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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XIII


Habían pasado tan sólo dos días desde que Samara estuvo allí haciéndole la foto. Cuando inesperadamente apareció Eusebio con muy malas noticias:
  -Resulta -empezó a contarle el que sin duda era el jefe de la congregación- que mandaron a Malva la foto que demostraba que él, Ricardo, estaba vivo. La foto fue echada en el buzón de la casa de Malva. Al otro día se la llamó por teléfono para preguntarle si estaban dispuestos a pagar el rescate; y con asombro oyeron de ésta que no sólo no pagarían nada, sino que matarían a Samara si a él, Ricardo, le pasara algo. Aunque ellos intentaron simular que no sabían quién era la tal Samara, le hicieron decir por teléfono a ella, que no saldría con vida, en caso de no dejar de inmediato, libre a Ricardo. A pesar de que se insistió, en que no existía relación alguna de esa mujer con nosotros. Ellos se mostraron seguro de lo que decían, y amenazaron con liquidarla, si tú no te hallabas mañana a las seis de la tarde dentro de tu librería. Parecía importarles un bledo si se equivocaban. Lo tenían decidido y de seguro que lo cumplirían. En cuanto a ti, te prefieren muerto si no estás con ellos.
  -¡Dios mío! ¿Cómo ha podido pasar tal cosa? -exclamó y se preguntó a la vez Ricardo.
  -Exactamente lo mismo hemos pensado nosotros -dijo Eusebio-. No nos lo podemos explicar.
  -No me cabe la menor duda de que alguien nos ha traicionado -dijo Ricardo-. Creo saber quien ha sido.
  -¿Quién? -quiso saber Eusebio.
  -Rogelio. Él ha tenido que ser. Estuvo varios días espiándonos a Samara y a mí. Nos vio juntos un par de veces.
  -¿Quién es ese individuo?
  -Trabaja en la fábrica de mi suegro. Pertenece también a esa organización.
  -No comprendo cómo Samara no ha tenido en cuenta esa posibilidad. Siempre ha sido muy cautelosa; pero esta vez se ha descuidado -comentó Eusebio pensativo.
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  -Tengo que reconocer que tengo en eso bastante culpa. Ella me advirtió, pero yo insistí en que saliéramos juntos.
  -Bueno, la cosa ya pasó así. Ahora debemos decidir qué vamos a hacer. La decisión es tuya -dijo Eusebio mirando fijamente a Ricardo.
  -Mi postura no puede ser otra, que no sea la de salvar a Samara. Nunca me perdonaría que algo malo le pasara por culpa mía. Debe ser condición previa a que yo vuelva a la organización, la anterior libertad de ella.
  -La verdad es que no esperaba otra cosa de ti -dijo Eusebio con un gesto de satisfacción dibujado en su duro rostro.
  -Supongo  que tendremos  que ponernos  en camino  ahora mismo -opinó Ricardo.
  -Sí, será lo mejor -dijo lacónicamente Eusebio, ahora pensativo.
  -De veras que lo siento por ti, que las cosas hayan tomado ese mal cariz -le dijo a Ricardo E.4., que habiéndolo oído todo, había permanecido callado todo el tiempo.
  -Más lo siento yo -dijo Ricardo queriendo darse interiormente ánimo. Aunque no las tenía todas consigo. Sabía y temía las represalias de Sebastián y Mauricio, sobre todo de éste último. Porque estaba seguro de que sabrían la verdad; es decir, que él era partícipe de aquel simulado secuestro. Lógicamente él intentaría negarlo; pero era consciente que no le serviría de nada. Lo que más le asustaba, de lo que sentía verdadero pánico era de tener por fuerza, y ahora parecía no tener escapatoria posible, que ejecutar el crimen que le habían encomendado.
  Después de cambiarse de ropa, y recobrar su normal atuendo, se despidió con un fuerte abrazo de E.4.
  -Quizá nos podamos ver en otra mejor ocasión.
  -Créeme que lo desearía -dijo Ricardo-, pero lo pongo en duda. Nos moveremos de aquí en adelante en bandos opuestos, por no decir enemigos.
  -Esperemos no obstante, lo mejor para el futuro -manifestó E.4.
  Una vez que también Eusebio se hubo despedido de su compañero de congregación, partieron en silencio camino de la ciudad.
  Pasado que fueron unos minutos, rompió Ricardo el silencio para __________

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preguntar:
  -¿Cómo haremos para asegurarnos que de verdad pongan a Samara en libertad?
  -Les he dado a entender que tú estarás constantemente vigilado por cinco de los nuestros; ocultos, o mezclados entre las demás personas, todos dispuestos a matarte si advirtieran alguna anomalía en el canje vuestro. No creo que tengan ningún especial interés en eliminar a Samara, si a ti te recuperan. ¿Tienes algo en contra?
  -No, en absoluto. Es más, os pido que no dudéis en quitarme de en medio, si a ella algo le pasara.
  Arribaron al fin tras el largo trayecto, durante el cual no volvieron a despegar los labios, a la ciudad. Llegaban a tiempo, pues eran las cinco y cuarenta y cinco. Todavía tenían un cuarto de hora para llegar a la cita. Tuvieron suerte y pudieron aparcar en las cercanías de donde se encontraba la librería de Ricardo. Se apearon y comenzaron a caminar despacio por la acera. Estaban ya a unos pasos de la tienda, cuando de repente se abrió la puerta de un coche que se encontraba aparcado allí, y del cual salió Samara acompañada de dos hombres corpulentos que la mantenían cogida fuertemente, cada uno de un brazo. Se acercaron a ellos, y sin mediar palabra alguna, cogieron un tanto bruscamente a Ricardo y dejaron libre a Samara, que le miró con rostro desconsolado, como pidiéndole perdón por que no hubiera salido bien lo proyectado.
  Ricardo se halló de nuevo dentro del coche, junto a Sebastián y Mauricio: sus eternos perseguidores.
  -Créeme que tu comportamiento me ha desilusionado por, completo -comentó Sebastián a modo de saludo-. Debías de ser lo suficientemente inteligente, como para darte cuenta que no te valen tretas con nosotros.
  -¡Por Dios! Me han raptado. ¿O acaso pensáis que era broma? Querían matarme. Os debo dar las gracias porque me habéis librado de esos truhanes -dijo Ricardo, intentando dar un tono de sinceridad a sus palabras.
  -¡Cállate, y no digas más tonterías! -gritó con rostro desencajado Mauricio-. Piensas que nos puedes tomar el pelo.
  -¡Qué pelo ni qué ocho cuartos! Mi vida estaba en peligro. Creo __________

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que los que me han raptado eran amigos de Samara, la mujer que trabaja en tu restaurante. -Sí -dijo Sebastián-, piensas que no sabemos que es tu amante. Recuerda que te dije que nosotros lo sabemos todo de ti. Dime, ¿cuándo has recuperado la memoria?
  -La misma mañana en la que me raptaron.
  -Imbécil, vas a pagar con la vida tu traición -dijo de verdad encorajinado Mauricio.
  -Bien, callémonos ahora -ordenó con acusada seriedad Sebastián-. En breve vamos a poner las cosas claras.
  Después de un gran rato de conducción por las afueras de la ciudad, llegaron a una casa apartada en el campo, con aspecto de lo que bien pudiera ser un cortijo. Aperos de labranza, un tractor y gallinas que correteaban en la cercanía de la enorme casona; fue la estampa que los ojos de Ricardo contemplaron al apearse del coche, y preguntarse qué irían hacer allí.
  Apenas habían andado unos pasos cuando Mauricio propinó una soberana patada en el trasero de Ricardo que hizo que este, que para nada esperaba tal cosa, se tambaleara, y trompicándose, estuvo a punto de caer de bruces contra el suelo. Ricardo reaccionó intentando agredir al autor del ataque; pero éste sacó con rapidez una pistola, y apuntándole le dijo:
  -Atrévete, y te vuelo ahora mismo la tapa de los sesos.
  Sebastián, en contra de lo que había sido hasta ese momento su comportamiento, ordenando a Mauricio que se contuviera, no dijo en esta ocasión nada, y dejó hacer. Ricardo se retuvo al ver la pistola, y Mauricio le asestó un puñetazo en la barbilla, que esta vez sí, le hizo caer cuan largo era a tierra. Se alzó lentamente mientras decía:
  -Con una pistola en la mano eres muy valiente.
  -Eso no es nada, te espera algo mucho peor -dijo Mauricio masticando las palabras en su ostensible odio.
  -Sí,   ciertamente  te  puede  esperar  algo  mucho  peor  que  un  simple  puñetazo -comentó Sebastián con el rostro endurecido.
  El instinto de conservación le advirtió a Ricardo, que esta vez la cosa era más seria, de lo que nunca antes lo había sido. Por otro __________

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lado pensaba, que no podía estar en el ánimo de ellos matarle, ya que querían que él ejecutara el "Trabajo" que le habían propuesto.
  A empellones le hicieron entrar en aquel viejo caserón, a pocos metros de ellos.
  Se sorprendió pensando, a pesar de lo seria que era su situación, que le hacía falta una mano de pintura a la fachada de aquella casa.
  Entraron en lo que era una espaciosa estancia. El parco mobiliario se componía de una mesa de grandes dimensiones y unas cuantas sillas de anea; en la pared de la derecha se hallaba una gran alacena que contenía platos, cacerolas y algunos alimentos embutidos. Colgado en las paredes había diversas herramientas: Hoces, varias clases de sierras, martillos de diferentes tamaños y un par de horquillas; al fondo estaba la chimenea, y junto a ella un montón de ramas y troncos cortados para quemar.
  Apareció al pronto, en el marco de la puerta, la enorme figura de un individuo diciendo:
  -Os he visto llegar. He venido corriendo. Estaba vigilando los alrededores. ¿Pasa algo?
  -Sí, encárgate de poner blando a este elemento -dijo Mauricio al tiempo que daba un empujón a Ricardo, el cual estuvo nuevamente a poco de caer al suelo.
  Una amplia sonrisa se dibujó en la cara aniñada de aquel grandullón; debía de medir más de dos metros; y sus brazos y manos eran espectaculares, por lo enormemente grandes y fuertes.
  -Nada hay que me procure más placer que sacudirle a un mequetrefe de estos -dijo aquel energúmeno acercándose peligrosamente a Ricardo, con una sádica expresión en su infantil y a la vez idiotizado rostro; pues su edad no debería haber alcanzado aún la veintena.
  Cuando el ataque de aquel monstruo parecía inminente, se dejó oír al fin la autoritaria voz del viejo Sebastián:
  -¡Espera un momento Robustiano! Antes que comiences a divertirte; veamos qué nos dice nuestro amigo, si está esta vez dispuesto a obedecer, y cumplir lo que se le ha ordenado. No estaría bien que se presentara a hacer su trabajo con la cara hecha un cristo; __________

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llamaría la atención de la gente al verlo, y eso no nos interesa para nada. Debe de pasar lo más desapercibido posible, para que nadie después pueda identificarlo.
  -¡Vamos hombre! Deja que Robusto le dé una buena paliza que le sirva de escarmiento -dijo Mauricio desilusionado; pues esperaba divertirse viendo como aquel, a todas luces desequilibrado mental, apaleaba a Ricardo de un modo brutal.
  -No os preocupéis -dijo apresuradamente Ricardo, sabiendo que era la única forma de salir de allí en cierto modo ileso-. Estoy dispuesto a cumplir con lo que se me ordene y mande sin más discusión o paliativos por mi parte.
  -Se  conoce que has  terminado por verle las orejas al lobo,  amigo -comentó Mauricio sarcásticamente.
  -Bien, bien -dijo con una leve sonrisa Sebastián-. Repasemos nuevamente lo que tienes que hacer.
  -¡Lárgate Robustiano, vete con los cerdos! -gritó Mauricio al subnormal, que no se hizo repetir la orden, y se fue de inmediato con la cabeza gacha y gruñendo algo ininteligible por lo bajo.
  -¡Siéntate! -le mandó Sebastián a Ricardo con visible enojo.
  Este se sentó sin decir palabra en una de aquellas sillas de anea, de espalda a la mesa. Hubo un momento de silencio tenso.
  Sebastián ocupó una silla junto a él.
  -Créeme -dijo el viejo hablando con un acento leve, suave, se podría decir acariciante, pero al mismo tiempo grave, de una seriedad inmensa-, esta es tu única y última oportunidad de salvar la vida. Piensa que mañana, o haces bien tu trabajo, o será tu muerte segura. No existe poder que pueda librarte. ¡Termina de comprenderlo de una vez! -añadió ahora dejándose llevar, y en un tono un tanto furioso.
  Ricardo asintió con la cabeza; como pensando profundamente en lo que se le decía, y sin hacer comentario alguno.
  Sacó el maligno anciano del bolsillo de su chaqueta, la pistola que Ricardo ya conocía y la puso despacio sobre la mesa. Ricardo la miraba como fascinado. Aquel instrumento de muerte tendría sin más remedio que usarlo en breve. -¡Tómala y te la guardas! -le conminó imperativamente. Ricardo obedeció sin rechistar; y la __________

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ocultó con rapidez en el interior de su americana-. Voy a repetirte lo que tienes que hacer:
  -Mañana iras sobre las diez de la noche al restaurante "El rey de copa" que está en la alameda principal, tú ya lo conoces, y...
  -No sigas. Sé el resto; tendré que matar al hombre que me dé la espalda cuando entre. Un tiro en la nuca y basta. Un coche me espera fuera con el motor en marcha, para desaparecer rápidamente del lugar del hecho.
  -Exacto, veo que te lo aprendiste bien. ¡No me defraudes esta vez!
  -Es muy fuerte, pero procuraré cumplir.
  -¡No procuraras, tendrás que hacerlo seguro! -casi gritó, con rabia contenida el viejo.
  -Está bien, está bien, lo haré sin pensar en lo que hago -respondió Ricardo queriendo apaciguar a Sebastián.
  -Lo que tienes que tener presente  es que serás tú el que pierda la vida si  fracasas -contestó rotundo y amenazante el viejo-. ¡Ese debe ser tu único pensamiento! ¿Quieres que te diga una cosa? Si te hubieras negado rotundamente, ya estarías muerto y enterrado en este apartado lugar. Y nadie más sabría nunca nada de ti.
  Ricardo no hizo, o no quiso hacer objeción alguna a las brutales palabras del vetusto hombre, y permaneció callado.
  -¿Nos vamos? -quiso saber Mauricio que había permanecido, raro era en él, en silencio los últimos minutos.
  -Sí -respondió el viejo-, nos vamos, y esperemos que esta vez sea la definitiva, que el trabajo salga bien, y todo quede al fin resuelto.
  -¿Qué quieres que te diga? Yo de este mequetrefe no termino de fiarme ni un pelo. No me cabe la menor duda que es un cobarde.
  Ricardo estuvo a punto de responder, pero se contuvo en el último instante. ¿Qué podría decirle a aquel imbécil? En un acto de valentía había que tener corazón; para una acción criminal y cobarde, como era matar a alguien por la espalda y sin saber, ignorando por qué causa o razón, había que tener estómago. Pero semejante, abyecto ser, desprovisto de todo noble sentimiento, no podía comprender tal cosa; para ellos todo se reducía a tener agallas, como solían decir, para efectuar todo crimen o fechoría, confundiendo valentía con iniquidad y homicidio. Nunca llegaría a comprender la estructura del __________

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pensamiento deshumanizado de un criminal, su falta absoluta de compasión para con los demás seres humanos; tan sólo podían tener admiración para sus semejantes en las acciones delictivas, que los llevaba a ser cómplices en la maldad y en el ensañamiento asesino.
  El coche rodaba ya en dirección a la ciudad. Los tres personajes en su interior permanecían desde hacía varios minutos en un mutismo extraño, negro; quizá pudiera decirse huraño; de cualquier manera era un silencio pesado, donde el pensamiento de cada uno de ellos iba o se ahondaba por diferentes derroteros; que en el caso de Ricardo se tornaba en un sentimiento de fracaso y abandono; donde la suerte hacía mucho tiempo que le era esquiva. Se veía abocado a ser un asesino; pero el precio de no serlo era muy alto: Tenía que pagar con su propia vida. Buscaba en su mente, desesperadamente, un argumento que lo consolara, que justificara la perversión de su acción, aunque ésta fuera obligada, era al fin y al cabo su mano la que lo ejecutara y la justicia lo encontraría culpable, a pesar del atenuante de que matando defendía su misma vida. Así brilló en su mente la comparación que lo disculpara del horror del crimen que seguramente tendría que llegar a efectuar sin más remedio; ésta era la del soldado que en el campo de batalla, al igual que él, mataría al otro soldado que tenía frente a él, pese a no conocerlo, a no tener la más mínima idea de quién era, un ser extraño, un hombre que como todos los hombres de este mundo, podría ser más bueno o más malo, pero que tendría su vida con su familia y amigos, sus apetencias, sus anhelos e ilusiones que él desbarataría en un segundo pegándole un tiro en la cabeza, porque le habían dicho que era el enemigo y había que liquidarlo. No obstante, no quería en el fondo engañarse, la verdad era, que no era una comparación feliz. Cierto que tanto el soldado como él, se veían obligados a ejecutar una orden de matar, pero los motivos que le llevaban, o que alimentaban al soldado, pudieran ser en un principio loable, porque estaba convencido de defender su patria; por eso, al menos el militar podía con más facilidad que él, descargar su conciencia de estar cometiendo un crimen, en tanto que para él, éste hecho era patente, era una realidad inequívoca de ser la mano que ejecutaba el Mal. A pesar de estar __________

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intentando con aquella acción salvaguardar su vida, se le podría siempre tachar de cobarde.
  -¿Dónde quieres que te dejemos? -preguntó el viejo Sebastián interrumpiendo sus pensamientos.
  -Cerca de la librería. Tengo que coger mi coche para ir a casa.
  -De acuerdo. Ya sabes, mañana a las diez de la noche es tu hora.
  -No te olvides que tu vida depende de tu buen trabajo -le aviso con una risa burlona el inicuo Mauricio.
  Había entre tanto anochecido. Comprobó en su reloj que era las diez y unos minutos. Pensó en cenar en cualquier restaurante. Sintió al pronto un escalofrío recorrerle el cuerpo. Mañana a esta hora, se dijo, seré un asesino, o estaré muerto. Notó el bulto de la pistola en el bolsillo interior de su chaqueta, y se le cruzó por la mente la fugaz, loca idea de suicidarse. Cierto era que aún tenía muchos años de vida por delante, salvo alguna enfermedad imprevista, o un siempre posible accidente de tráfico, o de cualquier otra índole; pero la muerte estaba programada y no había posibilidad humana de evitarla. El suicidio era la única forma que le quedaba de burlar los planes de la organización. Pero pensándolo bien, seguramente ésta encontraría otra manera de lograr los objetivos que perseguía, si él se mataba. Si ellos estaban dispuestos incluso a liquidarlo, si no obedecía y ejecutaba la orden, no tenía mucho sentido que él se quitara la vida.
  No sabía cómo podría salir de la encerrona en la que se encontraba metido. Se veía abocado a ser un criminal, un asesino, un fuera de la ley por la decisión de otros, que así lo querían.
  Nunca se había encontrado tan solo. Samara ya no podía ayudarle, ni él buscar en ella consuelo a sus cuitas. Tenía unas inmensas ganas de llorar, y las lágrimas se asomaban a sus ojos, pero no terminaban de brotar.
  Logró sobreponerse y entró en el primer restaurante que encontró. Miró distraídamente a un par de hombres que se marchaban en ese momento, y le dio un vuelco el corazón; no lo podría jurar, pero le pareció que eran Cristian y Rogelio.
  Tenía la impresión de que todos estaban en compinche; y de que él era una especie de juguete en la intriga de todos ellos. ¿Qué sería __________

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lo que se traían entre manos? ¿Qué tendrían que decirse su suegro y Rogelio, para encontrarse a aquellas horas de la noche en un restaurante de la ciudad? Y sobre todo, ¿qué relación, aparte de la laboral entre patrón y encargado podría existir entre ambos? Ahora ya dudaba incluso de que Malva no estuviera también metida en toda aquella trama, que de cualquier manera se forjaba en torno a su persona, para obligarle a cometer un crimen. De seguro que todos pertenecían a aquella extraña y maldita organización delictiva, de seres satánicos.
  Cenó frugalmente y bebió un par de copas de vino. Aunque lo intentaba, no era capaz de apartar de su mente la proximidad del momento en que debía efectuar el crimen. ¿Quién sería la persona que tenía que morir? ¿Y para quién y por qué éste era un estorbo si vivía? ¡Naturalmente para la organización! ¿Pero por qué? ¿Qué habría hecho el hombre, si es que era un hombre, para merecer la muerte por dictamen de los que mandaban y dirigían la tal organización? Lo más probable es que nunca lo supiera.
  Nada más llegar a su casa, bebió un coñac con la esperanza de poder quizá coger pronto el sueño, y se metió en la cama.
  No logró conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada. Fue un sueño sobresaltado, agitado, convulso; lleno de pesadillas y dantescas visiones. Se despertó bañado en un sudor frío. No se encontraba bien, tenía un malestar interior: Le dolía el estómago y tenía agitado el corazón, sentía nauseas y estaba a punto de vomitar.
  Se levantó de la cama y se tiró en el sofá. Así estuvo un buen rato, sin apenas moverse; tratando de no pensar en nada, procurando tener la mente en blanco. De repente apareció en su pensamiento, vino a imaginar un color azul blanquecino, en el cual él penetraba y se zambullía, buceaba en la profundidad de un mar, que poco a poco se iba tornando negro, que no conducía a ningún lugar, que se ahondaba en la más absoluta nada, y él se diluía en aquel algo que se cambió en un espacio inmenso, y en el que ahora, una luz cegadora, blanca, se expandía por el todo. En esa inmensidad no existían fronteras, porque era infinita. Él se sentía ligero, etéreo, como flotando; feliz y libre de toda preocupación; donde las cosas __________

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terrenales no tenían una importancia determinante, porque había algo más importante que esperaba. Siguió allí, aletargado, incapaz de decidirse a levantarse, o pensar en hacer algo.
  Sonó las campanadas en el reloj del salón. No sabría decir si eran las seis o la siete de la mañana, no le importaba, nada parecía importarle en ese momento, ni quizá tampoco más adelante.
  ¿Qué pasaría si se quedara allí quieto? Vendrían de seguro, y si él se negaba a moverse, lo matarían sin más contemplaciones. Tal vez eso fuera lo mejor; pero conociendo como conocía a Mauricio, no se conformaría con simplemente acabar con su vida de un tiro, sino que lo maltratarían, le golpearían y le harían padecer lo indecible. Se podría defender, pero lo cierto era, incluso en el supuesto de que lograra zafarse de sus garras y escapar, no le valdría al final de nada, pues ellos siempre le perseguirían y le harían pagar las consecuencias de su querer revelarse contra ellos, desobedeciendo a la organización. Lo malo era que ahora no podía recurrir a nadie que pudiera ayudarle. Samara y sus amigos de aquella congregación llamados "Soldados de Dios", habían fracasado en su intento por librarle de aquella satánica organización.
  Sabe Dios cuanto tiempo estuvo allí tirado, cavilando y haciendo mil conjeturas, y pensando en cosas, sin que fuera capaz de encontrar una salida viable a sus problemas; y su tristeza y desesperación no tenían límite.
  El sol entró por el gran ventanal del salón e inundó parte del mobiliario del mismo.
  Hizo un gran esfuerzo y se levantó del sofá. Con pasos lentos y cansinos, se fue hacia la cocina. Con toda la parsimonia del mundo se preparó un té, que comenzó luego a beber a pequeños sorbitos.
  Hizo un esfuerzo sobrehumano diciéndose que tenía que seguir vivo; que era su deber luchar contra viento y marea para continuar en este mundo el tiempo que Dios quisiera. Si moría en la lucha bien, pero nunca debería entregarse sin hacerle frente al enemigo. Todo lo demás sería una cobardía por su parte, pues el sentido de subsistencia debería prevalecer por encima de todo lo demás.
  Terminó envalentonándose, queriendo aceptar lo que el destino le deparara, pero sin renunciar a la lucha, aunque sus posibilidades de __________

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sobrevivir en las actuales circunstancias fueran mínimas.
  Se afeitó y terminó despejándose con una refrescante ducha. Ya eran las nueve y unos minutos de la mañana. Se vistió y con el coche se dirigió a la ciudad. Se pasaría por la librería como si nada hubiese ocurrido; y preguntaría a Ignacio cómo marchaba el negocio. Después iría a desayunar y... aún no sabía lo que haría hasta la hora fatal, en la que tenía que llevar a cabo aquella malévola acción.

  -Buenos días Ignacio -dijo Ricardo tratando de emplear el tono más natural del mundo-. ¿Qué, cómo marcha todo?
  -Bien, bien -contestó éste sin poder evitar que se reflejara en su rostro un gesto de asombro-. No tenía noticias suyas desde hacía mucho tiempo. La señorita Malva me llamó por teléfono hace unos días, y me dio a entender que algo grave le podría haber ocurrido, aunque no me dijo el qué.
  -No se preocupe. No pasa nada. Todo va estupendamente.
  -Yo... no sabía qué hacer. He tenido que decidir. He hecho unos pedidos que... eran libros que unos clientes habían solicitado y...
  -De acuerdo. Has hecho muy bien. Ya hablaremos de eso más adelante.
  -Todo está correctamente anotado -insistió Ignacio queriendo aclarar las cosas-. Igualmente las ventas y los gastos. Y han venido unos señores preguntando por usted que...
  -Vale, vale. Ya aclararemos todas estas cosas. Ahora no puedo, pues debo de volver a marcharme. Siga como va, que lo está haciendo muy bien. Tan sólo quería saber si todo estaba en orden, y no había surgido algún inconveniente.
  -Sí señor. Puedo decir que a mi parecer todo...
  -Bueno, ya volveré otro día. Siga ocupándose como hasta ahora de todo. Lo hace muy bien, de verdad -dijo Ricardo dándole ánimo al joven Ignacio, que se lo agradeció con una amplia sonrisa.
  Ricardo salió de la librería pensando que Ignacio tenía que estar por fuerza mosqueado; pues nunca había ocurrido que él se mantuviera durante tanto tiempo alejado de su negocio, cuando todo el mundo sabía que la librería era para él, lo más importante __________

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en su vida, pues no sólo era su trabajo, sino al mismo tiempo y por encima de todo, su afición favorita por no decir la única, comerciar con libros nuevos y antiguos.
  Desayunó en el restaurante de siempre y deambuló después por la ciudad sin saber bien qué hacer, cómo pasar el tiempo hasta la hora fatídica en la que debería actuar, "hacer su trabajo".
  Pensó en visitar a Malva. Ella debería de saber que él estaba ya fuera, libre de sus secuestradores, y que lo menos que debería hacer era visitarla, o como mínimo llamarla por teléfono diciéndole algo, explicar de alguna manera su amistad con Samara; pues de seguro que le habrían hecho saber, que él había tenido relaciones íntimas con ella.
  Estaba indeciso entre llamarla y anunciar su visita, o presentarse de improviso y ver las reacciones de ellos; pensaba aparte de en su novia, también en Cristian. ¿Qué papel desempeñaría éste dentro de la organización? Pues ya no existía la menor duda de que también él pertenecía a la misma, y que negociaba con drogas.
  Tomó una repentina decisión y optó por ir a ver a Malva. Tenía curiosidad por ver el comportamiento de ella con respecto a él, y oír sus quejas o reproches por lo de Samara.
  Así pues volvió sobre sus pies y se dirigió al garaje. Cogió su coche y se puso en camino, dispuesto a enfrentarse con la todavía su novia y su futuro suegro.
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