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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXIII


Ricardo se levantó temprano. No había dormido bien y estaba preocupado con lo que Malva le había dicho al teléfono. Él consideraba a Juan, el peor de todos los que había conocido en la organización; lo contemplaba taimado y calculador, que no se detiene ante nada por conseguir sus propósitos. Había hecho carrera dentro de aquella pandilla de depravados, y seguro que estaba decidido a llegar a lo más alto, aunque para ello tuviera que andar sobre cadáveres.
  Se puso en camino con tiempo suficiente, como para llegar a la hora prevista para la cita con Juan.
  Se paró en la carretera tan sólo el tiempo necesario para desayunar.
  Faltaban veinte minutos para las diez, cuando Ricardo aparcó su coche delante de la fábrica.
  Entró directamente en la oficina, donde le esperaba Malva, que le hizo pasar a su despacho, fuera de las miradas y de los posibles oídos del resto del personal de la oficina.
  -¿Es cierto que tienes amistad con ese personaje? -preguntó algo despectivamente Malva, cuando ya nadie les podía oír.
  -Se ha autoproclamado amigo mío; no sé porqué, no creo haberle dado motivos para ello. Seguramente será su táctica, digamos política, dentro de la organización, para ganarse a la gente y tenerla de su parte. No me ha parecido prudente hacerle ver lo contrario, es decir, que no es para nada amigo mío.
  -¿Qué es lo que querrá de ti?
  -Él me lo dirá. Lo más probable es que me hable de colaboración con él, que me implique más en el trabajo, en beneficio de la organización y cosas así, supongo. ¿Dónde está?
  -Creo que está rondando por los talleres, viéndolo todo y hablando con gente del personal. Él sabrá -dijo Malva moviendo la mano, en un gesto de disgusto.
  -Quizá será mejor que vayamos a su encuentro,  y  veamos  lo  que  está  haciendo -dijo Ricardo.
  Ya se disponían a salir, cuando entró Juan.
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  -Hola Ricardo -saludó-, gracias por haber venido. ¿Cómo estás?
  -Bien, gracias. Tú dirás lo que haya de nuevo.
  -Tengo que decirte algunas cosas -la sonrisa que se apreciaba en su cara cuando saludó, desapareció, se le tornó más serio el rostro, y más agrio el tono de sus palabras-, pero sentémonos cómodamente. Tú novia puede estar presente -dijo, más bien parecía ordenar.
  Entraron nuevamente en el despacho de Malva y se sentaron.
  -En primer lugar -comenzó a hablar con voz tranquila y pausada Juan-, tenemos que hacer un plan de trabajo, nosotros tres, junto con Beatriz, la mujer, bueno, ya viuda de Rogelio; a propósito de ella, ¿dónde está? Supongo que ya se encontrará en condiciones de trabajar.
  -Ha estado un par de días en el hospital -dijo Malva-. Ha quedado muy afectada por lo de su marido, y le he dado un par de días de descanso.
  -Bien, pero mañana debe de estar aquí para concretar la forma en que nos repartiremos el trabajo. Tú también -dijo dirigiéndose a Malva-, porque en el momento en que te cases con Ricardo, pasarás automáticamente a formar parte de la organización, por el simple hecho de ser su mujer, y tendrás tu parte de responsabilidad en el trabajo de todos. Por otro lado -continuó Juan esta vez dirigiéndose a Ricardo-, no tengo más remedio que expresarte mi queja, ya que tu comportamiento deja mucho que desear. Recuerdas que te encargué que tenías que solucionar el problema de Mauricio, pero tú aún no has conseguido localizarlo, menos todavía por descartado liquidarlo. El hombre no puede nunca salir victorioso, nadie logra escapar a la justicia de nuestra organización; él está condenado y tiene que morir, no hay otra posible solución. Nuestra fuerza y poder quedaría en una mala situación, y eso no puede ser. Además, tú tienes aún pendiente tu bautismo de sangre; todavía eres aspirante, y tienes que jurar tu plena pertenencia a la organización.
  Ahora vamos con la muerte de Rogelio. Éste es otro asunto que no puede quedar sin solución. Su muerte tiene por fuerza que ser vengada, ya que era uno de los nuestros.
  ¿Quiénes y por qué le han matado? En la organización tenemos __________

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bastante claro quiénes han sido.
  -Lo siento -dijo endureciendo la voz- pero aquí tengo que hacerte un nuevo reproche Ricardo. Tu amistad con esa tal Samara, tiene que terminar definitivamente. Ella pertenece a una congregación que nos tiene declarada la guerra; y tú no puedes estar en ambas partes. Si estás con nosotros no puedes estar con ellos, no puedes tener relaciones con nuestros enemigos. ¿Lo comprendes? ¡Contesta!
  -Sí, claro está que lo entiendo perfectamente -dijo Ricardo, procurando permanecer sereno y frío-, pero no me puedo imaginar que ella tenga nada que ver con la muerte de Rogelio.
  -¿Qué no tenga nada que ver? ¡Nosotros creemos que ha sido ella en persona! Bien por orden de la congregación, o porque ha tomado la decisión de vengarse por cuenta propia. Hemos sabido que Rogelio se divirtió un poco con ella, y por lo visto no le sentó nada bien a la mujer, y su odio le ha hecho cometer tal crimen, a pesar de que predican el bien y el perdón dentro de la creencia en Dios, en esa congregación a la que ella pertenece.
  Esa acción no puede quedar sin respuesta; merecen un castigo y lo tendrán, seguro que lo tendrán -Juan parecía fuera de sí, pero al instante supo, o fue capaz de contenerse y se serenó.
  -Perdón -dijo Malva, y Ricardo la miró extrañado, y a la vez temiendo que dijera algo imprudente- usted ha dicho que Rogelio se estuvo divirtiendo con ella, ¿qué quiere decir exactamente? -Malva había hecho hincapié en el trato de usted, para que Juan no la tuteara, pero éste no quiso darse por enterado.
  -Pues... -Juan pareció dudar en su respuesta-, cualquiera lo entiende. Parece ser que estuvieron juntos... bueno, ya sabes... él quería, lo que un hombre siempre desea de una mujer. Seguramente ella se resistió un tanto y él en su empeño pues...
  -No se esfuerce más, digamos que él la violó. Y creen que ella se ha vengado matándolo. ¿Es eso? -demandó Malva.
  -Pues sí, eso es lo que pensamos, y no creemos equivocarnos. Sabemos por testigos que ella primero lo hubo incitado, y después se burló de él, lo rechazó y despreció; y eso naturalmente no se debe, ni se puede hacer.
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  Malva no quiso contestar a lo que Juan decía, y que parecía que fuera una justificación de la violación sufrida por Samara; pero hizo un gesto que denotaba incredulidad, de que la cosa hubiese sucedido como éste la narraba.
  -De cualquier forma, hay que darle un escarmiento a esa congregación. ¡Qué se vayan enterando quienes son los dueños del mundo, de una vez por todas! Como caiga en nuestras manos la tal Samara, no va a ser uno, sino cien los que la violen; así sabrá lo que es bueno -al decir eso, soltó una risotada, que a Malva le pareció asquerosa y repugnante.
  Juan advirtió la seriedad en los rostros de sus oyentes, y puso cara de extrañeza al tiempo que decía: -Parece como si os disgustara el que hable mal de esa mujer. Puedo comprender algo la actitud de Ricardo, ya que ha sido su amante durante algún tiempo; pero no la tuya -dijo mirando intensamente a Malva-, ya que ella es, podíamos decir tu rival.
  -Yo no considero a esa mujer como mi rival. Ricardo y yo nos vamos a casar porque nos queremos y así lo hemos decidido, y eso es lo único que para mí cuenta.
  -Es cierto que tuve cierta relación con ella, pero fueron en unos momentos, en los que coincidieron circunstancias especiales, que lógicamente no pueden volver a repetirse -dijo como justificándose Ricardo.
  -Bien, dejemos este asunto -dijo Juan queriendo darlo por zanjado- que no nos conduce a nada positivo.
  De aquí en adelante tenemos que trabajar poniéndonos de acuerdo, todos juntos, para el provecho de la organización, que es también y al mismo tiempo, nuestro propio beneficio. Haremos turnos de dos semanas para vigilar el trabajo, y que los envíos que se hacen, sobre todo al extranjero, sean estrictamente correctos. Parece ser que en las últimas remesas a habido alguna incorrección. No quiero culpar a nadie en concreto, pero esto se tiene que evitar. No estamos seguros si la falta se ha cometido aquí, o quizá haya sido en el lugar de destino, por eso hay que aclarar esa cuestión.
  -Nosotros, quiero decir Ricardo y yo -opinó Malva- no podemos tener ninguna culpabilidad de nada, pues que hasta hace muy poco __________

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tiempo, no teníamos la más mínima idea, de que en mi fábrica se hicieran ilícitos negocios con la droga.
  -Eso es posible que sea cierto. Tampoco hemos desechado por completo, aunque no nos parece probable, que la muerte de Rogelio tenga algo que ver con ese asunto -dijo Juan-. Precisamente yo estoy al frente de esto, para averiguar la verdad de lo que sucede.
  Estoy pensando -continuó hablando Juan- que quizá Beatriz nos pueda contar algo al respecto.
  Bueno, dejémoslo por hoy. Mañana nos veremos aquí a la misma hora. Tú te encargarás -dijo señalando con el dedo a Malva- de que Beatriz también esté sin más remedio presente. Ahora me debo de marchar. Hasta mañana pues, y sedme puntuales -terminó diciendo al momento de salir por la puerta.
  Ricardo y Malva se miraron con un gesto de alivio, cuando se vieron libre de la presencia de Juan.
  -¡Dios mío! -dijo ella-. Es un problema tener que convivir con tal persona. No sé si lo podré soportar mucho tiempo.
  -No tenemos más remedio que hacer de tripas corazón, hasta que veamos la forma de poder escapar de esta situación -comentó Ricardo, aunque tuvo que reconocer que la cosa no sería fácil.
  -Creo que tendríamos de poner en guardia a Samara -anunció Malva-, pues corre gran peligro, si cae en manos de esa malvada gente. ¿Crees tú de verdad, que fue ella la que mató a Rogelio?
  -A veces me inclino a creer que sí. De lo que no cabe la menor duda, es de que Rogelio la ha violado; y eso una mujer raramente lo perdona.
  -Sí, tienes razón; ella me lo contó. Yo le prometí no decirte nada, pero tú ya lo sabes, así que... Además, por sus palabras deducía que pretendía vengarse, y pienso que lo ha hecho.
  -Siempre queda la duda, por pequeña que sea ésta, de que haya sido la misma organización la que lo ha liquidado, porque ha descubierto su trapicheo con la droga, y le ha venido de perilla cargarle el mochuelo a Samara, por lo de la violación.
  -Yo creo que esa gente, no necesita esconder sus crímenes ante nosotros -dijo Malva.
  -Naturalmente que no, pero sí justifican así su venganza.
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  Como mañana nos tenemos que ver de nuevo aquí, con el dichoso Juan -dijo Ricardo-; estoy pensando que no vale la pena que me marche. Si no te parece mal, me podría quedar esta noche contigo.
  -¡Claro que sí! Yo misma pensaba proponértelo. ¿Qué pasa con ese tal Mauricio, que tú tienes por lo visto que liquidar?
  -Parece como si estuvieran por todos los medios empeñados, en que yo mate a cualquier persona; me ordenaron primero matar a tu padre, aunque yo no sabía que se trataba de él, y ahora este Juan me ha encargado que busque, encuentre y mate a Mauricio. Lo consideran un traidor, ya que por él supieron los de la congregación, el lugar donde se iba a cometer el crimen, y acudieron allí, pero llegaron tarde, y pasó lo que pasó; tú ya lo sabes.
  -No lo busques, así nunca lo encontrarás, y evitarás mancharte las manos de sangre.
  -Aunque por cualquier circunstancia me lo encontrara, sería incapaz de asesinarlo, no me veo a mí mismo ejecutando tan vil acción. Si llegara a matar, sería únicamente en el caso extremo de tener que defender mi vida, o la de un ser querido.
  Lo paradójico del caso es, que yo mismo he ayudado a ese individuo a que pueda escapar de la persecución, a la que lo tiene sometido la organización. Ahora temo que si al fin lograran atraparlo, delatara que he sido yo quien le ha amparado en su huida.
  -Creo que con esa gente, no se puede tener ninguna compasión. Samara así lo ha comprendido, y así ha actuado -dijo Malva pensativa.
  -Hay que hablar con Beatriz sin más remedio, antes de que mañana nos veamos todos con Juan; tenemos que evitar que él sepa, que nosotros teníamos conocimiento del trique maneje de Rogelio, respecto de la droga, y de que incluso nos quería hacer a nosotros cómplices del plan que tramaba, sería fatal, y tendría malas consecuencias para nosotros, incluida Beatriz.
  -Tienes razón, es un punto que se me pasaba por alto. Hay que poner en alerta a Beatriz.
  -Podemos ir a visitarla -dijo Ricardo mirando su reloj-. Ya se acerca la hora del almuerzo, y podríamos comer los tres juntos, en __________

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tanto hablamos de la postura que debemos mantener ante Juan, cuando nos visite mañana.
  -De acuerdo. La llamaré por teléfono para estar a seguras que se halla en casa -dijo Malva al tiempo que cogía el aparato y marcaba el número.
  Beatriz estaba en su casa, y al parecer se alegraba de que ellos fuesen a visitarla.
  -Mañana volveré al trabajo -dijo Beatriz a modo de saludo cuando abrió la puerta de su casa. Estaba vestida de riguroso luto, toda de negro, y se advertía cierta palidez en su rostro.
  -¡Por Dios, mujer, no pienses que venimos por eso! En primer lugar queríamos saber cómo te encuentras; pero también queríamos advertirte sobre algo, que es necesario que sepas.
  -¿De qué se trata? Pero pasad primero y acomodaros. Traeré unas cervezas -dijo y desapareció por una puerta, al otro lado del salón.
  Pocos instantes más tarde apareció portando una bandeja con vasos y botellas, que puso sobre la mesita de la sala de estar.
  Cada uno se sirvió un vaso, y durante un momento bebieron en silencio.
  -Bien, vosotros me diréis -les animó Beatriz un tanto expectante.
  -Resulta -comenzó a explicar Malva- que se ha presentado un hombre de la organización; dice llamarse Juan. No sé si tú lo conocerás.
  -No conozco a ningún Juan. Mis relaciones con esa gente han sido mínimas. Mi pertenencia a la organización estaba dada por el hecho de ser la mujer de mi marido; bastaba eso para que me consideraran uno de los suyos, quisiera yo o no. Según llegué a saber por Rogelio, ellos consideran que todo miembro pertenece en cuerpo y alma a la organización, él y todo lo que a él pertenece; así, al ser o considerar que la mujer es algo que pertenece al hombre, pues soy yo igualmente una parte que pertenece a la organización.
  -Sí, ya sé que esa es parte de su filosofía -dijo Ricardo-. Nosotros no venimos a reprocharte nada; nosotros igualmente estamos obligados, como tú, a estar dentro de la misma.
  Dice ese tal Juan que tiene que investigar el asesinato de Rogelio. ¿Recuerdas lo que tu marido nos propuso, para que nos __________

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quedáramos con una parte de la droga para nuestro beneficio? Pues ellos sospechaban algo de eso, y creen que es posible que lo hayan matado, para que no hablara ni pudiera delatar a nadie, cuando lo interrogaran. ¿Comprendes? Ese Juan, como te digo, vendrá mañana, y quiere hablar con nosotros tres. Tenemos que estar preparados para no caer en contradicciones; debemos limitarnos a decir que nosotros no sabemos absolutamente nada de todo ese lío. Vaya la conversación por donde él quiera encauzarla, tenemos que tener siempre presente, que somos por completo ignorantes de lo que se nos dice o pregunta. Tu marido nunca hablaba contigo de los asuntos concernientes a los negocios de la droga. ¿De acuerdo?
  -Naturalmente de acuerdo. ¿Quién creéis vosotros que ha sido el autor de la muerte de mi marido?
  -Nosotros también nos lo hemos preguntado, pero no tenemos ni la más remota idea -dijo Malva mirando a Ricardo, como esperando que éste corroborara sus palabras.
  -¿De quién vamos a sospechar? -comentó Ricardo-. Nosotros apenas conocemos a gente de la organización. Aunque Juan ha insinuado, que quizá pudiera ser alguno de una congregación que existe, y son enemigos de la organización, y les combaten a muerte.
  -De eso he oído yo algo. Rogelio me dio a entender en una ocasión, que tú tienes una amiga que pertenece a ese grupo, y que luego resultó ser esa Samara, la que urdió lo de tu secuestro. La conversación salió al hablar de que parecía que vosotros dos estabais enfadados; y que toda la culpa la tenía esa mujer. De todo eso se habló aquel día en el restaurante, ¿os acordáis? Fue antes de que mataran a tu padre -aclaró Beatriz, mirando a los dos alternativamente.
  -Es cierto que conocí a esa mujer que tú dices; pero yo ignoraba que perteneciera a ninguna clase de congregación, como también desconocía que vosotros dos, tú y tu marido fuerais miembros de esa criminal organización -dijo Ricardo, que no se pudo resistir a contraatacar las palabras de Beatriz.
  -Bueno; eso son ya cosas olvidadas -intervino Malva cortando una posible respuesta por parte de Beatriz-. Ahora lo que interesa es que nos pongamos de acuerdo, para no caer en contradicciones __________

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cuando hablemos con Juan, y éste pueda sospechar que nosotros sabíamos algo de la parte de la droga desaparecida, que seguro ha estado llevando a cabo durante algún tiempo, Rogelio.
  -Tengo que reconocer que eso es cierto. Yo siempre estuve en contra, pero él se empeñaba en sacar provecho de ese feo negocio. El intento de que vosotros participarais también en ese asunto, era como buscando una defensa, ya que él temía estar a punto de ser descubierto; y quería echaros la culpa, o por lo menos compartirla con vosotros. Me debéis perdonar -continuó hablando Beatriz, con las lágrimas asomándole a los ojos- yo no podía advertiros de lo que tramaba, me tenía amenazada. Me decía que a las mujeres traidoras, y si los otros lo descubrían, yo sería una de ellas, la violaban y torturaban hasta la muerte. Que debía estar callada, y aceptar todo lo que él hiciera.
  -¡Dios mío! -dijo Malva-. Nunca creí que Rogelio fuese de esa manera.
  -Él no fue siempre así -dijo Beatriz-. Esa organización lo volvió loco, y lo pervirtió. Creo que a tu padre le pasó algo parecido; y los dos han perdido la vida.
  -Por eso debemos andar con mucha precaución -hablo Ricardo-, para que no seamos nosotros los próximos muertos.
  -También dijo algo de que teníamos que repartirnos el trabajo entre los cuatro -recordó Malva-. Me imagino que será el estar vigilante del envío de los estupefacientes, y hacernos responsables de que todo se desarrolle perfectamente, y de que no desaparezca ninguna cantidad de éste.
  -Bien, él nos dirá mañana qué tenemos que hacer exactamente. Ahora deberíamos ir pensando en comer, y olvidarnos un rato de todo este desagradable asunto.
  -¿Queréis que os prepare algo? -se ofreció solícita Beatriz.
  -No, mujer -dijo Malva-. Nos vamos los tres al restaurante.
  -Yo, no sé si debo... -comenzó a decir Beatriz.
  -Sí, vamos -la animó Malva- tienes que salir y estar entre la gente. La vida continúa.

  Entraron en el local. El dueño y el personal se acercaron a ellos, y __________

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le dieron el pésame a Beatriz.
  Una vez acomodados, sentados ya a la mesa, y cuando cada uno hubo elegido el menú, dijo Beatriz en voz baja y refiriéndose a un hombre, sentado a la mesa contigua a la que ellos ocupaban:
  -¿Habéis visto aquí alguna vez a ese individuo?
  -¿Quién? -preguntó Malva.
  -El que está en la mesa al lado nuestro.
  Ricardo y Malva miraron a un hombre moreno y bien vestido, que parecía estudiar la carta, para hacer su pedido.
  Ambos hicieron un gesto negativo con la cabeza.
  -¿Por qué lo preguntas? -quiso saber Malva.
  -No sé, tengo la sensación de que nos observa.
  -No me extrañaría -dijo Ricardo- que estemos siendo espiados por gente de la organización.
  -A esa conclusión he llegado yo hace ya algún tiempo, por lo que me contaba  Rogelio;  todos  espían a todos,  y nadie se fía de nadie -sentenció Beatriz.
  -Tiene que ser terrible -dijo Malva- vivir en esas condiciones, de constante y mutua desconfianza.
  -Cuando la denuncia está premiada con la consecución de más poder dentro de la organización, y por lo tanto mayor beneficio económico, está claro que la gente está dispuesta a delatar a su mismo hermano si es necesario,  para alcanzar esa más alta posición -razonó Ricardo-, y pienso que así está ideado por los que mandan y dirigen todo el entramado delictivo, de esa criminal banda.
  -Claro, de esa forma se aseguran un control, que ejercen ellos sobre ellos mismos -opinó Malva.
  -Por eso nosotros debemos estar unidos, y no caer en esa trampa de mirarnos unos a otros con sospechas o recelos -sentenció Ricardo.
  -A ese individuo nunca le he visto por aquí. Más o menos de vista todos nos conocemos, los que solemos acudir a comer al restaurante. Esto es un pueblo pequeño. Me resulta extraña su presencia aquí -comentaba Beatriz, que parecía alarmada, como si temiera algo que no podía definir.
  -Quizá todo tenga una sencilla explicación. Ese hombre está aquí __________

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porque ha venido por cualquier asunto que tuviera que solucionar; le ha pillado la hora del almuerzo, y se ha quedado a comer, eso es todo -razonó Malva.
  -Aquí mataron a mi marido -insistió Beatriz-, y no sé qué tramarán hacer conmigo.
  -Cálmate mujer, no te va a pasar nada.
  Se veía que Beatriz tenía miedo. La muerte de su marido le había afectado mucho, por el hecho de cómo se había producido; y creía que tal vez pudieran hacer con ella lo mismo.
  -Yo estaría más tranquila si supiera el motivo por el que lo han asesinado. Sé que él no era precisamente un santo; pero dudo que se mereciera morir de tal manera.
  Ricardo pensaba, lo predispuesta que está toda persona, para no juzgar del todo mal a un allegado. Todos pensamos que nadie de nuestra familia, sea en verdad un ser depravado o delincuente, siempre se le disculpa, alegando circunstancias especiales que le llevaron al mal camino, y de lo cual él no es el verdadero responsable, sino la sociedad en la que se ha desarrollado y vivido.
  Ya habían terminado de comer. El camarero se acercó y demandó si deseaban alguna otra cosa. Ricardo preguntó:
  -¿Tomamos un café?
  -Ese individuo que te preocupaba, se ha marchado -anunció Malva.
  Beatriz y Ricardo miraron, y comprobaron que efectivamente el desconocido de la mesa contigua se había ido.
  -Yo tomaré un helado -dijo Malva.
  -Para mí un café expreso -pidió Beatriz, que parecía ahora algo más tranquila.
  -Café con leche -dijo Ricardo- y un coñac.
  -¿A qué hora nos tenemos que ver con ese hombre? -quiso saber de nuevo Beatriz.
  -A las diez de la mañana -dijo Malva.
  -Raro  será  que  no  sepa,  que  hemos  estado aquí  los tres juntos -comentó Beatriz.
  -¿Por qué lo dices? -preguntó interesado Ricardo.
  -Ese individuo que estaba ahí -dijo Beatriz señalando el sitio-, se __________

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lo hará saber.
  -Parece que estás convencida de que nos espiaba -dijo Ricardo.
  -No creo equivocarme -fue la lacónica respuesta.
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