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© Rodrigo G. Racero




ENTRE EL BIEN Y EL MAL


CAPÍTULO XI


El recuerdo de todos esos acontecimientos pasados de su vida, había desfilado fugaz, como una película por su memoria. Qué habría pensado Samara de él, de su extraño comportamiento, cuando habló con ella en el "Cisne Negro". Le tenía que aclarar lo sucedido a la mayor prontitud. Dependía de la ayuda que ella y la congregación a la que pertenecía pudieran prestarle. Trataría de ponerse en contacto con Samara lo más pronto posible, aunque debía ser precavido y no levantar sospechas.
  El pleno recuerdo de su crítica situación, le había hundido en una profunda preocupación, sin saber de momento qué actitud tomar.
  Ellos sabían que verdaderamente él había perdido la memoria, pensaba, pues que fueron ellos los que sin la menor duda le llevaron a su casa y le metieron en la cama después de haber pasado aquel, digamos accidente, él podía intencionadamente seguir aparentando que aún no había recuperado la memoria, y así hacer lo que en aquella madrugada intento llevar a cabo: desaparecer de la ciudad, pidiendo ayuda a Samara; pero esta vez no podía dejarse sorprender, debía andar con la máxima precaución. Seguramente estarían vigilándole de día y de noche, tanto en la librería como en su casa.
  Se dirigió, como todos los días, hacia la librería. Ahora ponía extremada atención a todo lo que a su alrededor ocurría; si algún coche seguía al suyo, o cuando iba a pie desde el aparcamiento, si alguien iba tras sus pasos.
  Sobre las diez y media de la mañana, y desde la trastienda del negocio, sabiendo que Ignacio estaba atareado atendiendo a unos clientes, llamó al móvil de Samara.
  -Sí -dijo la agradable voz de ella.
  -Soy yo, Ricardo ¿podríamos vernos?
  -La verdad es que me extraña mucho tu llamada. No sé qué pensar de tu comportamiento últimamente.
  -Todo tiene una explicación. Deberías conocerme lo suficiente como para imaginarte que algo anómalo, fuera de mi voluntad debía estar ocurriendo. Creo haberte dicho que no sabía nada de mi __________

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vida pasada, ha sido hoy, al despertarme esta mañana, cuando he vuelto a recuperar la memoria y soy consciente de mi situación.
  -Perdona querido, yo no quería terminar de pensar que eso fuera cierto, más bien creí que tú intentabas disimular que no me conocías por cualquier motivo que ignoro.
  -Ya te contaré lo que pasó. Me tenéis que ayudar a desaparecer de la ciudad; pero creo que me están espiando, y será difícil contactar con vosotros sin que ellos lo adviertan, y os pueda poner en peligro.
  -Estate tranquilo, lo hablaré todo con Eusebio. Mañana te llamo sobre esta hora, y te diré lo que se haya en tu caso acordado hacer.
  Ricardo no fue capaz de concentrarse en su trabajo. Dejó a Ignacio solo al cargo del negocio, y se marchó sin saber a dónde, ni qué hacer. Deambuló un rato por la ciudad sin rumbo fijo, miraba escaparates, como si buscara algo que tuviera que comprar. Era un intento frustrado de distraer su pensamiento, que indefectiblemente volvía a rondar todo lo concerniente a su situación dentro de aquella criminal organización. Se preguntaba si tendría que tomar algunas medidas, dar algunas instrucciones a Ignacio, quizá a Malva, antes de desaparecer de la ciudad; pues no sabía si su actual estado pudiera de algún modo solucionarse en un futuro no muy lejano, para poder tornar a su vida normal, que últimamente tanto añoraba, y en la que se había encontrado tan feliz.
  Ahora caía en la cuenta que de seguro necesitaría dinero. Se había puesto en las manos, esta vez sí voluntariamente, de esa congregación compuesta por los llamados "Soldados de Dios" a la que Samara pertenecía. Pensó prudentemente que esperaría hasta mañana para ver qué es lo que debía hacer, cómo comportarse, ellos tendrían que saber más que él de estas cosas.
  Hacía ya un buen rato que tenía la desagradable impresión de que alguien le seguía, aunque no lo podía decir con plena certeza; desconfiaba de todo aquel que andaba unos pasos seguidos detrás de él, y miraba a toda persona como un presunto espía.
  ¿Qué pasaría si llagara a decidirse a ir a la policía y contarlo todo? Lo primero que le pedirían serían pruebas de que era cierto lo que contaba, pero él no podía aportar prueba alguna, y lo único que lograría sería despertar la ira de la organización, más que nada la de __________

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Mauricio, que sabía a ciencia cierta que éste le odiaba sobremanera.
  La obsesionante incógnita en su pensamiento era el interés que aquella gente demostraba por su casamiento con Malva. ¿Qué se escondería detrás? No le cabía en absoluto la menor duda, que el esclarecimiento de esa pregunta dilucidaría los motivos por los que él había sido objeto, de que la organización hubiera puesto el punto de mira en su persona. La venta de aquel manuscrito había servido tan sólo, para poder contactar con él y embrollarlo. Naturalmente, como no podía ser de otra manera, él había caído de lleno en la trampa tendida. ¿Cómo poder averiguar la verdad de la por ellos urdida trama? Por más vueltas que le daba en su cabeza, no hallaba la forma de concebir qué poder hacer para llegar a saberlo. Si lograba salir ileso de las garras de la organización, y desaparecía de la ciudad, no llegaría jamás a conocer el motivo, y estaría toda su vida preguntándoselo; por más cosas que se imaginaba y suposiciones que se hacía, no encontraba una razón lógica que pudiera convencerle, dándole un fundamento plausible que le hiciera comprender, la importancia que la organización le daba a su matrimonio con Malva.
  Entró a almorzar, pues ya era hora, y a pesar de que apenas tenía apetito, pensó que debía comer cualquier cosa ligera, a la vez que intentaría distraer su pensamiento de la negra situación por la que pasaba. Inmediatamente tras él entraron dos individuos que se sentaron a una mesa frente a la que él ocupaba; aunque no estaba plenamente seguro, le parecía haberlos visto con anterioridad en su reciente paseo por la ciudad. No sería nada de extraño que estuvieran siguiéndole los pasos. Ricardo creía ver furtivas miradas de aquellos hombres hacia él, quizá fuera sólo imaginación suya, que pretendía ver enemigos por todas partes.
  Salió del restaurante y se dirigió al garaje a por su coche. Miraba a una y otra parte intentando descubrir si alguien le seguía.
  Dio con su coche un gran rodeo por la ciudad, conduciendo por calles que iban en contra de la dirección que normalmente debía seguir para ir a su domicilio. Estaba atento mirando constantemente el espejo retrovisor, por ver si siempre un mismo coche seguía tras el suyo, pero no descubrió nada que le hiciera sospechar tal cosa.
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  Al fin tomó la decisión de ponerse en el camino de su casa.
  Llegó al fin sin haber advertido que nadie hubiera ido tras de él.
  Encendió la tele y se echó en el sofá. Quiso poner atención a las noticias del telediario, pero casi sin advertirlo, cansado como estaba por los últimos acontecimientos, terminó quedándose dormido, con un sueño desinquieto, que le hacía removerse de continuo en el sofá.
  Se despertó súbitamente con un miedo que le invadía el alma. No sabía qué había soñado, nada recordaba, pero una insólita sensación en su ánimo le advertía que su vida estaba en serio peligro.
  Era la misma excitación que había experimentado cuando se despertó, después de aquel mal llamado accidente provocado por Mauricio.
  Miró el reloj de pared, cuyo péndulo se movía incansable, sus manecillas marcaban las ocho y cuarto de la tarde. Se alzó y fue a la ventana. Vio un coche extraño, él conocía todos los coches de sus vecinos, y aquel no era, no pertenecía de seguro a ninguno de ellos. Pudiera ser de alguien que había venido de visita, pensó, mas al fijarse detenidamente vio a una persona en su interior. Esperó un buen rato, pero el tal individuo no se apeaba, permanecía allí, dentro del automóvil. Comprendió que era a él a quien estaba espiando. No volvió a salir de su casa el resto del día, y cada vez que miraba por la ventana, veía allí al coche con el individuo dentro. Pensó que tal vez fuera capaz de despistarlo. Estuvo durante mucho rato madurando un plan: Dejaría la televisión puesta, las luces encendidas, y se descolgaría por la ventana del cuarto de baño que daba a la parte trasera del jardín; podría en la oscuridad de la noche alejarse lo suficiente, para después llamar a un taxi que le llevara a la congregación donde estaban los amigos de Samara que le habían prometido ayudarle. Estuvo varias veces a punto de poner en práctica dicho plan, pero la duda le corroía el alma, ¿y si había otro espía por los alrededores y advertía su maniobra, le seguían y daban con el paradero, por culpa suya, de donde tenían, digamos su acuartelamiento, los llamados "Soldados de Dios"? No quería arriesgarse y terminó desechándolo por miedo a que sucediera tal eventualidad.
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  Se levantó temprano a la mañana siguiente, sin haber podido conciliar bien el sueño, también en parte porque había dormido por la tarde unas cuantas horas. Lo primero que hizo fue mirar por la ventana, como esperaba, el coche permanecía allí con el hombre dentro, sin ninguna duda dispuesto a seguirle en el momento en que él abandonara su casa.
  Se aseó despacio, pensaba en el espionaje de que era objeto; pero era consciente de que no había forma de poder evitarlo.
  Salió de su casa evitando mirar de frente al coche, que sabía iría en breve tras el suyo. Efectivamente, cuando conducía en dirección al centro de la ciudad, vio en el espejo retrovisor como éste le seguía.
  Aparcó su coche en el garaje que tenía cerca de la librería, y anduvo los cinco minutos que había hasta llegar a ésta. Durante ese corto espacio de tiempo, también advirtió que un individuo le seguía. Estaba visto que no le dejaban dar un paso sin ser observado.
  -Buenos días -saludó desde la puerta a Ignacio, que se encargaba de abrir el negocio, y ya estaba allí ordenando unos libros.
  -Buenos días señor -respondió éste amablemente.
  -Ahora vuelvo -anunció Ricardo-. Voy a desayunar.
  Naturalmente la persona que le seguía, continuó tras él y entró también en el bar, prácticamente al mismo tiempo que él.
  Tomó su café y una tostada, de pie. El espía pidió un café, estando en la barra codo a codo con Ricardo. Parecía no importarle lo más mínimo que él se diera cuenta de que le estaba siguiendo, es más, le daba la impresión de que el otro quería que él lo advirtiera.
  Terminó Ricardo su desayuno y volvió de inmediato a la librería.
  No hizo más que llegar y desapareció al instante en la trastienda.
  Se sorprendió así mismo en la faena de estar haciendo como que buscaba un ejemplar determinado, entre aquella cantidad enorme de libros que allí se guardaban. ¿Por qué se comportaba de aquella manera? ¿Temía inconscientemente algo de Ignacio? ¿Pudiera ser éste también un espía de la organización? No se lo podía imaginar. Pensaba no obstante que era mejor, que éste nada supiera de lo que a él le pasaba, y para ello lo más prudente era que nada oyera de su __________

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conversación con Samara.
  Se sentó en un viejo sillón que allí había entre las estanterías repletas de libros y llamó, pues estaba impaciente, viendo que ella no hacía la llamada acordada.
  -Sí -la agradable voz de Samara se dejó oír.
  -Soy yo, Ricardo. ¿Habéis acordado algo? -Ha sonado el móvil justo cuando te iba a llamar. Sí, pon atención: A las once en punto sale de la librería. Dos hombres se acercarán a ti, y harán como si te secuestraran. Tú te dejarás llevar hasta un coche que partirá hacia un determinado lugar. Eso es de momento todo. Ya nos veremos y hablaremos de la próxima táctica a seguir.
  -Lo más seguro es que nos sigan, pues que todo el tiempo andan tras mía espiándome -dijo Ricardo.
  -No te preocupes, tú haz sólo lo que te he dicho. Todo saldrá bien. Un beso y hasta pronto -dijo Samara y cerró el teléfono.
  Ricardo esperó aún un instante, y cogiendo un libro al azar volvió con él al mostrador, donde Ignacio atendía a un cliente.
  -Perdón -dijo con una amable sonrisa; y dirigiéndose a su empleado le comunicó-: He de marcharme ahora. Probablemente no pueda regresar. Encárgate de cerrar y abrir por la mañana.
  -De acuerdo señor. No se preocupe.
  Tras consultar su reloj, salió Ricardo con pasos decididos de la tienda. Apenas había andado un par de metros por la acera, cuando dos corpulentos hombres con aspecto de matones, lo cogieron en medio, casi lo llevaban en volandas, y sin que mediaran palabra alguna, en un santiamén, lo metieron en un coche que ya permanecía con la puerta abierta esperando, todavía no habían acabado de subir al vehículo, cuando partió éste a toda la posible velocidad que permitía las concurridas calles y el gran tráfico existente del centro de la ciudad.
  Casi al mismo tiempo otro coche, cuyos ocupantes habían advertido la maniobra, partió tras el primero a no menos velocidad. Con arriesgadas maniobras ambos coches atravesaron la ciudad y salieron a la autopista.
  Un tercer coche, en el que antes nadie había puesto atención, siguió en persecución de los dos primeros, desembocando __________

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igualmente en la autopista tras ellos.
  Ricardo, que estaba sentado en el asiento trasero, se incorporó y mirando por la ventanilla trasera comentó:
  -Como me imaginaba, no creo equivocarme si digo que nos están siguiendo.
  -Relájese y no se preocupe lo más mínimo -dijo el robusto hombre al lado suyo.
  Continuó la persecución por la autopista a una velocidad moderada.
  Los ocupantes del coche donde iba Ricardo, parecían aceptar de buen grado el seguimiento del otro coche sin más preocupación.
  Pasado que fueron unos diez minutos de, digamos tranquila persecución, salió de la autopista el coche en cuyo interior se encontraba Ricardo. Tras sus ruedas siguió, como no era menos de esperar, el auto que todo el tiempo había sido su sombra. También se sumó al seguimiento de ambos coches, aquel otro misterioso tercer automóvil.
  Los coches rodaban ahora por una carretera de doble tráfico.
  Repentinamente, el tercer coche adelantó, en una arriesgada maniobra, pues estaba cerca una curva sin visibilidad alguna, y se interpuso entre el que estaba ocupado por Ricardo y el que le perseguía, dando un fuerte frenazo a la vez, y obligando al otro igualmente a un frenado desesperado, al tiempo que instintivamente, y para evitar el choque, giraba el volante a la izquierda, quedando atravesado en la calzada. Otro coche que circulaba en sentido contrario, apareció por la curva, y sin posibilidad de reacción por lo inesperado del caso, no pudo evitar, a pesar de haber frenado en el último momento, colisionar con él.
  En ese instante, el coche donde iba Ricardo se puso a una velocidad desmesurada, peligrosa, así como también el coche responsable del accidente ocurrido, que fue tras ellos.
  Unos minutos más tarde, los dos coches se desviaron por una carretera de tercer orden. Algo como un cuarto de hora después, entraron por un carreterín que atravesaba un apartado soto, donde pararon. Bajaron todos los ocupantes de ambos coches y se pusieron en camino.
  -¿Adónde vamos? -preguntó Ricardo, nadie le contestó, uno de __________

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ellos le miró, y poniéndose el dedo en los labios, le dio a entender que no hablara y guardara silencio.
  Anduvieron durante unos cinco minutos, hasta que avistaron una camioneta aparcada al lado del camino, entre los árboles. Un hombre con aspecto de campesino bajó de ella y sin que mediara palabra alguna, entregó un gran saco al que parecía llevar el mando del grupo que componía los ocupantes de los dos coches. Éste sacó y repartió entre todos los que habían llegado, ropa de vestir usada, propia de gente que trabajaba en el bosque, o en el campo.
  Se cambiaron todos, Ricardo también, por supuesto, con aquellas prendas, manteniendo el tácito mutismo, y continuaron el camino subidos en la más que algo destartalada camioneta.
  Ricardo apenas podía soportar aquel silencio impuesto al parecer a rajatabla, ni le encontraba el sentido. ¿Por qué no le decían a dónde le llevaban? No sabía bien porqué, pero no se atrevía a pronunciar el nombre de Samara, quizá por un exceso de precaución por su parte; pero lo cierto era que ardía en deseos de verla, y que ella le explicara a qué conducía toda aquella operación llevada a cabo por aquellas para él desconocidas personas.
  Naturalmente que era consciente de lo sucedido; se dio cuenta de que ellos habían eliminado a sus perseguidores con una arriesgada maniobra, pero, ¿qué pasaba ahora? ¿Cómo continuaba aquella extraña aventura?
  El viejo vehículo que era la camioneta, salió de aquel escabroso y accidentado terreno por el que iba dando tumbos, a una carretera relativamente bien asfaltada.
  Su pensamiento era un torbellino de ideas confusas que no lograba dilucidar. ¿Qué pasaría de aquí en adelante con él? Si lo pensaba detenidamente, caía en la cuenta de que nada había hecho, ni predispuesto, para asegurarse un futuro en una posible nueva vida, si de verdad alcanzaba esa hipotética meta. La incertidumbre le agobiaba y le hacía dudar: ¿No se habría precipitado al entregarse a ciegas en manos de aquella congregación a la que Samara pertenecía, y de la que él realmente nada sabía, nada que le hiciera tener un conocimiento profundo y verdadero de sus ideales y buenas intenciones? Era consciente de que su situación no era para __________

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nada halagüeña, que estaba perdido, o a disposición de dos fuerzas encontradas, en la que él era poco menos que una marioneta entregado al movimiento de los hilos que manejaban los personajes de una u otra parte. Se torturaba la mente pensando en un futuro para él incierto y negro; luego intentaba calmarse dándose respuestas convincentes de que Samara y los suyos eran personas en las que se podía confiar.
  Abstraído como estaba en sus cavilaciones, apenas había advertido que la camioneta se había parado ante una casa de aspecto rustico, como de gente campesina, de pocos recursos económicos.
  Ricardo bajó como todos los demás de la destartalada camioneta, tenía todos los huesos de su cuerpo doloridos por el incesante traqueteo de ésta durante todo aquel camino irregular y lleno de socavones.
  Aquella casa, al parecer alejada del mundo civilizado, estaba vacía, quizá abandonada, se dijo para sí Ricardo, pues que no tenía el aspecto de estar habitada, ya que nada había allí que así lo diera a entender.
  Entraron en ella, y como Ricardo había pensado, su aspecto era deplorable: Polvo había por doquier, olía mal, suciedad y desecados excrementos que pudieran ser de animales salvajes, se advertían por una y otra parte. Muebles antiguos de mala calidad y deteriorados ocupaban las más bien exiguas estancias.
  Aquel que había mandado callar a Ricardo habló por primera vez para anunciar:
  -Bien, hemos al fin arribado a nuestro destino. Todos estamos sanos y salvos; hemos salido ilesos, y eso es lo importante -miró su reloj de pulsera y continuó hablando-. En unos minutos vendrá alguien a recogernos. Usted -dijo dirigiéndose a Ricardo- se quedará aquí con este hombre -y señaló al que había venido conduciendo la camioneta-. Los demás nos marcharemos, pues nuestra misión está cumplida.
  -¿Cómo dice, he entendido bien? ¿Pretenden dejarme aquí, en este inhóspito lugar? ¡Pero cómo es posible! ¿Qué hago yo en un sitio como este? -dijo Ricardo sorprendido y fuera de sí.
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  -No se preocupe, ni tenga miedo -le quiso apaciguar el que por lo visto llevaba la voz cantante-. No será por mucho tiempo. Debe comprender que es por su bien, por su seguridad.
  -Pero es que yo... -Ricardo quiso iniciar una nueva protesta, mas tuvo que reconocer en última instancia que no tenía argumentos válidos para oponerse; él había pedido ayuda a aquella gente que se la estaban dando, incluso con riesgo de sus propias vidas, y no le quedaba otra alternativa que aceptar sus decisiones.
  -A no tardar mucho -dijo el hombre con tono tranquilo y convincente- alguien se pondrá en contacto con usted. Entonces tendrá la posibilidad de exponer todos sus argumentos, que se tratarán de resolver de la mejor manera; no le quepa la menor duda.
  Procure ahora descansar en la medida de lo posible. Aunque me temo que antes tendrán que hacer aquí un poco de limpieza -terminó diciendo con una amplia sonrisa, que quiso ser confortadora.
  Fuera se oyó el peculiar ruido del motor de un coche.
  -Creo que ha llegado el momento de decirnos adiós. Le deseo lo mejor en su futuro -dijo amablemente el hombre tendiéndole la mano, que Ricardo estrechó a la vez que murmuraba unas palabras de agradecimiento.
  Todos los demás se despidieron igualmente con un apretón de mano, sin que mediaran más palabras.
  -Bien -dijo Ricardo queriendo darse así mismo ánimo, y dirigiéndose también a aquel que habíase quedado allí con él-, pongámonos manos a la obra y hagamos aquí un poco de limpieza.
  El individuo aquel para nada abrió la boca; pero salió de la casa y al poco volvió con un cubo y todo lo necesario para hacer una limpieza. Entregó una escoba a Ricardo, en tanto él se dedicaba a otra tarea.
  Durante todo el tiempo que estuvieron dedicados al menester de poner limpia y en orden la casa, permanecieron ambos hombres en un silencio absoluto.
  Cuando dieron por finalizado el trabajo dedicado a la casa, dijo, hablando por primera vez el que estaba de compañero de Ricardo:
  -Creo que va siendo hora de preparar algo de comer.
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  -Sí -respondió Ricardo-, hace tiempo que el estómago me avisa que debo de echarle algo; pero, ¿hay aquí algo que comer?
  El hombre aquel no contestó, pero salió de la casa y fue directamente a la camioneta, de donde tornó con dos, al parecer pesadas bolsas, que Ricardo suponía debían contener alimentos.
  -Aquí tenemos comida para un par de días -comentó al entrar-. ¿Sabes cocinar?
  -Lo siento, pero de cocina debo confesar, que no tengo la más ligera idea. Así que no te puedo ser de gran ayuda.
  -Me imagino que pelar unas patatas sí que podrás.
  -Nunca lo he hecho, pero si es necesario lo intentaré.
  -Me pregunto, ¿qué clase de vida habrás llevado hasta ahora, que no te has visto nunca en la necesidad de tener que hacerte de comer? Creo que el hombre debería saber hacer de todo un poco.
  -Debo reconocer, ahora me doy cuenta, que era una vida agradable, exenta de verdaderas complicaciones; tan sólo las peculiares del trabajo diario, en realidad pequeñeces. Puedo afirmar que era feliz.
  -Sí, es verdad, uno aprende a apreciar las cosas cuando las pierde.
  -Yo me llamo Ricardo, ¿y tú?
  -Nosotros, quiero decir todos los que componemos la congregación, no tenemos nombres, por lo menos no como vosotros. Si quieres saberlo, yo soy E.4.
  -¡Ah, sí, ya lo había oído! Conozco a M.E.5.
  -Sí, sé quién es, una chica muy guapa.
  -Pero vuestro jefe sí tiene un nombre, como todos los mortales.
  -Seguro que te refieres a Eusebio. En realidad todos tenemos nuestro nombre civil, por así decir, pero dentro de la congregación somos llamados siempre por nuestra clave, así evitamos posibles identificaciones por terceros. En todos los papeles o documentos somos nombrados de ese modo. Tú dices llamarte Ricardo, aún pues no te han dado tu clave.
  -Yo no pertenezco a la congregación.
  -Te equivocas. En el mismo instante en que has tomado contacto con nosotros y recibes nuestra ayuda, pasas a formar parte nuestra. ¿No lo sabías?
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  Ricardo quedó sorprendido al oír tal afirmación. No es que le pesara unirse a aquella gente, que por lo visto trataban de hacer el Bien ayudando al que lo necesitaba; pero pensaba que lo correcto era dejarle a él la decisión última, de dar su conformidad de entrar o no a ser miembro de la misma. Se extrañaba de que Samara nada de eso le hubiera dicho, y pensó que en eso era igual a la organización, a la que él también pertenecía sin haberlo solicitado.
  Se sentaron a la mesa y degustaron la comida que E.4. había preparado, acompañándola con una buena copa de vino tinto.
  -¿Hasta cuando crees que debemos estar aquí? -preguntó Ricardo.
  -¿Qué tal la comida? -quiso saber el hombre llamado E.4.
  -Debo reconocer que está muy buena; la has hecho muy bien. ¿No quieres contestarme a la pregunta?
  -No puedo responder a aquello que ignoro. Supongo que vendrá alguien a hablar contigo mañana, quizá pasado mañana; pero la verdad es que también puede que el que sea, se tarde unos días en venir. ¿Quién lo sabe? -dijo encogiéndose de hombros-. Todo es posible, dependerá, supongo, de ciertos factores, los cuales yo desconozco. Tómatelo con calma. La vida es transitoria, y lo mejor es permanecer en lo posible frío, ante todo extraño acontecimiento por muy negativo que se nos presente.
  -Seguramente tienes razón en tu apreciación de las cosas; pero yo no puedo por menos que desesperarme. Es un cambio repentino, brusco; de una brutalidad rayana en la locura.
  -Créeme que te comprendo perfectamente, pero ahora no tienes otra alternativa que intentar adaptarte, aceptando tu presente situación.
  -Sí, no me cabe más remedio que hacerme cargo de la dura realidad del momento que atravieso. De lo que sí tengo mis dudas, es si podré salir ileso de esta.
  -¡Sí, hombre! No te amilanes, lucha, que siempre hay un resquicio, por pequeño que sea, por donde poder escapar.
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