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CAPÍTULO 7 |
Al otro día se levantó temprano, era viernes, y su último día en el
pueblo. El salón estaba vacío, ni un alma se encontraba en él. Se
sentó para ver si aparecía Roberto, pues deseaba desayunar antes de
partir. Se le había olvidado de advertir que se marchaba por la
mañana a las nueve, es decir, en el primer autobús que salía. |
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salón; estaba vacío, tal como lo había dejado
momentos antes. Fue a sentarse en el mismo sitio que había
ocupado anteriormente. Empezó a cavilar cuál debería ser ahora su
comportamiento más adecuado: ¿Debería llamar a la policía? Esa
seguro debería ser su obligación como ciudadano; pero era
consciente de que tan sólo le acarrearía un montón de
complicaciones. Incluso podría ser que le echaran la culpa,
suponiendo que hubieran robado dinero o cualquier otra cosa de
valor; aunque, se preguntaba: ¿qué objeto de importancia podría
encontrarse allí? Dinero debería de haber bien poco, por no decir
ninguno, se dijo, pensando en la falta de concurrencia que sufría el
restaurante todos los días. Lo mejor que hacía era marcharse sin
decir nada a nadie, pero, ¿cómo y a quién pagaba la cuenta de su
estancia allí? Él podría siempre aseverar que la había pagado la
noche anterior. Roberto era cierto que no podría nunca desmentirle,
aunque por otro lado tampoco tenía ninguna factura con la que
demostrar que había efectuado el pago. Probablemente este hecho
no tendría mayor importancia, simplemente la había tirado o no se
le había entregado ninguna. |
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era la más razonable de las opciones y retrocedió despacio, y a
pesar de que no había nadie, quería demostrar normalidad en todo
lo posible subiendo las escaleras. Entró en su cuarto y se tumbó en
la cama. Aquello era una verdadera contrariedad para sus planes.
¿Quién abría asesinado a aquel pobre hombre? ¿Tendría aquello
alguna relación con Miguel, el padre de Tania, y así también con el
asunto que le había traído a él allí? Se inclinaba a pensar que todo
estaba relacionado. Roberto trabajaba para Miguel, que era el
dueño del restaurante, no sería de extrañar que supiera de los
negocios de su jefe y esto por cualquier motivo le había costado la
vida. Lo cierto es que él se podía formar todas las conjeturas que
quisiera, pero nada de ello tenía por que ser verdad. Observó en su
reloj que las nueve ya habían pasado, y que por lo tanto y sin más
remedio, tendría que esperar al otro día para poder marcharse. No
se atrevía a salir de su habitación, sólo estaba atento esperando oír
voces o gritos que le dijeran que ya alguien había descubierto el
cadáver. El tiempo pasaba y se desesperaba. El estómago le daba
constantes avisos de que ya hacía tiempo que tenía que haber
desayunado. Se hallaba irritado y de muy mal humor. ¿Qué podía
hacer? Tampoco era cuestión de quedarse todo el santo día dentro
de su cuarto, esto también podría ser sospechoso de cualquier
manera. Pensó que quizá fuera más razonable bajar, sentarse en el
salón y hacer como que esperaba apareciera el camarero para
pedirle el desayuno. Se alzó del lecho y ya quería salir, cuando
alguien llamó suavemente a su puerta. |
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-Ha cogido unos días de vacaciones. Creo que ha ido ha visitar a
sus padres que viven en el norte. Me parece que su madre no se
encuentra bien. No sé qué clase de enfermedad tiene. |
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dicho. Ella seguía con su fascinante sonrisa, y sus intensos ojos
negros le brillaban de un modo especial. Él se miró en la
profundidad de aquellos ojos, y sintió por primera vez un extraño
estremecimiento, como un escalofrío difícil de definir. No quería
confesárselo, pero la verdad era que cada vez más, de un modo
paulatino, se iba sintiendo atraído por aquella bella chica de
singular atractivo; la veía ahora de un modo muy diferente, ahora
se daba plena cuenta de toda la hermosura que irradiaba toda su
persona, que la feminidad de su cuerpo era perfecta; sus rojos
labios entreabiertos, y el escote que dejaban ver el comienzo de sus
morenos senos, eran la antesala del más dulce de los pecados. |
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-Precisamente de él te quería hablar. |
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-¿Y cómo se entiende, que él se haya ido esta mañana con mi padre
a la ciudad? |
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-Voy a dar un paseo -dijo él mirando fijamente a Tania, que no le
respondió a su mirada como hubiera esperado de ella-. Estiraré un
poco las piernas. Volveré dentro de un rato -terminó diciendo, y
saliendo a la calle, comenzó a caminar sin rumbo fijo. |
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parecía que verdaderamente le daba igual, que se quedara o que se
fuera, lo que estaba en contradicción con su comportamiento hasta
la fecha, con respecto a su persona; y lo que era más chocante es
que eso pasaba, cuando él le había dado a entender que empezaba a
interesarse por ella, era algo así como si hubiera estado esperando
ver el interés que despertaba en él, para mostrarse esquiva.
También pudiera ser que todo fuera una mala interpretación por su
parte, y que la chica estuviera de mal humor por lo que le había
contado del camarero. En fin, lo mejor será cortar por lo sano,
pensó, antes que la cosa continúe avanzando por un camino que
podría ser peligroso para él. Le pediré el cuaderno de mis poesías
lo más fríamente posible, y me marcharé mañana en el primer
autobús sin despedirme de ella, y trataré de olvidarme de toda esta
gente, que de un modo tan inesperado han entrado en mi vida en los
últimos tiempos. |
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Cuando hubo terminado, volvió a mirar a Daniel y dijo de un modo
afirmativo: |
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-¿Qué haces tú aquí? -preguntó sin poder evitar un tono de
incredulidad y extrañeza. |
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cerca de las seis y media de la tarde, había dormido pues más de
tres horas, lo que no era habitual en él, dormir tanto a la hora de la
siesta. Se duchó, y ya un poco más despejado bajó al salón. Las
sorpresas aquel día por lo visto aún no habían acabado. Vio con
verdadero asombro a aquellos dos individuos, que estaban en aquel
local donde él entró a tomar una cerveza hacía ya algunos días,
incluso antes que conociera a José, y estuvo pendiente de su rara
conversación. Sí, ellos eran y estaban allí, y parecían dos personas
que estuvieran eternamente discutiendo. Se sentó justo a una mesa
que estaba inmediatamente al lado, y quiso poner atención para oír
de qué hablaban, pero estos, como si lo hubieran sospechado,
hablaban en voz tan baja que apenas entendía una palabra. |
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impresiones. Tenía la sospecha de que algo que
estaba fuera del alcance de su compresión, pasaba en aquel maldito
pueblo del que nunca había oído hablar, ni tan siquiera sabía que
existiera; pero era lo cierto que se veía incapaz de dar con la
solución, de encontrar lo que era, lo que significaba... |
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Empujó la
puerta que estaba sólo entornada y subió las escaleras. Llamó
repetidas veces al timbre, mas nadie abrió la puerta. Era raro, pero
se debía pensar que por lo que fuera, no se hallaba ninguna persona
en la oficina. Salió algo extrañado de la casa y continuó andando
por aquella calle. La cosa era que ahora tampoco sabía cómo poder
volver. Siguió caminando con cierto recelo en el cuerpo, estaba de
verdad preocupado, no quería confesarse que en realidad tenía
miedo de las extrañas cosas que le ocurrían. Consultó su reloj, eran
las ocho pasada. Solía cenar sobre las nueve, tenía pues tiempo de
llegar siempre que encontrara el camino. No había logrado saber el
porqué el restaurante estuvo aquel día tan concurrido. Era probable
que hubiesen puesto un menú barato y por eso la gente había
acudido. Continuó andando. No abandonaba la esperanza de dar en
cualquier momento con un lugar conocido, tenía que hallar sin más
remedio la calle que le condujera al restaurante o pensión donde se
hospedaba. Al fin, cuando menos lo esperaba, se encontró de
repente en la plaza donde estaba la fuente del unicornio. Desde allí
no estaba lejos el restaurante, y conocía bien el camino. Respiró
hondo, verdaderamente aliviado al no saberse perdido. |
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Después de lavarle la herida, rebuscó en un armario del cuarto de
baño, del que sacó un pequeño bote y una venda. Le echó unas
gotas al tiempo que decía: |
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conjeturas. El dolor de cabeza se le estaba atenuando a pesar de no
haber tomado aquella rara pastilla. El cansancio empezaba a
rendirle y al fin se durmió. Tenía un sueño intranquilo, no paraba
de dar vueltas en la cama buscando siempre nuevas posturas. Se
despertó repentinamente. ¿Qué hora sería? Se preguntó. Tenía la
impresión de haber dormido poco, casi nada. Reinaba plena
oscuridad. Miró hacia la ventana, era noche cerrada y ni siquiera
brillaba la luna. Le parecía oír como un leve rumor de voces, creía
que varias personas hablaban a la vez. Se alzó, no quiso encender la
luz. Se dirigió a la puerta y la abrió despacio. Las voces eran cada
vez más claras, provenían sin ningún lugar a duda del salón del
restaurante. Recorrió el pasillo hasta llegar a la escalera que
conducían a la parte baja. Había una corta baranda. Desde allí
dominaba gran parte del salón. La concurrencia no había
disminuido. Se tiró al suelo cuan largo era, quería evitar que
alguien le viera si miraba hacia arriba. Al pronto oyó la voz de
Tania, no la veía desde donde se encontraba, pero estaba seguro de
que era su voz, melodiosa y dulce la que decía: |
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Alzó otra persona el brazo, al parecer pidiendo hablar. Ahora
reconoció Daniel por el tono de la voz a la señora Angustia, que era
por lo visto la que otorgaba la palabra a aquel que deseaba expresar
o comentar alguna cosa. |
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el pueblo. Comenzó a retroceder, arrastrándose por el suelo hasta
estar fuera del alcance de la vista, de un posible observador. Se
levantó y entró despacio en su habitación. |
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No sabía si dirigirse al mostrador y llamar a Tania. Optó por
sentarse y esperar un momento. Aún no llevaba cinco minutos
sentado cuando apareció Tania, a Daniel se le antojó más hermosa
que nunca, parecía como más mujer; su ceñido vestido negro
mostraba la sinuosidad de su bien formado cuerpo. |
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-No debieras dudar de mí; te digo que no puedo dejar esto solo.
¿Es que piensas desaparecer para siempre y no tornar nunca más al
pueblo, tan mal te ha ido? |
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los hondos sentimientos que de una forma tan repentina
le invadían el alma, la pasión que le embargaba la sola
contemplación del cuerpo de Tania. Cierto era que siempre antes
había admirado su belleza, mas no sospechaba ni remotamente que
él fuera a caer en aquel enamoramiento desesperante, que no le
dejaba pensar con claridad. Algo extraño tenía que haber pasado.
Ahora caía en la cuenta de que todo comenzó a partir de aquel
singular experimento, que había llevado a cabo aquella bruja obesa
que era la tal señora Angustia. |
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que el autobús no se presentara como de costumbre a las nueve, y
cuando sería la próxima salida, si es que esta se efectuaba. |
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de nada de todo lo que era necesario para vivir; pero, ¿cómo era eso
posible? En el restaurante siempre había comida que servir, y
bebidas de todas clases. Quizás allí lo que únicamente parecía que
fuera normal, eran las casas y la fuente, mas no la gente, ninguna
de las personas que allí vivían. De repente cayó en el detalle de que
todas las personas que conocía o había visto, llevaban siempre la
misma vestimenta, el mismo traje, el mismo vestido. Ninguno de
ellos había cambiado ni tan siquiera una vez su atuendo, ni
tampoco lo había hecho Tania, tan sólo la vez que la vio en la
ciudad llevaba una chaqueta roja; cuando bien se sabe que a las
jovencitas les gusta cambiar con asiduidad de ropa. |
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-Bueno, me debo de ir. Tengo algo que hacer. Le deseo suerte.
Adiós -dijo el hombre separándose de Daniel. |
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queriendo recordar algo que de algún modo le fuera familiar,
pero nada hallaba a lo que afianzarse, y su esperanza se desmayaba
dando paso al desconsuelo. Advirtió haber pasado varias veces por
el mismo lugar; era aquello un laberinto de calles estrechas, del que
no era capaz de salir. |
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en el firmamento y Daniel se recostó en el banco,
apoyó la cabeza en la bolsa que era su único equipaje y casi sin
darse cuenta se quedó dormido, sin al parecer molestarle lo duro e
incómodo de su improvisado lecho. |
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