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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XV


Ricardo intentó serenarse poniendo toda su atención en la carretera. Si tuviera un accidente, pensó, estaría más que justificado el que no apareciera en el lugar donde debía ejecutar el asesinato. Sería un modo de ganar tiempo. Cavilaba qué consecuencias podría acarrearle tal acción. Lo primero sería provocarlo de modo que no perdiera la vida en ello; pero que quedara tan grave que tuviera que ser ingresado en el hospital. Mas comprendía que al fin, eso sería un intento baldío, pues además de arriesgarse a quedar malherido, o perder incluso la vida; no conseguiría en última instancia zafarse de lo que parecía ser era inevitable: hacer frente a lo que el destino le había deparado. No existía por lo tanto salida alguna, ningún escape posible para su situación; tenía que aceptarla con todas las consecuencias que ello implicaba, rotundamente.
  Eran las nueve y diez y ya oscurecía, cuando llegó a su casa.
  Se sirvió una copa de coñac y se sentó. Trataba de ser dueño de su persona, serenarse, tener sangre fría. Miró, mejor dicho, volvió a remirar el reloj que colgado en la pared, mecía su péndulo implacable, acercando los minutos a la hora fatídica.
  Tenía que ponerse en camino. Dejaría su coche en el garaje que tenía en la ciudad, y se dirigiría a pie al lugar de la cita con la muerte inevitable.
  Las noches empezaban a ser frías. Un ligero viento, apenas perceptible, soplaba, que le hizo estremecerse, ¿o era quizá el miedo que le invadía, el que se adueñaba de su ánimo?
  Caminaba ahora, queriendo ser resoluto hacia el restaurante. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, "El rey de copa". No era un local que él visitara, seguramente nadie habría allí que le conociera, aparte naturalmente los personajes que formaban parte del macabro juego que se iba a desarrollar en breve. No era cierto. Él conocía sólo a Sebastián; pero, ¿quién era el otro, o la otra, que tenía que morir por su mano? Él no le vería la cara; tenía que matarlo sin saber quién era. De qué clase de persona se trataría: Mujer, hombre, joven, viejo; qué importaba, era mejor no conocerlo, ignorar su identidad. __________

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Aunque al día siguiente la prensa se lo revelaría, y descubriría si era alguien que él conociera.
  Sus pasos se volvieron lentos, como si no quisiera llegar nunca al lugar fatídico, que le esperaba como un castigo divino, del que no había escapatoria posible.
  En el hombre; se suponía que en todo ser viviente, está dada la capacidad de matar, sólo que en unos individuos se halla más impresa en su modo de ser, en su carácter o comportamiento que en otros. De cualquier forma, en él, ese instinto de matar debía de estar muy atenuado, pues se reconocía incapaz de llevar a cabo tal empresa. ¿Qué harían con él, si como preveía fracasaba en el intento de llevarla a cabo? Si terminaba al fin sobreponiéndose y consiguiera apretar el gatillo, causándole la muerte a ese quien quiera que fuera, se traicionaría así mismo, porque él no era un asesino, él sabía tanto de su "yo", se conocía tanto como para poder afirmar que no tenía esa condición, esa madera de ser criminal. Y no le valdría de nada querer forzar a su voluntad para hacer aquello que de él pretendían, los que en verdad eran los verdaderos asesinos; pues lo más probable es que su alma desoyera la orden dada, y el intentar hacerlo por el sentido del miedo a sufrir las consecuencias.
  No podía evitar, por más que se lo proponía, el estar nervioso. Volvió, sabe Dios por cuanta vez, a consultar la hora. Aún faltaba un cuarto de hora para las diez de la noche. El restaurante lo tenía a la vista, estaba frente a él. Y ya mismo debía decidirse a penetrar y disparar. ¿Sería capaz? ¿Se atrevería a ello? Lo ignoraba. No se fiaba de sí mismo. Lo mejor sería no cruzar el umbral. ¿Para qué, si no estaba seguro? ¡Pero él perdería la vida si no lo hacía! ¡Dios mío, porqué me pones ante esta prueba! ¿Qué puedo hacer Dios mío? Se decía. Notaba que la desesperación se iba adueñando de él, que no lograba dominarse; y que un temblor le recorría todo el cuerpo, y el pánico se apoderaba de él.
  Hizo un tremendo esfuerzo para ser de nuevo dueño de su persona. Lo consiguió en parte. Lágrimas de impotencia y rabia pugnaban por brotar de sus ojos; pero él las retenía. ¡Un hombre no debe de llorar! Sacudió la cabeza como un perro salido del agua. Tenía que estar __________

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dispuesto, tenía que hacerle frente a la adversidad.
  Miró por última vez el reloj. Dos minutos para las diez. El tiempo justo para entrar en el restaurante. Comenzó a andar despacio. Tenía la sensación de ir al patíbulo. De encontrarse con la muerte; pero no con la muerte de otro, sino con la suya propia.
  Al fin, con pasos algo temblorosos entró Ricardo en el restaurante "El rey de copa". De inmediato advirtió la presencia de Sebastián, sentado a una de las mesas que estaban más cercanas a la puerta.
  No estaba el local muy concurrido. Eran pocas las mesas, que algo más retiradas, se hallaban ocupadas.
  La vista de Ricardo se cruzó un fugaz momento con la del viejo. Se dio cuenta que éste se esforzaba en acaparar la atención de su compañero de mesa, interesándolo en la conversación que mantenían; para, por lo visto evitar que se le ocurriera volver la cara atrás.
  Ricardo mantenía aferrada su mano a la pistola, en el bolsillo de su chaqueta. Le parecía estar en otro mundo, siendo protagonista de una escena irreal, de la cual él era actor y espectador al mismo tiempo. Se acercó lentamente a la persona que tenía que matar.
  Sacó la mano del bolsillo empuñando la pistola y apuntó con ella la nuca del hombre que le daba la espalda.
  En ese preciso momento el corazón le dio un vuelco. Aquella cabeza, ese pelo y cuello lo recordaba, creía saber de quien se trataba. Dudaba. La mano le temblaba...
  El viejo Sebastián le miró, lleno de extrañeza y rabia, al ver que Ricardo no se decidía, que el disparo no se efectuaba.
  Aquello motivó que aquel hombre se volviera y exclamara al ver a Ricardo con la pistola ante él:
  -¡Tú! ¿Qué pretendes hacer?
  Ricardo contempló con sorpresa, a pesar de que ya lo había intuido, el asombrado rostro de quien menos se podía imaginar que fuera el candidato a morir. ¡Era Cristian, su suegro!
  De repente sonó un disparo, y al instante, una horrible mancha de sangre empezó a extenderse desde el cuello, por el hombro y el pecho del padre de su novia.
  Quizá fuera el susto, la alteración del momento, o tal vez el instinto de conservación, lo que hizo que Ricardo disparara su __________

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arma, y acertara de lleno el pecho de Sebastián, que aún mantenía en la mano la pistola con la que había matado a Cristian, y le apuntaba en ese instante a él.
  Lo último que vieron los ojos de Ricardo, antes de que emprendiera la huida atropelladamente, fue el pecho ensangrentado de aquel viejo, que había sido en el último tiempo la obsesión de su vida en cada momento.
  Se paró un momento a la salida del local, y antes de que se decidiera por elegir una dirección u otra por la que escapar corriendo, sintió como dos fornidos individuos lo agarraban y casi en volandas lo condujeron a un coche, donde lo metieron bruscamente y a la fuerza en su interior. Al instante el coche partió a toda velocidad.
  Los pensamientos de Ricardo eran en alto grado confuso. Todo se había desarrollado de un modo tan efímero y sorprendente, que no acertaba ni discernía con claridad lo que había ocurrido.
  Una voz querida y bien conocida, le sacó de su momentánea perturbación:
  -¿Cómo te encuentras querido? ¿Estás acaso herido?
  -¡Samara, tú! Pero..., cómo, no entiendo. No, no estoy herido. Me encuentro bien. Mas qué hacéis vosotros aquí -preguntó Ricardo al reconocer, que el que estaba al volante del coche no era otro que Eusebio, el jefe, o uno de ellos, de aquella congregación a la que Samara pertenecía.
  -Hemos venido a librarte; pero por lo visto ha sido un poco tarde, y no se ha podido evitar el que haya habido muertos -habló a modo de explicación Eusebio, y continuó-: Será mejor que nos dejes la pistola -dijo señalando el arma que Ricardo aún mantenía en su poder-. Quítasela Samara -ordenó a ésta.
  Ricardo pareció advertir en ese momento la pistola, a la que todavía su mano permanecía aferrada.
  -Pero, ¿de dónde sabíais vosotros que yo me encontraba en este lugar, y lo que iba a ocurrir? -preguntó Ricardo al tiempo de entregar la pistola a Samara.
  -Nosotros también tenemos nuestros medios, para saber lo que pasa en la parte enemiga -manifestó Samara.
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  -Tenemos retenido a Mauricio -dijo Eusebio-. Él nos ha delatado el lugar donde tú debías matar a Cristian.
  -Me debéis de creer si os digo que no entiendo nada de lo que está pasando, todo me parece delirante y diabólico.
  -Sí, te creemos -dijo Samara-. Hablaremos más adelante. Ahora nos tenemos que quitar de en medio. Desaparecer, estando seguro de que nadie nos persigue.
  -Creo que tenía que haber un coche esperándome, para escapar con él después del asesinato.
  -Nosotros  nos  hemos  encargado  de  ponerlos  fuera  de  combate -habló uno de los dos corpulentos individuos que habían cogido a Ricardo a la salida del restaurante.
  -¡Dios mío, ahora me doy cuenta que he debido de matar al viejo Sebastián! -dijo Ricardo al ver en su pensamiento el cuerpo ensangrentado de éste-. La verdad es, que ni siquiera sé cómo ha sucedido. Creo, aunque de un modo un tanto confuso, que fue instintivamente. Advertí que me apuntaba con su pistola. Pensé que me iba a disparar como había hecho con Cristian. Y de repente, lo vi ante mí, cubierto el pecho de sangre.
  -No te tortures. Has defendido tu vida. ¡Tenías que hacerlo! -dijo Samara con intención de consolarlo.
  Después que pasado fue un tiempo que Ricardo no supo calcular, el coche se paró ante una casa con aspecto de chalet, en una de las barriadas de las afueras de la ciudad. Era un sitio diferente al que él estuvo la vez anterior.
  -Este es otro lugar -dijo Ricardo.
  -Sí -contestó Samara-, pensamos que Mauricio quizá conozca la otra casa; y es conveniente que ignore dónde se encuentra, para cuando lo tengamos que dejar libre.
  Entraron en el nuevo domicilio; Ricardo acompañando a Eusebio y Samara. Los otros dos hombres se fueron con el coche.
  Se acomodaron en una de las habitaciones donde Samara sirvió unas bebidas. Ricardo tomó un whisky, le parecía necesitarlo, después de toda la turbulenta noche.
  Al final había matado a una persona; pero a la que menos se podía imaginar. Claro que en realidad debía haber asesinado a Cristian, __________

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esa era en verdad la orden dada, y que él había desobedecido. Las consecuencias serían de cierto graves. No quería ni siquiera pensar, lo que la organización tramaría hacer contra él.
  -Yo- habló Ricardo- tenía la orden de la organización, de liquidar a una persona, pero ignoraba quién era. He quedado por completo sorprendido al ver que era mi suegro. Dudé, mi mano temblaba, no fui capaz de efectuar el disparo, y el viejo lo hizo por mí. Después, seguramente por no haber cumplido la orden, me quiso quitar la vida. ¿Comprendéis? Me adelanté a él, fue de un modo instintivo.
  -No lo pienses, no le des más vueltas. Ya ha pasado. Tenía que ocurrir. Nada tienes que reprocharte. Has defendido tu vida, eso es todo, amigo- le decía Eusebio con la intención de levantarle el ánimo y confortarlo.
  -¿Cómo es que habéis cogido a Mauricio, con qué intención?
  -Nosotros conocemos a esa organización, en la que tú, como tantos otros habéis caído, hace muchísimo tiempo; podemos decir desde siempre. Ellos saben igualmente de nuestra existencia, y nos combatimos mutuamente- explicó Eusebio.
  -Era nuestra única oportunidad- dijo Samara- de poder ayudarte. Pensamos que era Mauricio la persona que nos podría informar del lugar y la hora, en la que se debía efectuar el proyectado crimen. Y le hemos obligado, aunque a fuerza de mucho trabajo, a que nos lo delate, tanto el lugar, la hora, como a la persona que tenías que matar.
  -Me extraña sobremanera que ese tipo haya sido capaz de revelar lo que se tramaban hacer; el que se haya atrevido a irse de la lengua, implica para él una latente amenaza. Él sabe bien lo que le espera por parte de la organización si lo cogen -expuso Ricardo en verdad sorprendido.
  -La alternativa que tenía, no era tampoco muy halagüeña- dijo Samara-. Aquí le esperaba estar toda la vida encerrado. Sin saber nada del mundo exterior. Se le daría lo justo de comer y beber para que no muriera. Perdería con el tiempo la noción del momento en que vivía. Sus posibilidades quedarían reducidas a comer, beber, estar dormido o despierto. Nunca se atendería a sus quejas, fueran motivadas por la causa que fuera. Nada sabría de lo que pasaba en __________

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la actualidad de cada instante de su vida. Tan sólo vegetaría, en un espacio tan reducido que sólo tendría el largo de la cama donde dormía, y el ancho sería poco más de lo que haría sus brazos en cruz extendidos. No podría leer, ni escribir, ni ver televisión, ni oír radio, ni hablar con persona alguna, ni ver la luz del día, ni la oscuridad de la noche. Nada al fin sabría de él, ni de lo que pasaba en el mundo. Sería como estar muerto; pero con vida. Casi lo único que le quedaría, sería poder respirar.
  -Jamás pensé -dijo Ricardo a pesar que Mauricio le era altamente odioso- que tú pudieras ser tan dura y cruel.
  -No soy yo -le replicó ella, severo el gesto-. Es nuestra ley para con el enemigo.
  -Perdona -dijo Ricardo-. No quería acusarte a ti personalmente; pero tu descripción ha sido tan horrorosa que...
  -Comprendemos tus escrúpulos -habló Eusebio-; pero tampoco se puede ser blando con aquellos que intentan tu perdición y muerte.
  -Sí, claro, por supuesto... -Ricardo que aún estaba un tanto aturdido por los acontecimientos pasados. No sabía bien qué objetar. Su cabeza no se encontraba en condición de buscar argumentos para rebatir lo que se le exponía; máxime si era para defender los derechos que pudieran tener, seres tan abyectos como lo era aquel perverso Mauricio. Así pues solicitó:
  -Dispensad, pero, ¿podría retirarme a descansar un rato?
  -Sí -dijo Samara-, en realidad es lo primero que tenías que haber hecho. Pensarás que somos unos desconsiderados.
  -No, para nada. Soy yo el que os tengo que estar muy agradecido. Me habéis salvado la vida.
  Ricardo cayó como un plomo en la cama de la habitación que le habían asignado. Después de dar un par de vueltas, se quedó profundamente dormido.
  Tuvo un extraño sueño, en el cual él no era él. Otro ser había usurpado su puesto en su cuerpo, dentro de su organismo, e iba tomando fuerza; imponiéndose, reduciéndole a un segundo lugar o plano; se agobiaba y desesperaba, sin ser capaz de comprender. El miedo le aterrorizaba y se fue convirtiendo en pavor. Gritó su pánico y se despertó bruscamente, tembloroso, bañado en un sudor __________

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frío. Se vio solo en un lecho amplio y blanco. No sabía de momento dónde se hallaba. Se levantó haciendo un esfuerzo, y a pesar de todo, de esa insólita pesadilla, tenía una soñolienta pesadez en los ojos que le quería llevar, hundirlo de nuevo en el sueño, seguir durmiendo. Le costaba trabajo mantenerse despierto. Medio invadido por el sueño, algo tambaleante, se acercó al espejo que había en la habitación y se miró en él. Oyó de repente una oculta voz que le decía: "Tú crees que te conoces a ti mismo y que sabes quién eres; pero la verdad es que tú no eres tú; tú eres como una máquina que la conduce un ser extraño, con el que tú no tienes ninguna intimidad, ningún contacto; ya que tú ignoras la realidad, la última consecuencia de lo que sucede en un mundo que desconoces, y el cual no te puedes imaginar". Se volvió todavía algo tambaleante y se tumbó de nuevo en la cama. ¿Quién era él en realidad? ¿Había matado él a Sebastián, o había sido otro en él, otro ser que desconocía? Pensaba que se tendría que sentir mal, quizá de otra manera; una especie de dolor, o tal vez remordimiento por haber matado a una persona, debía de invadirle el ánimo; pero lo cierto era que nada de eso sentía, más bien una especie de tranquilidad, como si se hubiese quitado un gran peso de encima. Sería porque el viejo era un individuo maligno, se dijo, pero ante todo, razonó, era también un ser humano y él le había quitado la vida, aunque en su descargo podía argumentar que había sido defendiendo su propia existencia.
  Oyó como se abría la puerta con un leve chirrido, y vio dibujada la silueta de Samara en la claridad. Tras un breve titubeo, penetró ella en la habitación y se acercó despacio al lecho de Ricardo.
  -¿Estás despierto? -preguntó con voz tenue.
  -Sí -respondió Ricardo-, hace rato. ¿Qué hora es?
  -Son las diez pasada. ¿No quieres desayunar?
  -¡Claro! Se supone que debo de tener hambre.
  Más tarde, cuando ya sentados juntos a la mesa, y ante una taza de café y unas ricas tostadas, y estando también presente Eusebio, preguntó Ricardo:
  -¿Habéis podido averiguar el porqué tenía yo que matar a Cristian, y a qué se debía el interés de la organización por que me casara lo __________

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más pronto posible con Malva?
  -Sí, también lo hemos sabido. Mauricio nos lo ha delatado; arrancándonos desde luego la promesa de que le dejemos en libertad. Aunque él sabe que se juega la vida, si la organización lo atrapa. Creemos que intentará huir al extranjero. Aunque los tentáculos de la organización llegan a todas partes.
  -¿Puedo saber cuales eran esos motivos?
  -¿Te recuerdas que te dije, que sabíamos que tu suegro tenía sucios negocios de drogas con la organización? -le preguntó Samara.
  -Sí, creo que algo me dijiste de eso.
  -Pues todo se mueve alrededor de lo mismo. Por lo que sabemos, Cristian exigía cada vez una mayor participación de las ganancias que se venían obteniendo con ese ilícito comercio. Por eso la organización había decidido eliminarlo. El plan que se había fraguado para ello, era que tú fueras, al contraer matrimonio con Malva, prácticamente el dueño de la fábrica. Al ser tú miembro de la organización, y tener además una deuda, por el libro, con ellos, te verías obligado a callar la boca y dejar hacer, máxime si también eras el autor de la muerte de tu suegro.
  -Ese era un proyecto descabellado; primero, yo no sería el dueño de la empresa, sino Malva, es decir, mi mujer. Por otra parte yo nada entiendo de muebles, ni nada que tenga que ver con maderas -dijo Ricardo, sin dar crédito a lo que oía.
  -Nada de eso importa. El negocio seguiría funcionando igual que hasta el presente. Tú serías una figura decorativa, por así decir.
  Rogelio se encargaría, junto con unos cuantos trabajadores de su confianza, de continuar como siempre y hasta ahora, de hacer todo el trabajo necesario sin miedo a ser descubierto; y la organización se embolsaría prácticamente el total de las ganancias -le expuso Samara.
  -No alcanzo a comprender cómo Malva nada haya advertido, de lo que en la fábrica se manipulaba.
  -Pensamos que Beatriz, la mujer de Rogelio, hace de contención o parapeto, distrayendo la atención de tu novia, procura hacer ella los trabajos que pudieran de alguna manera levantar sospecha, __________

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manteniendo a Malva alejada del contacto directo con la producción o fabricación de los muebles.
  -Sí -razonó Ricardo-, eso pudiera ser posible.
  Ahora no sé cómo me debo comportar, qué actitud tomar. Se me hace todo muy complicado. Más que nada intuyo, aunque esto no es nuevo, que mi vida corre en verdad peligro, quizá en este momento más que antes, más que nunca, pues la organización me perseguirá hasta el fin del mundo para vengarse.
  -Sí, hay que andar con mucho cuidado -dijo Eusebio-. Nosotros te ayudaremos en todo cuanto esté a nuestro alcance.
  -Tengo que ver a Malva. Ella debe de saber la verdad de lo que ha pasado -dijo Ricardo.
  -Ten mucho cuidado, sobre todo de ese Rogelio. Puede que trame algo en contra tuya -le advirtió Samara.
  -Pienso que de aquí en adelante tendría que ir armado; pues probablemente me tenga que defender de cualquier ataque por parte de la organización. Os pido me devolváis la pistola que os dejé.
  -No te interesa tener esa pistola, con ella has matado a ese viejo llamado Sebastián, y aunque haya sido en defensa propia, te podría acarrear no pocos quebraderos de cabeza, si cayera en manos de la policía. Nosotros te daremos otra, por completo limpia, ya que todavía nunca nadie la ha usado -le propuso Eusebio.
  -¿También vosotros estáis armados? -pareció extrañarse Ricardo.
  -Nosotros como tú mismo piensas, y acabas de decir, hemos por lógica de defendernos. La diferencia con la otra parte es, que jamás nosotros agredimos, sólo nos protegemos -aclaró Samara.
  -Comprendo que hay que repeler todo ataque con la necesaria contundencia, y no entregarse sin lucha al enemigo.
  Creo que mi comportamiento anterior con esos individuos a dejado mucho que desear; he sido cobarde, por temor a graves consecuencias he ido cayendo cada vez más hondo, y no he tenido el valor, ni he sabido imponerme, y ahora pago el efecto de mi poca valentía para hacerles frente -se lamentaba Ricardo pensativo.
  -No seas tan severo contigo mismo, ni te reproches nada. Además, creo que el resultado no hubiese sido muy otro -razonó Eusebio- con cualquier otra persona. Nunca se puede prever el alcance que __________

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tengan todas nuestras decisiones en el futuro. Por otro lado, debes comprender que tú no eres precisamente un hombre de acción; y te amenazaron con quitarte la vida.
  -Quizá tengas razón; pero pienso que tenía que haber arriesgado más, haber sido más atrevido.
  -Ahora ya no valen lamentos. Habrá que ver la forma de salir lo más airoso posible -comentó Samara.
  -Sí, lo que hay que hacer es no amilanarse; pelear y saber jugar nuestras cartas. Siempre se puede presentar algún factor que cuente a nuestro favor -dijo Eusebio.
  -Debo intentar tomar contacto con Malva en cuanto antes mejor. Debería ponerme en camino ahora mismo para hablar con ella -dijo Ricardo como hablando consigo mismo.
  -Te aconsejo que dejes pasar un par de días. Puede que esperen que tu hagas eso, y te tiendan una trampa. No debieras acudir ni tan siquiera al entierro de tu suegro; sería bastante arriesgado -opinó Samara.
  -Si no lo hiciera, tendría un motivo más para creer que soy el culpable de la muerte de su padre. Por lo menos debería llamarla por teléfono, explicarle algo, no sé...
  -Si no te parece mal, puedo yo probar hablar con ella; podría contarle como han sucedido las cosas -le propuso Samara.
  -¿Tú? -preguntó extrañado Ricardo.
  -¿Por qué no? -insistió ella-. Puede que confíe en mí y me crea, ya que le diré toda la verdad.
  -No sé qué decir. ¿No entrañaría de cualquier manera un riesgo para ti? -dijo Ricardo-. No quiero que por mí culpa, te expongas a pasar algún peligro.
  -¿Piensas que tu novia podría hacerme algún daño?
  -No, de ninguna forma; pero tal vez la gente que la rodea. Rogelio por ejemplo, como tú misma sospechas, sí pudiera tramar sabe Dios qué cosa, con tal de hacerte mal.
  -Ahora ya no tengo que guardar las apariencias. Ya no trabajo en el "Cisne Negro". Las cartas están ahora boca arriba. Ellos saben muy bien que con nosotros no es fácil de jugar. Nosotros somos justos, pero también podemos ser muy duros -dijo Samara resoluta.
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  -Sí, ya lo he comprobado, por lo que me has dicho sobre el trato al que se arriesga Mauricio, de no responder con la verdad a vuestras preguntas.
  -Nuestro comportamiento no es gratuito -habló Eusebio-, persigue siempre hacer el bien para algo o alguien.
  -Lo comprendo -dijo Ricardo-, no era mi intención hacer ninguna crítica sobre vuestros métodos de actuar. Comprendo que los malos, se merecen todo lo malo. Lo que no llego a entender del todo es, ¿cómo sabéis vosotros tanto de ellos, y al parecer ellos también de vosotros?
  -El Bien conoce al Mal, y el Mal conoce al Bien en toda la eternidad -respondió misteriosamente Eusebio.
  -Creo adivinar lo que quiere decir -dijo Ricardo algo pensativo.
  -Naturalmente -continuó diciendo Samara- que si tú no lo deseas, no hablaré con Malva; pero pienso que sería una oportunidad de reconciliación para vosotros, y de poder aclarar malos entendidos. Yo no la conozco, mas deduzco que debe de ser una mujer sensata.
  -No te puedo prohibir que hables con ella, si así tú lo quieres, es decisión tuya, lo dejo a tu consideración, si tu crees que con ello algo se gana pues...
  -No debes de salir de aquí en unos días. Ya te informaré de cómo andan las cosas por ahí fuera -dijo Samara y añadió-. Ten paciencia que todo se resolverá.
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