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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XXI


Ricardo se despertó sobresaltado. Miró el reloj de la mesita de noche. Eran las tres y media de la madrugada. Tardó mucho tiempo en dormirse; había estado desinquieto; y el poco rato que había dormido, tuvo una terrible pesadilla. Le pasaba últimamente con relativa frecuencia.
  En el sueño sintió que el horror le invadía el alma. Nada era real a su alrededor, nada existía de todo cuanto le era familiar, de todo aquello que componía y era parte de su subsistir diario, de su vida cotidiana. Había desaparecido de su entorno casas y monumentos, árboles y montes, mar, cielo y suelo, e incluso el soplar del viento. Ningún sonido se oía que delatara un mundo vivo; todo se había esfumado, como si todo hubiese muerto. Tan sólo persistía la conciencia de ser algo que luchaba en aquella nada, intentando levantarse, sobreponerse con indómito deseo de seguir vivo; creando un mundo donde guarecerse o preservarse de un sentimiento negativo, destructivo, que le torturaba y del que intentaba librarse por todos los medios, con todas sus fuerzas...
  Un algo extraño le invadía, parecía que se introducía, que penetraba en su intimidad, que se quería adueñar de su yo, y se sentía desvanecerse, se veía caer en un oscuro hondo, en una inmensa nada, absorbido por una fuerza desconocida, insólita...
  Se aseó todavía impresionado por aquella extraña pesadilla.
  Dejó su coche como de costumbre en el garaje cerca de la librería y se fue a desayunar al bar de siempre.
  Ojeaba distraído la prensa, cuando notó que alguien se sentaba a su mesa.
  -¡Beatriz! -se asombró Ricardo, y preguntó-: ¿Qué haces tú aquí?
  -Quería hablar contigo; y sé que sueles visitar este bar.
  -¿Y vienes aquí? ¿Qué es lo que tiene tanta importancia?
  -No es ninguna cosa en particular. Deseaba conversar contigo sobre la nueva situación en la que ahora todos nos encontramos. Ya estás enterado de todo, puesto que tú también eres miembro, perteneces a esa organización en la que está metido Rogelio.
  -Pero tu formas igualmente parte de ella.
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  -No me ha cabido más remedio, al estar dentro mi marido.
  -¿Piensas que yo esté voluntariamente dentro de ella?
  -No lo sé. Me inclino a creer que no. Te habrán coaccionado como a tantos otros.
  ¿Me intentas decir que tu marido está contra su voluntad en la organización? Yo tengo la impresión de que se halla muy a gusto en ella. Ya es incluso un jefe de la misma.
  -La verdad es que el pasado de mi marido no es muy limpio que digamos. Yo lo he sabido después de casada. Aunque no te lo creas, él ha sido obligado a formar parte de ellos. Lo que sí tengo que reconocer, es que él ha tenido pocos remordimientos al unirse a esa gente.
  -¿Vienes tal vez a interceder por él, que nos hagamos buenos amigos?
  -No, para nada; pero sí que debéis ambos intentar despersonalizar el problema, aceptándolo como es en las circunstancias actuales, que se me antoja irreversible, aunque siempre pueden pasar cosas imprevisibles.
  En realidad a mí me preocupa bastante Malva, ella sí que nada sabía de todo esto, ni siquiera que su padre mantenía negocios con la organización.
  -Yo tiendo a creer que Cristian tampoco entró por propia voluntad en esa banda de criminales.
  -No, pero una vez dentro, tan sólo le interesaba ganar cuanto más dinero mejor; exigía siempre obtener más beneficios, y eso fue su perdición.
  -Quizá sea verdad eso, no lo sé; pero a mí me dieron el encargo de matarlo, naturalmente que yo ignoraba que se trataba de él.
  -Sí, sé lo que ocurrió. Yo te rogaría que no predispusieras a Malva en contra mía. Yo soy en realidad una víctima como vosotros de esa gente. Malva es mi única amiga,  yo  la  aprecio,  le  tengo  mucho  cariño,  y no quisiera caer en vuestro odio -terminó diciendo Beatriz algo emocionada.
  -Te aseguro que tú no me inspiras ningún odio. No voy a predisponer a Malva ni a nadie en contra tuya. Lo que deberíamos hacer, es intentar salir lo mejor parado que podamos de esta __________

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situación; pero la verdad es qué no sé cómo.
  -Yo tampoco; y lo peor en mi caso es que Rogelio está empeñado en permanecer con ellos, y hacer carrera dentro de la organización. Dice que con la honradez no se va a ninguna parte; uno se muere de asco, trabajando por un sueldo miserable, que apenas te llega para sobrevivir. En tanto que los grandes señores y los políticos se las apañan para llenarse los bolsillos a costa de los imbéciles que para ellos trabajan y pagan impuestos. ¡Todos son corruptos, ninguno es honrado! No hay nadie que teniendo la oportunidad de enriquecerse no lo haga. La organización es fuerte, y en caso de que por cualquier circunstancia te cogieran en algún delito, ellos te defienden con abogados y te sacan de prisión, pues que tienen comprado a políticos y policía. No sé, a veces pienso que no le falta algo de razón.
  -¡No, por Dios, no tiene en absoluto ninguna razón tu marido! El hecho innegable de que existe la corrupción dentro de muchas entidades, no significa que todo el mundo lo sea. Existen ladrones y asesinos, pero yo no lo soy, ni tú, ni mucha gente. Es una cuestión de carácter creo yo. Y además, somos más los honestos que los desaprensivos. Tampoco es verdad que toda la policía y la justicia estén, o puedan ser comprada, aunque siempre puede que haya alguna oveja negra.
  -Lo que dices es sin lugar a duda cierto; pero también lo es que se pagan sueldos miserables, que apenas les llega a mucha gente para subsistir.
  -Todos sabemos que el mundo no es precisamente un paraíso; por eso el Bien tiene que luchar para imponerse sobre el Mal. Esa organización predica el crimen para enriquecerse, esa es la verdad. Su filosofía es demencial, pero logra convencer a cuatro desgraciados, y los convierte en asesinos.
  -¿Cómo se encuentra Malva? -Preguntó Beatriz, apartándose del tema del que hablaban, y del que por lo visto no deseaba seguir hablando-. Espero que ya esté bastante recuperada. Yo pensaba acercarme al hospital para saber cómo sigue.
  -Ayer estaba mejor. Ha salido bien de la operación. Seguramente hoy salga de la UCI. Ahora pensaba ir al hospital. Si quieres verla __________

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puedes venir conmigo.
  -Si después me traes a recoger mi coche, te acompaño.
  -¿Dónde lo has aparcado?
  -Prácticamente al lado de tu librería.
  -¡Vaya, eso es tener suerte! No es fácil encontrar sitio por aquí.

  En el mismo hospital había un puesto donde Ricardo compró un gran ramo de rosas rojas.
  -Es la flor favorita de Malva aclaró Ricardo.
  Cuando ellos entraron en la habitación, ya se encontraba allí Samara. Se saludaron. Ricardo presentó Beatriz a Samara, y acercándose al lecho, besó a Malva al tiempo de preguntarle:
  -¿Qué, cómo se encuentra hoy la paciente?
  -Mejor -dijo Malva con una leve sonrisa.
  -¿Te gustan? -dijo mostrándole las flores.
  -Gracias, son muy bonitas.
  Ricardo la volvió a besar y le acarició el pelo.
  -Tienes que tener paciencia; pronto te pondrás buena.
  Beatriz se acercó también hasta el lecho de Malva, interesándose igualmente por su estado y preguntando cómo ocurrió el accidente.
  -Bueno, no la hagas ahora relatar lo ocurrido; quizá sea demasiado para ella -dijo Ricardo.
  Beatriz sacó de su bolso una caja de bombones diciendo:
  -Son tus preferidos; supongo que los podrás tomar.
  -Gracias, quizá después. Ponlos ahí encima -dijo señalando la mesita de noche.
  -Después de una media hora de visita, y de charla un tanto forzada entre todos ellos, entró el médico rogando a los presentes dejaran descansar a la paciente:
  -Necesita mucho reposo los primeros días tras la operación -dijo el médico, simpático, pero concluyente.
  -Ahora que Malva no puede estar en la empresa -decía Beatriz a Ricardo cuando salían-, deberías hacer tú acto de presencia; pues tienes que ir familiarizándote con el negocio, que será vuestro cuando os caséis.
  Las palabras de Beatriz pusieron a Ricardo en alerta. Seguramente __________

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ella pretendía con cierta diplomacia, llevarlo a él al terreno que a su marido y a la organización le convenía: que fuera tomando contacto con los negocios delictivos de la droga, que allí por lo visto se manipulaba. No sabía de momento qué responder, y optó por decir:
  -Sí, ya iré algún otro día. Ahora estoy muy atareado con mi negocio de los libros. Últimamente lo he tenido un poco descuidado, y tengo que poner muchas cosas en orden, y terminar algunas operaciones con antiguos clientes, que de ninguna manera puedo permitirme el lujo de eludirlas.
  -Bueno, tampoco es que corra una gran prisa. Cuando tengas un rato de lugar. ¿De acuerdo?
  -Sí mujer; por supuesto que apareceré por allí.
  -Muy bien, si tuvieras la amabilidad de llevarme hasta donde tengo mi coche te lo agradecería. Llevo bastante tiempo fuera de mi trabajo, y las cosas no se hacen solas -le tendió la mano a Samara diciendo-: Me alegro de haberla conocido.
  -Igualmente -contestó Samara lacónicamente.
  Ricardo se despidió de Samara con un simple: "Ya nos veremos" ante la presencia de Beatriz.

  Después de dejar a Beatriz donde ésta tenía su coche, entró en la librería. Tenía que coger el maletín para llevárselo a Mauricio. Todavía era algo pronto. Había quedado con él en verlo sobre la hora del almuerzo. Creía recordar que era cerca de las dos cuando lo encontró en aquel restaurante apartado del centro. Miró su reloj, eran ya las doce pasada. Se iría con tiempo. Daría una vuelta por los alrededores del local, por si advertía algo sospechoso, antes de entrar a comer.
  Aparcó el coche algo retirado del lugar donde estaba el restaurante. Dejó el maletín de Mauricio en el maletero, y empezó a dar una vuelta por los alrededores de aquel sitio. Poco a poco fue acercándose al local, se quedó a una prudencial distancia, observando si alguien vigilaba, o merodeaba cerca de la entrada al restaurante, algún personaje que él hubiese visto alguna vez en la organización, o pudiera tener sospecha de que perteneciera a ésta.
  Consultó su reloj; eran ya las una y veinte. Pensaba volver al __________

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coche a recoger el maletín y entrar para comer en el restaurante, cuando advirtió cómo dos individuos se apostaban relativamente cerca del local, en el lado opuesto a donde él se encontraba. Se habían parado allí, y se les veía conversar, gesticulando con las manos.
  No estaba seguro si se trataba de gente de la organización, o era una casualidad el que se hubiesen detenido allí hablando. Esperó unos instantes por ver si reanudaban el camino; pero aquellos individuos seguían sin moverse del sitio.
  No sabía bien qué hacer. Tampoco quería que le vieran a él, por si acaso estaban allí, porque hubiesen llegado de cualquier manera a saber, que Mauricio frecuentaba dicho local.
  Ricardo decidió retirarse un tanto del sitio donde estaba; retrocedió y se ocultó en el portal de una casa. Se mantuvo allí a la expectativa. Aquellos dos hombres seguían con su aparente charla, sin moverse un ápice del lugar.
  No sabía qué hacer, para qué decidirse. ¿Serían hombres de la organización, o sería una pura coincidencia su permanencia allí?
  Ante la duda optó por lo más prudente, y se alejó en dirección a su coche. Sentía de verdad no poder cumplir con su promesa, con la palabra dada a Mauricio. No tenía ninguna posibilidad de comunicarle, el posible peligro al que se enfrentaba si acudía a la cita con él. Si aquellos individuos eran lo que él se temía, y lo cogían, éste, Mauricio, pensaría que él le había traicionado, y eso le molestaba. Quizá no le diera tiempo a pensar nada, pues lo matarían nada más aparecer.
  Una vez que hubo abandonado el portal de aquella casa, y sin prisa, con medida cautela, continuó andando, dándole la espalda a aquellas personas, sin querer volver la cara atrás. Después de haber andado unos metros, no se pudo contener más, y miró con algo de disimulo en la dirección de donde se hallaban los dos individuos, efectivamente, ellos seguían allí, con sus mismos gesticulantes movimientos. Ya casi no le quedaba más duda de que eran de la organización, y esperaban la aparición de Mauricio.
  Rogaba a Dios que no hubiesen reparado en su presencia allí, si no tenía él también un nuevo problema.
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  No quería dar crédito a sus ojos, pero de repente, cuando ya estaba cerca de su coche, vio a Mauricio que venía en dirección hacia él.
  -Iba a tu encuentro -dijo Mauricio al llegar a su altura, y añadió-. ¿Pasa algo?
  -Date media vuelta. Creo que hay dos energúmenos esperando tu llegada.
  -¿Cómo es posible? Yo siempre he tenido mucho cuidado en que nunca nadie me siguiera.
  -Pudiera ser que esté equivocado, pero ante la duda más vale ser cauto -dijo Ricardo, y le refirió lo acontecido con los dos individuos que estaban parados cerca de la entrada del local.
  -¿Has traído el maletín que te dije? -quiso saber Mauricio.
  -Sí, lo tengo en el maletero del coche.
  -Pudiera ser que te hayan visto entrar en mi casa, y te hayan estado siguiendo hasta llegar aquí, sin que tú lo hayas advertido.
  -Yo estuve ayer en tu casa. Estoy seguro de que nadie me ha seguido. Lo que sí te voy a decir, es que he recibido orden de liquidarte en cuanto te vea; no sólo yo, sino cualquier otro de la organización.
  -Eso no es nuevo para mí, es lo que se hace siempre; pero que también te lo hayan encomendado a ti, es algo más raro; tú fracasaste con Cristian. Le tienes que ser de mucha importancia, cuando todavía te respetan la vida.
  -Alejémonos de aquí lo más rápido posible -dijo Ricardo abriendo el coche, e invitando a pasar a Mauricio.
  -Dame el maletín ahora. Nos retiramos con el coche un par de kilómetros de aquí, y luego me dejas en cualquier parte -propuso Mauricio.
  -Vale, deprisa. Me estoy arriesgando por ti, más de lo que te mereces -dijo Ricardo un tanto temeroso mirando en su alrededor.
  Sacó el maletín y se lo entregó a Mauricio diciendo:
  -Toma tu dichoso maletín.
  Éste no contestó, pero se instaló en la parte trasera del coche, oculto entre los asientos, para evitar que desde fuera nadie le viera.
  -Ahora ya puedes ponerte en marcha.
  -¿Vas cómodo? -preguntó con algo de sorna Ricardo.
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  -No te preocupes por mí. Procura dejarme en un sitio donde no haya mucha gente. Gracias de verdad por toda tu ayuda; sé que no me la merecía.
  -Que te parece si te dejo cerca del aeropuerto.
  -¡Caramba, es una magnífica idea! Pero no demasiado cerca. Tenía pensado coger un taxi, y sigo pensando que es lo mejor. Así te comprometo menos.
  -Yo estoy ya contigo empeñado hasta el cuello.
  Tras dar varias vueltas, cogió Ricardo el camino del aeropuerto.
  Entró en una pequeña urbanización, la última de la ciudad, y aparcó en una explanada allí existente, estaban relativamente cerca del aeropuerto.
  -Yo creo que este es un buen sitio -dijo Ricardo-, para que inicies tu aventura de intentar escabullirte de la organización; te deseo que lo consigas.
  -Gracias -dijo Mauricio alzándose de su escondite, donde había permanecido todo el tiempo agazapado en la parte trasera del vehículo. Le tendió la mano a Ricardo, que vio asombrado a un extraño personaje que nada tenía que ver con el Mauricio que él conocía, y que había subido al coche.
  -¡Dios Cristo! ¿Quién es usted? -dijo Ricardo un tanto asombrado por el brusco cambio causado en la fisonomía del hombre. Mauricio era ahora una persona de más edad, de cabellos y barbas casi blancas, así como el bigote; las cejas eran más pobladas, y hasta los labios aparecían algo más rojos y carnosos, así como también las mejillas. Se encasquetó una gorra de visera y demandó:
  -¿Qué, cómo estoy? ¿Crees que alguien me reconocería?
  -Yo por lo menos no. Estás perfecto.
  -Bueno, adiós. Nunca olvidaré tu ayuda. Otra vez, gracias por todo.
  -Adiós, que tengas suerte.
  Mauricio desapareció, y Ricardo se preguntaba si lograría salir con vida, de la persecución y acoso que la organización ejercía sobre él.
  Puso de nuevo dirección al centro de la ciudad. Dejó el coche en su aparcamiento, y fue a comer al restaurante que solía frecuentar.
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  Pasado que fueron unos cuantos días, decidió Ricardo, tras consultarlo con Malva, la cual estaba ya cerca de recibir el alta del hospital, dar una vuelta por la fábrica para ver qué impresión le causaba el hecho de estar ahora al frente de la empresa, dos personas que pertenecían a la organización, como era el matrimonio compuesto por Rogelio y Beatriz.
  Eran ya cerca de las once de la mañana, cuando se puso en camino hacia el pueblo de Malva. Hubiese querido salir más temprano, pero se quedó más tiempo del que pensaba arreglando asuntos necesarios de llevar a cabo en la librería.
  Se preguntaba cómo debía ser su comportamiento con Rogelio. Tendría que intentar contenerse, aunque se le pusiera gallito. Por supuesto que estaría enterado del rapapolvo que había recibido por parte de Juan, el jefe en la ciudad de la organización. Se encontraría a sus anchas al ver que había surtido efecto su denuncia ante su superior, y se sentiría alguien importante.
  Se había echado la pistola de nuevo al bolsillo. En los últimos días había dejado de llevarla encima, pero hoy, pensaba, podría pasar cualquier cosa con Rogelio, y estaba dispuesto a defender su vida si ello fuera necesario.
  El tráfico era denso. Paró para repostar y tomar algo fresco. Calculó que cuando llegara sería ya hora de comer; así que sería lo mejor dirigirse derecho al restaurante, y después visitar la fábrica.
  Eran ya cerca de las dos de la tarde cuando aparcó delante del restaurante. Creyó reconocer el coche de Beatriz allí aparcado.
  Entró, y efectivamente el matrimonio perteneciente a la banda criminal se encontraba presente, sentado a la mesa en la que solían sentarse, a veces con Malva y su suegro, que en paz descanse.
  -Buenas tardes -dijo acercándose a la mesa de ellos.
  -Buenas tardes -le contestaron Beatriz y un Rogelio sonriente, y en contra de lo que Ricardo esperaba, incluso amable y simpático en sus gestos-. Toma asiento y almuerza con nosotros, si aún no lo has hecho -le propuso.
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-Pues sí, he entrado precisamente para comer, e ir después a visitaros, como ya quedé contigo -dijo Ricardo dirigiéndose a Beatriz, que también tenía en su rostro la mejor de las sonrisas.
  -Debemos de intentar poner todo de nuestra parte, al objeto de que, como quiera que sea, estamos condenados a trabajar juntos por la misma causa, a llevarnos lo mejor posible, apartando a un lado nuestras posibles diferencias. ¿No te parece? -dijo Rogelio.
  -Sé que no me queda otra alternativa, que colaborar con vosotros en aquello que sea necesario. Me imagino que sabrás que mi pertenencia a la organización no es voluntaria, como la vuestra; me hallo avocado a estar en ella, y no me puedes pedir que mi trabajo aquí, lo haga lleno de euforia y optimismo.
  -Cuando lleves algún tiempo con nosotros y te acostumbres, veras lo interesante que es. En la vida no hay que tener tantos escrúpulos, si no lo haces tú, lo hará otro, y tú dejarías de percibir los beneficios, que no son moco de pavo. La vida es tan sólo una eterna lucha; el que no espabila y se queda atrás, el que pierde el tren de la oportunidad, seguirá siendo pobre y se morirá de asco, comido por la miseria, y sólo tendrá las migajas que le arrojen los poderosos; pues ellos sí que no les importa que la clase baja del pueblo, los trabajadores, los que tienen que ganarse el pan con el sudor de su frente, pasen o no calamidades. Aquí cada uno tiene que ver cómo se las apaña para seguir adelante.
  -¿Es que pensáis haceros ricos con esos ilícitos negocios? Si acaso se seguirá haciendo cada vez más rica la organización, pero nunca vosotros; no me lo puedo imaginar.
  -Tú hazme caso a mí, y en pocos años verás aumentada tu fortuna. En confianza, ¿te piensas que yo sea tan imbécil como para dejar que la organización se lo lleve todo? No amigo, no. El fruto de mi trabajo lo tengo que disfrutar yo.
  -Creo que te mueves en un terreno bastante peligroso. Si los de arriba se enteran que te apropias de alguna parte del dinero, que ellos consideran que les pertenece, puede costarte la vida; pero tú ya lo debes de saber -dijo Ricardo que no se quería creer bien lo que estaba oyendo. Pensaba que pudiera ser una trampa que le estaban tendiendo, para ver cómo él reaccionaba ante una oferta de aquella índole: aliarse con Rogelio, o con el que sea, para engañar a la organización; y así descubrir si él estaba dispuesto a tal cosa.
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  -Yo también considero que es una cuestión arriesgada y arto peligrosa; intentar embarcarse en un asunto de esa clase; ya que la organización no se anda con chiquitas -dijo Beatriz, que hasta entonces había permanecido en silencio.
  -Ya lo tienes ahí, tú misma mujer lo entiendes. ¡Es una locura!
  -En realidad no tendría ningún escrúpulo en quedarme con parte del dinero, pero tendría que ser una cosa al cien por cien segura,  de  que  no  fuéramos  descubiertos -aclaró Beatriz-. Esa gente bien que están aprovechándose de nosotros, y nos obligan a delinquir, nosotros si tuviésemos la oportunidad, también deberíamos poder sacar tajada del negocio, pero como digo, sólo en caso de tener plena seguridad de salir ilesos.
  -Llevo hace tiempo madurando un plan, que puede salir bien, para ello tenemos que implicar a un par de trabajadores, los que están en el turno de noche, y esconden la droga en los muebles que se exportan al extranjero -explicó Rogelio.
  -Yo no tengo idea de cómo se hace eso; y creo que tampoco quiero saberlo -dijo Ricardo-. La propietaria de la empresa es Malva, y me parece a mí que ella tampoco querrá saber nada del asunto. Yo desde luego no soy el más indicado para desarrollar esos sucios negocios. ¿Me entendéis? Lo único que puedo hacer, es no hacer nada, es decir, hacer la vista gorda.
  -Me parece que te olvidas que perteneces a la organización, y estás comprometido a trabajar para ella. El que te cases con Malva forma parte de la estrategia de que todo se quede dentro de la organización. Tú y tu mujer cuando lo sea, nosotros y todo el personal de la fábrica, no se puede llamar a engaño, pues que todos estamos bajo el dominio del mismo poder: La organización. Por eso mi propuesta ahora es no conformarnos con lo poco que nos dan, sino por el contrario sacar una mejor tajada del gran pastel; para ello tenemos que trabajar en secreto nosotros, junto con un par de trabajadores de mi plena y total confianza.
  -Sí, pero si me implico en tu plan y nos descubren, pagaré las graves consecuencias que ello conlleva, en tanto que si no participo de un modo activo, siempre podría decir que yo ignoraba lo que estabais haciendo. Hagamos un pacto: tú haces lo que tienes __________

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pensado hacer; el beneficio que obtengas te lo puedes embolsar tú y tus compinches, yo no quiero nada, a mí me dejáis afuera. Yo lo sé, pero haré como si lo ignorara, y si alguna vez saliera a luz, tenéis que jurar que Malva y yo nada sabíamos ni sospechábamos lo que teníais entre manos. ¿De acuerdo?
  Rogelio y Beatriz se miraron durante un momento, como consultándose qué responder a la propuesta de Ricardo.
  -Tú nos prometes tener la boca callada, no hacer el más mínimo comentario nunca, en ninguna parte ni ante nadie, y lo juras por tu honor, ¿vale? -propuso Rogelio extendiendo la mano.
  Una centésima de segundo dudó Ricardo en estrechar aquella mano que se le ofrecía, no por el trato en sí, él mismo lo había propuesto, sino por no tener contacto físico con Rogelio, al que interiormente despreciaba. Al fin pensó que debía de hacerlo y estrechó aquella mano un leve instante diciendo:
  -Vale, lo prometo y lo juro; pero vosotros tenéis también que jurar que no nos comprometeréis, a Malva y a mí, en caso de ser descubierto por la organización.
  -Juramos no implicaros en el asunto, si por cualquier circunstancia llegara a saberse.
  Después que hubieron terminado de comer, marcharon juntos a la fábrica. Una vez allí, Rogelio se empeñó en mostrarle la fabricación de los diferentes elementos de los muebles, y de qué forma se las apañaban para esconder la droga en ellos; los que iban con destino al extranjero. Ricardo se resistió, no deseaba saber nada de todo aquel entramado, pero tuvo al final que ceder ante la apabullante insistencia del otro.
  La droga, contenida en pequeñas y delgadas bolsas de plásticos, eran sujetas con cinta adhesiva, a una finísima lámina de madera. Otra lámina de la misma clase, cubría la primera, tapando la cocaína, o bien la heroína. Ante, los huecos que quedaban entre las bolsas, se rellenaban de aserrín, hasta dejar una superficie uniforme. Unas tiras del mismo material, cerraban los cantos en todo su entorno, quedando en apariencia como una tabla más, que era componente de un mueble determinado.
  Ricardo había notado allí, un extraño olor que no sabía definir, y __________

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preguntó a Rogelio:
  -¿Qué es este olor tan raro?
  -Es un pulverizador, que rocía un líquido alrededor de las bolsas que contiene la droga. En la etiqueta pone que es contra las moscas, pero sé que se trata de otra cosa. Aunque desconozco su composición. Por lo visto evita que posibles perros puedan olfatear la droga.
  -Pero este olor le tiene que extrañar a la misma policía, si estuvieran buscando algo.
  -Bueno, una vez que todo está bien, herméticamente cerrado, el olor para un ser humano es apenas perceptible. El can sí lo percibe, y hace que no advierta la droga, y se logra de ésta manera que se despiste -aclaró Rogelio.
  -¡Ah, vaya, ingenioso! -comentó Ricardo.
  -De esta forma hay pocas posibilidades de que nos descubran, a no ser que alguien se vaya de la lengua; pero eso le costaría la vida a aquel se atreviera a hacerlo.
  -Bueno -dijo Ricardo consultando su reloj-, ya es hora de que emprenda el camino de regreso.
  -Bien. Así pues quedamos en lo pactado -quiso de nuevo asegurarse Rogelio.
  -Lo pactado, pactado está -dijo Ricardo y añadió-: Volveré por aquí con Malva, cuando ella salga del hospital. Adiós.
  -Adiós, salúdala de mi parte.
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