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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXV


Ricardo había efectuado su correspondiente turno como vigilante en el proceso de camuflaje de la droga, y llegó a la misma conclusión que Beatriz y Malva: Allí no se robaba nada. Seguramente, pensaba, necesitaban un chivo expiatorio, y por eso trataban de buscarlo entre ellos. Rogelio tendría la misión de implicarles a él y a Malva, para hundirlos más en toda aquella manipulación delictiva, y tenerlos más comprometidos con ellos y sus artimañas dentro de la organización, de modo que la colaboración fuera plena, y nunca más pensaran en tratar de salir de ella. En el caso de que advirtieran algo anormal, estarían tan comprometidos que no se pudieran atrever a denunciar nada.
  Samara se había cruzado en el camino, matando a Rogelio por venganza; y ahora Juan intentaba seguir adelante con la farsa. De lo que no estaba muy seguro, es del papel que Beatriz jugaba en todo aquello, aunque tenía la impresión que ella era inocente, que estaba un poco como al margen de las maquinaciones de su marido.
  Debía de intentar de cualquier forma o manera, obtener alguna prueba de que Juan engañaba a la organización, así tendría él también alguna baza que jugar a su favor en todo aquel complejo criminal. La pregunta era, ¿cómo llegar a conseguir tal prueba?
  Le comunicó sus sospechas a Malva, la cual convino en que era muy plausible el que así fuera.
  -En el próximo turno que tenga -dijo Ricardo- trataré de hablar con uno de los trabajadores, es un hombre que me parece honrado, aunque resulte paradójico decirlo, cómo te diría, un hombre de palabra, y del que tengo la impresión que no es ninguna mala persona. No sé bien porqué, quizás por sus gestos al ver que yo les vigilaba; sus sonrisas y miradas, así como algún comentario, me hace pensar que algo pueda saber de la verdad de lo que pasa. Trataré de ganarme su confianza, para ver si me dice algo que confirme mis sospechas.
  -Inténtalo -dijo Malva-, pero debes de andarte con mucho cuidado, no te puedes fiar de nadie, ni de las apariencias, dentro de este mundo criminal.
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  -Iré con tiento, no te preocupes.
  -No queda en la fábrica ningún obrero que yo conozca; poco a poco han sido destituidos por gente nueva, que me imagino pertenecen todos a la organización. Ahora comprendo por qué se fue reduciendo el número de trabajadores, con el consentimiento de mi padre naturalmente, alegando una reducción en la cartera de pedidos. Aunque sin embargo resultaba que los beneficios eran cada vez mayores. Con una plantilla reducida, habían aumentado los pedidos desde el extranjero. Se vendía mejor y con más beneficios. Los negocios, decía mi padre, con aquel señor llamado Sebastián marchaban viento en popa. ¡El pobre! No sabía dónde se había metido, ni sabía que aquello le iba a costar la vida.

  A la mañana siguiente, cuando Ricardo iba en su coche dirección a la ciudad, y oyendo las noticias en la radio, se hablaba de que en ese instante los bomberos acudían a sofocar un enorme incendio, que se había provocado en un restaurante y sala de fiesta, algo retirado del centro de la ciudad, llamado "El Cisne Negro".
  Ricardo pensó de inmediato en las palabras de Samara que dijo, después de que se hubiese quemado el centro de la congregación: "Esto traerá una espiral de violencia; habrá más muertos, y la culpa será sólo mía".
  Tomó la repentina decisión de dirigirse hacia el lugar del fuego.
  Tenía algo así como una necesidad malsana de observar, cómo aquel pecaminoso negocio de la organización, era consumido por el fuego, caía siendo pasto de las llamas. Aquello no era sólo un lugar para comer y divertirse, sino que era una guarida, un antro en donde se comerciaba con droga y prostitución, y se acordaban toda clase de ilícitos negocios.
  Se preguntaba si no sería Samara la autora de aquel fuego. Ella había trabajado allí y conocía bien el edificio, y sabría moverse a la perfección, evitando que la vieran.
  Creía firmemente que aquello era la respuesta al incendio que se había provocado en el centro de la congregación a la que su amiga pertenecía, y que ella decía lo habían hecho los de la organización, para vengar la muerte de Rogelio.
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  La policía había acordonado las calles adyacentes a la deflagración, de forma que era imposible acercarse más al lugar donde las llamas seguían devorando de un modo espectacular, todas las plantas de aquella relativamente moderna construcción.
  Le parecía mentira ver aquella casa, que visitó tantas veces, en estado de ignición.
  Ricardo había logrado, no sin alguna dificultad, aparcar el coche en una de las cercanas calles. Ahora andaba y preguntaba a la gente tratando de obtener alguna información de lo ocurrido, y de saber si había habido que lamentar algunas víctimas.
  Nadie pudo darle información alguna. Tan sólo llegó a saber, que al parecer el fuego se había propagado hacía escasamente un par de horas, y aún no se sabía la causa o motivo.
  Llamó con su móvil a Samara, pero no recibió contestación ninguna. Lo intentó algo más tarde, mas no le fue posible contactar con ella.
  Después de deambular un rato entre la masa de gente que se había acumulado en las inmediaciones del incendio, decidió marcharse hacia la librería.
  Si era cierto aquello que Samara había insinuado, es decir, que entre la congregación que luchaba por ayudar y hacer el bien, y la organización que perseguía unos fines criminales de enriquecimiento y poder, se entablaba una lucha abierta; ¿hasta dónde podría llegar, dónde estaría el fin? Dos filosofías completamente opuestas de entender la vida, y el modo cómo tener que comportarse en ella, estaban condenadas a un continuo enfrentamiento sin fin; pero donde la supremacía de una parte sobre la otra no terminaba de definirse plenamente, el mal siempre se alza y renace con nuevo brío y fuerza, y el bien se ve condenado a tener que combatirlo eternamente; mas la pregunta era: ¿con qué armas tiene el bien que combatir al mal? ¿Había que emplear las mismas armas de las que el mal se vale, para intentar siempre derrotar al bien? Si el bien, o lo que entendemos que es éste, se ve abocado al uso de las mismas armas para defenderse contra el mal, y así asumir como natural la muerte de aquel que representa el mal, ¿no nos comparamos con __________

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ellos, por lo menos en lo concerniente al modo de entender la lucha para destruirlos? ¿No habría que tratar por todos los medios de reconducirlos, devolviendo siempre bien por mal, como dice la enseñanza cristiana?
  La solución a éste dilema era altamente complicado. La defensa de la propia vida es una ley natural, y hay por lógica que aceptarla. ¿Qué es en definitiva la venganza, sino un modo de defensa? Ojo por ojo y diente por diente, que decían los antiguos.
  Sin embargo la filosofía cristiana no lo entiende así. Para seguir y llevar al pie de la letra la enseñanza de Cristo, hay de verdad que ser un superhombre, pensaba Ricardo, pero lo malo de esto es que no es seguro que se consiga lo deseado, sino que más bien seas burlado y denigrado por aquel, por quien tú te sacrificas, y entonces la duda te corroe el alma, y piensas que eres un imbécil. Las cosas tampoco se deben dar gratuitamente, sino que todo requiere un esfuerzo y una superación, que le haga a uno alcanzar el justo premio, y si no se consigue, pues aceptar, pero nunca arremeter contra aquellos que lo lograron, embargado por la envidia, pues ésta es una de las fuentes en donde bebe el mal.
  Ricardo sacudió la cabeza como el perro que sale del agua, era un gesto instintivo de querer apartar los pensamientos que torturaban su mente desde hacía algún tiempo. Quiso poner toda su atención en la carretera, y pensar en que su boda estaba cerca. También se había imaginado su unión con Malva en otras circunstancias y de otra manera, pero la vida tiene la inexorable ley que dicta el destino de cada uno de nosotros, y contra el que nada se puede hacer, si acaso aprovechar la más mínima coyuntura, si se presenta, para intentar inclinar la balanza en el propio beneficio, pero siempre de un modo honrado.
  Una vez en la librería llamó a Malva por teléfono y le informó del incendio ocurrido en el "Cisne Negro".
  -¿A qué conducirá todo esto? ¿Crees tú que Samara tiene algo que ver con esos incendios? -preguntó Malva.
  -No estoy seguro, tan sólo lo sospecho por lo que ella misma me dijo -contestó Ricardo-. He intentado ponerme en comunicación con ella, pero no lo he logrado.
  -¿Qué vas a hacer ahora?
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  -Procuraré enfrascarme en el trabajo, y olvidarme un poco de todo este asunto de la organización y lo que nos acarrea.
  -Acuérdate que nos casamos, y hay que hacer algunas compras.
  -Ya hablaremos de eso cuando vuelva a hacer mi próximo turno.
  Cuando Ricardo por la noche puso la televisión para ver las noticias, hablaron, como él esperaba, del incendio habido en "El Cisne Negro". Parecía que habían descubierto que éste había sido intencionado, y aunque se ignoraba quién pudiera estar detrás, se sospechaba que quizá hubiese sido un acto de venganza. Lo único bueno era que inverosímilmente, no había habido que lamentar victima alguna. El incendio se había iniciado justo en el momento en que los últimos empleados hubieron abandonado el local, ya de madrugada, y cuando ya habían cerrado el establecimiento.
  Parecía como si la persona que había provocado el fuego, no hubiese querido causar víctimas, pero sí daños materiales.
  Para Ricardo estaba claro que Samara, o digamos más bien los llamados "Soldados de Dios", eran los responsables directos de lo acontecido. El incendio había sido la vengativa respuesta de la congregación por el daño que a ellos le había causado la organización, cuando le prendieron fuego a su centro.
  Lo más seguro, pensaba Ricardo, era que los autores de ambas deflagraciones nunca se descubrieran y quedaran para siempre en el más absoluto anonimato.
  Esa espiral de violencia que ya le hubo anunciado Samara, ¿cuándo pararía? Se preguntaba Ricardo, ¿seguirían hasta eliminarse mutuamente? Probablemente no, terminarían llegando a algún acuerdo; es lo que sucede siempre en toda rencilla y en toda guerra, cuando hay que salvaguardar ciertos intereses, que están por encima de la pura y absurda mutua destrucción, y cuando además se percatan que no es tan fácil de conseguir la plena victoria, y hay que evitar también de cualquier manera, la posible propia derrota.

  De nuevo tuvo Ricardo que ponerse en camino hacia la fábrica, pues le tocaba otra vez hacer el turno de vigilancia; aquello era para él un verdadero inconveniente, difícil de compaginar con su trabajo __________

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en la librería, aparte que le irritaba sobremanera, ya que le hacían tomar parte en un acto delictivo del que nada quería saber.
  Se preguntaba si alguna vez llegaría a verse libre de la organización que tan miserablemente lo había atrapado con sus engaños.
  Si esto no fuera posible, se decía cavilando, debería por todos los medios intentar de alguna manera, llegar a conseguir dentro de la organización, algún papel relevante que lo librara de tener un contacto directo con toda clase de fechorías y crímenes, que estaban reservado por obligación, a que lo ejecutaran los simples, digamos más bien peones, del allí existente entramado jerárquico. Naturalmente que esto no debería ser para nada una fácil tarea, pues todos intentaban ganarse un puesto lo más alto posible en la escala de mando. Lo más peliagudo, pensaba, era poder seguir librándose del llamado bautizo de sangre, es decir, estar exento del deber que le llevaría a tener que ejecutar un acto de asesinato; él se veía incapaz de poder hacer tal cosa, no se imaginaba ni por asomo, que él pudiera matar a un semejante, ni tan siquiera a un animal, de los que se matan normalmente para alimentarse, como son conejos, gallinas o cerdos.

  Comió con Malva y pasó el día con ella, hasta el momento en que comenzó su turno de vigilante en el trabajo que hacían los que preparaban la droga, para esconderla en los diferentes módulos de los muebles que exportaban a diferentes partes del extranjero.
  Después de varios turnos, intentó Ricardo explorar al hombre, del cual él pensaba, pudiera quizá llegar a saber algo interesante.
  -Es cansado esto de tener que trabajar de noche -dijo Ricardo al individuo con el cual se había propuesto tener cierta relación, si no de amistad, de momento por lo menos de una relativa confianza, que debía de saber ganarse con simpatía y comprensión a su situación de trabajador.
  -Sí que lo es -respondió aquel hombre, que por su aspecto andaría rondando de seguro los cincuenta años de edad; cano el ya no muy abundante pelo que le quedaba, de estatura mediana y corpulento, ancha cara rojiza y ojos azules-, ya que las mejores horas de sueño __________

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las tienes que pasar trabajando, y eso cuesta.
  -Por lo menos, con el turno de noche ganarás más.
  Con un gesto de extrañeza en el rostro, el hombre aquel miró intensamente a Ricardo.
  -Usted debe de saber que nosotros tenemos un sueldo fijo, y que no se gana más, ni por hacer turno de noche, ni por horas extraordinarias; hay que estar dispuesto todo el tiempo, de día y de noche al servicio de la organización.
  -¡Ah, sí, es verdad! Perdona, no lo recordaba. Es que yo no había hecho con anterioridad esta clase de servicio. En realidad mi experiencia en este asunto es nula; mi trabajo se ha desarrollado hasta no hace mucho, en otro plano social muy diferente.
  El hombre esbozó una leve sonrisa y dijo:
  -Creo saber algo de lo que a usted le sucede.
  -¿Y eso? -se maravilló Ricardo.
  -Aquí pasa como en todas partes, todo se comenta, y de todo se habla; por mucho que se quiera ocultar, siempre trasciende algo al dominio general.
  -Hagamos una pequeña pausa y tomemos un café -propuso Ricardo- ¿Cómo te llamas?
  -Rafael -respondió el hombre, y dirigiéndose a los que trabajaban con él-: El señor me invita a un café, ahora vuelvo. ¿De acuerdo?
  -Vale -dijo uno.
  -Está bien -contestó otro.
  Ricardo sacó dos cafés del automático y se sentaron a tomarlo a una mesa en la cantina.
  -Me llamo Ricardo -dijo éste-. Perdona si soy indiscreto -comenzó a hablar-, pero me interesa saber qué es lo que se dice, o se comenta de mi persona.
  -Pues de usted se rumorea...
  -No me hables de usted. Somos, por así decir, compañeros de trabajo.
  -De acuerdo -asintió el tal Rafael.
  El hombre aquel pareció dudar, se le notaba indeciso, parecía no atreverse; al fin se decidió y comenzó a hablar:
  -Como iba diciendo, corren comentarios, habladurías, críticas; ya __________

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sabes como son la gente, te tachan de apocado, pusilánime, de cobarde, en una palabra, que no tienes huevos.
  -¿Y tú qué piensas?
  -¿Qué quieres que te diga? Yo no sé nada. No soy quién para juzgar a nadie, cada uno tendrá sus motivos, para hacer las cosas que haga.
  La impresión que Ricardo tenía de aquel hombre, se iba afianzando en lo positivo, según pensaba; así se aventuró a indagar en su interior, queriendo conocer más de su intimidad, le preguntó:
  -¿Qué es lo que te ha hecho entrar a trabajar para la organización?
  Ricardo advirtió cierta extrañeza en el rostro de Rafael. Éste no esperaba por lo visto aquella imprevista, y quizá impertinente pregunta por su parte, y se sintió sorprendido. Tras dudar un instante dijo:
  -Es largo de contar. Todos tenemos algún motivo, tú por supuesto también tendrás el tuyo.
  -Si quieres que te diga la verdad, yo estoy aquí obligado. Me engañaron como a un chino.
  -Creo que más o menos a todos nos ha pasado lo mismo. Una vez dentro la cosa es diferente; pero uno tiene que ganarse la vida de cualquier manera.
  -Sí, lo comprendo; lo malo es que uno no tiene la libertad de dejarlo, estás cogido para siempre, y eso no debería de ser así.
  -Tiene sin embargo su lógica, si puedes irte cuando quieras, puedes denunciar, o hacer público aquello que sabes o conoces de la organización, y eso va contra los intereses de la misma, y por ente no lo puede consentir, ya que esto no es una empresa comercial cualquiera, ni un partido político, es algo como una religión a la que te debes en cuerpo y alma, y has de ser siempre fiel. Ellos te mantendrán siempre que les seas útil.
  -Perdona, pero yo soy de la opinión, que no se debe a nadie obligar a hacer algo en contra de su deseo.
  -El que yo comprenda los motivos, no quiere decir que los apruebe. La verdad es que corro un riesgo hablando de estas cosas contigo. ¿Quién me dice a mí que tú no eres un espía, que lo que __________

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haces es intentar averiguar mi forma de pensar sobre la organización, para descubrir si soy leal a la misma o no? -dijo Rafael.
  -Es normal que todos tengamos motivos o razones para la desconfianza, eso sucede porque existe el miedo a caer en desgracia, incluso aunque no haya razón para ello, es más, creo que esa situación está creada así a propósito, hecha para que nadie pueda fiarse de nadie, y evitar en lo posible de esa manera, que se formen grupos de oposición dentro de la organización -argumentó Ricardo- se ha elaborado una red de mutuas sospechas, en donde todos se vigilan y todo se delata.
  -También creo yo percibir algo de eso. Es posible que tengas razón.
  De todas formas es peligroso seguir por ese camino. Lo mejor será dejarlo como está, y que ninguno se entere de lo que hemos hablado -dijo aún con cierto recelo Rafael.
  -Puedes estar tranquilo, por mi parte no tienes que temer nada.
  -Tú tampoco por la mía -afirmó con un gesto de cabeza el hombre.
  Ricardo no quiso insistir, ahondando más en el tema, prefirió ser prudente. Por ser el primer día, se dijo, había conseguido que aquel hombre hablara más de lo que él se había imaginado que hiciera.

  Desayunó con Malva en su casa y le contó a ésta la conversación mantenida con aquel hombre llamado Rafael.
  -Debes de andarte con tiento, no te puedes confiar en nadie -le aconsejó Malva.
  -Algo tienes que arriesgar, si no nunca sabrás nada. Ese hombre lleva años dentro de la organización, y debe de saber bastante de cada uno de los personajes que la compone, por lo menos de aquellos que están cerca del círculo donde él se mueve, y uno de estos es Juan.
  -No creo que ese hombre se comprometa, revelándote a ti cualquier posible error o falta, que él sepa, o tenga conocimiento que haya cometido Juan en contra de la organización.
  -Ya veremos; tengo la impresión que Juan intenta buscar culpables en el asunto de la droga que ha desaparecido. Quizá esté __________

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el mismo implicado en ello. Y tampoco sería extraño que Rafael haya oído algo, o tenga sus sospechas, puede incluso que sepa algo concreto.
  -No sé, no sé. Todo es complicado y peligroso.
-Tenemos que ir de compra a la ciudad -dijo Malva-, hay que ir preparando todo lo concerniente a la boda. Recuérdate que nos exigen dar una fecha fija la próxima semana.
  -No tenemos que comprar casa ni muebles, nos quedaremos a vivir aquí, en tu casa -dijo Ricardo-, creo que será lo mejor. En cuanto a fiesta, pues ya quedamos que por la muerte de tu padre, tampoco se hará nada opulento. Se invitará a un círculo pequeño de amistades, y nos marcharemos de viaje de luna de miel a donde convengamos.
  -De acuerdo, pero tendré que hacerme el vestido de novia, supongo; y tú también tendrás que comprarte un traje.
  -Sí, mujer, está claro que nos compraremos vestidos y demás ropa, no vamos a llevar trajes usados.
  -Comenzaremos hoy mismo, si no tienes nada en contra -insistió Malva algo seria.
  -Naturalmente cariño, si tú así lo deseas -contestó Ricardo queriendo ser conciliador, y dándole un beso.
  Se fueron en el coche de él a la ciudad. Ricardo dejó a su novia en casa de la modista, y quedaron en verse hora y media más tarde en un bar, cerca de allí.
  Él quería pasarse por la librería, y dar después una vuelta por su casa, pues con el asunto de los turnos en la fábrica, hacía un par de días que no aparecía por ella.
  En su negocio todo marchaba bien según le decía Ignacio.
  Tras una breve estancia en la librería, tomó dirección a su casa.
  No sabía bien porqué, pero aunque no lo podía asegurar, tenía la sensación de que un coche le seguía. Aminoró la marcha, pero aquel coche de color oscuro seguía tras del suyo. Se desvió de su normal ruta por ver si el otro vehículo también lo hacía, y efectivamente, el otro continuó tras él. Dobló por una calle adyacente, ya bastante retirado del centro de la ciudad, y aparcó el coche en el primer __________

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hueco que encontró. Se quedó dentro, y observó cómo el otro coche aparcaba un poco más delante, de donde él lo había hecho. Ya no le cabía duda alguna de que le estaban persiguiendo. ¿Qué querrían ahora de él? ¿Por qué le espiaban? Que eran gente de la organización, era cosa que daba por descontada. Sospechaba que esto tendría algo que ver con la muerte de Rogelio, y el empeño de Juan en implicarlo a él en el asunto de la droga robada. Pensaba febrilmente qué es lo que sería mejor hacer, cuando vio que alguien se apeaba del coche que le había seguido, y se dirigía hacia él. Al pronto reconoció al hombre que se acercaba, y se quedó un tanto perplejo. ¡Era Rafael, el individuo con el que había, o quería entablar cierta amistad!
  Ricardo bajó la ventanilla de su coche, cuando el otro llegó hasta él, e intentó esbozar una agradable sonrisa al decir:
  -¡Ah, eres tú Rafael!
  -Perdona el que te haya estado siguiendo, pero tengo que hablar contigo -dijo, y se notaba seriedad en sus palabras.
  -¿Qué sucede? ¿De qué se trata? -preguntó alarmado Ricardo.
  -Tranquilo, no es nada grave para ti. ¿Puedo hablar contigo, con confianza, de un asunto privado?
  -Por supuesto, pero, ¿sabes qué? Continúa con tu coche tras de mí; hablaremos en mi casa.
  -No, tu casa la conocen, y pueden estar espiando. Ven mejor tú siguiéndome, conozco un lugar seguro.
  -De acuerdo -consintió Ricardo, que comprendía no le faltaba razón, en cuanto a que su domicilio estuviera vigilado.
  El auto de Rafael, después de recorrer un par de calles, salió a una carretera, más bien un carreterín de tercer orden, y continuó su marcha a una velocidad moderada, durante unos veinte minutos.
  Pararon ante lo que se podía describir como una finca o casa de campo. Su fachada de ladrillos rojos, aparecía algo deteriorada. Unas cuantas gallinas correteaban por los alrededores, y se veía una cabra atada delante de la puerta.
  Ricardo se preguntaba ¿cual sería el motivo que había llevado a Rafael, a conducirlo a aquel extraño lugar?
  Rafael se apeó del coche y Ricardo hizo lo mismo.
  Ambos se dirigieron hacia la entrada, donde un hombre ya __________

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anciano les esperaba.
  Rafael y aquel hombre mayor se abrazaron. Se llamaba Pedro, y fue presentado como el padre de su compañero.
  -Pasemos dentro -dijo el viejo- y tomemos algo fresco.
  Una vez acomodados, ante una mesa rustica, y con unas cervezas que el hombre sacó del frigorífico, dijo Rafael:
  -Voy a hablarte sin rodeos, y espero me contestes con sinceridad a lo que te propongo. Óyeme atentamente, si después decides no tomar parte, ni colaborar conmigo, me tienes que prometer que olvidarás para siempre, lo que aquí se haya hablado. ¿Conforme?
  -Absolutamente de acuerdo -respondió Ricardo.
  -Sé por Beatriz, que Juan intenta buscar pruebas de que vosotros, la señorita Malva, tú y la misma Beatriz, robabais junto con Rogelio, parte de la droga que se manda al extranjero. Me ha dicho incluso que un día pusieron su piso patas arriba, revolviéndolo todo buscando dinero, drogas o algún documento que probara vuestra culpabilidad en ese asunto.
  -Sí, eso es cierto, pero es igualmente cierto que ni Beatriz ni nosotros, me refiero a mi novia y a mí, estamos para nada implicados en esa trama.
  -No hace falta que me lo jures, sé a ciencia cierta que Beatriz ignoraba lo que Rogelio hacía, él nada le contaba, aquí quiero revelarte algo, y cuento con tu discreción, ella, Beatriz, es mi amante; tengo lo que se dice, una relación sentimental con ella, y temo que Juan la acuse de estar implicada en ese asunto. Rogelio nada sabía de eso. -Rafael hizo una pausa, parecía esperar la reacción de Ricardo a su confesión, pero éste nada comentó, sólo movió la cabeza en un gesto que intentaba demostrar comprensión-. La verdad de todo esto -continuó Rafael- es que Rogelio sí estaba implicado, junto con el mismo Juan, en la substracción de parte de los estupefacientes para su propio enriquecimiento.
  -Eso es lo que yo venía sospechando -dijo Ricardo, y se le notaba cierta alegría en el rostro, al oír que estaba en lo cierto-; pero, ¿cómo lo sabes? ¿Tienes prueba de ello?
  -Naturalmente que tengo pruebas, me las dio el mismo Rogelio. En la organización nadie se fía de nadie, pero él se confió en mí, no __________

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sólo porque era mi amigo, sino, especialmente porque él sabía de mi animadversión, más bien mi odio hacia Juan, y por ello sabía que no lo delataría, sino que llegado el caso, usaría de seguro esas pruebas contra Juan. Lo que no termino de comprender bien, es la causa de la muerte de Rogelio. ¿Quién y por qué lo han asesinado?
  Ricardo no quiso poner en conocimiento de Rafael, que sabía quién y por qué, lo habían matado.
  -Cualquiera sabe -dijo-. Creo que en la organización existe una lucha interna, secreta, en la que diferentes grupos defienden diferentes intereses.
  -Eso es verdad -asintió Rafael-. Hay distintos grupos con actividades diversas; y es posible que haya choques entre ellos. No lo puedo dar por descartado, pero que lleguen a matar porque existan algunas diferencias o rivalidades, me parece poco probable.
  -Quizá no por simple  disentimiento,  pero   por  odio  profundo -dijo Ricardo pensando en las palabras dichas por el propio Rafael, hacia tan sólo un momento.
  -En el caso de mi hijo, que es también mi caso -dijo Pedro que había hasta ese instante permanecido en silencio-, concurren circunstancias especiales: Mi nieto murió por culpa de Juan -el anciano parecía algo agitado y nervioso.
  -Está bien padre, tranquilo -dijo Rafael cogiendo el brazo de su progenitor-. Es verdad que he dicho que siento odio hacia Juan, sin embargo él aún está vivo. Quiero que sea la organización la que se encargue de su liquidación, pues esto es peor que la muerte que yo le diera pegándole un tiro.
  Ricardo se preguntaba por qué le contaban a él toda aquella historia, ¿qué papel querrían que él jugara en ese asunto? No quiso demandar el motivo, prefirió esperar a que los otros se lo aclararan. No obstante sí que deseó saber, cómo era Juan culpable de la muerte de su hijo.
  -Como hemos dicho antes, dentro de la organización existen grupos dedicados a diversas actividades, tú lo debes de saber.
  -Créeme si te digo, que yo no sé mucho de los negocios de la organización, y te soy sincero si añado, que de verdad no me interesan para nada.
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  -Te creo, pues ya conozco tu caso. Por eso precisamente busco tu ayuda. Tú no tienes ningún interés dentro de la organización, es más, te gustaría verte libre de ella. ¿No es cierto?
  -Absolutamente cierto -aprobó Ricardo.
  -Volviendo a lo que decía: En la organización hay grupos que se emplean en acciones diferentes, como son la droga, al frente de la cual está ahora Juan; pero coexisten junto a ella el negocio de las armas, la prostitución, actos de terror en colaboración con toda clase de terroristas, lavado de dinero negro, en fin, un no acabar de toda clase de fechorías y crímenes que reporten abundantes beneficios económicos. En todos estos sucios negocios están implicados personajes de la política, la policía, la justicia... gente aparentemente honorable de la sociedad. ¿Qué quieres? Nos ha tocado vivir en este mundo, nosotros no lo podemos cambiar, tenemos que adaptarnos a él para sobrevivir. Esto te lo digo a modo de que comprendas nuestra posición; la vida no nos dio otra oportunidad. Concretando, mi hijo estaba en una oficina de la organización, que se dedicaba al blanqueo del dinero que ésta obtenía de todas las otras actividades; un trabajo en el que su vida no corría peligro alguno; pero vino éste cabrón de Juan, y sabe Dios porqué, se lo llevó a que participara en un traslado de contrabando de armas. La policía estaba sobre aviso y hubo un tiroteo en el cual mi hijo cayó acribillado a balazos. Él, quiero decir Juan, que debía de dirigir la operación, se quedó tranquilamente en retaguardia, y pudo salvar el pellejo, o se libró de ser prisionero y dar con sus huesos en la cárcel. Juan tiene buenos amigos en la cúpula de la organización, y ha podido quedar libre de culpa, tan sólo lo han cambiado de puesto, y está ahora donde tú sabes que está; pero yo estoy dispuesto a que tiene que pagar.
  -Perdón, pero no comprendo bien qué es lo que yo pueda hacer.
  -Creo que si tú presentas las pruebas que están en mi poder, a la dirección de la organización, ésta no tendrá más remedio, por la ley que rige en la misma, que condenar a Juan.
  -Quizá sea yo el menos indicado para ello. ¿Cómo es que no las presentas tú?
  -Yo tengo por fuerza que seguir un trámite, es decir, toda queja o __________

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denuncia que un simple trabajador presente, tiene que hacerse a través de su superior, y mi jefe es precisamente Juan.
  -Pero ahora resulta que es también el mío.
  -Hay una pequeña diferencia; tú no eres un simple trabajador. Tú aunque no lo sepas, juegas un papel bastante importante dentro de la organización, interesa a la misma tenerte al frente de la fábrica, ellos procuran siempre mantener en posiciones relevantes a personajes que la sociedad considera honrados, de una conducta intachable y honestidad probada. Tú sabes como yo, que la organización paga los estudios y las carreras de todos aquellos que prometen llegar alto; así ella tiene sus propios abogados, e incluso jueces, que llegado el momento libran de la cárcel a aquellos que a la organización le interesa. Tienen en sus filas a comisarios, jefes de policías, alcaldes, políticos, en fin, toda una serie de individuos que son como células cancerosas que poco a poco van minando y pudriendo la alta sociedad del pueblo. La democracia es un timo, la corrupción impera por doquier.
  -Yo quisiera ayudarte, Juan no me es precisamente simpático, pero no sé cómo hacer, qué pasos andar, cómo lograr llegar a la dirección de la organización y mostrar esas pruebas de que me hablas, por cierto ¿en qué consisten éstas?
  -Rogelio, que era muy astuto y no se fiaba de nadie de los que están en este negocio, había grabado una conversación mantenida con Juan, sin que éste lo supiera, en la que se comenta la venta a terceros de la droga robada, y me la entregó a mí, sabedor como era de mi animadversión hacia Juan, diciéndome que sólo hiciera uso de ella en caso de su muerte. Rogelio comenta también en esa cinta, que Beatriz nada sabe del asunto, por eso es al mismo tiempo una prueba de descargo para ella, que demuestra su inocencia, al no participar ella en ese negocio. Además de una carta, en la que un cliente dice estar de acuerdo con el precio dado por Juan, para la venta de la droga sustraída.
  Ricardo se quedó un tanto pensativo. Sopesaba los pro y los contra de aquella posibilidad que se le brindaba, de poder deshacerse de Juan por un lado, y quizá sacar algún provecho particular de la __________

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situación, que le hiciera estar más cómodo y seguro dentro de la organización. Pensó que tal vez pudiera la congregación aconsejarle; debía indagar esa vía y ponerse en contacto con Samara, o probablemente Eusebio le pudiera dar una solución. De todas formas pudiera valer la pena intentar hacer algo en ese sentido.
  -De acuerdo, procuraré por todos los medios a mi alcance, que los más altos jefes de la organización tengan conocimiento de esa cinta de que me hablas. Comprenderás que antes la tengo que oír, y así sopesar la valía de la misma, para poder asegurar a las personas que pienso puedan ayudarme, que hay una posibilidad real de emplearla con éxito.
  Rafael sacó del bolsillo interior de su chaqueta, una pequeña cinta que puso en manos de Ricardo. Éste la cogió, la miró un instante, y se la guardó a su vez en el bolsillo del pantalón, al tiempo que decía:
  -Dentro de un par de días te comunicaré el resultado de mis pesquisas. Deséame suerte.
  -Te la deseo, la suerte tuya es la suerte mía.
  -Haga usted que ese canalla de Juan pague, teniendo el castigo que se merece -dijo el padre de Rafael.
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