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© Rodrigo G. Racero




LA ANTESALA DE LOS MUERTOS


CAPÍTULO 9


Pasaron unos días en los que Daniel intentó por todos los medios posibles a su alcance, acercarse a Tania con la intención de conversar con ella y proponerle el trato que se había imaginado para ganar su favor; pero no le fue factible, pues ella siempre se mostraba esquiva. No había podido averiguar dónde se hallaba José, era para él un misterio que éste hubiese desaparecido tan de repente, sin dejar rastro alguno. Tomó la decisión de ir esa noche a visitar a su amigo Salomón, quería confesarle lo que pasaba en su interior, el cambio que iba notando se formaba en su carácter, en su modo de comportarse, la seducción de que era víctima por ese amor desmesurado que profesaba a Tania, y que le torturaba el alma, y del que apenas podía librarse, tener descanso en algún momento del día o de la noche. Tal vez él tuviera una explicación.
Oyó una conversación que mantenían dos individuos que estaban sentados a una mesa cercana a la suya, a la hora de la cena. Decía uno:
-Creo que hay una gran trifulca entre Miguel y Tania, la chica se ha encaprichado ahora de José; pero el padre se niega a que estén juntos, y eso a ella la pone furiosa.
-Sí, esta joven es un problema, y siempre lo será.
Daniel no quiso oír más, y para no levantar sospechas, incluso se levantó y se fue a su habitación, no quería que en ningún momento alguien desconfiara de él por ningún concepto.
Esperó en su habitación a que estuviera avanzada la noche. En tanto aguardaba intentó leer; pero le fastidiaba la lectura, lo cual era otra de las anomalías que advertía le estaba ocurriendo.
El sueño empezaba a vencerle. Hizo un esfuerzo por despejarse y se enjuagó la cara con agua fría. Apagó la luz y se marchó sigilosamente camino de la cabaña donde se refugiaba su amigo.
Pensó  que  quizá  Salomón  estuviera  durmiendo;  pero  enseguida cayó en la cuenta  de que en  realidad  él  era  un  espíritu y estos no
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necesitan dormir. El camino se le hacía largo. La noche era serena, no hacía apenas viento, la leve brisa no bastaba para agitar las desnudas ramas de los árboles. Las hojas estaban ya caída y formaba un manto que cubría el camino que llevaba a la casucha de su compañero. La plateada luna en el cielo debería recordarle que él, Daniel, tenía por fuerza que encontrarse en su mundo, no obstante parecía que no lo estaba. Si toda esta gente, se decía, de este maldito pueblo son espíritus. ¿Qué era él? ¿Era sin ser? ¿Estaba sin estar? No había manera de que su mente terminara de asimilar tal situación, por la sencilla razón de que eso era un despropósito.
Al fin diviso un tanto confusa en la noche, la silueta de la algo destartalada cabaña de Salomón. Golpeó con fuerza en la puerta y ésta se abrió por sí sola.
Llamó quedamente el nombre de su amigo y no recibió respuesta alguna ni le vio. No sabía qué hacer. ¿Dónde estaría? Se decidió a esperar un rato y se sentó en el sillón, en el que se hubo quedado dormido cuando estuvo allí. El tiempo pasaba. El silencio era absoluto, y muy a su pesar los ojos se le cerraban, hasta que terminó quedándose también esta vez dormido.
Se despertó de golpe, le parecía haber sentido chirriar la puerta. No sabía si era el viento que se había alzado, o alguien entraba en la barraca; se alzó al advertir dos sombras en el vano de la puerta, y gritó queriendo ahuyentar al miedo:
-¿Quién hay ahí?
-¡Ah, tú eres! -respondió una voz en la que Daniel reconoció a Salomón; pero ignoraba quién sería su acompañante.
-Seguro que has venido porque tienes algo importante que comunicarme.
-No sé si será relevante para ti, lo que tengo que decirte; pero más que nada quisiera hablarte de mí particularmente, pero a solas.
-Puedes hablar con tranquilidad, la aquí presente es de confianza, y tú la conoces.
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Daniel agudizó la vista tratando de reconocer de quién se trataba, pero no pudo apreciar en la oscuridad la persona que fuera.
-Tan poca impresión te he causado que no me reconoces -dijo una voz femenina que Daniel creyó identificar con la amiga de Tania.
-Carmen, ¿eres tú? -preguntó.
-Vaya, veo que por lo menos de mi nombre te acuerdas.
Los ojos se le fueron haciendo a la oscuridad y vio a una chica sonriente, y un hombre con gesto de preocupación.
-Cuéntame primero lo que hayas observado -demandó Salomón.
Daniel se dejó caer de nuevo en aquel viejo sillón, y los otros se sentaron en el destartalado camastro.
-Ignoro si tendrá algún valor para ti lo que he oído comentar a dos parroquianos en el restaurante, decía uno que Tania y su padre están a las malas, porque éste no la deja tener relación con José, y el otro respondía que la joven era, o se estaba convirtiendo en un problema.
-Sí, creo que Tania padece una complicada situación de verdadero desconcierto. Aún no ha madurado su estancia aquí; no se ha tranquilizado. Por así decir, su conciencia no ha llegado todavía a la adaptación plena del nuevo estado en el que se encuentra -dijo Carmen, que al parecer la conocía mejor que nadie, ya desde la vida anterior terrestre.
-Suele pasar a veces, cuando la muerte se produce estando bajo un fuerte trauma emocional -quiso aclarar Salomón.
-¿Qué le pudo haber pasado en su anterior vida? -preguntó Daniel mirando a los otros.
-Yo lo sé, pero dudo si te interesaría saberlo -opinó Carmen.
-Cuéntamelo por favor, pienso que debería saberlo -dijo Daniel.
Carmen miró a Salomón como pidiendo la aprobación de éste, que a su vez observó a Daniel detenidamente antes de decir nada. Al fin asintió con la cabeza al tiempo que comentaba:
-Sí, quizá sea mejor que lo sepa.
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-Pues veras, según he logrado saber ella mato a su padre, le clavó un cuchillo en el corazón, después de una más que agria disputa habida por el caso, de que su novio, al que amaba locamente, muriera como consecuencia de una sobre dosis de heroína que le diera el padre, que traficaba con drogas. Tras el parricidio, ella huyó despavorida al ver lo que había hecho. Subió a su casa y se arrojó por el balcón a la calle, y murió horas más tarde en el hospital.
-¡Dios mío, nunca hubiera podido imaginar tal cosa! -empezó a decir Daniel, y Salomón instó a Carmen diciendo:
-Cuéntale todo lo acontecido.
-Ahora viene la parte que más te atañe a ti directamente: Resulta que el novio de Tania en la vida terrenal, eras tú; un poeta fracasado, un escritor sin talento que decidió poner fin a su vida; pero que ha vuelto a la vida terrenal en una brevedad de tiempo relativamente corta. Tania ha de cualquier manera manipulado los hilos para hacerte aparecer aquí, a pesar de que tú aún no estás muerto.
-Eso es en absoluto increíble. Yo nada sé ni recuerdo haber sido nunca novio de nadie; además, ¿cómo puedo estar aquí si tú misma dices que no estoy muerto?
-Eso es lo extraño -habló Salomón-, y tenemos que averiguarlo.
-Otra cosa es todavía para mí más misteriosa  -siguió diciendo Daniel-; si ella me ha traído aquí, sea por el medio que sea, ¿cómo es que ahora me rechaza?
-No estoy muy segura -dijo Carmen-; pero a eso creo tener también una respuesta: Seguro que te recuerdas cuando todos estuvimos juntos con la señora Angustia, pues fue en ese extraño rito, el momento en el que la bruja efectuó el cambio de tu alma con la de José. Pienso que así se lo ordenó Miguel, el que en la vida fue padre de Tania.
-Ahora empiezo a comprender lo que me ocurre, y lo que había venido a comentar contigo, por si me podías dar una explicación __________

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que me ayudara -manifestó Daniel-. Debo confesarte que estaba dispuesto a traicionarte; decirle a Tania lo de nuestra amistad, que la había observado en el bosque, y que nada, ninguna cosa me importaba con tal que ella me permitiera amarla.
-Claro -comentó Carmen-, ella se interesa tan sólo por José, que tiene tu alma; pero José ya no la quiere, porque tiene la tuya.
-Todo esto es demasiado complicado para mí -admitió Daniel-. Si aquí, en esta dimensión todos existen sin cuerpo, ¿de dónde se han podido cambiar mi alma y la de José, quiero decir, dónde se cobijaban ambas?
-En este lugar no hay vida biológica, ya te lo he comentado con anterioridad. Todos somos espíritus; pero todos continuamos manteniendo nuestra alma, ésta es ese "yo íntimo" del espíritu de cada uno de nosotros -vino a clarificar Salomón-; por eso Tania aunque ve el espíritu reconoce en él tu alma y te identifica. Podemos decir que el que está aquí no es completamente Daniel, ni tampoco José.
-Precisamente porque seguimos conservando el alma, es por lo que sentimos y padecemos, tanto las penas como las alegrías; si no fuera así, no podríamos saber nada del Bien y el Mal. Si el alma vuelve a la vida terrenal después de haber pasado por este mundo, no recordará nada de su estancia aquí -quiso explicar también Carmen.
-Yo sólo sé que siento una ardiente pasión por Tania, que me corroe el alma y no me deja vivir; por ello comprendo a José, cuando estaba enamorado de ella.
-Tenemos que actuar para intentar conocer el paradero dónde tengan retenido a José. Hay también que indagar el motivo por el cual ha sido posible, que tú te encuentres aquí -dijo Salomón poniendo decisión y contundencia en sus palabras.
-Se tiene que suponer que a Daniel le ha sucedido algún percance. Es posible que esté enfermo; de cualquier manera no debe de estar __________

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consciente en su mundo, cuando lo está en el nuestro -razonó Carmen y tuvo la aprobación de Salomón.
-Sí, supongo que es lo más creíble, y para intentar saberlo debes hacer una visita por los hospitales de la ciudad. Comprueba si hay algún Daniel que sea el nuestro, y que esté ingresado por algo grave que le haya acontecido, y esté inconsciente -dijo, más bien pareció que ordenó Salomón a Carmen-. En tanto yo acometeré la tarea de hallar el lugar dónde ocultan a José.
Daniel oía hablar a los dos como si estuviera viendo un teatro, o una película donde dos actores mantenían un diálogo; las voces se le fueron haciendo cada vez más lejanas, y terminó quedándose nuevamente dormido en aquel destartalado sillón.
Cuando despertó era ya bien entrada la mañana y se vio solo. No sabía si había soñado, o era cierta la conversación tenida con Salomón y Carmen. Su estómago le anunciaba que era hora de desayunarse. Dudaba entre buscar allí algo que comer, o marcharse al restaurante. Al fin optó por ponerse en camino, todavía podía llegar a tiempo de que Tania le sirviera un desayuno caliente. En el futuro debía de andar con mucha precaución. Tenía que luchar con todas sus fuerzas para resistirse a la pasión que sentía por aquella hermosa chica, era bueno para él el que ella no le quisiera ahora, así le resultaba más fácil no caer en la tentación de entregarse voluntariamente a sus designios, porque él sabía que si ella quisiera, y aunque fuera mentira, podía atraerle con que solamente se lo propusiera, y lograr de él todo cuanto deseara.
Entró en el restaurante, que como de costumbre estaba casi vacío, y se sentó, esperó a que Tania apareciera, sabía que no tardaría mucho en hacer acto de presencia. Efectivamente, a los pocos minutos estaba delante de él.
-Vaya, parece que se te han pegado las sábanas esta mañana -dijo al tiempo que miraba a Daniel con aquellos inmensos y profundos ojos negros que a él ahora tanto le fascinaban.
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-Te equivocas, me he levantado temprano, he estado dando un paseo y me ha pasado una cosa muy curiosa, a la que no soy capaz de darle ninguna explicación coherente.
-¿Cuál es esa cosa? -preguntó Tania, y en su faz se le apreciaba la curiosidad.
-Iba andando tranquilamente, abstraído un tanto con la pregunta de cuándo me sería posible partir para la ciudad; cuando volvería a salir el maldito autobús, y de repente me encontré en un lugar para mí por completo desconocido, en el que nunca antes había estado. No le di de momento mayor importancia, sencillamente no conocía aquel sitio, pero al volver una esquina me hallé en una calle por mí arto conocida, una calle de la ciudad por la que yo suelo pasear. ¿Sería posible que sin advertirlo hubiese llegado caminando hasta la ciudad, con lo lejos que estaba? No sabía si sorprenderme o alegrarme al verme fuera del pueblo, mas mi sorpresa no tuvo límite cuando al torcer para otra calle, me vi en un sitio del pueblo por mí bien conocido, la plaza de la fuente del unicornio, desde allí vengo, y quisiera poder desayunar.
-Debes de consultar con la mayor brevedad a un médico, ya que padeces alucinaciones, como cuando vistes a Roberto muerto.
-Quizá tengas razón y debiera hacerlo. ¿Dónde tiene el médico su consulta?
-Lo siento, pero el doctor murió hace un tiempo, y aún no nos han mandado otro. Tendrás que esperar hasta que vuelvas a la ciudad, después de todo, tampoco es una cosa muy grave, si acaso es graciosa, ¿no te parece?
-Volver a la ciudad es lo que más deseo, créeme; pero, ¿de qué forma? ¿Cómo? ¿Me lo puedes decir?
-Si no quieres esperar al autobús, podrías irte andando, alguna vez llegarás, seguro -y al hablar había una burlona sonrisa en su bello rostro, que a Daniel desesperaba.
-Tú sabes que lo he intentado, y me ha sido imposible -dijo Daniel y añadió-. ¿Puedes traerme al fin algo para desayunar?
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-Sí hombre, no te me vayas a morir de hambre -comentó, y casi se reía a carcajadas, a la vez que se alejaba hacia la cocina.
Se hallaba Daniel, después de haber desayunado, nuevamente en su cuarto, tumbado en la cama, cavilando sobre la peculiar situación de su vida: Estaba rodeado de extraños personajes, que hasta hacía poco tiempo eran para él completamente desconocidos. Tenía la sensación de que su muerte colgaba y dependía de un débil hilo, que oscilaba como el péndulo de un reloj, y que señalando las agujas una determinada hora, acabaría y entraría en el reino de la oscuridad más absoluta. Si daba no obstante crédito a todo lo que estaba experimentando, con todos esos seres que le rodeaban y que decían ser los espíritus de personas muertas, la vida continuaba en el más allá; una vida inmaterial, llena sólo de sentimientos. Unos adversos, inicuos, abyectos y malvados espíritus, alineados con Satán, en la parte absoluta del Mal; y otra fuerza positiva de espíritus que se identificaba con el Bien eterno de la bondad de Dios, que mantenían allí una eterna lucha. Entonces no era únicamente una dimensión sombría y tenebrosa, sino que todavía se mantenía la esperanza de alcanzar la paz y la bienaventuranza del Creador, por la que se debía de seguir luchando.
A veces pensaba que tal vez estuviera enfermo, y en su delirio se le presentaba, o él se imaginaba ese espacio irreal en el que se veía viviendo. El hombre es prisionero de su propio pensamiento, y está integrado en el mundo que le rodea, no sólo en el mundo físico- material, sino que también en el psíquico-espiritual. No puede ser de otra manera, ya que es incapaz de salirse de su propia subjetividad, de la dimensión en la que le es dado estar. Podrá especular en infinitas direcciones, pero siempre dentro de la parte del cosmos que le es conocido, que le es familiar, y en el que se mueve y mora. ¿En qué parte del universo se hallaba la dimensión en la que ahora parecía que habitaba, en qué tiempo se movía? El universo no tiene principio ni tiene fin, se decía, el tiempo del universo es el tiempo del infinito, el tiempo que los seres tienen como real en la vida y en __________

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la materia es un tiempo relativo, el verdadero tiempo de lo eterno es una constante infinita. Todo tiene un principio y un fin dentro del universo; pero éste, el universo mismo, no tiene principio ni fin, siempre está, estuvo y estará; es cambiante su composición de la materia que en él se mueve, su contenido vivo de las cosas y de los seres que se procrean, siendo todo en su interior vida y movimiento por lo eterno, porque lo infinito es uno con Dios mismo.
Pasaron unos días durante los cuales Daniel, que aunque sabía que no obtendría respuesta adecuada, preguntaba siempre cuándo saldría de nuevo el dichoso autobús, más que nada lo hacía para que nadie sospechara que él, ya estaba enterado de que se encontraba en la antesala de los muertos y que la única posibilidad de salir de allí, era recuperar el sentido, y despertar a la vida orgánica de su ser, que aún no debía de estar muerto.
No tenía noticias de Salomón y empezaba a preocuparse un tanto. ¿Habría ya expirado también él y no lo sabía? No debería ser así, pues que no podía morir sin haber antes recuperado su alma, y al parecer ésta estaba en el espíritu de José.
Dejó pasar un par de días más, y cuando ya estaba decidido a ir a la casucha aquella donde Salomón se encontraba, se presentó Carmen una mañana en el restaurante, cuando estaba desayunando, se hizo la sorprendida al verle y le saludó con una alegre sonrisa y le preguntó:
-¿Pero cómo, todavía estás tú aquí?
-Como lo ves, no he tenido la más mínima posibilidad de poder marcharme de este pueblo, y no es porque no lo haya intentado; pero no hay aquí ningún medio de transporte. A propósito, ¿cómo has venido tú? Porque supongo que vienes de la ciudad.
-Un amigo de mi padre, que iba con la camioneta a otro pueblo, me ha hecho el favor de traerme pasándose por aquí. ¿Qué pasa con el autobús?
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-Está averiado -dijo Tania apareciendo de pronto por detrás de Carmen-. Creo que tiene el motor roto. ¿Se puede saber a qué has venido?
-Me parece notar por el tono de tu voz, que no te agrada mi presencia.
-Nunca hemos sido muy buenas amigas. Digamos que sólo nos hemos soportado.
-Pues aunque no te lo creas, he tenido deseo de veros a todos. Hace días que no me encuentro con José; pensé que estaría aquí, ya que en la casa donde él vive en la ciudad, hace tiempo que nadie nada sabe de él, ni tampoco en su trabajo.
-¿Y qué me cuentas a mí, soy acaso yo su niñera? -dijo Tania con gesto de mal humor y bastante airada.
-No entiendo por qué te irritas, nada te he dicho para ello -le contestó Carmen, y añadió-, pudiera ser que tú supieras algo.
-Ni lo sé, ni me interesa.
-Vaya, pues yo he oído decir todo lo contrario, parece ser que has dejado de interesarte por Daniel, y todos tus desvelos se concentran ahora en José -se veía que la intención de Carmen era sacar de sus casillas a Tania.
-Estás equivocada, o te han informado mal, querida. A mí no me importa nadie, y menos por supuesto ningún hombre.
-Perdona que te diga que me extraña; pero si tú lo dices, será verdad; siempre pasan cosas raras.
Tania tenía la cara descompuesta, su enojo era evidente. Daniel pensó que lo mejor sería interceder antes de que la cosa fuera a más, así pues dijo:
-Carmen, por qué no damos un paseo y visitamos a la señora Angustia, quizá ella sepa algo de José.
Carmen pareció comprender la intención de Daniel, y aceptó diciendo:
-Con mucho gusto. Creo que es mejor que nos vayamos.
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-Estarás contenta -dijo Tania cuando ya los dos salían-, has conseguido lo que pretendías.
-¿Qué ha querido decir? -preguntó Daniel más tarde a Carmen.
-Supongo que a ella, a pesar de que ya no te desea, le molesta que estés conmigo, eso es todo.
-Quisiera preguntarte algo que me obsesiona y me intriga desde que supe por Salomón que vosotros todos sois espíritus, y que yo os veo con mi imaginación; desearía saber cómo era Tania cuando vivía, pues la que yo admiro ahora, es de seguro la que ha formado mi fantasía.
-Pues qué quieres que te diga; ignoro cómo tú la ves; pero la verdad es que era una chica muy guapa, de las que los hombres vuelven la cara para mirarla, ya que tenía también una hermosa figura.
-Su belleza  es  alucinante  -dijo  Daniel  algo  embelesado-.  Bueno, -reaccionó-, dejemos eso ahora. Dime, ¿has conseguido averiguar algo sobre mi persona en la vida real?
-Tú te encuentras en coma profundo -le confesó Carmen-. Son unos aparatos los que mantienen tus funciones vitales activas. Por lo visto tuviste un accidente, una moto te atropelló según he podido saber. Tus padres van siempre que pueden al hospital a ver cómo te encuentras; pero casi nadie da nada por tu vida. Los médicos apenas tienen esperanza de que te salves. Parece que si llegaras a recuperarte, sería un verdadero milagro.
-Vaya, no es nada de halagüeño lo que me pintas -comentó Daniel, y se le quebró la voz.
-No te preocupes; lo cierto es que aquella vida no es tampoco nada mejor que esta forma de ser. De todas maneras, más tarde o temprano todos tenemos que seguir el mismo proceso.
-Comprendo que entristecerse no arregla nada. ¡Que sea lo que Dios quiera! Así tendré que aceptarlo. ¿Crees que debiéramos ir de verdad a ver a la señora Angustia?
-No sé si sería conveniente. Quisiera antes saber lo que opina Salomón. Venía a decirte que esta noche nos debemos reunir en su __________

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chabola; supongo que algo habrá descubierto sobre el paradero de José, y querrá hablarlo con nosotros.
-Lo decía tan sólo porque si no vamos, Tania se enterará y podría dar lugar a que ella se imagine, que ya sabemos dónde está José, pero si le preguntamos a la señora Angustia, creerá que aún no sabemos nada de él.
-Es posible que tengas razón. Vamos pues.
Tomaron el camino hacia la pequeña tienda que la obesa señora tenía en aquella empinada calle. Tuvieron suerte, pues vieron que la vieja bruja o curandera, cerraba la puerta y se disponía a marcharse en ese instante.
-Hola señora Angustia -llamó Carmen-, espere un momento.
-¿Qué pasa? -dijo mirando extrañada la aludida.
-Nada de particular; únicamente queríamos preguntarle si por casualidad sabe dónde se encuentra José.
La mujer pareció sorprenderse, y tras un momento de duda demandó:
-¿Por qué me preguntan a mí?
-Por nada determinado, pudiera ser que le hubiera visto; hubiese venido aquí a comprar tabaco o algo así -le contestó Carmen.
-No, para nada, no le he vuelto a ver desde el día en que todos estuvisteis en mi cabaña, en el campo. A propósito, quería preguntaros si se han solucionados vuestros problemas amorosos.
-Quizá se hayan complicado más -dijo Carmen.
¡Vaya por Dios! Lo siento.
-Entonces, no sabe nada de José.
-No, os digo que no le he vuelto a ver.
-Ah, vale. Gracias señora Angustia -respondió con marcada amabilidad Carmen-. Adiós. Vamos -le dijo a Daniel, y se dieron la vuelta calle abajo.
-Me ha dado la impresión de que tu pregunta le ha caído por sorpresa, y la ha sorprendido; por eso ha dudado un tanto en responder. Yo creo que ella sí sabe dónde se halla José.
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-No se me ha pasado por alto su titubeo. No esperaba que nos interesáramos por José. Ahora ya están advertidos de que le echamos de menos. Tal vez no haya sido bueno, que sepa que le buscamos.
-¿Crees que hemos cometido un error?
-No lo sé, de todas maneras también lo hubieran sabido por Tania.
-¿Qué hacemos ahora? -quiso saber Daniel.
-Tratar de pasar el tiempo hasta que llegue la noche. Vamos al restaurante a beber cualquier cosa.
Al entrar de nuevo en el restaurante, Tania salió a su encuentro y preguntó interesada,
-¿Qué, habéis averiguado ya el paradero de José?
-Pues no -le contestó Carmen-. La señora Angustia tampoco sabe dónde se pueda encontrar. Es un misterio que todo el mundo ignore el lugar dónde se halle metido este chico.
-Ya es mayorcito y sabrá lo que se hace -dijo Daniel-. De todas formas no creo que le haya pasado nada malo.
Se sentaron y Carmen pidió una coca-cola. Daniel quiso lo mismo.
-De inmediato os la sirvo -dijo Tania, y solicitó-. ¿Me puedo sentar con vosotros? No tengo mucho que hacer.
-Por mí vale -respondió Carmen-. Caso de que Daniel no tenga nada en contra.
-Por supuesto que no tengo nada que objetar -respondió éste queriendo aparentar indiferencia, a la vez que recorría con la mirada todo el salón. Observó que el único parroquiano que había, estaba echado con los brazos cruzados sobre la mesa y parecía dormitar.
Cuando Tania se fue a por las bebidas dijo Carmen a Daniel:
-Ten cuidado con lo que hablas, ella querrá averiguar algo de nosotros.
Más tarde bebían los tres en silencio, nadie quería al parecer iniciar una conversación. Al fin habló Tania diciendo:
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-Tengo la impresión de que no me habéis creído, cuando os dije que nada sabía del lugar dónde se halle José, y esa es la verdad. Sólo sé que mi padre lo mantiene oculto, pero ignoro dónde.
Daniel y Carmen se miraron con gesto de asombro al oír tal confesión de Tania.
-Eso es un rapto -se expresó Daniel.
-¿Cuál es el motivo por el que lo retienen? -deseó saber Carmen.
-Lo ignoro. He discutido con mi padre por este asunto; pero él no quiere decirme nada. Yo estoy de vuestra parte si se trata de conseguir su libertad.
-A mí lo que me extraña -dijo Daniel-, es el gran interés tuyo por José, cuando los dos sabemos que tú no lo podías soportar.
-Os voy a decir la verdad: Daniel, tú eres mi novio; pero te han robado el alma, y ahora está en el espíritu de José; por eso es José para mí, tú, Daniel. ¿Lo entendéis?
-Yo no creo haber sido nunca tu novio -manifestó con rotundidad Daniel-. Aunque eso ya lo he oído decir. Debo confesar que en este instante, sí que me gustaría serlo. -Daniel advirtió que había cometido una imprudencia al decir, que lo de que había sido su novio, ya lo había oído antes, pero Tania pareció no haberlo apreciado, o quizá no lo oyó.
-Dímelo cuando recuperes tu alma -dijo Tania mirando a Daniel.
-Tu alma al tornar de nuevo a la vida, no puede recordar nada de su paso anterior por la tierra, tiene que empezar por completo otra existencia con nuevas experiencias, de modo que a la vez que eres el mismo, al tener otro cuerpo, tú eres de cualquier manera también otro. La anomalía está en el hecho de que te encuentres aquí; alguien tiene la culpa de ello, y sospecho que Tania es la responsable -explicó, y sentenció Carmen.
-Sí, es cierto, lo reconozco. Mi tortura aquí es no poder olvidar su amor; por ello he cometido otro pecado, haciendo que entre aquí un moribundo.
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-Pero yo aún no estoy muerto, quizá pueda recuperarme -apostilló Daniel.
-Sí -corroboró Carmen-, hay que darle la oportunidad que todavía le queda, no se la puedes robar; en tanto más tiempo esté aquí, menos posibilidades tendrá de volver sano a la vida; pero antes tendrá que recuperar su alma, que como tú dices, está en el espíritu de José.
-¿Y qué podemos hacer, cómo explorar el sitio dónde se halle si no tenemos la más mínima idea? -preguntaba Daniel, que ahora comprendía los motivos de Tania para rechazarle. Él tenía o llevaba el alma de José; pero no notaba, ni nada advertía de maldad o animadversión hacia nadie en su interior; tan sólo sentía esa irresistible pasión, esa obsesiva seducción, esa atracción que ejercía la belleza de Tania hacia él, mejor dicho, hacia José, ya que él era el otro; por ello debía deducir que José no pertenecía a la parte siniestra y perversa del Mal, sino que ésta se había servido de él para conseguir sus infames propósitos, sean cuales fueren.
-Bien, si logro saber algo del lugar en que tienen escondido a José, os lo comunicaré -dijo Tania, y parecía seria y resoluta-, aunque dudo que podamos librarlo. Son muchos los adictos de mi padre que querrán impedirlo.
-Tendríamos que buscar a alguien con más experiencia, que nos aconsejara en el modo de cómo deberíamos actuar -propuso Carmen, que no quería en ningún momento revelar el nombre de Salomón, por precaución, pues debía andar con toda clase de cautela.
-Yo no sé de nadie en el pueblo, que tenga la capacidad necesaria para enfrentarse a todos los que obedecen a mi padre; casi todos están sometidos a él, incluso la bruja Angustia se encuentra a su servicio -comentó Tania, y continuó-; creo que ella hizo el cambio de las almas a instancia de mi padre.
-Pero la gorda esa -dijo Daniel despectivamente- no podía saber que fuéramos a verla para hablarle del mal de amores.
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-Recuérdate que fue José el que lo propuso, y ya estaría aleccionado por mi padre. A propósito, Carmen, tú apoyaste todo el tiempo a José en su pretensión -dijo Tania mirando a Carmen.
-Entonces no sabía lo que ahora sé -se disculpó ésta-; no lo podía ni imaginar.
-Tú has estado siempre en contra mía -se lamentó Tania.
-Son cosas que tú te imaginas, mas no es cierto.
-Bueno, no discutáis por eso, que ya pasó. Hay que buscar una solución. Se trata de recuperar mi vida.
-Si no tienes nada mejor que hacer -dijo Carmen a Tania-, márchate ahora por ver si puedes indagar, y llegar a saber algo concreto. Nosotros nos quedáremos aquí esperando, si se hace de noche y no has vuelto, nos iremos, y mañana vendremos a ver qué pasa. ¿De acuerdo?
-Vale -aceptó Tania, y levantándose de su asiento comenzó a andar hacia la salida. Ya en la puerta se volvió y dijo-. Me pondré en contacto con vosotros lo antes que pueda.
-¿Crees tú que merece confianza? -preguntó Daniel cuando Tania se hubo ido.
-Parecía sincera. Es la única que tiene el valor de oponerse a las órdenes de su padre. Sólo ella es capaz de hacerle frente. Y todavía está entre los espíritus que aún no han sido absorbidos plenamente por el Mal, a pesar del gran pecado que cometió en la vida.
-He advertido que has evitado hablarle de Salomón, ¿por qué?
-Primero, porque no puedo decir nada de él sin su consentimiento, y también por un resto de prudencia. Al final no sabemos con entera certeza lo que hará Tania, aunque como he dicho, me inclino a creer en ella. Sí, supongo que estará de nuestra parte.
-Tengo hambre -dijo Daniel-. Vosotros no tenéis por fuerza que alimentaros; si lo hacéis es igual a un rito, según me contó Salomón; pero yo soy un ser humano y tengo que comer, y ya es hora de hacerlo. Siempre hay alguien aquí comiendo, y hoy aún no __________

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ha venido nadie. Parece raro -Daniel advirtió que el hombre que parecía dormitar, había desaparecido.
-Esto me da que pensar, que es muy probable que tanto Miguel como Salomón, hayan reclutado a sus adictos para informarles de algo -reflexionaba Carmen-. Quizá se esté fraguando un tremendo acontecimiento.
-Todo puede ser -comentó Daniel-; pero lo apremiante para mí en este momento es comer; así pues me voy a la cocina a buscar lo que sea, la cuestión es aplacar el hambre.
-¿Has encontrado algo de comer? -preguntó Carmen cuando Daniel volvió de la cocina.
-Un poco de pan y morcilla; y he bebido un vaso de vino. Ahora creo que me voy a echar un rato. Si esta noche vamos a ver a Salomón, será mejor tratar de dormir algo.
-Sí, tienes razón, te acompaño.
-Pero vosotros no tenéis necesidad de dormir -se asombró Daniel.
-¿Quién ha dicho que lo vaya a hacer? Vamos a tu habitación y enséñame tus poesías.
-Tania se quedó con ellas, y aún no me las ha devuelto.
-Bien, entonces descansaremos un tanto.
Subieron al cuarto de Daniel, y éste se tumbó en el lecho. Ante su sorpresa, Carmen hizo lo propio junto a él. Daniel no quiso moverse. La chica era guapa, verdaderamente atractiva, y él hacía mucho tiempo que no tenía contacto alguno con el sexo contrario. Repentinamente ella se abrazó a él, casi enroscándose en el cuerpo de Daniel, a la vez que su boca de labios carnosos, buscaba la trémula boca de él. Sin saber bien cómo pasó, se vio desnudo en la cama, estrechamente abrazado al cuerpo desnudo de ella. Fue como el deslumbramiento de un intenso foco de ardiente luz, como una descarga eléctrica, igual que un rayo que cae en la maleza y enciende una gran hoguera. Era un sentimiento indescriptible, un estremecimiento que ahogó toda preocupación, todo temor y toda pena; sólo existía el momento actual, con aquella intensidad sin __________

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igual, que nunca antes hubiera sido capaz de soñar. Incluso Tania había sido apartada de su pensamiento en aquellos instantes. De aquella fuerza inaudita, se fue pasando poco a poco a una suave laxación que despacio, de un modo dulce y relajado, lo dejó al final extenuado, hasta que quedó al fin profundamente dormido.
Se despertó al notar la mano de Carmen acariciándole el cabello.
-Vamos, es hora de marchar a ver a Salomón. Tomemos antes un bocado. Tania no ha venido ni creo que ya lo haga.
-¿Le habrá pasado algo, o tal vez nos ha traicionado?
-No lo podemos  saber.  De  nada nos sirve cavilar.  Apresurémonos -dijo Carmen al tiempo que señalaba unas viandas que había sobre la mesa, y que ella había traído de la cocina. Tras hacer una frugal comida, ambos se pusieron en camino en silencio.
Durante todo el trayecto no hablaron ni una palabra. Seguramente ninguno de los dos quería hacer comentario alguno, en cuanto a lo ocurrido la noche anterior. Daniel se preguntaba no obstante cómo había sido posible aquella unión. Ella era un espíritu, y él estaba, por lo menos en cuerpo, en un hospital de la ciudad, según le había dicho Carmen. ¿Habría sido todo aquello imaginación suya? ¿Existía con normalidad aquella especie de unión entre los espíritus? La curiosidad le pinchaba tanto, que no pudiéndose aguantar más, preguntó a modo de indagación:
-¿Tenéis relaciones sexuales los espíritus?
Carmen miró a Daniel con cara de sorpresa, y pasado un momento, no pudo por menos que romper en grandes carcajadas, al ver la cara de seriedad de su amigo.
-¿Cómo lo puedes ni tan siquiera pensar? Nosotros no tenemos cuerpo, y por lo tanto tampoco...
-Lo comprendo, pero entonces... Ah, nada, déjalo.
-No, no, sí que podemos hablar. Sé que te refieres a lo pasado entre nosotros. La unión de dos espíritus que se atraen procura una profunda felicidad, que nada tiene que ver con el aparejamiento sexual de los seres humanos. Nosotros no tenemos que procrearnos.
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-¿Suele haber aquí también envidia y celos?
-Hay pocas cosas de las que pasa en tu mundo, que no sucedan también aquí. Tenemos todos los pecados que con nosotros hemos traído, y a los que debemos ser capaces de vencer, si queremos avanzar hacia la unión plena con Dios.
-Y los santos de la tierra, ¿no pasan directamente al paraíso, dentro del amor del Creador?
-Esos que tú llamas santos, podrán acortar su estancia aquí, si ya traen una buena predisposición de su mundo, pero nada más; por este espacio tenemos que pasar todos, sin acepción alguna.
Ya no estaba lejos el bajareque de Salomón, y ambos apretaron el paso, querían llegar lo antes posible. Salomón los vio venir y esperaba a la puerta con otro individuo, o debía de decir espíritu, aunque él los identificara a todos ellos, sólo como figuras de seres humanos.
-Al fin habéis llegado -dijo el viejo amigo-. Hay nuevas noticias, y una situación que pudiera ser bastante peligrosa para todos.
-¿De qué forma peligrosa? -quiso saber Carmen.
-He tenido conocimiento de que las huestes del Mal están dispuestas a atacarnos por sorpresa. Pretenden atraparnos como a conejos, al vernos desprevenidos e indefensos, aislados, estando cada uno en una parte, y así poder reducirnos y someternos, obligándonos a formar parte de su maligna ideología, a no ser que seamos capaces de unirnos todos, formando una fuerza de oposición que sea capaz de hacerle frente, a esa bahorrina plebe de asquerosos demonios.
-Perdón -dijo Daniel-. Estáis hablando poco menos que de una guerra. ¿Es eso aquí posible, entre espíritus?
-Y tanto que es posible -dijo aquel a quien Daniel no conocía-. Ya tendrás ocasión de verlo.
El hombre que habló tuteándole, era un anciano de muy avanzada edad, y se daba por descontado que éste tendría una gran __________

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experiencia en todos los asuntos que concernían, a lo que allí se estaba tramando.
-No obstante hay una cosa, o varias, que no entiendo bien -apuntó insistente Daniel-. Vosotros sois espíritus y no podéis morir; estáis ya muertos. Y también me choca el que el Mal os pueda obligar a formar parte de sus adictos, cuando vuestra voluntad no lo quiera admitir. Me pregunto ¿cómo os pueden hacer que aceptéis la idea del Mal?
-Tienen medios para ello. Sabrás que hay espíritus débiles. Tratarán entre torturas y lo que vosotros en el mundo terrenal soléis llamar un "lavado de cerebro" de atraerlos, convenciéndoles de lo maravilloso de su posición, y de los beneficios que obtendrán uniéndose a ellos -explicó Salomón.
-¿Y qué pasa con los espíritus fuertes, que no se dejan convencer?
-Lo mantienen retenidos, incomunicados, para que no puedan influir en el ánimo de los demás. Así permanecen hasta que puedan escapar o ser por otros liberados -terminó diciendo el desconocido, que se presentó a sí mismo con el nombre de Ernesto.
-Una última pregunta -dijo Daniel-. ¿Cómo luchan los espíritus, con qué armas y cómo podéis haceros daño?
-Te has olvidado por lo visto de cómo torturaban al pobre Álvaro en el bosque -le recordó Salomón.
-Tienes razón. No lo había olvidado, pero no me daba cuenta, no lo relacionaba con el hecho de combatir en una guerra.
-Tenemos que hacer que todos nuestros fieles adeptos sean congregados mañana por la tarde a lo más tardar, en el blanco palacio del monte azul. Daniel vendrá conmigo. Tú, Carmen, tienes que alertar a todo el que pueda. Ya hay otros que están dando la voz de alarma. Ernesto también pondrá sobre aviso a los de los cercanos pueblos.
Carmen y el viejo Ernesto desaparecieron como por arte de magia en un instante.
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-Ignoraba que pudierais desaparecer así, tan de repente -comentó Daniel.
-Es lo más peculiar de un espíritu, estar en un momento en cualquier parte. Cuando sea absolutamente necesario.
-¿Y podéis traspasar puertas cerradas, muros y paredes, sea de la materia que sea?
-Sí, toda materia natural; o la que haya sido construida por el ser humano, nunca será para nosotros un obstáculo.
-Entonces, ¿dónde tienen encerrado a los prisioneros para que no puedan escapar?
-Vallamos primero al palacio, tenemos que preparar las armas para nuestra defensa. Coge mi mano, estaremos allí en un santiamén.
Efectivamente, Daniel se vio de pronto en un lugar que a la vez que extraño, era maravilloso. Estaba en una espaciosa sala cuyas paredes o muros tenían un singular color ámbar; las puertas que se hallaban cerradas despedían unos destellos azulinos, como electrizantes, el suelo estaba enlozado de rojo y blanco y advirtió que había una gran ventana abierta de par en par.
-¿Es este el llamado palacio blanco? -quiso saber Daniel.
-Sí, este es. Vayamos al sótano a repasar las armas y disponerlas para su distribución. ¡Ah, cerremos antes la ventana! -dijo, y uniendo la acción a la palabra, hizo que ésta se cerrara como por arte de magia.
-Si los espíritus podéis traspasar los muros, ¿de qué os vale cerrar puertas y ventanas?
-Esto es en realidad una fortaleza; su construcción está hecha de una sustancia inmaterial que no puede traspasar ningún espíritu. Por eso hemos entrado por la ventana, que ha sido abierta por mí al momento de llegar, con un código especial, cuya clave tan sólo yo y los de mi consejo conocen -explicó Salomón-. Dicha clave está en nuestra conciencia. Podríamos decir, para que puedas entenderlo, que es un poder mental.
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Bajaron por unas angostas escaleras hasta llegar al sótano. Salomón hizo abrir con su poder una puerta. En su interior se almacenaban un sin fin de especies de lanzas, como la que él había visto que le clavaban a Álvaro en el bosque.
-Son las mismas que utilizaron para martirizar a tu amigo.
-Más o menos -yo las iré repasando y tú las vas colocando en el pasillo una al lado de otra.
-¿Cómo se utiliza o maneja esto? -preguntó Daniel,
-Estas alabardas están hechas de una esencia fluida. Cuando se logra atravesar con ella a un espíritu, éste recibe una descarga de energía que lo deja inerte, como congelado, al inyectarle una trasmisión de intenso frío, que lo deja inactivo durante horas o incluso días, depende del grado de la mayor o menor potencia que reciba, o de lo que sea capaz de soportar cada uno; en tanto más tiempo la tenga clavada, más duradero será su efecto.
Terminaron su trabajo: quedaron repasadas y puestas en orden todas las lanzas, para ser utilizadas por los aliados del Bien en la defensa contra el Mal.
-Ahora tan sólo nos queda aguardar hasta mañana. Esperemos que la llamada surta el efecto deseado y sea masiva, y nos dé la victoria en la lucha que se avecina.



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© Rodrigo G. Racero