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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXII


Habían pasado unos días desde que Ricardo hubo estado en la fábrica, e hizo aquel acuerdo con Rogelio. Ahora desconfiaba un tanto de que en verdad cumplieran su palabra, si la cosa saliera a flote. ¿No sería lo más normal, considerando la clase de personas que eran, que no sólo no los libraran, sino que por el contrario incluso lo hicieran a ellos, a Malva y a él, los únicos responsables de la trama urdida, para beneficiarse económicamente con el negocio de la droga, alegando que ellos, Rogelio y Beatriz, no tenían conocimiento de tal asunto? La duda de lo que pudiera pasar le corroía el alma, y lo tenía desinquieto. Todavía no le había dicho nada a Malva, por no preocuparla, en tanto estaba ingresada; pero hoy era el día en que recibía el alta, y tenía que ir a recogerla al hospital y llevarla a su casa. Se encontraría con Beatriz, lógicamente, y no quería que se enterara por ella del trato que habían pactado, en el tema de la droga. Tendría que contárselo él mismo, y tendría que hacerle comprender, que a su juicio, era la mejor postura que podían tomar.

  Malva esperaba ya arreglada en su habitación, cuando Ricardo entró a buscarla.
  -¿Qué,  cómo te encuentras de ánimo,  para enfrentarte de nuevo al mundo exterior? -preguntó él, queriéndole dar a sus palabras un tono de jovialidad.
  -Dispuesta estoy a entrar en la lucha, para defender mi vida y mi honor -respondió teatralmente Malva, con una sonrisa, al tiempo de echarse en los brazos de él.
  Fuera ya del hospital propuso Ricardo:
  -Vamos a tomar algo fresco. Tengo que contarte algo nuevo.
  -¿De qué se trata? -quiso saber Malva.
  -Es un asunto muy delicado; puede llegar a ser bastante peligroso.
  -No querrás asustarme, ahora que estoy convaleciente.
  -Precisamente por eso no te había dicho nada antes; pero creo que ya lo tienes que saber.
  -¡Venga, habla, no me tengas en ascuas!
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  -Sentémonos primero -dijo Ricardo y penetraron en un bar restaurante cercano al hospital.
  Una vez que estuvieron acomodados, sentados a la mesa, y con una refrescante cerveza ante sí él, y ella una coca cola, comenzó Ricardo a exponer todo lo que habían acordado entre Rogelio, Beatriz y él, con respecto al asunto de la droga que en la fábrica se manipulaba.
  -De verdad que la cosa es complicada y a la vez tonta. Pudiera ser que ellos se lleven todos los beneficios, y al final, si la organización lo descubriera, nosotros paguemos el pato.
  -También yo lo he pensado. Pero lo contrario, es decir, participar en los beneficios de la droga robada, en perjuicio de la organización, es aún más peligroso, máxime cuando la propuesta de Rogelio, pudiera haber sido una trampa, una celada para ver si yo estaba dispuesto a hacer tal cosa. ¿Comprendes?
  -Sí que comprendo. E incluso pudiera ser que esa era su intención, y si así fuera, también estamos cogidos, pues que siempre nos puede acusar ante su superior que estábamos dispuestos a silenciar lo que sabíamos: Que Rogelio se quedaba con parte de la droga, para venderla por su cuenta, y que él tan sólo había querido saber nuestra reacción  ante  tal  propuesta. Todo es endiabladamente complicado -terminó diciendo Malva, y en su faz se advertía una honda tristeza.
  -Hagamos lo que hagamos, siempre tenemos las de perder. Ese maldito Rogelio nos tiene bien atrapado.
  -Sólo -dijo Malva un tanto pensativa-, cuando Rogelio comience efectivamente a apartar parte de la droga, y no la mande a su destinatario, y la venda aquí, quedándose con los beneficios de la venta, en detrimento de la organización; es en ese caso cuando nosotros también tendremos una baza a nuestro favor, pues también lo podríamos denunciar a él, diciendo que le hemos descubierto en un determinado momento haciendo tal maniobra.
  -Sí, siempre que estemos bien seguro de que tal cosa hace. Lo malo es poder descubrirlo, tener la plena seguridad, de que le birla a la organización parte de la droga, para su propio beneficio.
  -Habrá que estar muy pendiente de él. De cualquier forma, __________

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esperemos  que el asunto  no se desvíe  por caminos  más  peligrosos -dijo Malva.
  -Me pregunto -decía Ricardo- ¿cómo puede enviar una menor cantidad de droga, sin que el destinatario lo advierta?
  -Quizá esté en compinche con aquel que la recibe, y se repartan beneficios, sin que la dirección de la organización lo sepa.
  -Todo puede ser -aprobó Ricardo-. ¡Es tan intrincado ese mundo de maleantes! -y mirando su reloj propuso-: ¿Nos vamos? Se va haciendo tarde.
  -¿Tienes algo importante que hacer?
  -No, nada que no pueda dejar para otro día. ¿Por qué lo dices?
  -Podíamos almorzar en el centro, y pasar esta noche en tu casa. No deseo enfrentarme tan pronto con Beatriz y Rogelio, no sé bien qué postura tomar ante ellos, ahora que todas las cartas están boca arriba, y ya no puede haber engaño.
  -Sí, comprendo que será una situación embarazosa, sobre todo con Beatriz, que es tan amiga tuya.
  -Bueno, dejémoslo. ¿Qué sabes de Samara?
  -No la he vuelto a ver, desde el día en que juntos fuimos a visitarte. ¿Recuerdas?
  -Sí. Quizá esté dolida, si te ha perdido como amante.
  -No creo, aquello ya pasó; fue motivado por unas extrañas circunstancias, en las que yo me sentía perdido, no pienso que eso pueda volver a repetirse.
  -Sólo te pido que seas sincero conmigo, que no me traiciones, si alguna vez sientes que me tienes que dejar, dímelo, y seguiremos siendo tan amigos.
  -Eso no pasará nunca, te lo juro. Yo te quiero, te he querido siempre.
  -Nos tenemos que casar, pero es porque nos lo impone esa organización, para que le sirvamos de tapadera. No sé que hubiese pasado, si eso no hubiese sucedido; quizá te hubieses alejado definitivamente de mí.
  -Tengo que confesar que es verdad, que he estado un tiempo obsesionado con Samara; era como una rabiosa pasión, a la que me había entregado algo inconscientemente, como buscando algo para __________

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evadirme de la extraña, y a la vez peligrosa situación en la que me hallaba. Ahora, aunque la situación no ha mejorado, y sigue siendo igualmente comprometida y turbulenta, me encuentro algo más tranquilo y sosegado. En lo más profundo de mí, yo siento que te amo, y nunca podrá ser de otra manera.
  -Tú siempre has sabido encontrar las palabras justas para convencer a una mujer de que la amas. Seguramente le has hablado así también a Samara.
  -Hablas como si yo fuera algo así como un "don Juan". En realidad, ese ha sido mi sólo y único desliz desde que nos conocemos. En cierto modo justificado por lo que ya te he dicho.
  -La verdad es que yo me siento también un tanto culpable, de todo lo que nos ha pasado. No me tenía que haber tomado tan a la ligera lo que te ocurrió, cuando me confesaste tus preocupaciones y aquella falta de memoria. Tenía que haber estado más unida a ti. Debo admitir que no creí bien lo que me contaste, y sospechaba que tenía algo que ver con mujeres. En esto creo que estaba algo influenciada por Beatriz, que sospecha de Rogelio, y piensa que todos los hombres son iguales.
  -Espero que de esto los dos aprendamos algo, y tengamos en el futuro más confianza el uno con el otro.

  Almorzaron en la ciudad, como así lo quiso Malva, y se retiraron pronto a casa. Ella estaba cansada, pues era su primer día fuera del hospital.
  Se levantaron más bien tarde. Después de desayunar en el bar que solía hacerlo Ricardo, emprendieron camino hacia el pueblo de Malva.
  -¿Te quedarás hoy conmigo en el pueblo? -preguntó ella.
  -Pues sí, estaremos todo el día juntos, si tú así lo deseas -le contestó él con una de sus mejores sonrisas. Se notaba que intentaba ser complaciente, quizá hacerse querer más, siendo agradable, conquistando de nuevo el cariño de ella, que creía había sido un tanto dañado, durante el tiempo en que él estuvo con Samara.
  Cuando llegaron, cerca ya de las doce del medio día, se fueron __________

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directamente a la casa, sin querer pasar antes por la fábrica.
  -En ninguna parte se encuentra una tan bien como en su propia casa -comentó Malva dejándose caer en el cómodo sofá del salón.
  Ricardo se fue a la cocina y abrió el frigorífico.
  -¿Quieres beber algo fresco? -gritó desde allí.
  -Tráeme una fanta de limón, si es que hay.
  Ricardo apareció con dos vasos, la fanta y una cerveza que puso sobre la mesita del salón. Llenó el vaso de ella al tiempo que preguntaba:
  -¿Sabe Beatriz que has salido del hospital?
  -Sí, se lo dije la última vez que me llamó por teléfono. Me llamaba casi todos los días. Se ofreció incluso a ir a recogerme; pero yo le dije que lo harías tú.
  -Ella dice que es muy buena amiga tuya, pero la verdad es que te ha estado engañando todo el tiempo; pertenece igualmente que su marido a la organización.
  -Nunca se termina de conocer bien a las personas, por muy unidas que creas que están a ti. Ignoraba incluso que mi propio padre tuviera negocios ilícitos en un asunto tan grave como es la droga, y sin embargo así era. Jamás podía sospechar que mi novio, con el que estaba a punto de casarme, tuviera una amante... En fin, la vida está llena de sorpresas, que no puedes evitar.
  -¿Cuánto tiempo seguirás reprochándome lo de Samara?
  -No es ningún reproche, créeme; yo te quiero, sino, no estaría dispuesta a casarme contigo. Me he echado incluso parte de la culpa de lo que ha pasado. Aún más, Samara me ha sido simpática, y hasta la considero ahora una amiga; pero es una certeza que nadie conoce a nadie plenamente, quizá porque ni tan siquiera uno se conoce así mismo.
  -Sí, eso es cierto. Somos víctimas de las circunstancias -aprobó Ricardo-; pero dejemos de entristecernos y tratemos de ser algo positivos, para no perder la esperanza de que al final, tengamos suerte y logremos de algún modo, poder salir libre de todo este embrollo criminal.
  -También podemos tener mala suerte, y dar con nuestros huesos en la cárcel -dijo Malva con acento pesimista.
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  Ricardo parecía que iba a contestar, cuando sonó el timbre del teléfono.
  -¿No lo coges? -preguntó Ricardo después que el teléfono sonó tres veces, sin que Malva hiciera gesto de levantarse.
  -Me imagino quién es, y no sé qué decirle. Cógelo tú, seguro que es Beatriz; sabe que ayer salí del hospital.
  -Sí -dijo Ricardo tras levantar el auricular-. Ahora mismo hemos llegado. Se lo preguntaré. Es Beatriz -dijo dirigiéndose a Malva-, dice que si puede venir a verte.
  Malva se encogió de hombros, hizo un gesto de resignación y asintió con la cabeza. -Vale. Sí, sí, claro, aquí estamos. Está bien, hasta ahora. -Ricardo colgó el teléfono al tiempo que decía-, en unos minutos están aquí.
  -¿Están?
  -Sí, su querido marido también viene.
  -¡Vaya por Dios, los dos al mismo tiempo!
  -De todas las maneras no puedes evitar tener que vivir con su presencia; trabajan en tu fábrica. Procura sobrellevarlo lo mejor que puedas.
  -Sí, no me queda más remedio.
  Unos minutos más tarde sonó el timbre de la puerta.
  -Adelante -dijo Ricardo abriendo la puerta.
  -¿Dónde está la convaleciente? -preguntaba Beatriz entrando en el salón con los brazos extendidos.
  Malva se levantó de su asiento, y fue eufóricamente abrazada por su amiga. Ricardo no sabía si exageraba, o ciertamente se alegraba de verla allí.
  -Me alegro muchísimo de que estés de nuevo aquí. ¿Te encuentras bien? ¿No tienes ningunas molestias?
  -Sí, algo... pero ya se pasará.
  -Me alegro igualmente de que todo haya ido bien, y de que estés recuperada -dijo Rogelio estrechando la mano de Malva.
  -¿Queréis tomar algo? -dijo Ricardo-. Pero sentaros por favor -les ofreció al ver que ambos continuaban de pie.
  -La verdad es que ya se acerca la hora de comer -dijo Rogelio-. ¿Por qué no vamos todos juntos al restaurante? Allí podemos seguir __________

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charlando. ¿Qué os parece? Yo os invito.
  Ricardo y Malva se miraron sin saber bien qué contestar a la propuesta de Rogelio.
  -¿Por qué no? -dijo Ricardo- Hay que almorzar y ya va siendo hora- comentó mirando su reloj.
  -Bueno, vale, si todos estáis de acuerdo iremos, aunque no estoy muy animada, esa es la verdad -dijo Malva levantándose, estirándose la falda, y retocándose el pelo.
  -Tienes que comenzar a hacer una vida normal -opinó Beatriz-. Sé que después de tantos días de hospital, cueste trabajo, pero has de esforzarte. ¡Levanta el ánimo mujer!
  Entraron en el restaurante. Malva fue saludada con especial atención por todo el personal del local, interesándose por su salud, ya que naturalmente estaban enterados del accidente de tráfico sufrido por ella.
  Después de haber hecho cada uno su pedido, hubo un momento en el que nadie hablaba, y el instante se tornó en embarazoso y tenso. Se miraban y nadie rompía el silencio.
  Al fin, con una leve sonrisa dijo Malva dirigiéndose a Beatriz:
  -¿Está todo en orden por la fábrica? ¿Hay alguna cosa que tenga que saber, alguna novedad?
  -¿Novedad?... pues... No sé qué decirte. ¿No te ha dicho nada Ricardo de lo que ha acordado con Rogelio?
  -¡Ah! Ya, claro. Te refieres a ese ilícito negocio de la droga. La verdad es que tenía que estar disgustada contigo. Nunca me dijiste nada del asunto; yo era la única que lo ignoraba. Estaba en el limbo. No me enteraba de lo que pasaba en mi propia empresa.
  -Perdona, pero tu padre me lo prohibió -dijo Beatriz-, él no quería que tú supieras nada del negocio, si quieres sucio, de la droga. Yo tenía que obedecerle. ¿Lo comprendes?
  -Esa es la verdad -dijo Rogelio- tu padre quería preservarte, mantenerte fuera de todo ese asunto. Tal vez por eso quería que te casaras con Ricardo lo más pronto posible, y que te fueras a vivir con él fuera de la fábrica.
  -Buena manera de tenerme apartada, Ricardo está también dentro de esa organización.
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  -Es verdad -respondió Rogelio-, pero ni tu padre ni yo sabíamos nada de lo que los dirigentes de la organización tenían proyectado hacer. La trama ideada para liquidar a tu padre, la sabía sólo el viejo Sebastián. Ese fue el motivo por el que implicaron a Ricardo, obligándole a que perteneciera a la organización. Por lo que he sabido después, tu padre exigía una gran cantidad de dinero para que en la fábrica se siguiera con el negocio de los narcóticos, y esa fue su perdición. Nosotros todos tenemos que ir a una, andar con cautela, para que no nos ocurra lo que a tu padre, pero sacar el máximo provecho para nuestro beneficio. Ya que nos vemos avocados a estar en una situación ilícita, fuera de la ley, que valga la pena, que sea por algo que nos recompense. ¿No lo veis así?
  -Eso creo que es muy peligroso -dijo Malva.
  Todos guardaron silencio cuando trajeron la comida. Todos comían después, y permanecían absorto en sus propios pensamientos.
  -Nada hay exento de peligro -habló Rogelio en respuesta a lo dicho por Malva-; pero el riesgo lo corremos ya, por el simple hecho de nuestra pertenencia a la organización, y la venta de los estupefacientes a través de la empresa.
  -¿Quieres decir que a ti también te obligaron a entrar en la organización? -interrogaba Ricardo con un deje de duda en sus palabras.
  -Entré voluntario, es cierto, pero de cualquier manera engañado, pues pensaba que todo se movía dentro de la legalidad, como hay tantas otras organizaciones y sectas con nuevas ideas, pero que no tienen por ello que ser criminales. Una vez dentro es casi imposible salir de ella, vosotros lo sabéis.
  -Si como tú mismo dices, uno se ve forzado a continuar siendo iembro de la organización, ¿de qué te vale hacerte de dinero? ¿No crees que ellos se darían cuenta de tu tren de vida,  y  sospecharían? -preguntó Ricardo.
  -Yo no soy ningún tonto. No haría por supuesto ninguna ostentación de estar nadando en dinero, me limitaría a lo justo, a seguir viviendo como hasta ahora, pero después, cuando sea más mayor, quiero retirarme con alguna cantidad considerable, digamos __________

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con algo de fortuna, que me permita disfrutar los últimos años de mi vida,  de  un  merecido  bienestar.  Es a lo menos  que  debo  aspirar -explicó Rogelio.
  -¿Crees acaso que la organización te va a permitir, que puedas llevar a cabo tal proyecto? -dijo Beatriz mirando incrédula a su marido.
  -Ya te he dicho muchas veces, que ese problema lo dejes de mi cuenta -contestó algo airado Rogelio.
  -Si tienes algún modo secreto de poder escapar de la red de la organización -dijo Ricardo-, nos lo tendrás que decir; pues de qué nos valdría a nosotros colaborar contigo, y después seguir en las mismas circunstancias en las que ahora estamos.
  -Ricardo tiene razón -corroboró Malva lo dicho por su novio-, o todos nos libramos, o todos nos quedamos.
  -No puedo decir nada al respecto, pues sería implicar a otras personas, y no me lo consentirían. La cosa tampoco está exenta de riesgo, yo puedo asumir el mío y el de mi mujer, pero el de nadie más.  ¡Todo se vendría abajo!  Cada  uno  debe  mirar  dónde  queda -terminó diciendo un tanto enojado.
  De repente, sin saber nadie cómo había aparecido. Estaba ante ellos la figura de una persona, toda vestida de negro, enmascarada, que mantenía empuñada una pistola.
  Todos la miraron asombrados sin saber qué decir.
  Tan súbitamente como había sido su aparición, fue el disparo que efectuó, y que impactó en la cabeza, entre ceja y ceja de Rogelio, que cayó fulminado sobre la mesa, rompiendo con su cabeza plato de comida y vaso de vino, derramado y mezclado con la sangre que manaba a borbotones de la herida abierta en su frente.
  Beatriz y Malva gritaron presa del horror, al ver la sangre sobre la mesa, y el cuerpo sin vida de Rogelio. Ricardo quedó mudo, de su garganta no salió ningún sonido. Miró de nuevo hacia la persona que había disparado, y ya no la vio. Como si hubiese sido una cosa de ensueño, había desaparecido, ya no estaba.
  Alertado, acudió todo el personal del restaurante y preguntaban, sin comprender bien lo sucedido, qué había ocurrido.
  Ricardo logró sobreponerse y dijo a uno de ellos: -Llama rápido a __________

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la ambulancia, y a la policía.
  Beatriz terminó desmayándose sobre la mesa, al lado de su marido. Malva se levantó a duras penas, y daba arcadas, vomitando la comida, apoyada en una mesa cercana.
  Lo sucedido había pasado con tal rapidez, que Ricardo no daba crédito a lo que sus ojos veían. ¡Rogelio yacía muerto! Momentos antes habían estado discutiendo... ¡Era increíble! Se acercó a Malva, la cogió por los hombros y la sentó en otra mesa, más apartada de lo acontecido. Con una servilleta le limpió la boca. Estaba lívida. Ella recostó la cabeza sobre la pared y respiró profundamente.
  Con la ayuda de un camarero, retiraron a Beatriz, y la llevaron junto a Malva, la cual, a pesar de no encontrarse muy bien, se hizo cargo de ella.
  Llegaron al fin la policía y la ambulancia.
  Verificaron la muerte por arma de fuego de Rogelio.
  Los de la ambulancia atendieron a Beatriz, que aún permanecía inconsciente, y a Malva, que ya se había repuesto un tanto.
  Los de la policía no dejaron salir a nadie del restaurante. Fueron interrogando a todos los allí presentes, uno por uno, en una mesa algo retirada.
  Todos coincidieron en lo mismo, contaron la misma versión de los hechos: Una persona enmascarada, vestida toda de negro, esbelta y ágil por sus movimientos, y que debía ser joven, había aparecido de repente, y tras efectuar el certero disparo, había desaparecido con la misma presteza que fue su aparición. Nadie supo decir con certeza, si era mujer u hombre. Su vestimenta era un traje deportivo, que le caía holgado, por lo que no se podía apreciar el contorno de su cuerpo. Llevaba una capucha que le cubría toda la cabeza, por lo que no se podía decir nada del color de su pelo, y ni si era corto o tal vez largo.
  Un par de horas más tarde, el forense certificó la extinción de Rogelio, y ordenó el levantamiento del cadáver.
  Beatriz estuvo en observación un par de días en el hospital.
  Malva y Ricardo se fueron poco a poco también recuperando; y todos se preguntaban por qué habían matado a Rogelio.
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  Ricardo tenía cierta sospecha guardada en su interior, pero a la que ni siquiera él mismo quería dar crédito.
  La policía partía de la teoría de que era un ajuste de cuentas, por cuestión de dinero, o bien por algún asunto amoroso. Lo cierto es que andaban a oscuras, y no tenían la más mínima pista.
  No había trascurrido aún una semana del entierro de Rogelio, cuando se presentó en las oficinas de la empresa de Malva un individuo llamado Juan, que decía venir en nombre de la organización para ocupar el puesto de Rogelio dentro de la fábrica.
  Preguntado si entendía algo de aquel negocio, dijo que sabía lo suficiente para desempeñar el trabajo que tenía que hacer.
  -Haga el favor de llamar a su novio -le dijo a Malva-, dígale que se presente mañana sin falta aquí, digamos sobre las diez; tengo que hablar con él.
  La cosa tenía gracia, pensaba Malva, un desconocido venía a darle ordenes a ella en su propio negocio, en su misma casa; era inaudito, y sentía una rabia interior que estuvo a punto de hacerla saltar, y gritarle a aquel odiado individuo, se fuera con mil pares de diablos fuera de su empresa, pero fue capaz de contenerse en el último instante, y dijo con toda la frialdad que le fue posible adoptar:
  -Me pondré en contacto con él. Lo que no puedo asegurarle es si él podrá venir cuando usted desea.
  -Podrá, no le quepa la menor duda. Puede decirle que se lo ordena su superior, que además es amigo suyo, Juan.
  -No logro localizarlo -dijo Malva después de varios intentos de llamada al teléfono de la casa, de la librería y al móvil de Ricardo.
  -Insista hasta dar con él -dijo con algo de brusquedad el tal Juan-. Dígamelo cuando lo haya conseguido -y dando media vuelta salió de la oficina hacia el taller.
  Unos diez minutos más tarde, volvió a probar de nuevo Malva comunicar con Ricardo.
  -Sí, dígame -se oyó la voz de Ignacio que Malva conocía.
  -Haz el favor de ponerme con tu jefe, Ignacio. Tengo que hablar con él, es urgente.
  -Ah, es usted señorita Malva. Me alegro de oírla. El jefe está en este momento hablando con unos clientes. ¿Sería tan amable de __________

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llamar algo más tarde?
  -Será mejor que le digas, que él me llame en cuanto pueda; repítele que es de gran importancia.
  -Así lo haré, no se preocupe.
  Viendo Ignacio que el tiempo se pasaba, sin que la entrevista de Ricardo con los otros señores acabara, escribió una nota, y disculpándose, entró en el despacho y se la entregó a Ricardo que extrañado la leyó: "Perdone; pero la señorita Malva ha llamado por teléfono, dice que usted la llame lo antes posible, el asunto es muy urgente."
  Unos minutos más tarde se marcharon aquellas personas, y Ricardo se puso de inmediato en contacto con Malva.
  -Hola cariño -dijo Ricardo al oír la voz de su novia-. ¿Qué es lo que con tanta urgencia me tienes que decir?
  -Esta mañana temprano se ha presentado aquí un individuo; dice venir por encargo de la organización, a ocupar en la fábrica el puesto de Rogelio. Él quiere, no, exige que estés aquí mañana a las diez. Necesita hablar contigo. Me ha hecho saber que es tu superior, pero que también es tu amigo, y que se llama Juan.
  -¡Vaya por Dios! Sí, lo conozco, tuve contacto con él en aquel lugar donde me mandaron, para aprender la filosofía que tiene esa banda criminal. Lo que no entiendo es cómo lo mandan a él; según me dijo, es el jefe en la ciudad de la organización.
  -El tipo me resulta altamente antipático; sólo el pensar que tenga que trabajar con él, me procura nauseas.
  -Procura mostrarte fría y distante, pero por favor no provoques su rabia, le tengo por astuto y perverso; es por supuesto peligroso, y odia a casi todo el mundo. Hasta mañana, un beso.
  -Igualmente un beso para ti. Hasta mañana.
  ¿Qué rumbo tomarían ahora las cosas, con Juan al frente del negocio de la droga en la fábrica? La incorporación de Juan por la muerte de Rogelio, no era precisamente un alivio.
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