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© Rodrigo G. Racero




LA ANTESALA DE LOS MUERTOS


CAPÍTULO 7


Al otro día se levantó temprano, era viernes, y su último día en el pueblo. El salón estaba vacío, ni un alma se encontraba en él. Se sentó para ver si aparecía Roberto, pues deseaba desayunar antes de partir. Se le había olvidado de advertir que se marchaba por la mañana a las nueve, es decir, en el primer autobús que salía.
Ya empezaba a impacientarse, pues ni había ni se presentaba nadie por el restaurante. Consultó su reloj, eran las ocho y cuarto, todavía tenía tiempo, la parada del autobús no estaba muy lejos. Esperaré otro poco se dijo, y advirtió en ese preciso momento que tenía que pagar la cuenta de su estancia allí; así pues se levantó y fue hacia el mostrador. Llamó con fuerte voz a Roberto, pero nadie respondió ni apareció nadie. Se extraño un tanto, aquello no parecía normal. Repitió la llamada gritando más si cabe, pero oyó igualmente la callada por respuesta. Se atrevió a pasar a la parte anterior del mostrador y dirigirse a la puerta que le llevaría, según creía, a la cocina. Después de pasar un corto pasillo, vio al final de éste una puerta medio entornada. Daniel llamó nuevamente con recia voz, el nombre de Roberto, pero nadie contestó. Se atrevió a empujar aquella puerta que efectivamente daba a la cocina; era ésta de amplias dimensiones. Apenas pudo ahogar un grito de horror en su garganta. Tendido en el suelo, bañado en un charco de su propia sangre, yacía, al parecer muerto, el tal Roberto. Daniel quedó paralizado sin saber qué hacer, fue tan sólo un breve instante, era consciente de lo delicado de su situación; él no debería estar allí, y nadie debería verlo, pues sabe Dios a qué conclusiones podía llegar la gente. Lo mejor sería desaparecer cuanto antes. El cuerpo del camarero no se movía, no se podía hacer ya nada por ayudarle, y él únicamente se comprometía estando presente en el lugar del crimen, pues no se le ocurría otra cosa que pensar, que al pobre hombre lo habían quitado del medio por el motivo que fuera. Retrocedió despacio, con cierta cautela se asomó por el mostrador y observó el __________

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salón; estaba vacío, tal como lo había dejado momentos antes. Fue a sentarse en el mismo sitio que había ocupado anteriormente. Empezó a cavilar cuál debería ser ahora su comportamiento más adecuado: ¿Debería llamar a la policía? Esa seguro debería ser su obligación como ciudadano; pero era consciente de que tan sólo le acarrearía un montón de complicaciones. Incluso podría ser que le echaran la culpa, suponiendo que hubieran robado dinero o cualquier otra cosa de valor; aunque, se preguntaba: ¿qué objeto de importancia podría encontrarse allí? Dinero debería de haber bien poco, por no decir ninguno, se dijo, pensando en la falta de concurrencia que sufría el restaurante todos los días. Lo mejor que hacía era marcharse sin decir nada a nadie, pero, ¿cómo y a quién pagaba la cuenta de su estancia allí? Él podría siempre aseverar que la había pagado la noche anterior. Roberto era cierto que no podría nunca desmentirle, aunque por otro lado tampoco tenía ninguna factura con la que demostrar que había efectuado el pago. Probablemente este hecho no tendría mayor importancia, simplemente la había tirado o no se le había entregado ninguna.
Lo cierto era que él no tenía en absoluto motivo alguno para matar al camarero, y no creía que alguien pensara que lo había matado, porque le hubiera servido una mala comida. Miró de nuevo su reloj, eran las nueve menos veinte y debía de tomar pronto una decisión. Se preguntó dónde estaría en el pueblo la policía, si es que existía alguna policía allí; él, desde luego, no había visto ninguna en el tiempo que llevaba en el pueblo. Se levantó y se dirigió a la salida, estaba dispuesto a marcharse sin decir nada. Probablemente tampoco se encontraría a nadie en el camino, aunque quizá sí en la parada del autobús. Le preocupaba pensar que cuando descubrieran al cadáver, advirtieran también que él se había marchado y esto pudiera dar motivo de sospecha, de cualquier forma en contra suya. Quizá fuera lo más cuerdo quedarse aún un día, de esta forma no podría haber motivo de desconfianza hacia él. Consideró que esa __________

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era la más razonable de las opciones y retrocedió despacio, y a pesar de que no había nadie, quería demostrar normalidad en todo lo posible subiendo las escaleras. Entró en su cuarto y se tumbó en la cama. Aquello era una verdadera contrariedad para sus planes. ¿Quién abría asesinado a aquel pobre hombre? ¿Tendría aquello alguna relación con Miguel, el padre de Tania, y así también con el asunto que le había traído a él allí? Se inclinaba a pensar que todo estaba relacionado. Roberto trabajaba para Miguel, que era el dueño del restaurante, no sería de extrañar que supiera de los negocios de su jefe y esto por cualquier motivo le había costado la vida. Lo cierto es que él se podía formar todas las conjeturas que quisiera, pero nada de ello tenía por que ser verdad. Observó en su reloj que las nueve ya habían pasado, y que por lo tanto y sin más remedio, tendría que esperar al otro día para poder marcharse. No se atrevía a salir de su habitación, sólo estaba atento esperando oír voces o gritos que le dijeran que ya alguien había descubierto el cadáver. El tiempo pasaba y se desesperaba. El estómago le daba constantes avisos de que ya hacía tiempo que tenía que haber desayunado. Se hallaba irritado y de muy mal humor. ¿Qué podía hacer? Tampoco era cuestión de quedarse todo el santo día dentro de su cuarto, esto también podría ser sospechoso de cualquier manera. Pensó que quizá fuera más razonable bajar, sentarse en el salón y hacer como que esperaba apareciera el camarero para pedirle el desayuno. Se alzó del lecho y ya quería salir, cuando alguien llamó suavemente a su puerta.
Abrió y se quedó sorprendido al ver a Tania que sonriente le decía:
-¿Se te han pegado las sabanas esta mañana?
-No, en absoluto, ya bajaba. He estado escribiendo un poco. Pero, ¿qué haces tú aquí?
-Hoy, y en los próximos días, soy yo la encargada del restaurante, y he advertido que el parroquiano aún no ha desayunado, y como considero que ya es algo tarde, pues he venido a avisarte.
-¿Cómo es que no está Roberto?
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-Ha cogido unos días de vacaciones. Creo que ha ido ha visitar a sus padres que viven en el norte. Me parece que su madre no se encuentra bien. No sé qué clase de enfermedad tiene.
-Pensaba irme hoy, pero he decidido que será mejor marcharme mañana, así el domingo lo preparo todo en casa antes de entrevistarme con una persona, para ver las posibilidades que tenga de conseguir un empleo -quiso aclarar Daniel, para que no extrañara su permanencia allí.
-Yo no me recordaba que fuera hoy, cuando te pensabas ir.
-Me parece recordar que te lo dije. Dime, ¿qué pasó con tu padre, te regañó por no estar en casa cuando él vino?
-No, para nada. La verdad es que él me tiene mucho cariño. A veces se enfada, pero se le pasa rápido.
Bajaron al salón y Tania dijo:
-Siéntate, que ya mismo te sirvo el desayuno. ¿Tienes algún deseo especial?
-No, tan sólo un par de tostadas con aceite y café.
¿Cómo era posible que no hubiera descubierto el cadáver? Pensaba Daniel. Ella ha debido de estar ya en la cocina, pues le había dicho que se dio cuenta de que no había desayunado. Lo habría retirado quien fuera, antes que llegara Tania, y en tanto él se mantenía en su habitación. Otra explicación no cabía. ¿Cuál sería el motivo de la muerte del camarero? Parecía buena persona. Aunque en realidad, qué sabía él de la gente de este pueblo. Todos podían aparentar una cosa y ser otra muy distinta. A nadie conocía verdaderamente bien, ni tan siquiera a José y Tania, que a pesar de existir cierta confianza, era la verdad que los conocía desde hacía muy poco tiempo. Quizá tampoco fueran lo que aparentaban ser.
Salió de sus cavilaciones al ver aparecer a Tania con una bandeja.
-Café y tostadas para el señor -dijo al llegar hasta su mesa, a la vez que le sonreía abiertamente, con buen humor.
-Siéntate un rato conmigo, si es que no tienes mucho que hacer -dijo Daniel, y era lo cierto que no sabía bien el porqué lo había __________

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dicho. Ella seguía con su fascinante sonrisa, y sus intensos ojos negros le brillaban de un modo especial. Él se miró en la profundidad de aquellos ojos, y sintió por primera vez un extraño estremecimiento, como un escalofrío difícil de definir. No quería confesárselo, pero la verdad era que cada vez más, de un modo paulatino, se iba sintiendo atraído por aquella bella chica de singular atractivo; la veía ahora de un modo muy diferente, ahora se daba plena cuenta de toda la hermosura que irradiaba toda su persona, que la feminidad de su cuerpo era perfecta; sus rojos labios entreabiertos, y el escote que dejaban ver el comienzo de sus morenos senos, eran la antesala del más dulce de los pecados.
-¿En qué piensas? -quiso saber Tania.
-Si debo hacer honor a la verdad, pensaba que eres una mujer verdaderamente guapa, no me extraña para nada que José haya perdido la cabeza por ti.
-¡Vaya, hombre, oír galanterías de tu parte es una novedad!
-Siempre te he dicho que eres una chica muy atractiva.
-Quizá, no recuerdo bien; pero nunca tan en serio como ahora. Me parece que muy a tu pesar, empiezas a enamorarte de mí -dijo Tania en tono de broma.
-Todo es posible en esta vida; sentirse atraído por ti, es lo más fácil del mundo. No creo que nadie se pueda resistir a tu belleza durante mucho tiempo; tal vez me esté llegando a mí la hora. Quisiera no obstante dejar ahora este tema. Deseo hablar contigo de otro asunto que me tiene intranquilo.
-¿De qué se trata? -interrogó ella con tono de curiosidad.
-No sé si este es el lugar adecuado para hablar de ello -dijo Daniel a la vez que miraba a una y otra parte.
-¿Qué te ocurre? -preguntó Tania, y ahora parecía verdaderamente intrigada al ver el comportamiento de él.
-¿Podríamos dar un paseo? -preguntó Daniel.
-En los próximos días no podré salir del restaurante; ya te he dicho que tengo que cuidar esto, en tanto Roberto esté de vacaciones.
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-Precisamente de él te quería hablar.
-¿Del camarero? ¿Qué tiene él que ver con nosotros?
-No se trata de nuestra relación o amistad. Creo que eso a él no le interesaba mucho. El caso es que él no está, como tú crees, de permiso.
-¡Ah! ¿Y dónde está pues?
-Eso es lo grave del asunto; que ya no está, que ha dejado de ser. Vamos, que ya no existe.
-Francamente no te entiendo. ¿Qué es lo que quieres decir? ¿Por qué no hablas claro?
-Esta mañana temprano lo he encontrado en la cocina, tendido en un charco de sangre. Estaba muerto.
-¿Cómo? Eso no puede ser. Yo misma me despedí de él anoche, y esta mañana temprano se ha marchado con mi padre en el coche a la ciudad. Allí tiene que coger el tren para ir a ver a su madre, que está enferma.
-No lo entiendo. Yo no estoy loco. Te digo que estaba tendido en el suelo, en un charco de sangre, y no daba señales algunas de vida.
-Sólo por curiosidad: ¿Puedes decirme a qué fuiste tú a la cocina?
-Quería desayunar; llevaba ya un buen rato esperando y nadie aparecía. No quería perder el autobús que sale a las nueve y me decidí a pasar dentro, a la vez que lo llamaba, pero no recibía contestación, y así llegué hasta donde él estaba, como te he dicho, en el suelo...
-Perdona que te diga que creo, que la fantasía te ha jugado una mala pasada.
-¡Qué fantasía, ni qué ocho cuartos! Reaccionó Daniel con verdadero mal humor. Estoy seguro de lo que he visto.
-Bueno hombre, no te sulfure. Todo debe tener una explicación, tan sólo tenemos que encontrarla.
-La única aclaración posible, es que alguien ha hecho desaparecer el cadáver antes que tú vinieras, y en tanto yo estaba en mi habitación.
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-¿Y cómo se entiende, que él se haya ido esta mañana con mi padre a la ciudad?
-Contéstame con sinceridad a lo que te voy a preguntar: ¿Has visto tú, como Roberto partía junto con tu padre en el coche?
-La verdad es que no. Ellos se han ido muy temprano. Yo suelo levantarme más tarde -respondió Tania un tanto pensativa.
-Yo no quiero culpar a nadie de nada. Pero lo que sí sé, es que yo ni fantaseo ni estoy loco.
-Lo siento de veras; pero todo esto que me cuentas, no tiene para mí ningún sentido. Mi padre aprecia a Roberto, hace muchos años que trabaja para nosotros, y nunca hemos tenido de él ninguna queja.
-No me cabe la menor duda que algo extraño  ha tenido que ocurrir -comentó Daniel con un gesto que parecía cavilar.
-Le preguntaré a mi padre cuando vuelva. Tiene sin más remedio que haber una interpretación lógica a lo acontecido; siempre que tú no estés equivocado, claro.
-Yo te puedo asegurar que no lo estoy; ni lo he soñado -afirmó con seriedad Daniel.
-Bien, no tendremos más remedio que esperar. Mi padre tardará unos días en volver. Estará ausente una semana, pienso yo, quizá incluso dos, depende de cómo se le presenten los negocios.
-Eso es muchísimo tiempo. Yo tengo que marcharme mañana sin más demora.
-No hay ningún problema, nadie te lo impide. El desayuno se te va a enfriar; será mejor que lo tomes, y te olvides de lo que crees haber visto -le aconsejó Tania.
Daniel creyó advertir un leve tono de indiferencia en las palabras de Tania; quizá también algo así como un tanto de desprecio por la preocupación que él sentía por lo acontecido. Pudiera ser que a pesar de su insistencia, ella no le creyera, o bien que sencillamente no le interesaba el asunto. Intentó comer algo, pero se le había pasado el apetito y lo dejó.
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-Voy a dar un paseo -dijo él mirando fijamente a Tania, que no le respondió a su mirada como hubiera esperado de ella-. Estiraré un poco las piernas. Volveré dentro de un rato -terminó diciendo, y saliendo a la calle, comenzó a caminar sin rumbo fijo.
Sin saber bien cómo, se encontró en la calle donde la señora Angustia tenía la tienda, y vio a ésta que salía en aquel preciso momento. Ella se giró, quizá porque oyó sus pasos y le saludó al verle:
-Buenos días -dijo, y se extrañó-: ¿Todavía está Vd. aquí?
-Buenos días señora -respondió Daniel-. Pues sí, aquí estoy, pero mañana me marcho, y no creo que vuelva más por este pueblo.
Él mismo se extrañó de haber afirmado tal cosa, tal vez fuera porque estaba dolido con Tania, lo había dicho sin pensar, lo que no era habitual en él.
-No puedo por más que recomendarle, que es lo mejor que puede hacer; está por ver si es capaz de lograrlo.
-No sé lo que quiere dar a entender. ¿Cree Vd. que hay algo que me lo pueda impedir?
-¡Ah, nunca se sabe, nunca se sabe amigo!
-Le aseguro que nada hay aquí que me retenga.
-Te creo, te creo de verdad; pero hay algo superior a la voluntad, que quizá tú no conozcas, porque no está a tu alcance conocerlo. De cualquier manera yo te deseo mucha suerte -dijo, y le dio la espalda caminando con paso lento calle arriba.
Daniel se quedó un tanto pensativo. Le daba la impresión que las palabras de la mujer obesa encerraban un algo misterioso, tenían en su tono un cierto deje enigmático.
Siguió aún un buen rato paseando. Su pensamiento se perdía en extrañas cavilaciones. Se sorprendió a sí mismo al tener que admitir, que le habían dolido las últimas palabras de Tania, todavía resonaban en sus oídos: "Nadie te lo impide" había contestado cuando él manifestó que debía de marcharse al otro día sin más demora. Estaba seguro que no fue una reacción por despecho, __________

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parecía que verdaderamente le daba igual, que se quedara o que se fuera, lo que estaba en contradicción con su comportamiento hasta la fecha, con respecto a su persona; y lo que era más chocante es que eso pasaba, cuando él le había dado a entender que empezaba a interesarse por ella, era algo así como si hubiera estado esperando ver el interés que despertaba en él, para mostrarse esquiva. También pudiera ser que todo fuera una mala interpretación por su parte, y que la chica estuviera de mal humor por lo que le había contado del camarero. En fin, lo mejor será cortar por lo sano, pensó, antes que la cosa continúe avanzando por un camino que podría ser peligroso para él. Le pediré el cuaderno de mis poesías lo más fríamente posible, y me marcharé mañana en el primer autobús sin despedirme de ella, y trataré de olvidarme de toda esta gente, que de un modo tan inesperado han entrado en mi vida en los últimos tiempos.
Entró después de su largo paseo en el restaurante, y tuvo al mismo tiempo una sorpresa y una sensación: La sorpresa fue que había un número insólito de personas ocupando las mesas; estaba casi lleno. La sensación era ya conocida por él, pues la había tenido anteriormente, el que todo a su alrededor parecía irreal, los personajes allí parecían ficticios, como salidos de una obra imaginativa, teatral o novelesca. Dudó un momento: no sabía si subir a su habitación o quedarse allí a esperar la hora del almuerzo. Miró su reloj, ya era la una de la tarde pasada, y observó que algunas personas estaban comiendo, así pues decidió quedarse y buscó con la mirada un sitio donde sentarse, descubrió una mesa para dos ocupada por un hombre mayor, más bien un anciano, y sin pensarlo se dirigió al sitio, preguntó si estaba libre y al tener la afirmación positiva del hombre, se sentó a la vez que comentaba lo concurrido del local en ese día.  El viejo le miró inquisitoriamente y no contestó. Agachó la cabeza y siguió cuchareando el caldo de su sopa, con el característico ruido del que absorbe en vez de tragar. __________

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Cuando hubo terminado, volvió a mirar a Daniel y dijo de un modo afirmativo:
-Vd. no pertenece aquí; y la verdad es que no me explico cómo ha sido posible el que llegue a este lugar.
-¿Qué tiene de particular este pueblo? ¿Por qué es tan extraño el venir a él? No lo entiendo. La verdad es que la gente aquí se porta de un modo un tanto chocante.
-Sí, yo también creo que pasan cosas raras últimamente, pero seguro que no por el mismo motivo que Vd. piense.
-¿Qué supone Vd. pues, qué es lo que ocurre?
-Para mí lo más inverosímil, es su presencia aquí señor. Entiéndame, no es que yo tenga nada contra Vd. en particular; pero piense cómo ha llegado aquí, y trate de largarse de la misma forma, que este no es su puesto de ninguna de las maneras.
Daniel respiró hondo. O él no estaba normal, o aquel era un pueblo de locos. Se disponía a seguir argumentando con aquel hombre, cuando apareció Tania diciendo:
-Supongo que tú también querrás comer. No te molestes en pensar qué vas a elegir, hay un único menú para todo el mundo.
-Estaba esperando verte para hacer mi pedido -respondió Daniel sin apenas mirarla-; pero si es así, pues sírveme lo que a los demás.
Tania desapareció sin más comentario.
Él miró a aquel anciano que le estaba sonriendo de un modo que se le antojaba enigmático.
-¿Sabe Vd. por qué hay hoy tantísima gente aquí? -quiso saber de aquel hombre Daniel.
-Ni tan siquiera sabe eso. Lleva Vd. aquí tan poco tiempo que lo ignora todo. Yo no puedo aclararle nada, lo siento; pero si estuviera en su poder largarse, no dude en hacerlo.
Quería responder cuando volvió a tener otra sorpresa: Era Carmen la que traía la comida a la mesa, la sopa para él, y el segundo plato para el viejo.
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-¿Qué haces tú aquí? -preguntó sin poder evitar un tono de incredulidad y extrañeza.
-Ayudo a Tania que está sola para tanto trabajo -respondió con una amable sonrisa, quizá un tanto forzada.
-Tráeme algo de beber por favor; una  jarra  de  vino  como  al  señor -dijo señalando la que estaba sobre la mesa.
-Como el cliente ordene -respondió burlonamente Carmen al tiempo que se marchaba. Daniel la siguió con la mirada y vio que tenía una muy buena figura. Se daba cuenta de que, de un tiempo a esta parte, se había avivado en él el deseo por la mujer en general, y en particular por Tania, que no se le iba del pensamiento. Pensaba que su mayor preocupación debía de ser la muerte del camarero, y las consecuencias que pudiera tener para él, pero no era así, aunque le costara confesárselo. De todas las maneras estaba decidido a coger el autobús a la mañana siguiente, y esto era irrevocable.
Terminada la comida subió a su habitación, se tumbó en la cama con la intención de dormir un poco la siesta, pero el sueño no le venía. Se preguntaba por qué tanto la señora Angustia como ese otro hombre mayor, le habían aconsejado que abandonara el pueblo; sin embargo, por otro lado, ponían en duda que pudiera hacerlo. Era consciente de que se estaba produciendo un cambio en su personalidad, que no sabía a qué se debía, pero que era una realidad. No tenía en absoluto ningunos deseos de escribir, ni de pintar, es más, se sentía incapaz en absoluto de componer algo, algún poema por corto que fuera, y no se explicaba cómo había sido posible que alguna vez hubiese escrito alguno.
Tenía la peculiar sensación de que no era el mismo Daniel que había llegado al pueblo, con aquella extraña orden de observar al padre de Tania. Tras pensar y hacer infinitas conjeturas, terminó al fin quedándose dormido.
Se despertó de improviso, con una profunda pesadez de cabeza y la boca pastosa; quizá fuera por el consumo de aquel vino de baja calidad, que le habían servido con la comida. Miró la hora, eran __________

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cerca de las seis y media de la tarde, había dormido pues más de tres horas, lo que no era habitual en él, dormir tanto a la hora de la siesta. Se duchó, y ya un poco más despejado bajó al salón. Las sorpresas aquel día por lo visto aún no habían acabado. Vio con verdadero asombro a aquellos dos individuos, que estaban en aquel local donde él entró a tomar una cerveza hacía ya algunos días, incluso antes que conociera a José, y estuvo pendiente de su rara conversación. Sí, ellos eran y estaban allí, y parecían dos personas que estuvieran eternamente discutiendo. Se sentó justo a una mesa que estaba inmediatamente al lado, y quiso poner atención para oír de qué hablaban, pero estos, como si lo hubieran sospechado, hablaban en voz tan baja que apenas entendía una palabra.
Se levantó y fue hacia el mostrador. Llamó en voz alta a Tania, pero no obtuvo respuesta, repitió un par de veces la llamada con el mismo resultado negativo. Optó por dar un paseo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Mataría como fuera el tiempo hasta la hora de cenar. Mañana desaparecería de ese dichoso pueblo, y nunca jamás volvería a él. Trataría de olvidarse de toda su gente para el resto de su vida. Tania se le venía inevitablemente al pensamiento, empezaba a convertirse en poco menos que una obsesión; sentía unos apenas controlables deseos de tenerla, de poseerla con toda la furia de su pasión, de amarla locamente. Había estado necio cuando ella se le había insinuado, y él no quiso darse por enterado, creyendo que saldría ileso del embrujo de su belleza. Ahora estaba pagando con creces la indiferencia que él le había demostrado. Mañana se iría del pueblo, pensó, y al pronto sintió un profundo desconsuelo al entender, que probablemente no volviera a ver a Tania en toda su vida. Recorría las calles de siempre. No se había topado con ninguna persona, bien era cierto que anteriormente tampoco había visto mucha gente, los transeúntes allí eran cosa rara, pero en ese momento, no sabía bien porqué, tenía la sensación de que el pueblo estaba vacío, que no había nadie, ni tan siquiera dentro de sus casas. Ignoraba el porqué tenía de tanto en tanto aquellas extrañas __________

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impresiones. Tenía la sospecha de que algo que estaba fuera del alcance de su compresión, pasaba en aquel maldito pueblo del que nunca había oído hablar, ni tan siquiera sabía que existiera; pero era lo cierto que se veía incapaz de dar con la solución, de encontrar lo que era, lo que significaba...
Continuó su paseo. Era consciente de que tenía que hacer un enorme esfuerzo por olvidar, por quedarse libre de ese repentino amor que sentía por Tania y que no sabía bien cómo explicarse.
Al pronto se vio andando por una calle de la que no recordaba haber estado con anterioridad. No era un pueblo muy grande en verdad, pero tampoco podía asegurar conocer en absoluto todas sus calles. Esperaba encontrar un sitio conocido a la vuelta de cada esquina; pero los minutos pasaban y no llegaba a dar con ese ansiado y confiado lugar. Empezó a desesperarse. ¿Cómo era posible que se fuera a perder, como se pueda extraviar un niño chico en una gran ciudad? Se encontraba muy a su pesar nervioso, él, que siempre presumía de mantener la tranquilidad en todas las situaciones críticas. Intentaba dominarse, permanecer frío y razonable; no podría pasar mucho tiempo hasta dar con una calle ya por él conocida. El tiempo pasaba inexorable y cada vez se encontraba más desorientado. Al fin, al doblar una esquina creyó reconocer las casas de aquella calle, algo más amplia y mejor asfaltada, aunque sus edificios eran bastante antiguos. Instintivamente se paró ante la puerta de una casa, en cuya pared había fijada una placa que rezaba: Damián Aramal Detective Privado. Quedó como anonadado, no podía creer que había salido del pueblo y se encontraba en la ciudad sin haber cogido el autobús, eso era imposible; él no había caminado tanto tiempo como para llegar a la ciudad si darse cuenta. Pensó que si por mano del diablo así había sido, podía quedarse y no volver ya al restaurante, inmediatamente pensó que tenía que recoger sus cosas y pagar la cuenta. Podía sin embargo hablar con el señor Aramal y adelantarle algo de lo que sabía, y de lo que sospechaba. __________

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Empujó la puerta que estaba sólo entornada y subió las escaleras. Llamó repetidas veces al timbre, mas nadie abrió la puerta. Era raro, pero se debía pensar que por lo que fuera, no se hallaba ninguna persona en la oficina. Salió algo extrañado de la casa y continuó andando por aquella calle. La cosa era que ahora tampoco sabía cómo poder volver. Siguió caminando con cierto recelo en el cuerpo, estaba de verdad preocupado, no quería confesarse que en realidad tenía miedo de las extrañas cosas que le ocurrían. Consultó su reloj, eran las ocho pasada. Solía cenar sobre las nueve, tenía pues tiempo de llegar siempre que encontrara el camino. No había logrado saber el porqué el restaurante estuvo aquel día tan concurrido. Era probable que hubiesen puesto un menú barato y por eso la gente había acudido. Continuó andando. No abandonaba la esperanza de dar en cualquier momento con un lugar conocido, tenía que hallar sin más remedio la calle que le condujera al restaurante o pensión donde se hospedaba. Al fin, cuando menos lo esperaba, se encontró de repente en la plaza donde estaba la fuente del unicornio. Desde allí no estaba lejos el restaurante, y conocía bien el camino. Respiró hondo, verdaderamente aliviado al no saberse perdido.
Entró en el restaurante y no tuvo por menos que maravillarse al ver la enorme concurrencia de personas, estaba totalmente lleno, igual que a medio día. Quizá lograra ahora saber a qué se debía aquello, pensó, y trató de buscar un sitio donde sentarse. Dio un par de pasos creyendo haber descubierto un sitio libre, y cayó de repente, como fulminado por un rayo, redondo al suelo. Se dio un gran golpe en la cabeza contra la pata de una mesa, que le abrió una brecha por la que sangraba abundantemente. Quedó algo aturdido, pero consciente. Tenía la sospecha de que alguien le había puesto una zancadilla que le hizo caer. Varios brazos de las personas que se hallaban cerca lo alzaron. Carmen estaba al pronto a su lado y le preguntaba con gesto de preocupación:
-¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien? Ven, que te cure un poco esa herida -dijo, y le acompañó, subiendo las escaleras a su habitación. __________

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Después de lavarle la herida, rebuscó en un armario del cuarto de baño, del que sacó un pequeño bote y una venda. Le echó unas gotas al tiempo que decía:
-Es un desinfectante -y acto seguido le vendó la cabeza-. Será mejor que te quedes aquí tranquilo. Más tarde te subiré la cena -dijo y se marchó sin darle tiempo a él de opinar nada.
Daniel se sintió de pronto muy cansado. Un cada vez más agudo dolor de cabeza le torturaba implacablemente. Con cuidado y despacio se tumbó en la cama. ¿Tramarían aquella gente algo en contra suya? ¿Por qué no había aparecido Tania, que era la que más amistad tenía con él? Le dolía el pensar que ella no hubiese venido a ver cómo se encontraba. ¿Por qué había otra vez tanta gente en el restaurante? No tenía respuesta a ninguna de esas preguntas.
Sintió abrirse la puerta. Era Carmen que volvía.
-¿Qué, estás mejor? -demandó.
-Tengo un terrible dolor de cabeza -contestó Daniel.
-Me lo imaginaba, te he traído por eso una aspirina -Carmen portaba una bandeja con algo de comer-. Aunque supongo que no tendrás apetito, procura comer un poco, tómate la pastilla y trata de dormir. -Desde la puerta se volvió para decir-: Luego echaré una ojeada a ver cómo sigues.
-Gracias -dijo Daniel cuando ella ya cerraba la puerta.
Comió y bebió algo. Dudó entre tomarse o no la pastilla que Carmen le había traído. Una imprecisa desconfianza le embargaba el ánimo; pasaban tantas extrañas cosas últimamente, que ya no se fiaba ni un pelo de nadie. Optó por no tomarla, ni tan siquiera parecía que fuera en verdad una aspirina, era demasiado grande y gruesa y tenía una muy leve tonalidad rosada. Se levantó y fue hasta el lavabo. Machacó la pastilla dentro del vaso con el mango del cepillo de dientes, y la hizo desaparecer bajo un fuerte chorro de agua. Tornó a la cama e intentó dormir.
No se le iban de la cabeza todas las insólitas cosas que le estaban sucediendo. Pasaban por su mente un montón de distintas clases de __________

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conjeturas. El dolor de cabeza se le estaba atenuando a pesar de no haber tomado aquella rara pastilla. El cansancio empezaba a rendirle y al fin se durmió. Tenía un sueño intranquilo, no paraba de dar vueltas en la cama buscando siempre nuevas posturas. Se despertó repentinamente. ¿Qué hora sería? Se preguntó. Tenía la impresión de haber dormido poco, casi nada. Reinaba plena oscuridad. Miró hacia la ventana, era noche cerrada y ni siquiera brillaba la luna. Le parecía oír como un leve rumor de voces, creía que varias personas hablaban a la vez. Se alzó, no quiso encender la luz. Se dirigió a la puerta y la abrió despacio. Las voces eran cada vez más claras, provenían sin ningún lugar a duda del salón del restaurante. Recorrió el pasillo hasta llegar a la escalera que conducían a la parte baja. Había una corta baranda. Desde allí dominaba gran parte del salón. La concurrencia no había disminuido. Se tiró al suelo cuan largo era, quería evitar que alguien le viera si miraba hacia arriba. Al pronto oyó la voz de Tania, no la veía desde donde se encontraba, pero estaba seguro de que era su voz, melodiosa y dulce la que decía:
-Roberto nos ha dejado, esperemos que haya emprendido el camino correcto; creo que se lo ha merecido, su comportamiento ha sido siempre loable, se puede decir intachable.
Uno de los allí presentes se alzó de su asiento. Daniel lo veía de espalda, pero creyó reconocer su voz, era la del viejo con el que había estado sentado almorzando en la misma mesa, el que no le quiso responder a sus preguntas. Su voz era recia y contundente cuando habló:
-Tengo motivos suficientes para creer que entre nosotros hay cada vez más elementos que están al servicio del Mal, y que tratan por todos los medios de evitar que algunos de los que aquí nos hallamos, puedan encontrar la senda del Bien. La verdad es que estoy muy preocupado, no quiero iniciar de nuevo el largo proceso de la vida. Debíamos de apoyarnos mutuamente para conseguir el fin último de la bienaventuranza.
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Alzó otra persona el brazo, al parecer pidiendo hablar. Ahora reconoció Daniel por el tono de la voz a la señora Angustia, que era por lo visto la que otorgaba la palabra a aquel que deseaba expresar o comentar alguna cosa.
-Sucede algo singular y a mi parecer quizá peligroso por lo anormal. Creo que todos sabéis a qué me refiero -decía aquel individuo-. Se encuentra entre nosotros alguien, que por su naturaleza no le corresponde estar aquí. Él, o la responsable de esta incongruencia tiene que aclarar esta situación, para volver al orden que nunca tuvo que ser alterado, hay que mantener la coherencia en la comunidad para el bien de todos los que ansiamos alcanzar el fin deseado.
Hubo un cierto murmullo de aprobación entre los concurrentes. Inmediatamente se levantó otro, que al parecer también tenía algún comentario que hacer:
-Creo que lo honesto sería nombrar, descubrir sin más paliativos a aquellos que están en contra de los que tenemos el deseo de avanzar en la divina consecución del Bien. Quiero decir, que no basta con insinuar que hay algunos que están en contra, sino que hay que delatarlo, señalarlo abiertamente; que todos sepamos quienes son para poder distanciarnos de ellos.
-¿Qué importa lo que ciertas personas pretendan conseguir? -dijo otro alzándose también de su asiento, la férrea voluntad de cada uno de nosotros es lo que al final cuenta, ya que es el ser individualmente el que decide; él sólo como ente único, como unidad irrepetible del Creador, es el que tiene que enfrentarse a su misma conciencia, pues que la tarea de vencer al Mal concierne exclusivamente al convencimiento particular de cada uno, en su elección libre y absoluta. Es su lucha íntima.
Daniel no quiso seguir oyendo aquel peregrino debate. Seguro que se trataba de la reunión de alguna secta religiosa. No se le había pasado por alto aquella alusión a una persona que no debía de estar allí, y él se había sentido aludido, pues que era el único forastero en __________

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el pueblo. Comenzó a retroceder, arrastrándose por el suelo hasta estar fuera del alcance de la vista, de un posible observador. Se levantó y entró despacio en su habitación.
¿Qué pensar de todo lo que hasta ahora había acontecido en el pueblo, de todo lo que tenía observado?  ¡Dios mío!  Se dijo, ¿adónde he llegado? ¿Qué clase de gente es esta? Tenía una sospecha tan increíble, que no quería ahondar en ella. El pueblo se llamaba Noreal, es decir, no real, y de verdad que irreal le parecía todo lo que estaba viviendo; mas, ¿cómo había llegado a entrar en aquel mundo? ¿Era acaso posible vivir con seres no reales? Se negaba a dar crédito a semejante locura, a aceptar sin más esa eventualidad; pero lo cierto era que el miedo iba tomando cuerpo, agrandándose a cada instante en su interior, tenía que hacer un enorme esfuerzo para no dar paso al pánico, que le pudiera llevar a desembocar en cualquier acto inadecuado, y que pudiera ser para él peligroso. Tranquilo, debes de procurar estar tranquilo, se decía intentando dominarse, ser dueño de sus emociones. Apenas pudo conciliar el sueño el resto de la noche. Se levantó al clarear el día. Tenía que prepararlo todo para macharse. No debía dejar entrever que algo sospechaba, ni que había oído parte del debate que hubo la noche anterior. Miró su reloj, eran las siete y veinte, todavía muy temprano para bajar, debía esperar aún un rato; se iría sobre las ocho y cuarto, con tiempo suficiente para desayunar y coger el autobús a las nueve. Tenía que ver a Tania para pedirle que le devolviera su cuaderno de poemas, pues no quería perderlo, a pesar de que su interés por escribir había decaído en demasía en los últimos días; era una desgana inexplicable la que le invadía, una desidia tal, que no se recordaba haberla padecido nunca anteriormente. Estaba nervioso, miraba continuamente la hora, parecía que el tiempo no pasaba; daba vueltas por la habitación como una fiera enjaulada. Al fin decidió bajar, cuando todavía faltaba un par de minutos para las ocho. No se hallaba nadie en el salón, la tranquilidad era absoluta, no se oía ni el más leve ruido. __________

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No sabía si dirigirse al mostrador y llamar a Tania. Optó por sentarse y esperar un momento. Aún no llevaba cinco minutos sentado cuando apareció Tania, a Daniel se le antojó más hermosa que nunca, parecía como más mujer; su ceñido vestido negro mostraba la sinuosidad de su bien formado cuerpo.
-Buenos días -dijo-. Te has levantado muy pronto.
Ella había iniciado una sonrisa que a Daniel le pareció forzada.
-¿No te recuerdas que te dije que hoy me tenía que ir? Dame la cuenta por favor, no sea que se me olvide y me largue sin pagar.
-¡Ah! Pues se me había olvidado. ¿Quieres desayunar?
-Sí, por supuesto. Parece no importarte mucho mi marcha.
-¿Quieres que llore? Es tu decisión ¿no?
-Si yo de verdad te importara algo, y si tú me pidieras que me quedara, estaría dispuesto a permanecer aquí toda la vida -dijo Daniel al tiempo que intentó tocarle el brazo, que ella al notarlo retrocedió instintivamente. Daniel se quedó cortado, una reacción tan brusca de evitar el contacto con él, le dejó verdaderamente sorprendido. Logró no obstante dominarse, pensó que debía hacerse valer más; y dijo cambiando de tema, a la vez que lamentaba interiormente su imprudencia-. Devuélveme por favor mi cuaderno de poesías.
-Tú siempre me has importado; pero yo no te puedo pedir que te quedes, eres tú el que tienes que decidir. En cuanto a tu cuaderno no lo tengo aquí, está en mi casa y ahora es la verdad, que no tengo tiempo de ir a buscarlo.
-Lo siento, pero lo necesito; y el asunto es que parto a las nueve para la ciudad. Tengo que hacer algunos cambios en el cuaderno, y escribir otras cosas nuevas en él.
-Pues tendrás que venir en otra ocasión a buscarlo, que ahora me es imposible dártelo.
-No sé por qué dices que te es imposible; no creo que tengas que hacer algo tan importante, que te impida ausentarte un momento para ir a tu casa a recogerlo.
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-No debieras dudar de mí; te digo que no puedo dejar esto solo. ¿Es que piensas desaparecer para siempre y no tornar nunca más al pueblo, tan mal te ha ido?
-Lo único que me podía retener aquí eras tú. Como tu interés por mí es nulo, será lo mejor cortar por lo sano y no vernos más.
-La verdad es que no sé por qué estás dolido conmigo. De repente parece que soy lo más importante para ti. Ignoro a qué se debe este cambio; no me negarás que es por lo menos sorprendente.
-Cierto; pero no es inferior tampoco tu aptitud para conmigo, que es radicalmente contraria a lo que era.
-Bueno, voy a traerte el desayuno y la cuenta. No vale la pena seguir discutiendo. Vengo corriendo, no sea que pierdas el autobús por mi culpa.
Tania desapareció hacia el interior. Daniel se quedó pensando y temiendo, que había perdido para siempre su cuaderno de poemas. Cuando pasado unos instantes volvió aparecer ella portando el desayuno, Daniel había decidido no hablarle más de sus poesías. Sentía que la belleza de ella le dislocaba, y no llegaba a comprender el porqué antes, cuando ella se le insinuaba, no había aceptado lo que al parecer tan ostensiblemente se le ofrecía. Quizá el rechazo de ella ahora fuera en realidad una especie de venganza, por la indiferencia que él le había demostrado con anterioridad. Pero si era cierto que ella sentía algo por él, razonaba, no podía seguir mostrándose tan fría y distante y rehusar incluso el más mínimo roce, cuando intentó tocarle el brazo.
Tomó únicamente el café, lo bebió casi de un solo trago. Pagó la factura que se le presentaba, y levantándose, murmuró entre dientes:
-Hasta nunca Tania.
-Como tú quieras -contestó ella dándose la vuelta.
Pensativo caminaba por la calle en dirección a la parada de autobús. No podía comprender el comportamiento de Tania; pero la verdad era que tampoco podía comprender su propio modo de actuar, ni __________

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los hondos sentimientos que de una forma tan repentina le invadían el alma, la pasión que le embargaba la sola contemplación del cuerpo de Tania. Cierto era que siempre antes había admirado su belleza, mas no sospechaba ni remotamente que él fuera a caer en aquel enamoramiento desesperante, que no le dejaba pensar con claridad. Algo extraño tenía que haber pasado. Ahora caía en la cuenta de que todo comenzó a partir de aquel singular experimento, que había llevado a cabo aquella bruja obesa que era la tal señora Angustia.
Llegó a la parada del autobús que estaba a pocos minutos del restaurante. Nadie se encontraba allí esperando, y era más bien raro, pues siempre había alguna persona que por alguna circunstancia tenía que ir a la ciudad. Miró la hora en su reloj de pulsera, faltaban diez minutos para las nueve, aún podía llegar alguien, pensó. Comenzó a dar vueltas arriba y abajo por la parada del autobús. El tiempo pasaba y nadie aparecía. Seguramente sería él el único pasajero, se dijo y se sonrió al verse con la imaginación solo en un autobús tan grande. Consultó de nuevo su reloj, ya pasaban un par de minutos de las nueve y sin saber bien por qué, empezó a desesperarse. Los minutos pasaban inexorablemente, ya eran las nueve y veinte y no sólo no había llegado persona alguna, sino lo que era aún más grave, tampoco arribaba el maldito autobús. ¿Qué podía haber pasado? Es posible que se haya averiado, pensó, en ese caso bien pudieran haberlo anunciado.
No sabía qué hacer. Debería ir al restaurante y preguntar allí si sabían algo al respecto. Tania nada le había dicho, y ella sí debía de estar enterada de cualquier anomalía que surgiera en la vida del pueblo. Todo era confuso y harto extraño, y empezó a preocuparse seriamente. Eran las nueve y media pasada, y Daniel ya había perdido toda la esperanza de que el autobús apareciera.
No le quedaba más remedio que iniciar el camino de vuelta al restaurante. Trataría de enterarse allí, qué es lo que había motivado __________

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que el autobús no se presentara como de costumbre a las nueve, y cuando sería la próxima salida, si es que esta se efectuaba.
Iba tan abstraído en sus pensamientos, que no advirtió la presencia del viejo que había sido compañero de mesa suyo en el restaurante.
-Hola -le saludó éste.
-¿Qué tal, señor? -le preguntó Daniel por cortesía.
-Bien -respondió éste-, aunque siempre se puede estar mejor. Creo que pretendía Vd. coger el autobús, pero éste no ha llegado.
-Cierto. ¿Sabe Vd. lo que pasa? ¿Por qué motivo no ha venido?
-Me parece haber oído que está averiado; y por lo visto no hay otro que lo reemplace. En realidad el autobús no sale con mucha frecuencia, por no decir ninguna. Debe comprender que esto es un pueblo muy pequeño, y prácticamente nadie viaja con él para salir de aquí; tan sólo va de muy tarde en tarde a recoger a alguien fuera; pero también es esto una cosa bastante rara.
-¿Cómo puede ser eso? Yo tenía entendido que salía todos los días a las nueve de la mañana uno, y más tarde otro. Yo mismo he viajado con él a las once de la noche.
-Sí, lo sé. Ese es uno de esos motivos singulares que le comentaba, y que a veces sucede.
-Permítame que le diga que este es un pueblo altamente extraño.
-Cierto que lo es para todo aquel que llega por primera vez, aunque después uno empieza a comprender. En su caso particular es para Vd. doblemente chocante, yo diría que fantástico.
-Verdaderamente que lo es. Tengo una curiosidad que quizás Vd. pueda aclararme: ¿De qué vive la gente de aquí? ¿Qué es lo qué hace, o en qué trabaja? ¿Cómo consiguen sus ingresos para subsistir? -al tiempo que decía esto, Daniel caía en la cuenta de que allí tampoco había visto, con independencia de la ridícula tienda de la señora Angustia, ninguna otra clase de comercio. Ni se vendía ropa, ni zapatos, ni lo que aún era más increíble, no existía panadería alguna; ni se vendía ninguna otra clase de alimentos; ni había farmacia, ni gasolinera. En verdad que allí no se encontraba __________

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de nada de todo lo que era necesario para vivir; pero, ¿cómo era eso posible? En el restaurante siempre había comida que servir, y bebidas de todas clases. Quizás allí lo que únicamente parecía que fuera normal, eran las casas y la fuente, mas no la gente, ninguna de las personas que allí vivían. De repente cayó en el detalle de que todas las personas que conocía o había visto, llevaban siempre la misma vestimenta, el mismo traje, el mismo vestido. Ninguno de ellos había cambiado ni tan siquiera una vez su atuendo, ni tampoco lo había hecho Tania, tan sólo la vez que la vio en la ciudad llevaba una chaqueta roja; cuando bien se sabe que a las jovencitas les gusta cambiar con asiduidad de ropa.
No sabía dónde se había metido. Tenía la sospechosa impresión de ue todo se confabulaba en contra suya; y comenzó de nuevo a sentir ese pánico, que ya antes le había invadido, y al que a duras penas trataba de reprimir. Esperaba la contestación del viejo, que no se producía.
-¿No sabe, o no quiere Vd. responderme? -insistió Daniel.
-La verdad es que la cosa no es nada fácil -dijo éste dubitativo-. Todo debe ser tan increíble para Vd. que no sé si explicarle... lo cierto es que yo ignoro cómo ha llegado Vd. a este sitio, y por lo tanto, pienso que lo mejor será que se lo aclare la persona con la que Vd. ha venido a este lugar.
-Yo he venido solo. Deseaba tranquilidad para estudiar. Eso es todo, no hay más misterio.
-No es cierto. Vd. ha venido ahora, porque ya lo había hecho antes. Esa es la que tiene verdadera importancia, la primera vez que apareció aquí. La segunda es tan sólo una consecuencia de la anterior.
-¡Ah, sí! Vd. se refiere seguramente al día de la boda, en que estuve aquí con mi amigo José. ¿Es que me vio Vd. ese día?
-No sólo yo, todo el pueblo le vio.
-Claro, aquí todos os conocéis, y si viene alguien de fuera, os dais cuenta de inmediato.
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-Bueno, me debo de ir. Tengo algo que hacer. Le deseo suerte. Adiós -dijo el hombre separándose de Daniel.
No cabía la menor duda de que un insondable misterio rodeaba aquel pueblo, que él no llegaba a dilucidar. Tenía la sospecha de que él era allí algo así como un intruso; de que todos los demás lo miraban igual que un ser extraño, que estaba allí fuera de lugar. Sobre todo después de haber perdido el favor de Tania. Estaba convencido de que ella era allí algo especial. ¿Cómo actuar ahora, qué comportamiento tomar? Lo que más le preocupaba era el modo que debía de emplear para poder salir de allí. Pensó en echar a andar hasta llegar a la carretera, quizás viera algún coche, camioneta o carromato que se complaciera en llevarlo, era igual al sitio que fuera, con tal de salir del pueblo, de alejarse lo más posible de él. Sus pasos le llevaron sin embargo, de forma casi inconsciente a las puertas del restaurante.
Entró y su sorpresa fue mayúscula, al ver como Tania estaba sentada en el regazo de José, abrasada a él, e intentando besarle la boca, a lo que él ostensiblemente se resistía. José vio a Daniel y se libró de un brusco movimiento de Tania.
-Daniel, escúchame -dijo José levantándose. Pero Daniel se giró sin decir palabra alguna, y salió huyendo a todo correr, alejándose de aquel sitio. Ignoraba cuanto tiempo estuvo corriendo. Cuando paró, jadeante, vio que se encontraba en un lugar para él desconocido. No sabía qué pensar de todo aquello. ¿Tania abrasando a José y éste resistiéndose? Era una situación para él inaudita, anómala. El mundo al revés de buenas a primera, pensó. Siguió andando despacio, respirando hondo, profundamente; y tratando de serenarse y ver las cosas de un modo objetivo, analizarlas fríamente. ¿Qué pretendían de él? ¿Por qué aquel extraño juego? Mientras cavilaba, caminaba sin norte, sin apenas mirar por dónde iba. Pasado un buen rato, y ya algo más tranquilo, puso atención al lugar en que se hallaba; no se recordaba haber estado nunca allí, ignoraba en absoluto qué sitio era aquel. Se esforzaba mirando las casas, __________

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queriendo recordar algo que de algún modo le fuera familiar, pero nada hallaba a lo que afianzarse, y su esperanza se desmayaba dando paso al desconsuelo. Advirtió haber pasado varias veces por el mismo lugar; era aquello un laberinto de calles estrechas, del que no era capaz de salir.
Extenuado y hambriento se sentó en el escalón de entrada al portal de una casa. Se maravillaba de que en todo el tiempo, no se hubiese encontrado con persona alguna en la calle. Aquello parecía un lugar deshabitado, no había vida alguna, todo era silencio, todo parecía muerto. Se alzó de nuevo, no quería darse por vencido, tenía que dar con la salida, aquello debía de desembocar en cualquier parte, pensaba machaconamente, tenía por fuerza que escapar, le parecía que le iba en ello la vida. Dio infinidad de vueltas y revueltas que a nada le condujo, el resultado venía a ser siempre el mismo; indefectiblemente se hallaba en idéntico sitio, después de haber pasado por las mismas o parecidas callejuelas. Anduvo aún un poco y de repente se encontró en una pequeña plaza rodeada de naranjos, y donde había un par de bancos de madera. Sin tan siquiera pensarlo, se sentó en uno de ellos. Puso a su lado la bolsa que llevaba todo el tiempo consigo, y cerró los ojos. Por su cabeza pasaban las imágenes de los últimos acontecimientos, como una película, como algo que en realidad nada tenía que ver con él.
Tenía que confesarse que había sentido unos celos desbordantes, al ver a Tania echada en los brazos de José. Lo que no comprendía era la resistencia de José para entregarse en el calor del amor de ella.
Cavilaba en todo lo absurdo que resultaba lo acontecido en el pueblo, aquello era una cosa incomprensible, una incoherencia, como para volverse verdaderamente loco. Se le vino también a la memoria la obesa señora Angustia y su más que extraño experimento. Revivió la escena del camarero muerto en aquel charco de sangre, así como la singular reunión de la gente del pueblo en el restaurante. El día se fue oscureciendo y lentamente las sombras de la noche se iban extendiendo. Comenzaron a verse las estrellas __________

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en el firmamento y Daniel se recostó en el banco, apoyó la cabeza en la bolsa que era su único equipaje y casi sin darse cuenta se quedó dormido, sin al parecer molestarle lo duro e incómodo de su improvisado lecho.



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© Rodrigo G. Racero