dijo Beatriz-. Así pues la tendrán que comprar.
  -Naturalmente que quieren comprarla, sólo que el precio que ofrecen, no es precisamente muy alto -manifestó Eusebio.
  -Intentan aprovecharse de nuestra situación -dijo con tristeza Malva-. Gente criminal y desgraciada.
  -¿A cuánto haciende lo que ofrecen? -preguntó Ricardo, ya más dueño de sí.
  -Me han dicho que están dispuestos a pagar dos millones de oros.
  -¿Qué? -dijo Malva con un gesto de asombro e incredulidad-. La empresa tiene un valor como mínimo diez veces mayor que ese.
  -Eso es un verdadero abuso -se expresó Ricardo-, a ese precio jamás venderemos.
  -En realidad me dijeron que a ellos casi les interesa más que la fábrica continúe a nombre de Malva, en vez de comprarla. Tan sólo en el caso de ser muy favorable económicamente, podían decidirse a adquirirla -aclaró Eusebio.
  -¿Qué podemos hacer? Nos tienen cogidos de toda forma -dijo Malva, y parecía resignada.
  -Hay que intentar que suba algo más esa cantidad inicial -dijo Ricardo obstinado. Es nuestra única oportunidad de salir de esta trama criminal en la que nos encontramos.
  -Diles que necesitamos tiempo para pensar si vendemos; pero esta __________

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reflexión la haremos tan sólo, si ellos están dispuestos a pagar el doble  como  mínimo  de lo que  nos  ofrecen,  ¡y ya es muy barato! -habló Malva.
  -Por mí que no quede -dijo Eusebio con gesto de duda-. Lo que no sé es si aceptarán.
  -Si no mejoran la oferta, no debíais de vender. Perdón, ya sé que no es cosa de mi incumbencia -dijo Beatriz-, pero da rabia ese abuso de poder tan descarado.
  -Tienes toda la razón del mundo -la apoyó Malva.
  -No te preocupes mujer -dijo Ricardo.
  -Bueno -dijo Eusebio-, yo me marcho. Les haré saber vuestras objeciones.  Os  responderé  tan  pronto  me  contesten  ellos.  Adiós -dijo levantándose.

  -Yo en vuestro caso -dijo Beatriz tras haberse ido Eusebio- no les cedería la fábrica a un precio tan irrisorio. Habiéndose aclarado el problema que había con Juan, podíais seguir como hasta ahora. Después de todo, así llevamos un par de años y no ha pasado nada. La posibilidad de que la policía descubra lo que aquí se hace, es remota, yo diría que prácticamente no existe, por la sencilla razón de que ésta misma está implicada en el negocio, y obtiene también sus beneficios.
  -El hecho de que haya algunos corruptos -dijo Ricardo- no asegura que esto pueda seguir así indefinidamente. Pudiera ser que mañana mismo, esto salte por los aires. Basta que llegue alguien nuevo, juez o jefe de policía que no se deje comprar, ni que se amilane por amenazas de los criminales, para que el tinglado empiece poco a poco a derrumbarse.
  -La organización es muy fuerte -argumentó Beatriz-, y su poder es grande, bastante más grande de lo que piensas.
  -Lo sé, pero ni siquiera ella podrá evitar que puntualmente caigan algunos que otros sucios negocios. La justicia tiene también que demostrar de vez en cuando que hace su trabajo, con la policía y los jueces, y eso la misma organización lo da por descontado, está dentro del juego de toda la trama de los poderosos.
  -Dices que llevamos tiempo metido en esto, y que no ha ocurrido __________

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nada -habló Malva, que parecía un tanto dolida con Beatriz-. ¿Entonces no es nada la muerte de mi padre, y todo el mal que le llevan haciendo a Ricardo?
  -Bueno, eso es cierto. Perdona, pero yo me siento muy sola, si vosotros os vais, ¿qué será de mí? Yo no quisiera perderos.
  -Te comprendo -dijo Malva-, pero no se trata únicamente del temor a que te descubran, y corras el riesgo de ir a la cárcel; es que mi propia estima, mi honradez y honestidad, no me permiten estar dentro de una banda de asesinos criminales, haciéndoles el juego para que ellos se enriquezcan, aunque nosotros también sacáramos provecho. Te juro que prefiero vivir más pobre, pero también más honrada, para no tener que avergonzarme cuando me mire al espejo y me contemple a mí misma.
  -Malva tiene razón -dijo Ricardo como pensativo, abstraído o quizá ausente de sí-. Lo importante en esta vida es actuar de tal modo, que te sientas a gusto y reconfortado contigo mismo; esa es la única forma de poder vivir en paz y armonía interior. Creo que es lo más importante para intentar ser feliz. Es ahora cuando me doy cuenta y lo entiendo plenamente. Esa paz interior es lo más valioso de la vida, más que todo el dinero del mundo.

  El día antes de la boda, sobre las nueve de la mañana, le llamó Eusebio por teléfono diciéndole que había logrado conseguir una mejoría en el precio de venta de la fábrica, ésta ascendía a tres millones de oros, es decir, un millón más sobre el precio primero, y que ésta nueva oferta era la última y definitiva. Tenían que decidirse si aceptaban o no, y la respuesta se debía de dar en un plazo de cuatro horas como máximo. En caso afirmativo se pasaría por la empresa un notario con todos los documentos dispuestos para la firma, y la entrega por parte de ellos del cheque con la cantidad acordada, que podrían hacer efectiva de inmediato.
  -Comprenderás que tengo que consultarlo con Malva. Ella es en realidad la que tiene que decidirse o no a vender, la fábrica es de su propiedad.
  -Naturalmente que lo sé. Pero tú como su futuro esposo, le podrás aconsejar, pues que su actuación te afecta necesariamente también __________

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a ti, a vuestro futuro, a vuestra vida en fin.
  -¿Y tú, qué es lo me nos aconsejas?
  -Yo no quiero, ni puedo influir para nada en ese asunto. Es una cosa demasiado íntima y privada. Perdóname, pero no soy capaz de opinar, tenéis que ser vosotros los que optéis por hacer una u otra cosa. Os deseo clarividencia a la hora de decidir. Si queréis contar conmigo para lo que sea, estoy siempre a vuestra disposición.
  -Creo que no estaría de más que estuvieras presente. Te llamaré en cuanto me ponga en contacto con Malva y decidamos qué hacer.
  -De acuerdo. Espero tu llamada.
  Ricardo llamó desde la librería donde se encontraba a Malva, y la puso en conocimiento de lo que Eusebio le había comunicado.
  -Tres millones siguen siendo muy poco -dijo Ella.
  -Lo sé, pero por lo visto no quieren aumentar la oferta, y esa es la cantidad que se han puesto como límite.
  -Me cuesta mucho trabajo, y me da mucha pena tener que malvender  la  empresa  a  esos  malhechores,   bandidos  criminales -decía Malva llena de rabia-. ¿Pero qué poder hacer?
  -Yo no quiero presionarte, será tu determinación la que cuente. Sopesa los pro y los contra y actúa en consecuencia. Sabes que a las una del medio día termina el plazo para dar una respuesta, sea en el sentido que sea.
  -Te llamo en media hora, y te diré el resultado de la conclusión a la que llegue. ¿De acuerdo?
  -Naturalmente de acuerdo.
  Ricardo se quedó hundido en hondos pensamientos. La decisión que tomara su novia le afectaba sin ninguna duda también a él. No obstante, no quería influenciar con su opinión en el ánimo de ella; si cualquier día más adelante, por la circunstancia que fuere, hubiese que arrepentirse de la venta de la fábrica, él siempre estaría libre de cualquier reproche por parte de ella; como de todas formas la empresa le pertenecía, era pues ella la responsable única de sus actos y resoluciones. Él preferiría que se decidiera por vender. Cierto que los tres millones no cubrían para nada el valor real del negocio, pero con ese dinero, más los efectivos y acciones que había heredado de su padre, junto con otras propiedades, como __________

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fincas e inmuebles; y si a todo eso le añadía la fortuna que él aportaba, que siendo menor que la de ella, tampoco era para nada despreciable, podían permitirse una vida no de menor calidad que la que habían llevado hasta ese momento.
  La media hora dada por Malva para contestar, tocaba a su fin. El teléfono debía de sonar en cualquier instante, pues Malva era siempre muy puntual en todo aquello que decía, o prometía hacer.
  Efectivamente el teléfono sonó, pero de un modo estridente en sus oídos a pesar de esperarlo. La voz de Malva se dejó oír:
  -He decidido vender -dijo escuetamente.
  -¿Te lo has pensado profunda y detenidamente? No quiero que te arrepientas después.
  -Me procura una honda tristeza pensar en deshacerme de la fábrica; y unida a la tristeza de perderla, está también la rabia de tener que malvenderla a esos malhechores. Pero pienso sinceramente que no tengo otra alternativa, si queremos salir de la trampa en la que nos tienen cogidos.
  -Yo creo al igual que tú, que no hay otra solución. Por otro lado considero que con el dinero que entre los dos poseemos, podemos vivir bien, quizá fuera de esta ciudad, en cualquier otra parte del mundo, donde nadie nos conozca, y empezar una nueva vida.
  -También pensaba yo en eso; es una cuestión de la que tenemos que hablar, y reflexionar en serio sobre ello.
  -Sin la menor duda cariño. Ahora avisaré a Eusebio, que está esperando le comunique cual es la opción que has elegido.
  -Hasta luego pues. Aquí os espero. Un beso.
  Ricardo llamó a Eusebio y quedó con éste en verse en la fábrica. Él acompañaría al notario, el cual tenía toda la documentación preparada, y sólo faltaba que Malva la firmara.
  Dos horas más tarde, sobre las doce y algo del medio día, estaban los cuatro sentados en el salón de la casa de Malva.
  Tras una breve explicación por parte del notario, Malva firmó los documentos en los que constaba que vendía su propiedad, fábrica y toda la maquinaria que componía la misma, por la cantidad de tres millones de oros. El notario le hizo entrega del cheque.
  -¿Qué garantía tenemos nosotros de que la otra parte cumplirá su __________

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palabra, de que con esta transición quedamos libre de la organización, y de no tener con ella nunca más contacto?
  -Esa es una cuestión a la que yo no puedo responder -dijo el notario-. Mi trabajo consistía en preparar los documentos de la venta para que usted lo firmara y nada más. Ni sé ni entiendo de ninguna otra cosa.
  -No os preocupéis -dijo Eusebio-, se cumplirá, pues ese es el acuerdo. Como bien comprenderéis, no puede existir ningún papel o documento donde se manifieste que quedáis en libertad. Eso aparte de que no tiene ningún valor ante la ley, sería imprudente por parte de ellos, extender semejante escrito.
  -Pero ellos sí que tienen firmado por mí, un documento donde yo me comprometo de por vida a estar a su servicio, y que en caso de abandono de la organización por mi parte, sería pagado con mi vida. Huelga decir, que nunca firmé eso voluntariamente; fui coaccionado a ello -argumentó Ricardo.
  -Bueno, pero ahora se ha llegado a un acuerdo y se cumplirá, toda regla tiene su excepción -dijo Eusebio. -¿Cómo puede asegurarlo? Me parece que no depende de usted -opinó Malva.
  -Existe entre nosotros un pacto secreto, no escrito es verdad; pero que obliga a ambas partes a respetar los acuerdos a los que a veces llegamos.  Hasta  ahora  así  ha sido,  y espero que así siga  siéndolo -aclaró Eusebio con una amable y algo complaciente sonrisa.
  -Bueno -dijo el notario levantándose- yo me debo de marchar -dio la mano a todos los presentes deseándoles suerte.
  -Le acompaño hasta la puerta -dijo Malva levantándose.
  -Podemos almorzar en el restaurante. Usted se queda por supuesto -dijo Malva refiriéndose a Eusebio, cuando volvía de despedir al notario.
  -No sé si debo -dijo Eusebio dubitativo.
  -No querrás ponerte en camino sin haber comido antes, venga, -le animó Ricardo.
  -Mañana es vuestra boda, tendréis cosas que hacer.
  -Ya está todo hecho; además, por eso no vamos a dejar de comer.
  -Acompáñenos, y no se haga usted tanto de rogar -dijo Malva __________

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intentando bromear, e iniciando una sonrisa.
  -Vale, vayamos a comer juntos si así lo deseáis.
  Beatriz les saludó, cuando entraron en el restaurante, agitando el brazo para hacerse ver.
  -Allí está Beatriz -dijo Malva-. Sentémonos con ella.
  -¿Estoy en lo cierto, si pienso que acabáis de consumar la venta, o mejor dicho, la mal venta de la empresa? -sentenció Beatriz, cuando ya estuvieron todos sentados.
  -Estás en lo cierto -dijo Malva-. Era inevitable.
  -¡Lástima! Sé que habéis tenido que ceder, pero no por ello deja de entristecerme.
  -Parece dolerte más a ti que a mí -dijo Malva acariciando el brazo de su amiga-. Sin embargo, al perderla, me da la sensación de haber lesionado algo íntimo de mi persona. Tengo muchos recuerdos de mi niñez unidos a la fábrica: de haber jugado dentro de ella, y de gente que han trabajado con mi padre hasta su vejez, que me apreciaban y querían. Créeme, no ha sido nada fácil para mí.
  -A Beatriz -dijo Ricardo- lo que más le duele es perderte.
  -Es verdad. Estoy segura de no volverte a ver nunca más en la vida -decía Beatriz, y las lágrimas pugnaban por brotar de sus ojos.
  -¿Pero por qué mujer? Sí que nos podremos seguir viendo.
  -No le falta razón a su presentimiento -argumentó Ricardo-. Es lo mejor que podemos hacer, emigrar a cualquier parte, y no volver más a esta ciudad corrupta. Es una posibilidad que ya la hemos sopesado.
  -Sí -dijo Malva-, hemos quedado en hablar de ello.
  -Yo estoy al lado de Ricardo; sería lo que más os convendría, volver las espaldas a todo esto, y emprender una vida nueva.
  -Yo me iría con vosotros -dijo Beatriz-, aunque fuera de sirvienta.
  -¿Qué pasa de tus relaciones con Rafael? -quiso saber Malva.
  -Es una buena persona y me quiere. Pero yo preferiría dejar también esta vida aquí, y alejarme de todo esto, cuanto más lejos mejor. Vosotros que lo podéis hacer, no dejéis de hacerlo -terminó diciendo. Y se llevó las manos al rostro para evitar los sollozos.
  Uno nunca termina de conocer a las personas, pensó Ricardo, él jamás creyó que Beatriz se dejara arrastrar por la emoción, la __________

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consideraba más entera y dueña de sí. Pero también sabía que sentía devoción por Malva, su amiga de tantos años.
  -Podéis tranquilamente aprovechar la luna de miel, para desaparecer a cualquier  lugar,  sin decirle nada a nadie,  ni a dónde -comentó Eusebio.
  -Mañana es la boda, y no podemos hacer nada más que estar de fiesta; pero en los días posteriores arreglaremos las cosas, para partir a un país en el cual quizá podamos ser felices -dijo Ricardo.
  -Supongo que usted vendrá a la boda -habló Malva dirigiéndose a Eusebio-, y espero que también lo haga Samara.
  -Nos tendrá que dispensar, pero no está en nuestra costumbre asistir a fiesta alguna, y menos aún cuando en ella se encuentran gente de la organización, y no cabe duda alguna que algunos de ellos estarán. Ya ahora os deseo que seáis muy felices el resto de vuestras vidas.
  -Comprendo que tengáis algo en contra de estar juntos con esa banda de criminales que es esa secta u organización, pero vosotros os reunís con ellos en determinadas ocasiones, ¿por qué no en esta? -argumentó Malva.
  -Nuestras reuniones con ellos se limitan a resolver casos, donde la violencia nos afecta a ambas partes, y haya que hacer un pacto de, digamos alto el fuego, ya que nosotros nos defendemos con las mismas armas que ellos utilizan para atacarnos. El acuerdo al que se ha llegado en el caso vuestro, ha sido en realidad una excepción.
  Después que terminaron de comer, Eusebio se despidió repitiendo sus deseos de que los novios fueran felices.

  La iglesia en donde se efectuaba la boda estaba abarrotada de personas. No todas estaban invitadas a la ceremonia, también había gente extraña a la misma que acudía por ver, por curiosear; las bodas siempre atraen la atención de la gente; otros asistían sólo a cumplir el rito religioso de oír misa.

  Se oían comentarios sobre lo guapa que iba la novia, y lo maravilloso que era el vestido de ésta. También el novio recibió algunos elogios de algunas señoras más maduras.
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  Mezclada entre la gente allí asistente, estaba Samara, junto a una columna, como escondida, como si temiera que algún conocido la descubriera. Quería pasar desapercibida. En su rostro se advertía una como suave melancolía, y en sus grandes ojos verdes brillaba húmeda la tristeza. No lo pudo evitar, y una lágrima resbaló por su mejilla. Se sobrepuso de inmediato, y limpiándose la cara con rápido movimiento de su mano, esbozó una sonrisa, sin saber porqué, ni para quién. Estaba sola.
  Al banquete, en el mejor hotel de la ciudad, acudieron todos los amigos y conocidos de los novios, así como un par de extraños individuos que Ricardo no conocía, pero que sabía eran de la organización.

  En los siguientes días tras el casamiento, Ricardo y Malva se dedicaron a poner en orden todo lo concerniente a su situación económica, hablando y haciendo acuerdos con el banco.
  Habló con Ignacio para traspasarle la librería, éste pagaría una cantidad mensual a convenir durante un determinado tiempo, al fin del cual sería el dueño del negocio.
  La pareja de recién casados eligió un país allende el mar, donde la lengua era la misma, y no tendrían necesidad de aprender una nueva; y donde también tendría la posibilidad de reanudar su trabajo y afición a los libros, abriendo una nueva librería.
  Todo pareció salir a pedir de boca. Se instalaron en su nuevo domicilio, en la nación elegida. Y poco a poco se iban adaptando al cambio experimentado, y parecía que eran felices.
  Un domingo, estando ambos tomando café en una terraza, se les acercó un extraño, un señor bien vestido, elegante, y de exquisitos modales y les dijo:
  -La luz la trajo Lucifer.
  Ricardo se quedó de momento confuso, no sabía, no entendía. Un recuerdo brilló al pronto, se encendió en su mente y alumbró ésta.
  Se vio constreñido a responder:
  -Nosotros somos hijos de la luz. Pero eso no era lo pactado.
  El hombre desapareció, y Malva preguntó:
  -¿Quién era, qué quería?
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  Ricardo le explicó con gesto de seriedad, lo que aquella consigna significaba. Prácticamente la organización no se había olvidado de ellos, y seguramente nunca se olvidaría.
  -¡Dios mío! Y para eso hemos venido aquí, y malvendí la fábrica.
  -Son unos criminales a los que había que matar sin más compasión.
  Los dos callaban con la mirada perdida en cualquier rincón de su alma, ensimismados y afligidos, pesarosos...
  Otro personaje, de un aspecto más campechano, más del pueblo digamos, se les acercó igualmente y les dijo:
  -No os preocupéis, "Los Soldados de Dios" no os abandonan, y estarán siempre vigilantes.
  Ricardo comprendió que era inútil huir, allí donde vayas, en todas partes del mundo, y en tanto existan seres humanos, siempre te encontrarás entre el Bien y el Mal.


Fin


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