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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XVII


El mismo día en que hubo hablado con Malva, y después de haber almorzado, se fue Samara directa a la congregación, para ver a Ricardo y ponerle al corriente de su conversación con Malva.
  Su sorpresa fue mayúscula al ver que Ricardo no se encontraba en aquel centro de la congregación. Nadie supo darle explicación alguna de dónde podría hallarse. Eusebio no estaba, y Samara pensó que quizá se hubiesen ido juntos, a la otra casa de la congregación. Llamó a su jefe, pero éste tampoco sabía nada del paradero de Ricardo. Un gran interrogante se abrió en su mente: ¿Qué podría haber pasado? ¿Debería comunicarle a Malva la desaparición de Ricardo? No quería precipitarse; intentaría antes dar con él; lo llamó al móvil, a su casa y a la librería, pero no logró contactar con él, y no sabía cómo, ni dónde buscarlo. Tenía la sospecha de que Ricardo se había llevado la pistola que le dieron. Y se recordó de sus palabras: "Él debía de tomar en sus manos su propia defensa, aunque perdiera la vida en ello".
  Deambuló un rato por la ciudad, por los sitios que ella pensaba pudiera estar. Fue a su apartamento, pues sabía que él aún conservaba una la llave del mismo; pero como era de esperar, allí no se encontraba. Se pasó por la librería y preguntó a Ignacio por él, pero el joven le dijo que hacía bastante tiempo que su jefe no aparecía por el negocio.
  Tomó como último la decisión de ir al "Cisne Negro". No sabía bien por qué se dirigía allí, pero no se le ocurría otro lugar donde estar pudiera. También cabía la posibilidad de que se hallara en su propia casa; pero ella ignoraba la dirección de ésta. Ahora le parecía raro; pero la verdad era que ella nunca estuvo en casa de Ricardo. Incluso desconocía en qué parte de la ciudad vivía.
  Entró en el "Cisne Negro", poco concurrido a esa hora. Se sentó a una mesa. Pensó que allí había estado infinidad de veces tomando copas con clientes, que siempre habían intentado llegar a más, pero que ella nunca permitió, exención hecha de Ricardo, al que no había dejado de amar, y ahora buscaba desesperadamente, temiendo por su vida.
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  -¡Samara, tú aquí! -exclamó el camarero acercándose a ella.
  -Pues ya me ves. Tráeme una cerveza por favor.
  -Sí, mujer. Ahora mismo. ¿Cómo estás?
  -Bien, muy bien.
  -Voy a por la cerveza.
  Instantes después volvió el camarero con la bebida.
  -Siéntate un momento -dijo Samara.
  El camarero miró a una y otra parte, antes de tomar la decisión de sentarse.
  -¿Pasa algo? -preguntó Samara al observar la aptitud del hombre.
  -No, bueno, Rogelio está aquí; y no me fío de ese tipo para nada.
  Hace un par de días que conversaba con otros individuos con aspecto de matones; y aunque no sé bien de que hablaban, si que oí que te nombraban un par de veces.
  -Insinúas que yo era el motivo de su charla.
  -Tanto ya no puedo decir; pero sí que oí tu nombre; y se reían.
  -¿Dónde está ahora?
  -Subió hace ya un rato a la oficina.
  -¿Quién lleva ahora el negocio? Pues he oído que el viejo ha muerto.
  -¿Ha muerto? Se dice que lo ha matado, al parecer, ese amigo tuyo. ¿Cómo se llamaba?
  -Seguramente te refieres a Ricardo; pero no lo creo. No es hombre de esa talla. Creo que era víctima de cualquier sucio negocio. De todas formas no me importa.
  -Precisamente el jefe ahora es Rogelio.
  -¿Rogelio? Pero según tengo yo entendido, éste trabaja en una fábrica de no sé qué cosa.
  -Lo único que sé, es que ha dicho que ahora es él el que manda, y que aquí se hará lo que él diga.
  -¡Vaya por Dios, pues sí que está bien la cosa!
  -Este hijo de puta es peor que Sebastián.
  -¿Me lo vas a decir a mí? Sé de qué pié cojea el hombre; es bastante mala persona.
  -Bueno y tú, ¿a qué te dedicas ahora? ¿Trabajas?
  -Sí, de momento en una cafetería del centro.
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  -Bueno algo es algo. Yo también me iría. Aquí pasan cosas raras; pero no es fácil encontrar un nuevo trabajo.
  -Eso es verdad -dijo Samara, y se volvió de repente al oír tras ella una voz que decía:
  -¡Vaya, vaya, a quién tenemos aquí! -Ante ella estaba Rogelio con una amplia sonrisa en su rostro-. La amiguita del asesino del pobre Sebastián. ¿Se puede saber a qué has venido?
  -Esto es un lugar público; y no tengo que dar explicaciones a nadie de por qué estoy aquí.
  -Parece que se te han subido los humos mujer. Pero, te vas a poner de nuestra parte, o lo vas a pasar mal.
  -¿Ah, sí? Procura que no sea a ti, al que algo le ocurra.
  -Dile a tu querido Ricardo, que sólo le queda una carta que jugar, si quiere salir ileso del juego en el que está metido.
  -No soy correo de nadie. Aparte de que ignoro dónde se pueda hallar. Pensé que pudiera estar con vosotros. Pero suponiendo que lo viera. ¿Puedes decirme qué carta es esa que tiene que jugar?
  -Él bien sabe lo que le corresponde hacer; era condición para que se le perdonara la deuda que tiene con nosotros, ya sabes, el libro que robó. No cumplió la orden dada, y ahora tiene una última oportunidad; recuérdaselo.
  -Lo haré con mucho gusto. Tenía creído que él era tu amigo.
  -Dile también que puede seguir siéndolo, si cumple como un hombre; máxime cuando lo que ahora se le exige es de fácil cumplimiento, yo diría que hasta es agradable, casarse con su novia de siempre, y disfrutar de comodidad y bienestar. Claro que quizá tú tengas algo en contra, pues ya sabemos que estás colada por él.
  -Lo que los demás crean me trae sin cuidado. ¡Aparta ya, que te llevo viendo demasiado tiempo, y me das náuseas! -dijo Samara y salió del local precipitadamente; acompañada por las risas insultantes de Rogelio.
  Ya en el coche, dirección al centro, pensó que lo mejor que podía hacer era ponerse en contacto con Malva; decirle que Ricardo se había marchado, y que ella ignoraba su paradero.
  Pensaba con preocupación en el envalentonamiento de Rogelio.
  Había subido, al parecer por la muerte de Sebastián, en la escala __________

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de la organización, y esto le permitía demostrar fortaleza, lo cual lo hacía ser más peligroso todavía de lo que ya en sí era. Se tenía que estar muy atenta con él, y vigilarlo bien de cerca, con más estrechamiento si cabía.
  Se dirigió en primer lugar al centro de la congregación para hablar con Eusebio. Quería consultar con él la desaparición de Ricardo así como su encuentro con Rogelio.
  Abstraída como iba en sus pensamientos no advirtió que un coche la adelantó, y al ponerse por delante frenó tan de sopetón, que ella, al percatarse en el último instante, se vio obligada tras dar un rápido frenazo, y un giro de volante a la derecha, a irse a la cuneta. El coche que la obligó a tal maniobra, paró pocos metros delante, y otro coche, en el que no había reparado, también paró tras ella. De ambos vehículos salieron cuatro corpulentos individuos que se acercaron al automóvil de Samara. Ella se encontraba ya fuera de su coche para protestar. De improviso la agarraron entre los cuatro hombres. Ella intentó con todas sus fuerzas escapar; pero le taparon la boca y la nariz con un gran algodón húmedo; que debía contener alguna sustancia, que hizo que al poco perdiera el conocimiento.
  La introdujeron en el coche que había quedado detrás de ella, y al instante, los dos autos se alejaron a gran velocidad.

  Cuando Samara despertó, halló ante sí la sonriente cara de malignidad, del tan por ella odiado Rogelio.
  -¿Crees que es este el mejor modo de llegar a un acuerdo, que conduzca a solucionar el problema que tenéis? -dijo Samara todavía algo aturdida y como soñolienta.
  -Tú te piensas que nosotros no sabemos quién eres; pero te equivocas de medio a medio, niñita de la mierda, soldadita de Dios. Aquí te vas a pudrir, como no cooperes con nosotros.
  -Difícil será la cooperación si me mantenéis aquí recluida.
  -Ya se verá, lo que opinan tus superiores, cuando sepan que te tenemos, y que te puede costar la vida, si no aceptan y acatan nuestras pretensiones. Además, tengo que satisfacer una cuenta contigo, que deseo cobrarme ahora mismo.
  -¿Qué cuenta imbécil?
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  En el rostro de Rogelio se amplió aún más si cabe, aquella despreciable y maligna sonrisa. Hizo una seña a los dos fornidos energúmenos que se hallaban presente; y éstos que parecían saber lo que su ahora jefe quería, sujetaron a Samara fuertemente de manos y piernas; y con cierta maestría la amarraron al algo deteriorado camastro, que se encontraba en aquel reducido habitáculo. La amordazaron también, para evitar que pudiera gritar, y le arrancaron a tirones el vestido, dejándola desnuda ante el vil y rastrero Rogelio. Después se marcharon dejando a su superior solo con Samara. Éste se acercó despacio, contemplando el bello y moreno cuerpo de la mujer que siempre había deseado poseer, y que en ese momento podía dar rienda suelta a su más oscuro y hondo sentimiento, lascivo y brutal; falto de sensibilidad, lleno de la más arrolladora pasión dominadora que le embargaba, y quería llevar al fin a su última consecuencia.
  Samara no pudo defenderse, no le quedó más opción que cerrar los ojos y soportar la ignominia, la bajeza y afrenta que con ella se efectuaba; pensando tan sólo en el instante de la venganza.

  Malva había estado todo el día esperando que Ricardo la llamara.
  No sabía qué hacer, qué decisión tomar. No quería pensar que si Samara le había comunicado que ella deseaba hablar con él, éste se hubiese negado a hacerlo. Había intentado varias veces ponerse en contacto con Samara; pero ella no respondía a la llamada. Al fin se atrevió a tratar de conectar directamente con Ricardo. Lo llamó a la librería y al móvil. Fueron fallidos intentos. Quiso probar en su casa, y tuvo suerte, pues que allí se encontraba Ricardo.
  El timbre había sonado insistentemente. Ricardo no se atrevía a descolgarlo. Pensó que lo más lógico es que fuera Samara o Eusebio, y que tal vez tuvieran que comunicarle algo relevante o importante para él. Al fin pues alzó el teléfono:
  -Sí, dígame.
  -Ricardo, ¿eres tú? -demandó Malva a pesar de haber reconocido la voz de su novio.
  -¿Malva? -preguntó a su vez Ricardo extrañado.
  -Quería hablar contigo. ¿No te ha dicho nada Samara?
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  -¿Samara? No, ¿de qué? Sólo sé que se había propuesto verte para tener una charla contigo; pero nada más.
  -Tuve una conversación con ella; y quedó en hablar contigo, para decirte que me llamaras.
  -Tengo que reconocer que tenía miedo, y he estado unos días oculto en esa congregación, a la que Samara pertenece; pero he decidido que no puedo vivir escondiéndome siempre. Tengo que hacer mi vida normal; y si la tengo que perder, pues que sea lo que Dios quiera. Te quiero decir, en contra de lo que otros te puedan haber dicho, que yo no he matado a tu padre, aunque debo decir que ellos deseaban que lo hiciera.
-Sí, lo sé. Samara me lo ha contado todo. Incluso lo de que Rogelio pertenece a esa organización.
  -Es muy extraño, que si Samara quería hablar conmigo, no lo haya hecho.
  -Yo la he llamado, pero no he podido dar con ella.
  -Podríamos vernos esta noche sobre las nueve, en el restaurante del centro, al que solíamos ir, para cenar juntos -propuso Ricardo.
  -Sí, naturalmente. Ahora mismo salgo para allá, llegaré a tiempo. Sabrás que ya tengo mi coche.
  -Me alegro por ti; te felicito. Hasta después entonces.
  -Sí, hasta luego -dijo Malva con una cierta alegría en el tono de su voz, al intuir la normalidad en las relaciones con su novio.
  Ricardo se quedó un tanto preocupado por lo que le había dicho Malva. ¿Cómo era que Samara no se había puesto en contacto con él, para decirle que se había visto con Malva, máxime cuando ella misma quedó en hacerlo? Intentó comunicarse por teléfono con ella sin éxito. Llamó a la congregación dando la clave de Samara, pero nadie sabía dónde pudiera encontrarse. Preguntó por Eusebio y le dijeron que lo más probable es que estuviera en el centro de la congregación, es decir, en la casa donde él estuvo la primera vez, que tomó contacto con ellos. No se lo quiso pensar más. Montó en su coche y se puso en camino hacia aquel lugar.
  Le dejaron pasar, pues ya la mayoría de ellos le conocían, y le anunciaron al jefe de la congregación.
  -¿Pasa algo? -preguntó Eusebio.
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  -Parece ser que Samara a desaparecido -dijo Ricardo y se sentó sin esperar a que se le ofreciera el asiento. Parecía abatido.
  -¿Qué te hace pensar tal cosa?
  Ricardo explicó lo que le había dicho Malva, y que él también intentó dar con ella, sin conseguirlo.
  -Me temo que algo malo le haya ocurrido.
  -En verdad es eso extraño, pero no nos queda más remedio que esperar, a que ella se ponga en contacto con nosotros. De todas formas intentaré indagar entre nuestros amigos, que algunos hay en las filas de esa gente, para que agudicen los oídos, por ver si es la organización la que tenga algo que ver en el asunto. A propósito, ¿no será que esté en su trabajo, y tenga el móvil cerrado?
  -Yo ignoro dónde trabaja ahora -dijo Ricardo.
  -Claro, desapareciste sin decir nada.
  Eusebio efectuó la llamada a la cafetería donde Samara estaba ahora empleada; pero le dijeron que no había aparecido al trabajo.
  -No ha ido al trabajo -dijo Eusebio pensativo-, y eso es ya más sospechoso. Tiene que pasarle algo grave, para que ella deje de acudir a lo que es su obligación; según la conozco.
  -¿Qué podemos hacer?
  -Ya te he dicho que esperar. Si la organización tiene metidas sus manos en este hecho; no cabe la menor duda que nos lo hará saber, pues que algo pretenden, cuando la han apresado. Si el tiempo pasa y nada supiéramos de ella por parte de esa banda de asesinos y depravados; entonces tendríamos que pensar que haya sufrido cualquier accidente que ignoramos.
  -Tendríamos que informarnos en hospitales si hay alguna mujer ingresada por alguna clase de accidente, y pudiera ser ella -opinó Ricardo.
  -Sí, también lo he pensado. Mandaré a alguien que indague esa posibilidad -dijo Eusebio.
  -No sería conveniente dar parte a la policía -propuso Ricardo.
  -Es mejor dejar a la policía fuera de estos problemas. Créeme, sé que ellos tienen adictos en las filas, de lo que tenemos por orden y ley. Seguro estoy, por larga experiencia, de que nada en limpio conseguiríamos sacar -argumentó Eusebio.
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  -Bien, esperaremos pues; pero no puedo evitar estar desinquieto. De verdad que temo por ella.
  -Tengamos esperanza, en que innecesariamente nos preocupemos; pero si así no fuera, y algo malo le hubiese pasado por culpa de esa organización, es el riesgo que trae consigo el que nos dediquemos a esta tarea, de ayudar al que lo necesita.
  -Volveré mañana -dijo Ricardo- por ver si hay alguna novedad.
  Me he citado esta noche con Malva. Ella ha hablado con Samara y está al tanto de todo.
  -Eso está muy bien. Ten cuidado, que lo más probable es que anden también detrás de ti.
  -No me puedo estar escondiendo todo el tiempo. ¡Tengo que vivir!
  -Sí, pero es mejor no arriesgar demasiado.
  -Hasta mañana pues -dijo Ricardo.
  -Hasta mañana -le respondió Eusebio, cuando éste ya se marchaba.

  El encuentro con Malva en el restaurante, fue al principio un poco distanciado, se podría decir un tanto frío. Parecía que fuese mentira, el que ellos hubieran estado tantos años juntos, unidos en una alegre y sana armonía de verdadero cariño.
  -¿Cómo te encuentras? -preguntó ella. Y en vez de un abrazo, se tendieron la mano.
  -Bien, bien -contestó él, queriendo dar al tono de su voz una seguridad que en verdad  no  sentía-.  Tú también te encuentras bien por lo que veo.  Estás muy guapa -añadió queriendo ser galante.
  Ella le respondió con una sonrisa.
  Tras un breve silencio en el que cada uno estudiaba en la carta lo que iban a pedir, y dicho ya al camarero lo que deseaban comer, y empezando a beber un buen vino tinto; inició Malva la conversación:
  -¿Has logrado saber algo de Samara?
  -Por desgracia no. Nadie sabe dónde pueda estar. Me temo que esté en manos de esa organización. Sería lo peor que le haya podido __________

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pasar. Son unos criminales, y no se detienen ante nada, cuando quieren conseguir sus propósitos.
  -¿Sabes tú algo concreto, de lo que pinte Rogelio en esa banda?
  -Sé, sin lugar a duda, que es un miembro de ella. La posición que tenga dentro de la misma, lo ignoro; pero tiendo a creer que debe ser de una relativa importancia.
  -Tengo que reconocer que tengo problemas con él. Se siente fuerte porque tiene detrás a esa organización criminal. Lo he sopesado todo, los pro y contra de denunciar el caso a la policía. Si es cierto que la fábrica se usa como medio de transportar droga hacia no sé dónde; podrían con ayuda de falsos testigos, decir que yo lo sabía, pero que por diferencias en las ganancias, los he denunciado como estrategia para librarme, y salir ilesa. Así que poner una denuncia es muy complicado, además de que lo tendría que demostrar; y la verdad es que no sé cómo lo hacen. Desde la muerte de papá, los problemas se me amontonan, y me veo impotente para llevar el negocio bajo estas circunstancias.
  -Me pregunto qué hemos hecho de malo para  merecer  este castigo -dijo Ricardo apesadumbrado-. Yo me consideraba no hace mucho, una persona feliz contigo y con mi trabajo. De buenas a primera todo se ha trabucado, y si la suerte no lo remedia, podemos dar con nuestros huesos en la cárcel, o quizá en el peor de los casos, perder la vida, sin haber hecho en realidad nada reprochable, ni que esté fuera de la ley. Es verdad que he matado a Sebastián, pero ha sido en defensa propia.
  -No logro comprender cómo papá pudo estar metido en ese sucio negocio de la droga. Me cuesta mucho trabajo aceptarlo.
  -Lo debieron convencer, igual que a mí, con alguna clase de chantaje, aparte de amenazarlo de muerte si no colaboraba.
  -¿Por qué nos han debido de elegir a nosotros, para efectuar sus delictivos negocios?
  -Me supongo que el iniciador de todo esto, el responsable primero es, casi no me cabe duda, Rogelio. Seguramente él era ya miembro de esa organización, antes de entrar a trabajar para vosotros; e inició el tráfico de droga valiéndose del transporte de los muebles, sobre todo en los envíos al extranjero.
  -Quizá tengas razón; ¿pero cómo se las apañan, de qué forma lo __________

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hacen? No lo entiendo.
  -Yo tampoco sé cómo lo efectúan. Me imagino que se dedican a ello en el turno de noche; y que Rogelio tendrá algunos adeptos que están con él, pues es imposible que lo pueda hacer solo; de tal forma que en la empresa existe, o se ha formado toda una pandilla de verdaderos delincuentes.
  -¿Qué podremos hacer para librarnos de ellos? -dijo con cara de honda preocupación Malva.
  -No lo sé. Incluso la congregación de ayuda a los necesitados se ve impotente. Es muy difícil vencerlos con la ley en la mano, ya que ésta es aparte de ciega, en grado sumo corrupta.
  -¡Pero  esto  tendrá  que explotar  de alguna manera!  Yo  no  puedo  continuar  así -machacó Malva-. Si al final se descubriera, seguro que pagaríamos justos por pecadores.
  -Ni que decirse tiene. Esa gente lleva las espaldas bien guardadas. Poseen mucho dinero, para poder permitírselo todo. Así puede ser la vida de injusta. Te aseguro no obstante, que no sucumbiré sin lucha -dijo Ricardo con contenida ira.
  -Te ruego que no hagas nada sin pensarlo antes detenidamente; no actúes a lo loco, pues no nos puede reportar nada bueno; creo que habrá que actuar con mucha cautela con esta gente, para tratar de salir lo mejor parado posible; hay que intentar ser astuto.
  -No, sólo quiero decir que no vacilaré en defenderme, llegado el caso. Si es necesario moriré matando.
  -¡Por Dios Ricardo, no digas esas cosas!
  -Tampoco puedo dejar que me maten, como si fuera una miserable cucaracha.
  -¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué nos hemos distanciado tanto el uno del otro? ¿Dime si estás de verdad enamorado de Samara? -todas estas preguntas cayeron de sopetón sobre el hondamente preocupado Ricardo, cogiéndole un tanto desprevenido.
  -Ni yo mismo lo sé -respondió él tras una breve pausa.
  -¿Crees que es mía la culpa de nuestro despego?
  -No tiene ningún sentido buscar ahora un culpable; quizá tengamos los dos alguna parte de culpa; las cosas pasan, vienen con una fuerza __________

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arrolladora que se sobreponen a nuestra voluntad; supongo que es el destino, el sino de cada uno de nosotros.
  -A pesar de todo, mis sentimientos hacia ti no han cambiado en absoluto; yo te amo con la misma fuerza de siempre; tú eres el único hombre en mi vida.
  -Quiero decirte, que tal vez yo no me merezca tu amor. He de confesarte, que en esos días en que la organización me tenía acosado con la trampa que me tendieron con un libro manuscrito, antiguo, de un autor inglés; y que me amenazaron incluso con liquidarme si no aceptaba sus propuestas, Samara y yo... bueno... ya sabes, pasó lo que probablemente nunca hubiera pasado en otras circunstancias. A ti te he traicionado, y a ella posiblemente le haya hecho daño; pues pienso que me quiere.
  -Quizá tampoco esté yo libre de culpa. No supe ver lo que te ocurría. Cuando estuviste con la memoria perdida, no te hice mucho caso, lo achaqué todo a un exceso de trabajo por tu parte, o en el peor de los casos, a que tú deseabas acabar con nuestras relaciones.
  -No, fue ese Mauricio, un miembro de la organización y compañero de Sebastián, el que me golpeó por las espaldas, cuando quise escapar de ellos, para no cumplir la orden de tener que matar a uno, ahora ya lo sé, que se trataba de tu padre.
  -¿Estás enamorado de Samara? -volvió a preguntar Malva-. Yo creo también que ella sí lo está de ti, aunque me ha dado a entender que desiste. Dice no querer interponerse entre nosotros. Te toca a ti decidir; tú sabes que las dos te queremos.
  -Lo siento; pero me veo incapaz de tomar una determinación en ese asunto. Mi alma está turbada, ofuscados mis sentimientos. Tengo miedo y a la vez rabia; deseos de pelear y morir matando.
  -Te comprendo perfectamente. No es mi intención presionarte. Tú tomarás el camino que tu conciencia, o bien tus sentimientos te dicten. Yo aceptaré de buen grado lo que optes por hacer. Lo más acuciante es desde luego, salir lo mejor que se pueda de este atolladero en el que nos encontramos metido.
  -Sí, pero es ardua tarea encontrar una escapatoria. En este momento no sé, qué es lo que podría hacer para llegar a conseguir, no ya una victoria sobre esa gente, que se me antoja imposible, sino __________

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simplemente salir con vida de esta desgraciada aventura.
  Cuando salieron del restaurante era ya tarde, pasada las once de la noche, y Ricardo no quiso que Malva emprendiera el camino de regreso a tan avanzada hora de la noche. Ella era prácticamente una novata llevando el coche, y el peligro en la oscuridad se acentúa, es mucho más grande la probabilidad de tener un accidente.
  -Creo que lo mejor es que pases la noche en mi casa. Mañana temprano te puedes marchar.
  -Sí, ¿por qué no? Como en mejores tiempos -aceptó ella sonriente.
  -En realidad me extraña que los de la organización no hayan dado aún conmigo. Saben donde vivo, y siempre antes me tenían en todo instante bajo su control espiándome.
  -¿Quién sabe lo que esa gente tiene en mente e intenta manipular?
  -No tengo duda alguna de que algo traman; y más pronto que tarde nos lo harán saber -dijo convencido Ricardo-. Bueno, vámonos. Yo iré con mi coche; tú me sigues con el tuyo.
  -De acuerdo.
  Llegaron sin tener ninguna novedad a la casa. Malva se hallaba algo nerviosa. Recordaba la de veces que había estado allí; los momentos de felicidad pasados con Ricardo, y el vuelco tan sorprendente que habían dado sus relaciones por culpa de aquella maldita organización. El odio se le acrecentó en su alma hacia ese mundo por ella desconocido, pero que era el único responsable de su infelicidad.
  -¿Quieres tomar algo? -preguntó Ricardo que interiormente también se encontraba algo desinquieto, pues no sabía qué comportamiento debía tener ahora con la mujer que durante tanto tiempo fue su amante y compañera, y con la que tenía proyectado de casarse.
  -Sí, creo que a los dos nos vendría bien una copa.
  -¿Coñac, whisky, anís...?
  -Lo que tú tomes.
  Ricardo escanció en ambas copas una buena cantidad de whisky, y dejó la botella sobre la mesa.
  -¡Vaya! No pensarás en emborracharme -dijo Malva intentando bromear.
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  -¿Por qué no? Es lo mejor que podemos hacer; quizá así podamos dormir mejor.
  -Tienes razón. La verdad es que últimamente no logro dormir bien; y sinceramente te digo, que eres tú quien me roba el sueño.
    -¿Por qué yo? -quiso saber Ricardo.
  -¿No lo puedes comprender? Porque tengo miedo de perderte, porque te quiero y yo...
  Ricardo no pudo por menos que acercarse a ella, acariciarle el pelo y abrazarla, un tanto emocionado.
  Irremisiblemente tras el abrazo, vino un beso apasionado, que pretendía inconscientemente recuperar el tiempo perdido en los días ausente. Y así unidos se fueron a la cama.
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