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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XIV


Ya eran cerca de las once de la mañana.
  Con buen tráfico estaría allí sobre las doce y media, o quizá la una. Tal vez se quedaría en el pueblo a almorzar. Quería estar de vuelta con tiempo suficiente, para prepararse a llevar a cabo aquella horrorosa acción criminal. Ahora caía en que la pistola se la había dejado en su casa, en el cajón de la mesita de noche. En realidad, pensó, era mejor así, pues para qué quería andar con ella encima; quizá pudiera acarrearle cualquier disgusto, nunca se sabe lo que puede ocurrir. Él no poseía licencia de arma, y si por cualquier circunstancia de control en la carretera, la policía se la hubiera descubierto, en caso de haberla llevado consigo, hubiera sido una ardua cuestión el explicar por qué la tenía. Bajo estas cavilaciones se alegraba de haberla olvidado en su casa. Allí estaba mejor.
  Aparcó su coche como tenía por costumbre cuando visitaba a Malva, justo al lado de la entrada de aquella en verdad lujosa villa.
  Tocó el timbre un par de veces. Nadie contestó. Al parecer no se encontraba nadie en casa. Consultó la hora, pasaba ya la una del medio día. Pensó que estarían en el restaurante almorzando, aunque solían hacerlo algo más tarde. Tal vez pudieran estar todavía en la fábrica. Dudaba entre aparecer por la oficina de la empresa, o dirigirse al restaurante. Se decidió por la última opción. Si no estaban, tomaría algo en tanto esperaba a que aparecieran, pues pensaba que sería lo más normal que se presentaran allí a almorzar.
  El restaurante no estaba muy lejos, a unos diez minutos de camino como mucho, calculó, y tomó la resolución de pasear hasta allí; así daría más tiempo a la llegada de los otros.
  Emprendió el camino haciendo cábalas y especulaciones sobre cual sería el comportamiento de Malva y su padre con respecto a él, y su fallido secuestro. ¿Qué le dirían? Y él ¿Cómo explicaría lo sucedido?
  Probablemente Sebastián les habría dicho algo, ¿pero qué? De una parte estaba el interés de la organización por que él se casara con Malva, y de otra, explicar su relación con Samara. Aunque ignoraba qué le hubiera podido contar de este asunto, a su novia y __________

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su suegro.
  Entró en el restaurante, y fue mayúscula su sorpresa: Frente a él, sentados a una mesa, se hallaban juntas todas las personas en las que había estado pensando, más Rogelio y su mujer.
  Sebastián fue el primero que advirtió su presencia, y se lo hizo saber a los demás.
  Todos le miraron sorprendidos, y con un algo de extrañeza e interrogación en el gesto de sus rostros; pero en ninguno advirtió Ricardo el más mínimo asomo de alegría por verle, ni tan siquiera en Malva; ésta incluso apartó de él la vista.
  Supo sobreponerse a aquel en verdad frío y hosco recibimiento, y dijo avanzando hasta la mesa:
  -Buenas tardes. Me supuse que estaríais aquí. ¿No os alegra verme?
  -¿Cómo estás, te encuentras bien? -preguntó la mujer de Rogelio por cortesía.
  -Gracias Beatriz. Sí, estoy perfectamente. Gracias también a vosotros todos por el eufórico recibimiento -dijo sarcásticamente Ricardo intentando encontrar con la mirada los ojos de Malva, que permanecía ahora con la cabeza gacha.
  -¿Qué quieres? -habló Cristian-. Hay quien cree que la tal Samara era tu cómplice, y que todo ese secuestro era un teatro que habéis montado para haceros de dinero. Ya que te hayas en una crítica situación de grandes deudas. Pero en último caso, y aunque pudieras de alguna manera hacer frente a la deuda; lo más grave es que has traicionado a mi hija, dejándote seducir por esa mujer, una cualquiera de mala vida.
  -¿Quién te ha dicho que yo tenga deudas?
  -Yo -dijo Sebastián-. Parece que se te ha olvidado que me debes el valor del manuscrito, que te dejé para que lo valoraras y que aún no me has devuelto, con la excusa de que alguien te lo debe de haber robado.
  Aquello era para Ricardo nuevo. Sebastián echaba leña al fuego, para indisponerlo con Malva, cuando sabido era que quería (la organización) se casara con ella. No lo entendía. O quizá sí, pensándolo bien, si jugaba a dos barajas. Probablemente tenía sobre __________

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ellos la suficiente influencia como para arreglar las cosas a su favor y que tuviera de nuevo relaciones normales con Malva; o en caso contrario, si él no llevara a cabo el crimen ordenado, desacreditarlo para siempre por el robo del libro manuscrito, o por la deuda contraída. Si decidían matarlo, siempre podrían achacarlo a sus más que dudosas relaciones con gente del hampa.
  -Creí que ya teníamos acordado la forma de pago -dijo Ricardo.
  -Sí, pero te recuerdo que todavía no has hecho efectivo el primer plazo. Y ya va siendo hora de que juegues limpio.
  -No te preocupes que todo llegará.
  -Bien, estupendo, pero siéntate hombre y bebe lo que quieras.
  -¿Ya han comido los señores? -quiso saber Ricardo al tiempo que arrimaba una silla a la mesa y se sentaba quedando al lado de Beatriz y Cristian.
  -Nosotros ya hemos pedido -dijo Sebastián que parecía llevar la voz cantante del grupo.
  -¿No me dices nada Malva, no te da alegría de verme con vida? -se atrevió Ricardo a preguntarle a su novia.
  -Lo que habría que saber es, si de verdad tu vida ha estado en algún momento en peligro -respondió ésta mirándole fijamente a la cara, y con toda la mala intención del mundo.
  -Todos ignoráis la verdad de lo que me pasa, pero ya me habéis condenado. Perdón, sí que hay algunos de vosotros que saben la verdad, aunque no le interese reconocerlo -dijo Ricardo mirando alternativamente a Sebastián y a Rogelio-, pero lo que más me duele es que tú, Malva, me tengas por culpable antes de haber hablado conmigo, y darme opción a exponer mis argumentos y justificación.
  -¿Te quieres disculpar con mentiras? Tengo en mis manos pruebas evidentes de que me engañas con esa otra mujer, a la que no deseo dar ningún calificativo. Y también de que has hecho trampa en tus negocios a la gente que ha confiado en ti. ¡Créeme que me has desilusionado! ¡Es horrible! -concluyó casi con las lágrimas asomándole a los ojos, y tapándose con las manos la cara para ocultar su lloro.
  A Ricardo no le cabía la menor duda de que Malva era sincera en __________

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sus palabras, y de que no era consciente de que había sido engañada por el malvado y astuto Sebastián. Razón tenía sin embargo en lo concerniente a Samara; su corazón estaba dividido, y padecía una extraña confusión en sus sentimientos: Seguía queriendo a Malva, y sentía una gran pasión por Samara.
  -Yo no quiero juzgarte -dijo al pronto Rogelio hablando por primera vez-, pero es cierto que las pruebas de las cuales se habla aquí, son concluyentes y te hacen por lo menos aparecer culpable.
  Tentado estuvo Ricardo de asestarle un tremendo puñetazo en pleno rostro, al para él despreciable Rogelio. Sospechaba, no sin argumentos, que éste era o formaba parte de la trama conspirativa contra él, pero supo contenerse en el último momento, e hizo oídos sordos a sus palabras. Sospechaba que las pruebas de que hablaban, sería aquella película que Sebastián dijo haber tomado de la conversación que mantuvieron cuando le dejaron el libro para su examen; y quizá también existiera, lo intuía, algún otro film o simplemente fotos de él junto con Samara, hechas por Rogelio cuando éste les estuvo espiando.
  La situación era tensa, embarazosa. Todos se miraban unos a otros y todos comían en silencio. Parecía que ahora ya nadie se atrevía a decir nada, a hacer algún comentario...
  Ricardo pensaba en el mejor modo de convencer a Malva, de que consintiera en hablar con él a solas. Tendría que aprovechar la mejor oportunidad que se le presentara para proponérselo. De momento lo veía difícil, pues ella no querría acceder a ello delante de todos los demás. Creía firmemente que su novia aún seguía queriéndole, pese a todo.
  -Pensándolo bien -dijo Sebastián rompiendo el pesado silencio- deberíamos ser magnánimos y otorgarle a Ricardo un voto de confianza. Es muy posible que se haya visto presionado de algún modo por esa gente. De lo que no tiene disculpa alguna es de haberse dejado seducir por esa Samara, aunque hay que reconocer que es una mujer hermosa, no es tan excepcional como para poder olvidarse de su novia, que nada tiene que envidiarle, yo diría que le gana, y con mucho, en belleza a la cantante de mi local, que naturalmente ya ha sido despedida. Aunque ella naturalmente niega __________

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toda relación en el asunto del secuestro.
  En tanto hablaba, Sebastián miraba sonriente a Malva, que a su vez se mantenía seria, y tenía ahora la vista perdida en algún punto de la pared frente a ella.
  Todos se levantaron y comenzaron a andar hacia la salida, dejando a Ricardo que aún no había terminado, sentado a la mesa.
  Conversaban entre ellos. Nadie volvió la cara ni le dirigió la palabra. Y Ricardo quedó solo.
  Se levanto un rato después, cuando los otros ya se habían marchado. Tenía una extraña sensación mezcla de tristeza y rabia.
  Ya alcanzaba la puerta de salida cuando el camarero se le acercó diciéndole:
  -Señor Ricardo, usted perdone, pero creo que se le olvida hacer efectiva su consumición.
  -¡Ah, sí claro, discúlpeme! Quería preguntarle, ¿quién ha pagado la cuenta de todos?
  -El señor Cristian paga siempre lo de sus invitados. Lo hace regularmente todos los meses. Pero esta vez me ha dicho que usted paga lo suyo. Pensaba que usted lo sabía.
  -Sí, claro, precisamente por eso lo preguntaba -dijo Ricardo al tiempo que ponía un billete en manos del camarero diciendo-: Quédese con la vuelta.
  Aunque nada en concreto le habían dicho, aquello era un gesto que hablaba por sí solo. Querrían darle a entender que habían terminado, y que nada querían saber de él.
  Comenzó a caminar despacio, hacia el lugar donde había dejado su coche, a la entrada de la casa de Cristian.
  Todas las puertas se le cerraban. No tenía ahora absolutamente a nadie a quien recurrir, en la hora más amarga de su vida no encontraba a persona alguna que le echara un cable, que fuera la tabla de su salvación. Se veía irremisiblemente avocado a ser, quisiera o no, un criminal, un asesino, o morir en aras de nada; por una absurdidad de la vida, de la fortuna, que así lo había programado. Podía poner como culpables de sus desdichas a unos seres abyectos como lo eran Sebastián y Mauricio, o quizá a toda la organización a la que pertenecían; pero, se preguntaba; ¿no eran __________

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también ellos, en última instancia, igualmente victimas de lo programado por la vida o el destino, y tan sólo jugaban su papel sin saberlo, porque era el que les correspondía en la ruleta de la suerte? Hay quien piensa que cada uno se labra su propio sino, pero esto no es del todo cierto. La verdad era que cada uno de nosotros influenciamos en nuestras vidas de un modo bastante relativo, por no decir muy poco: "El hombre propone y Dios dispone" como dice acertadamente el refranero popular. ¿Qué culpa le cabía a él en todo lo que le acontecía? No era para nada el responsable de la situación en la que se encontraba. Igual que al que lo hacen soldado y lo llevan a la guerra, sin haber él escogido esa profesión; y luego queda malherido o lo matan. Se dirá que así estaba escrito. Se podría enumerar montones de casos en los que una persona no tiene nada que ver con aquello que le pasa, por ejemplo: Una bala perdida de un tiroteo entre policías y gangsters, hiere de gravedad a un hombre que circunstancialmente se hallaba en ese lugar, y lo deja para todo el resto de su vida con una discapacidad severa. ¿Quién tiene la culpa? Se seguirá diciendo que es el destino que acompaña a cada individuo desde su nacimiento. Todos los actos de cada uno de nosotros repercuten, negativa o positivamente en los demás; es tan sólo cuestión de buena o de mala suerte. Un hombre sale de su casa, y después de haber recorrido un par de kilómetros con su coche, se tiene que volver porque advierte que se le ha olvidado un documento que necesitaba y tenía que llevarse. Por ese olvido, que le hizo perder tiempo, se tuvo que encontrar más tarde en un lugar preciso, para que otro hombre que conducía embriagado, provocara un accidente que lo dejó en una silla de ruedas. El hombre que conducía un coche habiendo bebido más de la cuenta, era, qué duda cabe, un irresponsable; pero quiso contar, o explicar a modo de disculpa, que no fue capaz rechazar la invitación de su jefe a tomar unas copas, no quiso o no se atrevió, por miedo a ofenderlo. Cuando él sabía que no soportaba bien la bebida, y tenía por fuerza que emprender aquel viaje en coche. Era un hombre de carácter débil, que no supo ser consecuente, y ese modo de ser suyo, motivó que otra persona quedara paralítica, atada a una silla de ruedas para __________

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siempre. Nada de lo que hacemos, o muy pocas cosas de ellas, son de nuestra única y absoluta incumbencia, que nos ataña única y exclusivamente a nosotros; todo repercute de alguna manera en los demás, para bien o para mal, independientemente de nuestra voluntad. Ocupado en estas diatribas contra su mala suerte, llegó hasta donde había dejado el coche. Dudó un momento entre emprender la vuelta, o quedarse allí merodeando, por ver si se le presentaba la oportunidad de contactar con Malva, y explicarle la verdad de todo lo que a él le acontecía, y quien era en verdad Sebastián y Rogelio, y que su padre estaba con ellos en compinche, en el negocio de la droga, según supo por la congregación a la que Samara pertenecía. Esto último sería un problema. Lo más seguro sería que ella no le creyera; y saliera naturalmente en defensa de su progenitor.
  Ya se decidía a emprender la vuelta, cuando vio aparecer a Beatriz que venía en su dirección. Esperó a que ésta llegara hasta su altura. Ella le sonrió un instante al pasar por su lado, y ya continuaba la marcha, cuando Ricardo la detuvo tomándola suavemente por el brazo y diciéndole:
  -Espera un momento por favor.
  -Lo siento, pero no sería conveniente, por lo menos para mí, que nos vieran juntos.
  -¿Te han prohibido que hables conmigo?
  -No de un modo directo; pero Cristian es mi jefe, y ha dicho que no te mereces que entres a formar parte de la familia, y que no vería con agrado el que tenga contacto con ninguno de nosotros. ¿Comprendes?
  -Por supuesto que lo entiendo. Pero, ¿qué dice Malva de todo esto, que opina?
  -No ha abierto la boca para nada; pero se la ve muy afectada.
  -Si tú pudieras convencerla de que viniera a verme. Tengo que contarle la verdad de lo que pasa. Créeme que no soy culpable de lo que se me acusa. La verdad es muy otra y ella la tiene que conocer, por su propio bien incluso. Hazme el favor de decirle que la espero en el camino, donde está la vieja encina. Ella sabe, se tiene que recordar donde es. Estaré allí esperándola hasta, -Ricardo miró su reloj-, digamos las siete de la tarde; más me es imposible. Dile que __________

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me va la vida en ello.
  -No sé si podré; pero lo intentaré -dijo Beatriz, y continuó su camino. Ella no vivía muy retirada de la casa de Malva.
  Ricardo montó en su coche y se dirigió al lugar de la cita.
  Era un sitio apartado, en las afueras del pueblo. Unos siete u ocho minutos con el coche. Años atrás solían pasear por aquellos alrededores Malva y él. Entonces, recordaba Ricardo con nostalgia, eran días felices, libres de preocupaciones.
  Encendió un pitillo y se dispuso a esperar hasta el último minuto, la posible aparición de su novia.
  El tiempo pasaba inexorablemente. Se encontraba nervioso. ¿Qué desenlace resultaría de todo aquello? A veces pensaba que no era real todo lo que le acontecía. Quizá se despertara en cualquier momento, y encontraría el alivio de que había sido una mala, una extraña pesadilla; pero esto no dejaba de ser un quimérico, un deseo imposible. La verdad era la que era, y no había más que acatar lo que se le presentaba.
  Consultó por undécima vez su reloj. Faltaban diez minutos para las siete de la tarde. Su esperanza de ver a Malva iban desvaneciéndose paulatinamente, y la tristeza le embargaba el ánimo. Al fin qué mal da, se dijo, su suerte estaba ya echada, tanto si hablaba con ella como si dejaba de hacerlo. Era sólo que sentía en su interior como una necesidad de desahogo, un imperativo que le impulsaba a tener que descargar el peso que su alma torturada soportaba desde hacía tiempo, en una persona de su confianza. Comprendía que antes, ese sostén lo había buscado en Samara; pero ésta parecía no estar ahora a su alcance. Esta circunstancia podría parecer reprobable, elegir en este momento a Malva, porque no podía recurrir a Samara, mas no era ciertamente así. El que se hubiese apartado un tanto de su novia, fue el hecho de constatar que Cristian era parte de la trama que a él le envolvía, y él había incluso llegado a sospechar de su prometida. Aparte tenía que ser sincero consigo mismo, y confesarse que en el caso de Samara había jugado un importante papel la pasión que esa mujer había despertado en él. No deseaba que Malva, su querida novia de tantos años, se quedara con el convencimiento de su __________

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culpabilidad, en lo tocante a que había sido el afán de lucro, lo que había guiado sus pasos al unirse con Samara, y haber montado la falsa de aquel secuestro para conseguir dinero. Que él era la victima de la organización a la que el viejo Sebastián pertenecía, y de la cual, con toda seguridad también su padre formaba parte. Le confesaría la verdad de la pasión que sentía por esa otra mujer. Y trataría de buscar con ella si había alguna posibilidad de futuro para ambos, y caso de que esto ya no fuera posible, quedar en la separación como amigos, y no con el odio que se pudieran profesar quedando como enemigos, porque ella ignoraba la realidad de lo que a él le ocurría.
  Las siete menos cinco. Ricardo se encontraba sentado al volante, dispuesto a emprender la marcha en cuanto dieran las siete en punto en el reloj del coche. Encendió un nuevo cigarrillo. Un minuto faltaba para las siete. Ya iba a girar la llave de contacto cuando pensó que bien pudiera haber alguna diferencia entre su reloj y el de Malva. Quiso darse una leve oportunidad, una improbable esperanza de que al fin ella apareciera y decidió acabar el pitillo. En cuanto acabe de fumar me voy sin más dilación, se dijo, y continuó esperando.
  Siete minutos pasaban de las siete, y empezaba a oscurecer. Decidido estaba ya a emprender el retorno, cuando oyó el característico ruido del motor de un coche que se acercaba. Malva aparcó su coche junto al de Ricardo. Apagó el motor; pero no se apeó del mismo.
  Ricardo salió de su coche. Abrió la puerta del de Malva y se sentó junto a ella.
  -Gracias por haber venido -dijo él a modo de saludo.
  Ella nada respondió. En su rostro se apreciaba un gesto duro y, a Ricardo le parecía, obstinado.
  -Quiero aclararte un par de cosas que tú ignoras. Créeme que no te mentiré, no deseo disculparme de nada, confesaré toda la verdad, pura y desnuda. Óyeme por favor con atención. Probablemente sea esta la última vez que nos veamos.
  Sebastián, ese amigo, socio, o compañero de negocios de tu padre, es el hombre que te conté, había quedado en mi memoria, cuando perdí ésta, y que juntos estuvimos buscándole por diferentes locales __________

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y restaurantes. ¿Te recuerdas?
  Malva no contestó, pero hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
  -Pues bien, éste individuo pertenece a una organización criminal y, por motivos que desconozco me han obligado a entrar, a formar parte de ella. Para conseguirlo recurrieron al truco del libro manuscrito, que me ofrecieron vender, y me dejaron para que comprobara su autenticidad. Más tarde me lo robaron de la tienda. No tengo pruebas ningunas contra ellos; pero es la verdad, y no les ha dado rubor ninguno admitir que así ha sido. Tienen no obstante toda la desfachatez de amenazarme con denunciarme por el robo del libro, si no acato y obedezco sus órdenes y pretensiones. Ahora viene lo más inaudito: Por cualquier motivo que interesa a esa organización, pretenden que mi casamiento contigo se haga una realidad cuanto antes.
  -¿Cómo? -Malva que había permanecido casi indiferente oyendo las explicaciones que Ricardo le daba, interrogó extrañada, y continuó diciendo-. Eso para nada concuerda con lo que ese señor ha manifestado delante de todos lo que en ese momento estábamos en el restaurante, ya que prácticamente te tachó de ladrón y tramposo. Además, ¿qué puede importarle a él si nuestra boda se lleva a cabo o no? No puedo apreciar por parte alguna el interés que ese hombre pueda tener en ello.
  -Yo también me lo pregunto; pero es así. Ellos mismos me lo han dicho. Aunque no naturalmente por qué motivo o causa. Y no es el deseo particular del tal individuo, sino de la organización a la que él representa y pertenece. ¿Lo entiendes?
  -No, no logro entenderlo. Es absurdo.
  -Sí que lo es. Pero hay algo más; algo de extrema gravedad para mí, y que bien pudiera ser mi perdición para el resto de mi vida.
  Malva quedó un tanto intrigada por las palabras de su prometido, máxime al apreciar la acentuada seriedad de su rostro. Así se vio impulsada a demandar qué cosa pudiera pasarle que fuera más espinosa que aquello que ya le imputaban.
  Ricardo hizo un detallado relato de todo cuanto le hubo acontecido en los últimos días; sin dejar de lado su relación con Samara, y sus sospechas, más bien la certeza, de que Rogelio y su __________

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padre hacían negocios en el asunto de la droga con la organización, y de que incluso hubo un momento en el que llegó a pensar que quizá ella misma estuviera en un complot contra él. Aunque en el fondo de su alma no lo creía, o no quería creerlo. Pero lo verdaderamente grave era que esa misma noche debía, por encargo de Sebastián, matar a una persona, y que ignoraba quién pudiera ser esa persona, ni por qué debía de morir.
  -Todo esto que me cuentas no merece, para una persona que se encuentre en sus cabales, el más mínimo activo de credibilidad -dijo Malva con un gesto de reproche en su cara, y un brillo de desconfianza en la mirada.
  -Pensé que después de tantos años juntos, debieras de tener un conocimiento más profundo de mí, de mi forma de ser.
  -También pensaba que no serías capaz de traicionarme, y lo has hecho. ¡Nunca se termina de conocer a nadie!
  -De seguro que tampoco admitirás la implicación de tu padre en ningún asunto delictivo. Pero yo estoy convencido de que sí lo está.
  -Es cierto. Yo no me puedo imaginar a mi querido papá, metido a conciencia en ninguna acción criminal.
  -Luego entonces no te crees nada de lo que te he contado -dijo Ricardo con una expresión de desánimo en su faz.
  -Quiero creer que me dices la verdad; pero confieso que me cuesta trabajo aceptarlo. Sobre todo el que tengas que matar esta noche a una persona por encargo de esa secreta organización. Es, cómo diría, algo irracional. No eres tú precisamente el individuo más indicado para efectuar semejante cosa; y esa gente, si son profesionales del crimen, no te pueden encargar a ti tal trabajo. ¡No se puede pensar que sean tan tontos! Seguramente fracasarías.
  -Precisamente ahí está la incógnita. ¿Por qué me obligan? ¿A qué se debe ese empecinamiento en que sea yo precisamente el que lo tenga por fuerza que llevar a cabo? Es eso lo que tampoco yo logro asimilar. Pero no hay lugar a duda, que por el motivo que sea, insisten en que soy yo el que lo tiene que hacer. Es lo mismo que nuestra boda. ¿Qué les importa a ellos nuestro casamiento? Pues está en sus proyectos que nos casemos. Ya se encargará Sebastián de arreglarlo con tu padre, no lo dudes.
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  -Me parece que en ese asunto, soy yo la que tengo la última palabra -dijo Malva obstinada.
  -Naturalmente, pero ellos cuentan con que tú me quieres.
  -Ahora ya no estoy tan segura -dijo ella con cierta rabia.
  -Bien -dijo Ricardo consultando su reloj-. Me debo poner en camino sin más remedio. No tengas miedo. Pudiera ser que no me vieras más con vida.
  -No seas melodramático. Eso de que tienes que matar a alguien no es verdad. Dime que es una broma, o un truco para ganarte de nuevo mi cariño.
  -Te aseguro -se expresó Ricardo con toda la circunspección del mundo- que en mi vida he dicho algo tan cierto.
  -No vayas pues entonces -dijo Malva en un repentino arranque de temor por su novio-. Denuncia el caso a la policía.
  -No tengo otra solución. He sopesado todas las alternativas posibles, y he comprendido que la desobediencia implica pagar con mi vida. ¡No tengo escapatoria! -dijo Ricardo desprendiéndose de los brazos de Malva y saliendo apresuradamente del coche, para que ella no advirtiera las lágrimas que asomaban a sus ojos.
  Monto con rapidez en su vehículo, y lo puso en marcha dirección a su inexorable destino.
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