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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XX


Ahora a solas, caminando por la calle, dudaba de lo que se había comprometido a hacer. Si la organización se enteraba, ¿qué represalia tomaría contra él? Bien que de momento parecía que le era conveniente a ésta mantenerlo casado con Malva, y como copropietario de la fábrica, y así servir de tapadera para seguir con los negocios ilícitos de la droga; pero ¿qué pasaría si por cualquier circunstancia las cosas cambiaban? Él bien sabía que la organización era vengativa por su misma razón de ser, y siempre pendería sobre su cabeza la espada de Damocles. Pensándolo detenidamente, ellos se la podían tener guardada, ya que fue él quien mató a Sebastián, aunque fuera en defensa propia, y había desobedecido la orden de liquidar a Cristian, que si hubiese llegado a hacerlo, le tendrían aún más cogido, que esa era en principio la intención de ellos.
  Ahora no podía volverse atrás; tenía que ayudar, aunque no se lo mereciera, a Mauricio.
  Él mismo tenía más adelante, junto con Malva, intentar escapar de las garras de la organización, aunque de momento se le antojaba más que difícil, una ardua tarea, poco menos que imposible de poder llevar a cabo.
  Fue a su casa y se mudó de ropa. Cambió el traje por un pantalón vaquero y una cazadora; desechó la corbata, y se encasquetó una gorra que hacía mucho tiempo no había vuelto a usar.
  Aparcó en la cercanía de la calle donde vivía Mauricio, y se encaminó hacia el domicilio de éste. Evitó mirar a las personas con las que se cruzaba; y con la cabeza más bien gacha, se fue derecho a la casa que le había dicho Mauricio. Entró con rapidez y sin dudarlo un instante. No quiso esperar al ascensor, y subió con ligereza las escaleras hasta el tercer piso.
  No era precisamente un derroche de lujo el mobiliario del piso de Mauricio; de lo más indispensable y preciso. Se componía tan sólo de salón, cocina y dormitorio. Dio de inmediato con la maleta, en cuyo interior se hallaba el negro maletín que debía de llevarle. Intentó abrirlo para comprobar su interior, pero estaba cerrado con __________

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llave. Era igual, se vino a decir; qué le importaba a él. Salió cautelosamente, y momentos después partía con su coche en dirección a la librería.
  Entró, y tras saludar a Ignacio se dirigió con prontitud a la trastienda, y en la estantería, entre los libros, escondió el negro maletín de Mauricio. Cogió un libro al azar y salió nuevamente despidiéndose de su empleado. Éste estaba ya acostumbrado a las idas y venidas de su jefe, y no le dio más importancia. Aunque le extrañó su vestimenta.
  No se le apartaba del pensamiento Malva. El médico le había dicho que su vida no corría peligro; pero cierta preocupación subyacía en su interior, y decidió acudir nuevamente al hospital para preguntar cómo se encontraba.
  Cuando aparcó el coche y se disponía a entrar en el hospital, fue abordado por dos individuos de mala catadura, altos y robustos. Ricardo no era bajo, pero su estatura de un metro setenta y ocho era bien superada por ellos, que le conminaron a que ni hablara ni se resistiera, y que les acompañara, pues que al parecer uno de los jefes de la organización tenía que hablar con él.
  Ricardo no intentó hacer oposición alguna a la demanda de ambos energúmenos, y pacíficamente se metió en el coche, con el que ellos seguramente habían venido siguiéndole. Después de pasados unos minutos de silencio, se atrevió Ricardo a preguntarles:
  -¿Me podríais decir a dónde me lleváis, y de qué se trata? El que estaba sentado a su derecha, le miró con cara de pocos amigos; y poniéndose el dedo índice en los labios, le quiso indicar que permaneciera callado.
  Ricardo no insistió, ya que no tenía sentido alguno; y se hundió en sus cavilaciones: ¿Qué podrían querer ahora de él? No creía, pero temía que le fueran a dar el encargo de eliminar a cualquier persona, para tenerlo más sujeto a la organización, e hiciera su posible oposición a ellos, prácticamente imposible. Le preocupaba sobremanera tener a Rogelio como enemigo, más aún siendo, como parecía ser, su nuevo jefe dentro de la banda criminal. Tenía que saber ser prudente, sin dejarse avasallar por él. Comprendía que le __________

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era altamente irritante el recibir órdenes, de quien pensaba que era intelectualmente inferior a él, y que siempre le había sido verdaderamente antipático, y que tan sólo lo había soportado por ser el marido de Beatriz, amiga de Malva, y secretaria del negocio de su suegro. Tampoco entendía muy bien, qué le llevó a Beatriz, una mujer de cierta cultura, a unirse a un hombre como Rogelio. Aunque debía de pensar que ella pertenecería junta con su marido, a la terrible organización.
  Al fin terminó el trayecto. Bajaron del coche, y uno de ellos acompañó a Ricardo. Entraron en una casa, en un barrio de la ciudad, bastante en las afueras, en un sector donde habitaban mayoritariamente gente de clase humilde y obrera, aunque también gente maleante, creía saber Ricardo. Por lo visto la organización disponía de diversos inmuebles repartido por la ciudad, que les podía servir en todo momento de escapatoria y escondite, en caso de necesidad, para permanecer oculto, probablemente de la policía; también quizá para llevar a cabo negocios delictivos, como venta de drogas. ¿Quién sabe?
  Cogieron el ascensor, que les dejó en el tercer piso. El acompañante de Ricardo pulsó el timbre, dejándolo sonar durante un tiempo relativamente largo, después tres toques cortos y rápidos. Estaba visto que era una contraseña, para que los de dentro supieran quién llegaba. Tras breves instantes se abrió la puerta. Un individuo joven, que Ricardo quiso reconocer estaba ante él.
  -¿Qué tal Ricardo? -saludó con una abierta sonrisa el joven al tiempo que le tendía la mano, que Ricardo tuvo que estrechar, cuando ya recordaba quién era la persona que le recibía.
  -¡Vaya hombre, Juan! ¿Cómo estás? De momento no te había reconocido. Andas tan bien vestido -dijo, haciendo alusión al impecable traje y corbata que llevaba el tal Juan.
  -Pasa y tomemos un trago.  Tenemos  que  hablar  muy  seriamente -dijo el joven, ahora con gravedad manifiesta.
  -¿Qué pasa? ¿De qué hay que hablar? -preguntó Ricardo con un temor que le hacía estar alerta, pues creía conocer la astucia y maldad del tal individuo.
  -Te lo aclararé de inmediato.
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  Ricardo y Juan se sentaron en un cómodo sofá. El hombre que le había llevado allí quedó de pie ante ellos, como vigilando la escena.
  Sobre la pequeña mesa ante el sofá, había una botella de coñac y dos copas que Juan llenó pausadamente.
  -Bebe -dijo- y óyeme:
  En primer lugar -comenzó a hablar Juan- quiero decirte que estás muy mal vestido. ¿Anda así un librero? -dijo con un gesto de desaprobación-. Lo importante sin embargo es que quiero que sepas que soy el jefe ejecutivo en esta ciudad, y naturalmente estoy muy interesado en que todo marche sobre ruedas; intento decirte que no toleraré problemas de ninguna de las maneras, y menos aún en lo concerniente a la disciplina. He recibido quejas en contra tuya, por desobediencia y falta de respeto a un superior, precisamente tu jefe de grupo; ya sabes a quien me refiero. Tu colaboración dentro de la organización deja mucho que desear, todavía no has hecho nada que merezca el aplauso y la consideración aprobatoria de ningunos de tus superiores. Tengo desgraciadamente que advertirte, que si sigues en esta línea te harás acreedor a un castigo, en primera instancia quizá leve, pero que se puede tornar en grave si no recapacitas y entras en razones de acatamiento y obediencia. ¿Me comprendes?
  -Sí, por supuesto que te entiendo. Seguramente...
  -Espera -le retuvo Juan llenando de nuevo las copas-, bebe primero y piensa detenidamente lo que me vas a decir; de ello dependerá mi comportamiento hacia ti en el futuro. Y de una cosa te advierto, si me predispones con tu actuación en contra tuya, te aseguro que no te irá tan bien como te fue con Sebastián, al que sabemos que al final no sólo le desobedeciste, sino que lo mataste, y nuestro perdón, dependerá en sumo grado de cómo sea tu comportamiento de aquí en adelante. Ahora habla.
  -Lo de Sebastián, me debes creer, fue un accidente motivado por mi falta de experiencia en esas lides. -No quiso decir que disparó en defensa propia, Ricardo pensaba febril y atropelladamente. A este joven que conoció en el campamento, sí le creía capaz de llevar a efecto sus amenazas, pues ya desde el primer momento que __________

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le conoció, supo que era un tipo en verdad peligroso, en particular por su odio acumulado desde su niñez contra la sociedad, a la que consideraba responsable de su situación de pobreza durante tantos años, y que lo llevó a formar parte de aquella organización, en la que al parecer ahora se hallaba a sus anchas, más aún siendo en ella, un jefecillo de relativa importancia. Tenía que andar con toda la precaución del mundo, pues que el individuo era astuto.
  -No deseo entrar en detalles, de cómo se produjo la muerte de Sebastián. A propósito, y ahora que hablamos de él. ¿Sabes por casualidad algo de Mauricio? Era inseparable vuestro, amigo íntimo de Sebastián y formaba parte de vuestro grupo.
  -No le he vuelto a ver desde el día en que pasó lo del restaurante, ya sabes... cuando murió...
  -Ese es otro con el que tenemos que ajustar cuentas. Te voy a dar un encargo. Me parece que te puedes reivindicar con nosotros si cumples con éxito esta misión. Veras, Mauricio es un traidor; ha sido condenado a muerte por el supremo. Está huido, y es obligación de todo miembro de la organización que lo localice, hacer firme la sentencia ejecutándolo. Tú te vas a dedicar especialmente a buscarlo y liquidarlo. Procura que nadie se te adelante, y te quite el mérito de ser tú quien reciba los elogios y el reconocimiento, además de una buena prima claro está. Aunque a ti no te haga mucha falta el dinero, tú eres rico ¿no es verdad? -dijo sarcásticamente Juan.
  -Bueno, digamos que no me va mal; pero tampoco se puede decir que sea rico. Yo tengo un negocio y trabajo, siempre me he ganado la vida con mi esfuerzo.
  -Sí, sí. Grande esfuerzo el que haces. Ahora estás con nosotros, perteneces a la organización y tienes que cumplir con tu deber, ¿Lo entiendes?
  -Lo entiendo perfectamente -dijo Ricardo, no queriendo entrar en dialéctica, ni en razonamientos que a nada positivo le conduciría.
  -Bien, así me gusta. ¿Para cuándo es la boda? -inopinadamente preguntó Juan.
  -Supongo que estarás enterado, de que mi novia ha sufrido un grave accidente de tráfico, y se encuentra en el hospital en estado __________

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de coma. La verdad es que no sé, cuándo estará en condiciones de que podamos celebrar la boda. Iba al hospital para informarme de su estado de salud, cuando estos -dijo señalando al que todavía permanecía allí de pie- me han traído aquí.
  -Esperemos, para el bien de todos, que ella recupere la salud, que contraigáis matrimonio, y todo siga su curso normal en nuestras vidas. Para que eso sea así, tienes que olvidarte de una vez por todas de esa chica que trabajó para nosotros en el "Cisne Negro", esa Samara que tienes como amante, y el contacto con toda esa gente, con esos llamados "Soldados de Dios" que son nuestros enemigos naturales, y con los que no te conviene tener relaciones ninguna, pues tratarán de embaucarte. Como ves, nosotros lo sabemos todo de ti, no nos puedes engañar. Estamos teniendo demasiada paciencia contigo, somos demasiados indulgentes, pero recuerda que todo tiene un límite; o haces de aquí en adelante bien las cosas que se te ordenen, o tendremos que, pese a que nos desagrade, prescindir de ti, lo cual no quiere decir otra cosa, que deberás de ser eliminado. No te puedes llamar a engaño, pues tú ya conoces nuestra doctrina, y el contrato que con nosotros tienes firmado. Además, todavía no has pagado el manuscrito que la organización te entregó. ¿Qué me respondes?
  -Trataré de hacer las cosas lo mejor que pueda. Debes comprender que todo esto es nuevo para mí, que me cuesta adaptarme, quizá más que a otros; pues mi vida había hasta no hace mucho, transcurrido en un plano muy diferente, siempre enfrascado en mis negocios con los libros. Tal vez un poco fuera de la realidad del mundo que todos vosotros conocéis, y en el que os movéis.
  En cuanto al manuscrito, creí que el asunto estaba saldado.
  -No, tan sólo se mantiene parado, a la espera de ver tus méritos y buen trabajo para la organización.
  Ricardo ardía por dentro, y se contenía haciendo grandes esfuerzos para no estallar, y dar paso a su cólera cantándole cuatro verdades a aquellos imbéciles criminales, pero supo contenerse, posiblemente Juan buscaba precisamente eso, hacer que se rebelara, sacándole de sus casillas, y tener así motivo para continuar con sus vejaciones o, ¿quién sabe si llegar a algo más?
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  -No te puedo más que insistir en que me esforzaré todo lo que pueda -dijo Ricardo y añadió-. Si hay que pagar el manuscrito, pues se pagará, y nada más. No mentí antes, ni miento ahora, cuando aseguro que el manuscrito me fue robado de la librería.
  -Bueno -dijo Juan con condescendiente gesto-, dejémoslo estar; pero sabes que quedas advertido. Ahora ya puedes marcharte.
  Ricardo salió sólo de la casa y bajó con rapidez las escaleras. No quiso esperar al ascensor. Se encontró de repente en aquel barrio apartado. Tenía dolor de estómago y sentía una gran impotencia, al verse incapaz de hacer algo contra aquella gente. Se reprochaba una cierta cobardía en su comportamiento con Juan; pero por otro lado se preguntaba: ¿qué podía hacer él en tales circunstancias? Si hubiese optado por un razonamiento abiertamente desafiante contra Juan y lo que éste representaba, ¿qué hubiera pasado? ¿Quién sabe cómo hubieran reaccionado? Quizá haya sido mejor así.
  Le chocaba que Juan con lo joven que era, pues no creía que llegara aún a tener los treinta, ocupara un puesto relativamente alto, había dicho que era el jefe ejecutivo en la ciudad, lo que sería lo mismo que ser el responsable de todas las acciones, por supuesto delictivas, que se llevaran a cabo en la ciudad. Naturalmente que habría alguien por encima de él, que le dictara las acciones o las pautas a seguir. No obstante era un avance demasiado rápido como para pensar que se había producido en un espacio tan corto de tiempo; como era el trascurrido desde que lo conoció en el campamento como un aspirante más. Eso le afianzaba más en su primitiva idea, de que estaba allí haciendo de espía, particularmente para sonsacarle a él, y analizar sus ideas y pensamientos con respecto a la filosofía de la organización. Hizo bien en aquel entonces de no hablar mal, ni de cualquier manera en contra de todo lo que ellos representaban, exponiéndole argumentos que rebatieran sus demenciales ideas, basadas en el abuso, el robo y el crimen, para conseguir poder en el mundo, y presumir al hacerlo de ser vigorosos y fuertes, teniendo potestad y dominio, y como dios de su perversidad a Lucifer.
  Un gran problema había venido ahora a unirse a todos los que ya tenía encima: El encargo de ser él el que matara a Mauricio. __________

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¿Sabrían que se había visto con éste? Seguramente no; lo habrían cosido a balazos dentro de aquel restaurante, sin más contemplaciones.
  Tras un rato de deambular sumido en hondos pensamientos sobre la maldad humana, tuvo suerte de encontrar un taxi que le llevara a su casa. Quería cambiarse de ropa antes de ir al hospital, para informarse de cómo seguía el estado de salud de Malva.
  Una vez duchado y vestido más decentemente, tuvo que llamar de nuevo a un taxi, pues su coche estaba aparcado en el hospital. La casualidad hizo que se encontrara con Samara en el momento en que entraba en el hospital.
  -¡Vaya, parece que nos hubiésemos puesto de acuerdo! -dijo Ricardo a modo de saludo.
  -Sí, eso parece -contestó ella con una leve sonrisa.
  Después que manifestaron su deseo de hablar con el médico que atendía a Malva, les dijeron que debían esperar a que éste tuviera un instante de lugar para atenderle. Ambos tomaron asiento, a la espera de que el médico les llamara.
  -¿Cómo te van las cosas? -preguntó Ricardo más que nada para entrar en conversación.
  -Podrían ir mejor, siempre pueden ir mejor; pero no quiero quejarme; además de que no sirve para nada, puedes preocupar a la persona que te pregunta, si es que ésta te aprecia.
  -¿Dudas acaso de que yo te quiera?
  -No -dijo Samara con una leve y algo triste sonrisa-, no me refería a nadie en concreto, y menos aún a ti. Hablaba en general, y he dicho que la persona que me aprecia o quiere, sí se preocuparía si me oyera quejarme.
  -Estás muy cambiada, te veo muy triste.
  -No es nada, tan sólo estoy algo cansada. ¿Y a ti, cómo te va con la organización?
  Ricardo le insinuó algo de lo acaecido con Juan, en la casa de aquel barrio apartado.
  -Como verás, mis problemas no son pocos. Me mandan matar a un hombre, que precisamente me ha pedido ayuda, para procurar salvar la vida, amenazada por sus mismos compañeros.
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  -Son la más degradante escoria humana; esa maldita gentuza.
  La tristeza que Ricardo había advertido en Samara, habíase convertido de repente en una furiosa rabia, que le hacía brillar los ojos con una ira inmensa.
  -Dime -preguntó Ricardo sospechando que algo oculto había en el alma de Samara, que la predisponía rencorosamente contra toda aquella gente-, ¿te han hecho algún daño cuando estuviste raptada?
  -Dejémoslo estar -dijo ella queriendo dejar de hablar del tema.
  En ese preciso momento, la enfermera se acercó a ellos diciendo:
  -El doctor les puede ahora recibir.
  Se levantaron y siguieron tras la enfermera que les hizo pasar a un despacho donde un médico sonriente les estrechó la mano, y les informó de que todo seguía su curso normal; la operación había salido bien, la masa encefálica no había sido afectada, y lo más probable es que en el transcurso del día siguiente pudiera abandonar la UCI, y ya todo sería tiempo de recuperación sin más complicaciones.
  -¿Podemos verla? -preguntó Ricardo.
  -De acuerdo, pero sólo brevemente; necesita descansar.
  Ricardo y Samara vieron a una Malva postrada en el lecho, con los ojos cerrados y la faz pálida. Diferentes aparatos había a su alrededor que medían las diversas funciones vitales, y una botella de un líquido blanquecino, daba el goteo a través de un tubo transparente hasta su brazo.
  Ricardo pasó suavemente su mano por la mejilla de Malva. Ella entreabrió sus grandes y bellos ojos, y esbozó una apenas perceptible y cansada sonrisa, tras lo cual volvió a cerrar los ojos.
  -Será mejor que nos vallamos -dijo Samara-. Está débil y debe descansar -se acercó hasta Malva y cogiéndole la mano se la apretó levemente, en un gesto que intentaba darle ánimo. Malva abrió de nuevo un instante los ojos, y asintió con ellos, dando a entender que comprendía lo que Samara le quería transmitir.
  Salieron del hospital. Ricardo le propuso a Samara ir juntos a tomar cualquier cosa, pues quería hablar con ella; si es que no tenía algo imprescindible que hacer.
  -Trabajo en la cafetería; me han vuelto a admitir. Hoy tengo mi día __________

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libre. Podemos ir juntos a beber algo; pero con la condición de que la conversación no derive en nuestro, digamos amoroso pasado.
  -No, para nada quería avivar ese tema. Respeto tu decisión. Es sobre la organización y todo ese asunto.
  No fueron lejos. Caminaron en silencio hasta un bar, cerca del hospital. Parecía que cada uno fuera sumido en sus propios pensamientos.
  Samara pidió una coca-cola al camarero que se acercó. Ricardo prefirió una cerveza.
  -Y bien -dijo ella-, ¿qué tienes que decirme?
  -Ahora no sé... pienso que siempre te complico la vida con mis propios problemas.
  -No te preocupes por mí y habla. Tú sabes bien, que tus problemas son también mis problemas.
  -¿Crees acaso que los tuyos a mí no me atañen?
  -Sinceramente pienso que sí te preocupas por mí. En este momento no tienes a nadie de confianza con quien desahogarte de tus cuitas, soy tu única y posible confidente. Dime, ¿qué es lo que te produce inquietud?
  -Veras- comenzó Ricardo a hablar - cuando estuvimos los dos la primera vez en el hospital; después de irte tú, y cuando ya alcanzaba mi coche para marcharme, apareció Rogelio acompañado de Beatriz, su mujer. Venían a ver a Malva. No sé cómo empezó, pero mantuvimos una agria discusión. Al parecer le han nombrado jefe de grupo, ocupando el lugar de Sebastián, y pretende que yo le obedezca, saltando como un simple soldado, a la más mínima orden del oficial. No fui capaz de contener mi disgusto y me revelé. Por lo visto se quejó, como me hubo amenazado, poniéndolo en conocimiento del jefe de la organización en esta ciudad. Dos individuos me cogieron y llevaron ante él. Resultó ser un conocido mío de cuando estuve en el campamento; pero esta gente no entienden de amistad. La cuestión es que me ha ordenado que busque y liquide a Mauricio, como ya te he dicho. Dice que tengo que dar prueba de mi fidelidad a la organización.
  -Ese maldito Rogelio -dijo Samara entre dientes, y con manifiesta rabia. Se palpaba el odio que sentía hacia él-. No cabe la menor __________

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duda, de que te intentan meter el miedo en el cuerpo. Ellos saben que tú no tienes madera de asesino; pero de esa manera procuran sacar de ti el mayor provecho posible, sobre todo que no intentes revelarte en el caso de otros asuntos, tal vez en lo concerniente a la droga. Psicológicamente piensan que tú, al no cumplir la orden de matar, te hagas más... digamos que estés más dispuesto a no oponer resistencia en otras cosas, también delictivas por supuesto, que te puedan ordenar. ¿Comprendes?
  -Sí, posiblemente tengas razón. Lo paradójico del caso es que Mauricio me ha pedido ayuda para poder librarse de esa gente. ¡Y yo se la estoy dando!
  -¿Cómo es eso?
  Ricardo relató ahora con más detalles, el encuentro tenido con Mauricio en el restaurante, y como se había comprometido.
  -Eso demuestra la bondad de tu corazón. Debes no obstante tener cuidado, debes de andar con pies de plomo.
  -Ahora ya no soy capaz de dejar de cumplir, lo que le he prometido. Si se enterara Rogelio sería mala cosa.
  -Sí, de todas formas, yo a ese Rogelio le tengo que ajustar las cuentas de una vez por todas.
  -¿Qué te ha pasado con él? ¡Cuéntame!
  -No, no te preocupes; es una cosa que viene de largo. Sólo que ahora ha llegado la hora de pasarla al cobro.
  -Sé que el hombre no te es precisamente simpático, pero algo grave te ha debido hacer, cuando veo el brillo del odio en tus pupilas.
  -Sí, lo peor que le pueden hacer a una mujer -dijo Samara masticando las palabras-. Perdona, no quería hablar de esto, y menos aún contigo, pero una tiene a veces también deseos de aligerar el peso y la tristeza que la agobia.
  -No me lo tienes que decir; que ya creo saberlo. Recuerdo que una vez me dijiste que andaba detrás de ti; así pues ya me puedo imaginar lo que ha hecho, cuando te han tenido recluida. A nadie le he deseado nunca la muerte, y no me creo capaz de matar a nadie; pero con este individuo pienso que me sería más fácil llegar a hacerlo, sin sentir remordimiento -dijo Ricardo, y se advertía en sus __________

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gestos la animadversión que sentía hacia Rogelio.
  -Me tienes que prometer no hablar con él, ni con nadie de este asunto; ni que se te pase por la cabeza hacer cualquier acto heroico en mi defensa, que se tornaría en una verdadera locura. Tú estás ya muy comprometido. Tienes que pensar en Malva, pues ella también sufriría las consecuencias de un acto incontrolado por tu parte. Hay que permanecer frío, sereno, pensando lo que se hace.
  -Créeme que me será difícil contenerme, y no echarle las manos al cuello a ese canalla de Rogelio cuando lo tenga delante, y me temo que en el futuro vamos a tener  que estar juntos en más de una ocasión,  pues  resulta  que  ahora  es  mi  jefe -terminó diciendo Ricardo amargamente.
  -No te opongas abiertamente a sus órdenes; sé astuto y procura ver la manera de atraparlo en algún fallo que perjudique de cualquier forma a la organización, si es en un sentido económico mejor, así tendrá él miedo de que tú le delates, y cejará en la presión sobre ti.
  -Pienso que él tampoco es tonto, y no se dejará coger así tan por las buenas; tendrá mucho cuidado, sabe que en mí no tiene precisamente a un amigo.
  -Que no es tonto lo sé; pero todos podemos tener fallos, y él los puede tener, no es infalible.
  -Seguiré tu consejo, y de aquí en adelante permaneceré con los ojos bien abiertos, observando todos sus movimientos.
  -Bueno, me tengo que ir, pues tengo una cita con Eusebio para tratar de unos asuntos -dijo Samara en tanto miraba su reloj.
  -De acuerdo. Me ha hecho bien hablar contigo, perdona que siempre te busque para desahogar mis penas.
  -¡No, por Dios! Para eso estamos los amigos, y nosotros lo somos.
  -En realidad somos algo más que eso -dijo Ricardo mirándola intensamente.
  Samara se levantó y tendiéndole la mano dijo:
  -Adiós. Ya nos veremos. Probablemente acuda mañana al hospital para ver cómo sigue Malva.
  -Sí, supongo que ya nos veremos. Por supuesto que también vendré mañana a ver a Malva.
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  Ricardo se sentó nuevamente, mirando la figura de su ex amante desaparecer por la puerta.
  -Tráigame por favor otra cerveza -dijo al camarero que se había acercado.
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